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viernes, 19 de marzo de 2010

"...solo sé que será bien que vuestra señoría entienda que, pues volábamos por encantamento, por encantamento podía yo ver toda la tierra..."




"Todas estas pláticas de los dos valientes oían el duque y la duquesa y los del jardín, de que recibían estraordinario contento; y queriendo dar remate a la estraña y bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño le pegaron fuego con unas estopas, y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por los aires con estraño ruido"



"...y dio con don Quijote y con Sancho Panza en el suelo medio chamuscados.
En este tiempo ya se habían desparecido del jardín todo el barbado escuadrón de las dueñas, y la Trifaldi y todo , y los del jardín quedaron como desmayados, tendidos por el suelo."



Las Pléyades o Cabrillas.
“Y sucedió que íbamos por parte donde están las siete cabrillas …, que así como las vi, me dio una gana de entretenerme con ellas un rato, que si no la cumpliera me parece que reventara… Sin decir nada a nadie, ni a mi señor tampoco, bonita y pasitamente me apeé de Clavileño y me entretuve con las cabrillas, que son como unos alhelíes y como unas flores , casi tres cuartos de hora”



La luna sobre unas históricas almenas burgalesas (antiguo palacio de Capitanía General, el de las placas suprimidas). Los cuernos no se aprecian.

"¿vistes allá entre esas cabras algún cabrón?
—No, señor —respondió Sancho—, pero oí decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna "


Tercera parte al comentario del capítulo 2,41 del Quijote, publicado en "La acequia".

El duque, la duquesa, los del jardín, todos nos regocijamos con las pláticas de los dos valientes. Porque quién duda de que lo sean. Sólo falta pegar fuego a la cola de Clavileño, que el leñoso equino, a diferencia del de Troya, va relleno de cohetes tronadores, que no de soldados griegos.

No volaba, mas ahora sí vuelaaaaa por los aires y da con don Quijote y Sancho en el suelo, algo churruscados.

Doña Trifaldi se volatiliza. Me despojo rápidamente de las tocas, el monjil y las barbas postizas. Ahora vuelvo a ser un fiel mayordomo de palacio. Mi barbado escuadrón se retira y los del jardín tirados por el suelo, como desmayados. 


Caballero y escudero, molidos y sorprendidos de verse en el mismo jardín de donde habían salido. ¡Y cuánta gente en tierra!

Y… ¿qué es eso? Hay una lanza hincada en el suelo y, atado con dos cordones de seda verde, un pergamino, con letras de oro.

Dice que el ínclito acabó la aventura de la dueña Dolorida y compañía, solamente con intentarla. Asegura que, a Malambruno le basta con el intento y las barbas de las dueñas quedan mondas. No se olvida del cocodrilo y la mona, don Clavijo y Antomasia vuelven a su prístino estado.

Lo de Dulcinea no se acaba tan fácil, la “blanca paloma” se verá libre de “los pestíferos” que la persiguen. Y su arrullador, don Quijote, la tendrá en brazos. Todo por orden del primero de los encantadores, el gran Merlín. Me quedó bien la redacción de este pergamino... y la presentación con su seda y sus oros.

Don Quijote da gracias al cielo y se va adonde los duques simulan que aún no han vuelto en sí.

Sancho sujeta al duque de la mano, no es mal actor mi amo, no. Despierta poco a poco, como si le costara, mientras se le pide que tenga buen ánimo, que todo ha acabado bien.

La duquesa y todos los tumbados también despiertan, se maravillan y se espantan, qué bien saben todos fingir. Se diría que han pasado la vida en un carro de comediantes.

El duque lee el pergamino y abraza a don Quijote, alabando su buen hacer como caballero.

Sancho me busca y no me ve por ninguna parte. Quiere verme sin barbas, para ver mi hermosura pero le dicen que, en el momento de bajar Clavileño, el escuadrón dueñil desapareció, liso y mondo.

La duquesa pregunta, al escudero, cómo le ha ido en el viaje. Para contestar, le cuenta que, en la región del fuego, quiso destaparse y su amo no lo consintió. Mas él, curioso, apartó un poco el pañizuelo y miró a la tierra.

Mi señora le pilla en mentira porque asegura haber visto la tierra del tamaño de un grano de mostaza y los hombres de las avellanas. Mi ama, con una sonrisilla, le replica que, de esa guisa, un solo hombre cubriría la tierra. Él sostiene su mentira y responde que, al verla por un ladito, la vio entera.

La duquesa le advierte que, por un ladito, “no se vee el todo de lo que se mira”. Sancho no sabe por dónde salir…si volaba por encantamiento, por encantamiento lo veía todo.

Una vez dicha la primera mentira, ya no hay empacho en decir muchas más. Sancho cuenta que llegó a palmo y medio del cielo y vió esas estrellas que llaman las siete cabrillas. Como, de niño, fue pastor de cabras no pudo resistir la tentación de entretenerse con ellas. Así lo hizo , mientras Clavileño se estaba quietecito.

El duque quiere saber qué hacía, mientras tanto, don Quijote, el cual no vio nada de lo que su escudero dice. Sintió el aire, menudos bríos daban algunos al fuelle. También tuvo indicios de la del fuego, cómo ardían las estopas aquellas; mas no puede creer que llegaran al cielo, donde están las estrellas llamadas cabrillas. Según sus conocimientos, se hubieran abrasado. Sancho miente o sueña.

Sancho asegura que ni una cosa ni otra, que le pregunten las señas de tales cabras. La duquesa le pide que las diga y así lo hace. Dos encarnadas, dos azules y una de mezcla. Tales son sus colores.

El duque, que no hay cabras de esos colores. Sancho, que son cabras del cielo, no del suelo. Mi señor pregunta, con mucha socarronería, si no vio entre las cabras algún cabrón. Con flema, le contesta que no, puesto que “ninguno pasaba de los cuernos de la luna.”. Después de esta enigmática respuesta, no quisieron saber más de los paseos celestiales del gobernador insular.

Toda su vida rieron los duques esta aventura de la Dolorida. Sancho tuvo para contar siglos, si lo viviera.

Don Quijote le dice algo al oído a Sancho, algo de la cueva de Montesinos. No sé cuál de los dos miente más…

Un abrazo de María Ángeles Merino


Pedro Ojeda dijo en "La acequia":

"Abejita de la Vega comenta el capítulo de la semana en varias entradas. En la primera, además de saber llamar a los ángeles, da voz de nuevo al mayordomo que se las ingenia para motivar al temeroso Sancho. En la segunda, toma recursos cinegéticos. En la tercera termina su comentario resaltando el juego de mentiras. No os perdáis las ilustraciones de ésta. Finalmente, nos publica la nota -me atrevo a decir que admirativa- que envía el Sanchico sobre su padre. Como viene de parte de Ele Bergón, aprovechamos para felicitarla."

Leer más: http://laacequia.blogspot.com/#ixzz0j1Y6yVFd
Under Creative Commons License: Attribution Non-Commercial No Derivatives


Pedro: El mayordomo se ha asomado a la pantalla y te agradece que alguien reconozca su trabajo. No ha parado, de acá para allá. Y vestido con tocas y refajos, que tiene más mérito.

"...quizá vamos...subiendo en alto, para dejarnos caer de una sobre el reino de Candaya, como hace el sacre o neblí sobre la garza para cogerla"



"El sueño del neblí", Manuel Sosa.


La garza real del Arlanzón (foto de María Ángeles Merino, tomada en el puente Bessón, en Burgos)

Segunda parte del comentario al capítulo 2,41 del Quijote, publicado en "La acequia".


Ya sabemos que Sancho, aunque rústico, es de carnes tiernas. Se acomoda en las ancas y las encuentra duras, como el mármol. Pide al duque, que le den algún cojín o almohada ¡del estrado de su señora la duquesa! Si no es posible, se conforma con la almohada de un paje.

Las posaderas del señor gobernador son delicadas, mas Clavileño lo es más y al madero le puede molestar un almohadón de plumas. La solución es montar a mujeriegas, lo cual hizo Sancho, amén de dejarse vendar los ojos, muy a su pesar.

Se vuelve a descubrir y nos mira a todos, con lágrimas y rogándonos paternostres y avemarías. Sus ojos nos arrojan iracundas miradas. La traducción: ¿Pensáis que me creo esta patraña? ¡Todo por una ínsula! ¿Qué vais a hacer ahora con nosotros?

Las plegarias del escudero irritan sobremanera a su señor. Descarga una lluvia de injurias, sobre esta temerosa criatura que, encontrándose en el mismo privilegiado lugar que ocupó una reina de Francia, parece estar en la horca. ¿En la horca? En Peralvillo se ve Sancho, asaetado por la Santa Hermandad.

Se cubren, el caballero andante pone los dedos en la clavija y todos vocean las mismas palabras de ánimo, yo soy el apuntador, yo dirijo la farsa. Que Dios le guíe y sea con él, que ya vuela como una saeta, que a todos admira. También hay para Sancho: que tenga cuidado de no caer, no vaya a ser un nuevo Faetón.

Sancho abraza a su amo y le plantea una duda: cómo dicen que vamos altos si las voces suenan aquí mismo. Don Quijote le contesta que “estas cosas y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios”. No le aprietes tanto, que le derribas, escudero. Destierra el miedo, que “la cosa va como ha de ir”. Acepta el juego, Sancho, como yo lo acepto, y calla.

Unos grandes fuelles les dan aire, el viento sopla recio. Aire, frío, agua y fuego son las cuatro regiones, según el gran Ptolomeo. Don Quijote manifiesta el temor de abrasarse si se acercan a la última.

Ya deben haber llegado a la región del fuego. Unas estopas que se encienden y se apagan , en lo alto de una caña, les calientan los rostros y chamuscan las barbas del escudero que está a punto de quitarse el pañuelo.

Mas su señor le advierte que no lo haga, que recuerde el caso del licenciado Torralba; el cual viajó por los aires, llevado por los diablos, a Roma, donde presenció su asalto. Al día siguiente ya estaba de vuelta en Madrid. Contó que, durante el viaje, el diablo le ordenó abrir los ojos y pudo ver el cuerno de la luna. ¿Por qué le cuenta esto? No sé, quizás sea el temor de que les acusen de brujería.

Don Quijote piensa que no hay que descubrirse, ya se ocupará de ellos quien debe ocuparse. Llevan unos minutos subidos, él calcula que media hora, pero ya “han hecho gran camino”. Quizá caigan, de un momento a otro, sobre Candaya, como un neblí sobre una garza. Cómo nos sigue el juego este loco.

Sancho Panza, hablando de Magalona, se acuerda de Magallanes, el que dio la vuelta al mundo, tan largo es el viaje…

(Continúa)


Pedro Ojeda Escudero. dijo en este blog:

"¡Cómo me gusta la imagen cinegética! En el fondo, aquí hay quien quiere cazar a nuestros amigos para reírse con ellos..."

Cazados y bien cazados. Un abrazo.

jueves, 18 de marzo de 2010

"...avísenme si cuando vamos por esas altanerías podré encomendarme a Nuestro Señor o invocar los ángeles que me favorezcan"


Sancho dice: "...avísenme si cuando vamos por esas altanerías podré encomendarme a Nuestro Señor o invocar los ángeles que me favorezcan". Puede usar estos llamadores de ángeles, que a precios módicos y no tan módicos , venden en las tiendas de objetos religiosos.

Primera parte del comentario al capítulo 2,41 del Quijote, publicado en "La acequia".

"De la venida de Clavileño, con el fin desta dilatada aventura"

Anochece y Clavileño no viene. Don Quijote, expectante, piensa que, tal vez, la aventura haya sido adjudicada a otro andante. ¿Y si Malambruno no quiere batallar?... ¡Por fin está aquí!

Entran cuatro hombres, los más brutos del castillo, si los conoceré yo, con un gran caballo de madera, sobre los hombros. Muy a su pesar, van cubiertos con yedra. Lo de ser los salvajes no les entusiasma y, menos, aún el cargar con un caballote de madera. Órdenes del señor duque, les digo, y no rechistan. A mandar, para eso estamos.

Colocan al caballo de pies y uno de ellos invita a subir a los animosos. Sancho no sube, no tiene ánimo y no es caballero. El salvaje se hace el sordo, exhorta al escudero, para que ocupe las ancas. Se tuerce la clavija del cuello y Clavileño le lleva por los aires, a donde quiera. Pero han de cubrirse los ojos, durante todo el viaje, para evitar mareos. Una vez dadas estas instrucciones, los salvajes se van.
Así como veo, ve, al caballo, me pongo, se pone, a llorar. Tropiezo con las personas de los verbos, vuestra merced me perdonará. Les suplico que nos rape, basta con que suban y…a viajar.

“Eso haré yo”, sin cojín ni espuelas, dice presto don Quijote. “Eso no haré yo”, replica Sancho, que ni es brujo ni gusta de volar por los aires. Bien puede buscar a otro. ¡Ay, la ínsula! ¡Ay, los insulanos! ¿Qué dirán de un gobernador que va por los aires? ¿Y cómo salvar la distancia si falla el caballo o el gigante? Cuando consigan regresar por sus medios…

El escudero tiene la desvergüenza, delante del duque, de decir que se queda en el palacio, donde le harán la merced de nombrarle gobernador, de bóbilis bóbilis. Mi señor se dirige a Sancho amigo y le explica, pacientemente, su deseo de que monten, los dos, en Clavileño, para dar cima a esta aventura. Y no ha de preocuparse porque la ínsula le estará esperando, aunque vuelva a pie, que no se escapa…

Cuando el duque le dice que no lo ponga en duda, que sería agravio al deseo que tiene de servirle…Sancho se derrite y ya no puede más. Hará lo que sea, el pobre escudero no puede llevar a cuestas las cortesías de un grande de España. Tápenle los ojos y encomiéndele a Dios, que por esas “altanerías” duda si podrá hacerlo. Siquiera con los ángeles...

Le tranquilizo, bien puede hacerlo, que Malambruno no deja de ser cristiano, a pesar de su oficio de encantador. Sancho se anima e invoca a una Virgen napolitana. Se lo habrá oído a algún soldado de los tercios Viejos…

Don Quijote declara no haber visto, a su escudero, tan temeroso como ahora, desde aquella vez que el ruido nocturno de unos batanes le produjeron retortijones. Ya, ya conozco esa aventura, la cual huele y no a ámbar, que la tengo leída, en ese libro que mis señores manosean a todas horas.

El caballero andante quiere hablar aparte con su medroso escudero. No puedo oír lo que le dice entre los árboles, pero no hay rincón aquí donde no haya oídos bien abiertos. Me cuentan que, a la vista del largo viaje que van a realizar, quiere don Quijote que Sancho se retire brevemente, y se azote un poquillo, sólo unos quinientos azotes, a cuenta de los que debe darse para desencantar a Dulcinea. Y me cuenta mi comunicante que Sancho siente pena de sus pobres posaderas, primero el vápulo y luego ir sentado en una dura tabla. Y me aseguran que Sancho promete azotarse a la vuelta, que ahora toca dejar bien mondas a las dueñas.

Don Quijote es fácil de conformar, confía en la promesa de Sancho que, aunque tonto es “hombre verídico”. Ya ve vuestra merced que lo de tonto, no lo digo sólo yo. No, no es verdico, es moreno. Tal vez sea sordo…

En el momento de subir en Clavileño, el caballero quiere disipar los temores del escudero. Bien puede subir y taparse, que no va a engañarlos quien pide sus servicios, desde tierras tan lueñes. Y, salga como salga, la gloria no se la quita nadie.

Sancho pronuncia un “vamos, señor”, que nos sobresalta. Ahora, se muestra dolido por nuestras barbas y lágrimas, no comerá a gusto hasta vernos en nuestra original lisura. Y animoso: que suba su señor, que el de las ancas monta después.

Don Quijote asiente, saca un pañuelo y me pide que le cubra muy bien los ojos. Así lo hago pero, ya con los ojos velados, se acuerda del caballo de Troya, preñado de caballeros. Será bien ver el estómago de Clavileño.

Salgo fiador, fiadora, de Malambruno. No hay para qué que escudriñarle las tripas a un leño con clavija, que el gigante no es un traidor. Suba de una vez, que son tres mil leguas…y pico.

Don Quijote cae en la cuenta de que un caballero tan prevenido puede ser tachado de cobarde, así que sube, tienta la clavija y, al no haber estribos, queda con las piernas colgando, lo cual da una imagen un tanto ridícula. Creo haber visto jinetes así, en un tapiz flamenco, sí, ese de romanos, en el salón de poniente.
(Continúa)

viernes, 12 de marzo de 2010

De semínimas, parches pegajosos y caballos de madera (3)


Ana Queral pinta al Quijote.
Tercera parte del comentario al capítulo 2,40 del Quijote, publicado en "La acequia".

Al destripaterrones le pica la curiosidad, le gustaría ver a Clavileño; pero le tiemblan las carnes sólo de pensar en subirse a un veloz leño volador. Reconoce que apenas puede subir sobre su rucio, aún con esa albarda tan mullida. No sé si el impedimento es la gordura o su vieja osamenta. De molerse, ni hablar; aunque las dueñas usen las barbas como mantón. Con la navaja del barbero o con los ungüentos pegajosos, pueden elegir.

Y ni hablar de recorrer, con su señor, las tres mil doscientas veintisiete leguas. Pase por lo del desencanto de Dulcinea, pero ni hablar de barbas ni de viajecitos a tierras incógnitas.

Le suplico, le necesitamos para el rapamiento, no hacemos nada sin su presencia.
¡Aquí del rey! Dice Sancho, como si pidiera socorro. Y, maguer tonto, se da cuenta de un detalle. La fama se la llevan los señores, nunca se escribe que el tal caballero acabó la aventura, con la imprescindible ayuda de su escudero. Me pone un ejemplo: «Don Paralipomenón de las Tres Estrellas acabó la aventura de los seis vestiglos». No le creía capaz de pronunciar tales vocablos, todo de un tirón, a este labriego analfabeto. Algo se le ha debido pegar de su andante y leído amo.

Pretende quedarse amparado en las faldas de mi señora la duquesa. Sí, por supuesto, mirándola embobado ¿verdad, bellaco? Y se dará unos azotes tales que no volverá a crecer pelo en la zona dolorida. Que no, majadero, que no me chupo el dedo. Ya nos informaste de lo tiernas que eran tus rústicas carnes, unas palmaditas de mosqueo en tu no pequeño trasero y que Dulcinea lleve la cuenta hasta la senectud.

Le insisto, ha de acompañar a su amo, que no nos quedemos barbadas por culpa de sus temores. Y, otra vez, con lo del rey.

Que, si fuéramos recogidas doncellas o huérfanitas, nos hiciera la caridad, pero las dueñas no merecemos amparo. Desde la mayor hasta la menor, todas con barbas y, a este escudero con ínfulas de gobernador, le importa una higa.

Gracias sean dadas a los cielos, que interviene mi señora, la duquesa, para defenderlas, para defendernos. Le señala su sinrazón, que en esta casa hay dueñas tan ejemplares como la doña Rodríguez. Esa que Sancho pretendió convertir en moza de cuadra, en exclusiva para su sucio rucio.

Doña Rodríguez asiente a las palabras de la excelentísima y nos recuerda la sabiduría divina. Buenas o malas, barbadas o lampiñas, todas son hijas de la madre que las parió y, si Dios las puso en este mundo, Él sabrá para qué.

Don Quijote toma su papel de indómito caballero andante y nos asegura que Sancho hará lo que él le mandare, a callar escudero. Venga Clavileño, venga Malambruno; que la quijotesca espada hará las veces de navaja barbera, con ella rapará la cabeza de Malambruno y las pilosidades desaparecerán. ¡Este es mi don Quijote! ¡El del famoso libro!

Lanzo un ¡ay! y me dirijo al valeroso para desear que las estrellas le infundan valentía para amparar al gremio dueñesco, tan mal tratado por boticarios, escuderos, pajes y …por nuestras señoras que nos tratan con un humillante “vos”, a pesar de nuestro rancio linaje . ¡Cuánto mejor meterse a monja!

Pido, a voces, al gigante Malambruno que nos envíe ya a Clavileño, para que se acabe nuestra desdicha. Que si el calor nos pilla con estas barbas…

Lloro yo y lloran todos. He hablado con tanto sentimiento que arraso los ojos de Sancho y su duro corazón. Acompañará a su señor hasta las últimas partes del mundo para esquilarnos los venerables, ay venerables, rostros.


Este comentario se ha retrasado un poco porque ayer estuve ocupada en el homenaje a otro gran Miguel, nuestro Miguel Delibes, recientemente fallecido. ¿Os imagináis juntos a los dos?

Un abrazo de María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dijo en "La acequia":

Abejita de la Vega comenta primero la cuestión del narrador, para ser interrumpida en seguida por el mayordomo que cuenta las cuestiones fundamentales del capítulo y que ya se gana una colleja por tomarse tan en serio la broma. No os perdáis la divertidísima ilustración de la primera parte del comentario ni de la segunda. En la tercera, también hay una bella ilustración, pero con el texto, el mayordomo no dejará de picar al Sanchico, que le responde en seguida, gracias a Ele Bergón, como corresponde a un buen hijo."

Leer más: http://laacequia.blogspot.com/#ixzz0iLk6iQ3O
Under Creative Commons License: Attribution Non-Commercial No Derivatives

"Abejita de la Vega" dice:

Mi mayordomo está muy dolido, el hombre. Si él hace un trabajo para sus señoritos, lo hace bien. La colleja para ese mentecato que se ha creído lo de la ínsula. A ver cómo asoma esta semana.
Sigamos con los comentarios, a ver cuándo me puedo quitar de encima al mayordomo Trifaldi, aunque igual cargo con otro más pelma.
Un abrazo, superprofe, como diría Sanchico, que tiene más sal en la mollera que su padre. Uy...

María Ángeles Merino Moya

jueves, 11 de marzo de 2010

De semínimas, parches pegajosos y caballos de madera (2)


Clavileño en plena faena, con una burlona espectadora. El autor o autora es un alumno anónimo del CEIP Taxonera, en Barcelona. Figura en la página web del colegio (Pàgina de l'escola Taxonera) y está en catalán ( Els llibres). Los niños han ilustrado todo el Quijote, es encantador. Felicito a este centro catalán y quijotesco. Y sobre todo a los dibujantes. Pinchad en el enlace.

Segunda parte del comentario al capítulo 2, 40 del Quijote, publicado en "La acequia"

Comienzo hablando de distancias. De aquí a Candaya, hay cinco mil leguas, por tierra, más o menos. Por aire se quedan en tres mil doscientas veintisiete, en línea recta. Malambruno me anunció que, una vez localizado don Quijote, él enviaría un caballo mejor que los de alquiler. Nada menos que un caballo de madera, compuesto por Merlín, sabio y carpintero; el cual se lo prestó a Pierres, para viajar hasta aquel lejano lugar, donde pudo robar a la linda Magalona. La levantó por los aires, la puso en las ancas y dejó a todos con la boca abierta. Me gustó aquella historia…

El barbudo Merlín lo presta a quien él quiere o, mucho mejor, al que suelta buenos maravedíes. Malambruno ni pide, ni paga…Lo roba y le sirve para sus viajes. El leñoso equino es veloz como el viento, en un día te lleva de Francia a Potosí, sin gastar un ochavo. Ni pienso, ni caballeriza, ni herrero. Y no vuela sino que camina llano y reposado, pisando las nubes. El viajero puede llevar una taza de agua, sin derramar una gota. Cómo se regocijaba la linda Magalona, sin bajarse del caballo…

Sancho compara a su rucio con el prodigio volador y todos se ríen. La risa de la duquesa contagia a todo su séquito.

Prosigo y anuncio que Malambruno se presentará media hora después de ponerse el sol. El gigante me anunció que, una vez hallado el caballero, la señal consistiría en enviarme presto al caballo.

Don Quijote quiere saber cuántas personas pueden ir en el mágico jumento y yo le aclaro que dos. Caballero y escudero o, algo más habitual, caballero con robada doncella.

Sancho se interesa por el nombre. Rompería su estilo habitual si nos contestara cómo se llama. Ha de especificarnos cómo no se llama, dirá vuestra merced que hasta el día del Juicio. No es para tanto, son nueve en total, desde Pegaso a Orelia. Y nueve sus amos: desde Belarofonte al rey godo de las culebras.

El escudero, socarrón, añade que en esa lista ilustre no está el que “excede a todos “los equinos citados. Falta el gran Rocinante, tampoco se llamará Rocinante…

Y, por fin, respondo, responde que tiene un nombre que le cuadra mucho: Clavileño el Alígero. Leño de leña, clavi de clavija, la que tiene en la frente. Y ligero. Todo cuadra.

Sancho desea saber cómo se maneja tan singular montura. Le explico que se gobierna con una clavija, moviéndola a uno y otro lado, por el mar o por la tierra.

(Continúa)

De semínimas, parches pegajosos y caballos de madera (1)



Semínima, negra, cuarta parte de la redonda, clase de solfeo…Cervantes conoce el lenguaje musical.



"...hemos tomado algunas de nosotras por remedio ahorrativo de usar de unos pegotes o parches pegajosos, y aplicándolos a los rostros, y tirando de golpe, quedamos rasas y lisas como fondo de mortero de piedra."

Primera parte del comentario al capítulo 2, 40 del Quijote, publicado en "La acequia".

De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a esta memorable historia


Antes de que se presente, por aquí, el mayordomo de los duques, voy a comentar las primeras líneas de este capítulo XL, que no es tan largo como su cardinal romano, asociado a camisetas y demás prendas, nos sugiere. Nos habla una voz omnisciente que proclama lo agradecidos que debemos estar a Cide Hamete, tan curioso él que no olvida las semínimas de la historia. Semínimas, palabra del mundo de la música. Semínima, negra, cuarta parte de la redonda, clase de solfeo…Cervantes conoce el lenguaje musical.

Y, antes de que le critiquen su prolijidad de detalles, en el inacabable y emotivo discurso de la Trifaldi, el autor, se cura en salud, con su propio panegírico. Pensamientos, dudas, imaginaciones, preguntas, dudas, argumentos, deseos, átomos incluso…no falta nada. Pronuncia cuatro “vivas “laudatorios: al autor, a Don Quijote, a Dulcinea y a Sancho. Y remata con una premonición: “Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes.” Así es y así sea, dure su fama, al menos, cuatrocientos años.

Me callo, que el mayordomo travestido ya asoma por la pantalla de mi ordenador.

Saludo a vuestra merced y sigo con mi historia. Estoy desmayado, pero con los oídos listos. Sancho asegura no haber conocido aventura como ésta. Lo jura como Panza y como hombre de bien. Impreca a Malambruno por el castigo de las barbas nacidas, en lugar de algo más benévolo…como la ablación, a cada una, de media nariz. Sólo a un asno, como Sancho, se le puede ocurrir tan salvaje alternativa. Basa su disparatado razonamiento en que las dueñas no pueden pagar al barbero. Y mejor gangosas que arruinadas…qué burro.

Le contesta una de las barbudas. Así es, no poseemos dineros para mondarnos, los barberos son caros, mas una de nosotras conoce la receta de un remedio barato. Consiste en unos parches pegajosos y calientes, los cuales se aplican en el rostro, nos armamos de valor y tiramos de golpe. ¡Raaaaas! ¡Ayyyyyyyy! Quedamos bien mondadas, con la cara enrojecida e irritada, eso sí.

El doloroso remedio suple, con ventaja, a los servicios de esas mujerucas, hijas de la madre Celestina, que van por las casas quitando vello y puliendo cejas. Antes nos lleven a la sepultura más barbadas que Merlín…no queremos saber nada de las “terceras” que, tal vez, fueron “primas”, en su tierna edad, cuando reinaba el emperador Carolo.

Oigo a don Quijote, en mitad de mi vahído. El caballero andante se dejaría rapar las barbas en tierra de moros, donde no hay imberbes, si no pone remedio a nuestras pilosidades.

Vuelvo del fingido desmayo y suplico al “andante ínclito y señor indomable”. Hay que ver cómo hablo, mis palabras salen de mi boca como recién salidas de esos libros que devoro, en la biblioteca de mi señor, el duque. A lo que iba, suplicole que haga realidad su “graciosa promesa”. Don Quijote está dispuesto a ayudarme, me pregunta lo que ha de hacer y, con muy breves y concisas palabras, se lo expongo.
(Continúa)

jueves, 4 de marzo de 2010

"...y en aquel mismo momento ...sentimos todas que se nos abrían los poros de la cara y que por toda ella nos punzaban como con puntas de agujas."


¡Qué faena la de Malambruno!

Comentario al capítulo 39,2 del Quijote, publicado en "La acequia".

Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia

Saludo a vuestra merced, aquí estoy de nuevo. Soy el mayordomo de los duques, el cual hizo de Merlín cadavérico y ahora es la llamada Dueña Dolorida.

¿Rcuerda vuestra merced el final del capítulo pasado? Sancho se impacienta y pide a la parlanchina dueña que se dé prisa, que se muere por saber el fin de la historia. Porque se ha explayado con sus sentimientos y todavía no sabemos por qué se duele tanto la Dolorida.

Las palabras del escudero divierten a mi señora tanto como irritan a don Quijote. El caballero andante ordena callar al impaciente, para más regocijo de la duquesa, y la Dueña Dolorida sigue con lo de don Clavijo y la hinchazón de la infanta Antonomasia.

El vicario somete, a la infanta Antonomasia, a un concienzudo interrogatorio, para ver si la chiquilla cae en contradicción; pero bien claro lo tiene la candayesa: el Clavijo es su legítimo, aunque su madre rabie y patalee.

Fue más que un berrinche, a los tres días entierran a la reina doña Maguncia. Sancho Panza se estruja el magín y, con el mejor estilo de Perogrullo, nos aclara que si la enterraron, es que se murió. Y Trifaldín, otro mentecato, esclarece que no se entierra, en su tierra, a los vivos sino a los muertos.

El gobernador escuderil, para enmendar su patochada, la coge por los pelos y nos cuenta que ya se ha visto enterrar a un desmayado. Y afea a la reina Maguncia la ocurrencia que tuvo de morirse, habiéndole bastado con desmayarse, que lo de la infanta no era para tanto y, con vida todo se arregla más o menos. Al fin y al cabo, las hinchazones se solucionan en unos meses.

El destripaterrones, siguiendo las reglas de su señor, considera que casarse con un caballero como Clavijo, es necedad pero no excesiva, ya que los caballeros, y más si son andantes, pueden dar en reyes o emperadores. Y va la reina y se muere, ni que se hubiera casado con el paje Gerineldo, que ese sí era un desarrapado.

Don Quijote asiente complacido, qué bien se ha aprendido la lección mi escudero. Que un caballero andante, a poco que se esfuerce, puede llegar a lo más alto. Pero pase adelante la señora Dolorida y nos cuente sus cuitas, de una vez.

Queda lo amargo, más amargo que las tueras y las adelfas. Muerta y bien muerta está Maguncia, recién tapadita con tierra. ¿Quién puede contener las lágrimas? Esto último dicho en latín y con cita del gran Virgilio.

En medio del duelo, aparece el gigante Malambruno, en un caballo de madera. Sí, de madera, no ponga vuestra merced esa cara de extrañeza. Es el primo "cormano" de la finada. Cruel, vengativo y encantador. Sí, encantador como esos que acosan a don Quijote. Encantador con encanto, no, eso no.

Enseguida pone en práctica sus encantos, convirtiendo a Clavijo y Antonomasia en metálicas figurillas, allí en la misma sepultura. Ella es ahora una jimia de bronce, una mona. Él es ahora un feo cocodrilo, hecho de algún metal extraño. Podrían servir de adorno urbano, en alguna ciudad castellana.

No se olvida el Malambruno de incluir una lápida con inscripción aclaratoria, en lengua siriaca que, traducida al candayés y luego al castellano, viene a decir que así se quedarán los dos osados amantes hasta que el valeroso manchego presente batalla al primo “cormano” de doña Maguncia, que en paz descanse.

Una vez acabada la metamorfosis, saca algo muy grande de la vaina. ¡Es el alfanje más grande que la dueña ha visto en su vida! ¡Ay, que va a segarle la gola! Está turbada, no puede hablar, la lengua se le pega a la boca. Sigo los salmos, a los cuales soy muy aficionado.

La dueña se esfuerza y consigue, con voz temblona, evitar su ejecución. Malambruno lo piensa mejor, nada de cadáveres. Manchan mucho y lo ponen todo perdido. Ordena traer a todas las dueñas del palacio, el escarmiento va a ser corporativo, aunque la culpa sea sólo de la Condesa de las tres colas.

Exagera sus culpas, sus mañas y trazas. Manifiesta que no quería castigarlas a la pena capital sino a una pena más dilatada. Algo que las incapacite, durante largo tiempo, para la vida social: “muerte civil y continua”. ¡Casta gigántea malvada! ¡Condenar al hambre a estas pobres mujeres!

En ese mismo momento, todas las dueñas sienten como cientos de agujas van abriéndose paso, por toda su cara, qué tortura, Dio mío.

Se alzan los antifaces que ocultan su rostro. ¡Horror! A cada una le ha crecido la barba. Negras, blancas, rubias, rojas…

A todos causa espanto la visión. El duque y la duquesa disimulan y fingen admirarse. Don Quijote y Sancho quedan pasmados. Los presentes, atónitos casi todos. Muy pocos sabían lo que iba a ocurrir, aunque esperaban algo sorprendente, fruto de mi ingenio…aunque no me lo reconozcan, soy un simple mayordomo. En realidad, me siento como un bufón, me avergüenzan estas crueles burlas. Bueno, ya lo he dicho…

Sigo en mi papel, la Trifaldi ha de lamentarse de la pena impuesta por Malambruno. Así las castiga este follón. Sus blandos y mórbidos rostros cubiertos de ásperas cerdas. Cuánto mejor hubiera sido perder las cabezas…Toda mujer tiene su coquetería, aunque vista con toca y monjil.

El tópico de los “ojos hechos fuentes” no cabe aquí, que los tienen secos. Lloraron a mares, mas ahora los ojos han perdido sus humores naturales, no hay lágrimas siquiera.

¿Y adónde puede ir una dueña con barbas? Si, cuando lucían la tez lisa y embadurnada de mejunjes y potingues, difícilmente hallaban acomodo con quien bien las quisiera…Ahora que causan espanto, con el rostro hecho un bosque ¿Qué será de ellas?

Por último, la Dolorida maldice la hora en que la engendraron, a ella y a sus compañeras.

Ahora, me toca desmayarme. Si caigo, que sea en blando…

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí.

María Ángeles Merino Moya


Pedro Ojeda dice en "La acequia":

"Abejita de la Vega sigue dando paso al mayordomo de los Duques que hizo de Merlín: y parece que no le cae muy bien Sancho... No os perdáis su graciosa ilustración. Después publica el comentario del Sanchico -gracias a Ele Bergón- en apoyo de su padre. Este chaval es un buen hijo, aunque quiera aparentar que no.!"

Leer más: http://laacequia.blogspot.com/#ixzz0hcxGR7k8
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Gracias, Pedro, y sigo con este mayordomo que, últimamente, no me deja un momento.Bueno...la dueña Dolorida.

viernes, 26 de febrero de 2010

La Dueña Dolorida y la infanta por antonomasia: Antonomasia.



¿Reconocéis a esta dueña?



"Mujer embarazada", pastel, 2004

Segunda parte del comentario al capítulo 2,38, del Quijote, publicado en "La acequia".

Vuestra merced tenga paciencia, que todo llega en esta vida.

La condesa Trifaldi comienza situándonos en su país : Candaya. No, no lo busque vuestra merced en mapa alguno, no lo encontrará. No indague acerca de la gran Trapobana ni del cabo Comorín. Son fruto de mi imaginaria Geografía.

Pues…de allí es natural la reina doña Maguncia, viuda del rey Archipiela y madre de la infanta Antonomasia, la cual fue educada bajo la tutela de la dueña Dolorida, como más antigua y principal que es. De algo sirven los trienios, en el palacio candayés...

Y, aquí,para crear el discurso de la Trifaldi,lo tengo fácil. Echo mano de aquellas narraciones en las que, indefectiblemente, había una vez una princesa hermosísima, perfectísima y discretísima. Por supuesto, la más bella del mundo; título que seguirá ostentando ahora, si la parca envidiosa no ha segado, con su guadaña, el tierno tallo de su vida. Mas no, no permitirán los cielos tamaño desaguisado; que los cielos ya han hecho de las suyas.

Y, como sucede en los cuentos, un número infinito de príncipes , naturales y extranjeros acuden al reino, para pedir su mano. Y quedan prendados de la bella princesa. Ni uno, ni dos, ni tres, ni mil…infinitos.

Mas el elegido va a ser un bizarro mozo que despliega sus gracias y habilidades: baila, hace hablar a la guitarra, compone versos e incluso hace jaulas para los pajarillos.

Una alhaja, muy capaz de engañar a una tierna doncellita. Pero el ladrón no tendió sus amplias redes a la niña, no. La atrapada fue la Dolorida, ella entregó las claves de la virginal fortaleza, al llamado don Clavijo.

Con unas coplas que oyó cantar al malandrín, qué vergüenza, Dios mío. Esa de la dulce mi enemiga…se derretía de gusto.

Acertó Platón, hay que desterrar a estos poetastros. Espinas blandas, rayos que hieren, muerte tan escondida, ven. ¡Ay estas seguidillas! Azogue para los sentidos, desasosiego para el cuerpo, música que hace brincar el alma…Que destierren a estos trovadores que embrujan a las incautas doncellas. No, que la culpa no es de las jóvenes sino de las viejas y bobaliconas dueñas que, fácilmente engañadas, permiten que la llave abra la escondida cerradura. ¡Ay, don Clavijo!

Los escritos son un compendio de imposibles: vive muriendo, arde en el hielo y el majadero parte y se queda a la vez. En los libros de la biblioteca, aprendí que todas esas sinrazones son paradojas. ¿Paradojas? ¡Disparates!

¿Y qué podemos decir de lo que prometen? Un fénix, una corona, perlas, oro, un mágico bálsamo. Poco cuesta alargar la pluma y prometer imposibles.

La Trifaldi habla de faltas ajenas, teniendo tanto que contar de las suyas. Su simplicidad no advirtió que, desembarazando el camino a don Clavijo, se embarazaría la pequeña Antonomasia. No fue una sola vez la que yacieron juntos, actuando ella de medianera. Eso sí, como legítimo esposo. ¿No entienden nada? Les explico.

La infanta había firmado, previamente, una cédula en la que declaraba ser esposa del Clavijo. La dueña, creyéndose muy lista, lo redactó convenientemente. Sin este papelucho, jamás hubiera consentido…

Sólo ve un daño en esta coyunda y es la desigualdad de condición social. ¡Una heredera del reino con un simple caballero!

La maraña está encubierta hasta que se descubre la hinchazón del vientre de Antonomasia. Don Clavijo pide, ante el vicario, por su mujer a la princesa, en fe de la cédula firmada.

El vicario ve el documento, confiesa a la chiquilla que confiesa de plano y la deposita en casa de un alguacil de corte, alguacil pero honrado.

Sancho se extraña de que en la lejana Candaya haya como aquí: sus alguaciles, sus poetas y sus seguidillas. ¡Qué desilusión!

La señora Trifaldi nos hace bostezar, no acabará nunca su relato, se va por las ramas. Creo que, a eso, se le llama digresiones. Y es Sancho el que le pide que se dé prisa. Así lo hará, dice…No sé yo...

Un abrazo para los que pasáis por aquí.

María Ángeles Merino.

jueves, 25 de febrero de 2010

La Dueña Dolorida o la importancia del superlativo.


Hago decir al mayordomo que, aunque tenga unos conocimientos gramaticales más bien escasos, le chirría en los oídos eso de” lo que quisieridísimis”. El superlativo en el verbo no figura en ninguna gramática...en la última de la R.A.L., tampoco.
"
Comentario al capítulo 38, 2 del Quijote, publicado en "La acequia":

Donde se cuenta la que dio de su mala andanza la dueña Dolorida

Aquí estoy otra vez, soy aquel humilde mayordomo que organizaba las burlas de los duques, escribía los diálogos y hacía de actor. Recordará vuestra merced que, al oír la música, me incorporo a la comitiva de la condesa Trifaldi, también llamada Dueña Dolorida.

Entran, en el jardín, tres tristes músicos. Sus pífaros y tambores invitan a la melancolía e incluso al llanto. Tras ellos, dos hileras de seis dueñas, vestidas con anchos monjiles y larguísimas tocas. Tras ellas, vengo yo…digo que viene la condesa Trifaldi, con el barbadísimo Trifaldín.

Voy…va vestida de bayeta negra finísima, tan fina, tan fina que el tejido hace nudos gordísimos, cual tuccitanos garbanzos. ¿Y qué me dicen de la trifalda? Tres puntas, una por paje, dibujando una matemática figura de tres ángulos “acutos”. Por esta prenda, conocen a la condesa Trifaldi, como la de las tres colas... E incluso, alguno de los allí presentes la llamó condesa Lobuna o Zorruna. Lobas, zorras…ya se sabe a dónde apuntan las malas lenguas, aunque lo desmienta una airada dueña Rodríguez.

Pasa la procesión de las doce con la Trifaldi, cubiertas con tupidos velos negros que no traslucen su ajado rostro. El duque, la duquesa, don Quijote y todos los mirones se ponen de pie.

Paran las dueñas y la Dolorida se adelanta, dando la mano a Trifaldín. Me arrodillo, se arrodilla y con una voz ronca pido, pide que no hagan tanta cortesía a este a este su criado…digo criada. Está tan dolorida que no acierta a responder atinadamente, piensa que entendimiento se ha dado a la fuga.

El duque replica, con cortesía empalagosa, que sin entendimiento está el que no descubra su valor, el cual merece la nata y la flor. Y levantándome, levantándola de la mano, me sienta con mi señora la duquesa.

Hay silencio, sólo roto por la dolorida dueña que se presenta con un superlativo discurso: poderosísimo, hermosísima, discretísimos. Está confiada en que su gran cuita halle acogimiento y ablande corazones. Antes de hacerla pública, quiere saber si está presente “don Quijote de la Manchísima y su escuderísimo Panza”.

El Panza es el que responde, por él y por su señor, remedando su habla superlativa. Aunque mis conocimientos gramaticales son más bien escasos, chirria en mis oídos eso de” lo que quisieridísimis”. Este majadero se está pasando con la burla.

Don Quijote ofrece sus servicios…para lo que haya menester se brinda a la Dolorida. Debe decir sus males, que para eso están los de su cofradía andante.

La dueña se arroja a los pies y piernas del “caballero invicto”, para abrazárselos. Casi cojo una liebre, me piso una de las colas; mas enseguida recupero el equilibrio.

¡Oh, las basas y las columnas! Y los capiteles y los fustes… ¡Oh sus hazañas que dejan a tras a Amadises, Esplandianes, etc., etc. Tras el panegírico a don Quijote; me vuelvo, se vuelve hacia el más leal escudero de todos los tiempos y le cojo las manos. A ver si mis palabras ablandan al gran Sancho, más luengo en bondad que las barbas de Trifaldín, aquí presente.

Me dirijo, se dirige al que, sirviendo al gran don Quijote, sirve a toda la caballería andante. Voy a hablar en tercera persona, que esto de pasar de primera a segunda es cansino. La desdichada y superlativa condesa quiere que Sancho interceda. Admirado me hallo del poder de este sandio, sólo acostumbrado a gobernar sus pegujales.

Al buen Sancho le incomodan las alabanzas, socaliñas y plegarias. Eso de la largura de su bondad, comparándola con la luenga barba de Trifaldín… Buen creyente,algo beaturrón, sólo desea estar preparado para rendir cuentas, cuando doble el espinazo. Nos aguantamos la risa cuando dice eso de “barbada y con bigotes tenga yo mi alma cuando desta vida vaya”.

El escudero rogará, de todos modos, a su amo, el cual estará bien dispuesto a ayudar. He de sacar del baúl la cuita y contarla…la Trifaldi quiero decir…

Todos contienen la risa y se admiran de mi agudeza y disimulación. Si Merlín me quedó bien, la Dolorida me quedará bordada, ya verá vuestra merced. Se sienta mi personaje y nos relata, brevísimamente, su cuita.(Sigue en "La Dueña Dolorida y la infanta por antonomasia: Antonomasia")


Aprovechando que este capítulo cita a Martos y sus garbanzos, dedico esta entrada a Manuel Tuccitano, de "La distancia no es el olvido", que está pasando por un mal momento. Un abrazo, Manuel.

domingo, 14 de febrero de 2010

"...de Sancho no hay que decir sino que el miedo le llevó a su acostumbrado refugio, que era el lado o faldas de la duquesa..."



Segunda parte del comentario al capítulo 2,36 del Quijote, publicado en "La acequia".

Es un día caluroso y la servidumbre tiene la orden de servir la comida en uno de los jardines de palacio, el más fresquito. Como yo soy el cuerpo de casa, también he de ocuparme de la disposición correcta de la vajilla y de que las viandas no se echen a perder, con el calor. Como ven, sirvo para todo.

Comen, alzan los manteles y se entretienen con la conversación de Sancho, más sabrosa que la comida servida. Tengo poco tiempo, he de vestirme de…no, de nada, de nada.

Un pífaro, flautín para entendernos, suena tristísimo. Un tambor suena ronco y destemplado. Esta música encoge el alma.¡Lo mío me costó encontrar músicos así! Olviden lo que he dicho. A lo que vamos. Todos fingen alborotarse, pero el caballero y el escudero se alborotan de verdad. Sancho pide asilo en las faldas de mi señora.

Entran dos hombres con larguísimas ropas de luto., tocando dos enormes tambores negros, también de luto. El del pífaro viene a su lado, tan pizmiento como la pimienta.

Sigue a los tres de la música, un personaje que parece un gigante. Su negrísima y larguísima loba llama la atención. También sorprende por su ancho tahelí y su desmesurado alfanje. Un transparente velo negro deja ver una larguísima y blanquísima barba. Como veis, es el reino del superlativo.

Llega contoneándose, se hinca de rodillas y se dirige al duque. Mas mi señor no consiente que hable de rodillas y le hace levantar. Se pone de pie, se quita el antifaz y descubre una barba blanquísima, pobladísima y horribilísima.

Arranca del pecho una voz grave y sonora, la de meter miedo a los niños , y se presenta ante mi “altísimo y poderoso señor”. Se llama Trifaldín el de la Barba Blanca, es escudero de la condesa Trifaldi, también llamada Dueña Dolorida. Trae una embajada de la de los dolores, la cual pide licencia para entrar a contar su cuita.

Trifaldín desea saber si está aquí “el valeroso y jamás vencido caballero don Quijote de la Mancha”. La condesa viene a pie y en ayunas , desde el reino de Candaya, que todos suponen lejanísimo. Espera para entrar, con el ducal beneplácito.

El duque se ha aprendido muy bien el papel y pronuncia el discurso de bienvenida. Ha muchos días que tenemos noticia de la desgracia de la Trifaldi, llamada Dueña Dolorida por los malvados encantadores. Bien puede Trifaldín comunicarla que aquí está don Quijote, para ayudarla. Precisamente, su especialidad son “las dueñas viudas, menoscabadas y doloridas”.Tiene una mano para eso...

Trifaldín se va con su música llorona y su grandioso contoneo. El duque se dirige pomposamente a don Quijote. Apenas ha seis días que está en el castillo y ya vienen a buscarlo desde “lueñes tierras”. Las cuitas encuentran remedio en su fortísimo brazo.El brazo, un poco delgaducho, pero fortísimo.

Don Quijote quisiera que estuviera aquí aquel religioso, el de tan mal talante y ojeriza con los caballeros andantes. ¡Que vea si son necesarios en el mundo! Que venga, que venga esta dueña y pida lo que quiera, verá la fuerza de su brazo y de su espíritu…

Me voy presto, que tengo que colocarme tres faldas y alguna cosa más. No, no, no he dicho nada de faldas.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino


Pedro Ojeda Escudero. dijo en este blog:

"¡Si es que al final querrá sustituir a Cervantes, ya le veo yo a este Merlín falso!"

Pedro: No, respeta mucho a Cervantes este Merlín falso. Pero quiere que se valore.
Un abrazo