Comienza el día que cumplo cuatro años, mi madre tiene un importante regalo para mí. Me lo ha contado muchas veces, la semana que viene cumple ochenta y nueve.
Cuenta que me dijo: "siéntate ahí, tienes que aprender a leer, ya tienes cuatro años". Y añade la intervención de una espontánea vecina que, desde el patio de luces, replica: "María Ángeles, deja en paz a la niña, que es muy chica". Y mi madre empecinada: "mi hija no va a dar guerra a ninguna maestra".
¿Por qué esa prisa en entregarme la dorada llave de la lectura? Quiere lo mejor para mí, sin duda. Y es una maestra apartada prematuramente del magisterio, ahora no tiene plaza en la capital, imposible ejercer en un pueblo, casada, con dos niños. No recuerdo mis sentimientos de aquel día, ante la cartilla "Rayas". Tampoco mi memoria guarda registros de arduos silabeos. Un año después, en el colegio, el regalo adquirido me evita sinsabores, la "mano dura" y el "palo largo" no siempre son metáforas, bien lo recuerdo.
Se hace la luz. Tengo en las manos mi primer libro, es mío y no es una blanda cartilla de niña pequeña. Tiene las pastas duras y se titula "Un regalo de Dios". Flores, pajaritos en sus nidos, mariposas, un buzo bajo el agua, abejas, toscos dibujos, qué bonito. Una visión religiosa de la Naturaleza, evolucionismo, no, por Dios.
Los niños de hoy, borrachos de imágenes, no prestarían ni un minuto de atención a un libro así.
Nunca olvidé este buzo, no sé por qué. |
Pasa el tiempo. Estoy en el colegio, la maestra abre el armarito, se reparten cuarenta libros todos iguales, una niña lee, las demás siguen la lectura, no sabes cuándo te va a tocar a ti, María Ángeles se adelanta como el almendro y puede tener problemas. Cuentos, muy moralistas, historias patrióticas, historias sagradas, un Quijote adaptado, todo me gusta. Por Dios, que se olvide la maestra de los ángulos obtusos y del punto de cruz. Toda la tarde leyendo, qué gusto.
En casa, leo lo que de vez en cuando cae. Leo y releo. ¿Qué leemos las niñas de los sesenta y setenta? "Mujercitas", Jo es nuestra heroína, "Corazón" de Edmundo de Amicis, aquella escuela italiana llena de niños tan heroicos como Garibaldi, Alicia y el conejo que teme que la reina le corte la cabeza, "Sissi" y sus pesadumbres con su odiosa suegra, adaptaciones de Dickens, huérfanos a los que persigue la desgracia, Celia de Elena Fortún, una niña de Serrano que quiere ser libre, cuentos de Grimm, de Perrault, fábulas de Esopo y de Samaniego...Aquella colección de Bruguera, "Historias selección", con las cabecitas de los personajes a la vista. Yo miraba y remiraba mi pequeña estantería.
Y la de mi hermano, Moby Dick, la isla del tesoro, Julio Verne, Ben Hur, Alejandro Magno...Esos también los devoro, aunque no sean míos. Ven, capitán Trueno, haz que gane el bueno. Sí, también tebeos, no conocíamos los cómics.
Y, un poco más adelante, los de Enid Blyton, muy ingleses, muy clasistas, llenos de colegialas que beben cerveza de jengibre, qué será esa porquería, y juegan al lacrosse, yo juego a campos quemados, no creo que sea lo mismo. Me los zampo. Como veis, leo lo bueno y lo malo. De mayores, analizamos.
¿Cuándo me doy cuenta de que, en los libros, no sólo cuenta lo que se cuenta sino como se cuenta? Eso me viene de la mano de Juan Ramón Jiménez. En mi colegio, antes "Generalísimo etc, etc", ahora "Río Arlanzón", se lee y se dicta "Platero y yo". Y Platero se bebe un cubo de agua con estrellas, y los higos tienen una cristalina gotita de miel, y la niña Chica era la gloria de Platero, pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón que no lleva huesos. ¡Qué palabras tan bonitas las de ese señor tan serio y con barbas! Y la niña más lista de mi clase, la del puesto número uno, que va y me dice que no le gusta ese libro porque, en realidad, no cuenta nada. Bueno, para ella los obtusángulos, que le aprovechen. Yo me quedo con Platero, platerón, platerillo, platerete.
Seguiré contando mi aventura lectora. Viene la adolescencia y María Ángeles no sabe qué leer.
Un abrazo para todos los lectores que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino que dedica esta entrada a Penélope Gelu, la del blog "Penélope aguarda en Ítaca", que tuvo su primera aventura lectora en los mismos pupitres que yo, con las mismas "señoritas".
Y todo el cariño para mi madre que me entregó la llave. Y para mis maestras: Esperancita, Casilda, Clementina, Marina, Felicidad, Carmen y Lorenza. Un recuerdo muy especial para Felicidad Portillo que nos hizo llorar a moco tendido el día en que se murió Azorín.