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martes, 18 de enero de 2011
Una locura más peligrosa que la de don Cosme Herrera.
Palacio de la antigua Capitanía General, en Burgos. Aquí estaba la VI Comandancia.
Vamos con el segundo capítulo: “En la comandancia de la División”, de "Inquietud en el Paraíso", de Óscar Esquivias.
En el anterior dejamos a Rodrigo Gorostiza, en un balcón del Teatro Principal, contemplando atónito como un guardia de asalto patea y encierra, en un coche, a un muchacho, manifestante albiñanista. El mismo que acaba de darle un aviso para el doctor Albiñana: ha de ir a Madrid porque han secuestrado a Calvo Sotelo.
Cae la noche, una noche muy larga, en la VI Comandancia. Los militares golpistas, allí reunidos, conocen la aventura, mucho más loca que la de don Cosme Herrera, en que Mola y otros van a embarcarles.
Comandancia de día (calle General Sanz Pastor)
Comandancia de noche (calle General Sanz Pastor)
De momento, van a probar al general Batet, a ver cómo reacciona ante una “supuesta situación de incomunicación absoluta con Madrid y Pamplona”. Para ello, el coronel Moreno Calderón ha urdido una bufonada…Todos saben que es una farsa. Todos, excepto Batet y su asistente , leales a la República.
General Batet.
Foto tomada de la página 85 del libro "Burgos siglo XX", de Pablo Méndez.
Se abre el telón, entra y sale un tenientito de transmisiones, un pésimo actor, que anuncia la pérdida de las líneas telefónicas. Cada vez que intenta conferenciar con Mola, en Pamplona, o con el ministro, en Madrid, le cortan la comunicación.
El objetivo es sacar de sus casillas a la víctima. Y lo consiguen: maldice, blasfema, él...siempre tan correcto. Pide que le pongan con el gobernador civil, el de Burgos, o que vayan a buscarlo, si es necesario.
El general González de Lara, gobernador militar, es un gran actor, sobrio y seguro. Desprecia al tenientillo, un pringado que terminará ante el pelotón o seguirá de teniente segundón, una carreraza. Cómo tiembla, cómo enrojecen los granos de ese pardillo.
El capitán Paisán piensa que si esto fuera una obra de teatro, ahora tocaría el monólogo del protagonista. Pero Batet permanece callado y se asoma a un balcón. Se siente rodeado de “fieras”, mira las calles, están tranquilas. Fuma el pitillo que le ofrece el pérfido González de Lara. Todos están en silencio, sumidos en sus pensamientos.
Balcón del palacio de la antigua Capitanía General.
El capitán Paisán se asoma a otro balcón. Lo normal: tejadillos, la chimenea de la fábrica de luz, el mercado, cuarteles, iglesias, más cuarteles.
Antiguo mercado, chimenea de la fábrica de luz y Capitanía al fondo. Foto tomada de la página 199, del libro "Burgos, la ciudad vivida", de Fernando Ortega y Carlos de la Sierra.
Antiguo Mercado Norte, con sus vidrios que le daban aspecto de invernadero.Foto tomada de la página 241 del libro "Veinticuatro mil horas en Burgos", de Agustín Merino.
Detalle de foto, exposición de Juan Antonio Cortés (1851-1944),donde se distingue la espadaña de San Lesmes.
Iglesia de San Lesmes, desde la Comandancia ven su espadaña.
Torre de San Juan (antiguo monasterio de San Juan) que parece auparse para vigilar la ciudad. Más allá, todo eran cuarteles.
Se imagina la tensión que se respirará allá, en las salas de banderas, con oficiales y jefes esperando la orden de sublevarse. Un estampido, una bocina, algún disparo aislado…poca cosa.
Batet se siente como la polilla que el capitán acaba de atrapar y tirar por el balcón.
La polilla que el capitán arroja...
Es el mes de julio, hace calor, ha comenzado el “infierno” de dos meses que el refranero concede a Burgos, tras los diez de largo invierno. El infierno durará mucho más: meses, años, décadas.
El leal general, nerviosísimo, habla por teléfono, en catalán, con el gobernador civil Fagoaga Reus, uno de los gobernadores catalanes que la República ha puesto para humillar a los castellanos. Esta llamada sí se la pasan. La lengua castellana suena extraña, intrusa, en aquel ambiente militar y españolista a ultranza.
González de Lara, a sus espaldas, le remeda, hace muecas y pone ojos de búho.
Después de hablar con Fagoaga, la “vulpeja catalana”, Batet se da la vuelta e informa al gobernador militar. Uy, casi le pilla. La provincia está en paz. Sólo la detención de unos albiñanistas, en la Plaza de la República, más algunos disparos en una casa de lenocinio, en San Esteban. Al parecer, unos exaltados de las juventudes socialistas que se han enfrentado a unos “fascistas… ¿Fascistas? Por Dios, mi general no diga eso, mire bien a los que le rodean.
La casa de lenocinio, estaba al lado de este arco mudéjar, el de San Esteban.
La política ha llegado a los lupanares y González de Lara aprovecha para soltar un chiste machista y de mal gusto, con pollas que no son precisamente gallináceas. Se lo contó el general Sanjurjo, dice. Batet no quiere chistes misóginos y menos del mayor conspirador de España. El chistoso ha nombrado la bicha, se da cuenta y corta en seco sus carcajadas.
González de Lara recobra la seriedad y le sugiere que saque las tropas a la calle, para asegurar el orden, teniendo en cuenta las noticias de “anarquía y crimen” que llegan de Madrid. Le ha parecido entender que Fagoaga pedía eso. Batet se niega, el orden en las calles es un asunto civil y no militar. No estamos “en los tiempos del infame dictador Primo de Rivera”. Si se lo manda a Gistau, no está seguro de que no haga una locura, tal vez se pronuncie contra el Gobierno.
Ay, mi general, que te has ido de la lengua. Empiezas a confesar los nombres de quienes sospechas.
Por fin, le ponen con el general Mola, en Pamplona. Todo está tranquilo en Navarra. También en Guipúzcoa y Vizcaya, lo aseguran sus gobernadores militares.
Todo arreglado, es tarde, se pueden retirar, brindemos para que la desaparición de Calvo Sotelo se solvente con la misma facilidad. Batet sirve coñac a los presentes y levanta su copa. Las miradas...
González Lara sale bufando, con la venas de la sien hinchada, seguido del capitán Paisán, hasta su maloliente despacho. Le pasma la ceguera y la lealtad de Batet. Es una buena persona, sí; pero si esto sale mal, les va a “jo - der vi – vos”. El capitán Paisán ha de decírselo así a Dávila. Arrancarle de cuajo las medallas y el fajín, eso es lo que sueña hacer en su despacho, la próxima vez. Pero, como este Mola siga retrasando la fecha, “se va a sublevar su tía”. Todos estarán en la cárcel, a ver quién se pronuncia entonces.
Desahoga su ira con Paisán y le comunica las ridículas contraseñas con Dávila, para mañana. Ahora tiene que irse, su mujer quería ir al Teatro Principal y ya ve qué horas se les han hecho. No, su mujer no llega a la conferencia de don Cosme.
Un abrazo de:
María Ángeles Merino, tan lenta como de costumbre.
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