Mostrando entradas con la etiqueta Larra. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Larra. Mostrar todas las entradas

miércoles, 13 de julio de 2016

Pequeña crónica de nuestra reunión en torno a El doncel de Don Enrique el Doliente.


Pedro Ojeda y una risueña lectora.

Pequeña crónica de nuestra reunión en torno a El doncel de Don Enrique el Doliente, de Mariano José de Larra. Para la lectura colectiva de La Acequia, dirigida por Pedro Ojeda.

Ayer, a las seis de la tarde, nos reunimos los lectores del Club de Lectura presencial, dirigido por Pedro Ojeda. En esta ocasión, lo hicimos al aire libre, en un lugar céntrico pero muy tranquilo: la terraza del Vara Café, junto al Parque del Doctor Vara. Entre tejos, acacias, castaños, chopos, perales silvestres… y mirlos que salen por lo verde y nos hacen la vida suficiente.
Parque del Doctor Vara. Un pequeño jardín botánico.
La idea original era leer algún libro de trovadores y viajar a la tierra trovadoresca por excelencia: Provenza, en el sur de Francia. No fue posible dada la coincidencia de las fechas elegidas con el Tour de Francia y se presentó, como modesta alternativa,  ir a  Sigüenza y conocer a su famoso doncel. No tuvo éxito la propuesta y  aquí estamos, frente a los jardines de la desaparecida Clínica Vara, un oasis en el casco histórico de Burgos.  Nos disponemos a comentar la novela de Mariano José de Larra: El doncel de Don Enrique el Doliente.


María Ángeles toma notas. Foto cortesía de Carmen Ugarte.

Recojo, en mi libro de notas, el diálogo entre los lectores y Pedro Ojeda. Fue más o menos así:
-Comencé a leer y no enlazaba. Llega un momento en que Larra reconoce que es una escritura desordenada, que no lo tenía suficientemente trabajado. Me animé, a partir de ahí.

-Ten en cuenta que lo escribió en dos meses. Me puse a leer el libro y no podía entender por qué me costaba tanto entrar en él. Menudo repaso a la Historia el del primer capítulo, seguido de un canto ecológico a las espesuras arbóreas del Madrid medieval, con osos entre los madroños, en contraste con el yermo espantoso que conocía en 1834. Asisto a una cacería y empiezo a conocer a unos personajes enmarañados como los bosques aquellos. Entre todos destaca Elvira, lectora y enamorada. El mundo de las mujeres me recuerda a los tebeos de hadas y princesas de mi niñez. Aparece el trovador y vamos sabiendo de qué va la historia. El ritmo es lento, todo está muy liado y llega a aburrirme. Es una Edad Media de cartón piedra, me parece el XIX más que el XV. Me gusta que haya guiños al Quijote en una página sí y en otra también. El rapto de doña María, la acusación de Elvira al malvado Villena, se va a celebrar un “juicio de Dios”...La historia va cogiendo ritmo, van a asaltar la fortaleza que tantos secretos esconde. Todo toma un aire de Capitán Trueno, haz que gane el bueno, con forzudo y perro incluido. Disfraces de fraile, qué tontos los malos, porrazos, espada va, espada viene, el ritmo se hace trepidante. Se lee mucho mejor la segunda mitad del libro. ¿Las historias románticas terminan bien o terminan mal?
-Lo dilata mucho. No lo he terminado.

-No me ha dado tiempo, pero me está encantando. Está escrito genial.

-Lo encontraba divertido, me ha gustado no me ha parecido del siglo XIX, me ha enganchado. Me ha parecido del XV.
-Lo he leído y releído. Hay cosas que me han llamado mucho la atención. Larra se anticipa al cine, al movimiento de la cámara, algo que ya había visto en Galdós, con la diferencia de que este conoció el cine en sus principios. Me gusta que haya refranes, un libro con refranes me gana. También el dominio del lenguaje de Larra. No me gusta el amor obsesivo y su lenguaje, el “me tienes que querer”. Me parece machista. Los artículos los he leído, siempre se vuelve a ellos, merecen la pena.

-El problema de Larra es que, centrado en los artículos de costumbres, la dimensión de la novela le ha sobrepasado. Ha mezclado mucho de su biografía, Elvira es Dolores Armijo, la amante de Larra. Un batiburrillo. En los artículos de costumbres es brillantísimo, te lleva a una época difusa y confusa. El primer capítulo es algo que a muchos lectores les sobra. El libro está bien, pero resulta folletinesco, una faceta más de Larra.

-Un coñazo. El primer capítulo, el de Historia, el mejor. La historia no se tiene, el lenguaje es muy lento y los relatos largos.

-En los artículos costumbristas habla como un viejo y eso sorprende sabiendo que no llegó a cumplir los veintiocho años. ¿Por qué?

-Pedro responde: En los artículos costumbristas es así, habla con la voz de unos personajes que ha construido. Se esperaba la voz de la experiencia…
-Es un desahogo a su problema. Por eso inventa la novela.



 

-Hay pasajes maravillosos como el de la lectora. El último es el mejor.

-Y, sin embargo, hay quien afirma que sobra el último capítulo. (G. Bellini)

-El libro no va sobre el doncel.

-Es muy posesivo, un romanticismo exaltado.

-Demasiado rosa, folletinesco.

-El amor que mata, es verdad en algunos casos. Lo sé porque lo he visto en una persona cercana. Si no mata, puede causar un grave deterioro físico.

-Íbamos a Francia, a hablar de los trovadores. Macías es el trovador por excelencia.


-Novela que ha tenido mucho éxito. Fue el regalo de Letizia a Felipe.


-Larra lo escribe a los veinticuatro años, es un crío, lo escribe muy deprisa. El había escrito "Macías" que iba a ser el primer drama histórico estrenado en Madrid. Se lo censuraron por motivos políticos. Esperaba a que "palmara" Fernando VII. Martínez de la Rosa se le adelantó y consiguió estrenar el primer drama histórico. Era presidente del Gobierno...

Larra había escrito el drama "Macías" con las tres unidades, de tiempo, de acción...Como se la censuran, escribe la novela . Va a la novela histórica que estaba de moda, la de Walter Scott. Después, no vuelve a escribir novelas. Si bien es verdad que vivió poco tiempo, tampoco hay constancia de que dejara borrador alguno.

Es hijo de un afrancesado que marcha muy niño de España y cuando vuelve tiene que volver a aprender español, con una capacidad autodidacta extraordinaria. Conoce más las novelas extranjeras que las españolas. Lo que le interesa es el tema del poder pero le puede el tema del amor.  Están de moda unas novelas en que las mujeres burguesas jóvenes empiezan a tener un conflicto defendiendo la libertad de amar. Hoy en día, diríamos lo de "chica divórciate y vete con él", pero en 1834 eso era imposible. El conflicto de la libertad de amar era un tema candente en esta época, surge la mujer insatisfecha.

Elvira lee el Amadís de Gaula y se describe muy bien su insatisfacción. Surgirán las novelas de adulterio, las Madame Bovary. Larra anticipa a un personaje que luego va a tener mucho éxito. Elvira no es una chica que haya sido obligada a casarse, ella se casó por amor. En dos líneas, nos cuenta todo: la lectura le ha hecho evolucionar, la ha cambiado, ha abierto su vida, mientras el marido seguía igual. Se encuentra con que ya no ama a esa persona, se ha abierto su campo de visión gracias a la lectura. Construye un personaje que sigue siendo actual, retrato de la mujer insatisfecha. Lo hace con veinticuatro años. Toda la novela es un relato de las consecuencias individuales y sociales que puede tener.




Mujer romántica
-Aparece un chico guapo, guapísimo, que tiene todo lo que le falta a su marido, se enamora y la sociedad lo impide. Ella es el verdadero personaje. Al final, que no contaremos porque algunos no han terminado la lectura, sufre brutalmente. Anticipamos que él muere. Ella sufre la tragedia: el conflicto entre la voluntad y el deber. 

-Todo eso ya está en Cervantes: la lectura abre horizontes. La novela, en frío, es un coñazo. Como lector  me pregunto qué me ha dicho.

-Esta novela busca un público de la época, el cual pide que le cuenten algo sobre sí mismo, sobre las pasiones, los sentimientos. Las mujeres que leían a escondidas, con la sensación de no estar cumpliendo con su papel tradicional. Larra está descubriendo el público al que iba destinado. Recuerdo a mi madre leyendo...



-Yo recuerdo a mi abuela que guardaba el libro en el cesto de la plancha.
-El personaje más plano es el doncel. Macías el trovador existió y fue conceptuado como "el enamorado". En su caso, el final fue distinto: el marido se enteró, lo encerró y, a través de las tejas, lo mató con una lanza. Era normal que Larra se fijara en un personaje como Macías, estaba a punto de explotar...Enrique de Villena es el poder, deja todo por el poder.

Larra usa recursos de la literatura popular que arrastra a un público determinado. El primer capítulo es una exigencia de la gente que le pide Historia.

-Con ayuda de una persona más documentada que yo, pillé la fuente que siguió Larra para hablarnos de los hechos del pasado: la Historia de España del Padre Mariana. ¡Que estaba escrita en el siglo XVII! 

-¿Por qué íbamos a visitar Provenza? El Languedoc, era la única zona donde la mujer medieval pudo tener independencia como individuo. Los trovadores del norte de la Península Ibérica escribían al principio en provenzal, después lo hicieron en catalán y en gallego. Los poetas castellanos escribieron también en gallego, como Alfonso X el Sabio que utilizó el gallego como lengua poética.

Larra explica la situación del XIX, a través del XV. El pasado para el presente.

-Terminamos la lectura, hablando de futuras lecturas: Unamuno, Novelas Ejemplares, Cartas Marruecas de Cadalso, Lobato...Y algún viajecillo. Hace un poco de frío, nos despedimos deseándonos un buen verano. 

Un abrazo de María Ángeles Merino



¡Feliz verano!

martes, 5 de julio de 2016

El doncel de Don Enrique el Doliente: "un amor que destruye y anonada como el rayo el corazón en donde cae"



Un trozo de cielo que es más cielo, el que ve tu ventana (cuadro de Agustín Merino)


Comentario en torno al "amor que mata", en la novela El doncel de Don Enrique el Doliente, de Mariano José de Larra. Para la lectura colectiva de La Acequia, dirigida por Pedro Ojeda.

"¡Ay! Tú lo ignoras, Elvira. Hay un amor tirano; hay un amor que mata; un amor que destruye y anonada como el rayo el corazón en donde cae, que rompe y aniquila la existencia, y que es tan fácil de encerrar, en fin, en lo profundo del pecho, como es fácil encerrar en una vasija esos rayos del sol que nos alumbra."


(Tomado del capítulo XXVII de la novela El doncel de Don Enrique el Doliente, de Mariano José de Larra)
Portada de El doncel de Don Enrique el Doliente de Larra

Hay un amor que mata, decía Macías, el personaje de Larra. Pero el poema de mi marcapáginas contiene un poema de Victoriano Crémer donde leemos:


Amor

¿Serás amor?
Extenso mar, o renovado velo;
cuna del sueño,
en la que el ser madura;
alondra vertical ganando altura
en la flotante música del vuelo.

Si látigo, te ciñes con anhelo.
Si beso, resplandece tu blancura
y la tierra redime su clausura
en la pradera extática del cielo.

De la raíz de hombre te alimentas,
de sus juegos más nobles,
y le dejas
como una negra tierra fecundada.

¡Mírame ciego, Amor, buscando a
tientas,
en un mundo de adioses 
y de rejas,
la salvadora luz de tu mirada!

(Victoriano Crémer)

Extenso mar acunado en olas de deseo (Cuadro de Agustín Merino)

Mi hermano Agustín lo lee y escribe su respuesta, en el wasap: 

Extenso mar acunado en olas de deseo.

Respirares profundos agitando aguas.
Dándose la vuelta al cielo en vertical mirada.
De ave fénix que en ti nace se expande y resucita.
De las raíces del hombre de la tierra fecunda del acto de amor de tu mirada.
Cautivo, derrotado, ajado, desgastado por besos.
Aún vivo.
Aún enamorado.

Extenso mar siempre, escribo yo. Y pregunto: ¿el amor mata o el amor salva?
Agustín escribe:

El amor que no mata no es amor, es ausencia.

Es silencio, es infinita noche que respira.
El amor que no mata muere en olvidada playa en forma de ola altiva.
El amor sólo es amor si te aniquila.
Quedando sólo un nosotros bañado en luna de plata.

¿Mató el amor a Larra? ¿Salvó el amor a Larra? Sólo se puede afirmar una cosa: el amor fue su compañero de viaje a las estrellas.

Un abrazo de María Ángeles Merino

Como veis, la entrada de esta semana ha sido muy diferente, mucho más poética, gracias a Larra, a Victoriano Crémer y a mi hermano Agustín Merino.

miércoles, 29 de junio de 2016

El doncel de Don Enrique el Doliente: "se había formado en su cabeza un bello ideal, no hijo del mundo real en que habitaba, sino de su exaltación"



Comentario al séptimo capítulo de la novela El doncel de Don Enrique el Doliente, de Mariano José de Larra. Para la lectura colectiva de La Acequia, dirigida por Pedro Ojeda.

¡Hola amigos que pasáis por aquí! Recordáis que la entrada de la semana pasada comenzaba así:


-Me presento ante vos. Soy doña Elvira, camarera mayor de doña María de Albornoz, esposa de don Enrique de Villena, conde de Cangas y Tineo. Vivo en la Corte de Enrique III, mi señor, llamado por algunos el Doliente. 

 Mi señora me refirió cuanto con el conde le acababa de pasar y fueron inútiles mis consuelos. Se refugiaría en sus villas, se acogería al amparo del Rey, danzaban en su cabeza mil ideas encontradas. Ella se había casado enamorada de Villena y de ninguna manera consentiría el divorcio que el conde proponía, a pesar del trato y la mala vida que le daba.

Es como vos afirmáis, señor escritor, mi señora la condesa no gozó de “una larga y tranquila posesión”, “habiendo vivido siempre don Enrique apartado de ella después de su infausta boda”. Aunque vivió con él lo suficiente para ser maltratada y sentir, además, el aguijón de los celos, tantas veces lo sorprendió. Incluso yo podría contar…mi señora confía en mí. Aseguráis que “todos sabemos que la frialdad y el despego suelen ser incentivos vivísimos del amor…”. ¿Del amor? ¡Malditos incentivos! ¡Muertos que no vivos! ¡Ay, don Mariano José!

Muy pronto supe que ahora no era el amor adúltero sino la ambición quien movía a don Enrique a “tan descortés procedimiento”. Mi señora estaba en la creencia de que el conde sólo deseaba “entregarse más a su salvo a alguna nueva intriga amorosa”.


Foto tomada en el Museo de Burgos. Cortesía de Mercedes González.
Bulto funerario en nogal de una iglesia desaparecida de Villasandino (Burgos)

Logré persuadirla a que pusiera un paréntesis a su pesar en el sueño. Yo di las disposiciones para que no faltasen a su lado las dueñas y me puse a leer junto al fuego. Era un manuscrito voluminoso, uno de los muy raros que tenía mi señor, el Amadís de Gaula, libro que dicen escribió el trovador portugués Vasco de Lobeira, que corría con mucha fama. Yo simpatizaba no poco con las ideas de amor, constancia eterna y demás virtudes caballerescas. Yo hubiera dado la mitad de mi existencia por hallarme en el caso de la bella Oriana y…no me faltaba mi propio Amadís.


[Part of a medieval manuscript of Amadís de Gaula, now at The Bancroft Library at the University of California at Berkeley and displayed at the Columbia University Libraries Digital Scriptorium.]

¿Mi Amadís? Un “mancebo generoso” de la corte a quien conocí desgraciadamente después que a mi esposo Fernán Pérez de Vadillo. Me casé, “ciegamente apasionada del hidalgo”, pero él seguía siendo el mismo mientras yo creaba dentro de mí “un bello ideal, no hijo del mundo real en que habitaba, sino de su exaltación”. Me complacía en personificar tan bello ideal en un joven cortesano y uno entre todos avasalló mi albedrío. Sin darme cuenta, iba tomando sobre mi corazón “demasiado imperio un amor ilícito y peligroso”. Mi virtud era mi mayor enemigo, confiaba en que nunca me faltarían fuerzas para resistir y me entregaba sin miedo, complacientemente, a “mil ideas vagas que cada día iban ganando más terreno” en mi imaginación.



Mi señor, don Mariano José de Larra, no califiquéis de criminal mi complacencia. Sigamos.

Como vos decís, encontrábame “en aquel estado en que se halla una mujer cuando sólo necesita una ocasión para conocer ella misma y dar a conocer acaso a su propio amante la ventaja que sobre ella ha adquirido”. “Como un incendio que ha crecido oculto e ignorado en la armazón de una casa vieja”, entrará un poco de aire y estallará de repente.

No era la lectura del Amadís la que mejor pudiera convenirme; mas yo no disponía de muchos libros para llenar las horas ociosas. Llevaba poco tiempo entreteniéndome con él, cuando se presentó en el salón el pajecillo Jaime, mi primo, con su aire travieso. ¿Qué buscaría aquí, cerca de las diez de la noche? Tal vez le enviaba el conde, para anunciarnos “nuevos pesares”. 

Me llamaba "hermosa prima mía"y me decía que depusiera el enojo, tanto se me notaba...Me decía ingenuamente que había tenido miedo de las hechicerías de don Enrique, tantas cosas se hablaban. Le había suplicado que le permitiese volver al lado de su amada prima, se acordaba tanto de mí.
Se me escapaba una lágrima, oyendo al “medroso pajecillo”. Le regañé por hablar con poco respeto de su señor, el conde. Me tomó la mano y llamaba mi atención con un hermoso brillante que relumbraba en su dedo. Le pregunté, sorprendida, qué anillo era ése y él escondía la mano, como jugando: “¡Ah! esto no se ve… ¡Esto no se ve!”.


Al final, me serví de la superioridad que me daban mis fuerzas y se lo quité. El anillo no me parecía natural en un pajecillo y esperaba encontrar alguna señal por donde conocer su procedencia. Me sonrojé como la grana, no había duda:

“…una letra pierdo; pero sería mucha casualidad... esmeralda... e; lapislázuli... l; brillante, b; rubí, r; amatista, a. Y luego... una, dos, tres, cuatro, cinco, seis.”

Jaime no se asombró poco al oír la explicación que di a la sortija y quedó confundido por no haber sido sino el juguete del doncel que se había valido de él para manifestarme “aquel su amor, de que el malicioso paje tenía ya no pocas sospechas”.

Al llegar aquí, el escritor cree preciso explicar que “Nada más común en aquel tiempo que estas combinaciones de piedras y ese lenguaje amoroso de jeroglíficos en motes, colores, empresas y lazadas". 

Un platero, tienen fama los de Burgos, había engarzado en un anillo las seis piedras y mi corazón me había llevado a la más precisa traducción. Perdí el significado de una piedra, no me hallo muy adelantada en el arte del lapidario; pero entendí la equivocación del platero. La v por la b de brillante, tiene gracia el señor Larra cuando añade, de su cosecha que , en mi tiempo, ni los amantes ni los plateros entendían de ortografía.

Todavía me quedaba alguna duda, no era yo la única Elvira en Castilla y no poseía noticia cierta de quién era el que usaba conmigo semejante galantería. Deseaba saberlo, temía oír un nombre diferente. Macías, mi Amadís. Elvira, su Oriana.


El mundo cesa.  Sólo tú lo habitas.
Cuadro de Agustín Merino

Propuse a Jaime cambiar el anillo por otro mejor que yo le diera. De sus palabras saqué que se trataba de un caballero y “de los mejores y más valientes de la Corte”. Le pedí señas, ya que no me quisiera dar el nombre. Caí en mi propio lazo cuando le pregunte cuándo y dónde le dio el anillo, pues yo no podía saber la llegada del doncel. Cuando me contestó “hoy y en el alcázar”, exclamé desilusionada que entonces no podía ser, dejé caer los brazos, como un arco que se afloja. Jaime jugaba conmigo como si fuera un acertijo:

-¡Ah!, ¡ah!, que no lo acierta…escuchadme, señora adivina: es un caballero joven.

"Cuando se trata de coger sortijas, ensarta con su lanza tantas como corazones con su hermosa presencia. Si monta a caballo, es el más fogoso el suyo y lo domeña como un cordero; si se trata de correr cañas nadie le aventaja; y en un torneo sólo don Pero Niño..."

No podía ser más que uno y Jaime asentía, se divertía “como el gato con el ratón”. Le pregunte si había venido, recordaba que por la mañana un caballero…El pajecillo fingía no entender, le grité furiosa que se marchara y no volviera, al fin:

-"Bien, primita, lo diré: ése es...

-El doncel de..."

Trató de reparar su imprudencia, había ido demasiado lejos. Quiso despistarme:

-“No me habéis dejado acabar, señora camarera. El rey don Enrique III no tiene un solo doncel. Sabed que no os puedo decir más. Ni una palabra más.”


Estatua de Don Enrique el Doliente en el Espolón de Burgos. Libro a pie de estatua.


Lo decía en tono resuelto, no sacaría más. Pude recabar de él que me dejase el anillo y acabó la contienda entre primos. 

 Ya en mi lecho, revolvía una y mil veces las ideas y procuraba atarlas y coordinarlas. Pero todas se reunían y las amasaba en mi mente: mi señora doña María de Albornoz, la violencia de mi señor don Enrique de Villena y sus solicitudes, la ausencia de mi esposo, la lectura de Amadís, la indiscreta conversación con mi primo el pajecillo, mis dudas acerca del dueño del anillo.

En medio del silencio y la oscuridad de la noche, se me representaba “un cuadro fantástico, lleno de objetos incoherentes”. Cuando por fin me dormí, todas esas imágenes confusas tomaban en mi cerebro contornos informes y poblaron mi sueño de escenas parecidas a las que había pasado en el día. Y de la mezcla de todas, materia de las peores pesadillas, Así soy yo, Elvira, una mujer del siglo XIV, enamorada y lectora de Amadis de Gaula. Una rareza.

"Se había formado en su cabeza un bello ideal, no hijo del mundo real en que habitaba, sino de su exaltación y se complacía en personificar este bello ideal en tal o cual joven cortesano que sobre el vulgo de los Caballeros de la corte de Enrique III se distinguían”. Así leemos a Elvira, una mujer lectora y romántica, un don Quijote femenino. 

"Uno entre todos había avasallado ya su albedrío bajo esta personificación..."

¡Macías el trovador, el doncel de don Enrique el Doliente!


m

Un abrazo

María Ángeles Merino
y Austri

Fotos del Museo Provincial de Burgos realizadas por una alumna del CEPA Victoriano Crémer. Gracias Mercedes González.

jueves, 23 de junio de 2016

El doncel de Don Enrique el Doliente: "aquí tenéis el corazón criminal que os ha querido bien; acabad de una vez con el único estorbo de vuestros intentos"


Comentario al tercer capítulo de la novela El doncel de Don Enrique el Doliente, de Mariano José de Larra. Para la lectura colectiva de La Acequia, dirigida por Pedro Ojeda.

¡Hola de nuevo, amigos que pasáis por aquí! 

Recordáis que la semana pasada mi amiga Austri y yo tuvimos nuestra habitual tertulia literaria bajo la lluvia de la pelusa de los chopos, algo habitual en el mes de junio. Esta semana nos encontramos en el Espolón, bajo la lluvia lluvia, rodeadas de coches antiguos que olían a gasolina de la de antes. Una cafetería cercana nos sirvió de refugio y de lugar de charla, algo que no se nos da mal a ninguna de las dos. 



-¡Hola Austri! ¿Se te ocurre alguna manera de comentar lo que hemos leído? Porque la novela es tan larga y densa. Tenemos que seleccionar, sólo momentos clave.

-Pues…se me ocurre que yo podía meterme en el papel de doña María de Albornoz, la esposa de don Enrique de Villena, el “poderoso conde  de Cangas y Tineo”,  y tú en el de su dama principal doña Elvira, mujer de Fernán Pérez de Vadillo. ¿Recuerdas que cuando éramos niñas jugábamos a las comedias con las historietas de los tebeos? 

-Recuerdo, Austri, qué bien lo pasábamos. ¡Cómo nos gustaban las historias de hadas y princesas! ¡Pero después del "se casaron y fueron felices" no había nada más! No nos contaban sus desdichas matrimoniales como María y Elvira. 




A lo que íbamos,  nos quedamos cuando don Enrique interrumpe precipitadamente la cacería en los montes del Pardo, para acudir al alcázar madrileño, a la corte del rey Enrique III el Doliente.

Entre las habitaciones inmediatas a las de su Alteza se contaban algunas de las principales dignidades de su corte, pero distinguíase entre todas la de don Enrique de Aragón, llamado comúnmente de Villena; este joven señor, uno de los más poderosos y espléndidas de la época, era tío de don Enrique III…”

-Comienza Austri, digo mi señora doña María de Albornoz, cuéntenos sus cuitas. Es una obra romántica y todo lo has decir con mucha exaltación. 

-Será un placer, señora mía. Mis cuitas giran en torno a mi esposo, don Enrique de Villena, más cortesano que guerrero y más ambicioso que cortesano. Su carácter no es muy a propósito para las armas, nunca pensó en acrecentar sus estados con conquistas hechas a los moros;  mas su afición a las letras no le hace muy popular en la Corte. Las lenguas, la poesía, la historia, las ciencias naturales, las matemáticas, la astronomía, incluso la misteriosa alquimia. 



Su erudición, tan poco común, atrae rumores extraños sobre su persona. Los ignorantes achacan a causas sobrenaturales cuanto no está a su alcance y llámanlo Enrique de Villena el Nigromante, bien lo sé. Reconozco que él abusa de sus conocimientos para deslumbrar a los demás, les mete cada susto...Asimismo le achacan, y ello me toca más de cerca, “cierto afecto decidido al bello sexo”. Y su ambición, que no ha de pararse don Enrique en los medios cuando se trata de conseguir algo. 



Los días pasan en nuestra parte del alcázar, tan ricamente alhajada como corresponde al señor conde de Cangas y Tineo. Entre alfombras, almohadones y pebeteros de oro, aspirando aromas orientales, vivo yo, doña María de Albornoz, una mujer todavía joven y dicen que bien parecida. Vestida con cierto descuido, ocupada en delicadas labores, sentada en una poltrona, con los pies en un taburete. Así  vive una dama principal, en ausencia de su esposo ocupado en la caza o en la guerra. ¡Rodeada de dueñas y doncellas! Borda que te borda, teje que te teje...

Pero la que me ayuda a pasar las horas es  mi fiel camarera doña Elvira, inferior a mí en dignidad y riqueza, mas no en gracia ni en hermosura. ¡Cuánta envidia la tengo! Y no por su tez de seda, sus cabellos de ébano o esos ojos que inspirarían al más enamorado trovador. Yo, la esposa del ilustre Enrique de Villena, ricamente dotada con las villas de Alcocer, Salmerón y Valdeolivas, confieso envidiar a la mujer de un hidalgo particular.


Museo de Burgos. Cortesía de Mercedes González.

Al caer la tarde, llega la hora de las confidencias. Elvira y y hablamos en voz muy baja, no nos oigan las dueñas y las doncellas, ávidas de novedades. Dígola que la envidio porque tiene un marido que la ama, se casó enamorada y no ha de temer la ambición y las intrigas cortesanas. Porque yo sólo en el nombre soy esposa del conde de Cangas y Tineo. Tres días hace ya que partieron a caza de montería, el suyo y el mío. Fernán Pérez de Vadillo ha venido dos veces a ver a su Elvira, mientras el mío prefiere la vista de los jabalíes y los ciervos.

"¡Maldita razón de estado!" Si se hicieran las cosas dos veces, no daría mi mano sino a un hombre de sentimientos conocidos, el mismo a los tres años que a los tres días. Así se lo digo a Elvira que suspira y me señala la distancia que existe desde la idea imaginaria que del matrimonio nos formamos  hasta la realidad de lo que es este vínculo en sí verdaderamente. Me confiesa que ella misma se casó enamorada hace tres años y Vadillo no lo estaba menos; pero ahora ni ella encuentra en su excelente esposo el amante ni él acaso encuentra en ella a la Elvira de sus amores. Me sorprenden sus palabras sobre lo que desgasta el día a día. ¡Sólo el cariño puede ser la salvación!


"La vida común, en la cual cada nuevo sol ilumina en el consorte un nuevo defecto que la venda de la pasión no nos había permitido ver la víspera en el amante, se opondrá siempre a la duración del amor entre los esposos."

"En cambio, una estimación más sólida y un cariño de otra especie se establecen entre los desposados, y si ambos tienen alternativamente la deferencia necesaria para vivir felices, podrá no pesarles de haberse enlazado para siempre."


Museo de Burgos. Cortesía de Mercedes González.

Elvira derrama consuelo en mi corazón, si ella no se considera completamente dichosa...Abro mi corazón: "si tu esposo te insultase diariamente con su frialdad, si tus virtudes no te bastasen..."

Ella me aconseja redoblar esas virtudes, paciencia y resignación, lo de siempre. ¡Qué mal paga mi afecto don Enrique! ¡Qué poco sabe apreciar la esposa que tiene! En esto estamos cuando se oye la señal del conde, suena la corneta, se oyen las pesadas cadenas del puente. Es extraño, la cacería era para cuatro días y llevan tres...tal vez sea requerido por el Rey para algún asunto de estado o...el caballero todo de negro que llegó a todo correr esta mañana,...pudiera tener que ver con esta sorpresa. 

Mi corazón me engaña rara vez, nada bueno...Estoy demasiado sencilla, pido a mis doncellas que me peinen y me engalanen, llega mi señor esposo. El cuidado le probará el aprecio que hago de su amor, acaso vuelva avergonzado de su conducta, no he de perder la esperanza. ¡Qué ingenuidad la mía!

Oigo pisadas aceleradas. Se paran de trecho en trecho y vuelven a andar, se diría que tratan andando cosas de importancia. Ahora los oigo en el dintel, entran. Mando salir a dueñas y doncellas, Elvira y yo tenemos los ojos clavados en la puerta. Entra mi esperado esposo que despide a dos de sus tres acompañantes, se queda el conde con el juglar ante la esposa anhelante. ¿Por qué no despide ya a Ferrús, el zorruno coplero?



Ya sabía yo de la frialdad de sus caricias y la severidad de su trato. Exagero mi sorpresa: "¿Tú en mis brazos tan presto? ". Me pregunta si acaso me pesa su presencia, con una risa sardónica que me hiela el alma. Contesto como una buena esposa que sólo existo para él y no deseo otra dicha sino su presencia. Enrique sigue con la burla: tan engalanada me encuentra sabiendo que él está en el monte. Intento seguir un poco más con el papel de abnegada esposa, todo inútil, comenzamos a reñir. No estamos solos y él parece darse cuenta ahora, echo sobre Elvira una mirada de dolor. Mi camarera se retira y también lo hace Ferrús. ¡Ya tardaba!

Desesperada retuerzo mis manos, con los ojos clavados en el conde, pensando en las palabras que acaba de decir al malicioso juglar:"tenemos que tratar materias en que no habemos menester testigos".


Nos quedamos solos, algo para mí extraño, como él mismo remachaba. Calla como si dudara de decir lo que trae pensado, se pasea con pasos acelerados. Decidida a no rendirme, le pregunto si por fin su corazón se ha rendido a mi amor, si ha pensado cortar las rencillas que han amargado "nuestra desdichada unión". Murmura algo entre dientes, se pasea sin mirarme una sola vez. Yo me decido:


"...¿qué tardáis en venir a los brazos de la mujer que más os ama y que no ha amado nunca sino a vos?... Desechad esa dura indiferencia... Si algún rubor de vuestra pasada frialdad os impide darme ese contento, yo os lo perdono todo."

El conde grita fuera de sí al oír la palabra perdón. Sus palabras son crueles:

- "Perdón... vos a mí. ¿Y sabéis antes si os perdono yo a vos?"


No puedo sufrir esas palabras, sólo soy culpable de amar y sufrir. Le digo que me perdone, pero proclamo: " soy vuestra esposa y tengo derecho a vuestro amor, o por lo menos a vuestra consideración".
Me dice que no se trata ya de amor, que ha llegado el caso de un rompimiento completo. 
"¡Desgraciada de mí!" ¿Y qué causa alega? Aprieta el puñal en su mano y yo le pido que saque el puñal todo. Le ofrezco mi vida:

"...aquí tenéis el corazón criminal que os ha querido bien; acabad de una vez con el único estorbo de vuestros intentos... De otra manera, don Enrique, jamás conseguiréis esa separación; yo quiero antes saber el motivo que os conduce a...".


Museo de Burgos. Cortesía de Mercedes González.




Ahora pretende embaucarme como al vulgo. Dice que el estudio ocupa todas las horas de su vida y le impide entregarse a la belleza terrenal. Que son los culpables "los hondos arcanos de las ciencias".

¡Delirios! es mi respuesta y como no le satisface, pronuncia secamente: "mi voluntad".

Le advierto que para ese divorcio que pretende necesita de mi voluntad. ¡Divorcio! 

Jamás daré mi consentimiento y se lo hago saber, Me amenaza:

"¡María! ¿Conoces mi furor? Tú me le darás..."


¡Ah! Oculta su perfidia, ama a otra, no puede tener otro origen ese extraño interés. Se lo sugiero e interrumpe rojo de colera: "Cuando don Enrique de Villena pueda volver al estado de la estupidez y de la ignorancia de un ente que nace al mundo, entonces amará a una mujer..."

Proclamo su mentira, yo he sorprendido sus miradas inicuas, he leído el pecado en sus ojos. Quiere imponerme el silencio con su voz ronca. Incluso me concede mis "gratuitas suposiciones". Será inútil, no venceré su repugnancia a fuerza de amor. Y yo lo sé, yo he llorado muchas lágrimas que desahogaron mi corazón, con mis propias manos yo...

Me pide que acabemos, que ya de mucho tiempo he consentido y de nada me servirá mi tenacidad. He de darle el consentimiento y retirarme a un monasterio, que las villas aportadas al matrimonio pagarán con creces mi dote.


Mis esfuerzos serán inútiles, pero nunca pondré yo misma la primera piedra de mi deshonra. Que haga Enrique lo que guste, pero puesto que quiere guerra, guerra le juro, a muerte.


Me muestra un pergamino, falta mi firma la pie. Es una demanda de divorcio pedida por mí misma. Me amenaza, no me iré sin firmarlo. Me detiene con una mano, mientras me enseña el pergamino con la otra, en la que reluce un agudo puñal.

Grito desesperada: "¡Nunca! ¡Socorro! ¡Elvira! ¡Elvira!"

Huyo hacia la cámara y se arroja sobre mí, para impedir la salida. O callo, o soy muerta. O callo o templo el puñal. Mas en vano procura taparme la boca, sonidos inarticulados se escapan de mi pecho y resuenan por el salón. En vano me sujeto a sus pies, de rodillas hago esfuerzos por desasirme de aquellos lazos crueles.

Me tiene ahora más sujeta y repite la cruel pregunta: "¿No firmaréis?". En ese momento, gira una puerta sobre sus goznes ruidosos y entra Elvira asustada. Me levanto y escapo de la fuerza opresora. Sí, grito, firmaré. Y añado: "pero de esta manera". Me precipito sobre el pergamino y lo arrojo al fuego sin que Enrique lo pueda evitar. 



Elvira me pregunta que tengo y mira al conde que parece su propia estatua. Me arrojo en brazos de mi fiel camarera sin aliento, sin palabras, sólo ayes, suspiros y lágrimas.

El conde vuelve las espaldas y sonríe "con cierta expresión sardónica de desprecio y de indignación". No profiere ni una palabra que pudiera dar a Evira la clave de lo que entre sus señores ha pasado. Llega a la pared, aprieta con su dedo un resorte oculto en la tapicería y aparece una puerta secreta. En ella desaparece "como un espectro que se hunde en una pared o que se borra y desvanece". No es magia ni encantamiento, pero lo parece. ¡Así cría su fama de hechicero!


-Ahora me toca a mí ser doña Elvira. Lo dejamos para la próxima entrada. Has sido una doña María de Albornoz muy romántica.


-¿No he estado algo exagerada?

-¡No! Tiene que ser así. Y don Enrique de Villena...qué malo tan malo. Todo porque quiere ser Maestre de Calatrava. Razón de estado. La pasión del poder. 

-¡Qué raro que no hicieran una película con esta novela, en los años cuarenta y cincuenta, cuando hacían tanto cine histórico de cartón piedra!

-No, que aquí aparece la palabra...¡divorcio!

-Los conflictos amorosos de doña María de Albornoz y de doña Elvira no eran tan distintos de los de Dolores Armijo, el amor de Mariano José de Larra. ¿Verdad? ¿No pasaba en el XIX como en el XIV?


Un abrazo de:

María Ángeles Merino
y Austri

Fotos del Museo Provincial de Burgos realizadas por una alumna del CEPA Victoriano Crémer. Gracias Mercedes González.