Estos días pasados colgué en el blog dos entradas con videos en los que recitaba sendos poemas. Ambos textos tienen más de veinte años y fueron publicados, en su día, en revistas literarias de corta vida pero intensa y de las que guardo gratos recuerdos. Pertenecían a un libro que, en su conjunto, es inédito, aunque se haya ido publicando fragmentariamente. Revisitados ahora para un empeño nuevo, realicé modificaciones sobre los antiguos poemas y los sumé a dos videos grabados para el Proyecto agua, cuya versión definitiva irá sin recitado.
Como muchas de las cosas que hago en La Acequia, han supuesto un ejercicio de estilo, de escritura y publicación: crear no es otra cosa que un ejercicio constante que jamás termina y allá quien piense que ha conseguido el poema perfecto puesto que cada texto publicado es solo una aproximación y un tanteo. Para mí ha sido muy importante la forma en la que han llegado estas entradas a los visitantes asiduos de este espacio y sus comentarios en las entradas. Porque nada como el blog permite a un autor conocer la reacción de quien le sigue y que recibe cada entrada en lugares, tiempos y situaciones diferentes y nada monocordes.
Quise unir varias de las cuestiones que puede aportar un blog y que, de una u otra manera, ya había experimentado con anterioridad. Era consciente del riesgo. No hace demasiado tiempo, alguien me dijo, cuando recité un fragmento del Quijote para una entrada de la lectura colectiva que hicimos aquí de esta obra, que le incomodaba: consideraba la voz como algo muy personal. No entendí, pero eso ahora no importa, si quien se veía afectado por esa ruptura del ámbito personal era quien recitaba o quien oía recitar, ambas cosas muy interesantes para ser meditadas. Yo no consideré que mi voz se expusiera porque era parte meditada de mi forma de publicar aquella entrada.
En el fondo, muchas personas no pueden considerar aun el blog más que como palabra escrita sumada a la imagen (cada uno da preferencia a una o a otra) y se sienten extrañados ante otras posibilidades, cuando es una herramienta eficaz para sumar todas las posibilidades artísticas. Esto suele suceder con aquellos que han experimentado la lectura como algo íntimo, reservado a ámbitos personales.
Una de las cosas más interesentes en la recepción del producto artístico en el siglo XX es comprobar cómo se ha dado la vuelta a la forma de recepción. A partir de la generalización de la alfabetización y de las posibilidades económicas de consumir cultura escrita, esta se ha visto reducida a los espacios privados (como tal lo es leer un libro en el metro o en una cafetería, aislándose de todo lo que a uno le rodea) y cada vez es menos pública. Una significativa inversión de la forma de consumir cultura que antes era predominantemente oral. De ahí que el recitado de un poema, cuando no responde a nuestra forma de lectura para uno mismo, nos produzca una extraña sensación. Incluso el teatro ha cambiado completamente: desde que, a finales del siglo XIX, se decidiera apagar las luces de la sala (en España fue la primera actriz María Guerrero quien introdujo esta costumbre porque consideraba que el público iba a verla a ella y no a los vecinos de palco): hay una ilusión de intimidad. De hecho, una de las formas de vanguardia más importantes del siglo XX y lo que va del actual, es romper esa ilusión y enfrentar al público del espectáculo con la realidad de que asiste a un espacio colectivo y nada íntimo. Esto mismo se encuentra detrás de movimientos comprometidos como el de los cantautores: sus canciones se convertían en himnos colectivos para ser cantados con la conciencia de grupo. Pero sobre esto deberemos volver otro día porque, de hecho, Internet ha roto también con la intimidad en la recepción artística: quien usa las herramientas de la web 2.0 se siente parte de un grupo y sabe que es recibido de forma inmediata por el autor. Por mucho que abra el ordenador de madrugada, en la soledad de su salón.
Como todas las formas de publicación, el blog tiene sus riesgos puesto que lo que importa no es tanto la producción de los textos como su recepción. De hecho, el desarrollo de las posibilidades de Internet ha facilitado -de una forma no conocida antes tanto por la sencillez de las herramientas como por la comodidad y diversidad de su uso- que podamos descargarnos a nuestros diferentes sistemas de reproducción videos, textos, programas de televisión o de radio, para verlos/escucharlos cuando queramos. Se producen, entonces, interesantes desajustes: nuestro programa favorito de la radio de madrugada, escuchado en el metro cuando vamos a trabajar, nos aburre mortalmente; la algarabía festiva del programa que no nos perdemos nunca a las cinco de la tarde, resulta incómodo escuchado en el horario nocturno de nuestro trabajo. El poema que nos pareció, en su recitado, que nos conmocionaba nos resulta, en una situación no adecuada, falso. O al revés: escuchado en la situación propicia, aquello que nos pareció pretencioso nos resulta apasionante. Sucede con algunas películas: vistas en su día nos resultaron exageradamente pretenciosas, vistas de nuevo en otro tiempo podemos comprenderlas. Todo ello de una forma más intensa que lo que ocurría con el libro impreso.
Internet, además, nos ofrece otra interesante situación que potencia y complica la recepción y que no puede escaparse a quien usa sus herramientas: dos personas pudieron recibir, al mismo tiempo, mis entradas últimas, pero una las leyó en América y otra en Europa, a dos horas diferentes de su día -aunque coincidan en el tiempo general-, en dos situaciones completamente diferentes, incluso en dos estaciones del año opuestas. Esto no se da -o se da con menos intensidad- cuando ambas personas están en la misma sala al mismo tiempo, especialmente si se encuentran en frente de quien recita, sobre todo si quien lo hace detecta la situación anímica de los presentes. El autor que escribe en Internet es menos dueño de su obra que en los formatos tradicionales y, por lo tanto, está más expuesto a una recepción múltiple.
Un buen recitado público debe hacerse adecuando al público el tono, el ritmo y el juego con las emociones. Un buen recitado público de poesía y una clase de secundaria o una presentación promocional para unos clientes: lo que tiene buen éxito un día no lo tendrá al siguiente o el mismo día con otro grupo. La representación teatral que en unos lugares funciona de forma eficaz para despertar la emoción trágica, en otros provoca la risa. Esto sucede, más aun, con el cambio de tiempo: aquella película que nos resultó lírica y profunda ahora nos parece cursi; los poemas de Bécquer que tanto nos gustaron en la adolescencia, llega un momento en que nos resultan insoportables y sentimentaloides; la ropa con la que tan a gusto estuvimos en los años ochenta ahora ni siquiera la colgaríamos en nuestro armario.
Esto es imposible, en términos generales, en Internet: nadie puede publicar algo controlando al público que tiene delante, a no ser que cierre el acceso a su espacio a unos pocos a quienes conozca lo suficiente. Ni siquiera aunque lo haga mediante multiconferencia. Se suma, además, que las herramientas de la web 2.0 aportan algo que no existía antes: la inmediata reacción del receptor, que puede comentar la publicación de forma directa ante la comunidad de los lectores y ante el autor. Muchos autores no están preparados para esto: prefieren ignorar a sus receptores y para ellos el papel supone un refugio, un dique emocional que no quieren o soportan traspasar, como si no escribieran para nadie más que para uno mismo o para aquellos que solo les aportan elogios. Como mucho, recibirá en unas semanas las críticas de los especialistas y en unos meses unas pocas palabras de aquellos que asistan a sus presentaciones y firmas de libros. Después, algunas cartas más o menos filtradas por el editor.
Esta es una de las novedades de esta herramienta: la conexión directa con quien recibe lo que uno publica. En el momento en que un blog no filtra los comentarios, está expuesto ante quien comenta, para bien o para mal. Muchos no están preparados para ello y terminan cerrando su espacio o la posibilidad de los comentarios, sobre todo aquellos que no piensan en que publicar en un blog, aunque el circuito de visitantes no sea muy amplio, supone apuntarse a la dinámica que siempre han tenido los escritores en los formatos tradicionales. Si escribimos un blog público nos ponemos en la misma situación que un autor o un periodista que firma su texto y no deberíamos ignorar esto nunca a la hora de iniciar la andadura puesto que antes o después recibiremos un ejemplo de lo que expongo y la lección puede ser dura emocionalmente para quien no esté preparado suficientemente para ella. Cuando alguien escribe novelas o libros de poesía, se convierte en un autor. No puede evitar ni controlar la recepción que sus obras tienen. Tampoco puede hacerlo con la imagen que los lectores crean del autor al que siguen de forma asidua. En la prensa, que es más inmediata que el libro, los columnistas fijos terminan creando un personaje, que es quien se ofrece ante los lectores y que no tiene por qué coincidir con el autor real aunque tenga puntos en común con él: cosa que muchos lectores no están preparados para asumir. Inevitablemente, quien escribe y quien visita un blog de forma diaria durante años, incurren en lo mismo de forma más o menos consciente pero sus receptores tienen unas posibilidades de interacción que no tenían los de los formatos tradicionales. Y sus circunstancias de recepción son tan diversas como las de estos formatos pero condensadas en pocas horas o, incluso, minutos. Por eso, habrá que trabajar nuevas formas retóricas de acercamiento a esta recepción. Siempre que no resulten descafeinadas para gustar a todos en todas las circunstancias posibles. Eso sería renunciar al riesgo que supone toda obra artística o toda exposición pública de una opinión.