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jueves, 13 de septiembre de 2007

Ahogo de luz.


Siento en las gárgolas vocación de oscuridad. Por eso, estas gárgolas del hermoso patio renacentista del Hospital del Rey de Burgos retuercen sus rostros, ahogadas por la luz del mediodía. Esperan con ansia las primeras sombras de la tarde para recobrar sus fauces nocturnas y vomitar por sus bocas sustancias viscosas que atrapan al desprevenido paseante. Hay quien piensa que de ellas copian su esquivo comportamiento los que diseñan las campañas de nuestros políticos. Nunca al sol, siempre secretos. El candidato, que no está hecho de piedra tan permanente como ellas, se expone al desgaste de la luz, mientras, ciego, lo guían desde las sombras. Quizá, alguno...


jueves, 12 de julio de 2007

La gárgola de Villamorón o ya han pasado diez años.


[gárgola de la iglesia de Santiago Apostol de Villamorón, Burgos]


Hace diez años volvía de Cáceres.

Había formado parte del Tribunal de la Tesis Doctoral, dirigida por Gregorio Torres Nebrera, de Manuel Simón Viola. En ella se estudiaba y editaba con mimo la obra poética del modernista extremeño Manuel Monterrey. Todo se había desarrollado con éxito para el doctorando. En el autobús de la línea regular en el que regresaba a casa, todos los viajeros íbamos en silencio, oyendo las últimas noticias sobre Miguel Ángel Blanco a través de los altavoces del vehículo.


Todo el mundo recuerda dónde estaba y más o menos lo que hacía en esas fechas en las que la sangre, como vómito negro, nos inundara los ojos. Otra vez. Pero de allí salieron un grito -¡Basta ya!- y unas manos blancas. Grito y manos blancas nacieron de gestos sencillos, de ciudadanos anónimos que obligaron a los políticos a fingir unidad y jugar, por un tiempo, con las normas que les marcó la sociedad y no con las estrategias de los diseñadores de las campañas electorales.


Han pasado diez años y hoy me encuentro en este pueblo semiabandonado de Castilla, Villamorón. Gran parte de las casas están hundidas y el adobe vuelve a la tierra de donde salió con la industria de los antiguos habitantes, cumpliendo su ciclo natural. La imponente iglesia, parte de un conjunto de edificios situados en la zona que Esquivias ha llamado El airoso gótico del páramo, se está resquebrajando y parece amenazar ruina a pesar de las obras de urgencia que se llevaron a cabo no hace mucho. En la fachada principal, esta gárgola extraña, digna de pesadillas góticas, muestra su boca y no sé si de ella saldrá el eco de aquellos gritos de hace diez años o alguna sustancia viscosa. Esta iglesia tiene más de 700 años. La gárgola ha visto pasar tantas nubes de tormenta que ya desconoce si podrá desaguar más veces el agua que vierte el tejado de este edificio agredido por el abandono.

jueves, 26 de abril de 2007

Ansia de oscuridad


Esta gárgola del Hospital del Rey de Burgos tiene un carácter diferente a la de su hermana en el destino de Salamanca. Aquélla tenía añoranza de luz y buscaba ansiosa respirarla. Ésta tiene insistencia hosca de profundidades. Sañuda, se sumerge en la oscuridad hasta que se convierte en parte de ella, con intención de escupir su rencor sobre los desprevenidos nadadores del patio sumergido. Como ella, hay gente que prefiere vivir inclinada hacia el abismo. Estas personas aguardan en los rincones, ceñudas y ofendidas, declarando su amargura y. como sirenas negras, arrastran al ingenuo hacia las rocas de la desesperación.

martes, 10 de abril de 2007

Nueva luz en Salamanca

(Fotografía de Elena Ojeda.)
El sábado pasado me escapé a Salamanca con mi hija. Ya he dicho aquí que es una de mis ciudades favoritas. Recorrimos las calles, visitamos con calma la Casa de las Conchas, la Universidad, las Escuelas menores, el puente romano. Por la tarde, la Catedral Nueva y la Vieja, la Casa Lis... Las hordas de turistas matutinos habían desaparecido ya y todo era más agradable. Le fui dando las explicaciones adecuadas para su edad -hasta fabriqué una versión infantil de El Lazarillo-. Si siempre me gustó Salamanca, adquirió, para mí, una nueva luz: la de los ojos de mi hija.
La revisito hoy con las fotografías que hizo ella, que era quien llevaba la máquina -los niños entienden mejor estos aparatos modernos- y que supo buscar enfoques adecuados. Hizo fotografías de todo lo que le llamaba la atención. Algunas me sorprenden, por los detalles.
Entre ellas, la que encabeza esta entrada. Es una gárgola del patio de la Casa de las Conchas en la que este monstruoso ser parece tomar una bocanada de luz antes de sumergirse de nuevo en las sombras.