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miércoles, 11 de enero de 2012

"Sonata de estío": "no eres la Marquesa de Bradomín".

Bosque de palmeras

Comentario a mi lectura de las páginas 160 - 175 de la "Sonata de estío", de Valle Inclán. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Retomo mi lectura donde la dejé. La Niña Chole alarga la mano al marqués, "para correr unidos". Salgo, salen, de un bosque de palmeras. Damos, dan, vista a una tablada "tumultuosa". ¿Tablada? La RAE me indica que es un lugar donde se reúne al ganado. Ahora me explico el ruido, tanto de animales como de seres humanos. Ni siquiera la llanura puede con su alma y  parece jadear ante el "eco retozón de los cencerros", las "apuestas y decires chalanescos" y el "marcial y fanfarrón estrépito de trotes y de colleras, de fustas y de bocados".



Se ven rodeados de una "monstruosa turba de lisiados", compuesta por "ciegos y tullidos, enanos y lazarados". El marqués y la Niña les arrojan monedas para quitárselos de encima y contemplan con desprecio, sin ninguna empatía, la desesperada lucha por atraparlas:

"... nos acosaban, nos perseguían, rodando bajo las patas de los caballos, corriendo a rastras por el camino, entre aullidos y oraciones, con las llagas llenas de polvo, con las canillas echadas a la espalda, secas, desmedradas, horribles. Se enracimaban golpeándose en los hombros, arrancándose los chapeos, gateando la moneda que les arrojábamos al paso."


Estas líneas, tan tremendas,  me llevan  a Mari Gaila, la de "Divinas palabras". aunque ella difícilmente podría participar en esa "astrosa turba", con su Laureaniño a cuestas.

Mari Gaila con Laureaniño (Vilanova de Arousa)

Llegan al jacal de un liberto negro. Su mujer fue doncella de la Niña Chole y se deshace en amabilidades serviles. Les hacen sentar y ellos se quedan de pie. Se miran y comienzan a contarles a la vez lo de unas lindas potricas blancas que tiene un jarocho, algo se traen entre manos. La Niña es caprichosa, quiere verlas, va a salir. No, le dicen, que "está muy calurosa la sazón". Irá el marqués con el antiguo esclavo.
Jacal
El liberto le sigue entre la multitud.  Le cuenta una y otra vez las infidelidades de su esposa: "¡Ella toda la vida con hombres, amito! ¡Una perdición!... ¡Y no es con blancos, niño! ¡Ay, amito, no es con blancos!... A la gran chiva se le da todo por los morenos". No le duele la afrenta de hacerle cornudo, le duele la baja elección que su mujer hace. El viejo marqués añade, con sorna, que Saint Simon lo alabaría...

Recorre toda la feria junto al "cornudo consentido". Criollos que beben y cantan, guitarras españolas, lamentos de
guajiras, mercaderes chinos; mas ni rastro de las jacas blancas. La que sí aparece por allí es la Niña; se aburría y ha salido, estuvo apostando en un reñidero de gallos y perdió.
Pelea de gallos
Vuelve la cabeza, señala a un bello y rubio adolescente´como su "acreedor ". Sí, el mismo del barco; aquel príncipe ruso que asía a un grumete por la cinturilla, el que honraba a Hebe y a Ganimedes.
El ruso sonríe y explica:
 "Antes de apostar, esta señora me advirtió que no tenía dinero. Entonces convinimos que cada beso suyo valía cien onzas: Tres besos ha jugado y los tres ha perdido."
"¡Yo pagaré! ¡Yo pagaré!" exclama la Niña Chole.
El marqués, enfadadísimo, convierte  las palabras en látigo : "Esta mujer es mía, y su deuda también." Y se aleja, arrastrándola. Ella murmura bajito: "¡Oh, qué gran señor eres!" Él no contesta, ella llora en silencio y exclama "con un sollozo de pasion infinita": "¡Dios mío! ¡Qué no haría yo por ti!".
Unas avejentadas mujeres indias, venden fruta a la orilla del camino.
"Eran viejas de treinta años, arrugadas y caducas...sus senos negros y colgantes recordaban las orgías de las brujas y de los trasgos. Acurrucadas al borde del camino... medio desnudas, desgreñadas, arrojando maldiciones sobre la multitud, parecían sibilas de algún antiguo culto lúbrico y sangriento."
 ¿Llegará  la Niña Chole a estar así? No hay cuidado, la pasión de un Bradomín se apaga pronto. No, nunca la verá arrugada. En su memoria será eternamente joven.
Llegan al jacal, hay que herrar a un caballo, el marqués grita a un criado. La Niña , asustada, le acaricia la frente "con dedos de hada" y  pregunta zalamera: "¿Serías capaz de matarme si el ruso fuese un hombre?"
Él contesta que no. Tampoco mataría al ruso. ¿Acaso la desprecia? La respuesta no puede ser más cruel: "Es que no eres la Marquesa de Bradomín".
Indecisa, sus labios tiemblan.  Le acaricia los cabellos, tal vez sus dedos consigan el perdón. El de Bradomín se ve a sí mismo como muy indulgente. "Curiosa y perversa", su pecado es femenino y bíblico, el de la mujer de Lot. No, no la convertirá en estatua de sal.
Porque  si ahora la justicia divina es más indulgente, proclama cínicamente, él no va a ser menos. Y murmura sonriente: "no sé qué bebedizo me has dado que todo lo olvido". Ella repone, sonrojándose: "Es porque no soy la Marquesa de Bradomín". Y espera de él una disculpa que no llega, un beso en la mano ya es desagravio... Ella no acepta ese gesto, llora. En el momento de partir, ya va más serena.


En el rojo y polvoriento camino, hay unos jinetes apostados. La Niña Chole reconoce al más fiero, es el temido General Bermúdez, su esposo-padre. Lanza un grito, se arroja a tierra, implora perdón así:
"Vuelven a verte mis ojos!... ¡Mátame, aquí me tienes! ¡Mi rey! ¡Mi rey querido!"

El marqués dice sentirse conmovido al verla asirse de las riendas del jinete, para defenderle. "Desolada y trágica" le ofrece una " postrera muestra de amor". El general se conforma con lanzarle una mirada sañuda. Alza el látigo sobre la Niña Chole y le cruza el rostro. Gime y nos deja de piedra cuando la oímos otra vez lo de : "¡Mi rey querido!"

La alza del suelo y la asienta en la silla. "Como un raptor de los tiempos heroicos", huye lanzando "terribles denuestos".

¿Y qué hace el de Bradomín entre tanto? Pues...nada. "Pálido y mudo" contempla la escena. Y confiesa: "hubiera podido rescatarla , y sin embargo, no lo hice".

Y habla de arrepentimiento; que  la Niña Chole, por hija y por esposa, pertenece al Bermúdez. ¡Obsceno disparate! Y que su pobre corazón se humilla "resignado acatando aquellas dos sagradas potestades." Ahora ironiza con  escrúpulos religiosos. él tan irreverente... ¿Hay alguien  que pueda ver con  benevolencia a  este personaje? 
"Desengañado para siempre del amor y del mundo" galopa con su gente. Atraviesa un paisaje desértico en sintonía con el vacío que lleva dentro, viendo "eternamente en la lejanía el lago del Tixul". Nuestro protagonista expiará su falta...
"Sobre la arena caliente se paseaban los lagartos con caduca y temblona beatitud de faquires centenarios, y el sol caía implacable requemando la tierra estéril que parecía sufrir el castigo de algún oscuro crimen geológico."
Desierto mexicano
Horas y horas de "horizonte blanquecino y calcinado", los párpados pesan, hacen falta ánimos para "espolear el caballo", el "verdeante" Tixul siempre parece estar muy lejos...ya se percibe el "almizclado olor de los cocodrilos", lo cruzan...Es un lago encantado con sus "islas flotantes de gigantescas ninfeas". Acechan los cocodrilos...
Ninfea mexicana
Se pone el sol "entre presagios de tormenta". El terral sopla con furia. Pasan bandadas de buitres. Los relámpagos dan una visión temblona del paisaje. LLueve y las hogueras se agitan o menguan. Está entre "parajes quiméricos de las leyendas penitentes". Ahora le toca penitencia al señor marqués.
Cesa el aguacero. Pasan la noche entre gente extraña, "mitad bandoleros y mitad pastores". La luna deja caer "la tenue sonrisa de su luz". Ladridos, voces de pastores, ovejas, olor a establo, esquilas, fogatas... "el humo de los rústicos y patriarcales sacrificios".
"Entre las lenguas de la llama" ve danzar desnuda a la Niña Chole. Su carne flaca se estremece de celos y de cólera. Está "arrepentido de no haber dado muerte al incestuoso raptor". Llama al indio, han de ponerse en camino, su hacienda de Tixul sólo está a dos horas de camino.
 Llega a sus dominios, le recibe emocionado Brión, el mayordomo,  "un antiguo soldado de Don Carlos, emigrado después de la traición de Vergara" . Se acuesta rendido pero no duerme, el recuerdo de la Niña Chole le desvela, surge "ingrávido, funambulesco, torturador". Ladridos, voces, el galope de un caballo, escopetazos, golpes de azada en el huerto. Lo habrá soñado.

 A la mañana siguiente, Brión le comunica, con los ojos llenos de lágrimas, que han matado al capitán de los "plateados". Secuestraron  a una criolla  y la dejaron desmayada en el camino. Si quiere verla, él la trajo hasta aquí, puede verla en el huerto.

En una hamaca estaba tendida la criolla, al verlo lanza un grito: "¡Mi rey!... ¡Mi rey querido!"

Él le tiende los brazos. Ella le muerde las manos. Muy lentamente, desabrocha su corpiño, destrenza su cabello, se mira en el espejo, sonríe. Se desnuda, se unge con esencias, se tiende, espera:

"Los párpados entornados y palpitantes, la boca siempre sonriente, con aquella sonrisa que un poeta de hoy hubiera llamado estrofa alada de nieve y rosas"

El marqués goza con verla "y con la ciencia profunda, exquisita y sádica de un decadente, quería retardar todas las otras, gozarlas una a una en la quietud sagrada de aquella noche".

Bello escenario. Balcón abierto, "cielo de un azul profundo apenas argentado por la luna", "aromas y susurros" del jardín donde se deshojan las rosas.



"Es la hora nupcial y augusta de la media noche".  La Niña Chole murmura: "¡Dime si hay nada tan dulce como esta reconciliación nuestra!"

Él no contesta, sella su boca con la suya. Ella suspira y le dice: "Tienes que perdonarme. Si hubiésemos estado siempre juntos, ahora no gozaríamos así. Tienes que perdonarme"

Él perdona, sus labios buscan "aquellos labios crueles". Ay, el encanto de las palabras apasionadas y perversas, de la boca que besa y muerde...Nunca se han querido así, la gran llama de la pasión les da " la noble resistencia que los dioses tienen para el placer".

Florecen los besos, "rosas de Alejandría" sobre sus labios, "nardos de Judea" sobre sus senos.

Nardos

La Niña Chole se estremece en delicioso éxtasis. Él ve siempre en sus ojos la traición, no puede ignorar "cuánto cuesta acercarse a los altares de Venus turbulenta". Pero ella aún no sabe
"que el supremo deleite sólo se encuentra tras los abandonos crueles, en las reconciliaciones cobardes". Al de Bradomín le corresponde la gloria de enseñárselo.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino