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jueves, 2 de septiembre de 2010

"que como raíz escondida, que con el tiempo venga después a brotar y a echar frutos venenosos en España"

Segunda parte del comentario al capítulo 2,65 del Quijote, publicado en "La acequia"

Entra jubiloso, pidiendo albricias al señor don Quijote, por la buena noticia, como antes se hacía. Está en la playa, informa. ¡No es poca la velocidad de aquel barquito! Y, acelerado, rectifica: nooo, ya está en la casa del visorrey y enseguida se presentará aquí. ¡La diversión sigue! Esto empezaba a decaer…


Detalle del cuadro de Ana Queral, publicado en la otra entrada.

"¡Albricias, señor don Quijote, que don Gregorio y el renegado que fue por él está en la playa !"

Don Quijote se alegra y está a punto de decir que le hubiera gustado fuera al revés y tuviera él que ir a Berbería, para dar libertad a don Gregorio y a todos los cristianos cautivos allí. Pero, enseguida, cae en la cuenta de su triste situación. Miserable, vencido, derribado, un año desarmado…Puede usar la rueca, cosa de mujeres, mas no la espada.

Sancho le dice que deje esas lamentaciones, que así es la vida: caerse y levantarse. No podía faltar un buen refrán:”viva la gallina, aunque con su pepita”. Nada de desmayos, levántese que ya viene por ahí don Gregorio con el renegado. Aunque le sacan de Argel con ropas femeninas, en el barco las cambia por unas de hombre. Se ponga lo que se ponga es hermoso sobremanera y su edad no pasa de los dieciocho, edad de ser codiciado…uy, qué peligro.

Ricote y su hija salen a recibirle. Mientras el padre lloriquea, la hija contiene sus sentimientos, qué frialdad. Gregorio y Ana Félix, dos bellezas juntas que ni siquiera se abrazan. Habla el silencio, los ojos leen en los honestísimos pensamientos del otro.

Cuenta el renegado cómo se las apañó para sacar a don Gregorio. Cuenta brevemente don Gregorio los apuros que pasó con aquellas mujeres maduritas con quien vivió, vestidito de mujer. Tal vez, el muchacho calle algo. Es tan discreto este mayorazgo.

Ricote paga generosamente al renegado y a los del remo. El renegado tiene que reconciliarse con la Iglesia, a base de penitencia y arrepentimiento público. Como si el pobre hombre no hubiera hecho suficientes méritos…¡Pobre renegado sin nombre!

El visorrey y don Antonio estudian de qué modo se podrían quedar, en España, Ana Félix y Ricote. Tan cristiana la hija y tan bien intencionado el padre. Don Antonio se ofrece para ir a la corte, la conoce bien y da a entender que, con favores y dádivas, se sortean las dificultades.

La respuesta de Ricote no puede ser más impropia de un morisco expulsado. Este discurso de una víctima dando la razón a sus verdugos es tan impensable que sólo se me ocurre pensar en eso de “al revés lo digo para que me entiendas”.

Ricote replica que con don Bernardino de Velasco, conde de Salazar, a quien encargó el Rey la expulsión, no valen favores ni dádivas. El buen hombre mezcla misericordia con justicia, pero como la mayor parte de la nación morisca está tan contaminada y podrida, tiene que usar el hierro al rojo vivo en lugar del bálsamo bebé.

"cauterio que abrasa"

"ungüento que molifica"
"como él vee que todo el cuerpo de nuestra nación está contaminado y podrido, usa con él antes del cauterio que abrasa que del ungüento que molifica"

Y, con prudencia, sagacidad, diligencia y miedos, ha llevado el peso de esta gran labor. Y no se ha dejado deslumbrar con las trampas moriscas, él siempre alerta por si alguno se le escapa. No quede por ahí alguna raíz que luego se convierta en frutos venenosos, en esta limpísima España. ¡Tremendas palabras las de Ricote!


"que como raíz escondida, que con el tiempo venga después a brotar y a echar frutos venenosos en España," Esta morera de la foto no da frutos venenosos, lo sé porque los he comido.

Como broche final proclama la “Heroica resolución del gran Filipo Tercero” y la prudencia de don Bernardino. ¡Tremendo decoro del personaje!


"¡Heroica resolución del gran Filipo Tercero, y inaudita prudencia en haberla encargado al tal don Bernardino de Velasco!"

Don Antonio hará las diligencias y el cielo verá. Don Gregorio irá con sus padres, Ana en su casa o en un monasterio y Ricote en la del visorrey. Ya está y el visorrey de acuerdo. Así se hará.

Llega el día de la partida. Don Antonio se va a la corte y don Gregorio a su lugar, despidiéndose de su Ana con mucho sentimiento de ambos. Dos días después, parten don Quijote y Sancho. Don Quijote sin armas y vestido de camino. Sancho tiene que ir a pie porque el rucio lleva la chatarra.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino


Pedro Ojeda Escudero dijo en "La acequia":

"Abejita de la Vega, que se lamenta de lo poco que nos queda de lectura, comenta el capítulo a partir de cómo se desvela la identidad del Caballero de la Blanca Luna y comprobando los ánimos de los protagonistas. Finaliza su comentario con el resumen de lo acontecido con la expedición que partió para salvar a don Gregorio, hasta la salida de Sancho, a pie. Las ilustraciones son ocurrentes y divertidas."


Leer más: http://laacequia.blogspot.com/search/label/Para%20una%20lectura%20de%20El%20Quijote#ixzz0yrgf4vCj
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domingo, 22 de agosto de 2010

¡Oh Ana Félix, desdichada hija mía!



 

Saludo a vuestra merced:

Tengo noticias de que vuestra merced, mujer amanuense, ya ha leído el capítulo 63 de la “Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha”, famoso libro, del cual soy personaje secundario , como el galeote que me ha precedido. Pero yo tengo voz, mucha voz y les cuento mis desdichas.

Soy el bello arráez del bergantín corsario, apresado por la galera capitana, a pocas millas de la marina barcelonesa, donde me desembarcaron. Con las manos atadas y el cordel a la garganta, a punto de ser ahorcado, declaro mi condición de mujer y cristiana, ante el virrey y el general.

Mi nombre cristiano es Ana Félix, aunque nací de padres moriscos y, como tal, llovió sobre mí aquel injusto decreto de expulsión, el de 1609. No me aprovechó decir que era cristiana, como lo soy de verdad. Ni con los ejecutores de nuestro triste destierro, ni con mis tíos, los cuales me llevaron a la fuerza a Berbería. Unos y otros lo consideraron como una argucia para quedarme en mi amada tierra natal.

Yo había sido educada en la fe y en las costumbres católicas, por mis padres, ambos buenos cristianos. Que no haya dudas acerca de la religión de mi padre, Ricote, aunque él diga que no lo es tanto como mi madre, Francisca Ricota.

Crecí, recatada y encerrada, y creció mi hermosura, de la cual se enamoró un caballero, llamado don Gaspar Gregorio, mayorazgo y vecino nuestro. Su enamoramiento llegó hasta el extremo de acompañarme en mi destierro, mezclado con los de mi nación. Le fue fácil porque sabía bien la lengua y, en el viaje, trabó amistad con mis dos tíos.

Mi padre, no iba con nosotros. Prudente y prevenido, en cuanto oyó el primer bando, abandonó nuestro lugar y se fue a reinos extraños, buscando donde nos acogiesen. Antes de partir, enterró un tesoro en un lugar que yo sólo conozco. Perlas, piedras y monedas dejó allí y yo no debía tocarlo. Así lo hice.

Como tengo dicho, pasamos a Berbería y nos asentamos en el infierno de Argel. Allí, el rey tuvo noticia de mi hermosura. Me llamó y preferí que le cegase la codicia y no mi belleza. Le hablé de las joyas y dineros que mi padre dejó enterrados y de la facilidad con que yo los podría recuperar si volvía.


Mapa de Berbería hecho en 1630 por Gerardus Mercator.

También tuvo noticia el rey de que me acompañaba un mancebo, cuya belleza dejaba atrás a todos: mi Gaspar Gregorio. Me di cuenta el peligro que corría el pobre, dado que los turcos en más tienen a un guapo chaval que a la mujer más estupenda. Y era evidente la debilidad real…Así que yo, al quite, le dije que de varón…nada de nada. ¡Tan mujer como yo! ¡Y se lo tragó, sin más!

Yo cogí a mi chico, le puse unos trapitos y, vestido de morita, lo llevé ante el rey. Decidió mandarlo a casa de unas moras principales, de las muy serias, que…menudo peligro si lo envía al serrallo. Nos apartamos con dolor, como dos que bien se quieren, pero paciencia que he de ir a España, en busca del tesoro. Lo primero es lo primero. No te me pierdas, amor mío.

El rey decidió que yo volviera a España en un bergantín, con los dos turcos que mataron a los soldados. Me acompañó también un renegado español, buenísima persona y cristiano encubierto. La marinería era chusma turca y mora, para darle al remo, casi nada.

Los dos turcos fueron a su bola y no obedecieron la orden de dejarnos, a mí y al buen renegado, en la primera tierra española que topásemos, vestidos de cristianos, claro. Prefirieron barrer la costa y hacer alguna presa, que no confiaban en nosotros, podríamos descubrirles.

Y a sabe vuestra merced, por el famoso libro y por el galeote, lo que nos pasó con las galeras. Junto a la entena, temí perder la vida y rogué me dejasen morir como cristiana, que yo no tenía culpa alguna de la culpa de mi nación.

Callé y lloré, muchos lloraban. El virrey, tan tierno, me quitó con sus manos el cordel que ataba las mías.

Mientras contaba yo esto, me miraba y me miraba un anciano peregrino. Al final, se arrojó a mis pies, los abrazó. Le costaba hablar, sollozaba, suspiraba. De pronto me reconoce, soy Ana Félix, su hija. Él es mi padre, Ricote… ¡Padreeeeee! ¡Hijaaaaaaa!

¿Anagnórisis? ¿Qué dice vuestra merced? ¿De quién ha aprendido eso la mujer amanuense del extraño ingenio luminoso?



Todo se reveló y se hizo claro. Estaba allí nuestro vecino Sancho Panza.¿Qué hacía fuera de nuestra aldea? Abrió los ojos, alzó la cabeza, nos miró, nos conoció. ¡ Sus vecinos, Ricote e hija! Abracé a mi padre, mezclamos nuestras lágrimas.

Mi padre se dirigió a los del mando y me presentó como Ana Félix, con el sobrenombre de Ricote, desdichada a pesar de llamarme feliz y rica. Les contó que anduvo por Alemania y volvió en hábito de peregrino, a buscarme y a desenterrar sus riquezas escondidas. No me encontró, aunque halló el tesoro, que trae con él. Y acababa de encontrar el tesoro más enriquecedor: su hija. Y suplicó misericordia, que nuestra culpa era poca y las lágrimas muchas. Y añade que nosotros no convenimos con la intención de los nuestros, justamente desterrados.

Nuestro vecino Sancho manifestó que mi padre decía verdad en lo de ser mi padre. De la intención, no sabe nada.

El general me concedió la vida y mandó ahorcar a los dos turcos. El virrey le pidió encarecidamente que igualmente los perdonase y así lo hizo el general.

También se ocuparon de mi Gaspar Gregorio, allá solito, en Berbería. Mi padre ofreció perlas y joyas. El renegado se ofreció a ir a por él, en un barco con remeros cristianos. Mi padre pagaría su rescate, si fueran capturados. Todo tiene arreglo, con dineros y buena voluntad.

Mi padre y yo nos vamos con don Antonio Moreno. El virrey les encarga que nos regale y acaricie. ¿Qué le pasa a este virrey? Dicen que fue mi hermosura le inspiró benevolencia y caridad. No sé, no sé.

Saludo a vuestra merced.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino

Pedro Ojeda Escudero dice en "La acequia":

"Abejita de la Vega cede su voz, en esta ocasión, a un secundario que tiene poca pero, a la luz de esta entrada, es un hombre de cultura y entendimiento fino. Y que ilustra con mucha precisión y acierto documental su comentario. En su siguiente entrada nos regala la voz de otro secundario: Ana Félix, una de las mejores recreaciones de Abejita, sin duda alguna."

Leer más: http://laacequia.blogspot.com/#ixzz0xYL3Wp61
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