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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Arlequín cambia


Llega un momento en el que a Arlequín le cambian las normas de juego: no tanto por algo que haya hecho él en la relación con sus amos o con los otros sirvientes como por necesidad de toda la sociedad en su conjunto, sobre todo de los que han hecho fortuna con el comercio y empujan para llegar al poder reservado antes a unos pocos. Y Arlequín se hace revolucionario: no dejará de ser un peón en el combate, pero tiene su cuarto de hora de protagonismo al frente de los grupos que asaltan la Bastilla y aplauden las ejecuciones de quienes antes le mandaban. Incluso le eligen diputado y deja el traje de rombos colgado en el fondo de su armario. Pero nadie le quitará la huella que han dejado en su piel aquellos rombos remendados. Arlequín no dejará de ser un sirviente. Hasta que su propia revolución no parta de reconocerse como tal y señalar a sus nuevos amos, menos reconocibles porque puede sentarse a veces junto a ellos en el café o en el teatro y se le muestran como iguales, nunca será más que una persona entre dos mundos.

martes, 28 de diciembre de 2010

Arlequín


Siempre me dio pena Arlequín, que a los demás daba risa: un zanni listo cuya vida consistía en sobrevivir en un mundo que no era el suyo y por eso contribuía a enredarlo todo para hacerse necesario. Demasiada fatiga para el que nunca dejará de ser un sirviente. Incluso cuando parecía que triunfaba sobre sus amos terminaba reconduciendo toda la situación para conservar el sistema establecido que le daba de comer mientras le mantenía en la zona más baja de la escala social. La risa puede ser revolucionaria pero solo si se produce en igualdad, si no solo es una válvula de descompresión. Cómo nos hemos reído siempre del poderoso para correr a obedecer sus mandatos después. Los autores teatrales se empeñaron en dignificarlo y hasta le hicieron amar pero cuanto más lo alejan de sus inicios más sombrío me parece. Pero he ahí una vedadera revolución: si dejamos la semilla del amor dentro de alguien, antes o después se enamorará de quien la sociedad no le deja enamorarse. Y el amor, a diferencia de la risa, sí es revolucionario cuando es frustrado. Pero todo eso no lo sabe el pobre Arlequín mientras corre de un lado a otro, como un ser partido entre la necesidad de comer y el deseo de ser libre por encima de sus amos.