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jueves, 30 de diciembre de 2021

Se impuso la luz

 



Se levantó extraña la ciudad, como si no existiera, como si todos los habitantes vivieran en un lugar sin geografía ni referencias, sin saber dónde acababa uno y comenzaba el otro, con una confusa ilusión de que todos se fundían en un continuo ser. Se impuso la luz babélica y las calles y las plazas y los polígonos tomaron formas y límites. El mundo se hizo tan preciso, que hería.

A los que pasáis por aquí os deseo un año 2022 lleno de esperanza, salud y paz.

sábado, 11 de septiembre de 2021

Allá donde la ciudad termina

 



Hay un momento en el que la acequia se hace urbana. Atraviesa barrios y polígonos. Habría que decir lo contrario, que la ciudad ha crecido hacia ella. El trazado de la acequia refleja la condición agrícola que tenían nuestras ciudades hasta hace medio siglo, cuando todo era campo y lo rural se incrustaba en lo urbano. En aquellos tiempos era fácil salir de la ciudad que ahora te atrapa en la periferia interminable, como en un laberinto extenso.

Uno sabía los límites de la ciudad por la vía del ferrocarril, el río, las carreteras nacionales, las acequias. Más allá quedaban algunos barrios construidos por o para los emigrantes que venían de los pueblos y que todavía conservaban actitudes y formas de vida rurales, que entonces se despreciaban. Aquí todavía hay restos de aquellos barrios levantados casi siempre de forma ilegal, pero consentida por las autoridades. Una tierra de nadie que se llenaba de casas molineras que seguían la línea de un canal, un camino, una cañada merina. Casas de una sola planta, humildes, con patio trasero. Cada vecino cementaba la acera y plantaba árboles frente a la fachada: acacias, olmillos, plátanos. No hago un canto al pasado: las calles estaban sin asfaltar; las casas no contaron con alcantarillado ni agua corriente durante décadas. Sus habitantes eran personas huidas de las penosas condiciones del trabajo en el campo como peones, a cambio de cama y comida o un escaso jornal. En los nuevos barrios se tejían relaciones que eran más propias de los pueblos que de la ciudad, pero allí todos comenzaban una vida con algo más de esperanza. Era esa esperanza la que les mantenía. Ni siquiera eran los obreros que habitaban los edificios de los barrios populosos en pisos pequeños, con escasa luz natural y planos imposibles llenos de pasillos. Hace poco de todo esto, apenas un par de generaciones.

La acequia aún tiene vocación de campo. Atraviesa el polígono en busca de las tierras a las que regar, allá donde la ciudad termina.

domingo, 30 de mayo de 2021

Brote púrpura de alfalfa

 


Se han llenado los solares de alfalfa. Llega a la ciudad con el viento o los pájaros. Hay una mata grande junto al álamo, en un terreno que se urbanizó antes de la crisis de 2008 en los límites del polígono.  El solar espera que regresen los tiempos de la construcción desaforada. El álamo se alza en una esquina de una calle peatonal trazada desde algún estudio de arquitectura y que ahora no va a ningún sitio y ni siquiera tiene nombre. ¿Se salvó por la casualidad o se tiró la calle a propósito para salvarlo? En el medio del solar, un imponente pino solitario. Este brote púrpura de la alfalfa en mayo ennoblece estas afueras con la humildad de la hierba frente a la soberbia del ser humano.

martes, 5 de junio de 2018

El vértigo de la calle que cae abajo


¿Somos algo más que un recorte en el paisaje? El diablo Cojuelo levantaba los tejados de las casas para enseñarnos lo que había de verdad en aquellos que paseaban por la calle cuando entraban en sus casas. Algo parecido quería hacer Fermín de Pas al mirar la ciudad como una posesión que debía controlar para evitar que el rebaño se le desmandara. Yo no quiero eso: solo mirar el perfil de esta ciudad vieja, comprobar qué queda de aquella que conocí, que paseaba cuando buscaba, ¿qué buscaba yo en aquella ciudad que ya no existe? Quizá más allá, en los altos que la rodean, quién sabe. Nos iremos, por supuesto. Qué más da. Quizá ya estamos alejándonos al mirar las torres, los campanarios, las cúpulas, aquella joven que se asoma a la terraza, el vértigo de la calle que cae abajo, y no lo sabemos.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Hoy he estado en la ciudad


Hoy he estado en la ciudad. Y traigo noticias de seres humanos envueltos en plástico como si se preservaran de la belleza del mundo, del frío necesario de la mañana y del silencio. También los he encontrado en soledad arracimada y temerosa.

viernes, 9 de septiembre de 2016

Una brizna de hierba junto a una puerta oxidada


Hay pocas cosas que recompensan tanto como una grieta de tiempo y naturaleza en una ciudad granítica. Un edificio antiguo abandonado que resiste emparedado entre dos bloques modernos y anónimos. Cuando nuestros concejales de urbanismo decidieron que nuestras ciudades debían parecerse las unas a las otras sepultando su personalidad y su adaptación al paisaje comencé a buscar estos restos de lo que fuimos. Vale más una brizna de hierba junto a una puerta oxidada. Espero la rebelión del tiempo contra nuestra soberbia.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Un leve toque de color



En enero de 2009 publiqué una foto de este mismo lugar para una entrada, Decorado de cartón piedra. Me preocupaban mucho las ciudades como espacio de nuestras biografías por entonces. Esa tapia -que oculta las vías de la ciudad de Valladolid- estaba muy deteriorada y dejaba a la vista los materiales con los que está hecha. Su único elemento decorativo era y es una figura romboidal que se repite a lo largo de toda la tapia. Con treinta y ocho de estos rombos -contados desde el inicio de la tapia y que incluyen el de esa fuente que se ve en la imagen, en su origen una las arcas que marcaban la traída de aguas de las Arcas Reales- publiqué al año siguiente otra entrada, un poema visual, Nacidos iguales. Motivos para una decoración de interior en treinta y ocho versos (octubre de 2010), en el que meditaba sobre cómo lo que parece ser igual en el momento del nacimiento va diferenciándose por el trascurrir del tiempo. Parece ser igual, pero no lo es, porque a cada uno de esos rombos le afecta el sol, el viento y la lluvia de modo diferente, como también han sufrido de manera distinta las agresiones de los seres humanos y posiblemente unos tuvieran más cemento que otros o éste cuajara mejor o peor según la hora en la que fueron construidos. Desde entonces, la tapia ha sufrido una intervención provisional para evitar su deterioro, a la espera del plan que quizá algún día soterre las vías a su paso por la ciudad.

Traigo esta noticia aquí porque gracias a una nota de la Sra. Pingos en Facebook me enteré de que alguien había intervenido sobre este rombo -solo sobre este rombo- pintándolo de azul. Quizá su intención haya sido convertirlo en marco de otras intervenciones sobre el espacio interior, pero a veces un marco ya es, en sí mismo, la expresión de una intención. En cuanto pude, fui a sacar una serie de fotografías que completaran las que he hecho a esta tapia durante años. En estas fotografías veo el tiempo, el paso de lo antiguo a lo viejo, pero también veo el comportamiento de una ciudad con sus espacios: abandono y desidia, adecentamiento sin más. Finalmente, el color que alguien ha querido dejar como nota transgrerosa -el que lo haya realizado se arriesga a ser multado-. Basta un leve toque de color y la tapia entera ha cambiado.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Los espacios vacíos de una foto


Tanto la foto que publiqué en la entrada de ayer como esta las tomé en el mismo lugar y ambas retratan algo que no está. Hay un momento en el que las ciudades son memoria. No sabes bien cuándo, pero de pronto te das cuenta de que tu ciudad se ha trasformado de tal manera que ya no es la que recuerdas, por la que caminas de forma mecánica como si nada hubiera cambiado. Sucede, incluso, aunque no te hayas ido a vivir a otro lugar ni tus ausencias hayan sido de tanta duración como para que se trasformara sin tu presencia más o menos regular en sus calles. Ha desaparecido la tienda de ultramarinos de tu infancia, el cine al que ibas de joven, el bar en el que te reunías con tu pandilla, la cafetería en la que te despediste de aquella persona que no has conseguido borrar de tu cabeza, el parque en el que jugabas o en el que jugaban tus hijos. Qué no sucede cuando te has alejado durante años. Comienzas a despedirte de muchas cosas en ese momento preciso en el que son más las ausencias que las presencias. Pero incluso así persisten en la memoria heredada cosas que desaparecieron hace mucho tiempo: hay calles que, por muchos cambios de placas que hayan sufrido, todos las conocen por el nombre que tuvieron hace más de un siglo o espacios que has heredado por el recuerdo intenso de las anécdotas que te contaron tus padres, que los vivieron.

domingo, 26 de octubre de 2014

Circunvalar tu ciudad para llegar a encontrarte






Las circunvalaciones modernas nos llevan de un lado a otro para no atravesar el núcleo urbano. Hay algunas que atraviesan cientos de quilómetros de páramos desiertos en los que podría ser posible grabar una película en la que imaginar que somos los únicos supervivientes de un planeta devastado: nuestro afán de llegar rápido nos hace cada vez más solitarios.

Yo he querido hoy circunvalar mi ciudad para llegar a lo más profundo de ella. Han sido horas de fatigosa marcha con la mochila a cuestas atravesando parques de nueva construcción aprovechando los desmontes de las nuevas carreteras, pasarelas sobre vías rápidas o tendidos del ferrocarril, urbanizaciones a medio construir como monumentos de la memoria de nuestra locura cuando éramos ricos, límites en los que confusamente se guardan las huellas de un entorno rural con casas molineras o pequeñas agrupaciones de viviendas antiguas en las que vivían los servidores del Canal. Me he sorprendido recordando una casa de adobe que antes tenía huerta y ahora se encuentra en ruinas acosada por el crecimiento industrial que dobló provisionalmente las rodillas junto a ella hasta el siguiente empujón de ilusoria prosperidad que terminará engulléndola. Los caminos que yo recordaba de tierra o pobremente asfaltados que nos llevaban al último merendero de la ciudad en la que pasábamos felices las tardes de los domingos se encuentran ahora urbanizados y no llevan a ningún sitio más que a unos edificios iguales a otros edificios.

Pasear los polígonos industriales un domingo nos presenta el reto de la soledad y la incógnita de la verdadera utilidad de todo esto. He visto cientos de naves cerradas que lucían en sus fachadas viejos carteles de alquiler o venta, decenas de enormes restaurantes que se abrieron para servir a los trabajadores de estos polígonos que anuncian menús ajados por el sol y la lluvia.

Pero mi meta era otra en esta circurvalación de la ciudad: hacia lo más profundo de mis recuerdos. Daba la vuelta para subir un cerro que veía desde la casa en donde trascurrió mi infancia, de la que ya no queda nada. Quería ver desde arriba si me encontraba abajo. No subí por la carretera que lo rodea y facilita la ascensión sino hacia arriba directamente, por su lado más empinado junto a La Cistérniga, arañándome el rostro y los brazos con las ramas bajas de los pinos y a punto de caer en varias ocasiones sobre latas de conservas oxidadas y arrojadas al azar sobre la ladera, algunas con huellas visibles de perdigones.

Cuando yo era niño, desde mi casa, el día de San Cristóbal, cada 10 de julio, veía los faros de los vehículos que subían a la cima del cerro para celebrar al santo católico patrón de los conductores. Los taxis, los autobuses urbanos y los camiones de reparto se adornaban con ramas de árboles. Al atardecer, los focos tenían el aspecto de una culebra luciente en movimiento.

He subido como meta final de mi mañana de domingo, fatigado de tanta fealdad como dejan las ciudades modernas en sus límites. Allá arriba tomé un café del termo, lentamente. En este día de calor inesperado en el que el veranillo del membrillo quería ser verano auténtico, el horizonte me llevaba hacia la meseta, más allá de los valles del Esgueva, del Pisuerga y del Duero que quedaban a mis pies. No hay abajo ya nada de lo que fui. No sé cómo expresarlo pero quizá me he dado cuenta de que, como nunca me había ocurrido antes, yo me acompañaba.

sábado, 9 de marzo de 2013

Salamanca


De todas las ciudades que no existen, esta es, sin duda alguna, mi favorita. Y esta es la calle que no me canso de recorrer en ella, parte de mi caminar diario hacia la ribera del Tormes. Cada uno debería interrogarse sobre la suya para comprender mejor qué ha hecho de su vida.

viernes, 11 de marzo de 2011

Tránsitos: Entre la gente.



La sociedad que hemos fabricado en las ciudades es extraña, pero es la que tenemos y no podemos vivir en ella como seres huraños. Nos definimos por la pertenencia a una u otra, como si algo nos atara con los que viven en la misma ciudad que nosotros por encima de lo que nos une con los de la vecina: hay rivalidad incomprensible solo porque nacimos intramuros y los otros nos parecen siempre peligrosos por el azar del nacimiento. La ciudad es el espacio privilegiado de la sociabilidad y por eso vamos mal si la explicamos con banderas y símbolos e himnos, si juzgamos que la nuestra es siempre la mejor por encima de las otras y que es víctima de la injusticia solo por ese hecho, que nos creemos mejores y nuestros. Así amurallamos nuestra ciudad (nuestra calle, nuestro barrio) y nos hacemos esclavos de ella y de quienes se alcen como portavoces de sus valores.

La gente nos acompaña en la ciudad siempre. Desde mediados del siglo pasado, las ciudades se han trasformado: quizá no las reconozcamos, pero nos dan otras oportunidades al ampliar la piel de sus habitantes y sus idiomas y creencias: las miradas se han hecho diversas y enriquecedoras.

El individuo suele tener una relación conflictiva con la ciudad. Hay momentos en los que se nos hace insoportablemente ruidosa, en otras ocasiones la descubrimos limpia y a punto de ser estrenada. Aquellos con los que nos cruzamos tienen las mismas necesidades y emociones que nosotros. La ciudad la hace su gente: está ahí para acompañarnos en el tránsito, con todas las cosas malas y todas las cosas buenas.

Tránsitos es un nuevo proyecto de videoinvestigación artística
sobre la vida en relación con el  espacio y el tiempo.
   puedes ver los videos con mejor calidad.

sábado, 29 de enero de 2011

Proyecto agua: Playa fluvial


Bajé a la playa en una tarde de intenso frío. No importa: allí están las madres de los niños bañistas, entrando en el agua solo hasta los tobillos para cuidar a los hijos que sueñan mares; los espléndidos cuerpos jóvenes tendidos al sol sobre las toallas como si no existiera el tiempo; las risas de las parejas que buscan la boca amada al inventar el primer beso de nuevo; el cruce de miradas intencionadas de quien se siente atraído por los ojos que también le miran. Me subí el cuello del abrigo y eché el aliento en el cuenco de mis manos para calentarlas y comencé a andar sobre la arena. La playa, solitaria, aguardaba el verano.

Entrada del Proyecto agua
(videoinvestigación sobre la relación del agua
con los espacios autobiográficos)
y presentación del Canal de YouTube de La Acequia

viernes, 28 de enero de 2011

Proyecto agua: Fuentes monumentales



La fuente monumental moderna busca el ejercicio de escultura solo con agua. Oculta el ruido del tráfico, pero no logra la paz interior del todo: hay un derroche de decibelios para tapar la falaz vorágine. No tiene sentido esta fuente fuera de la ciudad. A pesar de todo, agrada siempre. Si fuera verano, el paseante quizá se descalzara y metiera los pies en el agua para refrescarlos. Pero es invierno y la humedad le ha calado hasta los huesos y se ha puesto casacarrabias -no puede negar que se hace viejo- y murmura contra el gasto innecesario sin poder evitar quedarse un momento a contemplar la vanidad del ingenio que hace ascender el agua más allá de lo que le pide su naturaleza.

es una videoinvestigación sobre la relación del agua
con los espacios autobiográficos
y sirve de presentación del Canal de YouTube de La Acequia

viernes, 21 de enero de 2011

Proyecto agua: Lluvia fina de invierno



A veces la lluvia cae con la elegancia del que llega a tu casa como si no hubieran podido ocurrir las cosas de otra manera. La ciudad se hace íntima y lenta y sólo aquel que se niega a recibir la fina gota en el rostro se apura, incómodo, a las tareas cotidianas. Merece la pena detenerse un momento a contemplar cómo las aceras se deslavan: de pie, en la esquina, bajo la mínima protección de un saledizo. Hay algo en todo ello que te invita a la sonrisa y a entrar en el primer café, para parar aun más el día.

es una videoinvestigación sobre la relación del agua
con los espacios autobiográficos
y sirve de presentación del Canal de YouTube de La Acequia

sábado, 8 de enero de 2011

Proyecto agua: Infancia



Uno lleva la infancia pegada al cuerpo cuando camina por la ciudad. Las décadas no han pasado en vano: ya no es el mismo, como tampoco lo son las calles por las que acelera el paso hacia las tareas cotidianas. Pero hay un susurro casi inapreciable que le hace volver la cabeza y por un segundo, entre la grisura del granito que ha enlosetado sus recuerdos, surge el murmullo de los niños que cantan: cantan como si fueran capaces de mover el mundo con sus voces, como si fueran capaces de removerle por dentro en ese segundo que queda  en silencio y estático, antes de correr hacia el autobús, que escapa.

es una videoinvestigación sobre la relación del agua
con los espacios autobiográficos
y sirve de presentación del Canal de YouTube de La Acequia

domingo, 2 de enero de 2011

Proyecto agua: Bajo la ciudad




Ayer, día 1º de enero de 2011 busqué debajo de las circunvalaciones, a la misma hora que la ciudad celebraba una nueva comida en la que se devoraba a sí misma, hasta hallar el sonido de la vida y ofrecéroslo como presente. Comenzar el año de esta forma tiene sus ventajas si se sabe mirar debajo de nuestros pasos. Han sido cuatro horas de marcha difícil, como la que se hace sobre terreno que cambia sin previo aviso.

Es curioso cuánto cuesta salir de una ciudad: hasta hace poco bastaban unos minutos para dejarla atrás definitivamente y hallarse en pleno campo; ahora la ciudad extiende sus manos durante quilómetros y el camino de tierra es sobrevolado cada poco por puentes nuevos para autovías y líneas ferroviarias. Es difícil salir de la ciudad porque hasta los pueblos próximos se han llenado de feas urbanizaciones de adosados  y  calles sobre viejas huertas.  El desarrollo urbanístico de las ciudades españolas asfaltó todas las afueras: las hizo anónimas.

Es difícil salir de la ciudad, sobre todo si uno la lleva dentro, como una herida, al no reconocerla ya como suya. De ahí que el cauce del río recuperara de pronto el sonido del agua de la infancia, siempre fiel a sí mismo, siempre amigo.

 Primera entrada del Proyecto agua
(videoinvestigación sobre la relación del agua
con los espacios autobiográficos)
y presentación del Canal de YouTube de La Acequia

martes, 21 de septiembre de 2010

Decoración y escultura urbana o el amor al bronce de los alcaldes españoles.


Entrada dedicada a Boni, que la motivó.

Los alcaldes españoles y sus concejales de urbanismo han desarrollado, en los últimos años, un curioso amor por la escultura urbana. Fruto de esa pasión, las calles, las plazas y los jardines se llenan de piezas de bronce y otros materiales, muchas de ellas de un dudoso gusto estético y casi todas sin un gran valor escultórico. Aunque algunas sí aciertan con el tema y el lugar en el que se instalan e incluso su concepto y realización artística son apreciables, el exceso las devalúa. Hay plazas no muy grandes que cuentan con más estatuas que bancos en donde sentarse. Curiosamente, la pasión por las estatuas ha sido paralela a la de las fuentes, cuyo mantenimiento pesa ahora abrumadoramente sobre las arcas públicas, tan faltas de recurso en tiempos de crisis que aumentan las cuantías de las multas por cualquier infracción, quizá para que corra el agua por las fuentes inauguradas en los últimos diez años por los mismos que deciden ahora multar casi por cualquier cosa.

La escultura urbana se ha concebido siempre como la expresión colectiva de homenaje a un personaje que simboliza los valores de la comunidad o que ha hecho algo significativo por ella (alguien importante en la localidad en un momento determinado) o a un ideal (por ejemplo, alegorías de la libertad, de la independencia del país, etc.). De hecho, muchas se erigieron por suscripción popular. Algunas no representaban este sentir colectivo y eran impuestas por los gobernantes y toleradas por la gente sólo hasta que cambiaban las circunstancias políticas: en todos los países, en todas las épocas, se han desplazado, destruido o retirado estatuas. Ésta es una de las razones por las que se debe ser muy cauto con las estatuas que erigimos en nuestras ciudades y recurrir a ellas sólo en casos muy determinados.

Hay que indicar que la mayor parte de las miles de estatuas -tienen nivel de plaga- que se han inaugurado con toda pompa y fotografía en el periódico local en nuestras ciudades en los últimos tiempos no tienen ese carácter: de hecho son esculturas urbanas situadas a ras de suelo y muchas tienen dimensiones correspondientes a las proporciones de lo representado en la realidad. Algunas son alegóricas a algo que tradicionalmente sucedía en ese lugar o un arquetipo social de la zona, muchas ni siquiera tienen esa intención y responden a motivaciones dispares.

Suelen encargarse sin concurso previo y su confección está muy alejada de lo que piensa la gente. De hecho, las nuevas técnicas permiten al artista realizarlas con programas de diseño tridimensional que envían el producto directamente a la fundición sin que el escultor haya tomado en sus manos un cincel o modelado una maqueta a escala. El escultor trabaja en el ordenador más como un diseñador gráfico.

Curiosamente, la mayoría de las obras que se han erigido en los últimos años tienen un concepto artístico poco o nada innovador y parecen clones unas de otras. De hecho, hay esculturas que uno no sabe bien en qué ciudad las ha visto porque da igual en qué ciudad se levanten.

Ocupar así el espacio público en pocos años, impide que cada generación piense qué quiere situar en ese espacio: los que vengan en los próximos años no tendrán ya calle en la que poner sus propias estatuas porque todo ha sido invadido en estos tiempos. A no ser que retiren las nuestras para poner las suyas o que las pongan unas junto a otras hasta que no podamos andar por las aceras.

Su escaso valor artístico y su excesivo número convierten este tipo de obras en meros elementos decorativos del espacio que ocupan: son parte del mobiliario, como las farolas, los bancos o las papeleras. Por lo tanto, pueden ser retiradas sin gran pérdida y sin que nadie las eche mucho de menos en la siguiente remodelación urbanística de su entorno. Una decoración un poco cara, desde luego.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Edificios emblemáticos


Ponga usted un edificio emblemático en su vida: luego, gástese una fortuna en mantenerlo. Todos ellos parecen una maqueta de sí mismos.

viernes, 1 de mayo de 2009

Madrugada y ciudad


A veces conviene salir a la calle cuando la ciudad no se exhibe y los edificios parecen arroparte. En la madrugada, se suman aquellos que vuelven y aquellos que van. Quizá hoy, que es fiesta, sea yo el único que he salido a ver la madrugada, sólo a eso. A pasear, lento, muy lento, para recibir en el rostro el frescor de esa hora en la que no se sabe bien qué día es aquel en el que uno se encuentra.