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jueves, 15 de marzo de 2012

Sonata de invierno: Maximina, "casi una niña, con los ojos aterciopelados, muy amorosos y dulces"

"Arlanzón en negro"

Comentario a mi lectura de "Sonata de invierno", de Valle Inclán, en busca  de la casi novicia Maximina, hija "feúcha" del marqués de Bradomín y la duquesa de Uclés. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
Podéis leerla aquí.

“¡Maldito tiempo! ¡Era un corazón leal!”


Don Carlos y Bradomín descabalgan. Están de nuevo ante la casería, la que sirve de Cuartel Real. Nubes negras desfilan sobre la luna. La imagen de Volfani, mortalmente paralizado, les acompaña.


Entran en el aposento real. Al calor del brasero, don Carlos, con amable ironía, deja caer:

“Bradomín, sabes que esta noche me han hablado con horror de ti... Dicen que tu amistad trae la desgracia... Me han suplicado que te aleje de mi persona.”

¿Lo ha dicho una dama? Sí, una dama que no le conoce, “una princesa romañola”; pero tiene la referencia de su abuela, la cual le maldijo siempre. Calla “sobrecogido”, recuerda:

“…el más grande amor de mi vida perdido para siempre en la fatalidad de mi destino”

Le ahogan las aguas del pasado: “años juveniles”, “tierra italiana”, “Guardia Noble de Su Santidad”, “amanecer de primavera”, “vieja ciudad pontificia”, “palacio de una noble princesa…rodeada de su hijas”, “Corte de Amor”. Las notas de la “Sonata de Primavera”.



La piadosa María Rosario flota sobre esas aguas amargas. El destino le va a llevar junto a otra casi novicia: Maximina. Entre las mujeres de las “Sonatas”,  son las que llevan la peor parte. María Rosario pierde la razón, Maximina se suicida. Las vírgenes, las que no se relacionan sexualmente con el marqués.

Sale al huerto, bajo la luna:

“Oyendo el rumor de las hinchadas torrenteras que se despeñaban inundando los caminos, yo las comparaba con mi vida, unas veces rugiente de pasiones y otras cauce seco y abrasado”



Como la luna no disipa sus negros pensamientos, busca el olvido en la partida de cartas con sus “mundanos amigos”; que el “albur” ofrece más consuelo que “la blanca luna”. De poeta que mira la luna a empedernido jugador de cartas, son los  giros de trescientos sesenta grados a los que nos somete Valle. Los lectores vamos como en una noria.



Canta el gallo, tocan diana, guarda su ganancia y vuelve a sus “cavilaciones sentimentales”. El personaje de Bradomín semeja un péndulo entre los nobles sentimientos y el cinismo más desvergonzado. No nos engañemos, ya lo conocemos demasiado. Gana el cínico.


Ahora el Rey tiene una misión para él: ha de entrevistarse con el "faccioso" cura  de Orio. Ha de hacerle entender que ahora ya  no se pude quemar a los viajeros rusos, por muy herejes que sean.  Que vuelva a su iglesia y los libere; que Don Carlos no quiere “disgustar a Rusia”, tan absolutista ella.

Cabalga el marqués escoltado por “diez lanzas”. Han volado un puente y no puede pasar el río. Se hace forzoso volver atrás y seguir el camino de los montes. No vacila, aun cuando la ruta sea arriesgada. Baja con su escolta al río, para dar de beber a los caballos.  Bradomín ve tan cerca la otra orilla que se  arriesga a entrar río adentro, sobre su montura.


"El animal tembloroso sacudía las orejas". Ya nada con el agua a la cincha, cuando en la otra ribera asoma una vieja cargada de leña que grita:

De aquí.

Bradomín supone que la mujer les advierte de lo peligroso del paso. A la mitad de la corriente, entiende mejor las desesperadas voces de aquella "sibila aldeana" y...carlista:

"¡Teneos, mis hijos! No paséis por el amor de Dios. Todo el camino está cubierto de negros alfonsistas...¡Cuentan y no acaban que han ganado una gran batalla! Albuín, Tafal. Endrás, Otáiz, todo es de los negros, mis hijos... "

Los "lanzas" retroceden acobardados, suenan tiros, en el agua se dibujan los círculos de las balas.

Se apresura y, cuando ya su caballo se yergue, siente "en el brazo izquierdo el golpe de una bala y correr la sangre caliente por la mano adormecida".

Cartucho y bala, III guerra carlista.

Trepan a galope por una cuesta, entran en una aldea. Llaman a un curandero que le pone el brazo “entre cuatro cañas”. “Sin más descanso ni otra prevención”, toman el camino de los montes.


De aquí.

El guía camina a pie al diestro del caballo de Bradomín. Los dolores del brazo herido son muy grandes, la fiebre enciende sus ojos, su rostro es de cera, las barbas “simulaban haber crecido como en algunos cadáveres”. Marchan en respetuoso silencio. Los ojos se le nublan y está a punto de atropellar a dos mujeres que caminan sobre los lodazales.


Una de ellas le reconoce:

"¡Marqués! Me volví con un gesto de dolorida indiferencia...¿No se acuerda usted de mí? "
La mujer se retira un poco la toquilla de aldeana. Bradomín descubre "un rostro arrugado y unos ojos negros, de mujer enérgica y buena". ¿Quién es? ¿No se acuerda de cuando estaban "en la frontera con el Rey"?. ¡Es Sor Simona!


Le pregunta si está herido. Al ver "la mano lívida, con las uñas azulencas y frías", exclama "con bondadoso ímpetu": "Usted no puede seguir así, Marqués". Sí, ha de seguir, ha de cumplir  "una orden del Rey".

Sor Simona ha visto demasiadas heridas de guerra. Le advierte :"ese brazo no espera...Por lo tanto que espere el Rey".

De aquí

Decidida, toma el diestro del caballo para hacerle torcer de camino. "Con tono autoritario y enternecido", que lo uno no quita lo otro, ordena  a los soldados que vayan detrás. No le deja apearse, Bradomín obedece dócilmente.

Entran "por una calle de huertos y casuchas bajas" . Humo, olor a "pinocha", voces, gritos. ¿sueña? Las ramas de un sauce, "sombra adversa", le dan en la cara.


Se detienen ante una casona hidalga. Los "republicanos" quemaron su convento y en ella tienen montado su hospital de sangre. Mientras sube la escalera, llama la atención de Bradomín  la  joven ayudante de Sor Simona:

 "Era casi una niña, con los ojos aterciopelados, muy amorosos y dulces"


Arriba, mujeres con tocas hacen hilas y rasgan vendajes. Sor Simona ordena que le dispongan una cama, la mejor.

Las Maximinas de hoy en día
Comienza a desatarle el vendaje del brazo. Los ojos del marqués se van en busca de los de la jovencita que, asustados y compasivos, miran el "cárdeno agujero de la bala" . Sor Simona decide quitarla de en medio,  la ve a punto de llorar. El pretexto son las sábanas que ha de poner en la cama del Señor Marqués, de hilo han de ser.

Sábanas de hilo

Bradomín siente "el alma llena de ternura". Su "memoria acalenturada", repite tercamente: "¡Es feúcha! ¡Es feúcha! ¡Es feúcha!..." Su cerebro realiza inesperadas conexiones. ¿Tal vez delira?

Pasa algún tiempo hasta que el médico asoma "en la puerta, tarareando un zorcico". "Un viejo jovial, de mejillas bermejas y ojos habladores". Le reconoce el brazo, con la ayuda de Sor Simona. "Bordeando el agujero de la bala" le hinca más fuerte los dedos. Duele mucho. Un crujido, no hay duda:

"Están fracturados el cubito y el radio, y con fractura conminuta"

Pregunta el marqués "si será preciso amputar el brazo". El médico y la monja le miran. Lee "en sus ojos la sentencia".  Y sólo piensa " en la actitud que a lo adelante debía adoptar con las mujeres para hacer poética mi manquedad". Incluso tiene un recuerdo para Cervantes y el Quijote:

"¡Quién la hubiera alcanzado en la más alta ocasión que vieron los siglos! Yo confieso que entonces más envidiaba aquella gloria al divino soldado, que la gloria de haber escrito el Quijote. "

De aquí.

Mientras distrae su sufrimiento con  quijotescas  locuras, el médico declara la inminencia de la gangrena.

A continuación:"Conferencias en secreto", "hay que tener ánimo Marqués", "era mi alma como viejo nido abandonado",  "¿Ha cortado usted muchos brazos, Doctor?", "un goce amargo y cruel", "dominando el femenil sentimiento de compasión". "el orgullo, mi gran virtud, me sostenía".

Y después: "No exhalé una queja ni cuando me rajaron la carne, ni cuando serraron el hueso, ni cuando cosieron el muñón".

Y, al final: "¡Qué valor! ¡Cuánta entereza! ¡Y nos pasmábamos del General! Yo sospeché que me felicitaban, y les dije con voz débil: ¡Gracias, hijos míos! "

Pero estamos ante un antihéroe que, tras su heroico papel, llora en secreto:

"Cerré los ojos para ocultar dos lágrimas que acudían a ellos"



Acaso también Valle Inclán hubo de vivirlo así.

Se desvanece "en un sueño o en un desmayo". Cuando despierta, "una sombra estaba en vela". Reconoce "los ojos aterciopelados" y siente "como si las aguas de un consuelo me refrescasen la aridez abrasada del alma".



Alza con fatiga el único brazo para acariciar "aquella cabeza que parecía tener un nimbo de tristeza infantil y divina". Ella le besa la mano, llora. " ¡Es usted muy valiente! "

Él sonríe ante la ingenua admiración. La consuela como a una niña pequeña: "ese brazo no servía de nada", con uno nos basta, ahora no trepamos por los árboles, la rama cercenada me alargará la vida, "soy como un tronco viejo".


La niña solloza, le suplica que no hable así, por Dios.

"La voz un poco aniñada se ungía con el mismo encanto que los ojos, mientras en la penumbra de la alcoba quedaba indeciso el rostro menudo, pálido, con ojeras"

Bradomín le pide que le hable. Su voz es balsámica, le hace bien. Ella repite : "¡La voz balsámica", buscando un sentido oculto en esas palabras. "Recogida en su silla de enea", silenciosa, pasa las cuentas del rosario.

Vuelven las nieblas del sueño:

"Un sueño ingrávido y flotante, lleno de agujeros, de una geometría diabólica"

De aquí

Cuando despierta, ahí está Maximina. La Madre Superiora le ha reñido, dice que  le fatiga con su charla. "De manera que va usted a estarse muy callado" le ordena con una sonrisa.
 
¿Qué siente el Marqués? ¿La ternura de un abuelo?

"Yo al verla sentía penetrada el alma de una suave ternura, ingenua como amor de abuelo que quiere dar calor a sus viejos días consolando las penas de una niña y oyendo sus cuentos"


Le agrada su voz. desea oírla. Preguntas y respuestas. "Me llamo Maximina", "es un nombre muy bonito", "será lo único bonito que tenga", "también muy bonitos los ojos", "soy toda yo tan poca cosa", "vales mucho", "ni siquiera soy buena" , "la niña más buena que he conocido", "una mujer enana", "cuántos años cree que tengo", "acaso tengas veinte años", "tengo quince", "le estoy haciendo hablar", la Superiora..., "no soy novicia, soy educanda". Sonríe.

Él calla, esos ojos...:

"¡Ojos de niña, sueños de mujer! ¡Luces de alma en pena en mi noche de viejo!"


Pero...¿sabe Bradomín quién es Maximina? ¿Rebotan ahora en su alma las palabras de la Duquesa de Uclés? ¿Su hija?

"Es feúcha, es feúcha"

¿Quiero descubrir la parte más repugnante de este marqués de Bradomín? No lo sé, tal vez siga más adelante y os lo cuente. Quizás no...

Un abrazo para los que me seguís.

María Ángeles Merino

martes, 8 de noviembre de 2011

"No entendían los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes ..."


Comentario al capítulo 1,11 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada correspondiente al 24 de julio de 2008, titulada "Un caballero andante entre pastores o el desnivel paródico como excelencia narrativa".

En el capítulo anterior, dejamos a don Quijote y Sancho junto a la choza de unos cabreros, unos huéspedes excelentes.

Sancho, fascinado con los apetitosos tasajos de cabra que hierven en un caldero, va tomándoles las medidas por ver si encajan en su dilatado estómago. Le dura poco la contemplación, los cabreros lo retiran y tienden en el suelo unas zaleas, a manera de ovejunos manteles. Se acomodan alrededor de la pitanza y, a don Quijote, lo sientan en un dornajo puesto del revés.


No, Sancho, no te quedes en pie. Tu señor desea que te sientes para que llegues a apreciar las bondades de la caballería andante, tan igualitaria ella. Has de comer en su plato y beber donde él bebiere.

Don Quijote no espera tu ironía, piensa que vas a apreciar su "gran merced". Y , tú, socarrón, vas y manifiestas que si te dan bien de comer, mejor a pie y a solas. Que si no hay cosa peor, para ti, que comer con miramientos: mascar despacio, beber poquito, limpiarte, no toser ...¡Nada de gallipavos en mesas elegantes! ¡Pan y cebolla y a tus anchas! ¡Y renuncias a esas honras a cambio de cosas de más provecho!


Irritado, te pone en tu sitio, te hace sentar a su lado. Ya está bien de tonterías, escudero. Los cabreros no entienden nada. Comen, callan y miran el salero que gastan sus huéspedes despachando tasajo. Los señoritingos también pasan hambre, comprueban.

-Beeee, beeeee, beeeeee.


¿Qué son esos balidos? ¡Ay, que por los canalículos de mi ordenador se ha colado un rebaño de cabras! Hasta me parece percibir un olorcillo...

¡Ahí van con sus cabreros! Uno de ellos toma la palabra desde la pantalla:

-Con Dios, señora mía. Henos aquí, cabreros que dimos humilde comida y lecho al nuestro señor don Quijote. Somos presonajes secundarios del famoso libro y nos mandan aquí pa contarlo . Comienza un servidor, pobre iletrado. Después oirá voacé al compañero con letras, el tañidor de rabel.


Aquella noche, cenamos tasajo, queso curadísimo y bellotas; lo que más a mano tenemos, lo de cada día. El cuerno no para de vaciarse y de llenarse, ya habíamos vaciado un zaque de vino. El señor don Quijote, con la panza llena, está hablador. Toma un puñao de bellotas, las mira como si nunca las hubiera visto y se pone a hablar que no hay quien lo pare.


Que si en los siglos pasados ni tuyo ni mío, todo de todos. Y el único trabajo, alzar la mano y tomar el dulce fruto de las encinas.


Las fuentes y los ríos daban siempre abundante y sabrosa agua.


Las abejas ofrecían su miel y no les molestaba que se la hurtases.


Los corteses alcornoques daban cortezas para cubrir las casas.


Todos amigos y nada de rejas ni de arados, que eso cansa mucho. Y no sé que dijo de una primera madre y sus entrañas. Y de una mujer forzada, con un espacioso seno que sustentaba a sus hijos.


Lo que más nos gustó fue la de las zagalejas libres y correteando de valle en valle tapadas lo justo, con adornos de yedra y lampazos.


Y el amor, sin rodeos. Eso digo yo, que para eso las palabras sobran.

Y ni engaño ni malas intenciones, tos güenos. Los jueces no gastaban favores, intereses ni encajes.
Las doncellicas bien seguras, sin perder su jonra por obra de los malintencionados.

¡Un bello cuento nos relata el señor don Quijote!

Mas agora, que hay malicia y maliciosos...pos pa eso están los caballeros andantes, pa defender a doncellas, viudas, huérfanos y presonas indefensas.

El criado Sancho calla, come bellotas y menudea las visitas al segundo zaque. No le sabe mal nuestro vino, no.

Me despido de voacé pa que escuche el rabel y las palabras del compañero Antonio, zagal "muy entendido y enamorado".


Se oye el son de un rabel. En la pantalla, aparece el músico que lo toca. Este cabrero no parece tan cabrero como el de antes. Escuchémosle.

Salúdole, mi señora. Cuentole lo de aquella noche:

Cuando llego junto a mis compañeros, don Quijote ya sabe que soy músico. Ellos me piden que cante, así el huésped verá que también en los montes se sabe de música. Y que sea el romance de mis amores, el que me compuso mi tío cura, el beneficiado.

Templo mi rabel y canto lo de mi Olalla, la del alma de bronce y el pecho de risco. Me ofrezco voluntario a la coyunda bendecida por la Santa Madre Iglesia. A don Quijote le gusta y quiere que cante algo más. El tal Sancho no lo consiente, advierte a su amo de que nuestro trabajo no permite pasar la noche en cánticos. Bien entiende el amo, tanta visita al zaque da sueño.

Al caballero andante le parece de perlas que todos durmamos, pero él ha de velar, tal es su profesión. Eso sí, antes de dormir ha de curarle Sancho su dolorida oreja.

Un compañero cabrero masca unas hojas de romero y se las aplica con sal en la oreja. Buen remedio de pastores. No ha menester otra medicina.

"Y tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allí había, las mascó y las mezcló con un poco de sal , y, aplicándoselas a la oreja, se la vendó muy bien..."

Los cabreros saludamos a la señora de las letricas. Quede con Dios.

Desaparecen entre un concierto de balidos.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

Nota: las encinas y bellotas que aparecen en esta entrada están situadas dentro de la ciudad de Burgos, a las orillas del río Vena y son conocidas como "Encinas de Coprasa".

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, nos lleva al monte al comentar el capítulo 11 de la Primera parte del Quijote de la mano de otro secundario: un cabrero de los que tienen la fortuna (o no) de escuchar el discurso de Cervantes sobre la Edad de Oro. No faltan las bellotas...

jueves, 24 de marzo de 2011

Descanso de los libros para mostraros la fuente de Campo Real.











La fuente de Campo Real (Madrid) con el caño, el pilón y el lavadero. Agua, prunos, almendros, olivos...mi paseo de aquellos días. Pilar Medina (PMC) me manda estas fotos que permiten a esta "abejita" volver a volar por su "vega".






Paqui Delgado me envió sus olivos, en el tiempo de la aceituna. Completan mis recuerdos,

Gracias, amigas.

Un descanso entre libros...

jueves, 30 de septiembre de 2010

Altisidora, la bella durmiente del ducal castillo.


Dedico esta entrada a la pequeña Carmen que me dejó su querido libro de cuentos.


Comentario al capítulo 2, 69 del Quijote, publicado en "La acequia".

Del más raro y más nuevo suceso que en todo el discurso desta grande historia avino a don Quijote.

Pongámonos en el lugar de Sancho y don Quijote, que no de don Quijote y Sancho.

Entran en volandas en un patio iluminado con cientos de fantasmales antorchas encendidas. En medio se alza un túmulo funerario, cubierto de negro terciopelo y rodeado de blancas velas encendidas, en plateados candeleros. Allí yace una hermosa doncella, tan hermosa que “hacía parecer con su hermosura hermosa a la misma muerte”. Almohada de brocado, guirnalda de flores, manos cruzadas y la palma de la virginidad en la mano; como las princesas de los cuentos.




"se mostraba un cuerpo muerto de una tan hermosa doncella, que hacía parecer con su hermosura hermosa a la misma muerte"

A un lado, sobre una tarima, teatralmente sentados, unos fingidos personajes disfrazados de reyes. Sientan a los “presos”, los otrora invitados, mandándoles callar con el gesto del dedo en la boca. No hace falta insistirles en el silencio, han enmudecido. ¿Qué pesadilla están viviendo?

Suben al tablado dos principales personajes, con su séquito. Don Quijote reconoce a los duques y su perplejidad se suma a la de haber identificado a la hermosa Altisidora, en el funerario túmulo.

Caballero y escudero inclinan la cabeza, a lo que los saludados contestan igualmente.

Un criado viste a Sancho como a un penado de la Santa Inquisición: con ropa negra, toda pintada con llamas de fuego y cucurucho en la cabeza, con bonito estampado de diablos. Se mira y remira. Como no arde ni le llevan, se tranquiliza el amigo Panza. Don Quijote, a pesar de su miedo, no deja de reírse de las trazas de su criado.


"quitándole la caperuza le puso en la cabeza una coroza , al modo de las que sacan los penitenciados por el Santo Oficio"

El silencio guarda silencio; pero debajo del túmulo, hay unos flautistas invisibles que lo rompen, con una apacible musiquilla. Y, junto a la almohada, se coloca un guapo arpista, que canta dos estancias con una suave voz.

La primera estancia señala la crueldad de don Quijote como causa de la muerte de Altisidora. Mas, al parecer, hay remedio porque “en tanto que en sí vuelve", las dueñas se visten de luto y él canta “su belleza y su desgracia”.

La segunda pertenece a la Égloga III de Garcilaso y expresa la voluntad del poeta de seguir cantando a su amada tras la muerte, “la voz a ti debida”, parando así “las aguas del olvido”.


"y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido"


Los disfrazados de reyes representan a Minos y a Radamanto, jueces de los infiernos. Minos pide al del arpa que lo deje ya, puesto que sería infinito cantar las gracias de Altisidora, tan famosa. Y asegura que no está muerta sino viva, sólo es preciso que Sancho cumpla cierto castigo y la doncella volverá a la vida. Su compañero de juicios, Radamanto, ha de decir cuál será la pena.

Y Radamanto con una “ea”, anima a los criados de la casa para que acudan a “sellar” el rostro de Sancho con veinticuatro “mamonas”, cachetes más o menos. Completarán la faena con doce pellizcos y seis alfilerazos en “brazos y lomos”. Con esto sanará la del túmulo.

Sancho Panza explota, de ninguna manera se va a dejar, como si le dicen que se vuelva moro…


"¡Voto a tal, así me deje yo sellar el rostro ni manosearme la cara como volverme moro!"

¿Qué tendrá que ver su cara con la “resurrección” de Altisidora? Por ahí se están acostumbrando a mortificarle para desencantar doncellas, como la vieja del proverbio, la cual cogió gusto a los bledos y no los dejó ni verdes ni secos.


"Regostóse la vieja a los bledos..."


Si Dulcinea está encantada, él se ha de azotar. Se muere Altisidora y, para resucitarla, han de abofetearle, pincharle y acardenalarle. No hay tus tus con Sancho, perro viejo.

Radamanto amenaza: “¡Morirás!”. Ha de ablandarse, humillarse, sufrir y callar. Ha de ser mamonado, acribillado y pellizcado. Y dicho y hecho. Da la orden los criados para que se pongan a la faena.

Por el patio viene una procesión de dueñas, con las manos en alto. No, eso sí que no. Bien podrá Sancho dejarse manosear de todos, pero jamás de unas dueñas. Aguantaría uñas de gato, dagas o tenazas de fuego; mas no consentirá que le toquen esas brujas.

Don Quijote le pide paciencia y se lo hace ver de otra manera. Debería dar gracias al cielo que le concede el poder de desencantar y resucitar.

Persuadido, ofrece rostro y barba a la primera, que le da una torta bien dada y se retira con una reverencia. Todas las dueñas le sellan la cara y gente de la casa le pellizca. Lo que no puede sufrir es que lo puncen con alfileres. Coge un hacha encendida y echa a todos sus verdugos.


"pero lo que él no pudo sufrir fue el punzamiento de los alfileres"

En esto, Altisidora, algo cansada de estar tumbada, se vuelve de lado. Todos a una voz proclaman la vuelta a la vida de la casi muerta.

Don Quijote se pone de rodillas delante de Sancho y le dice que ahora es tiempo de propinarse algunos de los azotes que debe darse por Dulcinea. A Sancho eso le parece una acumulación insoportable de mortificaciones, para curar males ajenos. Él no tiene por qué ser “la vaca de la boda”, la que recibe todos los palos, para divertir al personal.

Altisidora se sienta en el túmulo; suenan chirimías, flautas y voces que aclaman a la resucitada. La reciben y la bajan de la tarima. Se hace la desmayada y se inclina ante duques y reyes.

Expresa un reproche para don Quijote por su crueldad que la ha tenido en el otro mundo más de mil años, qué exageradilla.

Y, cómo no, agradece su vuelta a la vida al compasivo Sancho. Como premio, puede disponer seis de sus camisas, algo rotas pero limpias. Ya veo a Teresa cosiéndolas para hacer otras seis, pero de hombre. No creo que haya suficiente tela.

Sancho se quita la coroza, se arrodilla y besa las manos a su benefactora. El duque ordena que le quiten el atuendo de reo y le pongan su sayo y caperuza. No, no se lo quite, señor duque, que lo quiere llevar a su aldea, como recuerdo del raro suceso.
La duquesa le dice que se lo dejan, cómo no. Ya sabe el escudero qué buena amiga tiene en esta gran señora.

El duque manda que todos se recojan y lleven, a caballero y escudero, hasta las habitaciones que tan bien conocen.

Un abrazo de María Ángeles Merino


Pedro Ojeda dijo en este blog:

"Qué buena perspectiva, desde el orden inverso de los protagonistas: y la ilustración, con el cuento de la bella durmiente y las imágenes bucólicas, todo un acierto."