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lunes, 30 de noviembre de 2020

Sobre el adanismo en la "nueva poesía"

 


La luz de la luna llena da cierto dramatismo a la escena de una ciudad con toque de queda por la pandemia, pero mirado con calma, este silencio de las calles sosiega.

Esta tarde he grabado una clase para el programa de la Universidad Abierta a Mayores. Este curso, en el que las clases son virtuales debido a la pandemia, me he encargado de un monográfico sobre la literatura actual y decidí afrontar en la grabación de hoy la realidad de la llamada nueva poesía en las redes sociales. He caracterizado el fenómeno como lo que es, la escritura de unos textos directos, en los que las emociones y las ideas se vierten sin apenas peso de lo literario. Aquí es más importante el fenómeno colectivo que las individualidades de cada escritor, hasta el punto de que la autoría de gran parte de los poemas es intercambiable y que la sucesión vertiginosa de los nombres hace que aparezcan cada mes decenas de autores nuevos con miles de seguidores.

En este fenómeno, lo audiovisual es tan o más importante que el texto, porque han recuperado la oralidad y la presencialidad en la literatura con un uso eficaz de las herramientas digitales: la presencia física de quien lo escribe de acuerdo con una imagen determinada dirigida a un sector del público concreto que se ve reconocido en ella, la música que acompaña a las lecturas y un recitado en el que se sustituye el ritmo tradicional del verso por un tonillo final que marca que el verso termina o el énfasis de una palabra. Es así, salvo algunas excepciones (que suele coincidir con los mayores en edad, nacidos antes de la extensión del mundo digital, que también son los que aportan más carga de crítica social, perspectiva de género o defensa de la identidad sexual). Tanto las emociones como las ideas no intentan trasformar el mundo, este tipo de poesía ha renunciado a ello. Sus posiciones sociales o ideológicas, cuando son críticas, buscan corregir las posiciones que se juzgan como desviación de lo políticamente correcto en una sociedad como la española, no alterar el sistema. Es curioso, por ejemplo, la abundante presencia de un sentimiento neorromántico en el amor que parte de posiciones claramente definidas en los roles tradicionales y de un inconformismo adolescente y juvenil que no tiene más verdad que la frustración personal.

Lo más llamativo de este tipo de poesía es un notable adanismo literario. Estos poetas no rechazan las formas anteriores por conocimiento, superación o agotamiento, rebeldía y experimentación, se limitan a ignorarlas, lo que les lleva a practicar una poesía que incurre continuamente en lo que la historia de la literatura ha rechazado siempre por tópico, previsible, manido y fácil. No parece importarles ni a quienes así escriben ni a sus lectores, que son capaces de leer una y otra vez el mismo poema en diferentes versiones y con la firma de autores diversos. Esta alta conexión con sus lectores es otra de las claves. Los receptores de este tipo de poesía necesitan reconocerse en lo que leen porque suele ocurrir con harta frecuencia que es lo único que leen. Es la clave fundamental del éxito, lo que les ha hecho tremendamente populares antes de que algunas editoriales se hayan fijado en estos escritores para hacer negocio.

Más allá de mi valoración literaria, lo que me he preguntado estos días, cuando preparaba los materiales para la clase que he grabado hoy, es el motivo de este éxito. La razón más evidente es la que he dicho, que este público se ve reconocido en una poesía fácil y directa, sin complicaciones de estilo, semánticas o retóricas, que expresa sus emociones e ideas sin elaboración literaria. En otras épocas también ha sucedido, la poesía popular siempre ha tenido más público que la poesía vanguardista, pero la intensidad del fenómeno que han propiciado las redes sociales es llamativa en un tiempo en el que es más fácil que nunca acceder a la cultura. Curiosamente, medida la literatura como un instrumento de comunicación, este tipo de poesía es altamente eficaz y exitosa.

No valoro negativamente ni a estos escritores ni a su público, aunque sí el producto final que son estos textos literarios. Pasarán, como tantas modas de escritura y de ellos quedarán los mejores o los más representativos o los que consigan evolucionar. Lo que me pregunto es qué razón existe para que no se haya podido divulgar la literatura que permite elaborar mejor emociones e ideas, que permite la experiencia superior de comprender algo que no estaba ya en el lector antes, la que lleva a la literatura de otros tiempos y culturas, en tiempos en los que todo está al alcance de la mano en un teléfono móvil. Y esto, es evidente, el sistema educativo y los divulgadores literarios han fracasado estrepitosamente.

martes, 23 de julio de 2013

Obra-colección. El artista como coleccionista


Para Manolo, que sabe cómo convertir un encargo en un acicate para pensar.

La evolución de los medios tecnológicos digitales ha acelerado la difuminación de las fronteras que separaban tradicionalmente, en el mundo de la cultura y del arte, al productor del consumidor, hasta el punto de que se aplicara al mundo cultural hace años el concepto de prosumidor -nacido originalmente para las relaciones comerciales- para resaltar, precisamente esta proximidad entre ambos o la alteración de los roles tradicionales a cada uno otorgados. Ha sucedido siempre que se ha generalizado una tecnología y el fenómeno creció exponencialmente en el siglo XX con la carta de naturaleza que el arte pop dio a la posibilidad de que todos pudiéramos ser artistas. La tecnología digital, su extensión y abaratamiento, el hecho de que en estos momentos un tanto por ciento cada vez más alto de la población pueda poseer un teléfono móvil que le permita hacer fotografías de calidad, editarlas y publicarlas en pocos momentos, ha alterado sustancialmente el panorama artístico. No solo de la fotografía, sino también del video o de la música.

Es interesante ver cómo reaccionan los artistas ante el fenómeno que ha generalizado los procedimientos tecnológicos que estaban reservados hasta hace poco a los iniciados. Ya no es, no puede ser, la tecnología lo que separe al artista del no artista. Cuando algunos pintores del siglo XV aplicaron la técnica de la cámara oscura para desarrollar el engaño del ojo en el que consiste el efecto realista de la tercera dimensión en un cuadro guardaron tanto el secreto que incluso hoy muchas personas ignoran que así se produjo un salto en la pintura. Hoy no es posible porque cualquier persona que desarrolla una tecnología quiere obtener beneficios económicos rápidos y convertirla en una aplicación para teléfonos móviles. Y en ese mismo momento saldrán cientos de personas capaces de desarrollarla y perfeccionarla incluso gratis.

Por eso, uno de los fenómenos más interesantes del mundo artístico actual es la forma en que se gestiona todo esto. Muchos artistas han vuelto al mundo analógico y la obra única. Los que siguen en el mundo digital se dividen entre aquellos que sienten amenazada su situación de privilegio y abominan de los bárbaros que invaden un territorio hasta hace poco reservado para unos pocos y aquellos que interactúan con lo que ocurre. Aquellos están condenados a extinguirse o a ser meros productos de moda.

Obra-colección. El artista como coleccionista, la muestra comisariada por Joan Fontcuberta que se expone actualmente en la Sala Municipal de Exposiciones de San Benito de Valladolid (que parece haber resuelto excelentemente en las últimas muestras sus problemas de iluminación, por lo que los visitantes nos felicitamos), es una excelente muestra de los caminos que se le abren al artista a partir de la interacción con el fenómeno descrito al inicio de la entrada. Una de las artistas expuestas, Penélope Umbrico busca en Internet fotografías de parejas ante una puesta de sol. El resultado puede ser de millones, una por una sin más valor que el emotivo para aquellos que se las hicieron como recuerdos. Pero su exposición en un panel (Subset Portraits from 11,827,282. Flickr Sunsets on 07/01/2013) con otras decenas de imágenes dota a la serie de un ritmo visual y de toda una reflexión sobre la necesidad del arte y de la reutilización de material para crear una obra nueva. Lo mismo sucede con la propuesta de videoinstalación de Emilio Chapela Pérez, Gun (2011), construida a partir de la sucesión de las imágenes surgidas en Wikipedia y Google tras buscar la palabra Gun (arma): un juego irónico con la facilidad de acceso a la información sobre algo sometido a debate permanente. Richard Simpkin (Richard & Famous) construye su proyecto sobre el fenómeno de masas de los fans que buscan el autógrafo o la fotografía con famosos: más de 450 fotografías en las que sale junto a personajes de actualidad. Una a una, sus fotografías son insustanciales y hasta de penosa calidad. Todas juntas crean un símbolo de nuestro mundo.Proyectos diferentes pero con la misma intención son el panel de Hans Eijkelboom que sale a buscar por Nueva York personas con números en su vestimenta, del 1 al 100 o el de Eric Tabuchi que durante meses fotografió en diferentes carreteras letras en las traseras de los camiones hasta construir un alfabeto.

Si en el mundo digital todos podemos ser artistas gracias a la extensión en la formación y las habilidades tecnológicas, algunos artistas deberán sobresalir sobre el resto de nosotros por la capacidad de su mirada para generar nuevas reflexiones o la ironía para interactuar con lo que otros hacen. El resto de los artistas, por mucho que sus marchantes se empeñen en situarlos en los catálogos de las grandes colecciones o de las principales salas, serán modas pasajeras para convertirse en uno más entre millones.


martes, 4 de diciembre de 2012

El derecho al olvido


Uno los peligros de Internet es que la información disponible sobre cualquier persona permanece y es de fácil acceso para cualquiera que necesite buscarla. Esta mañana he mantenido una motivadora conversación con Julio, uno de mis compañeros y amigos de la Universidad, profesor de Derecho Procesal. Me ha informado de uno de los conceptos jurídicos que se debaten ahora en su ámbito profesional, sobre todo por la extensión de los datos digitalizados a disposición de todos en Internet: El derecho al olvido. Todos tenemos este derecho pero, como me comentaba Julio, debemos ejercerlo de forma activa, localizando cada uno de los elementos que queremos que se supriman de la información de un buscador o de una base de datos y reclamando su borrado, en lo que estamos amparados por la ley pero no suficientemente. El problema es que muchas veces no somos conscientes de toda la información que existe sobre nosotros en la red ni de si esta información es falsa o verdadera o, si lo somos, el esfuerzo que exige ejercer nuestro derecho es superior, casi siempre, a la satisfacción que obtenemos. En muchos casos -pequeños datos- ni siquiera merece la pena puesto que lo hemos asumido como parte de la necesaria trasparencia que se exige a la tramitación administrativa en una democracia. 

Sin embargo, ya no se trata solo de que los bancos o la empresa que nos comercializa la luz en nuestro domicilio nos comunique, por imperativo legal, que tenemos derecho a controlar, canclar o rectificar el tratamiento de nuestra información, sino que nosotros mismos hemos dejado demasiadas huellas en el mundo virtual. Y no me refiero a esa información que facilitamos a un buscador o a nuestro servidor de Internet cada vez que accedemos a una página y que explica por qué en mi ordenador aparece una publicidad personalizada según las páginas que yo haya visitado en las últimas horas o las búsquedas que haya realzado. Si busco información sobre un crucero, al día siguiente la publicidad que tendré será de ofertas de viajes. No me refiero a esta cuestión que todos aceptamos tácitamente al encender el ordenador y sin la cual no sería posible la gratuidad de todo este mundo virtual. Ya es conocido que las empresas en las que solicitamos un puesto de trabajo teclean nuestro nombre en Google o en Facebook y obtienen más información sobre nosotros de lo que expresa cualquier currículum que les hayamos entregado.

Aun recuerdo cuando todas las administraciones -y cada uno de nosotros para los datos que considerábamos importantes- se resistían a renunciar a fijar en un papel la información o las solicitudes o cualquier otro trámite. Casi nadie se fiaba, hace tan solo una década, de que la copia digital permaneciera y pudiera ser accesible cuando la buscáramos. Hoy, el exceso de información ha convertido en problemático el almacenamiento de los datos en soporte físico: es más fácil encontrar estos datos en un archivo virtual y es más barato el almacenamiento digitalizado. Hasta el Boletín Oficial del Estado dejó de publcarse en papel y cualquiera que haya pedido últimamente una beca o tramitado una solicitud, sabe que el sistema le empuja a hacerlo a través de Internet. En algún caso ni siquiera existe la alternativa en papel. ¿Cuántos de nosotros conservamos la costumbre de pasar cada año los teléfonos de contacto de los amigos a la agenda, escribiéndolos a mano?

El silencio polvoriento de los viejos archivos administrativos sepultaba el pasado en un proceso lento: allí quedaban las notas de bachillerato, que no confesábamos si no nos apetecía; las viejas direcciones ya abandonadas; el nombre de nuestros compañeros de carrera, a muchos de los cuales quisimos olvidar a propósito; los errores que cometimos y cuya pena ya cumplimos. Ahora nada está cubierto de ese polvo del olvido: todo está ahí, a la distancia exacta de una pantalla. A veces, como una cadena que se nos ata al tobillo y nunca sabremos quién y cuándo podrá recuperar de Internet el dato exacto que afecte a nuestra vida presente. Filosóficamente, es como si el pasado permaneciera siempre.Por eso mismo, debemos ser más conscientes de que tenemos ese derecho al olvido y que podemos ejercerlo. Como también podemos ejercer el derecho contrario.

Una sociedad que no permite el derecho al olvido es una sociedad que está a un paso de la dictadura.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Adiós a Burgosfera 2.0


Como los más antiguos lectores de La Acequia recordaréis, este blog está inscrito en la Burgosfera. De la fundación del proyecto tras el primer encuentro celebrado por los autores de blogs relacionados de una u otra manera con Burgos el 28 de abril de 2007 y noticias posteriores, ya he dado cuenta aquí en varias ocasiones. De los seis blogs iniciales que estuvimos presentes en la fundación se creció rápidamente hasta el centenar. El proyecto fue pionero en España y tuvo rápidamente visiblidad no solo entre los lectores de blogs de la ciudad sino también en la sociedad burgalesa. Contó con una presencia académica significativa al poco tiempo, en unas Jornadas celebradas en la Universidad de Burgos que coordiné y que supusieron la primera ocasión que, en una Universidad española, se estudiaba el fenómeno entonces creciente de los blogs. De aquel primer encuentro nació la idea de construir un agregador de blogs que nos reuniera a todos, Burgosfera 2.0. Ahora decimos adiós el agregador. Aunque este hecho podría haber pasado desapercibido por la forma en la que se ha producido, he querido dedicarle esta entrada con cierta nostalgia por lo que supuso.

Visto desde hoy, el proyecto tuvo varias etapas. Los que estamos desde su principio recordamos con mucho cariño sus inicios: explorábamos una posibilidad recién creada y percibíamos cómo tanto el grupo como cada uno de los blogs participantes crecían tanto en visitantes como en eco en la sociedad. Al poco, el grupo afianzó unas redes que lo enlazaban con blogs nacionales e internacionales y se percibía una especialización de cada uno en campos diferentes que, sumados, lo dotaban de un atractivo panorama global de lo que significa escribir un blog. También se percibió una creciente atención de los medios de comunicación a lo que sucedía en la Burgosfera paralelo al interés despertado en instituciones públicas, organizaciones de todo tipo e, incluso, en los partidos políticos. Pero había algo más en aquellos inicios: las relaciones personales que se dieron entre los autores de los blogs afianzadas en los varios encuentros que se dieron, algo de incalculable valor y que nos une todavía hoy a muchos, aunque hace tiempo que no nos vemos todos.

El proyecto creció tanto que pronto se unieron a la Burgosfera decenas de blogs que solo buscaban la agrupación en el agregador y que no tuvieron más presencia en el grupo que esta. Lo que pocos sabían es que todo el esfuerzo de mantenimiento del agregador recaía en una sola persona y que los varios momentos en los que se provocaron algunos conflictos -propios del crecimiento de cualquier proyecto de este tipo- se solucionaron entre unos pocos. No porque se privara a nadie de participar en una u otra cosa -puesto que la Burgosfera siempre ha sido algo abierto- sino porque son más los que se apuntan a los beneficios que al esfuerzo de sacar adelante las cosas. Vaya aquí, por lo tanto, mi reconocimiento a mi querido Blogofago -en homenaje a él lo escribiré sin tilde, como acostumbraba-, al que tanto debemos todos.

Yo no quitaré de la columna de la derecha el enlace a la Burgosfera, aunque ya no remita a ningún sitio. Para mí y para La Acequia significó mucho en la etapa inicial de actividad en Internet. Y puedo decir que alguna de las mejores personas que he conocido en los últimos años son autores de blogs que se unieron al proyecto o que se relacionaron con él en aquellos años.

Sirva también todo esto como una reseña de un ejemplo de la historia del fenómeno de los blogs que, desde su punto de partida como un espacio en el que el autor anotaba las cosas que le gustaban de lo que iba encontrando en Internet, pasó pronto a significar un amplio panorama de posibilidades que se ha mantenido hasta hoy, incluso después del éxito de algunas redes sociales como Facebook o Twitter. Todavía tiene sentido escribir y mantener un blog personal, a pesar del esfuerzo que supone.

viernes, 13 de abril de 2012

Balance de una semana de pruebas

En La Acequia, esta semana hemos estado de pruebas. Como sabéis los visitantes habituales, he probado el videoblog: con imágenes y recitado de textos; con editoriales en los que hablaba directamente sobre temas que me preocupan estos días. Os agradezco a todos el interés mostrado en estas pruebas, los matices y críticas que me habéis hecho llegar por varias vías (comentarios directos en las entradas, correos electrónicos, etc.). Una de las cosas más interesantes de la web 2.0 es la inmediatez en las reacciones. Aunque este blog lo escribo yo, desde el principio, como recordaréis los más antiguos lectores, se ha creado una comunidad en red que ha propiciado el intercambio sereno de ideas y que es una de las cosas que más me satisfacen de este proyecto. No creo equivocarme si digo que todos nos encontramos cómodos aquí. La Acequia nunca ha rehuido la intervención en cuestiones de actualidad y las polémicas y en el blog me he pronunciado ideológicamente sobre temas de actualidad, pero siempre se ha hecho desde la serenidad de la opinión que tiene en cuenta las ideas de los demás. Pienso que el diálogo nunca se hace con ruido. Y que ya hay demasiado ruido en el mundo que nos impide oírnos.

El salto al videoblog es algo que me rondaba la cabeza desde hace tiempo. Tiene varias dificultades: en primer lugar, en La Acequia ya hay una costumbre, una forma de encontrarse con las entradas y esto debe respetarse siempre; en segundo lugar, exige una ténica y una práctica que todavía estoy lejos de dominar (me habéis señalado, con acierto, la poca naturalidad lógica de quien inicia un camino o los defectos en el sonido). En el debate se ha suscitado una doble cara interesante del videoblog: por una parte, algunos apreciáis que con este formato llega mejor el mensaje y se conoce más de cerca al autor; por otra, la presencia de la imagen y la voz de quien opina parece dificultar la reacción de quien visita el blog, que se convierte más en un espectador que en un comentarista. Dicho de otro modo: el videoblog puede llegar a más gente pero puede reducir el número de las aportaciones de los visitantes a través de sus comentarios.

Es innegable que el videoblog es el producto que mejor resume e integra las características técnicas de este formato: tanto para la opinión y la información como para la creación. Sin embargo, todavía necesitamos la palabra escrita para meditarla con calma y espero que esto sea así durante mucho tiempo. De hecho, algunos habéis reclamado el texto de los poemas recitados o de las frases pronuciadas en el video.

Como sabéis, uno de los objetivos que me llevó a escribir La Acequia fue la experimentación con este formato y el estudio académico, desde dentro, de un fenómeno que por entonces comenzaba y hoy es una práctica habitual. Por eso, no dejaré de probar cosas nuevas y de agradeceros la sinceridad en la opinión.

La Acequia seguirá como hasta ahora, con el predominio de la palabra escrita y la imagen fotográfica. Pero también incorpora el videoblog -bien para proyectos de creación como los varios que he publicado ya en los meses pasados, bien para la opinión crítica sobre aspectos de actualidad-, aunque lo haré con cautela y procurando mejorar las cuestiones ténicas y la naturalidad en la expresión. Pienso que los tiempos que corren y los que vendrán van a ser muy duros para todos y que es hora de participar en las cuestiones de actualidad de todas las formas posibles. Sé que mi video-editorial sobre los globos sonda en materia de educación, a pesar de todas sus deficiencias formales, circula ya en Internet de una forma en la que no podría hacerlo una entrada normal de La Acequia.

Más que nunca, gracias a los que hacéis que cada día me siente ante el ordenador con nuevas ilusiones.

martes, 10 de abril de 2012

Algo de retórica. Sobre la declamación en el blog, con notas para una teoría general sobre esta herramienta de Internet

Estos días pasados colgué en el blog dos entradas con videos en los que recitaba sendos poemas. Ambos textos tienen más de veinte años y fueron publicados, en su día, en revistas literarias de corta vida pero intensa y de las que guardo gratos recuerdos. Pertenecían a un libro que, en su conjunto, es inédito, aunque se haya ido publicando fragmentariamente. Revisitados ahora para un empeño nuevo, realicé modificaciones sobre los antiguos poemas y los sumé a dos videos grabados para el Proyecto agua, cuya versión definitiva irá sin recitado.

Como muchas de las cosas que hago en La Acequia, han supuesto un ejercicio de estilo, de escritura y publicación: crear no es otra cosa que un ejercicio constante que jamás termina y allá quien piense que ha conseguido el poema perfecto puesto que cada texto publicado es solo una aproximación y un tanteo. Para mí ha sido muy importante la forma en la que han llegado estas entradas a los visitantes asiduos de este espacio y sus comentarios en las entradas. Porque nada como el blog permite a un autor conocer la reacción de quien le sigue y que recibe cada entrada en lugares, tiempos y situaciones diferentes y nada monocordes.

Quise unir varias de las cuestiones que puede aportar un blog y que, de una u otra manera, ya había experimentado con anterioridad. Era consciente del riesgo. No hace demasiado tiempo, alguien me dijo, cuando recité un fragmento del Quijote para una entrada de la lectura colectiva que hicimos aquí de esta obra, que le incomodaba: consideraba la voz como algo muy personal. No entendí, pero eso ahora no importa, si quien se veía afectado por esa ruptura del ámbito personal era quien recitaba o quien oía recitar, ambas cosas muy interesantes para ser meditadas. Yo no consideré que mi voz se expusiera porque era parte meditada de mi forma de publicar aquella entrada.

En el fondo, muchas personas no pueden considerar aun el blog más que como palabra escrita sumada a la imagen (cada uno da preferencia a una o a otra) y se sienten extrañados ante otras posibilidades, cuando es una herramienta eficaz para sumar todas las posibilidades artísticas. Esto suele suceder con aquellos que han experimentado la lectura como algo íntimo, reservado a ámbitos personales.

Una de las cosas más interesentes en la recepción del producto artístico en el siglo XX es comprobar cómo se ha dado la vuelta a la forma de recepción. A partir de la generalización de la alfabetización y de las posibilidades económicas de consumir cultura escrita, esta se ha visto reducida a los espacios privados (como tal lo es leer un libro en el metro o en una cafetería, aislándose de todo lo que a uno le rodea) y cada vez es menos pública. Una significativa inversión de la forma de consumir cultura que antes era predominantemente oral. De ahí que el recitado de un poema, cuando no responde a nuestra forma de lectura para uno mismo, nos produzca una extraña sensación. Incluso el teatro ha cambiado completamente: desde que, a finales del siglo XIX, se decidiera apagar las luces de la sala (en España fue la primera actriz María Guerrero quien introdujo esta costumbre porque consideraba que el público iba a verla a ella y no a los vecinos de palco): hay una ilusión de intimidad. De hecho, una de las formas de vanguardia más importantes del siglo XX y lo que va del actual, es romper esa ilusión y enfrentar al público del espectáculo con la realidad de que asiste a un espacio colectivo y nada íntimo. Esto mismo se encuentra detrás de movimientos comprometidos como el de los cantautores: sus canciones se convertían en himnos colectivos para ser cantados con la conciencia de grupo. Pero sobre esto deberemos volver otro día porque, de hecho, Internet ha roto también con la intimidad en la recepción artística: quien usa las herramientas de la web 2.0 se siente parte de un grupo y sabe que es recibido de forma inmediata por el autor. Por mucho que abra el ordenador de madrugada, en la soledad de su salón.

Como todas las formas de publicación, el blog tiene sus riesgos puesto que lo que importa no es tanto la producción de los textos como su recepción. De hecho, el desarrollo de las posibilidades de Internet ha facilitado -de una forma no conocida antes tanto por la sencillez de las herramientas como por la comodidad y diversidad de su uso- que podamos descargarnos a nuestros diferentes sistemas de reproducción videos, textos, programas de televisión o de radio, para verlos/escucharlos cuando queramos. Se producen, entonces, interesantes desajustes: nuestro programa favorito de la radio de madrugada, escuchado en el metro cuando vamos a trabajar, nos aburre mortalmente; la algarabía festiva del programa que no nos perdemos nunca a las cinco de la tarde, resulta incómodo escuchado en el horario nocturno de nuestro trabajo. El poema que nos pareció, en su recitado, que nos conmocionaba nos resulta, en una situación no adecuada, falso. O al revés: escuchado en la situación propicia, aquello que nos pareció pretencioso nos resulta apasionante. Sucede con algunas películas: vistas en su día nos resultaron exageradamente pretenciosas, vistas de nuevo en otro tiempo podemos comprenderlas. Todo ello de una forma más intensa que lo que ocurría con el libro impreso.

Internet, además, nos ofrece otra interesante situación que potencia y complica la recepción y que no puede escaparse a quien usa sus herramientas: dos personas pudieron recibir, al mismo tiempo, mis entradas últimas, pero una las leyó en América y otra en Europa, a dos horas diferentes de su día -aunque coincidan en el tiempo general-, en dos situaciones completamente diferentes, incluso en dos estaciones del año opuestas. Esto no se da -o se da con menos intensidad- cuando ambas personas están en la misma sala al mismo tiempo, especialmente si se encuentran en frente de quien recita, sobre todo si quien lo hace detecta la situación anímica de los presentes. El autor que escribe en Internet es menos dueño de su obra que en los formatos tradicionales y, por lo tanto, está más expuesto a una recepción múltiple.

Un buen recitado público debe hacerse adecuando al público el tono, el ritmo y el juego con las emociones. Un buen recitado público de poesía y una clase de secundaria o una presentación promocional para unos clientes: lo que tiene buen éxito un día no lo tendrá al siguiente o el mismo día con otro grupo. La representación teatral que en unos lugares funciona de forma eficaz para despertar la emoción trágica, en otros provoca la risa. Esto sucede, más aun, con el cambio de tiempo: aquella película que nos resultó lírica y profunda ahora nos parece cursi; los poemas de Bécquer que tanto nos gustaron en la adolescencia, llega un momento en que nos resultan insoportables y sentimentaloides; la ropa con la que tan a gusto estuvimos en los años ochenta ahora ni siquiera la colgaríamos en nuestro armario.

Esto es imposible, en términos generales, en Internet: nadie puede publicar algo controlando al público que tiene delante, a no ser que cierre el acceso a su espacio a unos pocos a quienes conozca lo suficiente. Ni siquiera aunque lo haga mediante multiconferencia. Se suma, además, que las herramientas de la web 2.0 aportan algo que no existía antes: la inmediata reacción del receptor, que puede comentar la publicación de forma directa ante la comunidad de los lectores y ante el autor. Muchos autores no están preparados para esto: prefieren ignorar a sus receptores y para ellos el papel supone un refugio, un dique emocional que no quieren o soportan traspasar, como si no escribieran para nadie más que para uno mismo o para aquellos que solo les aportan elogios. Como mucho, recibirá en unas semanas las críticas de los especialistas y en unos meses unas pocas palabras de aquellos que asistan a sus presentaciones y firmas de libros. Después, algunas cartas más o menos filtradas por el editor.

Esta es una de las novedades de esta herramienta: la conexión directa con quien recibe lo que uno publica. En el momento en que un blog no filtra los comentarios, está expuesto ante quien comenta, para bien o para mal. Muchos no están preparados para ello y terminan cerrando su espacio o la posibilidad de los comentarios, sobre todo aquellos que no piensan en que publicar en un blog, aunque el circuito de visitantes no sea muy amplio, supone apuntarse a la dinámica que siempre han tenido los escritores en los formatos tradicionales. Si escribimos un blog público nos ponemos en la misma situación que un autor o un periodista que firma su texto y no deberíamos ignorar esto nunca a la hora de iniciar la andadura puesto que antes o después recibiremos un ejemplo de lo que expongo y la lección puede ser dura emocionalmente para quien no esté preparado suficientemente para ella. Cuando alguien escribe novelas o libros de poesía, se convierte en un autor. No puede evitar ni controlar la recepción que sus obras tienen. Tampoco puede hacerlo con la imagen que los lectores crean del autor al que siguen de forma asidua. En la prensa, que es más inmediata que el libro, los columnistas fijos terminan creando un personaje, que es quien se ofrece ante los lectores y que no tiene por qué coincidir con el autor real aunque tenga puntos en común con él: cosa que muchos lectores no están preparados para asumir. Inevitablemente, quien escribe y quien visita un blog de forma diaria durante años, incurren en lo mismo de forma más o menos consciente pero sus receptores tienen unas posibilidades de interacción que no tenían los de los formatos tradicionales. Y sus circunstancias de recepción son tan diversas como las de estos formatos pero condensadas en pocas horas o, incluso, minutos. Por eso, habrá que trabajar nuevas formas retóricas de acercamiento a esta recepción. Siempre que no resulten descafeinadas para gustar a todos en todas las circunstancias posibles. Eso sería renunciar al riesgo que supone toda obra artística o toda exposición pública de una opinión.

miércoles, 25 de enero de 2012

Reflexiones sobre la cultura en la época de Internet. El autor y sus derechos (2)

Uno de los derechos del autor es a la conservación de la integridad de su obra a no ser que manifieste lo contrario. No se debe confundir este derecho con una de las cualidades de los productos culturales: toda obra inspira otra y cuanto mayor sea su influencia en la cultura posterior mayor suele ser su consideración. Como sabemos, dentro de una obra está toda la cultura anterior. Cuando no se respeta la integridad de una obra se la altera de tal manera que deberíamos ser conscientes de encontrarnos frente a una obra diferente que no puede atribuirse al autor original. Esto puede parecer poca cosa a muchos, pero es así como se ha adulterado ideológicamente gran parte de la cultura para hacerla conveniente. Si yo suprimo los pasajes inconvenientes del Quijote no leo a Cervantes sino a quien perpretra el cepillado del texto: sea para aproximarlo a los niños o para censurar pasajes contrarios a los gobernantes del momento. De hecho, una de las adulteraciones más frecuentes sucede cuando vamos a la representación de una obra del teatro clásico y vemos en letras grandes el nombre del autor y en pequeñas el del adaptador, cuando debería suceder a la inversa. Y esto -la adulteración del Quijote o de la representación de un texto clásico- es posible, entre otras cosas, porque a casi nadie le importa y a la mayoría les parece poca cosa. En el fondo, los que piensan estos se entregan a quienes les coartan la libertad.

El reconocimiento del derecho de autor avala la integridad de una obra de tal manera que enlaza con el derecho de quien la recibe a tener la seguridad de que esa obra no ha sido adulterada y está completa. A nadie le gustaría comprobar que su edición de una novela de un autor de moda -y más con los precios que tienen en el mundo hispano tanto en papel como en libro electrónico- no corresponde al original porque un editor pirata lo haya adulterado. En la cultura que no respeta el derecho de autor no existe esta seguridad. En la cultura del gratis total tampoco es posible.

Uno de los grandes problemas de Internet ha sido la dificultad para comprobar la certeza de los textos de los productos culturales que en ella circulan: tanto en la autoría como en la integridad. De hecho, Internet ha funcionado -y lo sigue haciendo-, aunque de forma masiva, como las viejas copias manuscritas de los textos o las impresiones fraudulentas. Con dos peculiaridades: en primer lugar, la cantidad; en segundo lugar, la ingenuidad del lector ante la letra impresa. Cuando apareció Internet, todos teníamos la conciencia de que las copias manuscritas podían alterar fácilmente el producto y que no eran fiables, pero muy pocos guardaban esta precaución ante lo impreso en un papel. Esta falta de vigilancia pasó directamente a lo que circulaba en Internet: desde bulos o rumores hasta versiones de textos clásicos o los últimos poemas de un autor. Quien copia un texto en Internet ejerce de editor y, por lo tanto, se hace responsable de él, pero esto es algo de lo que no es consciente la mayoría de las personas que leen ese texto.

Es cierto que, en esta cuestión, se ha avanzado enormemente en los últimos años: el paso de la edición de una obra mediante su copia con un procesador de texto a la digitalización de la imagen es un avance extraordinario; la jerarquización de los sitios de internet para que se pueda distinguir entre los fiables de los que no lo son, otro; la posibilidad de cotejar unos con otros, una garantía. Pero todo esto exige un esfuerzo y, por lo tanto, dinero: no es gratis. Y una conciencia crítica por parte del receptor que aunque avanza, está muy lejos de ser general.

No sucede solo en la literatura: la adulteración de los productos audiovisuales es también frecuente en Internet. En especial a partir de la pobre calidad de la copia, lo que afecta también a los derechos del autor y del consumidor. Volvemos al mismo concepto: para que sea posible una copia de calidad debe defenderse el derecho de autor y eso no es posible en culturas en las que no se respeta ni en las que exigen el gratis total.

martes, 24 de enero de 2012

Reflexiones sobre la cultura en la época de Internet. El autor y sus derechos (1)

Hay personas que piensan que el autor de un producto cultural y, por extensión, intelectual, no debe reclamar sus derechos sobre la obra creada sino cederla, graciosamente, al mundo. Curiosamente, no opinan lo mismo sobre el trabajo de un ingeniero o de un oficinista o el suyo propio. Así, si alguien inventa una máquina empaquetadora puede vivir de la patente de su producto, pero si alguien escribe una novela, no. Quiero pensar que no todos pensamos así y que la mayoría aceptamos que el autor de un producto cultural tiene el mismo derecho que el inventor de la máquina empaquetadora. Es decir, el derecho a cobrar por su obra o, si ese es su deseo, cederla gratis.

Hay personas que confunden este derecho del autor con la industria cultural y culpan al autor de que la obra sea excesivamente cara o no se pueda acceder a ella por las razones que sean. Este es un problema del que hablaremos otro día.

Por otra parte, muchos sostienen que la cultura debe ser gratis en todos los pasos del proceso -desde la producción hasta su consumo-, como un derecho democrático. No reclaman lo mismo para las cervezas o el jamón serrano o no lo reclaman de la misma manera, excepto aquellos que se marchan sin pagar del local en el que han consumido estos productos. Curiosamente, los propietarios cuentan con un tanto por ciento de clientes que no pagarán y cargan un porcentaje de sus consumiciones en la cerveza y el jamón serrano de aquellos que sí pagan. Muchos critican a los autores que reclaman subvenciones cuando la mayor subvención del mundo es no pagar por aquello que tiene un precio y que repercutirá en otros que terminan subvencionando al gorrón o en los presupuestos de la concejalía de cultura pagando la fiesta entre todos, incluidos los que no participan en ella. Es decir, como en la frase bíbilica, ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Pero esto es una parte del problema que también veremos otro día.

El autor tiene derechos sobre su obra: a que se respete su integridad o a cobrar por ella o no hacerlo si ese es su deseo, por ejemplo. En contra de los que piensan que esto es un privilegio, la historia nos enseña otra cosa: es uno de los primeros derechos democráticos que se establecen en el aspecto cultural con la implantación de las democracias liberales del XIX. No solo es un beneficio para el autor, sino también para el receptor. Con el establecimiento de los derechos de autor se dio un salto cualitativo. En primer lugar, los autores -escritores, pintores, músicos, etc.- rompían su dependencia del mecenazgo, es decir, su dependendencia de la Iglesia, del Estado o de las clases acomodadas. En segundo lugar, podían pensar en producir textos para un amplio sector de la población y vivir de este producto porque con la extensión de la industria cultural el público se fue ampliando y diversificando. Sin esta industria cultural la mayoría de la población jamás hubiera podido leer una novela de los mejores autores del siglo XIX o ver las obras de Velázquez en el Prado o sus reproducciones en revistas o libros, por ejemplo. Precisamente, la democratización en el acceso a la cultura -entiéndase que no hablo ahora de la cultura oral tradicional- se debió, entre otros factores, al establecimiento de los derechos de autor.

Pero no fue este el único beneficio. Sin los derechos de autor nada avalaba la integridad de una obra. Muchos pensarán que en los corrales de comedias barrocas se veían las obras de teatro de Lope: les sorprendería saber que lo que se escenificaba eran textos en los que buena parte no correspondía a Lope sino a muchas otras manos que habían intervenido en el proceso y que el mismo Lope de Vega hubo de reescribir muchos de sus textos para darlos a la imprenta de forma digna tras haber pasado por los escenarios. Uno de los grandes problemas que ha tenido la filología moderna es el establecimiento de los textos fiables de las obras tal y como salieron de la mano de sus autores. La corrupción de estos textos se debía especialmente a la falta de derechos de autor y a la consideración de la obra cultural como un bien mostrenco del que todos podían disponer a su antojo. Es la misma razón por la que cualquiera podía intervenir en una fachada con un alto valor artístico de la manera que le viniera en gana. Es decir, aquellos que amparándose hoy en la democratización de la cultura propugnan la erradicación de los derechos de autor -directamente o por las consecuencias que implica no respetarlo, que lo mismo da una cosa que la otra- dan un salto atrás en el tiempo y desean, sin saberlo, volver a uno en el que los productos culturales no eran fiables, dependían exclusivamente de las clases dirigentes y sus intenciones ideológicas y eran producidos por autores que tenían la consideración de súbditos y no de ciudadanos con derechos. Curiosamente, uno de los efectos que se puede producir al no respetar los derechos de autor con una falsa idea de lo democrático o de la aplicación hasta el absurdo del gratis total, es el regreso a tiempos en los que la cultura era un privilegio y no un derecho.

Esto no quiere decir que la gestión de esos derechos de autor no sea mejorable en el estado actual del desarrollo de las herramientas tecnológicas digitales e Internet, pero de esta cuestión hablaremos otro día, que esta entrada ya va siendo larga.

domingo, 22 de enero de 2012

Megaupload y tierras movedizas

No envidio a los que tienen tan clara su opinión en relación a la cuestión de Megaupload que tanto ha conmocionado el mundo de Internet estos días.

He sostenido en este blog muchas veces el derecho de los autores a vivir, si así lo quieren, de su producto intelectual y a esperar que las leyes amparen y protejan este derecho y considero esta parte del asunto como algo absolutamente innegociable como también es innegociable que aquellos que quieran regalar su producto puedan hacerlo; he temido las consecuencias culturales que puede tener el hecho de que los autores no puedan vivir de lo que hacen y de la falta de respeto a la obra cultural; he analizado la complejidad que todo el fenómeno de Internet ha introducido en estas cuestiones y cómo aun no podemos avanzar un resultado del nuevo panorama que surgirá, inevitablemente, de la red en muy poco tiempo; también he sostenido que la industria que mueve estos derechos de autor los ha esclavizado por una parte y por la otra los trata como los distribuidores a los productores de patatas o leche, es decir, les paga una miseria y se quedan con la parte sustancial de los beneficios -o se quedaban, antes de que Internet afectara tan drásticamente a la cuenta de resultados-; también he dicho que la mayor parte del problema de la piratería en Internet se debe a la falta de visión y a la estupidez de las grandes compañías poseedoras de estos productos intelectuales que ven en Internet, de forma ciega, un enemigo cuando deberían ser las primeras en explotar sus posibilidades facilitando el acceso a esos productos que con tanto celo guardan puesto que si ellos no lo hacen otros lo harán, lucrándose de aquello que han producido los autores sin pagarles ni siquiera la miseria que les abonan editores y distribuidores legales; he aludido a la ingenuidad de los receptores del todo gratis de Internet, que piensan que no pagan lo que sí pagan a otros -es decir, las compañías que les facilitan el acceso a la red- que se benefician económicamente con las descargas ilegales y a las que benefician en contra de a los autores de los productos (es decir, cuando me descargo sin pagar un producto no gratuito enriquezco a mi compañía de Internet y perjudico al autor); también me parece criticable la falta de mala conciencia de quien hace esto al final del recorrido, que piensa que sus acciones no perjudican a nadie y no le importa que el suministrador de acceso a Internet y los dueños de la página desde la que se descarga el producto se lucren de una propiedad que no les pertenece.

Los dueños de Megaupload no despiertan mi solidaridad, desde luego. Es más, ni siquiera como piratas informáticos, porque lo que se ha sabido de ellos me hace dudar de su honestidad e incluso de que tuvieran más código que el enriquecimiento a toda costa. Pero tampoco aquellos legisladores que aprovechan las presiones de la industria para legislar por encima de lo que debería ser una correcta defensa de la propiedad intelectual y pretenden controlar una red que debe ser un tejido por el que circulen de forma libre las ideas.

Por eso, digo, no envidio a los que tienen clara su posición en este asunto, sea cual sea.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Abercrombie & Fitch o cómo ha cambiado todo.

La apertura en Madrid de una de las tiendas de la cadena norteamericana Abercrombie & Fitch ha desencadenado la esperada polémica -fomentada por la empresa por razones publicitarias- sobre la poca ropa de los dependientes que atienden a los compradores, pero también una queja de los periodistas especializados de los grandes medios de comunicación puesto que no se les ha dejado acceder de forma prioritaria al local. Su queja aumenta cuando critican que sí se haya permitido la entrada previa a los autores de blogs más importantes sobre moda en España. Todavía recuerdo -no fue hace tanto tiempo- cuando la situación era la inversa: en ningún acto -cultural, político, social- se permitía la entrada a los autores de blogs, por muy importantes que fueran y los organizadores buscaban, con ridícula ansiedad, la presencia de los fotógrafos y las cámaras de los medios de comunicación tradicionales: nada mejor que el acto fuera recogido el domingo por el periódico local. Han cambiado tanto los tiempos que aquellos editores de periódicos que negaban cualquier interés a la red ahora se afanan en corregir su ceguera de estos años. Algunos, me temo, llegan demasiado tarde puesto que su espacio en Internet ha sido ya ocupado. De que los dependientes sean modelos con poca ropa hablaremos otro día, que este no es un espacio financiado por esta empresa de ropa.

sábado, 28 de mayo de 2011

Rocío de primavera. Sobre la explosión de creatividad colectiva en el Movimiento del 15 de mayo


Hay otra cuestión más que debemos contemplar en el Movimiento del 15 de mayo en España, que tantas nos ha dado ya para debatir.

Me refiero a la explosión de creatividad colectiva que ha deparado, en todos los aspectos y que se ha puesto al servicio de una causa social de indignación contra las dinámicas de los grandes partidos políticos. En las acampadas no se ha visto solo una capacidad de organización entre personas que previamente no se conocían y que a muchos les habrá sorprendido, sino también expresiones culturales y artísticas de todo tipo.

La gran mayoría parten de referentes heterogéneos que proceden de referentes colectivos del pasado más o menos reciente y se limitan a repetirlos actualizados -singularmente, los acontecimientos del 68, pero también el movimiento hippie, la contracultura de la postmodernidad, el arte pop, los hitos de la resistencia antifranquista, la música de los cantautores comprometidos de hace unas décadas, las tesis de la resistencia pacífica que elaboró Gandhi, etc-. En las plazas españolas, junto a los debates, asambleas y reclamaciones, se ponen en ejercicio, además, las manifestaciones artísticas propias de los happenings pero también del teatro de calle o dinámicas propias de los museos de arte contemporáneo. Todo es, repito, heterogéneo y por eso algunos observadores pueden confundirse ante el aparente caos y en su uso hay una consciencia de esa repetición junto a un festivo descubrimiento de su sentido, como si lo hubieran inventado el día antes: quizá los más jóvenes no sepan todo lo que hay detrás de lo que expresan y por eso se da un componente interesante por el que parece que el mundo pueda rehacerse, reinventarse a partir de las cosas más básicas. En esto se parecen mucho a los movimientos contraculturales de los años 60 del pasado siglo.

Pero no olvidemos que el Movimiento es hijo de las redes sociales de la era de Internet. En ella, los participantes disponen de la mayor fuente de datos que jamás ha tenido a su disposición ningún movimiento de este tipo. Y en ella los participantes han aprendido el uso de las herramientas digitales más avanzadas. Muchos, además, son estudiantes universitarios o profesionales que la manejan a diario en sus vidas y que incluso diseñan sus propias herramientas o ya tienen experiencia en la creación de productos audiovisuales de calidad.

Si sumamos todo (las actividades que se llevan a cabo físicamente en las plazas con todo lo que se hace en Internet, lo artístico y la conciencia social, el acceso rápido y prácticamente gratuito -en alguna de las plazas disponen de acceso gratis a Internet a partir de las instalaciones municipales de Wifi- a una fuente inagotable de datos y el conocimiento experto de las herramientas digitales más modernas) nos sale lo que observamos, desde la explosion de una creatividad en la que se junta el compromiso más elevado y los elementos lúdicos (en este movimiento, para escándalo de los revolucionarios más ortodoxos que se apresuran a condenarlo con la misma contundencia que los más refractarios conservadores y con los que coinciden en haber pedido que la gente se echara a las calles para derribar al gobierno socialista y que ahora demandan con la misma contundencia que se vuelvan a casa ignorantes de que es muy difícil detener una dinámica como la que solicitaban, hay una forma de entender el compromiso que no excluye la alegría: no les parece serio), hasta la capacidad de usar la teconología para ofrecer o reproducir una información eficaz que desborda la oficial o la de los medios de comunicación. Ayer oí a un experto decir que el Movimiento había sido alimentado por la presencia de la televisión y la prensa escrita en ellos: lo único que demostró es que vive todavía en el siglo XX, que no se ha dado cuenta de que estas personas consumen información fundamentalmente a través de las pantallas de su ordenador. Y que son capaces, con la misma eficacia que los profesionales más avanzados, de hacer eficaces videos informativos que completan o matizan lo que dicen los de las televisiones, fotografías que denuncian las acciones policiales o resaltan y documentan la estética del Movimiento y que pueden ganar los premios internacionales de mayor prestigio del próximo año, entrevistas a los participantes, pero también videos ingeniosos sobre lo que está pasando que denotan una alta capacidad artística y cultural. Estoy convencido de que entre los que hacen esto saldrán algunas de las figuras más representativas de la cultura española de las próximas décadas, como si todo hubiera reverdecido con el rocío del mes de mayo.

miércoles, 25 de mayo de 2011

El pensamiento colectivo y el Movimiento del 15 de mayo.


El pensamiento colectivo, concepto debatido puesto que parte de una inicial contradicción en la forma tradicional en la que los teóricos abordan la actividad mental como algo esencialmente individual, es clave para comprender los fenómenos que suceden a partir de las redes sociales, como el Movimiento del 15 de mayo en España.

Siempre ha existido esta realidad, la denominemos con el término que sea: el pensamiento individual parte de lo que otros individuos han elaborado antes que nosotros y se matiza y enriquece confrontando ante un grupo lo que uno piensa siempre y cuando estemos dispuestos al verdadero diálogo.

Internet ha facilitado herramientas suficientes para que este proceso de diálogo crezca exponencialmente, tanto en rapidez como en el número de personas que integra el grupo con el que el individuo interactúa. Evidentemente, en Internet, como fuera de Internet, la mayoría de las conversaciones repetirán conceptos no originales más o menos asimilados, pero dentro de la red el crecimiento exponencial de las conversaciones y su extensión intercultural facilita la selección de los datos pertinentes y la meditación de las ideas más certeras para cada problema a aquellos que tengan un cierto nivel de expertos en el uso de sus herramientas -que ya no son unas pocas personas como cuando la actividad de pensamiento elevado correspondía a un grupo selecto de cada comunidad sino decenas de miles, puesto que la red ha globalizado las conversaciones grupales-. Por otra parte, mientras que en grupos más pequeños puede haber tendencia a que unos pocos se conviertan en guardianes de los secretos, sacerdotes que conocen los misterios o secretarios que depositan los documentos en cajas inaccesibles para la mayoría y que solo ellos puedan establecer contactos con los guardianes de otra comunidad, en Internet todo está sometido continuamente a contraste y debate. Incluso la mera constancia del impacto de visitas o la repetición de un hashtag, supone no solo la constatación de la popularidad de un fenómeno sino la posibilidad de vigilancia por miles de personas del desarrollo de una situación y su capacidad para interactuar con ella.

Para aquellos que no estén acostumbrados a estos procesos, lo que sucede en la red puede resultar caótico, pero las generaciones nativas -es decir, aquellas que han nacido ya en la era de Internet y la usan como una herramienta básica en su vida- son capaces de orientarse en la red de una manera que los no nativos jamás llegaremos a hacer. Y, en contra de las fáciles críticas que se lanzaban en los años precedentes, saben cómo utilizar lo que hallan dentro de la red fuera de ella: para estas personas no hay una frontera que parta el mundo virtual del real en este sentido.

Lo que ahora podemos denominar pensamiento colectivo es radicalmente diferente a las teorías del Romanticismo alemán que depositaban en el pueblo la creación de ideas o arte a partir de la noción de tradicionalidad, aunque algunas de las premisas puedan servirnos en un nuevo contexto. El nuevo pensamiento colectivo no anula al individuo, sino que se construye en continuo diálogo con él. El pensamiento colectivo consiste en miles de personas meditando y hablando entre sí sobre un problema sin interrupciones -Internet nunca duerme, salva con gran facilidad las barreras idiomáticas y ha generado una intersección cultural, una especie de convención que permite entenderse a gente de orígenes muy diferentes-. Evidentemente, como en todas las conversaciones -sucedan o no en Internet-, habrá paréntesis, desviaciones del tema inicial, enfrentamientos y disensiones, pero en la red siempre quedará el suficiente número de personas que reflexionen sobre el tema de partida y cada una de sus vertientes, que volverán a cruzarse en algún momento y generar nuevos conceptos. El crecimiento exponencial de las posibilidades genera no solo más ruido, cosa en la que insisten los detractores de estas herramientas, sino también más logros. Por otra parte, la red permite de forma más eficaz que se reúnan grupos heterogéneos de personas y grupos especializados y que una misma persona pueda estar a la vez en varios de ellos con roles diferentes en cada uno: desde mero observador hasta como generador de ideas, pasando por todas las etapas intermedias. Y no excluye el trato personal ni el encuentro físico: los usuarios actuales de Internet están muy alejados de la figura tópica del ser extravagante aislado en su casa durante días y sin relaciones personales. Esta ha sido la gran novedad de los movimientos de los últimos meses y la dinámica va en crecimiento.

Sucede, además, que permite el trabajo en equipo con una eficacia jamás vista: tantos miles de personas abordando sobre un mismo problema encuentran rápidamente la información y el asesoramiento experto necesario para divulgar la problematización, las soluciones y las conclusiones finales, que servirán de punto de partida para la próxima situación. Y todo ello en un tiempo sorprendente y con una calidad que es difícilmente combatible por aportaciones particulares o de grupos de trabajo sin estas dinámicas tan globalizadas.

Hay otro aspecto singular, cada vez más reseñable: el poco afán de fama individual, en contraste con los pensadores antiguos, puesto que a la mayoría de las personas les basta con estar allí, con vivir los hechos y sentirse protagonistas de la historia de forma colectiva. Una de las cosas que más ha descolocado a los medios de comunicación tradicionales y a los expertos que opinan sobre lo que sucede es no hallar, en los hechos que se han sucedido en los últimos meses tanto en los países árabes como en España, líderes claramente identificables. Intentan analizar una nueva realidad con parámetros tradicionales y no consiguen resultados eficaces.

A pesar de que en la evolución de estos movimientos, que tienen su propia historia escrita (no solo en la red, incluso en las manifestaciones de la Puerta del Sol de Madrid hay un grupo de trabajo que se encarga de la documentación de todo lo que sucede), hay nombres individuales y portavoces que han acudido a las entrevistas de los medios de comunicación (muchas veces son portavoces por rotación entre los miembros de un mismo grupo de trabajo), no existe -al menos, por ahora y no es previsible que así suceda por la misma esencia del movimiento- una relación de cabezas visibles de estas acciones. Incluso existe un amplio grupo en la red -con expresión física en sus acciones identificable por una máscara que podemos hallar con idénticas facciones en movilizaciones convocadas en cualquier parte del mundo- que se autocalifica como Anonymus y que amplia el significado del anonimato de una forma que ha llamado la atención ya de sociólogos y politólogos.

Estas circunstancias dificultan enormemente el control de estos movimientos por grupos concretos, sectores ideológicos o la desintegración a partir de presiones dirigidas desde el poder económico, político o mediático. Entre otras cosas, porque si un grupo ideológico cohesionado se apropiara del movimiento por ser el más constante en la presencia física de las acciones, sería inmediatamente refutado y superado por las corrientes de opinión generadas en la red. Por eso, estas movilizaciones podrían detenerse mañana mismo, pero continuarían vivas en Internet, en donde se generaron, a la espera de su siguiente acto de visibilidad pública porque, por otra parte, es fácil pronosticar que las acciones serán cada vez más frecuentes y extendidas en el mapa mundial, superando en poco tiempo los primeros niveles locales y nacionales en los que se ha manifestado hasta el momento.

lunes, 23 de mayo de 2011

El Movimiento del 15 de mayo y las redes sociales

Hace tan solo cinco años era común negar cualquier utilidad social a Internet. Muchos expertos despreciaban la red y no la consideraban como una herramienta para difundir o crear cultura o suscitar debates y corrientes de opinión. A uno le oí decir que solo servía para colgar un pdf con la información básica pero nada más. Hace tan solo dos años di una conferencia en unas jornadas en las que se reunía un grupo de artistas y los que se decían más implicados en luchas sociales pensaban en Internet tan solo como una vía por la que el sistema fomentaba el consumismo, el negocio de la pornografía o el ocio irresponsable, es decir, el control mental sobre las personas. Todavía hace un año se podía oír a periodistas de gran nivel profesional despreciar Internet como medio profesional de expresión y aun hoy se les nota el corporativismo al hablar sobre fenómenos típicos de Internet como los blogs. Los que vimos desde su inicio cómo ampliaba el horizonte y todas las posibilidades sociales y culturales a veces asistíamos a conversaciones fatigosas con personas que de tan revolucionarias que se dicen parecían extrañamente reaccionarias, al negar a todo proceso tecnológico de la era virtual capacidad para cambiar el mundo.

Desde hace unos meses ha quedado demostrada la fuerza de las diferentes herramientas virtuales, en especial las redes sociales, para saltar a la realidad e interactuar con ella para modificarla a una velocidad que nunca ha tenido ninguna otra herramienta de comunicación del pasado. Por otra parte, no es solo que haya aumentado la velocidad de la comunicación de ideas o estrategias, sino que también ha favorecido algo que ninguno de los anteriores medios de comunicación o divulgación de ideas podía alcanzar: la interacción inmediata, el hecho de un pensamiento colectivo producto de un debate también colectivo y su traslación rápida a la sociedad.

Aquellos que piensan que el mercado convierte a la gente que usa Internet en meros consumidores no se dan cuenta de que estos tienen una fuerza: el mercado les necesita para sobrevivir y no puede anular su capacidad para usar la misma herramienta para corregir sus efectos más perversos. El porcentaje de gente consciente en Internet puede ser el mismo que fuera de Internet, pero dentro de la red están conectados, interactúan y se relacionan en segundos entre ellos, salvando cualquier barrera que pueda suponer el idioma.

En estos momentos, es muy difícil que nada se escape a un teléfono móvil conectado a Internet: no solo las fotografías de un famoso pillado en una playa con su pareja, sino también una actuación policial desmedida o una acción cultural en un espacio concreto. Todo ello puede expresarse, en cuestión de minutos, en entradas de texto, fotografías o videos. Por supuesto que puede ser afectado por la manipulación, como cualquier noticia en un medio de comunicación tradicional, pero eso no es el asunto de raíz.

Internet no está facilitando solo la comunicación de un testimonio, sino también el debate y la opinión. Quizá los que somos mayores no podamos acompañar la velocidad y la cantidad de información de Internet, pero los jóvenes sí saben hacerlo: han nacido con este sistema como nosotros lo hicimos con la televisión. Sin embargo, hasta hace poco parecía que lo que sucedía en Internet se quedaba en Internet y, como mucho, se alababa la capacidad de un hacker (al que se describía poco menos que como a un extraño ser sin capacidad de relacionarse con nadie más que con otros hackers) para vulnerar las defensas electrónicas de sistemas bancarios, de grandes empresas o de la Casa Blanca.

Desde hace unos meses, lo que ha sorprendido a los medios de comunicación mundiales es que Internet está generando efectos fuera de Internet capaces de conmocionar a la opinión pública o, incluso, alterar el curso de la situación política de un país: lo hemos visto con los papeles de Wikileaks pero también con las revoluciones del mundo árabe. La fuerza generada es tanta que lo que se ha preparado y debatido en Internet puede arrastar a miles de personas, muchas de las cuales jamás han entrado en la red. Esto es la novedad a la que asisitimos en estos tiempos y que algunos ya intuíamos desde hace años: y esto es lo que ha pasado también con el Movimiento del 15 de mayo en España. Aunque se levanten las acampadas de las plazas, el debate puede volver a la red con la seguridad, gracias a la experiencia, de que puede regresar a las calles en cualquier momento.

A muchos les ha sorprendido la capacidad de organización que ha demostrado el Movimiento. Las opiniones en este sentido resultan viejas, singularmente viejas y sorprendentemente desinformadas: estos jóvenes están muy bien formados, llevan debatiendo estas cosas desde hace mucho tiempo en las redes sociales, tienen en segundos en la pantalla de su ordenador toda la información necesaria para gestionar una situación de este tipo desde cómo organizar una acampada en una plaza pública hasta asesoramiento legal de los más expertos abogados nacionales o internacionales, consiguen reunir a todo tipo de personas en un grupo de trabajo con información eficaz que ya está en la red o se genera en pocas horas, etc. Y algo que tampoco parecen comprender muchos: son capaces de ofrecer su tiempo y sus conocimientos gratis y usan una herramienta a la que también pueden acceder gratis o por poco dinero y en la que hallan documentos ya trabajados por otros que hasta hace pocos años costaba días encontrar, seleccionar y usar. Sorprende la ignorancia sobre esto que han demostrado muchos periodistas y supuestos expertos al opinar. Yo he visto a estos jóvenes en mis aulas y sé de lo que son capaces.

Quien no sepa ver cómo están cambiando las herramientas de intervención en la vida pública y siga pensando que la televisión o la radio es la vía fundamental de comunicación y de opinión, ignora que las generaciones más jóvenes están en otro sitio: para ver películas, para comunicarse entre ellos, para estudiar o investigar. Pero también para debatir y sentirse protagonistas de la historia y saltar a las calles. Lo veremos cada vez más y en todas las partes del mundo.

viernes, 13 de mayo de 2011

Que los dioses nos protejan


Uno de los problemas de Internet es que dependemos de que los dioses no tropiecen con el cable y desenchufen el invento. Además, ni siquiera sabemos dónde está el enchufe. ¿Sabríamos volver a la pluma de ave y el tintero? Y, sobre todo, ¿podré reclamar a algún dios el estropicio?

En la red hay un debate interesante a partir de la caída de Blogger de ayer, que hizo que desaparecieran todas las entradas y comentarios publicados en esta plataforma a partir de cierta hora. La Acequia se vio afectada: su entrada se publicó, finalmente, tan mutilada que resultó ininteligible. Lo peor es que el sistema ni siquiera me ha guardado la versión de borrador, por lo que me resultará difícil reconstruirla, por lo que puedo fingir que ayer escribí la mejor entrada no sólo de la historia de este espacio sino de todos los blogs que existen en el mundo desde que se inventara esta forma de publicación.

Uno de los debates abiertos a raíz de lo ocurrido es que no se puede reclamar nada en un servicio que se ofrece de forma gratuita. Es cierto que Blogger nos ofrece, a los autores de blogs que hemos elegido esta plataforma, un servicio gratuito y de gran calidad que casi nunca falla. Pero no es cierto que todo sea gratis en esta y otras plataformas que suministran servicios en Internet: en primer lugar, cuantos más sean los usuarios, más cuota de mercado se alcanza y más valor alcanza la empresa dueña de la plataforma; en segundo lugar, a través de Blogger -o de cualquiera de las otras plataformas de blogs gratuitos o de redes sociales como Facebook- circula mucha publicidad cuyos beneficios económicos repercuten en sus dueños y no en los usuarios.

Es lícito: como autor de un blog en Blogger estoy satisfecho del servicio, en general eficaz y cómodo aunque sus plantillas no permitan la libertad que se tiene cuando se diseñan específicamente para las necesidades. Pero también sé que mi blog genera unos ingresos a los dueños de Blogger suficientes para que a ellos también les sea rentable que yo decida publicar La Acequia aquí y no en ningún otro sitio. No puedo reclamar porque no pago nada, pero puedo pedir un servicio de calidad porque sé que contribuyo a la situación privilegiada de la empresa. No tengo derechos pero sí puedo esperar que se me cuide. Es una cuestión de confianza, por eso Blogger -como cualquier otra empresa de este tipo- debe cuidar a sus usuarios, para que no se vayan a otra plataforma y generen ingresos en otra empresa o afecten a su cuota de mercado.

Hace mucho que deberíamos haber dejado de hablar de la gratuidad en Internet. Es una leyenda tan falsa como la de la chica de la curva: por aquí nada es gratis, aunque lo parezca. Creerse esta leyenda es caer de la peor manera en manos de intereses económicos, es decir, pensando que los usuarios somos seres despiadados que nos aprovechamos de aquellos que nos dan todo gratis. Lo digo porque hoy es viernes 13 y, aunque no soy supersticioso, quizá la fecha haya tenido algo que ver con la incidencia. Que los dioses nos protejan de nuestra inocencia.

martes, 25 de enero de 2011

Apuntes sobre la llamada Ley Sinde en lo que respecta a la creación artística.



Estos días, en España se ha debatido mucho sobre la mal llamada Ley Sinde, que intenta regular las descargas ilegales en Internet y otras cuestiones referidas a los derechos de autor y reproducción en el mundo digital. La primera redacción de la norma era mala y no estaba consensuada, la última está más consensuada entre las fuerzas políticas y es algo mejor  sin llegar a ser buena aunque, curiosamente, ha perdido el apoyo de parte de los creadores y empresarios del sector que sí estaban satisfechos con la anterior redacción sin ganar adeptos entre los consumidores.

Tras recordaros que quien esto escribe lo hace en un blog al que puede accederse de forma gratuita,  que no contiene publicidad y que se encuentra bajo una licencia Creative Commons que permite la reproducción de los contenidos de La Acequia citando su origen y respetando su integridad siempre que no sirva de lucro para quien lo copia, sólo unos apuntes: en España parece que sólo la cultura y el arte deben ser gratis y que los autores no tienen ningún derecho sobre su obra; en España se ha reducido intencionadamente a cuestión económica  y a la avaricia el debate sobre los derechos de autor cuando también protegen otras cuestiones como la integridad de la obra o la defensa contra el plagio, en especial contra el que se comete con ánimo de lucro -muchos plagian o reproducen una obra ajena para conseguir dinero a costa del trabajo de otros sin pagarles nada a cambio y permitiéndose alterar una obra ajena si esto les viene en gana-; en España, la gran mayoría de los consumidores se ha dejado manipular y piensa que los autores son los malos del problema porque exigen que se les pague por lo que han producido; esta misma mayoría ha reducido a caricatura al autor de un producto cultural y siempre pone ejemplos que proceden de los más extravagantes, mientras  permite que la página desde que la que se descarga el contenido cultural contenga publicidad cuyo beneficio no va a parar nunca al autor del producto y la compañía que presta el servicio de conexión a Internet cobra precios abusivos en comparación con otros países sin que eso genere un descontento social lo suficientemente elevado como para corregir el problema; en España, los políticos han actuado con irresponsabilidad sobre este tema o se han dejado presionar por los grandes intereses empresariales mientras extendían una visión errónea del gratis total en la cultura; en España, entre aquellos que pretenden poner puertas al campo y los que piensan que todo el campo es orégano, asistimos a una degradación del valor del producto cultural de forma irremediable.

Más: los grandes empresarios del sector cultural pretenden seguir ganando lo mismo abusando de los consumidores y explotando a los autores en un mundo que ha cambiado tanto en la forma de producir cultura como en la de consumirla y quieren cobrar por un libro o un disco tres veces más de lo que cobran por un producto equivalente en Inglaterra o Estados Unidos y pagar al autor tres veces menos, por ejemplo.

Más: muchos autores -escritores, músicos, etc.- se niegan a comprender que el mercado cultural ha cambiado radicalmente y prefieren vivir pensando que estamos en el siglo XIX.

Más: la sociedad española piensa que podría disfrutar de los mismos productos culturales si todo fuera gratis y que la irresponsabilidad de las descargas ilegales no tendrá consecuencias precisamente en aquello que le gusta tanto como para incumplir todas las normas, incluida la del sentido común. El que se descarga gratis piensa que podrá seguir obteniendo indefinidamente copias de calidad suficiente libres de adulteraciones y defectos técnicos sin que nadie gane dinero con ello.

Una cuestión: el que esto escribe disfruta con productos culturales que no generan grandes ingresos al autor. A veces, ninguno. Suele ocurrir que los productos culturales que más me gustan han costado dinero (tiempo, esfuerzo) al autor. Pero quiero que esos productos me lleguen en buena calidad y respetando la intención del autor: esto no se puede conseguir en una cultura del gratis total a no ser que queramos dar muchos pasos atrás y volver a una situación en la que el producto de gran calidad quede reservado a unos pocos, como cuando sólo unos pocos podían contemplar los cuadros de Velázquez en el Palacio Real o acceder a la cultura impresa o a la actuación del mejor tenor del momento, mientras que la mayor parte de la población nunca tenía acceso a esos productos. Prefiero pagar para oír un disco editado con buena calidad que privarme del hecho de oír esa misma música porque la entrada sea cara o el grupo actúe lejos de mi ciudad. No hay argumento más falaz que aquel que se alegra de que ahora los músicos tengan que hacer conciertos en directo para ganarse la vida: la mayor parte de la gente jamás podrá ir a esos conciertos y, si no se gana dinero para grabarlo con calidad, no lo escuchará nunca o lo hará en malas condiciones. Como, por otra parte, nadie ganaría dinero con ello, no habría más divulgación que el boca-boca. Si no se gana dinero para editar con calidad un texto, jamás sabré si el texto que leo corresponde al que firmó el autor. Es más, es posible que no lo lea jamás porque nadie quiera editarlo o reeditarlo. Solo un irresponsable puede pensar que la cultura deba ser vocacional: a la larga, condenaría a los que no tienen recursos a no poder acceder a la cultura. Es decir, el todo gratis en la cultura nos llevará a una cultura para la élite económica.

Cualquiera de los lados de la cuestión es parte del problema: pero el que tiene menos culpa es el autor que quiere vivir de su producción y velar por ella o, al menos, que otros no se lucren de lo que él ha hecho con su esfuerzo y que, al paso que va la cosa, tendrá que salir de incógnito a la calle para que nadie le reconozca y le afee su conducta por no regalar a la gente sus horas de trabajo o permitir que se le copie, manipule o plagie para enriquecimiento de otros. ¿O pensamos de verdad que nadie gana dinero cuando nos descargamos ilegalmente música, cine o literatura gratis? ¿O pensamos que el todo gratis no afecta a la producción de la cultura, su distribución y edición? ¿O pensamos que una sociedad democrática puede eliminar el mercado de la cultura y dejarlo reposar por entero en la vocación y la dedicación altruista de los autores y editores?

Sólo apuntes, para evitar que pensemos que todo es tan fácil como nos dicen algunos.

martes, 31 de agosto de 2010

De nuevo sobre periodismo e Internet


Este verano se ha reavivado el ya viejo debate sobre la posición del periodismo en la red.

Alguno de los grandes empresarios de la comunicación ha insistido en que el periodismo no es viable en Internet sin cobrar por acceder a los contenidos. Por una parte, planteando un serio conflicto con los buscadores y otras grandes plataformas para que no puedan redifundir lo publicado por sus medios de comunciación sin pagar por ello; por otra, reafirmándose en que los usuarios deben pagar por acceder a ellos tanto puntualmente como por medio de subscripciones. En contra de los datos, siguen pensando en que hay un suficiente sector de la población que prefiere pagar por recibir contenidos elaborados por esos medios de comunicación que se autodenominan de calidad.

Este segundo camino ya se intentó hace unos años, cuando casi todos los grandes medios de comunicación, recién llegados a Internet, cerraron sus contenidos al acceso gratuito y fracasaron: no sólo no rentabilizaron sus páginas sino que favorecieron las de los competidores que ofrecieron contenidos en abierto.

Este aspecto del problema es permanente: si no todos los medios de comunicación blindan los contenidos, siempre saldrá ganando aquel que ofrezca los suyos gratis. Incluso se crearán nuevos medios de comunicación electrónicos gratuitos que ocuparán los huecos dejados por los de pago. De hecho, los grandes empresarios del sector de la comunicación -especialmente los de ideología conservadora, pero también algunos progresistas- están detrás de las presiones que reciben los gobiernos para que promuevan leyes y normas que restrinjan la libertad en Internet.

En cuanto al primer aspecto, parece que sí se están logrando acuerdos con los grandes buscadores: ambas partes están interesadas y, a diferencia con lo que suecede con las pequeñas páginas con contenidos tomados de otras que surgen a cientos a diario en Internet, son fácilmente denunciables ante los tribunales.

Pero también, a raíz de la publicación de documentos sobre la guerra de Afganistán por Wikileaks se ha abierto un interesante debate sobre qué es o no periodismo, sobre el mismo concepto de periodista, y los límites éticos de la profesión.

El tema ha sido abordado desde diferentes ángulos, porque tiene en sí mismo una forma poliédrica. Pero lo que es innegable es que el acceso a las grandes fuentes de información y su divulgación ya no es un derecho corporativo de los medios de comunicación tradicionales -en papel, radio, televisión o Intenet-, si es que alguna vez lo fue tal y como lo manifiestan ahora los empresarios que suscitan un debate ético como si bajo las alfombras de cualquier empresario del sector no se encuentran tantos cadáveres profesionales asesinados en aras del interés empresarial o político -casi siempre es redundante lo emrpesarial y lo político- o como si los medios de comunicación no llevarán décadas jugando con el amarillismo, el sensacionalismo, la ruptura de todas las normas de la autorregulación o la defensa interesada de decisiones tomadas en los ámbitos del poder.

Por otra parte, lo que evidencia el debate es que una buena parte de ese periodismo tradicional ha dejado de hacer su trabajo y que, como ocurre con los huecos dejados en Internet por los medios que cierran el acceso gratuito a sus contenidos, la demanda de información que hay en la sociedad es alimentada por otros informadores sin que por ello se les pueda acusar de intrusismo ni de faltar a la ética de una profesión que hace mucho que la perdió, por mucho que algunos periodistas aun la mantengan y se enseñe en las Facultades de Ciencias de la Información. Los empresarios del sector deberían pensar que hoy hay mucha gente preparada para difundir información -algunos formados en las escuelas de periodismo pero otros fuera de ellas- y más gente todavía con ganas de ser informada de una forma inteligente y que no se conforma ni con el tipo ni con el modo de la información que se suministra a través de los canales tradicionales, cuya implicación en las guerras políticas locales o internacionales les está haciendo perder prestigio ante un sector de la opinión pública cada vez más amplio con la suficiente formación como para sacar sus propias conclusiones.

Un tema para seguir en sus múltiples facetas. Huid de las formulaciones fáciles para resolverlo.

sábado, 16 de enero de 2010

La cultura en Internet y los guardianes del secreto


Internet tiene muchos riesgos pero ninguno de ellos se relaciona con la ocultación de los conocimientos.

A veces me da la impresión de que algunos críticos de esta herramienta de comunicación de lo que se lamentan de verdad es de que se acabe su función como controladores de la cultura: muchos editores y escritores consagrados (o que creen serlo o que se sienten heridos por no serlo) insisten en denostar la red electrónica y juran que no les interesa ni les aporta nada, al igual que músicos, académicos, docentes, marchantes, etc. En otro campo, es lo mismo que sucede con la gestión de la información y los periodistas.

Por otra parte, en Internet es tan rápido conocer la opinión de los receptores de un producto que muchos de los artistas y gestores de la cultura y la información no se sienten cómodos: da la impresión de que añoran los tiempos en los que no tenían ninguna relación con su público pero no quieren perder los beneficios económicos y de posición social que han venido ocupando gracias a que existe un público que consume lo que ellos producen, sin comprender que en una sociedad occidental actual gran parte de la población desea ser activo en el proceso y no un mero sujeto pasivo.

En el fondo, hay un temor a que la estructura tradicional de reparto del pastel cultural se altere y que haya más gente opinando, produciendo y consumiendo que no tenga que pasar necesariamente por sus manos y que pueda gestionar sus propios conocimientos y productos artísticos.

Al igual que los nuevos formatos de televisión -muy relacionados con el formato electrónico- han disminuido las cifras de audiencia para los canales y lo harán más en el futuro, Internet ha provocado que haya más públicos (en plural) que puedan encontrar lo que buscan sin pasar por los guardianes del secreto. Y más autores produciendo.

Además, las posibilidades de reproducción y su rapidez asustan a los creadores que pretenden ganarse la vida con sus obras a la manera en la que se ha venido haciendo en el último siglo: todo producto volcado en Internet, si tiene éxito, tiende a convertirse en anónimo o a contar con múltiples atribuciones en poco tiempo. Esto ya ha sucedido en la historia de la cultura: durante la mayoría de las épocas, la autoría no es considerada un valor; el resto, con el tiempo, produce una acumulación de la que se nutren los siguientes artistas sin conocer la trayectoria de un motivo o un recurso. La cultura siempre tiende al bien mostrenco, incluso en los grandes nombres. Sólo a partir del Renacimiento se produce una cierta ralentización que se agudizó con el nacimiento del concepto de originalidad artística en el Romanticismo. Pero incluso estos períodos se construyen a partir de la intertextualidad que es, en sí misma, una forma de anonimato: sorprenderia a los no informados una mera lista de obras que no son de quien les han dicho que son los libros de texto escolares. Pero es con Internet cuando el proceso de trasformación en bien común y anónimo se acelera exponencialmente, al igual que el libre acceso de los que buscan algo a diferentes focos de información y bases de datos que les ayuden a contrastar lo que encuentran si así lo desean.

Esta cuestión es una clave esencial para comprender el conocimiento en la red y es difícil de conjugar, en el estado actual de las cosas, con la mentalidad anterior a Internet sobre la autoría y sus rendimientos en cuanto a prestigio social y ganancias económicas. Y dificulta el trabajo de los guardianes del secreto: por eso rabian.

martes, 5 de enero de 2010

Arte digital: Internet y más allá.


Internet tal y como se concibe hoy no es el futuro del arte digital. Casi ni es el presente: es lo que más ha sorprendido en la última década, pero junto a la red se han desarrollado otras fórmulas de difusión de lo digital a las que nos hemos habituado sin tantas polémicas como ha desatado Internet. Internet ha sido y es una extraordinaria herramienta de comunicación rápida y eficaz con una gama de posibilidades como nunca ha tenido ninguna otra de las usadas por el ser humano, pero entenderla sólo como aquello que se produce cuando mi ordenador se conecta a la red es achicarla hasta la caricatura. Y reducir el arte digital a Internet es no conocer la realidad del fenónemo.

En cualquier hogar con cierto mediano pasar hay cámaras fotográficas y de vídeo, reproductores audiovisuales, televisiones, videoconsolas, teléfonos, etc., que soportan la nueva tecnología y producen y reciben continuamente arte digital en todos sus niveles. Incluso para intercambiar información entre todas estas máquinas hay posibilidades sin necesidad de conectarlos a la red. Cuando entramos en un museo moderno, sea cual sea su especialidad, asistimos a una muestra de productos artísticos digitales que reproducen y explican la temática del museo en pantallas, hologramas, etc. Suelen sumar artefactos diferentes para conseguir efectos correspondientes a diferentes sentidos corporales. No digamos si este museo es de arte contemporáneo.

Hace mucho tiempo que el arte digital está presente en nuestras vidas sin necesidad de conectarnos a un ordenador: a veces como diseño tecnológico que busca fomentar el consumo (al igual que miles de textos artísticos convencionales), en ocasiones como mero placer estético. Algunos de los regalos que más éxito han tenido en esta última Navidad han sido los marcos para fotografías digitales y se han difundido ya varios modelos de libro electrónico con un respetable volumen de ventas, que ha superado en algunos sectores a la de los libros tradicionales. Las pantallas de cine ya no se entienden sin la reproducción de un producto en versión digital.

Hace tiempo que lo que llamamos Internet ha salido de la pantalla plana del ordenador tradicional, pero algunos aun polemizan sobre la red como si acabara de nacer y piensan que bastaría con cortar un cable para que todo se viniera abajo. Incluso para estar en desacuerdo con el arte digital debemos conocerlo primero. Como en todos los saltos tecnológicos hay resistencias mentales reseñables. Hay documentos que indican cómo desde ideologías contrarias se señaló a la imprenta como culpable de la perversión de la cultura y la literatura: la condenaban desde los púlpitos de las iglesias católicas y desde las reuniones de grupos que hoy llamaríamos revolucionarios. Para unos la imprenta era obra del demonio, para otros un instrumento al servicio del poder. No es de extrañar que las mismas voces y los mismos argumentos vuelvan a oírse unos siglos después. Por otra parte, las posibilidades de lo digital no anulan otros procesos artísticos tradicionales, sino que los complementan y amplían.