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lunes, 5 de julio de 2010
"esto del amor es como un misterio y yo creo que nadie lo ha resuelto todavía. "
Caserio Zabalaga, en el Chillida Leku. La cámara de la "abejita de la vega" pilló a estos dos ¿enamorados?
Ele Bergón, mi amiga Luz del Olmo, dijo:
Ya está el cotilla del mayordomo diciéndole a los duques lo que mi padre ha hecho o dicho o ha dejado de hacer o decir ¡Qué manía le tengo!.
Ahora le van a tomar el pelo al Alonso y el bobo va a caer en la trampa,no sin antes encomendarse a Dulcinea, hacia tiempo que no la mentaba, pero¡ay! viene el Amor " que es invisible y entra y sale por donde quiere sin que nadie le pida cuenta de sus hechos". Ahí el Cervantes ha estado sembrao, si lo sabré yo. No sé el porqué me enamoro y desenamoro sin ton ni son. Ahora estoy en el pueblo de mi madre de vacaciones y la Nerea, pues como que se me está olvidando. Yo quiero recordarla,pero pasa el día y apenas le he dedicado un pensamiento. Estoy todo el día en la calle y hay cada pibita por aquí con unos cuerpazos que cualquiera se resiste. Así que por una vez y sin que sirva de precedente, le comprendo al tal ¨Toslos, porque esto del amor es como un misterio y yo creo que nadie lo ha resuelto todavía.
Los encantadores han vuelto, claro que vienen muy bien para echarle la culpa de todo lo que no tiene explicació,como esto del amor.
Choque de manos y felices vacas para los que estáis disfrutando de ellas.¡Que bien se vive en vacaciones!
Choque de manos
El Sanchico
viernes, 11 de junio de 2010
"Abrid camino, señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad..."
Segunda parte del comentario al capítulo 2,53 del Quijote, que se publicará en "La acequia".
Sancho enalbarda el asno y…ventana emergente en mi pantalla, no es publicidad, es un viejo conocido. ¡El mayordomo! Le saludo, me imagino que viene a contarme cómo se despide, de su gobierno, el gobernador.
Así es, saludo a vuestra merced, mujer amanuense. Deseo transmitirle mi visión de aquellos hechos. Estoy con el secretario vizcaíno, el maestresala, Pedro Recio y otros muchos. Nadie dice nada, todos estamos con la boca abierta escuchándolo.
“Con gran pena y pesar” sube sobre su rucio, ya con su albarda. Nos encamina unas sabias palabras, quién lo iba a decir de aquel villano harto de ajos.
Nos pide que le dejemos volver a su libertad, a buscar su vida pasada, que la de aquí es muerte y no vida. Gobernar, dar leyes, defender ínsulas, ciudades, reinos…qué locura. No nació sino para arar, cavar, podar…Mejor le sienta la hoz que el cetro. Y cuánto mejor hartarse de gazpachos que someterse a un falso médico que le recete morirse de hambre, Lo de falso no lo dice Sancho, se me escapó de la boca, el duque sea benévolo con la indiscreción. Es capaz de mandarme apalear si se entera de que le privo de un átomo de diversión.
En verano desea acostarse a la sombra de una encina y, en invierno, bien arropadito con un zamarro de oveja sin esquilar en dos años . ¡Toma, y yo también! No quiere dormir entre finas sábanas ni vestir de martas cebollinas, qué gracioso el rústico. No, si a cambio, ha de estar a la sujeción del gobierno. No es tonto, no.
Así que nos quedamos con Dios y hemos de decirle al duque que…desnudo nació, desnudo se halla, sin blanca entró en el gobierno, sin blanca sale. Muy al contrario, ciertamente, de lo que suele ser usual por ahí.
Va a que el coloquen emplastos, para sus brumadas costillas, tan pateadas. Los escudos eran muy endebles…clavados hasta las asaduras. Pardiez qué cuchilladas le atizaron, gracias al cielo que se encogía, se encogía, como caracol en su concha.
Pedro Recio, doctor o lo que sea, le ofrece una medicina contra los golpes y le promete dejarle comer mucho y de todo. Sancho no admite la enmienda del Tirteafuera. Le contesta con un ¡Tarde piache! , a buenas horas. Se va y no quiere más gobiernos. Los Panza son linaje testarudo y no cambian de opinión.
Muy acertadamente compara su gobierno con las alas que para su mal, le nacieron a la hormiga. Ahora ha de bajar y andar por tierra firme, con sus modestas alpargatas. Cada uno en su sitio y que nadie se estire, en la cama, de lo que da de sí la sábana. Cómo se explica ése que yo llamaba el majagranzas. Y que le dejemos pasar.
Yo le digo, con la mayor cortesía, que de buena gana le dejamos ir, mas nos pesa mucho perderle, por su “ingenio y su cristiano proceder”. Y le recuerdo que todo gobernador ha de “dar residencia”, rendir cuentas públicamente,. Le animo a hacerlo y puede ir en paz.
Me contesta que puesto que va a verse con mi señor el duque, a él se la dará “de molde”. Y, saliendo desnudo como sale, no hay mejor señal para dar a entender que ha gobernado bien.
Recio también es de parecer que le dejemos ir, que al duque le ha de gustar infinito. Y si el duque está contento, nosotros también…Todos los presentes estamos de acuerdo y le ofrecemos todo lo que quiera para su regalo y comodidad.
Sólo quiere un poco de cebada para su rucio y, para él, medio queso y medio pan. Suficiente para un camino tan corto. Todos le abrazamos y él, llorando, nos abraza. Quedamos admirados de sus razonamientos y de su determinación. ¡Qué lección nos ha dado el señor gobernador! Esto último, con mis mayores respetos.
Un abrazo de María Ángeles Merino.
Pedro Ojeda dijo en "La acequia":
"Abejita de la Vega tampoco deja ningún pormenor sin relatar, pero quiero llamaros la atención del prólogo en imágenes y en intención que tiene su primera entrada sobre este capítulo, así como sobre la ilustración central. Después vuelve a tomar la voz nuestro viejo conocido, aunque no muy querido, mayordomo, para contarnos el final de la aventura de la ínsula. El Sanchico -del que sabemos gracias a Ele Bergón- está orgulloso de la honradez de su padre en el gobierno y se alegra de que haya terminado todo: piensa que va a sentar la cabeza como parece que lo hace él mismo este año."
Leer más: http://laacequia.blogspot.com/#ixzz0qriPzWc5
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sábado, 29 de mayo de 2010
"...que el mismo Licurgo, no pudiera dar mejor sentencia que la que el gran Panza ha dado" (2)
Ana Queral pinta al Quijote.
Segunda parte del comentario al capítulo 2,51 del Quijote, publicado en "La acequia".
Así que, aquel día, Sancho come sin reglas tirteafueras ni recios aforismos. Y, al levantar los manteles, entra un correo con una carta de don Quijote, dirigida a su persona. Manda al secretario que la lea para sí, y si no hay algo secreto, que lo haga después en voz alta.
Vaya, otra vez se abren, en mi ordenador, extrañas ventanas emergentes. Espero que no sea el mayordomo, aunque me extraña que no haya aparecido por aquí, en este capítulo. No, no es él. Es…otro personaje. Veamos qué dice. Está hablando consigo mismo en otra lengua. “Agur Maria, graziaz betea,
Jauna da zugaz, bedeinkatua…”
¿Euskera? Sí, debe ser el secretario del gobernador Sancho Panza en la ínsula Barataria, que participa en este capítulo.
Arratsaldeon. Saludo a vuestra merced. Le comunico que acabo de despistar al señor mayordomo, el cual se dirigía hacia este canalículo. El miedo que he pasado atravesando estos angostos pasillos, estrechos incluso para un fantasma, me ha llevado a rezar en mi lengua materna.
Como bien dice vuestra merced, soy secretario del gobernador, por gracia del señor duque, el cual me eligió por saber leer, escribir y ser vizcaíno. Los secretarios vascos somos muy bien valorados por nuestra lealtad, fidelidad, cortedad de palabras y buena letra.
El escritor no puso mi nombre, pero les ruego, por Jaungaicoa, no vayan a confundirme con aquel Sancho de Azpeitia, el derrotado por don Quijote, aquel que preguntaba: “¿yo no caballero?”. Como pueden comprobar, no todos los de mi hermosa tierra desbaratamos las oraciones. Los hay cultos e incultos, como en todas partes.
"Don Quijote pelea con el vizcaíno"
Vayamos a mi trabajo. Leo, para todos los presentes, la carta de don Quijote de la Mancha al gobernador de la ínsula Barataria. En letras de oro debiera estar escrita tan discreta carta.
Veamos, pues, lo que dice. Descuidos e impertinencias, eso esperaba Don Quijote que le contaran del “amigo Sancho”. Le dan cuenta de sus discreciones y agradece, por ello, al cielo; el cual de los tontos sabe hacer discretos. Esto no es muy cortés, pero ahí queda escrito…
Parece ser, pues, que gobierna humana y humildemente. Por eso, le advierte que no siempre resulta conveniente la humildad, aunque su persona lo sea. Corre el riesgo de menoscabar la autoridad que requiere el gobierno Y le aconseja que vaya bien vestido, con el hábito adecuado, sin adornos llamativos y exagerados, limpio y bien compuesto.
fallsailor.blogspot.com/2009/01/las-dolly-espaolas.html
Para ganarse la voluntad del pueblo, ha de “ser bien criado con todos” y evitar el hambre de los pobres. Esto último, piensa este vizcaíno, ha de ser su principal empeño; tan imposible es gobernar a un hambriento.
Las pragmáticas han de ser de las que se cumplen, pocas y buenas. Que las leyes que atemorizan y no se ejecutan son como la viga del cuento aquel de “Las ranas pidiendo rey”. Que primero las espantó y con el tiempo se subieron encima. Cuidado no se le suban a la chepa…
Le dice, muy sabiamente, que sea “padre de las virtudes y padrastro de los vicios”. Ni duro ni blando ha de ser siempre, buscará el término medio, tan difícil, creo yo, pues.
A cárceles, carnicerías y plazas ha de ir a menudo. Si despacha con brevedad, brevemente, los presos estarán agradecidos, los carniceros igualarán los pesos y las placeras huirán. Ya estoy viendo a los presos besarle los pies, a los carniceros escondiendo los pesos trucados y a las mozas del partido con el hatillo al hombro.
No ha de mostrarse codicioso, mujeriego o glotón. De mujeriego, creo que no peca este gobernador, tiene razón don Quijote. Otra cosa es lo de codicioso y glotón. Lo que le dice es que, si el pueblo descubre su punto débil, por ahí le atacarán.
Antes de partir para Barataria, don Quijote le dio por escrito unos buenos consejos. Ha de repasarlos, le servirán de ayuda. Le han servido, lo de la horca y el puente, lo resolvió con una de aquellas lecciones.
Don Quijote quiere que escriba y se muestre agradecido con los señores duques, que la ingratitud es gran pecado y la persona agradecida también lo será de Dios. No ha de olvidarse, pues, de agradecer a la duquesa el vestido y los corales que envió a su Teresa.
El caballero le cuenta que convalece de “un cierto gateamiento”, donde las más sufridas fueron sus narices. Pero, tranquilo, que si hay encantadores malos, también los hay buenos.
Le pide que le avise si se confirma lo del mayordomo que hizo de Trifaldi. Uy, no, no quise decir eso. Menos mal que debe andar perdido por ahí y no aparece…de momento.
De todo lo que le suceda, le irá dando aviso, que el camino es corto y esta vida ociosa no es para su persona.
Le han ofrecido un negocio, fuera de esta corte, y ha de cumplir con su obligación antes que con su gusto y el de estos señores. Y le escribe aquello de “amicus Plato, sed magis amica veritas”. Ahora que es gobernador, lo habrá aprendido. Risueño, el andante, pues.
(Sigue)
jueves, 27 de mayo de 2010
"...que el mismo Licurgo, no pudiera dar mejor sentencia que la que el gran Panza ha dado"(1)
http://hugoherci.wordpress.com/2009/04/15/reforma-educativa/
Primera parte del comentario al capítulo 2,51 del Quijote, publicado en "La acequia":
Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos.
En el capítulo anterior viajamos con el paje hasta la aldea, a la humilde casa donde vive Teresa Panza con sus dos hijos. La burla se translada y, a la vuelta, el fiel mensajero ha de contar, con pelos y señales, como Teresa y Sanchica han mordido el anzuelo. Qué gusto tan amargo nos han dejado las fantasías imposibles de madre e hija.
Este capítulo enlaza con el anterior al anterior, el de la ronda nocturna por Barataria. Amanece y amanece de verdad, esta vez sin paródicas imágenes mitológicas, sin rubicundos Apolos , ni rosadas auroras, ni pintados pajarillos con sus arpadas lenguas.
El maestresala, aquel que acompañó a Sancho, no ha podido pegar ojo , enamoradísimo de la jovencita enclaustrada, la vestidita de varón.
Y el mayordomo, tecleo despacio no vaya a aparecer por aquí, ha de pasar la noche escribe que te escribe, para que sus señores no pierdan ripio del gobierno sanchesco. Admirado queda de sus hechos, aunque haya algún asomo tanto. ¡Cómo has cambiado, mayordomo-director de escena!
Se levanta Sancho y desayuna una mínima ración de fruta confitada y unos tragos de agua enfriada. Tal es la dieta prescrita por el Tirteafuera, para los mandamases, con el fin de avivar su ingenio, dice. Poco y delicado… Pan y uvas comería muy a gusto, que con tanta palabrería, el gobernador pasa hambre canina y maldice, en secreto, el gobierno y quien se lo dio.
Con la conserva y el agua helada bailando en su estómago, ha de resolver lo que le propone un forastero, un acertijo paradójico, para que se devane bien los sesos y diga alguna tontería. El mayordomo y los demás acólitos están presentes.
Le cuenta que un río dividía dos términos de un mismo señorío. Sobre el río, un puente y, al final del mismo, una horca y una casa de audiencia. Cuatro jueces velaban por el cumplimiento de la ley que puso el dueño del señorío, la cual obligaba, al que pasare de una parte a otra, a jurar a dónde iba. Si en lo que juraba se echaba de ver que decía verdad, los jueces lo dejaban pasar. Si decía mentira, moría en la horca.
Pero hubo uno que juró que iba a morir en aquella horca. Los jueces no saben cómo resolver el dilema, si lo dejan pasar, mintió y debe morir. Si lo ahorcan, él juró que iba a morir en la horca, luego dijo verdad.
Los jueces no saben qué hacer, mas conociendo el “elevado entendimiento” de Sancho, enviaron al forastero preguntador, para solicitar su parecer. Eso del elevado entendimiento deja perplejo a Sancho, que afirma tener “más de mostrenco que de agudo”. Pero si se lo repiten, tal vez dé con la respuesta.
Le refieren otra y otra vez el caso. Propone una solución salomónica, la parte que juró verdad la dejen pasar y la que dijo mentira la ahorquen. No es válida, si lo dividen, por fuerza morirá. Así que sigue dando vueltas, hasta que recuerda lo que le aconsejó don Quijote, en vísperas de ser gobernador. Fue aquello de que, cuando la justicia esté en dudas, lo mejor es acogerse a la misericordia: no se le ahorcará.
El mayordomo considera que Licurgo no pudiera dar mejor sentencia que la del “gran Panza”. Fijaos en ese “gran”, que ahora es sincero. Él dará orden para que le den de comer a su gusto, olvidando esas parcas raciones, las prescritas por el falso galeno. No más audiencias por hoy, el asesor de farsas no aguanta más. Es un cargo de conciencia matar de hambre a tan discreto gobernador. Esta noche piensa hacer la última burla del guión, espera que de verdad lo sea.
La promesa de la comida renueva las fuerzas del debilitado Sancho. Denle de comer y vengan casos y dudas. Con el estómago lleno, todo lo despabilará.
(Sigue)
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jueves, 13 de mayo de 2010
"...vamos a rondar, que es mi intención limpiar esta ínsula de todo género de inmundicia y de gente vagamunda , holgazanes y mal entretenida"
Abejita fulera y peleona, a tono con este capítulo. ¡Cómo la vea el gobernador Sancho, en su ronda!
Comentario al capítulo 2,49 del Quijote, segunda parte, publicado en "La acequia"
De lo que le sucedió a Sancho Panza rondando su ínsula.
En el capítulo anterior al anterior, dejamos a Sancho encolerizado con aquel rico labrador que, después torturarle con su esperpéntica pintura familiar, tiene la desfachatez de pedirle dinero. Y, ahora Cervantes lo confiesa, aunque lo suponíamos, qué me van a contar a mí…Que el mayordomo industrió al insoportable personaje, por orden del duque. ¡Qué dominio de la farsa tiene este tipejo! Me callo, no vaya aparecer otra vez, por aquí.
Todos se ríen, pero Sancho capea el temporal y hace frente al coro de burladores, con su inesperado ingenio. Y, en este capítulo, expone su programa de gobierno y resuelve los tres casos presentados, en su ronda nocturna. Y lo hace admirablemente, sólo guiado por sus luces naturales, volviendo las burlas “en veras”.
Veámoslo actuar. Comienza reflexionando acerca de las visitas importunas, a cualquier hora, que han de sufrir jueces y gobernadores, ahora los entiende. Ni dormir ni comer les dejan y…hablando de comer, maldice a ese Pedro Recio Tirteafuera, allí presente. Ése que le quiere dar vida, matándole de hambre. Maldito él, malditos todos los malos médicos y palmas para los buenos.
Todos quedan admirados de la elegancia en el hablar de Sancho y no saben de dónde lo saca ese rústico. Tal vez, la clave esté en la gravedad del cargo, que unas veces adoba y otras entorpece los entendimientos.
Y, por fin, se ablanda el recio doctor de mal agüero y promete darle de cenar, a pesar de Hipócrates. Contento el gobernador, pero con grande ansia, espera el tan esperado momento de hincar el diente a…lo que sea. Un salpicón de vaca y unas manos de ternera , pasaditas de días. No importa, la humilde comida le sabe mejor que esos manjares volátiles, y no volátiles que cita el escritor. Cervantes, se relame citando estas exquisiteces que, posiblemente, paladeó en alguna mesa, ¿italiana?, mejor abastecida que la suya.
Ahora se dirige, respetuosamente, al “señor doctor” y le pide que no le dé de comer “manjares esquisitos”, que su estómago recibe con melindre o con asco. Cabra, vaca, tocino, cecina, nabos y cebollas son los alimentos básicos en la manchega dieta sanchesca. Y lo mejor, esa olorosas ollas podridas, con tantas cositas ricas, manjar compuesto pero delicioso. Estará agradecido y se lo pagará algún día.
Sancho Panza pide a su expectante auditorio que no se burle, que coma, viva y deje vivir; para pasar, con posterioridad, a su programa de gobierno. Nada más sencillo: defender derechos, evitar cohecho y velar cada uno por lo suyo.
El maestresala le asegura que los insulanos estarán de acuerdo con tales principios expuestos y esa “suave forma de gobernar”. Le servirán bien, sin dar lugar a desobediencia alguna.
Tras opinar que los insulanos serían necios si otra cosa pensaren, vuelve a lo suyo, a lo que más importa: su sustento y el del rucio. Así lo dice, sin embarazo alguno. Más claro, agua.
Anuncia que ya es la hora de ir a rondar y que su intención es limpiar la ínsula de gente holgazana, tan perjudicial a la república. Y nada de cambiar el inmutable orden social establecido: los labradores favorecidos, los hidalgos con sus privilegios, los religiosos respetados y los virtuosos premiados.
El gobernador pregunta a sus gobernados si está diciendo algo... y contesta el mayordomo. Sí, aquí está, en la pantalla, aquel que fue Merlín y la Dolorida, el que industrió al labrador pintor y socarrón. Hable, hable vuestra merced, puesto que es imposible impedírselo.
Saludo a vuestra merced y sigo con el labriego escudero gobernador de Barataria. Le muestro mi admiración, cómo un hombre iletrado puede hablar con tantas “sentencias y avisos”, algo que no esperábamos de su ingenio. Tengo que reconocer que los burladores nos hallamos burlados. ¡Los del busilis pensábamos reír a carcajadas, a costa de su simpleza!
De noche, ése que bautizamos como Pedro Recio le permite cenar y, con el estómago lleno, se siente capaz de seguir la costumbre de tantos gobernantes, la de realizar una ronda nocturna. Va con su vara, escoltado por el secretario, el maestresala, alguaciles, escribanos y yo mismo. Buen escuadrón.
No, esta ronda no es la de Sancho, ésta es la de Rembrandt...
No muy lejos del punto de partida, unas pocas calles más allá, hemos dispuesto una pelea de dos hombres, a cuchilladas. Uno de ellos se queja, a gritos, de un robo. No estaba previsto el que gritara tanto…Si exageramos, corremos el riesgo de descubrir la farsa.
Es increíble, el majagranzas se dirige al de los gritos, con un “Sosegaos”, expresión que hizo famosa nuestro rey Felipe II, que Dios guarde, ante los súbditos que temblaban en su presencia. El gritón se convierte en “hombre de bien” y es requerido para que cuente la causa de la pendencia.
Estamos ante una pelea de dos jugadores de naipes. Uno acaba de ganar más de mil reales y se niega a pagar, al otro, lo que le corresponde por haber estado presente en la partida. Creo que, a esa propina, es conocida como “el barato”. El mirón va tras él y le pide siquiera ocho reales. Cuatro reales, sólo cuatro, está dispuesto a dar el que ganó mil.
Sancho pregunta la opinión del ganancioso, el cual responde que es verdad cuanto dice y no le da más reales porque se los da muchas veces. Y obligados están los que “esperan barato”, a poner buena cara, les den poco o mucho.
El señor gobernador responde a mi pregunta, acerca de lo que ha de hacer. Y sentencia que el ganancioso ha de dar, a su observador, cien reales. Y ha de desembolsar treinta reales para los pobres de la cárcel.
Y el acuchillador es desterrado de la ínsula, por diez años. Y como vuelva antes del plazo, el señor gobernador mismo lo colgará de la picota. Que él no quiere ver, en su ínsula, a gente sin oficio ni beneficio, que como tal se presentó el desterrado. Y así se hace.
Ahora Sancho, orgulloso de su sentencia, quiere ir más lejos: fuera las casas de juego. ¡No sabe que pincha en hueso! El escribano le aclara que, la de aquí, no la puede quitar porque es “de un gran personaje”; aunque, tal vez, pueda cerrar” garitos de menor cuantía”. Y le explica que, en casas principales, no se atreven los fulleros; con lo cual no parece muy conforme este Panza.
Tal y como esperábamos, todos menos Sancho, aparece un “corchete” que trae detenido a un mozo. Nos cuenta que el mancebo iba hacia ellos y, así como divisó a la justicia, comenzó a correr. Pensaron que era un delincuente y fueron a por él. Tropieza y lo atrapan…
Sancho le pregunta por qué huye y tiene que oír las ocurrentes respuestas de un gracioso. Yo le preparé la bromita, bien urdida.
Irritado, le manda a la cárcel, para que duerma allí. El mozo le contesta que , en modo alguno, podrá hacerle dormir allí. Y sigue con su gracia, todo su poder no será bastante para hacerle dormir en la cárcel. No habrá quien le haga pegar ojo, en prisión, si él no quiere. Ni alcalde, ni grilletes, ni cadenas, nada será suficiente.
Al final, entiende lo de “dormir en la cárcel”, le manda a su casa y le advierte que no se burle con la justicia, que puede salir mal parado.
Sigue la ronda el gobernador y, poco después, aparecen dos corchetes que traen otro preso. Todos me miran porque esto no está preparado, ignoro quién es ése jovencito, tan bello, que traen asido.
Me dice el corchete que, aunque parezca hombre, es mujer, como de dieciséis años, bellísima y ricamente ataviada. Lleva los cabellos, lo que más la puede delatar, recogidos en una redecilla de oro y seda verde. Medias, greguescos, jubón, zapatos…todo ello lujosísimo y masculino. Lleva una daga, que no espada ceñida. ¿De dónde ha salido esta reina de la hermosura? Los naturales del lugar no la conocen.
Sancho también es sensible a su belleza, le pregunta quién es y por qué se ha vestido con aquel atavío. Ella, avergonzada, quiere declarar que no es ladrón ni facineroso, sino doncella desdichada que, por celos, ha roto el decoro que a la honestidad se debe.
Aconsejo a Sancho que ordene retirarse a la gente, para que la joven hable con menos empacho. Lo hace así y ahora sólo somos cuatro: gobernador, maestresala, secretario y yo.
Al final, confiesa que es la hija de Diego de la Llana. Conozco muy bien a este rico hidalgo, padre de un hijo y una hija. Desde que enviudó nadie puede decir que ha visto el rostro de su hija, tan encerrada la tiene. De verdad que es hermosa esta niña…
La doncellita comienza a llorar y pensamos que le debe de haber sucedido algo de importancia.
Sancho se enternece, tiene buen fondo este labriego. Intenta consolarla y le pide que, sin temor, cuente lo sucedido, que tratará de poner remedio.
Responde que su padre la ha tenido encerrada diez años y no sale ni a misa, que la oye en un oratorio. Desconsolada, quiere ver el mundo, por lo menos, el pueblo donde vive. Le parece, y le parece bien, que su deseo no va contra el buen decoro propio de doncellas principales.
Llora, suspira, se eterniza contando su desgracia…¡Cómo la mira el maestresala!
Su hermano le habla de toros, juegos de cañas, comedias. Y ella le ruega que la vista con uno de sus vestidos y la saque de noche a ver el pueblo. Él accede y, a su vez, se viste con ropas de su hermana. Como no tiene barba, parece también una hermosísima jovencita.
Cuando quieren volver a casa, oyen un gran tropel de gente y echan a correr. La muchacha tropieza y el “corchete” la trajo ante nosotros.
Se confirma la verdad cuando traen preso a su hermano, que cuenta la misma historia. Faldellín, mantellina, cabellos como sortijas de oro. Tan bello y bien ataviado como su hermana.
Sancho los reprende suavemente por su “rapacería”. Con decir quiénes eran y sus inocentes propósitos había bastado. Tanto gemidito y suspirito para nada.
La doncella se disculpa, la turbación no la dejaba hablar como debía.
El gobernador lo tiene fácil, hay que llevar a estos niños a su casa. Y suelta algunos refranes, de esos que tanto irritan a su don Quijote. La doncella honrada, la pata quebrada, la mujer, la gallina, la deseosa de ver y la que quiere ser vista. Sabios refranes, maguer rústicos.
El maestresala, enamorado de la doncella, decide pedírsela por mujer a su padre. No s la negará al criado del señor duque.
Sancho tiene el atrevimiento de pensar en una posible boda de su hija Sanchica, con el hermanito de la llorona doncellita.Increíble, ae lo cree, no sabe lo que le espera.
Desaparezco.
Un abrazo para todos de María Ángeles Merino
Pedro Ojeda dijo en "La acequia":
"Abejita de la Vega juega y se bate para comentar el capítulo, aunque la voz es del conocido mayordomo, que ya sabemos que ha tenido que reconocer la bondad de Sancho... Después publica la opinión del Sanchico, gracias a Ele Bergón, que está bien orgulloso de su padre pero como lo tiene tan lejos, parece que no ha estudiado mucho".
Jugué y me batí pero se salió con la suya este mayordomo, poco amigo de Sancho. Como tú dices, reconoce la bondad de su "gobernador", al fin. Ahora Sancho es Sancho. Sigamos, estoy con una nueva secundaria. ¿Adivinas quién es? Ica, ica.
viernes, 16 de abril de 2010
"Paréceme que en este pleito no ha de haber largas dilaciones, sino juzgar luego a juicio de buen varón"
Abejita con tijeras, paño y caña. No tenía escudos de oro...
Tercer parte del comentario al capítulo 2,45 del Quijote, publicado en "La acequia".
Pero no lo voy a poder contar. Voy a tener que dejar hablar al mayordomo o no dejará en paz mi ordenador, es peor que un virus. Hable vuestra merced, le escucho atentamente.
Saludo a vuestra merced,mujer amanuense. Le contaré como fue el gobierno del tal Sancho. Le acompañamos hasta uno de los mejores lugares del señorío de mi señor, valga la redundancia: unos mil vecinos. Le decimos que se llama ínsula Barataria, puesto que bien barato le ha salido el cargo. El regimiento del pueblo sale a recibirlo a las puertas, puesto que se trata de una villa cercada. Tocan las campanas, los vecinos muestran su alegría y lo llevan hasta la iglesia mayor a dar gracias a Dios. Le entregan las llaves, de acuerdo con el ceremonial que conmigo han ensayado. Lo que me costó que lo dijeran todo seguido y sin reírse.
El “perpetuo gobernador” es gordito, pequeño, barbudo y viste con un ridículo atuendo leonado. Su figura llama la atención de los que no saben nada de la farsa e , incluso, de los que los que conocen el “busilis”.
Lo sacamos de la iglesia y no paramos hasta que posara sus valientes posaderas, en la silla del juzgado.
Le hago saber que, según una vieja costumbre insular, el que toma posesión de Barataria, ha de responder a una pregunta dificultosa, para que el pueblo compruebe el mucho o poco ingenio del nuevo gobernador.
Sancho mira y remira unas grandes letras que hemos puesto en la pared. Como no sabe leer, pregunta qué son esas “pinturas”. Le contesto que el epitafio dice, tras la fecha, que el señor don Sancho Panza tomó posesión de esta ínsula. Sancho pregunta por ese tal “don Sancho Panza” y le contesto que no es otro sino el sentado en la silla. Me replica que él no tiene don, ni en su familia lo ha habido. Es Sancho Panza “a secas”, sin “dones ni donas”. Y si hay muchos dones, ya se encargará él de eliminar el sobrante, que tantos dones molestan cual mosquitos. Cuando se enteren algunos que no se apean del don ni del doña…aunque ya se sabe que don sin din…
Me pide que le haga la pregunta que ha de responder pero, en ese momento, entran dos hombres, uno de labrador y otro de sastre, con sus tijeras. Ambos saben bien lo que han de decir y hacer, que esta farsa es cosa mía. Mi trabajo me costó convertir a los lacayos y a las fregonas en comediantes. Me vino a la memoria un viejo cuento, uno de los que contaba mi abuela, junto al fuego, durante las largas tardes invernales.
Habla el fingido sastre y cuenta que el labrador, allí presente, le muestra un pedazo de paño, preguntándole si hay para una caperuza, a lo que responde afirmativamente.
Como, los de este oficio, arrastran cierta fama de apañadores de paño; el cortador imagina lo que el campesino imagina: que le quiere hurtar una parte. E imagina bien porque, a continuación, pregunta si hay para dos. Le dice que sí y va añadiendo síes hasta llegar a cinco. Corta y cose las cinco y el sastre las tiene listas, cuando el labriego pasa a recogerlas. Y se las entrega; pero, se niega a pagarle la hechura, exigiéndole que le pague o devuelva el paño.
Sancho, muy en su papel de juez, pregunta, al cliente del sastre, si todo es así. Y así es, mas el sastre ha de mostrar su trabajo.
De debajo de su capa, asoma una mano, con cinco caperucitas, cada una cabe en un dedo. Y se las han de pagar, cómo no, que del paño nada ha quedado. Cómo nos reímos todos...
Al gobernador le parece un pleito sencillo y breve, basta el “juicio de buen varón”. Así sentencia: el sastre se queda sin hechuras y el labrador sin paño. Las caperuzas, para los presos de la cárcel; aunque no sé qué harán con ellas, por mucha imaginación que yo le ponga.
A continuación, se presentan dos criados, de los más ancianos del palacio. Van a hacer un papel, de eso precisamente…de viejos. Han ensayado bien lo que han de hacer y decir, mas les hago señas para que no me miren tanto.Soy el director, pero no ha de notarse.
Uno de ellos lleva una cañaheja por báculo, el elemento clave del fingimiento. El “sin báculo” expone su caso : prestó diez escudos de oro al otro, el cual se niega ahora a devolvérselos , diciendo que nunca tal cantidad le prestó y que ,si así fue, ya se los ha devuelto. Por ello, pide a Sancho le tome juramento y, si jura que los ha devuelto, él se los perdona, ante la justicia humana y la divina.
El gobernador baratario, con la vara hacia arriba, le pregunta qué dice a esto, al del báculo. Éste confiesa que, efectivamente, recibió los escudos, en préstamo; mas le pide que baje la vara, para jurar que ya se los ha pagó. Sancho la baja y el moroso da el báculo al acusador, para que se lo sostenga, mientras jura. Pone la mano en la cruz de la vara y jura ser verdad que le habían prestado aquellos diez escudos, pero que él “se los había devuelto de su mano a la suya” y , si los vuelve a pedir, es por su mala memoria.
El gran gobernador pregunta al acreedor qué le parece lo que dice el deudor. Y contesta, con cara de ingenuo muy bien puesta, que parecía decir la verdad, que le tenía por bueno y por cristiano, se le habrá olvidado...y a callar. El deudor coge su báculo y sale.
El de la vara mira cómo se va el de la cañaheja y se queda pensativo un rato. ¡Ya está! ¿No será que el destripaterrones gobernador se sabe el cuento? Porque manda que llamen al de la caña o báculo, o lo que sea. Se lo traen y le pide que le entregue el báculo. Se lo da y Sancho se lo pone en la mano al otro viejo, diciéndole que ya está pagado. Quiere que todos vean que tiene “caletre” el señor gobernador. Manda que se rompa la caña, así se hace y ¡dentro hallan diez escudos de oro!
Todos quedan, quedamos, admirados y hay quien dice que estamos ante un nuevo Salomón. No es para tanto, es que se sabía el cuento, que se lo contó el cura de su pueblo *.
Le preguntan que cómo lo supo y contesta que se fijó en cómo daba el báculo al otro, mientras juraba. ¡Ahí debían estar! Y los curas de aldea que cuentan estas historias, en sus sermones, para que la gente escuche con gusto y , de paso, aprenda la doctrina..
Será verdad eso de que los que gobiernan, aunque sean unos porros, son encaminados por Dios en sus juicios. Y éste ¿es un listo tonto o un tonto listo? ¿Lo sabrá ese que escribió el libro favorito de mi señor, el duque? Posiblemente, ni ése lo sabe.
* Ver anotación 33.
(Continúa)
jueves, 15 de abril de 2010
¡ A ti digo, ¡oh sol..., a ti digo que me favorezcas y alumbres la escuridad de mi ingenio...!"
¡"Oh perpetuo descubridor de los antípodas, hacha del mundo, ojo del cielo , meneo dulce de las cantimploras , Timbrio aquí , Febo allí, tirador acá , médico acullá, padre de la poesía, inventor de la música, tú que siempre sales y, aunque lo parece, nunca te pones !"
Primera parte del comentario al capítulo 2, 45 del Quijote, publicado en "La acequia"
De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula y del modo que comenzó a gobernar.
Comienza el capítulo con un ¡oh! ¿Qué le pasa ahora a la “voz textual anónima”? ¡Cielos, se ha vuelto pagano! Invoca, solemnemente al sol, como astro y como dios Apolo. Como gran astro, ilumina cada día todo el globo terrestre con su antorcha, siempre sale, nunca se pone, es fuente de vida…y es tan humilde que desciende a menear dulcemente las cantimploras. Como dios Apolo es invocado con sus epítetos, pero con sorna: Timbrio aquí, Febo allá, tirador aquí, médico acullá… innumerables oficios los suyos, qué espabilado.
¿Y en qué va a desembocar el geográfico y mitológico rodeo? En las dudas del narrador, que no ve nada claro lo del gobierno de Sancho, y pide luz para su ingenio.
Tras este párrafo de tono paródico, nos encontramos de nuevo con Sancho y su acompañamiento. Llegan a la ínsula Barataria y…ahí está el mayordomo, el que fue Merlín y luego pasó a ser condesa Trifaldi. ¿Cómo he podido pensar que no se iba a inmiscuir en mi comentario?
(Continúa)
viernes, 9 de abril de 2010
Pero al traductor ¿qué le importa si la historia es seca y limitada?
El esquema que muestra la abejita, lo copió de aquí:
Primera parte del comentario al capítulo 2,44 del Quijote, publicado en "La acequia".
Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno, y de la estraña aventura que en el castillo sucedió a don Quijote
Las primeras líneas son muy confusas, las leo y las releo: “Dicen que en el propio original desta historia se lee que llegando Cide Hamete a escribir este capítulo no le tradujo su intérprete como él le había escrito “
Y ¿por qué hace esto el que, se supone, ha de ser fiel al texto? Nos quedamos con la boca abierta: “un modo de queja que tuvo el moro de sí mismo”. Al parecer, al morisco aljamiado, no le place “una historia tan seca y limitada” como es la de don Quijote. Hablar siempre de los mismos, don Quijote y Sancho, sin digresiones, sin otro tipo de episodios, es un trabajo insufrible y estéril para el autor.
Pero al traductor ¿qué le importa si la historia es seca y limitada? Respiro, aliviada, cuando leo, en una anotación, al cervantista Diego Clemencín: «Todo esto del principio del capítulo es una algarabía que no se entiende. Porque ¿cómo podía leerse en el propio original de la historia que no lo había traducido fielmente su intérprete?”
¿A dónde quiere ir a parar Cervantes, el autor real? Este berenjenal está destinado a desembocar en “El curioso impertinente” y “El capitán cautivo”, novelas que intercaló, en la primera parte, para huir del inconveniente de “hablar por las bocas de pocas personas”. A la vista de algunos reproches que recibieron estas novelas cortas, totalmente ajenas al argumento principal y artificialmente encajadas, va a cambiar de rumbo y nos cuenta los motivos que le asisten.
Tal vez, algunos lectores, centrada su atención en el hilo principal de la historia, pasarían por las novelas del curioso o del cautivo, con prisa o con enfado, sin apreciar su “gala y artificio”; que lo tenían, cómo no.
Por eso, no quiso incluir, en esta segunda parte, novelas sueltas, sino algunos “episodios”, nacidos de los sucesos quijotescos, con las palabras limitadas, sin extenderse demasiado. Puesto que, por necesidades de la narrativa, se ha dejado tanto en el tintero, tiene el desparpajo de pedir alabanzas “por lo que ha dejado de escribir”. Tiene razón, al que escribe tanto, o más esfuerzo, le cuestan las palabras desechadas como las admitidas. En la cabeza de Cervantes bullen las palabras, las oraciones, los párrafos, los mil y un cuentos, las mil y una historias. Seguramente, le cuesta elegir, le duelen las limitaciones…
Prosigue la historia, acaban de comer y don Quijote pasa sus consejos a un escrito, ya buscará Sancho quien se los lea. Se los entrega, pero se le cae el papel y llega a las ávidas manos de los duques, admirados tanto de la locura como del ingenio del caballero. El escrito les estimula, han de seguir con las burlas ya, antes de que esto se enfríe. Esa misma tarde envían a Sancho, con acompañamiento, al lugar elegido como ínsula. ¿Quién le acompaña?
Ay, que por la pantalla aparece nuestro viejo amigo secundario, el mayordomo aquel que de Merlín pasó a metamorfosearse en la dueña Dolorida. Me está hablando, subo el volumen, lo escucharé.
Saludo a vuestra merced, mujer amanuense, sin pluma ni tintero, lo cual parece obra del Maligno. El motivo de mi breve visita es contarle mi nuevo encuentro con Sancho Panza, con ocasión del acompañamiento, hasta la ínsula otorgada por mi señor, el duque. Le gustará a su señoría, el gobernador...En el recinto del palacio ducal no faltan espacios adecuados, dignos de tan grande señor...
Después de ser la condesa Trifaldi, llovieron sobre mi persona las felicitaciones, por mi discreción y gracia, lo uno junto a lo otro. Todos se hacen lenguas de mi donaire, especialmente mis señores, que me instruyen acerca de las trazas y el estilo que he de seguir con este Sancho Panza. Mi vieja profesión de comediante, me ayuda...
Acaece que Sancho me ve e, inmediatamente, se le figura el rostro de la condesa Trifaldi . O se le ha de llevar el diablo, o su señor ha de confesarle que el rostro del mayordomo es el de la Dolorida. Así se lo plantea a don Quijote, el cual me mira atentamente y su respuesta no me causa sorpresa, porque conozco al personaje, a través de la lectura de la famosa obra impresa, aquella que devoraba el duque, encerrado en la biblioteca. Aquellos folios nos pusieron a salvo de la cólera de su excelencia, en ocasiones.
No sólo de lectura me alimento, ya saben vuestras mercedes que los últimos episodios los he vivido directamente. Disculpen la digresión...estaba hablando de la previsible respuesta del caballero andante , pues responde :“ que el rostro de la Dolorida es el del mayordomo, pero no por eso el mayordomo es la Dolorida”. ¿La solución a la adivinanza? Todo es obra de malos encantadores, por supuesto.
Sancho insiste con la voz de la Trifaldi. Anuncia que, de momento, calla; mas estará alerta por si alguna señal confirma o deshace su sospecha. Don Quijote queda conforme y le pide que le dé aviso, asimismo, de lo que en el gobierno le sucediere. En ascuas,queda...
El futuro gobernador sale, acompañado del sonriente cortejo, el dispuesto para tan memorable ocasión, vestido de letrado, con unas enormes prendas leonadas , tanto el gabán como la montera. Va sobre un macho, a la jineta. El rucio, holgando, más ajaezado que nunca, va detrás. Su amo , de vez en cuando, vuelve la cabeza, para contemplar al borrico de ssu entretelas. Este majagranzas va tocando el cielo con los dedos, no se cambiaría por el tudesco emperador. Se despide de mis amos, con un besamanos y , cómo no, besa asimismo la mano del suyo. Don Quijote le bendice lacrimoso y, el escudero, como un tierno infante, hace "pucheritos".
Dejémosle ir a su cargo, presto sabrá vuestra merced cómo se portó en su cargo y, tal vez, ría...Aunque me parece a mí que esta mujer amanuense no es muy amiga de estas chanzas.
Desaparezco...
(Continúa)
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