Aunque conozca las razones que se suelen dar, no deja de sorprenderme lo lejos que viven, en el día a día, Portugal y España, dos países que comparten tantas cosas en la historia y que deberían compartir mas aun en los proyectos de presente y futuro. El iberismo, como proyecto cultural y económico, debería ser una de las bazas de juego constante en ambos países, pero no lo es. Entiéndase, por supuesto, un iberismo moderno y encajado en el ámbito mayor de Europa (otro proyecto también en horas bajas en el sentir colectivo) y no tanto en la utopía decimonónica de la unión política de los dos estados.
Por eso mismo, cualquier iniciativa que conduzca al mejor conocimiento entre ambos países debe ser aplaudida con entusiasmo. Más aun si tiene la calidad del Verano portugués que se ha organizado en el Museo San Gregorio. El punto central de las actividades organizadas es una extraordinaria exposición: Primitivos. El siglo dorado de la pintura portuguesa (1450-1550), mostrada ya con éxito en el Museo de Arte Antiguo de Lisboa. Su montaje en el Museo San Gregorio la realza, puesto que permite confrontar las piezas portuguesas con algunas de las españolas que se exhiben en él y que son contemporáneas. Ambos países reciben las mismas influencias: impacto directo de las manifestaciones pictóricas de Flandes, huellas evidentes de la Edad Media, manifestaciones primeras de un humanismo en el que el peso de la religión católica es predominante, etc.
En estos tiempos, en los que nadie parece querer ser portugués o griego, hay que recordar cuánto se debe a estos países en la construcción del concepto de Europa. Y actividades como estas deberían darse más a menudo.