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sábado, 12 de diciembre de 2020

Clases y lecturas entretenidas y algo más. ¿Por qué leo?

 

¡Hola! Ya veis que llevo tiempo sin escribir entradas. Espero superar pronto el bloqueo y escribir un poco de mis lecturas en tiempos del coronavirus. 

Llevo la situación como puedo. 

Las clases de literatura de Pedro Ojeda, en la UBU Abierta, me hacen mucha compañía, me coloco los auriculares en el móvil o en el ordenador y voy contestando mentalmente. Unas veces me pilla de paseo bajo los árboles, otras en casa, cómodamente en el sofá. Me  ayudan a espantar la incertidumbre y, por supuesto, son motivo de reflexión y aprendizaje. Son clases de calidad. ¿Son entretenidas? Se me dispara un resorte. Entretener es un verbo que nunca me gustó, me sugiere algo vacío, matar el tiempo, pobre tiempo que se nos muere solo. Con la lectura me pasa lo mismo. Nunca me conformé con entretenerme, ni de niña cuando leía a Enid Blyton. 

Sí, la literatura tiene derecho a entretener pero yo no se lo he permitido nunca, le pido algo más. Mi amiga Luz del Olmo sonreiría, sabe bien que no me gusta decir que una lectura es entretenida y hablamos mucho de libros por teléfono. Me diría que entretenerse es, como dice la RAE, "pasar el tiempo de manera agradable". 

¿Por qué leo? No es una pregunta fácil. Qué sé yo, tal vez porque la lectura me ayuda a reconocer más que a conocer, porque me plantea preguntas, porque me sumerge en  mundos construidos con el arte de la palabra y nunca termina de saciarme, que un buen libro lleva a otro libro y a otro...Cuando era una adolescente pedante me gustaba sentirme más culta o más sabia pero eso me queda muy lejos. ¿Ejercicio mental? Bueno, también podría ser, aunque yo no piense en la gimnasia de las neuronas. Y porque el tiempo se pasa de una manera agradable, tienes razón, amiga. 

Sigo leyendo, sigo resistiendo. Un abrazo. 

María Ángeles Merino

 

sábado, 11 de julio de 2020

La lectura en los tiempos del coronavirus (3). La madre de Frankenstein de Almudena Grandes.


La hija de Frankenstein (Almudena Grandes)
La madre de Frankenstein (Almudena Grandes)

Compré la última novela de Almudena Grandes antes del confinamiento, como un regalo que me hacía a mí misma, de una autora que rara vez me había defraudado. Comencé a leerla y enseguida me ganó, pero cuando un libro me gusta sé que corro el riesgo de leerlo demasiado deprisa, de zampármelo y perderme detalles importantes; así que  lo dejé reposar mientras terminaba otras lecturas. Llegó la encerrona y, a pesar de la dureza de la situación, todo el día pegada a inquietantes noticiarios, me aliviaba tener una buena novela a mano, para leer despacio, en los ratos buenos.  


A falta de terraza o balcón, algún día leí en la ventana, mientras tomaba un poco el sol a primera hora de la tarde, con un calendario entre las páginas. Incluso, alguna vez imité el gesto sorprendido de la mujer de la portada. 

Mi ventana quedaba abierta al psiquiátrico de Ciempozuelos donde estuvo recluida Aurora Rodríguez Carballeira, una mujer que pasó a la historia por asesinar, mientras dormía, a su hija Hildegard, una joven superdotada que empezaba a apartarse  del diseño materno de "nueva mujer", minuciosamente trazado desde su nacimiento; como un doctor Frankenstein que se deshace del monstruo. 

Abierta al Madrid de los años cincuenta, ya sin esperanza de que el viento de la guerra mundial se llevara la dictadura. A una España de silencio y pobreza, tiranizada por la implacable moral pública franquista, un país cárcel y manicomio, incomprensible  para el psiquiatra Germán Velázquez que acababa de regresar de un largo exilio en Suiza que empezó como niño de la guerra, tutelado por una familia judía que merecía otra novela aparte, pero bien está...Germán traía ideas nuevas, una psiquiatría nueva que chocaba con la ejercida por "soldados de Cristo" como Antonio Vallejo Nájera o Juan López Ibor. No la voy a contar, sería una faena destriparla, "spoilearla" como se dice ahora. 

La madre de Frankenstein forma parte del proyecto narrativo Episodios de una guerra interminable, es la quinta de "seis novelas independientes que narran momentos significativos de la resistencia antifranquista en un periodo comprendido entre 1939 y 1964, y cuyos personajes principales interactúan con figuras reales y escenarios históricos. El espíritu y el modelo formal, así como la elección del nombre, homenajean a los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós". 

¿Una historia? Son  historias preñadas de historias, con un eje principal alrededor del cual gira un universo de personajes. A esta escritora se le pegan las historias como piedra imán, algunos tal vez opinen que son demasiadas, que podría aprovecharlas para otros libros, que el lector se lía con tantos personajes. Almudena Grandes es así. La anterior, Los pacientes del doctor García, tenía un árbol de personajes, reales e imaginarios, aún más ramificado. Esta es menos liosa, ánimo. 



Aurora vivió recluida veintiún años en el pabellón donde se alojaban las señoras pensionistas de primera clase, desde 1935 hasta su muerte en 1956. Una cárcel de suelo lustrado para una enferma mental de lujo. Vivía aislada, tocaba el piano todo el día y tocaba bien: solo la auxiliar María Castejón iba una hora cada día a leerla, en voz alta, un libro. No perdamos de vista a la lectora, es el otro gran personaje del trío de la novela. Almudena Grandes nos ofrece un atinado retrato de Aurora, un personaje real del que ya se ocuparon otras obras: una mujer extraordinaria que le llevaba interesando desde hacía treinta años y a la que nunca había conseguido odiar, una paranoica que razonaba impecablemente, fuera del tema de su delirio, un poco como don Quijote si se puede establecer tamaña comparación. 


La novela me acompañó en unos días duros, entre desinfectantes y terribles cifras de fallecidos, con un retrato bien trazado de un tiempo especialmente difícil. Cualquier tiempo pasado no fue mejor. 

Paseaba con Almudena por los pabellones del psiquiátrico de Ciempozuelos y las calles de un Madrid paupérrimo, la pintura gris de un país donde el nacionalcatolicismo convertía los pecados en delitos, especialmente duro para las mujeres pobres como María Castejón, "víctima de la vieja historia universal, la del señorito seductor y despiadado con la pobre mujer ignorante" como Fortunata y Juan Santa Cruz porque "Galdós, cómo no, se cuela en el libro". Me gustó especialmente el personaje de la auxiliar de clínica María, en su difícil lucha por salir de la ignorancia y de la moral impuesta. También me atrapó el de Germán Velázquez, un psiquiatra joven, inspirado en las memorias de Carlos Castilla del Pino, que nos adentró en la sombría y terrible realidad de los viejos manicomios de los cincuenta. Germán vino de Suiza y vivimos su extrañeza. Y, en todo momento, sentimos la presencia personal de la escritora, casi la vemos y, de ninguna manera, sigue la máxima de Flaubert: 

"El autor debe estar en su obra como Dios en el universo: presente en todas partes, pero sin que se le vea en ninguna". *

Porque la Grandes es muy de Galdós...

La madre de Frankenstein contiene muchos ingredientes más, os invito a descubrirlos. 

Mi intención es hablaros un poco de los libros que leí, y sigo leyendo, en los tiempos del coronavirus. Ahora parece que puedo...

Un abrazo de María Ángeles Merino

* Artículo de 9 febrero de 2020, "Galdós" de Javier Cercas. 

miércoles, 29 de abril de 2020

La lectura en los tiempos del coronavirus (1). Poeta en Nueva York (F. García Lorca)

Gel hidroalcohólico, cuaderno de notas, La madre de Frankenstein de A. Grandes, Poeta en Nueva York  e Inés del alma mía  de I. Allende. 

Queridos amigos que pasáis por aquí:

Espero que os encontréis bien de salud y de ánimo. Con vuestro permiso, voy a rebobinar un poco. 

Aquel 2 de marzo, tan cercano y tan lejano, cuando acabamos la sesión conjunta del Club de Lectura presencial de "La Acequia" y Alumni UBU con el Aula de Historia de la misma asociación, nos despedimos hasta la próxima y no podíamos imaginar que fuera nuestra última reunión en un tiempo indefinido. Aunque, ahora recuerdo que Pedro Ojeda nos adelantó esa posibilidad. Nos sonaba a chino. ¿A chino? Ya en la puerta, hice la última foto que ahora me pone pensativa. 

Bueno, ánimo, compañeros lectores, venceremos al coronavirus y estaremos juntos hablando, codo a codo, de libros y de lo que nos apetezca. De momento, la comunicación es virtual, la propia de un blog, a la que os tengo acostumbrados desde hace más de doce años. 


El 14 de marzo llegó el confinamiento, nuestra vida cambió y las lecturas pasaron a ocupar un lugar distinto en nuestro día a día, quizás más importante que antes. 

Ya no leo sentada al sol en un banco, o en una terraza, ni paseo como un cura con el breviario, con peligro de chocar contra algún árbol o farola. No puedo ir a la búsqueda del libro apetitoso en bibliotecas o librerías. Como solo salgo al supermercado y voy disparada, no puedo pararme en la calle con las compañeras del club, para charlar de lo difícil que fue Poeta en Nueva York y mira qué bien se lee este otro.


Lujos del pasado

El de lectura fácil es Inés del alma mía de Isabel Allende, lo terminé precipitadamente porque tenía que devolverlo el día 16. Y, armada de un carro de la compra, por si me decían algo, lo eché al buzón de devoluciones de la Biblioteca Pública. 

¿Me había quedado sin lecturas? No y ahora me eran más necesarias que nunca. Hacía muy poco que había comprado con ilusión La madre de Frankenstein de Almudena Grandes, sus páginas me prometían una larga y feliz lectura.

Pero no quería devorarlo y aún no había cerrado del todo Poeta en Nueva York, "un libro que nos pide sosiego para que nos llegue el pulso de la emoción". Me asomé al vértigo, me adentré en la oscuridad de un libro doliente que no podía leer de un tirón. Todavía mientras redactaba la crónica de la reunión, los comentarios recogidos en el cuaderno de notas se me cruzaban con las noticias de la pandemia en Nueva York, sí, ellos también, como nosotros, como el mundo entero. Era como si Federico hubiera vuelto con sus misteriosas imágenes de sufrimiento: 





No sé si fue buena idea terminar de leer Poeta en Nueva York con la que caía en marzo y cae todavía en abril. El corazón "tiembla arrinconado como un caballito de mar".

Seguiré contando cómo fue, cómo es mi lectura en los tiempos del coronavirus. 

Un abrazo de María Ángeles Merino