Viene de (1) Un eslabón más en la cadena de la tradición y (2) La construcción de un héroe.
Como dije en la primera entrada dedicada a esta novela, la literatura histórica no se escribe para el pasado ni para reconstruir arqueológicamente algunos hechos o personajes, sino para el presente: para el lector del tiempo de la escritura y con la cosmovisión de su autor. Para no ser rechazada por el lector, debe jugar sabiamente con los hechos históricos que relata, la forma de pensar y vivir, los objetos cotidianos del tiempo de la acción, introducir algunos elementos de referencia (batallas, nombres, ciudades), unos cuantos que procedan de la memoria colectiva sobre el tiempo o el personaje del que se trate e incluso términos y palabras que puedan entenderse como antiguos. Esto último, la fabla literaria, ha dado lugar a veces a la extravagante mezcla de términos de diferentes épocas o al uso sin más de palabras que pueden apartar al lector medio obligado a tirar de diccionario más de lo deseable. El autor debe poner las dosis justas de historicidad y modernidad en su novela tanto en el tratamiento de la historia como en la mentalidad y en esas otras cosas en las que no deba cometerse un anacronismo que rompa el pacto con el lector en el que se basa la novela histórica, pero cuidar no alejar a este del interés por lo contado pecando de arqueologismo.
Arturo Pérez Reverte ha escrito su personal visión del personaje del Cid mezclando leyenda, historia y modernidad hasta completar una entretenida novela de aventuras en el mundo fronterizo medieval de la península ibérica. En su redacción no ha querido renunciar a introducir episodios de la leyenda cidiana, bien porque desde ahí haya construido su personaje bien porque haya decidido no romper con la imagen que tienen de Rodrigo la mayoría de los lectores. Quizá sea lo más discutible de este Cid de Pérez Reverte. Desde el siglo XXI, el héroe castellano no necesita los episodios legendarios para ser comprendido ni para resultar interesante, bastaría con los datos históricos conocidos, que son apasionantes. Por otra, parte, la fuerza de la leyenda a la que se acoge el autor no casa bien con los rasgos más modernos de la mentalidad de su personaje. De hecho, en la novela asistimos a la construcción de esa leyenda con las acciones del Cid a las que asistimos como lectores y este se encamina hacia su propio destino legendario al terminar la narración, no al iniciarla, y la construcción profunda del personaje se resiente un poco por esta decisión del autor.
Más allá de esto, la novela es eficaz en su género y de lectura amena para aquel lector que disfrute de los relatos bélicos, bien graduado el ritmo y mezclados los elementos que construyen esta modalidad de la novela histórica desde el siglo XIX incluso en los personajes secundarios que lo acompañan o en la mezcla entre momentos de combate violento y pausas más gozosas. Este relato de frontera es una historia de acción medieval bien contada, que no se para en demasiadas profundidades porque su interés es la trasformación del héroe entendido a la manera habitual de la obra de Pérez Reverte: un personaje envuelto en una situación complicada que resuelve con profesionalidad amparándose en la lealtad, la templanza y el respeto a una serie de valores no tanto morales como vitales. Curiosamente, el autor ha conseguido relatar al Cid a partir de las claves de su narrativa, tomando aquí un gran héroe de la tradición y no un personaje secundario y este es un logro estilístico: hacer que el Cid siga siendo el Cid pero sea también un personaje de Pérez Reverte, que se puede resumir en una frase que explica gran parte del mundo de este autor:
Nada se parecía tanto a una derrota, pensó Ruy Díaz, como una victoria.
Como tantos otros personajes de Pérez Reverte, el Cid se estaba jugando la vida a una carta y lo mismo podía salir bien que salir mal, pero esa era su vida.
Lo mismo ocurre con el estilo narrativo en el que se percibe el esfuerzo de documentación hasta en lo lingüístico -la fabla de la que hablaba antes, usada aquí sobre todo para introducir términos propios de la guerra en la frontera peninsular con abundancia de palabras de origen árabe-, pero no se abandonan en contraste el gusto por las onomatopeyas (quizá el rasgo de estilo menos convincente de las últimas novelas del autor).
Como dije en la primera entrada dedicada a esta novela, la literatura histórica no se escribe para el pasado ni para reconstruir arqueológicamente algunos hechos o personajes, sino para el presente: para el lector del tiempo de la escritura y con la cosmovisión de su autor. Para no ser rechazada por el lector, debe jugar sabiamente con los hechos históricos que relata, la forma de pensar y vivir, los objetos cotidianos del tiempo de la acción, introducir algunos elementos de referencia (batallas, nombres, ciudades), unos cuantos que procedan de la memoria colectiva sobre el tiempo o el personaje del que se trate e incluso términos y palabras que puedan entenderse como antiguos. Esto último, la fabla literaria, ha dado lugar a veces a la extravagante mezcla de términos de diferentes épocas o al uso sin más de palabras que pueden apartar al lector medio obligado a tirar de diccionario más de lo deseable. El autor debe poner las dosis justas de historicidad y modernidad en su novela tanto en el tratamiento de la historia como en la mentalidad y en esas otras cosas en las que no deba cometerse un anacronismo que rompa el pacto con el lector en el que se basa la novela histórica, pero cuidar no alejar a este del interés por lo contado pecando de arqueologismo.
Arturo Pérez Reverte ha escrito su personal visión del personaje del Cid mezclando leyenda, historia y modernidad hasta completar una entretenida novela de aventuras en el mundo fronterizo medieval de la península ibérica. En su redacción no ha querido renunciar a introducir episodios de la leyenda cidiana, bien porque desde ahí haya construido su personaje bien porque haya decidido no romper con la imagen que tienen de Rodrigo la mayoría de los lectores. Quizá sea lo más discutible de este Cid de Pérez Reverte. Desde el siglo XXI, el héroe castellano no necesita los episodios legendarios para ser comprendido ni para resultar interesante, bastaría con los datos históricos conocidos, que son apasionantes. Por otra, parte, la fuerza de la leyenda a la que se acoge el autor no casa bien con los rasgos más modernos de la mentalidad de su personaje. De hecho, en la novela asistimos a la construcción de esa leyenda con las acciones del Cid a las que asistimos como lectores y este se encamina hacia su propio destino legendario al terminar la narración, no al iniciarla, y la construcción profunda del personaje se resiente un poco por esta decisión del autor.
Más allá de esto, la novela es eficaz en su género y de lectura amena para aquel lector que disfrute de los relatos bélicos, bien graduado el ritmo y mezclados los elementos que construyen esta modalidad de la novela histórica desde el siglo XIX incluso en los personajes secundarios que lo acompañan o en la mezcla entre momentos de combate violento y pausas más gozosas. Este relato de frontera es una historia de acción medieval bien contada, que no se para en demasiadas profundidades porque su interés es la trasformación del héroe entendido a la manera habitual de la obra de Pérez Reverte: un personaje envuelto en una situación complicada que resuelve con profesionalidad amparándose en la lealtad, la templanza y el respeto a una serie de valores no tanto morales como vitales. Curiosamente, el autor ha conseguido relatar al Cid a partir de las claves de su narrativa, tomando aquí un gran héroe de la tradición y no un personaje secundario y este es un logro estilístico: hacer que el Cid siga siendo el Cid pero sea también un personaje de Pérez Reverte, que se puede resumir en una frase que explica gran parte del mundo de este autor:
Nada se parecía tanto a una derrota, pensó Ruy Díaz, como una victoria.
Como tantos otros personajes de Pérez Reverte, el Cid se estaba jugando la vida a una carta y lo mismo podía salir bien que salir mal, pero esa era su vida.
Lo mismo ocurre con el estilo narrativo en el que se percibe el esfuerzo de documentación hasta en lo lingüístico -la fabla de la que hablaba antes, usada aquí sobre todo para introducir términos propios de la guerra en la frontera peninsular con abundancia de palabras de origen árabe-, pero no se abandonan en contraste el gusto por las onomatopeyas (quizá el rasgo de estilo menos convincente de las últimas novelas del autor).
Noticias de nuestras lecturas
Mª Ángeles Merino acudió a la presentación de Sidi en el Museo de la Evolución Humana de Burgos. No pudo entrar, pero pudo tomar nota de lo que allí escuchaba y de mucho más. No te pierdas la entrada.
En enero hemos leído España invertebrada, el ensayo en el que José Ortega y Gasset analizó la problemática de la construcción moderna de España como país. El próximo año se celebrarán los cien años desde su publicación y la vigencia de gran parte de las cuestiones históricas, sociales y territoriales que plantea en su texto hacen recomendable volver a leerlo. Leerlo no significa estar obligatoriamente de acuerdo con Ortega. Él analiza la cuestión desde sus pensamiento y puede llegar el caso de que estemos más de acuerdo con su análisis del problema que con las soluciones que plantea. Tenemos unas semanas para abordar un ensayo clave para la cuestión española desde que el surgimiento de los nacionalismos a finales del siglo XIX pusieran en duda la forma en la que se había construido el país. No se puede negar la actualidad del tema, desde luego.
Las intervenciones del resto de los blogs participantes sobre esta lectura de Ortega se recogerán en la entrada de la próxima semana. Pido perdón por el retraso acumulado, pero el tiempo no me da más de sí.
Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog.
Para conocer la forma de seguir las lecturas de este club y la lista del presente curso, este enlace.
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