martes, 17 de agosto de 2010

498.- GERARDO DENIZ



Gerardo Deniz 



Poeta mexicano, su nombre verdadero es Juan Almela Castell, a quien a veces dedica poemas. Nacido en Barcelona (1934) emigró al Puerto de Veracuz, México, a bordo del barco lisbonense Nyassa a la edad de ocho años, como resultado de la Guerra Civil española. Estudió Química y es traductor del sánscrito y del ruso, entre otras lenguas. La erudición es parte fundamental de sus poemas, construcciones ásperas, irónicas y corrosivamente originales en las que hace uso de los más diversos conocimientos para describir situaciones cotidianas de una forma a primera vista desconcertante. De esa manera logra recuperar, en novedad paradójica y con aparente aridez poética, emociones simples, como la ternura o el rencor. Coincide con Gabriel Zaid y Eduardo Lizalde en haber introducido en la poesía mexicana un tono antisolemne.Su gran afición es la música. Publicó su primer libro, Adrede, en 1970 y Gatuperio, en 1978. En 1986 apareció Enroque y desde entonces el ritmo de su producción se ha vuelto más constante. Destacan sus obras: Picos pardos (1987), Mansalva (1987), Grosso modo (1988), Mundos nuevos (1991), Amor y oxidante (1991) y Alebrijes (1992). En el año 2008, recibió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.





MUTACIÓN

Este aguacero a las dos de la mañana
me hubiese, de joven, arrobado al oírlo.
Hoy mediosonrío al recordar
las veces que por entonces me refugié en

zaguanes sin traer ni para tomar un taxi
(hoy menos, aunque si no circulo tampoco
es por eso).
Oigo a alguien, empapado que repta
y pienso indiferente qué historia habrá
tramado para contarla en casa
y aun así, desayunar, cejijunto.

(De: Erdera, F.C.E.,
México, 2005)



DANZÓN

A Jorge Jiménez

Al son de un saber infinito
de la orquestación más afinada que se ha oído
oscilo hipnótico lo mismo que un gato a punto
de saltar el mueble aunque al fin desiste.
Un danzón me recibió en el D.F.
Todavía se toca, sin que haya querido yo saber
cómo se llama.
Pero el mejor, y no sólo por definición,
estuvo sin encarnar, en el mundo de las ideas
puras, hasta muy pocos años atrás.

El local se va llenando de una nostalgia horrenda,
de un anhídrido carbónico inhalado cien veces por
hora.
Las matronas, embutidas en vestidos discretos
y sensuales por encima de las décadas,
mueven candenciosas caderas,
eternamente respetables pese a su deformidad.
Las conducen
ancianos caballeros cobrizados, perennes
y graves,
con inmaculados trajes y sombreros blancos,
bailando intachables y ceremoniosos,
recordando el ritmo de los claves una lejana
juventud,
más o menos repugnante.

Sobre la alta cama con barrotes de latón
finge dormir una regordeta, desnuda y de perfil,
con la pierna de arriba en ángulo sapiente,
entreabriendo vías de observación y
experimentación posibles
-como la ciencia,
incluida la lingüística comparada.


(De: Ahora o nunca, Poesía
reunida, Ed. Argonauta, 2009)




CRIMEN

Pasaron horas de un paso a otro.
Horas de una tos a otra.
La silla seguía entretanto probándose la ropa
y la escalera se escapaba
cuando los saludos se pudrían.
Mujer, no te despiertes nunca.
De qué valen las manos escapadas por el aire
cuando las voces se apagan más pronto
que el fuego.
Cuando escaparse es lo mismo
que mirar a lo lejos
la sombra que siempre te espera
para seguirte sin tregua
para los cuándos, dónde y por qué sin los qué.

La sombra, rota al fin, como el pan.
Las miradas sueltas que se entrechocan
furiosas.
¿Hay acaso ropas como trampas,
sombras remendadas
para amar un cuerpo?
El espacio podrá esperar
y guardar gotas de silencio.
Nadie será alguien, porque hay tiempo
sin arriba
sin abajo,
ni delante ni detrás.


(De: Ahora o nunca, Poesía
reunida, Ed. Argonauta, 2009)





CUORE

Solo en la casa, gracias a oportuno mirácolo,
Enrico penetra con trac en el despacho del
babbo.
Desde aquí emite pastorales, breves y
fulminaciones.
Apoyado en un rincón dormita el bastón
de su viejo maestro.
¡Cuánto jode con el maldito bastón del viejo
maestro!
Sirve como analogía, parangón, símil de todo.
Sobre el escritorio ese volumen que relee
por las noches;
lo entrecierra si se le aproximan. Es criminología
del anélido de moda. Los imprescindibles retratos.
Ladro milanese, condannato 13 volte.
Romagnolo trococefalo stupratore -se parece
al director de nuestra escuela.
Más hojas. G. Sana di Galluccio, brigante-
En la tarde piamontesa, acechando rumores,
ecos del portal, corrientes de aire,
tocarse, soñador, deplorando que excogiten
un enlace entre este célere sombrear (a disfumino
retroalimentado
por el recuerdo de la maestrina che ha due belle
pozzette nelle guance)
y ese absurdo marinaio, truffatore ed omicida
per vendetta, del ladrillo lombroso.
¿Cuál enlace? Me ne frego! Papá sabrá. Sabe todo.
El bastón del maestro serviría sin lugar a duda de
puente a dos asnos esqueléticos, a cuestas
triángulos pitagóricos de un lecho
inutilizado diagonalmente: demostración irrefutable.
Pues entre Gog y Pedagog navega la flotilla
en silencio.





PICOS PARDOS

[7. Las concupiscencias escolares rumiadas a
solas empujan a buscar alivio en la fraternidad.]

La aritmética —hembra al fin, trasero de ábaco
y su vaivén de ópalos por alambres— presume
ante la clase
hostil.
Sienten ganas de colgarla de los pies (mas
¿quién podría con ella?)
y sacudirla cabizbaja hasta que acaben de salírsele
de lascosturas tantas monedas de luz malhabida
para que jueguen monos pueriles que semejantes
vejetes.
Llega, cuando menos, la hora del recreo.

Entre las flautas dulces del estilo corren niñas
en menores o mínimos
paños, trapos al sol, y no está decidido
(internacionalmente, quiero decir)
qué irá a ser de ellas,
pues constituyen una especie aparte
como las aceitunas, las cuales desde hace mucho
son cosa averiguada
(se las estruja o muerde y siempre se tiene
presente el hueso, como en el dátil,
nada más que las niñas propenden al llanto
y dicho programa se va al demonio).
Quede esta estrofa crítica como una embarcación
capturada a pleno sol
por los corsarios turcos. Se alza la brisa y sobre
el ayuno del parque
—trampolines, columpios; trapecios, trapezoides—
gimen ramas cual si estuviesen cargadas de ahorcados
prematuros;
su triste crujir a romántica distancia
se entreteje con la algarabía escolar manando del foso
como el vapor acre y rico y púrpura
que sube de niñas y generaciones incorregibles.

Atención, hermanos: no troquemos nuestro plasma por
ninguna de las hebras rubias noche a noche
carbonizadas en luz incandescente, ni esta brisa que
mete el hombro sin invitación la tengamos por amiga
generosa.
Llega el instante en que cualquier objeto está más lejos
que cualquier otro. Expansión del universo lo llaman
hoy en día.
Relámpago siguen llamando, en cambio, a lo raudo.
Exageraciones ambas. Algo de sangre fría basta para
cerciorarse
de que hay cada vez menos antesalas entre estos
versículos
y el olor de la entrepierna de ellas.
(Aterrizarán nombres de pila conforme se vayan
requiriendo, cómo no.)





ANTISTROFA

Para César Rodríguez Chicharro,
veintiséis años después
COMO un vino feroz entre las cosas o un gran
deseo de hembra,
como la luna sobre las islas que piensa el bonzo
errante,
por la tarde que guarda en ánforas selladas el poema,
la niebla al acecho entre los pinos,
qué inminencia del canto palpando su flagrante
desnudez:
cosas con lumbre, cosas con tetas, cosas
cubiertas de liquen;
reconocer el relincho del caballo de Godiva,
así el amante saliva de la amante
-así también los charcos erizados por la lluvia
en la ciudad obtusa,
animal doméstico y blando en el atrio del monte,
lago de yesca y alcoholes, pobre mar sin
Magallanes,
momento de aves planas las veletas:
ni lección rota en espuma,
ni insectos con tabacos fugitivos —aquí y ahora,
en cualquier nimbo gris es la estación sin duda
menos vasta que un
designio de dioses
—no importa que el oficiar sea poco ortodoxo—,
pero al oírla llegar se avivan colmenas de votos
y preces:
que siga siendo la muchacha flaca y puta, llegue
y regale
—en la cama, en la alfombra, bajo el pavorreal
al bañarse—
escorzos para mejor saber el clima que aumenta
hasta los dientes,
sésamo que entreabre lacas rojas de caracol salado
a la noche total de nectarios y espádices,
la noche toda agosto —allí la riña tumultuaria
de tantas potestades sin sentido: Cazador, Cinosura,
imagen, paloma de huesos huecos que sostiene
el azar sobre el largo desdén con que el río se entrega
hasta la encordadura de la cascada entera.
—Poesía la llamarán, oh indecisa
mordiéndose los labios cada pocas palabras. Y será
si perdura
—dilatados alcances de mañana—
nervio y olfato como la tarde tras la lluvia
o cuando es ley el viaje pero dudoso el rastro
—acaso el suroeste una vez más, o algunas,
moviendo su tibieza bajo el agua que surcan
coros punitivos,
y las tripulaciones la cubrirán de brea, y el mar
mismo ha de anegar sus sílabas escasas
en un pecho viscoso. Rumbo será, no más, y tal vez
para nadie. Vuelve a casa, donde la fiesta humea,
a tus prestigios de victoria áptera, espasmo de
unos cuantos. Duda siempre:
hay que pesar tus faltas, adolescente torpe;
difícil archipiélago de estigmas estivales, fruta verde
que derribó el granizo sobre la hierba nueva;
credo en tu axila, piñón en tu sexo,
largas manos para cubrirte el vientre mientras en tu piel duran los
caminos rojizos de ir vestida;
y tu menstruo es modesto. Cuando el viento cede
y la ciudad como un tifus muy logrado establece en todas sus buenas
obras
ese halo urinario del cemento reciente;
cuando retorna como un cometa puntual la confianza de aún no
haber dicho nada,
el mundo —al menos éste— se vuelve una tela de juicio, y el Ser
la hipóstasis de un verbo auxiliar, la Historia
tan discutible como el penúltimo empalado sobre el Bosforo, y la
Poesía
un mercado de sustancias pegajosas. Y así son, en efecto. Lo demás:
buenaventura, cópula,
razonable placer al vislumbrar una estrella entre el follaje
—incluso al recordarla— y la costumbre grecolatina de mentir. A
veces la fractura es conminuta
o la urgencia del chancro entrega alas y caduceo al que pensaba hacer
otra cosa. Pero ésas son
incidencias, aunque a menudo costosas; también cuesta el lenguaje,
que no es, con todo, sino lo mismo pero mal puesto,
efusión gratuita que escala de cuando en cuando cierto rigor aparente
por que lo llamen sereno o algo peor —pues ahí está,
entre otras, la Fe. Las montañas diversas y siempre suburbanas,
dentadas por árboles lejos —allá el día reclina la sien
al conseguir repetirse sin nombrarse—, son estables como la injusticia
y a su diestra permanecen. Ningún mártir podrá
lo que un siglo en la brisa o un periplo de hormigas llevándose los
granos uno a uno. Pero eso es la paciencia
—y más, la certidumbre edificando a solas castillos improbables y
desiertos, armerías de aire
donde afila sus lanzas el alba deshabitada, casi idéntica; luego,
en la terraza abierta, ante el trono de un emperador que no ha de
llegar nunca,
el grillo cante y por la pauta complicada de los fosos corra
el azogue sin fin del no saber. Entre una grima de vajilla rota,
la Doctrina inútil con sus mirras, inútil con sus profetas, inútil con
sus almuédanos,
inútil como acercar la mano hasta una luz muy fuerte
y verla traslúcida y roja y atroz. Sosiego
por los senderos curvos de la elipsis,
línea de piedras blancas sobre el trébol —oh falso meridiano
encaminado al neuma de las proas en el atardecer,
juglar o Jerjes con vestiduras de color dudoso
—vaya por los muelles poblados de plática,
hacia visitaciones de aminas brutales repasando el salterio de las olas;
vuelva por los cauces
del ocaso que huele a pólvora, a la orilla caída entre las sábanas:
y soportar la estolidez del Pueblo cargado de sabiduría subliminal,
replegándose
hasta el umbral frecuente, la escalera, el santo y seña; los amores
con su grotesca lógica gris de límite impreciso como cualquier viejo
reino oriental,
como la del Espíritu cretino escandalizado en el piso de arriba:
cuántas faldas en los tendederos de la Historia mientras ardían las
hojas muertas,
cuánto Ser secándose sobre las azoteas altas. Ultima voluntad:
una procesión de archimandritas a galeras. Se iba del puerto el otoño
por balcones mohosos de parteras y sastres. Gusto a canela
y esa forma femenina como un mapa de América del Sur en plena calle
a la hora del mucho calor, cuando el ámbar se ablanda y los diez mil
honorables insectos concursan otra vez
en los solfeos del recato, en los libelos de la noche; dones nupciales,
mancha de aceite que crece despacio por el papel.
Este brusco olor a cuadra en medio del silencio húmedo




IGNORANCIA

Cuando se quita del labio usted el epíteto escupiéndolo
             al rostro de la amada,
siente usted que ha cumplido, hasta que le sale otro,
             v. gr. de tabaco,
y el proceso se repite ad nauseam.
Lo malo es esa manigua poblada de grillos y leopones,
             esa insuflación de burbujas en el tuétano
—en una palabra, todo lo que hormiguea, desazona
             un rato y hace amanecer los lunes
pensando
cómo será que a mis tíos y tías los poetas
les escurre lo que relatan
y viven para contarlo.




Tolerancia

Que ocupes una mesa frente a sillones obesos,
escribiendo con diez dedos más despacio que yo con cinco,
no es cosa que te perjudique, a decir verdad; tan
estragados estamos
Simplemente, consuma la transustaniación en los ene
pisos del ascensor
para que al llegar a la calle
hayas dilapidado ese tufo penetrante a eufíteusis,
fideicomisos, derechohabientes, cónyuges supérstites
y el número de hoy del Diario Oficial-
-vamos pues; no era para tanto. Al fin y al cabo mi
poesía no aborda grandes asuntos.
Viéndolo bien, en una hora hay tiempo apenas
para seis botones, ul zíper, una hebilla, mientras
maúllas (como si fuese un imperativo del Código de
Procedimientos; v., por si acaso, Fargard 16 y 18
in fine) que anoche alunizaste en el Mare Crisium
y andas tigresa como tú dices.




Comienza El Día Y Su Cuidado. Riesgos Y Premoniciones

Hundir la mano y extraer del alibabá cálido dátil;
quebrar al escupir su hueso el cascarón de escarcha:
nieto de musgo, opta por el fuego, huye del agua fría,
lanza desde la calle, por una ventana del palacio Pardiez, el
talismán redondo de tu suerte horrible
y echa a correr antes de que lo recojan.
Repite sin premura, nieto del musgo, tenemos verbo,
nombre,
las lindas conjunciones de ónix, miserables quién vive
como el del que escucha por teléfono un rítimico cepillar
la dentadura
y deduce (sin saber de qué se trata)
algo por fuerza sumamente inmoral. Oh buscador de
motivos,
oímos tu tijera envenenada podando hiedra cobriza,
y las adolescentes que caminan por esas cuerdas flojas no
contienen, empero,
corazón sino un órgano rojo, del tamaño del puño
(del suyo, se comprende), con cuatro cavidades y otras
exactitudes
inquietantes (pues asco a una muchacha
no vamos a tenerle). Ya clarea, estimables zánganos;
debiéramos cambiar de asunto. Aunque si el sol nos ha
de aborrecer,
que sea por algo. Nuestro mundo indigesto
es puñado de galletas duras (en montón
cual ruinas de una pequeña basílica)
puesto a la venta en una panadería de barrio popular,
perteneciente a cualquier colega negro
proclive al ron, el malhumor, el vaticinio,
y a pasar con guitarra la noche entera abajo el foco biliar
punteado por los moscos.
(Tal vez compre el montón de galletas una anciana perdida
para premiar a quienes le abran la puerta finalmente.)

En la distancia surgen edificios muy elevados que
nadie reconoce.
Al parecer sólo existen a estas horas.
Los centinelas pueden estar satisfechos por hoy.
Han cumplido.



Prólogo Mientras De Acaba De Entrar El Público

Como un alto vuelo blanco de garzas temprano se convierte
en inferior cometa a ras de lomo
sin grabar las vísceras que aflige la balanza,
así los pensamientos de un día con su noche
(a qué hora comenzará la carne a oír),
flores de dos esmaltes, son religiones hondas donde
dormita el riesgo
al murmurar: amoneda tu rostro y has de amanecer tirano.

¿Caerán estrellas pronto (bastantemente, demasiadamente)
o tan sólo el domingo, soplado de cacao, jugar que defeca
una vez por semana?
Pues ya en las sobremesas entre Abel y Caín
-donde tantas figuras fueron desplumadas-
se habló de cuatro cocoteros heridos de centella y en medio,
necesario, el primer patíbulo.
Junto a los manantiales descubrían ambos hermanos a
doncellas y más doncellas con lágrimas tatuadas
y coronas de cartón caídas al cauce fresco y reciente. ¿Los
embaucaron? Poco interesa.
Hoy, un beso entre las clavículas -palillos de tambor bajo
epidermis-, y a otro tóraz.

(Se ruega no contrar el útero por tan poco, damiselas,
que no estará en letra de médico todo lo que ha de seguir,
palabra de hombre.)
El meridiano, cualquiera lo soba. Y si el paralelo avienta
arena a los ojos,
es por horizontal y cabe defenderse.
Desde la sima de esta cárcel de cuarzo, sé bien lo que
divulgo y lo que abrevio.
He visto a hartas hadas de feria cortando en sectores
-mientras proferían un largo alarido celestino-
su esfera horaria, más petulante que magnolia por la
noche.

Lo he visto y me he indignado.

La luna tras las cumbres, redonda boina tibia
para el cráneo: cómo dudar que le saltarán íncubos por
arriba y súcubos
por puro amor (sin pretender que volverían; más bien
nada prometieron). Lo certificará la madre al contar las
manchas en la sabana
porque se asume inflible, como en el folklore. Y se
equivoca:
la piel es y será un estuche de duendes, parézcanos o no.

Rumbo al polo, aquí empezaríamos a devorar los perros de
nuestros trineos.



1 comentario:

  1. El maestro Deniz; es uno de los diez poetas mexicanos contemporáneos vivos; con una poesía bellisima, mi sincera admiración por su trabajo.

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