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sábado, 16 de octubre de 2010
"...la virtud de Sancho..."
"Los azotes de Sancho", cuadro de Ana Queral.
Comentario al capítulo 2,71 del Quijote, publicado en "La acequia".
"De lo que a don Quijote le sucedió con su escudero Sancho yendo a su aldea"
Vencido, asendereado, pensativo y…muy alegre. Así va don Quijote en este capítulo tan próximo al final, el cuarto de la cuenta atrás. ¿Cómo puede ser eso? Triste por su derrota, alegre al considerar la “virtud”, la magia, de Sancho, capaz de resucitar a Altisidora, aunque algo incrédulo.
¿Y Sancho? Sancho no perdona aquellas camisas prometidas por la medio muerta , algo deterioradas; mas su Teresa hubiera puesto remedio, con su aguja y su habilidad de mujer pobre.
"No iba nada Sancho alegre, porque le entristecía ver que Altisidora no le había cumplido la palabra de darle las camisas..."
Sancho se duele de haber practicado gratis su “virtud”. Y si a los médicos se les paga, incluso cuando matan y se limitan a firmar una orden para que el boticario prepare el letal potingue… Pero, para la curación ajena, él ha de sufrir bofetadas, pellizcos, pinchazos y azotes. El próximo “enfermo”, ha de pagar; que si el cielo le ha dado la “virtud” no es para que regale sus servicios. ¡Vaya con los poderes sobrenaturales del escudero! No cree, pero ha de sacar tajada.
Don Quijote, buen entendedor, comprende que le ha llegado el momento de soltar dinero y le da la razón. Muy mal ha hecho Altisidora en no pagarle con las camisas prometidas. Que aunque su virtud no le haya costado estudio alguno, más duelen las bofetadas y los pellizcos que los libros. Y le asegura que no le hubiera importado “pagar por los azotes del desencanto”, pero mira que si no hacen efecto por ser de pago...
Así que ahora probarán. El escudero puede poner un precio a los azotes y dárselos. A continuación puede cobrarse, pues lleva dineros de don Quijote, aquellos destinados a los gastos del camino. Aquel ventero de la primera parte indicó al caballero que había de llevarlos.
Al oír esto, ay, qué ojos más grandes tienes, Sancho, qué orejas más grandes tienes, lo menos un palmo. Cómo no, por supuesto, de buena gana, dígame vuestra merced la cantidad. Y se disculpa: mire que si me muestro interesado es por amor a mi Teresa, a mi Sanchico, a mi Sanchica. A ver, a ver, cuánto me va a dar por cada azote.
Don Quijote le responde que, que por merecer, merecería el tesoro de Venecia o las minas del Potosí, las antonomásicas riquezas. Así que es mejor que Sancho tase los zurriagazos. ¡Ay, qué cara te cuesta aquella mentira, Sanccho!
Veamos las cuentas sanchescas, despacito, que la que esto escribe es de letras. Son mil trescientos y tantos. Los cinco que se ya se ha dado entran en los tantos. Así que calcula el precio de los tres mil trescientos. Los tasa a cuartillo cada uno y echa la cuenta primero para los tres mil y luego con las trescientos. Los junta y le salen ochocientos veinticinco reales. Parece un galimatías pero lo ha hecho bien, bien y rápido, haciendo la conversión a medios reales y a reales. Y sabemos que Sancho no fue a escuela alguna...
"que vienen a hacer setenta y cinco reales, que juntándose a los setecientos y cincuenta son por todos ochocientos y veinte y cinco reales."
Los desfalcará, qué mal nos suena ese verbo. Vamos, que los separará de la bolsa de don Quijote y entrará triunfante en su casa, con sus reales y su buena zurra encima. El que quiera peces, truchas o lo que sea, que se moje…
"y entraré en mi casa rico y contento, aunque bien azotado, porque no se toman truchas... , y no digo más."
Tras la cuenta, don Quijote proclama las bondades del cascarrabias Sancho, ahora bendito y amable; al que eternamente quedará su amo agradecido y no digamos la encantada Dulcinea. Mas que diga ya cuándo va a cumplir con la penitencia y, si abrevia, ahí tiene cien reales más.
Sancho le contesta que, cuando llegue la noche, se abrirá las carnes.
Con ansia espera don Quijote a que anochezca y le parece que el día dura más que de costumbre. Tal vez el carro de Apolo haya tenido una avería.
"Llegó la noche, esperada de don Quijote con la mayor ansia del mundo, pareciéndole que las ruedas del carro de Apolo se habían quebrado y que el día se alargaba más de lo acostumbrado..."
Oscurece y entran en una amena arboleda, no muy desviada del camino. Se tienden tan a gusto sobre la hierba, tras descargar al rucio y al rocín. Tras cenar del repuesto, Sancho, con brío, se prepara un latiguillo con los correajes de su asno y se retira unos pasos de su amo.
Don Quijote lo ve tan decidido que teme un exceso de penitencia y le da unas pautas a seguir: los azotes espaciados para que no le falte el aliento. Y no ha de preocuparse por llevar la cuenta, que su piadoso amo los contará, con la ayuda de su rosario. El favor del cielo no fallará con tan buena intención.
"Y porque no pierdas por carta de más ni de menos , yo estaré desde aparte contando por este mi rosario los azotes que te dieres."
Sancho piensa darse de manera que, sin matarse, le duela. Se desnuda, comienza a darse con el cordel y don Quijote cuenta.
Siete, ocho, esto duele más de lo que pensaba. La burla es pesada y muy barata le está saliendo a este amo. Nada de a cuartillo, a medio real me lo ha de pagar.
Don Quijote acepta pagar el doble y le anima a no desmayar. Sancho hace que lluevan más azotes, pero el muy socarrón da en los árboles y no en las espaldas. Y suelta unos suspiros como si le arrancaran el alma.
El alma del caballero es tierna y no quiere que la imprudencia mate a su escudero. Este embustero ya ha pagado suficientemente sus dulcinescos embustes. Por su vida, que la medicina es demasiado áspera. Le dice que ya ha contado mil y que bastan por ahora.
Sancho no desea parar los “dolorosos” azotes, desea darse otros mil, así cualquiera. Don Quijote se aparta y le deja seguir, ya que se halla en tan buena disposición…
Así que vuelve a la tarea con tanto brío que descorteza muchos árboles.
"Volvió Sancho a su tarea con tanto denuedo , que ya había quitado las cortezas a muchos árboles: tal era la riguridad con que se azotaba..."
Alza su voz lastimera y da un tremendo azote a un haya, al bíblico grito de “aquí morirás Sansón”. Don Quijote acude y le quita el látigo. Se acabó, no va a permitir que pierda la vida, tan necesaria para el sustento de su mujer e hijos. Que se espere Dulcinea, que él esperará a que Sancho se recupere. A lo que hemos llegado...
El escudero acepta y pide que le eche su herreruelo encima, no vaya a resfriarse. Don Quijote se queda en paños menores, que no en pelotas, para abrigarlo. Sancho duerme hasta que le despierta el sol.
"Hízolo así don Quijote y, quedándose en pelota , abrigó a Sancho, el cual se durmió hasta que le despertó el sol..."
Prosiguen los dos el camino y llegan a un mesón cercano, que como tal mesón es reconocido por el vencido caballero y no como castillo.
Ni cava honda, ni torre, ni rastrillos ni puente levadiza. Ni siquiera guadameciles, que era lo fino, sino sargas viejas con unas malas pinturas, representando el robo de Elena y la historia de Dido y Eneas. Y Don Quijote se fija en el detalle de que aquella Elena, risueña, no va de mala gana, a pesar de ir robada. Sin embargo, la hermosa Dido llora lágrimas como nueces.
"Notó en las dos historias que Elena no iba de muy mala gana, porque se reía a socapa y a lo socarrón..."
"pero la hermosa Dido mostraba verter lágrimas del tamaño de nueces por los ojos."
El delirio caballeresco de don Quijote viaja ahora en el tiempo y lamenta la desdicha de tales señoras. Si él hubiera nacido en aquella época, ni Troya fuera abrasada ni Cartago destruida. Él hubiera matado a Paris y todo arreglado.
Sancho profetiza que, en un futuro no muy lejano, no habrá “bodegón, venta ni mesón, o tienda de barbero” donde no anden pintadas sus hazañas. Eso sí, querría que fueran pintados por mejores manos que éstas del mesón.
Don Quijote le da la razón y recuerda a un pintor de Úbeda, tan malo que, si pintaba un gallo, escribía debajo ”éste es un gallo”, no lo fueran a confundir con otro animal.
"un pintor que estaba en Úbeda, que cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: «Lo que saliere»; y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: «Este es gallo»"
Y hasta el tal Orbaneja de Úbeda nos ha llevado para arremeter, otra vez , contra el autor “deste nuevo don Quijote”, el cual “escribió lo que saliere”.
Pero, dejando aparte lo del apócrifo, pregunta a Sancho si piensa zurrarse otra vez, esta noche. Y si piensa hacerlo bajo techo o a cielo abierto.
Al escudero le da igual pero…mejor donde haya árboles, que ayudan, ya lo creo que ayudan.
Don Quijote le dice que nada de eso, que ha de esperar hasta llegar a la aldea, a la que llegarán “después de mañana”. Le echa un capote…ya vale el escarmiento.
Sancho responde que como quiera pero que él quisiera acabar pronto aquel negocio, sin que se enfríe, cuando el molino está picado y… cuatro refranes a continuación.
Por Dios, no más refranes, le ruega su amo. Habla a lo liso, sin imágenes refranescas. Sancho se disculpa, no sabe “decir razón sin refrán”; pero se enmendará, si puede…
La aldea está cerca, ay.
Un abrazo de María Ángeles Merino
viernes, 12 de febrero de 2010
"Dijo... que aquella noche se había dado cinco azotes...con la mano. Eso —replicó la duquesa— más es darse de palmadas que de azotes"
¿Cinco? ¿Con la mano?
Como veis las imágenes de Sancho Panza son variopintas.
Comentario al capítulo 2, 36 del Quijote, publicado en "La acequia".
Saludo a vuestra merced. Tuve ocasión de relatarle cómo hice la figura de Merlín, con mayor o menor habilidad de actor. En aquella carroza, vestido con rozagantes ropas negras que, en un momento dado, descubrí para mostrarme como la esquelética figura de la Muerte.
Mas no fue sólo eso, ahora confieso que acomodé todo aquel aparato, compuse los versos y las palabras de aquella Dulcinea un tanto hombruna…como que era un paje palaciego.
Me presenté, ante vuestra merced, como un humilde servidor, mas no le aclaré mi condición de mayordomo de mi señor el duque, el cual tiene en mucho mi ingenio socarrón y desenfadado. Actor, director de escena, poeta, escribano y…mayordomo. Sí, a pesar de mi habilidad escribiendo y dirigiéndolo todo. Y ordené otra aventura, la conocerá vuestra merced, a continuación.
Detrás de unos amplios cortinajes, presencio una conversación de Sancho con mi señora la duquesa, que se interesa por la tarea penitente del escudero, si había comenzado ya a zurrarse. Dice que cinco, dados con la mano. Ella piensa que esas blandas palmaditas no satisfarán a Merlín. La libertad de Dulcinea no puede ser tan baratita, qué menos que una disciplina de esas que hacen sangre. Mi ama se pone a hablar como un predicador, diciendo no sé qué de las obras de caridad flojas. El rústico, tiene la osadía de pedir alguna disciplina que no le duela demasiado, para sus carnes de algodón. La duquesa le asegura que buscará una adaptable a sus tiernas carnes. ¿Tiernas las carnazas de este destripaterrones?
¡Cómo se enternece el tierno escudero ante su alteza, la señora de su ánima! Desea que tan grandísima dama lea una carta destinada a Teresa, su mujer. Como buen marido ausente, le cuenta lo sucedido tras su marcha. La guarda cerca de su corazón, en el arca de su seno, do no se le podía pegar mucha limpieza. No está muy seguro, aunque él diga lo contrario, de que esté escrita en un estilo adecuado a las circunstancias. Como no sabe escribir, se la dictó a alguien, escribanos no faltan en esta corte…
La duquesa lee, para sí, una disparatada carta. ¿Cómo sé de su contenido? Aquí todo se sabe, con tantos ojos y oídos como hay. No les digo más que con pelos y señales…
Parece ser que comienza con los “buenos azotes” que le cuesta el ser gobernador. Aunque la gobernadora doña Teresa tenga buenas entendederas, se quedará perpleja. Más desconcertada, aún, cuando le lean eso de ir en coche, una pobre mujer que en su vida habrá subido a vehículo alguno. Andando siempre y descalza las más veces. Y ahora su Sancho va y dice que “todo otro andar es andar a gatas”.
A caballo regalado no le mires el diente y, sin preguntarse qué hace su marido con un sayo verde de caza, se pondrá a la tarea de convertirlo hábilmente en saya y cuerpos para su hija, aunque esté desgarrado. Una tejido así, tan bien bataneado, no lo ha visto la villana en su vida.
Sancho reconoce que está a la altura de su amo, tanto en locura como en mentecatería. Dirá para sí la pelarruecas: ¿Loco mi marido? Aunque lo haya tenido siempre por cuerdo, a la vista de lo que cuenta, cambiará de opinión. Que si ha estado en la cueva de Montesinos, Merlín, Dulcinea y Aldonza. ¿Qué nombres son esos? Y cuenta que se ha de dar tres mil y trescientos azotes, para que esa Dulcinea quede como la madre que la parió. Suponemos que ha querido decir desencantada porque , de aquella señora que la trajo a este mundo, no tenemos noticias.
Le pide que guarde el secreto. Pronto partirá para el gobierno, adonde va con deseos de hacer dineros. La sinceridad de este rústico es inaudita, pero va acertado, ya lo creo. Los gobernadores de verdad así piensan, aunque jamás lo reconozcan.
Así que tanteará el terreno y ya le avisara si ha de acudir o no. Y no se olvida del rucio, está bien de salud y se encomienda mucho a la señora Teresa. ¿Cómo hará eso el borrico? ¿Rebuznando o coceando? Podría ganar dinero exhibiendo al animalillo.
Si la mi señora le besa las manos mil veces, Teresa besará dos mil. Eso es barato. Y añade algo de una maleta con cien escudos dentro. Si por aquí hubiera unas cuantas así, iba yo a estar aquí, organizando patochadas caballerescas.
Pero que no tenga pena, que todo saldrá en no sé qué colada. Lo que sí siente este mentecato es eso que le dicen de que, una vez probada la golosina del poder, se comerá las manos tras él. ¡Verdad ahora y verdad dentro de cuatro siglos! ¡Por que dentro de cuatro siglos? No sé, cuatro, diez o mil da igual.
Y con lo de comerse las manos, se permite decir una gracia acerca de mancos y demás “estropeados”, cuya canonjía privilegiada está en pedir limosna. Así que Teresa será rica aunque Sancho se coma las manos. Dejemos en paz a los mancos, que los hay muy ilustres.
Se despide con buenos deseos y pone una fecha equivocada. El señor gobernador no sabe en qué día vive. Tampoco sabe dónde está. Eso sí, firma como “tu marido el gobernador”: Sancho Panza.
La duquesa le señala dos errores. Uno es que el gobierno no se lo dan por el vapuleo , siendo anterior la promesa del duque. Cuando su ducal esposo lo prometió “no se soñaba haber azotes en el mundo”. El otro error es el mostrarse codicioso, que “el gobernador codicioso hace la justicia desgobernada”. ¡Cómo habla mi señora! ¡Excelente fingimiento el suyo!
Sancho se disculpa, si la carta no sirve, se rompe y se escribe otra distinta. La duquesa, disimula la risa y le dice que no, que ésta es buena y desea que la vea el duque, mi señor.
(Continúa)
Pedro Ojeda Escudero dijo en este blog:
"Qué teatral es este hombre: entre cortinas.
Qué buena ironía la de tus fotos."
Pedro: no se me había ocurrido lo del teatro, pero ahora que lo dices..., sí, así es.
Un abrazo
lunes, 8 de febrero de 2010
Papa, no hagas caso, son todas bromas pesadas de los desocupados de los duques.
El dulce Merlín de Disney poco tiene que ver con éste del Quijote.
Ele Bergón dijo...
¡Jua!, como se nota que se acerca el carnaval. Los duques siguen con sus bromitas y menudo desfile de carrozas han montado.
Uno disfrazado de Merlín que a su vez se ha disfrazado de la muerte. ¡No tenía otra cosa que hacer! Y además que le da por hablar en verso dice que (copio)“… es menester que Sancho, tu escudero, se dé tres mil azotes y trescientos (además de hablar antiguo no sabe contar)
en ambas sus valientes posaderas, ( o sea con los calzoncillos bajados y el culo en pompa) al aire descubiertas, y de modo que le escuezan, le amarguen y le enfaden ( ¿será cabrito el tío?).
Y todo para que la novia imaginada del Alonso se vuelva guapa, cuando nunca lo ha sido. ¡Es que hay que joderse y perdonad por el taco!
Papa, no hagas caso, son todas bromas pesadas de los desocupados de los duques. Ya veo que te vas dando cuenta y te resistes. Que los azotes se los dé el Alonso que tú no tienes nada que ver en todo esto, no te metas que son cosas entre los dos. ¿No te das cuenta que el larguirucho siempre te lía en problemas? Déjalo ya y vente a casa que te estamos esperando como agua de mayo. Y encima la Dulci te intenta convencer poniéndote de vuelta perejil. Resiste padre, resiste. ¡ Hala!, ya te han chantajeado con la ínsula. Si es que no puede ser, te tienen comido el coco con esa tontería. Son malos todos. Ni tan siquiera te lo dejan pensar. Aquí te pillo y aquí te mato. ¡Menos mal que has puesto tus condiciones! Algo es algo.
¡Buf! Es que no lo aguanto. Me voy a dar unas cuantas patadas al balón que se me está poniendo una leche….
El Sanchico muy enfadado.
viernes, 5 de febrero de 2010
"A ti digo...es menester que Sancho tu escudero se dé tres mil azotes y trecientos en ambas sus valientes posaderas..."
"A ti digo...es menester que Sancho tu escudero
se dé tres mil azotes y trecientos
en ambas sus valientes posaderas..."
Comentario al capítulo 2, 35 del Quijote. Publicado en "La acequia"
Me presento ante vuestra merced. Vengo de ese limbo donde habitan los personajes secundarios del famoso libro titulado “El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha”. Me trae hasta esta caja luminosa, la dueña Rodríguez.
Esa añosa dama nunca fue santo de mi devoción, era bien conocido su mal humor y despotismo, entre la servidumbre del palacio ducal. Sin embargo es ella la que me ha encaminado hasta este ingenio infernal que maneja vuestra merced, asegurándome que aquí los secundarios, o terciarios, expresan su punto de vista con libertad.
Soy Merlín, bueno ese Merlín más falso que Judas, el cual aparece en el capítulo treinta y cinco, del segundo libro, subido a un carro triunfal. Recordarán que, en el sueño que don Quijote tuvo en una famosa cueva, se cita a Merlín como encantador de Montesinos, Durandarte y “otros muchos”. Aquel Merlín no era el mago galés del ciclo artúrico. Era apócrifo, y éste lo es todavía más. Lo conocerán por mi recitado: tiene una fórmula para desencantar a la llamada Dulcinea del Toboso.
¿Y quién soy yo, en verdad? Pues soy un humilde servidor de los señores duques que, como otros muchos, nos hemos visto obligados a representar un papel en esta cortesana farsa.
El cortejo que rodea a mi carro triunfal, viste de blanco; mas yo parezco una mosca en leche, con mis rozagantes ropajes negros… Al son de chirimías, arpas y laúdes, marcho subido a este carro triunfal; donde aun las pardas mulas son blancas, bien encubertadas de lienzo blanco. Sobre cada acémila, un albo disciplinante de luz, con su hachón encendido. Aquí, arriba, otros doce níveos disciplinantes, con otras tantas hachas encendidas, asombrando y amedrentando, todo a la vez.
Y, en un levantado trono, una mujer joven, con su abundancia de plateados velos y sus brillos baratos de argentería dorada. Creo que conozco a esta ninfa, o ninfo, sí, es…Va cubierta con un transparente cendal, que no oculta su bello y joven rostro. Y, junto a la de las gasas, voy yo.
Seguimos las instrucciones recibidas: cuando el carro se coloca frente a mis señores y don Quijote, cesa la música y descubro mi rostro. Me han caracterizado como a la figura descarnada de la muerte. El caballero muestra aflicción, el escudero se asusta. El duque y la duquesa fingen algo de temor.
Sé de memoria lo que he de recitar, mi presentación como Merlín, príncipe de la Mágica. A pesar de la humildad de mi cuna, no carezco de instrucción, sé leer y leo cuando cae en mis manos uno de esos tesoros de papel. Me crié junto a uno de los hijos del duque, le acompañaba a todas partes, incluso en las lecciones que le daba aquel dómine tan paciente, el cual repetía y repetía lo que el noble discípulo debía conocer. Puedo decir, sin exagerar, que yo aprovechaba aquellas enseñanzas más que mi joven señor.
Ahora sigo leyendo, entro a horas intempestivas, a escondidas, en la biblioteca del palacio, tan poco visitada. Tengo llaves… Las historias del rey Artús y Merlín están ahora fuera de los estantes, mi amo los ha usado para preparar mi recitado. No creo que lo haya escrito él, algún escribano le habrá ayudado.
En el momento de descubrirme y presentarme como Merlín y recitar aquello, llevo todo el día trajinando, sin haber dormido nada la víspera, con muchos tragos de la bota en el estómago.No es de extrañar que mi voz suene un tanto extraña.
Ahora soy Merlín, el mago. No soy hijo del diablo, eso fue una calumnia. Si los encantadores son de condición áspera, la mía es blanda y amiga de hacer el bien. Estaba yo en las cavernas y me llega el mensaje doliente de Dulcinea. La han metamorfoseado: de gentil dama a rústica aldeana. Me da lástima, encierro mi espíritu en esta espantosa apariencia y busco la solución en miles de libros de mi ciencia. Al fin, encuentro el remedio. Me dirijo a don Quijote de la Mancha, gloria y honor de la caballería andante, loando su laboriosidad, para indicarle la fórmula, con la que Dulcinea puede recobrar su estado primo: el escudero Sancho ha de propinarse tres mil trescientos azotes en sus no pequeñas posaderas.
Sancho reacciona como movido por un resorte.Salta. De ninguna manera, ni tres mil azotes ni tres. Sus posas no tienen nada que ver con los encantos. Dulcinea se puede ir sin desencantar a la tumba.
Sus palabras provocan un tremendo acceso de ira en don Quijote, que le amenaza con atarle desnudo a un árbol y darle seis mil y seiscientos.
Yo le hago saber que los azotes no ha de recibirlos por fuerza,sino cuando quiera. Y ofrezco la posibilidad de recibir la mitad del vapulamiento, siempre que los azotes sean dados por mano ajena. Redención por vejación, buena fórmula.
Sancho rechaza mi oferta, que se azote su amo, que la llama “mi alma”. Mis amos y mis compañeros, los de luz, están a punto de estallar de risa, al oírle eso de “¡Abernuncio!”.
Se levanta mi compañera de carro, la ninfa plateada. Se aparta el velo del hermoso rostro y la voz que sale de esa boca no es muy de dama, no, por cierto.
¡Menudo rapapolvo para el de las posas ¡Qué improperios! Malaventurado, alma de cántaro, corazón de alcornoque, ladrón y desuellacaras. Casi nada. Y no para ahí. Si le mandaran que se comiera una docenita de sapos o cosas así…Si le mandaran matar a su mujer e hijos…Pero mil trescientos azotes, que cualquier huerfanito recibe en un mes…pobres huérfanitos. Espanta, a la gente piadosa y con blandas entrañas, que no esté dispuesto al sacrificio.
También le exhorta a que vea como lloran sus ojos, surcando sus hermosas mejillas. Que su edad florida de diecinueve años “, se consume y marchita debajo de la corteza de una rústica labradora”, aunque ahora, no aparezca ni como tal.Ahora parece el muestrario de un buhonero, llena de lentejuelas doradas. Y ni a Sancho, ni a don Quijote les extraña este detalle.
Le ruega que se dé en esas carnazas para que pueda recuperar su belleza. Y si no lo hace por ella, por Dulcinea, que lo haga por su amo, que tiene el alma en la garganta, pobre.
Don Quijote, tentándose la garganta, se vuelve al duque le manifiesta que Dulcinea dice verdad, que lleva “el alma atravesada en la garganta”.
Mi señora, la duquesa, pregunta a Sancho, el cual insiste en su “abernuncio”. Mi señor le indica que ha de decir “abrenuncio”, mas Sancho no está para letras, que tres mil trescientos azotes deben escocer y amargar lo suyo.
Luego recrimina a la presunta Dulcinea, eso no son formas de pedir. Si le hubiera ofrecido algún detallito, tal vez un canasto de ropa blanca. Este hombre es una máquina de ensartar refranes: que si las dádivas, las peñas, un asno cargado de oro, un toma, dos te daré…
A continuación arremete contra su amo, que le doblará los azotes, a todo un gobernador. Que aprenda a rogar, que esas no son maneras. El escudero reventando de pena por su sayo roto y vienen a pedirle que se dé miles de azotes.
(Continúa)
Un abrazo a los que pasáis por aquí.
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