domingo, 11 de diciembre de 2011
5331.- JAVIER ROMERO HERNÁNDEZ
Javier Romero Hernández (Jhavo)
Poeta, actor y profesor de Literatura. Nació en la Chorrera, Panamá, el 2 de septiembre de 1983.En el año 2002, obtuvo el Premio de Poesía "Demetrio Herrera Sevillano", por su poemario Delirios de la sangre. En los años 2004 y 2006 obtuvo Mención de Honor en el Concurso de Poesía Joven "Gustavo Batista Cedeño", con las obras Poemas para encontrar a un ser humano y Meditación en un laberinto, respectivamente. En el año 2006, la Editorial 9 signos publicó un volumen compilatorio de su trabajo poético bajo el título de Meditación en un laberinto y otros extravíos. En el año 2009, obtiene el Premio Gustavo Batista Cedeño por su libro Lluvia inflamable.
Poemas suyos han sido publicados en revistas literarias como Letralia (Venezuela), Catedrales de Hormigas (Cuba), entre otras.
Ha representado a Panamá en Festivales Internacionales de Poesía, tales como:
El "VI Encuentro Internacional de Poesía: El Turno del Ofendido 2009”, auspiciado por la fundación Metáfora, en San Salvador.
El" VI Festival Internacional de Poesía de Granada 2010”, en Granada, Nicaragua. El "VII Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango 2011", en Guatemala. El" 50 Struga Poetry Evenings 2011", en Macedonia.
POEMAS DE "DELIRIOS DE LA SANGRE"
VIII
Tu sangre emana como un cosmos
de gritos ateridos,
concebidos en la silente eternidad
de un clímax de estaciones.
Temo a la piel que se deshoja
en un establo de burlas y de olvido;
temo a la sangre que se pierde
en una oscuridad,
en unos ojos malditos,
en un deseo confuso
que te llena de pavores humillantes
como a una diosa mancillada
en una góndola de cuerdas.
Temo a la sangre que se marcha
y no regresa,
que canta en su silencio un tango de necedades,
como un latido
que se fuga en un encierro
de calaveras infantiles.
Temo, sí:
porque no comprendo
la filosofía de mis huesos
ni la doctrina de tu vientre.
No comprendo este estrépito de venas
que me nace desde el torso
como una lánguida azagaya
que se mece en tu destino.
Y como un perro umbrío de miseria
me revuelco en el cieno de tu orgasmo;
como un arcángel ebrio de tristezas
espero sin asombros los delirios
de la sangre y sus tibiezas.
VII
Lejanía de tus besos,
lejanía de tu vientre,
nos consumimos en la tierra
en un marasmo de raíces,
en una eterna somnolencia,
ebrios , nos acostamos con tus muertos.
III
Si has olvidado el lenguaje de la hiedra
que crecerá segura en tu costado;
recuerda el derrumbe y las fronteras
donde fuiste fundando el principio de tu escombro.
No olvides las señales, las bengalas de la muerte
con las cuales escogiste los silencios del pasado,
los gritos que fueron dando forma o existencia a los delirios de la sangre,
cuando acongojados aprendimos a amar en la otredad,
como si el perdón pudiese borrar los hechos que revela el laberinto,
donde la muerte es una ausencia de verde y de sonidos,
donde el amor es la materia
que nos une a la uniformidad exacta de lo oscuro.
I
Escucho en tu cuerpo
las voces de otros cuerpos;
puñales de lágrimas,
meandros y viñetas.
Duele en los ojos
las vísceras del alma,
duele en tu vientre
la vida de otros ojos.
Cuando la muerte vuelva
con la aurora boreal
y el equinoccio:
tu cuerpo cantará jadeante
los trinos de mi ausencia.
V
Por las tardes prefiero
gastarme entre las hojas
de un romero taciturno,
macerarme hasta lo tierno,
batirme a dentelladas
con los perros tinaqueros,
y perderme simplemente
como un ladrido en el suburbio.
Poemas de la II parte de" Lluvia inflamable"
VICTORIA
Te quiero porque te llamas Victoria,
porque eres libre como todo lo oscuro,
porque eres dulce como todos los licores
que encuentro y amo en el instante más nocivo de la madrugada.
Te quiero porque cuando dices “carajo”
parece que la boca se te llena de algas
y de hojas
y de mariposas marchitas
que volvieran a la vida en la perfección del silencio y de la lluvia.
Te quiero porque no me dejas más opción que la tristeza,
porque no me crees,
porque no te importa mi sed de trascendencia,
porque te fabricas látigos y cuerdas con mis nervios
y jeringas de morfina con mi llanto.
Y también por tus ojos
luces fatuas al final de la noche en que tropiezo;
y por tus piernas
andaderas de mi muerte
vértigo cruel que me aniquila,
y por tus senos breves como infartos de mi soledad.
Y por tu boca, tu boca alucinada, vislumbrada en sueño,
tu boca extrañamente abierta donde entra mi sudor,
el mar , un pájaro ciego y su blanca tempestad a cuestas;
tu boca extrañamente abierta
después de que mi aliento se enreda en tus cabellos
y me despeño en el barranco de tu sexo hasta no ser nada, nada,
apenas un soplo alcoholizado, sólo esta incertidumbre palpitante que te busca ,
que te ama.
Te amo
porque amas lo imposible y lo perdido.
DESPERTANDO EN UNA CASA EXTRAÑA
Despertar en una casa extraña
después de haber bebido el tequilla de la noche y sus gusanos,
buscar el baño con la urgencia de expulsar los últimos residuos de mi alma,
comprender los ruidos que definen el lugar de la tortura
y al final sólo encontrar la puerta que sellé con mi ceniza.
No me queda más remedio que inventarme juegos y exorcismos.
(Puedo, por ejemplo, sacar el muñón por la ventana.
El muñón es una hoguera donde arden las tardes sumergidas en la niebla,
el ritmo de tu risa que alborota el follaje de mis lágrimas,
la punzada de mi pecho, el ruiseñor y su disnea,
la bandera de desahucio con la cual me enviaste a la conquista del invierno.)
No me queda más remedio que escribirte frases funerarias,
que escribir tu nombre como si escribiera un epitafio.
No me queda más remedio que buscar el agua, el ansiolítico, el cigarro,
y drenarme de tu sombra hasta el colapso,
hasta escuchar el crujido de las puertas
anunciando que ha llegado el tiempo de enfrentarme a los verdugos.
SOBRE LAS BOTELLAS
1.
Junto todas las botellas
que vaciaste en el desván de mis renuncias,
me sirvo un poco de esa lástima fermentada
en la humedad nocturna del concreto.
Observo tu ropa desperdigada en la habitación,
dejada allí como un pacto de sangre con la muerte .
Me digo cosas, me miento, le hablo del invierno a tu retrato,
salgo de noche usando gafas oscuras y un paraguas,
persigo murciélagos en las catedrales,
reúno el vértigo furtivo de la madrugada,
el sonido de la llave atorada en la cerradura
que nos niega el descanso ,
el vaso de agua ,
el girasol insomne,
la mujer amada
que es sólo un musgo incandescente
a lo largo del cementerio en que se convierte mi cama ,
en medio de la tarde despedazada por el frío,
cuando la palabra adiós es un puñal de polvo
que abre sus rosas en el viento púrpura de mi grito.
FLAMA AZUL
Hay un azul de flama que me espera
desde mucho antes de que el árbol por fin se deshojara. No sé cuál.
Tal vez el mismo árbol que amé desde la infancia.
Sé que no hay retorno a sus raíces,
sé que el asma en mis pulmones es su velamen agitándose en los vientos de la muerte.
Sé que ya su tierra no llenará mi boca,
no me hará escupir los pájaros
con los cuales pude hablar como un violín en la llovizna de tu sueño.
Trataré de recoger sus hojas,
de cortar mi corazón sobre su tronco,
colgaré tu trenza de la más herida de sus ramas,
pegaré tus fotos (las que nunca tuve) , la pulsera aquella que rompí
porque no pude soportar la belleza del invierno en tus cabellos;
las cartas que nunca tuve el valor para entregarte servirán como mortaja de su
otoño.
Sé que todo será inútil.
Sé que tú seguirás fija en tus barrotes,
que la mariposa que coloqué sobre tu pecho jamás abrirá sus ojos en tus ojos,
que nunca podrá su estambre penetrar en tus pestañas.
Sé que tendré frío hasta ser viejo,
que en cada espejo algo muy triste callará
cuando tu voz regrese a soplar sobre mis llagas,
como una criatura que llorando se alejó del mar
para morir en medio de la lluvia.
OFRENDA
Primero mis manos,
porque con ellas pude lastimar el mundo.
Después mi pecho lleno de noches y de astillas.
Luego mis brazos, remos ciegos en la fatiga de mover el fango de las horas.
También mi boca donde arden el ron, el polvo de tus labios
y la palabra del amor sepultada hasta la caríe.
La temperatura de mi llanto, mis piernas en su lástima terrestre,
el avispero de mis versos, el juego del suicidio, el estertor del vino,
el sudor de mi locura, lo terrible que soy
cuando no puedo escucharte hablar
bajo la lluvia que acompaña mi desvelo,
la furia de quererte en la claridad violenta de tu odio. Mi vergüenza.
Todas estas cosas di para calmar tu fiera.
Poemas de "Lluvia Inflamable" (2009)
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