Los
primeros brotes de populismo
aparecieron durante la última república romana, entre los ciudadanos adscritos a
la factio
popularium o partido de los del pueblo. Estos líderes populares acudían
siempre a las asambleas del pueblo para sacar adelante sus propias iniciativas y solucionar así los problemas
que afectaban a la República. Y este sistema incomodaba gravemente a los
miembros de la aristocracia tradicional, a los optimates, que se creían muy superiores a las gentes normales del
pueblo.
Entre
los líderes populares más importantes están los hermanos Sempronio Graco,
Tiberio y Cayo, ambos tribunos de la plebe. También pertenecían a la facción de los populares Publio Sulpicio Rufo, Lucio Sergio Catilina y hasta el mismo Julio Cesar. El
propósito de este grupo de políticos era muy claro: comenzó a distribuir
tierras a los plebeyos y a los soldados licenciados, concedió la ciudadanía
romana a todos los aliados itálicos y alivió, de la mejor manera posible, las
deudas de los más pobres. Y cuando se encontraban con una oposición frontal a sus
proyectos, allanaban el camino buscando, cómo no, el apoyo militar.
El
populismo vuelve a aparecer en
Europa, a finales del siglo XVIII, de la mano de los nuevos nacionalismos. En
Alemania, Johann Gottfried von Herder
pone en marcha el conocido pangermanismo de aquella época. Este filósofo y
escritor germano elaboró una teoría, según la cual, el espíritu del pueblo se va formando poco a poco, principalmente, con
la propia lengua del país y, en menor medida, con la poesía, la historia y hasta
el derecho
Más
tarde, ya en pleno siglo XIX, el Imperio Ruso imitó el proceso alemán y puso en
marcha el llamado paneslavismo. En un principio, el cariz de este movimiento
era eminentemente cultural, ya que se limitaba a estrechar lazos entre los
distintos pueblos eslavos que compartían afinidades religiosas y culturales. Pero Rusia no tardó demasiado tiempo en
transformarlo en un proyecto expansionista, lo que molestó profundamente al Imperio
Austrohúngaro.
La
figura relevante de Simón Bolívar, predecesor del actual populismo, ha dejado su
impronta indeleble en los distintos países bolivarianos, especialmente en
Bolivia, en Ecuador y, sobre todo, en Venezuela. No tenía formación militar
alguna, es verdad, pero terminó siendo el gran caudillo en la guerra de
liberación que libraron las colonias hispanoamericanas. Por su enorme arrojo y
por su valor, recibió el título de Libertador.