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jueves, 23 de enero de 2020

Nada se parece tanto a una derrota como una victoria. El relato de las hazañas del Cid según Arturo Pérez Reverte


Viene de (1) Un eslabón más en la cadena de la tradición y (2) La construcción de un héroe.

Como dije en la primera entrada dedicada a esta novela, la literatura histórica no se escribe para el pasado ni para reconstruir arqueológicamente algunos hechos o personajes, sino para el presente: para el lector del tiempo de la escritura y con la cosmovisión de su autor. Para no ser rechazada por el lector, debe jugar sabiamente con los hechos históricos que relata, la forma de pensar y vivir, los objetos cotidianos del tiempo de la acción, introducir algunos elementos de referencia (batallas, nombres, ciudades), unos cuantos que procedan de la memoria colectiva sobre el tiempo o el personaje del que se trate e incluso términos y palabras que puedan entenderse como antiguos. Esto último, la fabla literaria, ha dado lugar a veces a la extravagante mezcla de términos de diferentes épocas o al uso sin más de palabras que pueden apartar al lector medio obligado a tirar de diccionario más de lo deseable. El autor debe poner las dosis justas de historicidad y modernidad en su novela tanto en el tratamiento de la historia como en la mentalidad y en esas otras cosas en las que no deba cometerse un anacronismo que rompa el pacto con el lector en el que se basa la novela histórica, pero cuidar no alejar a este del interés por lo contado pecando de arqueologismo.

Arturo Pérez Reverte ha escrito su personal visión del personaje del Cid mezclando leyenda, historia y modernidad hasta completar una entretenida novela de aventuras en el mundo fronterizo medieval de la península ibérica. En su redacción no ha querido renunciar a introducir episodios de la leyenda cidiana, bien porque desde ahí haya construido su personaje bien porque haya decidido no romper con la imagen que tienen de Rodrigo la mayoría de los lectores. Quizá sea lo más discutible de este Cid de Pérez Reverte. Desde el siglo XXI, el héroe castellano no necesita los episodios legendarios para ser comprendido ni para resultar interesante, bastaría con los datos históricos conocidos, que son apasionantes. Por otra, parte, la fuerza de la leyenda a la que se acoge el autor no casa bien con los rasgos más modernos de la mentalidad de su personaje. De hecho, en la novela asistimos a la construcción de esa leyenda con las acciones del Cid a las que asistimos como lectores y este se encamina hacia su propio destino legendario al terminar la narración, no al iniciarla, y la construcción profunda del personaje se resiente un poco por esta decisión del autor.

Más allá de esto, la novela es eficaz en su género y de lectura amena para aquel lector que disfrute de los relatos bélicos, bien graduado el ritmo y mezclados los elementos que construyen esta modalidad de la novela histórica desde el siglo XIX incluso en los personajes secundarios que lo acompañan o en la mezcla entre momentos de combate violento y pausas más gozosas. Este relato de frontera es una historia de acción medieval bien contada, que no se para en demasiadas profundidades porque su interés es la trasformación del héroe entendido a la manera habitual de la obra de Pérez Reverte: un personaje envuelto en una situación complicada que resuelve con profesionalidad amparándose en la lealtad, la templanza y el respeto a una serie de valores no tanto morales como vitales. Curiosamente, el autor ha conseguido relatar al Cid a partir de las claves de su narrativa, tomando aquí un gran héroe de la tradición y no un personaje secundario y este es un logro estilístico: hacer que el Cid siga siendo el Cid pero sea también un personaje de Pérez Reverte, que se puede resumir en una frase que explica gran parte del mundo de este autor:

Nada se parecía tanto a una derrota, pensó Ruy Díaz, como una victoria.

Como tantos otros personajes de Pérez Reverte, el Cid se estaba jugando la vida a una carta y lo mismo podía salir bien que salir mal, pero esa era su vida.

Lo mismo ocurre con el estilo narrativo en el que se percibe el esfuerzo de documentación hasta en lo lingüístico -la fabla de la que hablaba antes, usada aquí sobre todo para introducir términos propios de la guerra en la frontera peninsular con abundancia de palabras de origen árabe-, pero no se abandonan en contraste el gusto por las onomatopeyas (quizá el rasgo de estilo menos convincente de las últimas novelas del autor).

Noticias de nuestras lecturas

Mª Ángeles Merino acudió a la presentación de Sidi en el Museo de la Evolución Humana de Burgos. No pudo entrar, pero pudo tomar nota de lo que allí escuchaba y de mucho más. No te pierdas la entrada.

Ahora leemos...



En enero hemos leído España invertebrada, el ensayo en el que José Ortega y Gasset analizó la problemática de la construcción moderna de España como país. El próximo año se celebrarán los cien años desde su publicación y la vigencia de gran parte de las cuestiones históricas, sociales y territoriales que plantea en su texto hacen recomendable volver a leerlo. Leerlo no significa estar obligatoriamente de acuerdo con Ortega. Él analiza la cuestión desde sus pensamiento y puede llegar el caso de que estemos más de acuerdo con su análisis del problema que con las soluciones que plantea. Tenemos unas semanas para abordar un ensayo clave para la cuestión española desde que el surgimiento de los nacionalismos a finales del siglo XIX pusieran en duda la forma en la que se había construido el país. No se puede negar la actualidad del tema, desde luego.

Las intervenciones del resto de los blogs participantes sobre esta lectura de Ortega se recogerán en la entrada de la próxima semana. Pido perdón por el retraso acumulado, pero el tiempo no me da más de sí.

Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog.

Para conocer la forma de seguir las lecturas de este club y la lista del presente curso, este enlace.

ADVERTENCIA: Las entradas de La Acequia tienen licencia Creative Commons 4.0 y están registradas como propiedad intelectual de Pedro Ojeda Escudero. Pueden ser usadas y reproducidas sin alterar, sin copias derivadas, citando la referencia y sin ánimo de lucro.

viernes, 10 de enero de 2020

La construcción de un héroe. Entre la historia y la leyenda: Sidi de Pérez Reverte



De entre las varias posibilidades de enfrentarse a la figura del Cid que puede tener un escritor de novela histórica hoy, Arturo Pérez Reverte opta por una mezcla entre lo legendario y lo histórico para generar una novela plagada de aventuras en la frontera. Estas son casi siempre -como corresponde al personaje y la época-, de escaramuzas guerreras y enfrentamientos militares, pero hay tiempo también para que aparezcan las sentimentales en la corte del rey musulmán de Zaragoza (episodio que responde al tópico literario de la literatura morisca y obedece a una necesidad de amenidad novelesca: curiosamente, es la única ruptura concreta que se permite Pérez Reverte con respecto a la leyenda cidiana).

El Cid de Pérez Reverte tiene en su constitución de partida algunos episodios legendarios como la jura de Santa Gadea y el engaño a los judíos. El autor no ha querido renunciar a ellos a pesar de que no solo no son históricos sino que están contra la historia. Nutren una interpretación del personaje y lo insertan en una visión del héroe castellano muy concreta, la misma que se encuentra en el Cantar de mio Cid, que se corresponde mejor con los tiempos en los que se escribe el cantar que con aquellos en los que vivió Rodrigo Díaz. Consciente o inconscientemente, este Cid de Pérez Reverte parte de una lectura ideológica del personaje que se realizó en el siglo XII con la finalidad de fomentar una cierta idea de España desde Castilla que culminaría a finales del siglo XV. No rompe Pérez Reverte en ningún momento con la tradición literaria del personaje que lo inserta en este sendero en el que se mezcla leyenda e historia, lo que resulta más fácil para la identificación del personaje por el lector mayoritario puesto que es la variante más frecuentada en esa tradición y la que nutre, por ejemplo, La leyenda del Cid de José Zorrilla, una de las fuentes literarias y sentimentales de la novela.

El lector de Sidi se encuentra con el personaje a la altura del año 1080: ya en el destierro y viviendo en la frontera, con su pequeño ejército al servicio de quien lo contratara porque aquella tropa tenía que ganarse el pan con su oficio. La información de lo acontecido con anterioridad y de la situación peninsular se irá dosificando a lo largo de la novela, bien como recuerdo de los personajes, bien facilitado por el narrador, siempre pegado al héroe castellano. La descripción de las escaramuzas, la vida en continuo movimiento de de los hombres del Cid, el compañerismo entre ellos y su lealtad a quien los capitanea ocupan la primera parte de la novela. La segunda contiene la narración del crecimiento del personaje desde que entra al servicio del rey de Zaragoza hasta su victoria en la batalla en la que apresa al conde de Barcelona. Al final de la novela, el Cid mira hacia Valencia.

Pérez Reverte construye un relato muy eficaz de la vida de un soldado en la frontera medieval de la Península en tiempos convulsos y peligrosos. Bien documentada en lo militar y en lo histórico, la narración trascurre sin obstáculos y gana el interés del lector de forma creciente. El ritmo narrativo se intensifica adecuadamente en el relato. No abruma la documentación, sino que contribuye a dar el tono histórico necesario. En mitad de todo ello, utiliza las claves comunes a gran parte de su obra literaria: la fraternidad de los compañeros de armas por encima de cualquier componente ideológico, el respeto y lealtad a los valores personales y a la palabra dada, un propio sentido del heroísmo, la oposición entre los hombres de acción y los gobernantes siempre favorable a los primeros, etc.

(Continúa en la próxima entrada.)

Noticias de nuestras lecturas

Paco Cuesta nos regala una entrada brillante. Lleva la novela desde lo personal hasta la forma de concebirla por el autor, pasando por su historicidad y su condición de obra literaria.

Mª Ángeles Merino da cuenta de la reunión tenida el pasado 17 de diciembre en el formato presencial del club para comentar la novela de Pérez Reverte. A ella remito para ver la complejidad de lecturas que suscitó la obra, aunque aún nos debe su propia entrada.

Ahora leemos...



En enero leemos España invertebrada, el ensayo en el que José Ortega y Gasset analizó la problemática de la construcción moderna de España como país. El próximo año se celebrarán los cien años desde su publicación y la vigencia de gran parte de las cuestiones históricas, sociales y territoriales que plantea en su texto hacen recomendable volver a leerlo. Leerlo no significa estar obligatoriamente de acuerdo con Ortega. Él analiza la cuestión desde sus pensamiento y puede llegar el caso de que estemos más de acuerdo con su análisis del problema que con las soluciones que plantea. Tenemos unas semanas para abordar un ensayo clave para la cuestión española desde que el surgimiento de los nacionalismos a finales del siglo XIX pusieran en duda la forma en la que se había construido el país. No se puede negar la actualidad del tema, desde luego.

La reunión presencial para debatir sobre esta obra de Ortega se ha convocado para el próximo martes día 21.

Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog.

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viernes, 13 de diciembre de 2019

Sidi. Un relato de frontera, de Arturo Pérez Reverte. Un eslabón más en la cadena de la tradición


Valga una advertencia inicial, de esas que deberían ser tan de sentido común que no habría que expresar. Arturo Pérez Reverte escribe una novela que se suma a una tradición literaria que trata la figura histórica de Rodrigo Díaz, conocido como el Cid. Puede leerse sin conocer nada sobre el personaje histórico ni haber leído ningún tratamiento literario anterior; también con un conocimiento superficial sobre el Cid histórico y el literario, poco más que cuatro nociones que se creen saber o las lecturas escolares que se hacían antes -digo antes porque ahora la literatura de los clásicos es una especie en extinción en la escuela- y alguna información obtenida en un viaje a Burgos al toparse con la estatua dedicada al héroe castellano que se encuentra frente al Teatro Principal. Se puede leer Sidi y disfrutarlo sin saber nada más, pero solo conociendo el lugar que ocupa en esa tradición y las decisiones tomadas por el autor para caracterizar al personaje y trazar la línea argumental y temática de la novela, estaremos en condiciones de comprenderla mejor. Si, además, se conocen algunas de las cuestiones más significativas que los historiadores han fijado sobre la figura histórica que está detrás del Cid en los últimos años, mejor (aunque, bien es cierto, el lector medio no tiene por qué). Una novela histórica hay que tratarla como una obra literaria siempre, pero cuanto más conozcamos sobre las opciones que tenía el escritor mejor la comprenderemos. Como este no es un espacio para un trabajo académico sesudo, damos unas puntadas.

Es tan larga esta tradición y tan arraigada en la literatura española, que el Cantar de Mio Cid es el hito inicial, puesto que es el primer texto de entidad conservado casi completo (es conocido que le faltan algunas páginas cuyo contenido se ha podido reconstruir por su prosificación en otro texto). El Cantar nos sigue suscitando hoy casi las mismas preguntas que cuando comenzó a estudiarse -algunas se han solucionado ya con la investigación-: la fecha de su composición y la autoría, principalmente. Se han resuelto las cuestiones básicas: nos ha llegado en un manuscrito del siglo XIV que copia un texto del siglo XIII que fija una versión del texto que podemos datar en el siglo XII. Por mucho que se le haya dado vueltas a la cosa, la unidad de estilo y propósito es sólida, así que tanto si existía un primer texto parcial como si se partiera de varios, el autor final supo dar unidad fuerte al conjunto, si es que no lo escribió completo basándose en las crónicas y leyendas sobre el personaje, que existieron con toda seguridad tanto en el campo cristiano como en el musulmán.

Sobre las razones de su escritura hay varias hipótesis. Descartada ya la raíz popular que creía ver el romanticismo y sus secuelas, incluida la de la filología nacionalista (el pueblo no compone, lo hacen individuos concretos), el texto es obra de quien conocía bien el género y sus estrategias para llegar al público, un experto absoluto de la escritura de su época. El autor debió pertenecer al ámbito cortesano o estar muy próximo a él, con independencia de su origen o su condición. Y el objetivo no era otro que el que expresa al final del texto: engrandecer el proyecto de España a partir de la sangre del Cid. Recordemos que España no existía en la época de don Rodrigo y que su construcción como un proyecto político que se consolidó a finales del siglo XV fue fruto de una interesante alianza entre pensadores y monarcas, especialmente en Castilla, aunque no exclusivamente.

En el Cantar se nos muestra a Rodrigo Díaz desde su máxima desgracia hasta su crecimiento como héroe castellano. Al autor no le importa sumar elementos que son legendarios y no históricos, inventados a partir de elementos similares que podemos encontrar en otros textos medievales por toda Europa: el engaño a los judíos, toda la historia relacionada con los infantes de Carrión, las bodas y la afrenta de las hijas del héroe, etc. La suma de todos estos elementos procura la variedad para disfrute del público que escucha el Cantar, la confirmación de unos ideales y una forma de entender el mundo y una estructura moral en la que el bien triunfa frente al mal, la valentía frente a la cobardía, la rectitud y la justicia frente a la injusticia. El propósito es la demostración de la condición de castellano ejemplar  del Cid, quien, además, podrá casar a sus hijas tan bien en las segundas bodas que sus descendientes llegarán a ser reyes en el momento en el que se escribe el Cantar: esta sangre del Cid, según el autor, da honra a los monarcas de los reinos de España. Y esta es la clave de este texto y de la mayor parte de la leyenda cidiana. El Cid se convierte en el nudo de unión del proyecto de la construcción de un único reino cristiano en la España medieval que pueda aspirar, jerárquicamente, a ser el primero entre los reinos cristianos occidentales. 

El objetivo propagandístico del texto es evidente tanto para su consumo interno dentro del reino castellano como externo en todo el ámbito hispánico. Esto explica también los recelos que ha provocado su figura en aquellos lugares que han hecho la lectura ideológica de la leyenda y no se han reducido a las otras capas del personaje literario: la lealtad, la ejemplaridad como esposo y padre, el buen compañero de armas, el buen militar y gobernante, el hombre hecho a sí mismo con la fuerza de sus hechos, la condición de buen cristiano, el sentido de la aventura, la identificación de un pueblo con su héroe, las difíciles relaciones con un rey que peca de soberbia en un latente enfrentamiento entre León y Castilla, etc.

La posterior construcción literaria del personaje dependerá de la actitud que tomemos ante cada uno de los rasgos que lo constituyen. Así podemos encontrarlo en su forma tradicional, como héroe romántico que lucha por la libertad de su pueblo o como un misógino o sanguinario, como un mercenario (término que hay que cuidar aplicándolo aquí para no cometer un error histórico) o como un leal súbdito a su señor. La actualización de la leyenda ha traído muchas veces la consecuencia de sacar al personaje de su contexto de tiempo de frontera medieval anterior a la invención de la reconquista y así lo han llevado a su terreno desde un lado y desde otro. Si llamaron segundo Cid a Carlos V o a Franco, también lo hicieron con el héroe liberal romántico el Empecinado.

No caigamos ahora en la ingenuidad de pensar que una obra de arte de temática histórica pretende reconstruir el pasado sin más cuando lo que hace es leerlo desde el presente, con todo el derecho. Esa costumbre de leer novelas históricas para informarse del pasado ha traído funestas consecuencias y generado eruditos de salón. En la próxima entrada veremos cómo lo hace Pérez Reverte, que confiesa desde las páginas de su libro que el punto emocional de partida pudo ser el tratamiento del Cid que hiciera José Zorrilla en el siglo XIX, para tratarlo finalmente desde algunas de las claves más significativas de su pensamiento y estilo.


Noticias de nuestras lecturas

Paco Cuesta arranca la lectura de la novela de Pérez Reverte con las claves históricas que contextualizan el inicio de la vida de Rodrigo Díaz para concluir con la advertencia de que nos encontramos ante una obra literaria y como tal hay que leerla.

(Poco a poco recuperaré las aportaciones a las lecturas anteriores que los amigos seguidores del club de lectura han ido publicando en los meses pasados y a los que pido disculpas por mi ausencia desde febrero.)

Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog.


Para conocer la forma de seguir las lecturas de este club y la lista del presente curso, este enlace.

ADVERTENCIA: Las entradas de La Acequia tienen licencia Creative Commons 4.0 y están registradas como propiedad intelectual de Pedro Ojeda Escudero. Pueden ser usadas y reproducidas sin alterar, sin copias derivadas, citando la referencia y sin ánimo de lucro.

martes, 26 de noviembre de 2013

como la uña de la carne

Hay hallazgos en el Cantar de Mio Cid que nos indican que el autor no podía ser un aprendiz de escritor. Y que conocía perfectamente la transmisión oral, el efecto que podía causar una imagen en aquellos que escuchaban el texto recitado por un consumado juglar. Las marcas de oralidad de un texto como este pueden ser de de tipos muy diversos. Algunas son rítmicas, pero las que más me sorprenden en el Cantar son aquellas que arrastran al gesto de quien recita el poema. Por ejemplo, las múltiples referencias a los sentidos -mirar, hablar- o a la acción -llorar, suspirar, gestos como enderezar la cabeza, agitar los hombros-. Y otras que llegan a la sutileza, que conmocionan nada más ser escuchadas. Cuando el Cid se despide de su esposa y de sus hijas, a las que deja en el monasterio de San Pedro de Cardeña antes de abandonar definitivamente Castilla camino del destierro, nos sacude una expresión que aquel que la ha sufrido interioriza:

Asi se parten unos d’otros como la uña de la carne

La expresión del dolor interior de esa familia que se despide con una sensación tan física como el desgarro producido al separar la uña de la carne es un ejemplo del magistral trabajo literario del autor. Recordemos que un militar como Rodrigo está acostumbrado a despedirse de la familia para ir a la guerra sin saber si va o no a regresar, que en la Edad Media estas despedidas son muy frecuentes. Pero el autor la interioriza con una imagen del dolor concreto que cualquiera de nosotros puede haber sentido. La leyenda cidiana construida en este texto quiere llevarnos a un héroe real, reconocible, que siente y sufre como aquellos que escuchan la narración. Un perfecto ejemplo retórico de cómo conseguir que el receptor sienta empatía por el protagonista: quedará ya atrapado por esta figura y será más dócil ante el sutil mensaje propagandístico que encierra. Y todo esto en la primera gran obra literaria conocida de la literatura castellana.

domingo, 27 de octubre de 2013

Sobre la construcción del concepto España: oy los reyes d´España sos parientes son

 Escultura en hierro reciclado de Juan Jesús Villaverde

Otra vez España como problema. En realidad, el cuestionamiento es parte de su esencia como estado desde que se forjara en tiempos de los Reyes Católicos a quienes, por cierto, no les sorprendería tanto lo de la monarquía federal, concepto que se ha puesto de moda ahora como intento de superar la intensidad del movimiento independentista en Cataluna. En el fondo, es lo que ellos hicieron y lo que se mantuvo hasta la llegada de los Borbón en el siglo XVIII. En contra de la lectura simplista e interesada de la época franquista, los Reyes Católicos construyeron una vigorosa unión a partir del respeto escrupuloso de la identidad de las partes, la Corona de Castilla y la Corona de Aragón. Por eso, los liberales españoles de finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX admiraban como modelo aquel estado que nació de los Reyes Católicos y no el de Carlos V o Felipe II. Es curioso que se nos olvide que el impulso mayor del concepto España se dio precisamente al formar un proyecto que tenía en cuenta la diversidad interior. De hecho, cuando Fernando quiso desgajar Aragón de ese proyecto tras la muerte de Isabel fueron los nobles catalanes y la alta burguesía barcelonesa quienes se lo impideron. Les interesaba y mucho ese proyecto, creían en él y, como sucedía en el territorio de la Corona de Castilla, veían un impulso claro que convertiría finalmente a España en la primera potencia mundial en el siglo XVI. No debería olvidarse esa lección porque son las épocas con una tendencia más centralizadora y menor respeto a la diversidad las que han provocado aquí que el proyecto común deje de funcionar. Felipe II, los Borbón o Franco en la historia y actualmente los fanáticos radicales de una unidad a machamartillo  han hecho más por aumentar la independencia catalana que los mismos independentistas, que ven en la reacción sentimental a los excesos de aquellos su mejor forma de aumentar partidarios.

El nacimiento de España como proyecto político y no solo como unidad cultural o geográfica, está vinculado a un momento clave de la historia del Reino de Castilla desde la que creció hasta convertirse en la raíz que uniría los diferentes reinos no tanto por imposición -como afirman muchos nacionalistas- sino porque contaba con una idea de proyecto común coherente, el único, en realidad, debajo del cual podrían reunirse todos los territorios peninsulares. A mediados del siglo XIII, Alfonso X el Sabio se convierte en rey de Castilla y, sin que debamos olvidar las bases que había formulado ya su padre, Fernando III el Santo, busca la forma de cristalizar la modernización del reino, dotándolo fundamentalmente de un sentido en la historia. Es la labor cultural impulsada por Alfonso X la que da legitimidad definitiva al reino de Castilla para continuar la lucha contra los reinos musulmanes -construyendo definitivamente esa inteligente falsificación histórica que esconde el concepto de Reconquista- y convertirse en una monarquía cuyos designios históricos -dentro, por supuesto de la visión teológica de la historia- son los de ponerse al frente de los reinos cristianos peninsulares y, finalmente, europeos. Alfonso impulsa la revisión y ordenación de todo el material histórico y legendario para que Castilla se convierta en un reino elegido por Dios para gobernar el mundo: el magno proyecto de la General Estoria comenzaba en la Biblia para llegar provindencialmente hasta él como rey de Castilla. Ya estaban formuladas las bases teóricas para comenzar la propaganda y el adoctrinamiento en la práctica.

Suele pasar desapercibido a los estudiosos el uso que se hace en ese aspecto del Cantar de Mio Cid, pero en él hay un proyecto de España que coincide ideológicamente con el del rey Alfonso, que supo aprovecharse oportunamente de la leyenda existente en torno al héroe castellano. No sería de extrañar, en absoluto, que parte de este proyecto se encuentre en la redacción del texto definitivo del Cantar. El caso es que el único manuscrito existente es de una época posterior a Alfonso X y no anterior y que por mucho que el texto final sea fiel al que copia de principios del siglo XIII nadie puede afirmar cómo era este en realidad y qué cambios introdujo. Incluso la prosificación del Cantar de Mio Cid en la Crónica de veinte reyes es parte indudable de ese proyecto. Aquellos que afirman que un mismo texto pudo trasmitirse de forma tradicional durante más de un siglo se empeñan en algo extravagante. Aunque la trasmisión tradicional de un texto busque siempre la fidelidad al texto de partida, debe adaptase a los cambios de mentalidad y lingüísticos que se obran durante ese tiempo, a no ser que quiera arriesgarse a dejar de gustar o, incluso, a no ser entendido. Y al fijarse en una copia manuscrita admite los cambios que el copista quiera introducir.

Son varias las ocasiones en las que en el Cantar de Mio Cid se cita la palabra España. Su uso es debatido: unos creen que se refiere a la España cristiana o a la musulmana, otros a la totalidad de la Península. La bibliografía también es extensa sobre el nacimiento y acepciones del concepto España y su uso durante la Edad Media. En las discusiones suele aparecer, casi siempre para mal, la ideología de quien opina a partir de los sentimientos nacionalistas. De esto no escapa ni siquiera el que más trabajó para situar la filología española en parámetros modernos y puso la base de la lectura correcta del texto, don Ramón Menéndez Pidal hijo, al fin, de su tiempo y de las necesidades del momento.

Hay que recordar algunos elementos esenciales para comprender lo que sigue y pido disculpas para aquellos a los que resulte obvio:

1º.- El Cantar de Mio Cid, tal y como nos ha llegado, es posterior a la vida de don Rodrigo Díaz de Vivar y, por lo tanto, los usos conceptuales de la palabra España corresponden a la época del texto, no a la época del Cid. Son varios los textos que cuentan las hazañas del Cid y es de suponer la existencia de cantos épicos castellanos sobre el héroe anteriores a Cantar definitivo. Muy posiblemente influyeron en la redacción última que algunos vemos como integración de un material previo en una redacción que aunque sólida muestra algunas costuras que lo evidencian. De hecho, aunque corregida posteriormente, Pidal elaboró su teoría del doble autor y doble época de composición a partir de esas evidencias.

2º.- El texto tal y como está  no es una obra popular -entendida como obra compuesta y cantada por el pueblo- sino obra de un autor muy culto, vinculado a las élites sociales, que diseña un relato perfecto tanto en su técnica como en su intencionalidad para que pueda ser admitido en la trasmisión tradicional y aceptado por el pueblo castellano, al que se instruye con él sobre la legitimidad de Castilla, sobre las nociones esenciales de su historia que interesan a dichas élites en sus pretensiones políticas y sobre el comportamiento ejemplar del personaje que se construye como el mejor de los castellanos. De hecho, cuanto más sabemos del Cid histórico, mayor es la distancia con el legendario reflejado en los cantares de gesta y los romances que cantan sus acciones. No debemos suponer en el Cantar una construcción que vaya del pueblo a la Corte, sino al revés. El autor -o autor último en el caso de que haya varios- pone toda su destreza, que es tanta que resulta una obra maestra, para construir un texto que divulgue adecuadamente lo que se quiere afirmar como verdad incuestionable. Cabe recordar que la épica era entendida como historia antes que como literatura. Y, como tal, se prosificaba en las crónicas. Por eso mismo, el único manuscrito conservado se ha descartado hace tiempo como manuscrito de juglar -cosa que se pensaba antes- y parece corresponder mejor a un cuidado pero no lujoso texto destinado a ser conservado en un archivo como prueba documental, quizá del origen de Rodrigo Díaz como natural de Vivar, en una época en la que ya se suscitaba la rivalidad entre esta localidad y Burgos para ser la cuna del héroe, sobre la que no hay ningún documento fiable. De hecho, el primer lugar en el sabemos que se conservó el manuscrito es, significativamente, el Archivo del Concejo de Vivar.

3º.- El manuscrito es una copia del siglo XIV de un texto del siglo XIII cuyo cuerpo fundamental es idéntico a la prosificación en la Crónica de veinte reyes y lo sitúa, significatívamente, en el ámbito del gran proyecto de revisión de la historia de España -y, singularmente, de la de Castilla- impulsada por Alfonso X el Sabio. Aunque podamos afirmar como cierta la fecha que nos sitúa ese texto anterior en 1207, no podemos estar seguros de las partes que se alteraron. Recordemos que Alfonso X tenía entre sus proyectos el ser reconocido como Emperador y aunque el cargo se obtenía fundamentalmente por la capacidad para comprar los votos y adquirir las alianzas necesarias entre los príncipes electores, debía legitimarse con argumentos históricos y teológicos y los documentos necesarios -fueran estos verdaderos o no-. Gran parte de los trabajos históricos promovidos por Alfonso X tuvieron ese destino: demostrar no solo que era el mejor candidato sino que era el único posible por designación divina. Para eso, no duda en forzar la lectura de la Biblia, echar mano de la leyenda de la tumba del Apóstol Santiago y del Cid. Alfonso X, que en esto era muy superior a su rival para el puesto, articula un entramado histórico perfecto por el cual Castilla resulta el nuevo reino favorecido por Dios en sus designios y sus reyes el modelo perfecto del monarca cristiano. Sin embargo, debió finalmente renunciar a sus pretensiones porque su rival supo manejarse mejor en la política real. El hecho de que el Cantar de Mio Cid se encuentre prosificado en la Crónica de veinte reyes no es inocente. Y también resulta significativo que el texto final del Cantar de Mio Cid pueda relacionarse con esta época e intención. Hasta el punto de que puede afirmarse que el Cantar de Mio Cid tal y como nos ha llegado es una herramienta más en el proyecto de Alfonso X el Sabio, sin que con esta afirmación pretenda que sea él quien directamente impulsara la modificación del texto tradicional.

Llegamos a la parte final del Cantar de Mio Cid, en donde está la afirmación más tajante del concepto España de cuantas aparecen en la narración. Con la derrota y muerte de los infantes de Carrión en el juicio de Dios sostenido para limpiar la deshonra de la Afrenta de Corpes, el Cid está en el momento de mayor esplendor de su honra. Lavada tiempo antes la deshonra que motivó su destierro, con la conquista de Valencia y la reconciliación con el rey, la derrota del bando de los Infantes lleva a Rodrigo Díaz a la culminación de su vida (cabe recordar que toda la parte correspondiente a los infantes de Carrión es legendaria y no histórica). En vida no puede ir más allá: se ha convertido en el modelo perfecto del castellano y un elegido por Dios. Otras leyendas desarrollarán lo que sucede tras su muerte, convirtiéndolo en un santo cuyos restos son capaces de realizar milagros como los recogidos en la Leyenda de Cardeña. Pues bien, es justo en ese momento cuando el narrador afirma:

Andidieron en pleitos los de Navarra e de Aragón,
ovieron su ajunta con Alfonso el de León,
fizieron sus casamientos con don Elvira e con doña Sol.
Los primeros fueron grandes, mas aquéstos son mijores,
a mayor ondra las casa que lo que primero fue.
Ved quál ondra creçe al que en buen ora naçió,
quando señoras son sus fijas de Navarra e de Aragón,
oy los reyes d'España sos parientes son,
a todos alcança ondra por el que en buen ora naçió.

Es la honra del Cid la que da verdadera altura a los futuros reyes de España gracias al nuevo casamiento de las hijas del Cid con los infantes de Navarra y de Aragón. Su descendencia terminará rigiendo los reinos de la España cristiana. Esto, que no sucedió realmente hasta 1201, ayuda a fechar el texto, pero lo importante es lo afirmado: es la sangre del Cid, del héroe castellano, la que articula esos reinos cristianos. El uso de la palabra España en ese momento es de un gran significado puesto que viene a construir la idea de España desde Castilla cosa que, sin duda, debió entusiasmar a Alfonso X metido como estaba en su proyecto imperial. El Cid, un héroe castellano, se convertía así en el punto de unión necesario de todos los reinos cristianos peninsulares. El broche que necesitaba el rey Alfonso.

martes, 13 de noviembre de 2012

¿Nos importa quién mató a Liberty Valance?


Hoy, en clase, he hablado de El hombre que mató a Liberty Valance, la película de John Ford, al explicar el Cantar de Mio Cid. Es curiosa la forma en la que uno enlaza sus argumentos: quise construir la imagen del héroe castellano como la del hombre hecho a sí mismo y de Castilla como territorio de frontera. Mis alumnos eran norteamericanos: nadie mejor para comprenderme que ellos. Eso me llevó al western como género cinematográfico. Luego quise hablar de la leyenda y la historia y de cómo muchos pueblos se niegan a conocer la historia y prefieren las leyendas y de cómo a otros ni siquiera se les da la opción porque se les hurta la verdad para construirles unos referentes culturales que sirvan de modelo de comportamiento obligatorio. O te aproximas a ese modelo o tienes que irte del pueblo porque te harán la vida imposible, sobre todo porque pocos pueden cargar con el peso de una leyenda cuando conocen la verdad histórica. Entre otras cosas porque toda leyenda es una mentira sencilla que habla a las emociones y la verdad histórica suele ser enrevesada y se dirige al intelecto. Hay que hacer un mayor esfuerzo para comprender una verdad que una mentira. Por eso mismo, todas las naciones se construyen sobre mentiras, que suelen ser fabricadas por aquellos que detentan el poder. En la Edad Media las difundían a través de la literatura o el púlpito o los grabados en piedra. Hoy, a través de los medios de comunicación. Y puestos a seguir el curso de mi argumentación para averiguar hasta dónde me llevaba me preguntaba a cuántos de nosotros nos importa saber quién mató a Liberty Valance y por qué lo hizo. Y si al resto les importa que a nosotros nos interese saber la respuesta.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

una niña de nuef años a ojo se parava

El Cid pretende pasar su última noche en Burgos en una posada. No puede: el rey lo prohibe bajo severas amenazas a quien desobedezca sus órdenes (le arrebatará sus propiedades, le arrancará los ojos de la cara y, después, lo matará) y nadie se atreve a dar amparo a Rodrigo. En ese momento se produce una de las escenas más conocidas del Cantar. Pocas escenas como esta para explicar la técnica con la que está construido todo el texto: la ideología del poema puede ser aceptada por todos porque se comunica instrumentalizando magistralemente las emociones más básicas y universales. El autor consigue alcanzar el sentimiento del que escucha la narración, esa es su estrategia para que tomemos la dosis doctrinal que se halla por debajo. Frente a una tropa de recios soldados armados y a caballo, decididos a todo, solo una niña de nueve años. Sería fácil apartarla y entrar en la posada. El pasaje es extraordinariamente visual y está construido para que nos provoque emoción. El Cid, tras escuchar a la niña -que le invita a pasar a pesar de las consecuencias que tendrá para ella y su familia ese gesto a la vez que le hace ver que no gana nada con provocar su desgracia-, decide no traspasar la puerta para dormir bajo techo y sale de Burgos para acampar junto al Arlanzón.

Es un fragmento magnífico que seguro fue rentabilizado oportunamente por los juglares que lo cantaban por los pueblos castellanos. La niña tiene tan solo nueve años: no hay en ella asomo de sexualidad, por lo tanto, puede simbolizar sin matices peligrosos la fragilidad de la inocencia.

Pero demos un paso más allá para no quedarnos en el argumento: Rodrigo pertenece al estamento nobiliario aunque su sangre no proceda de las mejores familias. Debe, por lo tanto, procurar el bien del pueblo, cumplir con la función que le otorga su nacimiento. Al respetar a la niña y a sus padres -por generalización, a todos los temerosos burgaleses que no osan ayudarlo- cumple esta función y se demuestra como un buen señor. Es la primera decisión que toma y lo hace de la forma correcta para el ideario medieval. Por eso, la niña, es decir, el pueblo burgalés -por extensión, castellano- sabe que Rodrigo es su héroe y no el iracundo rey de León. Se inicia aquí la identificación del Cid con la idea de lo que debe ser un noble castellano (al menos, de lo que debería ser), una de las líneas de propaganda ideológica del texto.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

quanto dexo no lo preçio un figo

Martín Antolínez aparece en el Cantar del Cid justo cuando Rodrigo tiene un grave problema: debe marchar al exilio y no encuentra forma de abastecerse de lo necesario sin dañar a los habitantes de Burgos, que no pueden ayudarlo porque el rey leonés lo ha prohibido bajo severas amenazas (arrebatar toda propiedad del que apoye al Cid, arrancarle los ojos y, después, matarlo). Martín Antolínez entrega al Cid y los suyos la comida suficiente para echar a andar: es rico (non lo conpra, ca él se lo avié consigo) y lo arriesga todo. Por eso, el Cantar lo adjetiva como el burgalés cumplido. Sabe que su gesto le acarrea la ira del rey y le obliga a marchar al exilio junto al Cid. Es generoso y decidido. ¿Qué haríamos nosotros en una situación semejante? La mayoría se escondería tras las ventanas y las puertas, como los burgaleses, que tanto quieren al Cid como el mejor de los suyos, pero no osan rebelarse contra el mandato real (la leyenda cidiana no es, ya lo sabemos, la de la rebeldía). Pero siempre hay un Martín Antolínez que decide, sin dudarlo, cruzar el Arlanzón y arriesgar su patrimonio y su vida. Hay momentos así en la vida de todos nosotros.

Pero Martín Antolínez sabe que juega sobre seguro tras su gesto valeroso y de rebeldía frente al rey leonés. Si se quedara tras abastecer al grupo de exiliados, sería perseguido por la justicia y todo lo que tiene no valdría nada, pero si marcha con el Cid al exilio, confía tanto en él que no le cabe duda alguna de su futuro: 

Si convusco escapo sano o bivo,
aun çerca o tarde el rey quererme ha por amigo,
si non, quanto dexo no lo preçio un figo
.

Esta es otra de las claves de la leyenda cidiana: genera amistad y confianza incluso en los momentos peores. Todo el que se acerca a él de forma sincera se sabe bajo seguro. El Cid, cumple y promete:

si yo bivo, doblarvos he la soldada

¿Cabe un riesgo así en nuestra vida, entregándonos por entero a la lealtad y la aventura?

miércoles, 26 de octubre de 2011

Cómo un gesto indica una obra maestra

Por la voluntad de alguien, el azar o el deterioro, el único manuscrito del Cantar de Mio Cid conservado comienza abruptamente. Como todos saben, le falta la primera hoja. No era la voluntad de su autor, por supuesto: en la época no se estilaban estos comienzos sino que se ponía en antecedentes al lector. Esta pérdida, sin embargo, le dota al inicio del Cantar de una modernidad sorprendente y de un impacto plástico inigualable hasta el punto de que lo mejora: quien lee o escucha los primeros versos se encuentra, de golpe, con el rostro del héroe. Más precisamente, con un gran primer plano de los ojos de Rodrigo Díaz, que llora abundantemente:

De los sos ojos tan fuertemientre llorando

Muchos héroes clásicos habían derramado lágrimas en la literatura épica clásica o medieval, pero ninguna de esas lágrimas adquiere la condición humana que tienen las del Cid, que llora como cualquier de nosotros lo haría cuando contempla la estampa de su casa, que debe abandonar para marchar al destierro dejando las puertas abiertas y las estancias vacías y en desorden. El dolor del Cid es bien humano, pero lo que definitivamente le otorga ese carácter es un gesto que describe con toda precisión el autor. Justo cuando va a entrar en Burgos:

Meçió mio Çid los ombros e engrameó la tiesta,

Este es un gesto que todos recordamos e identificamos. Al menos, todos los que tenemos cierta edad escuchamos a nuestros padres, cuando niños, que en los momentos de mayor pesadumbre, antes de entrar en un lugar público, hay que secarse las lágrimas y levantar la cabeza. Este gesto, tan universal, tan cercano, hace al Cid -perfecto en todo según el modelo de un noble castellano medieval- muy humano, muy próximo. Por sí solo podría bastar para otorgar al texto la condición de obra maestra de la literatura. Porque las obras maestras lo son, en especial, porque prestan atención a estos pequeños detalles, tan exactamente humanos.

viernes, 26 de noviembre de 2010

El Cid bombardea con pan la ciudad de Valencia

El jueves revisé, con mis alumnos, la película El Cid (1961) dirigida por Anthony Mann, producida por Samuel Bronston y protagonizada por Charlon Heston y Sofía Loren.

La verdad es que no sabía cómo resultaría la experiencia: es una película que está muy lejos de lo que hoy se hace con este tipo de cine histórico tanto en el tratamiento de la trama como en la actuación y en la posición de la cámara. Por otra parte, películas como ésta han desaparecido de la programación televisiva, como casi todo lo que tenga más de veinte años, confinado a canales temáticos minoritarios, y las generaciones más jóvenes han perdido la costumbre de verlas y aceptar sus ritmos. Por supuesto, hubo algunos momentos que resultaron tan distantes del gusto de mis alumnos que les provocaron la risa o la extrañeza: la forma en la que el joven Rodrigo Díaz de Vivar lucha en su primer combate les pareció impropia de un héroe; algunas situaciones trágicas, por excesivamente impostadas y evidentes, causaban el efecto contrario del buscado. Supongo que también les afectaría el hecho de que los efectos especiales, la actuación de los especialistas de las escenas de acción y los recursos de maquillaje para representar heridas quedan muy pobres en comparación con los actuales: esto era inevitable. Sin embargo, la película les gustó por la mezcla de tratamiento de la historia y romance y por el indudable aliento épico que tiene. El balance fue positivo para ellos en general.

Recuerdo haber visto esta película en mi infancia, en la televisión en blanco y negro de mis padres y un par de veces después: me perdí el Tecnicolor de niño y para mí siempre ha sido más fuerte el impacto de aquella primera vez quizá por eso.

Mis sensaciones esta vez han ido por la perspectiva académica del curso en el que trato la literatura de contenido histórico y, en concreto, el uso de la figura del Cid en este tipo de obras. Tras la apertura del régimen franquista ante la necesidad de sacar al país del fracaso de la política de autarquía que había prolongado irresponsable e intencionadamente la miseria provocada por la Guerra civil, Franco se había convertido en un buen aliado de los intereses de los EE.UU. en su lucha contra el comunismo. Se ratifica la nueva situación con las ayudas norteamericanas y la entrada del país en la ONU en 1956.  En este sentido, desde finales de la década de los cincuenta, el régimen franquista favorece el turismo y otras industrias con proyección internacional: también el cine. Y ahí aparece la figura de Samuel Bronston, hombre clave de grandes producciones rodadas en España con repartos de lujo y directores de prestigio (Rey de reyes, El Cid, 55 días en Pekín, La caída del imperio romano).

Samuel Bronston necesitaba el apoyo de las autoridades franquistas para sus proyectos y el régimen de Franco necesitaba una presentación internacional adecentada y adecuada a su nueva situación estratégica. Pero el itinerario volvía al consumo interno del país y esto se pone en evidencia, sobre todo, en El Cid. Es interesante analizar cómo se manipula la historia para lograrlo y ver qué lectura del personaje se hace en la película: Rodrígo Díaz de Vivar, en ella, es un pacificador cuyo objetivo es unir España. Sus guerras lo son con un único fin: lograr la paz  definitiva (por eso la película termina con la batalla ganada por el héroe después de muerto y no se menciona la pérdida de Valencia poco después de conquistada) y ceder todo lo ganado a su rey, puesto que él no quiere una corona. El camino hacia la paz sólo puede lograrse, según el guion, con la unión de todos los españoles frente al invasor almorávide, Ben Yussuf. Y así, en la película, El Cid une sus fuerzas a varios emires musulmanes con ese objetivo. Es curiosa una secuencia en la que todos, cristianos y musulmanes, están bajo la protección de la cruz: revela que, en realidad, sólo se propone una lectura de la convivencia en la que una parte no tiene verdaderos derechos frente a la otra.

Para comprender mejor todo esto, habrá que recordar que unos pocos años antes de ser rodada la película, se había fortalecido la identificación del Rodrígo Díaz con la figura de Franco. No sólo se llama a éste  segundo Cid, sino que explícitamente el dictador se apropia del legado del héroe medieval con motivo de la inauguración del momumento al Cid Campeador de Burgos el 24 de julio de 1955. Curiosamente, el guion de la película, tristemente avalado por un anciano Ramón Menéndez Pidal, reutiliza toda la propaganda política en la que Franco aparece como Caudillo y visionario histórico tocado por una misión divina: hombre de paz que sólo recurre a la guerra para obtener un bien supremo para la nación, gobernante a la fuerza que sólo quiere fortalecer la corona de su rey legítimo, hombre de familia que tiene que sacrificar el binestar de los suyos y un sueño de vida tranquila por el sentimiento de deber que le impone su patria, figura que aglutina a todos por muy diversos que sean con el único objetivo de luchar contra un enemigo común que quiere destruir España, etc. Quizá a esas alturas Franco ya se veía como el Cid, ganando batallas después de muerto y dejando la historia de España atada para siempre.

En su recepción internacional quizá todo esto pasara desapercibido y no se contemplara necesariamente esta identificación: posiblemente no pasara de ser una película de aventuras más en la que el tratamiento de la historia pudiera estar lleno de inexactitudes, lo que no importa demasiado para su valoración estética, puesto que en el arte ha de prevalecer la verosimilitud al verismo. Quizá también para mis jóvenes alumnos, para los que Franco no es más que un capítulo en su libro de historia.

Pero había una dimensión buscada por los guionistas al servicio de Samuel Bronston que favorecía la alianza con las autoridades franquistas que a ambas partes interesaba: la lectura interna que se haría de la película en España.

En la España de los años sesenta todo esto no podía pasar desapercibido: era lo mismo que repetían a diario los periódicos y los discursos oficiales desde el final de la Guerra civil. Además, por si resultaba poco claro, hay una escena muy significativa que lo aclara definitivamente. Con la ciudad de Valencia asesiada y hambrienta, el Cid ordena un bombardeo con pan mientras grita una soflama que llama a los soldados y ciudadanos valencianos a abandonar a sus dirigentes y abrir las puertas de la ciudad. La escena y la proclama recuerdan demasiado a los bombardeos  franquistas en la guerra civil con pan de Alicante y Madrid: un pan blanco de excelente calidad que caía envuelto en octavillas que, poco más o menos, decían a la población asediada y hambrienta lo mismo que grita el Cid ante las murallas de Valencia en la película. Demasiado evidente: no convenía que los españoles que se habían sentado en la sala de cine para disfrutar de una película de aventuras históricas sobre un héroe medieval olvidaran la historia reciente.

miércoles, 16 de abril de 2008

Visitantes desde la República Checa y elogio del Hispanismo


Uno de mis últimos actos oficiales como Director del Departamento de Filología de la Universidad de Burgos, ha sido la recepción oficial de un grupo de hispanistas checos que se encuentran estos días en Castilla y León invitados por el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.


El año pasado, recibí la invitación para acudir a Praga con motivo de unas charlas que conmemoraban los 800 años de la fecha que figura en el manuscrito del Cantar de Mio Cid. Finalmente no pude acudir y cedí el encargo a mi compañero Antonio Álvarez Tejedor, que ahora organiza este Encuentro de Hispanistas checos con Castilla y León. Recibimos por estas tierras, en justa correspondencia, a este grupo de profesores e investigadores checos. Visitarán las Universidades de Burgos, Salamanca, León y Valladolid (por este orden), del martes 15 al viernes 18 de abril.


Tuve el honor de presidir ayer, por la mañana, una extraordinaria sesión académica, que recordaba a un tipo de Universidad que ya se nos ha ido, lamentablemente, en la que intervinieron el profesor Miloslav Ulicny de la Universidad Carolina de Praga, que habló de las Traducciones y adaptaciones checas del Quijote (1840-1900); la profesora Hedvica Vydrová, de la misma Universidad, que disertó sobre La historia de la literatura hispanoamericana en el contexto checho y cerró el acto el profesor Pavel Stepanek, de la Unversidad de Olomouc, que abordó el tema El Camino de Santiago desde Praga (ss. XII-XVIII). Tras la visita a la actual sede del Instituto Castellano y Leonés de la lengua y la comida en la que no faltó ni la morcilla burgalesa ni el buen cordero y el vino tinto de la Ribera del Duero, intervinieron los escritores Antonio Bouza y Óscar Esquivias.


El Hispanismo es uno de los fenómenos culturales de los que nos deberíamos sentir más orgullosos. El amor por nuestra Historia y cultura -no hablo sólo de la peninsular, sino de todo el ámbito hispánico- y el esfuerzo que dedican a entenderla, enseñarla y difundirla estas personas (en algunas épocas sin demasiado apoyo de las instituciones que deberían hacerlo) es digno de todo elogio. El Hispanismo, a pesar de que algunos nacionales han sido recelosos a la intervención de los extranjeros en nuestras cosas, nos ha ayudado a comprendernos mejor, a situarnos en el mundo, a difundir nuestras aportaciones y a corregir miradas demasiado cercanas. En algunos momentos, son hispanistas los que han comenzado a estudiar fases abandonadas de nuestra historia o tratadas de forma tópica o superficial, a desentrañar las claves de nuestros textos literarios, a construir lo que hoy llamamos turismo cultural, etc.


No sólo tengo admiración por estas personas que nos engrandecen, sino que colaboro con ellos siempre que puedo. Actualmente, pertenezco a la Junta Directiva de la Asociación Internacional de Hispanistas (cuyo Primer Presidente de Honor fue nada menos que Menéndez Pidal) y puedo asegurar que es uno de los cargos de los que más orgullo me producen. Desde aquí, mi más sincero agradecimiento a estos hispanistas checos y a todos los otros profesionales que, por el mundo, aman, estudian y enseñan nuestra cultura. Y que nos hacen entendernos fuera de toda vanidad nacionalista y de todo desenfoque local.

martes, 2 de octubre de 2007

Revisionismo histórico.

Paisaje castellano de la Tierra de Campos vallisoletana.


Dice el DRAE que revisionismo es la "tendencia a someter a revisión metódica doctrinas, interpretaciones o prácticas establecidas con la pretensión de actualizarlas". Las enciclopedias distinguen entre revisionismo bueno y malo, siendo aquel el que procede a la luz de nuevos descubrimientos o nuevas metodologías y éste el que intenta manipular la realidad para llegar a conclusiones que tuerzan el significado del pasado sobre todo con intereses políticos.

Es un buen inicio para mi primer día de clase de Literatura histórica española, una asignatura optativa en la Licenciatura de Humanidades que siempre me ha dado satisfacciones desde el mismo día en que la concebí. En ella estudiamos la literatura de temática histórica que se ha producido en español desde las primeras manifestaciones hasta hoy y proponemos una metodología para su análisis. Es sorprendente ver cómo la literatura histórica nos cuenta lo que hemos sido siempre desde nuestro presente de receptores. ¿Significa lo mismo una novela histórica romántica para un lector del siglo XIX que para nosotros? El pobre Cid, por ejemplo, ha pasado por muchas manos.
La literatura histórica nos señala, desde lo ficcional verosímil, las necesidades colectivas de las épocas a las que pertenecen los textos: su concepto del individuo y la sociedad y las grandes cuestiones de cada tiempo. Pero a mí me suele interesar también, y más con la presencia de los alumnos erasmus que, desde diferentes orígenes, llegan a mi aula con amor por la cultura española, la revisión del concepto de España que suelen acarrear las obras literarias. ¡Y cómo se ajusta milimétricamente a la situación política de cada momento y a las corrientes de pensamiento!
Toda nación parte, para legitimarse, de una mentira histórica contada a posteriori para dar solidez a un statu quo o a una identidad colectiva. Detrás de la esencia de cada nación, por lo tanto, hay un revisionismo histórico de segundo grado que se superpone a una realidad anterior. Sólo permanecen aquellas que encuentran su lugar en el contexto geoestratégico y una fuerza interior de cohesión que las vertebra e, incluso, les da una proyección exterior que las hace respetar por otras naciones o que ayuda a su expansión. Por eso, Europa, que es para nosotros una entidad cultural similar a la que fue España en la Edad Media para los habitantes de la Península Ibérica, no termina de asentarse.
Luego, a mi vuelta a casa, he encontrado en un sobre viejas fotos de la Tierra de Campos que ahora digitalizo aunque no tengan unas condiciones perfectas. En ellas veo, sobre todo, horizontes, amplios horizontes: quizá es por eso que la historia de estas tierras se ha dilatado tanto que ha perdido el punto de cohesión. Tampoco es mal final para una nación: deshacerse en otras hasta convertirse casi en mito. Esa fue, en gran medida, la Castilla cantada por los escritores de principios del siglo XX. Gran parte de esto constituye su esencia y su permanencia pero también su debilidad como realidad política actual. Luego están los malos gobernantes y la desidia de los habitantes.

domingo, 30 de septiembre de 2007

Desde la Plaza de Vega.


El paseante se ha detenido en esta mañana de domingo junto a la vieja casa que mira al Arlanzón desde la burgalesa Plaza de Vega. Este lugar que pisa fue parte de la glera en la que acampara el Cid antes de iniciar su destierro, según la leyenda del Cantar:

Salió por la puerta y el Arlanzón pasaba
cabo esa villa en la glera posaba

Quizá el Cid esperara que el Rey le perdonara o que el pueblo burgalés se atreviera contra su monarca. Quizá aun está acampado aquí y aun lo espera.

Esta zona fue después rico viñedo que se trasformaría, con el crecimiento urbano, en lugar de comercio y residencia populosa. Era desde donde se miraba la silueta de la Catedral antes de cruzar el río por el Puente de Santa María. O, como en el caso de don Rodrigo -que no pudo ver las torres góticas-, desde donde se contemplaba la ciudad antes de partir. Por eso siempre presentó bullicio y tránsito, hasta hoy. Y emociones encontradas.

El fatigado caminante, que ha salido a recorrer la ribera a pie en este día ya otoñal, ha llegado frente a esta casa en ruinas, con las ventanas desojadas y las entrañas vaciadas. Y se queda contemplándola. Qué sentiría el Cid en su partida.

Cuáles son los sentimientos de este viajero de esta mañana tan larga, que tiene ganas ya de abrir aquella puerta, arrojarse sobre una silla como quien desecha un fardo y dejar que el tiempo, lentamente, vaya curando sus heridas después de tanto tiempo fuera de casa.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

lunes, 16 de abril de 2007

Malatía

A la vuelta de de clase, esta mañana, me acodé, pensativo y triste, en el petril de este puente. El Arlanzón, abajo, corría espumoso y limpio hacia su destino. Contemplé, durante largo tiempo, el agua. Sé que no sólo ellos lo cruzaron desde su construcción en el siglo XII, pero a ellos les debe el nombre. Los leprosos, que eran arrojados por la ciudad al Hospital vecino, seguro que hacían guardia a ambos lados para pedir limosna a los peregrinos. ¿Cuándo hemos dejado de tratar al apestado así, desterrándolo de nuestro lado, si es que hemos dejado de hacerlo? No solemos querer a nuestro lado lo que puede contagiarnos, y mucho menos cuando el enfermo está llagado y en su rostro se observan las huellas de su mal. Sin embargo, cómo ignoramos esas otras llagas que no vemos, las que todos llevamos dentro. Bajé a la orilla y mojé mis manos en el agua fría. Me refresqué el rostro. Cuando Rodrigo Díaz de Vivar caminaba por aquí, no existía este puente, quizá uno anterior más rudimentario, pero él también hubo de encontrarse con un malato según canta su leyenda -que no su historia- haciéndolo ejemplarmente santo en textos que nacen en el Cantar de Rodrigo, pasan por el romancero y llegan, a través de Guillén de Castro y la literatura francesa, a Rubén Darío. Me sequé con el pañuelo, y volví a mirar la corriente. La de Rodrigo es una bonita historia falsa que se hizo necesaria porque la gente necesita creer que hay almas nobles en un mundo tan hostil. Alguna, sin embargo, se encuentra.