"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 14 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 29

 


Prost!, y Judith hace chocar su jarra contra la mía. Había oído hablar tanto a Else de este hombre que tengo enfrente ahora, dice. Es muy parecida a ti, ¿verdad? Tan directa me pilla desprevenido. No he tenido suficiente tiempo para conocerla, Judith. Esta balbucea buscando las palabras justas. Lo digo porque ella gusta de ciertas tertulias interclasistas en el Josty, no se siente allí extraña, más bien reconocida, aunque ya sé que tú eres un solitario. Y los solitarios sois tan peligrosos. Nos observáis a todos los demás, pero con un disimulo que da la impresión de que jugáis con ventaja. A mí por ejemplo se me ve venir. Pero un solitario, aparentemente encerrado en su mundo de lecturas y pensamientos reposados, nunca sabes por dónde va a salir. Tal vez no soy tan solitario como pretendes verme, Judith. En pocos días he salido de aquel café, he conocido a Helmut, me habéis traído a vuestra taberna de conspiraciones y por si fuera poco aquí me encuentro ahora entre la cerveza y una mujer que no me da tregua. Y no me digas que te has citado conmigo para seguir rebatiéndome los artículos. Judith me mira con un brillo que si no tuviera una pizca pícara diría que es agresivo. No me dedico siempre a rebatir lo escrito, pero sí a agitar un poco a los indecisos. Esta pulla no me hace saltar. Le replico. ¿No has pensado que acaso los indecisos tienen razones fundamentadas para serlo? Hay mucho de emocional en decidir o en contenerse y ya veo que tú no te piensas dos veces la acción. Además cometerás errores, supongo. ¿Aprendes de ellos? Su carcajada abre otras puertas. Si te contara mi vida, y mira que aún soy muy joven, te sorprenderías de los pocos aciertos que he tenido. Cada error ha sido un estímulo para retomar una situación, que a su vez antes o después me ha llevado a otro desacierto. No puedo evitarlo y no es que me falte capacidad de razonamiento, es que mi impulso se impone. Pensarás que es defecto de mis años y que soy una alocada, pero te aseguro que no más que los que estos días han tomado las calles hartos de no ver un futuro seguro. ¿Quieres decir que tu radicalismo no es fruto propio sino de la convulsión que vivimos?, le pregunto por templar el diálogo. La convulsión y yo somos una excelente pareja, nos llevamos con armonía, aunque ambas podríamos volver a equivocarnos, responde con una mueca que la muestra vulnerable. Tal vez la armonía del caos, se me escapa. Quién no es hijo del caos, señor intelectual. ¿No tienes miedo?, digo. ¿No lo tienes tú?, dice.



*Ilustración de Inés González.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 28

 



Sospecho que esta aproximación a la mujer va a ser la última. No solo con Else sino con cualquiera. Las mujeres de mi pasado se extinguieron bien en el anonimato bien en la muerte. Esa otra forma de anonimato al que ridículamente se le concede el obsequio del recuerdo. Y los recuerdos nunca sustituyen lo vivido, si bien alientan fantasías o juicios de valor o una lenta compensación de las carencias. Ella se ha dejado, ha permitido que yo haya sentido, me ha sentido a mí. Pero ¿han sido las mismas sensaciones de juventud? ¿Queda algo de las viejas entregas, cuando la exploración era más estimulante que la experiencia a la que ahora solo persigue el desinterés y el agotamiento?

¿No te parece que a medida que perdemos el gusto por amar más nos acucia el turbio pensamiento del fin?, pregunta. Dice fin, teme decir acabamiento. Huye de pronunciar la palabra de las diez mil lenguas pero una única conclusión. Hace poco vi una película muy reciente, de cierto director actual, que trata del tema fatídico, digo a la mujer, obviando el término clave. Y aunque su argumento se desarrolla en una Edad Media cercada periódicamente por pestes exterminadoras bien puede representar lo que hemos vivido. Y en ese filme la muerte es la Muerte, un personaje al que, como ha hecho durante siglos toda la mentalidad tradicional, el director personifica, le hace hombre con una ambigüedad exterior pero con una concreción funesta en cuanto a su misión. Pero sabes qué hay, ¿aparte del miedo a la muerte que manifiestan todos los protagonistas? Hay la angustia generada por los predicadores. Hay la brutalidad persecutoria del poder elesiástico. Hay la pobreza y la miseria de cuerpos y almas. Hay la inseguridad. Pero, y esto sí que es fascinante, hay un margen para el amor, manifestado en una familia pequeña de juglares o saltimbanquis donde los padres se quieren y quieren al hijo en el que de algún modo proyectan no tanto sus ilusiones como sus esperanzas, o acaso es a la inversa. Y eso revela que no es una mera película sobre la muerte sino también sobre el amor que puede salvar. Y, ojo, tiene su pizca de ironía y desenfado, no es necrófila en absoluto.

Else ríe. ¿Un amor salvífico?, dice jocosa. No, solo compensatorio, digo. Entiendo que hablar de este asunto tratado en una película es algo que podemos captar mejor a nuestra edad avanzada y con nuestros achaques que si la hubiéramos visto de jóvenes, cuando apenas se hacía cine y aún no se había socializado. De jóvenes ya vimos lo que vimos, replica con una serenidad que no puede evitar una huella de melancolía. Pero no interpretábamos, Else. Cuando eres joven y estás metido en una épica vertiginosa se percibe el dolor pero lo contrapesábamos con una aspiración radical que anhelábamos cambiante y liberadora. ¿La de un triunfo de las ideas? ¿La de generar un mundo nuevo? Más bien la certeza de que pasara lo que pasara teníamos una vida por delante. Esta imagen de que saldríamos de todas, simplemente porque éramos conscientes, por la edad y un cuerpo aún dinámico, que disponíamos de salud y vigor, y que no cabía dar vueltas a lo ineludible, nos ponía a salvo. Aquel ha muerto, el otro no apareció nunca, eran las expresiones comunes que cundían entre nosotros sin mayor indagación. Nos afectaba pero no nos hundía. La muerte existía como acción de un enemigo que era tan frágil como nosotros pero que poseía la fortaleza de las bestias, es decir el poder y las armas. Y al que, ingenuamente, pretendíamos desmontar.

Else me ha escuchado atentamente. Aunque no hubiéramos hablado ahora de esto, dice, aunque la gente no comente porque mantiene un buen margen de superstición y de tabú, sí que existe un diálogo interior. Nadie se engaña. Nadie habla con una figura metafórica, y menos fantasmal, dentro de sí mismo, sino con su doble, con su declive, y dónde acaba todo. Porque sabe del propio desgaste, la pérdida de propiedades, el trastorno, todos esos heraldos negros que caminan con presura hacia un instante vacío. Y aún hay muchos que piensan que la alternativa consoladora es la religión. La alternativa de muerte, Else, es vida, no le demos vuelta, y esta comprende su limitación. Y ahí está lo crucial, aceptarlo. La única religión que reconozco válida es la memoria de lo vivido.





*Fotograma del filme "El séptimo sello", de Ingmar Bergman.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 27

 



Parece mentira pero mi artículo ha causado revuelo. Me defiendo con argumentos ante este petit comité donde soy escuchado con avidez. Los movimientos en la calle están siendo cada vez más audaces, digo, y ya no responden a simples escritos, y tampoco sé hasta qué punto a los líderes que van de carismáticos. Y esto lo sabemos todos. No se para así como así al que poco tiene que perder. No digo que haya que pararlo, sino que propongo no caer en el abismo, como ya ocurrió en otras circunstancias. Porque después se benefician los mismos, los que desde su cómoda posición, tan distante de la nuestra, mueven hilos oscuros tratando de manipular a quienes de buena fe han tomado derroteros osados. 

Todos me miran con asombro, como pensando: ¿de dónde sale este? ¿Es el que creíamos que era o un rebelde oculto? Las razones por las cuales se ha llegado a este fuego vienen de muy atrás, continuo. Por un lado, nuestros gobernantes están desacreditados o, mejor dicho, incapacitados para una tarea que les viene grande. O peor, no están dispuestos a aportar soluciones imprescindibles con las que no se identifican. Mala herencia dejó un kaíser que está manchado de sangre. Por otro lado lo que cunde es la desesperación y el anhelo generalizado por alcanzar un cierto bienestar que saque a tantos de la miseria. Y siempre latiendo el temor a volver a peores situaciones. Judith es implacable y lo expone. ¿Peor que esta a la que hemos llegado? Helmut me mira como diciendo: ya le previne. No digo que discrepe de la integridad de su artículo que parece sensato pero genera dudas, prosigue Judith. Lo que me pregunto es si a estas alturas de la revuelta pueden interesar los devaneos de un filósofo, y así te veo a ti, a una masa que ha llegado ya a sus propias conclusiones dispuesta a jugarse el todo por el todo. Me solivianta su exageración oportunista. ¿Crees, Judith, que la masa, como la llamas, quiere suicidarse? Por supuesto que no, salta virulenta, por eso necesita que gente pensante, con ideas y perspectiva, sepa dirigirla, pero no desviarla. Me quedo con ganas de decirle: crees demasiado en los mesías y yo no creo nada. Pero no quiero caer, por respeto a los demás, en su red de provocación. 

Else, que por fin ha dado señales de vida tras salir indemne de una comisaría, es más sagaz. Sus palabras me respaldan. Toda opinión debe ser publicada. No hay que considerar idiota a la gente. Si ven en nuestra revista distintos enfoques no solo elegirán entre pluralidad de criterios sino que les estaremos ofreciendo un medio menos uniforme pero que sabe plantear las cuestiones en una dirección de avance. Por mi parte, dice con aplomo, no tengo inconveniente en que se edite. No podemos demorar la salida, si queremos ser tenidos en consideración aún en esta sociedad convulsa. 

Judith ha venido hacia mí y me suelta al oído con socarronería: ¿Eres tú quien ha convencido a Else? Porque ella era más decidida antes de conocerte. Voy a tener que tomarme contigo unas buenas henkel un día de estos para ver si me convences a mí también. He sentido el calor inquietante de su aliento próximo a mi cuello. Sigue mordaz. Puestos a un debate podemos jugar al juego de la salvación, ¿lo conoces? ¿No? Aquel en que los jugadores van sorteando entre sí quién se salva y quién se condena...a base de unos buenos tragos de cerveza.



lunes, 2 de diciembre de 2024

Ecos lejanos, 26


¿Sabes algo de lo que más agradezco en este reencuentro? Que no hayamos hablado todavía de nuestros males...llamémoslos físicos. Me he echado a reír estrepitosamente ante esa valiosa aportación de Else. Pero si estamos casi enteros, digo sin rebajar la risa cómplice. Un tema tan recurrente como excusable a nuestras edades, ¿verdad?, dice. Ese y el otro. ¿Cuál otro?, me hago el despistado. El otro, el que nos obsesiona cada días más, el que ha transcurrido a nuestro lado desde hace décadas. Desde aquella revolución frustrada a la debacle patriótica y al desastre consecuente. Y el goteo de tantos que sobrevivieron a penurias y persecuciones, pero no escapan de sí mismos. Porque también sucede por razones que suelen llamarse naturales. ¿Recuerdas la frase tópica de los periódicos: murió de muerte natural? Debía resultar excepcional morir por su propia llamada interior, que no únicamente por las carencias elementales o por la devastación. Creo que mi sonrisa en este momento se ha vuelto más cínica y ella me devuelve la suya con el mismo rictus. Ya, lo natural y lo accidental, ¿dónde la frontera ante un acontecimiento personal que no sabe de categorías del lenguaje, Else? ¿Tú crees que hay misterio en la muerte?, dice. No, ninguno, me apresuro. Los misterios son siempre una ficción, es solamente la manera de nombrar lo que aún no conocemos. Pero aquello de lo que hablábamos de jóvenes, lo del éros y el tánatos, como un gran descubrimiento, ¿hasta qué punto no son conceptos misteriosos? Y ya sé que es algo que anida en nuestro interior desde que nacemos. Else, nos gusta conceder a esos términos una calidad superior a la que tienen, ¿sabes por qué? Porque la vida es insatisfacción, por más que consigamos algunos logros y ciertos placeres, y nos devora contantemente el deseo y nos golpea cada día el miedo. Son nuestras emociones las que convierten en algo sacro lo que no son sino manifestaciones naturales, inevitables, con sus límites y en ocasiones con su brutalidad. Eso lo sé, y Else se recoge sus cabellos aún frescos. Pero tú, ¿qué crees?, ¿qué son más poderosos, los sentimientos de amor o los de la muerte? Mi risa es esta vez más incisiva. Se alimentan unos de otros, Else; ya sabes, los vasos comunicantes.

Else aún conserva un cuerpo que no ha perdido los perfiles sugerentes de su juventud. Detecta que la observo, que me complazco en su silueta. Qué miras tanto, se queja con una coquetería mal disimulada. Ya no soy la que te volvía loco de concupiscencia. Aquella mirada aún la conservo, le digo con dulzura, y noto que mi cuerpo se deja afectar todavía. Me aproximo a ella. Me mira como si dudase de sí misma.




*Dibujo de Edward Hopper

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 25

 



Está bien y no está bien, dice Judit devolviéndome las cuartillas. No ha tardado apenas nada en leerlo y no me he resistido a preguntar. ¿Se lo ha leído todo ya? Me responde lacónica. ¿Lo dudas? Está bien escrito, lenguaje claro y preciso, todo el mundo lo entenderá. Pero encuentro tibios tus planteamientos. Se debe escribir para incentivar y no para frenar, ¿no? 

Judit es de pequeña estatura, morena, flequillo travieso y mirada que va más allá de uno. No, no es actitud prepotente sino un ejercicio de autodefensa con la que intenta salvar su nervio precipitado. Me gusta su tuteo aunque apenas me conoce. ¿Es una manera de lo que supone ella derribar reglas de clase o de obligar a ponerme a sus pies? Me contagia su estilo. Ya me habían advertido que eras muy radical, me defiendo. Su instante de calma es efímero. Sal a la calle y di a los que están soliviantados que aquí no pasa nada, que se vayan a casa, que ya procurarán por ellos los mismos o parecidos a los que ya anunciaron antes que iban a solucionarlo todo. Presiento que me arrastra a su terreno. No pretendo en el artículo detener nada, solo pido cordura y claridad en lo que se hace, exclamo con el tono más templado que puedo. Judit me sigue provocando. ¿Por qué esa actitud? ¿Porque su militancia activa le impide dialogar con quienes considera templados en el mejor de los casos? Mira, tengo la sensación de que escribes como si estuvieras en la cápsula de tu Josty, y allí no se entiende nada. Me dan ganas de saltar y decirle: no entenderán otros pero en aquel gueto de gente bien yo tengo mi propio aislamiento. Me lanzo. Allí pienso, Judit. Observo y reflexiono. Doy vueltas a las informaciones sobre la insurrección en marcha. Leo y repaso sobre experiencias pasadas y sobre otras insurgencias, de las que la mayoría no triunfaron. Judit me interrumpe. Ah, todo muy cómodo, ¿no? ¿Con eso te basta? Creo que Judit me ve encogido si no apocado ante su insistente tenacidad. Conocer otras experiencias no es algo inútil, digo irritado. Entender lo que sucede ahora no se resuelve lanzándose al vacío. Lo creas o no, yo estoy con vosotros. Sería también para mí una frustración si todo fracasa. Judit se agita más. Entonces, ¿por qué no das acción a tus palabras y transmites no solo esperanzas vanas sino un cierto fragor que todos entenderán?

Por cansancio o por prudencia enmudezco. Ella también. La mujer ha abierto los ojos de par en par. Una mirada aguda, el destello que irradia una simpatía que ella protege tanto cuando argumenta con dureza. Por un instante me parece haber perdido el hilo de nuestra discusión. Son sus ojos los que me echan un pulso. Es su boca pausada ahora, perfectamente delineada, la que me habla. Son sus manos posadas sobre la mesa, dedos toscos y resecos, su condición de obrera que muestra con orgullo, las que me reclaman. ¿No dices nada?, me espeta de pronto. Debería leer el artículo Else, sentencio brutalmente.



*Fotografía de Lotte Jacobi

lunes, 25 de noviembre de 2024

Contemplación

 


Fue al abrir la planta cuando se me reveló el misterio de la vida. La virtud de lo recóndito.



viernes, 22 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 24

 


Sigue siendo tu mano tan leve como entonces, susurra la mujer. Es ese don de aquello que roza lo imperceptible lo que siempre me gustó de tus caricias. Un don que desecha lo vulgar, que atraviesa el tiempo y actualiza el instante. Un vuelo ligero que al contacto con mi cuerpo tomaba volumen y sobre todo densidad. Un soplo que no es garra, ni dentellada que te roe, ni losa que te oprime.

Nunca me resistí a ti, y tú nunca te impusiste a mí. Cuando sucedió todo, cuando transcurrió veloz y dramática la vorágine, eché de menos la calma de tu frágil pero elocuente tacto. Una señal que emanaba desde cada uno de tus espacios, con la que yo me ungía. Aun cuando lo perentorio en aquellos días consisitiera en salir indemnes del atolladero y la salvación de cuerpos y voluntades fuera lo que más nos urgía, forcé el recuerdo de tu liviandad. Como contrapeso al desprecio y a la violencia que se desataron contra todos nosotros. 

En el inicio de la dispersión no dejé de alojarte. ¿Me aferraba a un tótem? Te convertiste en el mayor secreto. ¿Hay algo más sagrado que el secreto? Ambos habíamos cultivado una sacralidad particular, ceñida a nuestro propio entendimiento. Amarrado a nuestro particular diálogo afectivo. No tenía que justificarse ante nadie y para nada. Era morada, prueba, dirección única. ¿Te parecí alguna vez que yo fuera Dafne? ¿Por qué a los hombres os atraen tanto las ninfas puras? A diferencia de la dríada, yo no pretendí nunca preservarme ni fui jamás huidiza ni me convertí en laurel ni mis brazos se transformaron en ramas, ¿o tal vez sí? Tal vez acabé convertida en un árbol lujuriante. Tú solías repetir: mi destino es estar siempre bajo tu sombra. En tus momentos encelados osabas transgredir los principios de mi libertad preguntando: ¿cuántos se han refugiado entre tu ramaje? Ese pensamiento, ¿agitaba tu inquietud y te arrastraba a amarme más intensamente? En aquel estado umbroso que yo te proporcionaba solo tú te solazabas, como nadie antes supo ni pudo hacerlo. Ni lo haría después. Pero el destino deseo chocó con el destino realidad. Las emociones afectivas trocaron en conmociones históricas. La posesión que presumía de inexpugnable cayó troceada en pérdida.

Cuando llegó la brutal separación, la que todos los nuestros padecieron de distintas formas, en algunos privándose de seguir viviendo, en los más sufriendo el exilio, cuando fuimos ausencia unos de otros, yo creí sobrevivir emocionalmente con tu recuerdo poderoso. Pero me encontré de repente seca. Mi frondosidad se extinguió. Mis solicitudes se evaporaron. La apetencia de alojar a otras almas cesó de la noche a la mañana. Tú desapareciste. Yo te hice desaparecer. Cabía prolongar ese recuerdo, dotarlo de imágenes, de sensaciones, de deseos vividos. Mas se hallaba encerrado en la memoria secreta que no convenía desvelar, siquiera por si venían tiempos más sosegados.

Ahora, tu mano ligera pero insistente, cuando nuestros cuerpos son otros cuerpos, y poco reconocibles para nosotros mismos, sigue conservando una suavidad entre sus arrugas. ¿De qué hablan estas palmas ajadas? ¿Qué percibe tu mano de mí? ¿Qué nos queda por sentir? ¿Qué podemos alcanzar cuando la aridez se ha impuesto, probablemente sin reversión, en nuestras existencias?



*Ilustración de Inés González

martes, 19 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 23

 



Helmut me recibe en la taberna que frecuenta con una sonrisa inhabitual. Me ha costado llegar, me justifico. Demasiado ruido y algunas calles cortadas por la policía, aún tan prusiana. No importa, ha hecho bien en cuidarse, asiente el editor. Le encuentro radiante y sin el ceño de otras ocasiones, así que dejo que hable. ¿Sabe usted? Me ha sorprendido mucho su artículo. Para ser un intelectual recóndito y supuestamente aburguesado usted dice cosas sustanciosas y plantea cuestiones más próximas a la acción directa que a las teorías bonitas que luego no se sabe cómo llevar a la práctica. ¿Lo ha leído Else? Me sorprende la pregunta, cuya intención prefiero no juzgar en este momento. Hace días que no veo a Else, digo tajante. ¿No ha aparecido por el Josty?, insiste. Pues me preocupa, porque si ni usted ni yo nos hemos encontrado con ella últimamente es que puede estar teniendo alguna dificultad. Sospecho a qué se refiere pero no quiero incidir. Su mirada me escruta y yo callo. Centrémonos en su escrito, dice rompiendo el instante de tensión. Me gusta su estilo porque desciende al barro, pero lo hace de manera indirecta. No incita, solo sugiere. No provoca, da elementos de juicio para que los lectores saquen sus propias conclusiones. No hace llamadas incendiarias, deja que cada cual compruebe quiénes son los verdaderos pirómanos en esta sociedad podrida. Es muy medido en su exposición. ¿Cómo se lo tomarán los lectores? ¿Lo verán sinceramente templado o agudamente sibilino? ¿Lo considerarán un híbrido entre el pensador de salón y el escritor de libelos? ¿Valorarán sus planteamientos reflexivos cuando todo parece ir demasiado rápido y sin que se atisbe un freno? Helmut hace una parada en sus interrogaciones. Luego alza su mirada de los papeles y me observa fijamente. Lo suelta de repente. Para tener una apreciación más amplia del texto se me ocurre que podría leerlo Judit. ¿Sigue sin conocerla? Se lo pasaré hoy mismo a ella, aunque no crea, no es mejor juez que Else a la hora de valorar. Le vencen sus urgencias excesivamente radicales. Pero no habremos perdido nada con solicitar su opinión. Algo se rebela dentro de mí y no me callo. Puede intentar localizar a Else, digo con una prudencia mal reprimida. Puedo intentarlo, y cuantas más opiniones del círculo íntimo tengamos será mejor. Pero usted no deje de escribir, continúe fluyendo, y no tema caer en lo descabellado, aunque no creo que tal actitud quepa en esa mente controlada que posee. Interrumpo a Helmut. Usted lo ha dicho antes. Todo va demasiado deprisa, la gente quiere direcciones seguras, sí, pero sobre todo indemorables. Puedo ser contagiado por la corriente más impulsiva. Helmut está a punto de decir algo, pero deja que se expresen por él sus facciones relajadas. El brillo sanguino y excitado de sus ojos me está pidiendo más.





*Fotografía de Alexandr Rodchenko

viernes, 15 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 22

 


¿Sigues recordando a Helmut tras estos años de olvido?, digo a la mujer, cuya imagen rebota en el cristal del invierno. E insisto, pero sin acritud. Un Helmut que nunca volverá. Ella se vuelve hacia mí, se revuelve contra mí. Hemos vuelto los que teníamos que volver, dice con una entonación débil, incluso afable. Pero eso sí, nunca hay olvido definitivo; sí hundimiento, también renuncias, y también superación. Seríamos injustos si no reconociésemos todas las fases por las que hemos atravesado. ¿Que algunos de nuestros amigos y compañeros cayeron entonces? Fue un hecho. ¿Que otros se han perdido en la nada durante estos años? De algunos sabemos, de otros nadie nos dará razón nunca. Cierto que no nos acordaremos de aquellos que no nos significaran en especial. Pero de los que estuvieron cerca, o aquellos que conocimos accidentalmente y nos causaron grata impresión o esa minoría que por un breve espacio de tiempo alentó nuestras vidas, bien con sus ideas o con sus afectos, ¿cómo podríamos olvidarnos? Además hay un esfuerzo recurrente, también reflejo, por tenerlos presentes. No se nos aparecen en la mente todos los días, eso sería una obsesión, pero son personajes que ante circunstancias especiales, a veces casuales, se nos muestran. 

Afirmo con la cabeza, luego busco una expresión de halago. En mi caso sí debió ser obsesivo que te evocara. Reacciona. ¿Por la memoria que guardas de nuestro entendimiento sexual? ¿Por las contribuciones ideológicas con que ambos nos pertrechamos? O algo más simple. ¿Porque te sentías abandonado de ti mismo y me buscabas como referencia que compensara tus desequilibrios más integrales? No en vano aquel tiempo juntos pareció hacernos indisolubles. 

Sus preguntas son certeras. ¿Preguntas o dardos? Busco una respuesta sincera, si bien suena a diplomática. Por todo o por cualquier razón que señalas, según circunstancias. ¿Tú no? La mujer sonríe pero se da la vuelta. Miro el contorno de su espalda. El cabello corto que libera el mismo cuello esbelto que siempre ha tenido. Me gusta contemplar su rostro reflejado en la ventana, menos preciso y más misterioso. No sé, dice casi sin voz. Te mentiría si te dijese que solo tú estuviste presente estos años. Todos los hombres con los que estuve antes de ti me acompañaron siempre. La mayor parte de ellos de una manera tibia, fugaz, sin mayor impacto. Con distinto ritmo y escasa persistencia. En situaciones vividas después sus imágenes acompañaron imágenes vivas que yo haya podido percibir, por ejemplo ante la visita a una ciudad o al leer textos que había comentado ya con otros. O incluso en el mismo momento de abrazarme a un hombre se instalaba en mí la sensación de que abrazaba a otro del pasado. A ti mismo, sin ir más allá. ¿Quién puede borrar todo lo que hemos recibido con bondad o placer? ¿Quién no recurre a recrear instantes de satisfacción o de euforia o de claridad de ideas que hemos tenido y nos han hecho ser lo que somos? 

Casi no la he escuchado. Es su cuello desnudo el que emite señales que escapan de ella. Una forma que no ha cambiado y que me pide diálogo. Lo acaricio.     




*Fotografía de Gertrud Arndt

lunes, 11 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 21

 


¿Este es su lugar de trabajo, Helmut? Es acogedor, pero se va a dejar la vista entre tantos papeles. Helmut pone un dedo significativo en sus labios. Pretende ser un sitio discreto, dice, que algunos querrían conocer y no precisamente para entusiasmarse con mi actividad. Pero sí, aquí es donde redacto mis artículos, donde corrijo los que otros me entregan. Ahí él me pilla. Sonrío. Aún no le he entregado nada y me incluye, no sé si con bondad o con alevosía. Con ambas intenciones, replica. Ella me echa una mano a la maqueta, después de haber traído las contribuciones de varios artistas que están por nuestra labor. ¿Ella? ¿Else? No solo está Else. También Judit. ¿No le ha hablado Else de Judit? Es más audaz que nosotros, hay que calmar sus ímpetus, pero transmite estímulo con sus atrevimientos. Una tarea de publicar exige elegir, medir el interés de los textos, compaginar las páginas con unos dibujos acordes. Aunque hay muchas imágenes que expresan con más exactitud los pensamientos. 

Me asombra este hombre al que menosprecié. Pero estoy por buscarle las vueltas. Es admirable su esfuerzo, Helmut. Pero mucha gente no sabe leer o lee mal, ¿a qué dedicar tanta entrega? No se preocupe, y sonríe. Ya aprenderán. Además cuento conque aquellos que son más cultos se lo expliquen a los que aún ignoran las palabras escritas. Porque pueden ser analfabetos pero saben mucho en su propia carne de la vida. Todo consiste en escribir interpretando la condición de estos. Paro su argumento. Pero no se puede solamente escribir para los que carecen, hay que hacerlo también comunicando los razonamientos y las fantasías bien expuestas de aquellos que ya han descubierto un valor superior del lenguaje. Y en ello estamos también, o ¿por qué cree usted que le necesito? Usted que viene de otra clase o al menos se codea con esos otros, y a los que usted critica en sus escritos secretos. ¿Lo sabe por Else, Helmut? En parte por ella y en parte lo intuyo. Usted se sienta en un café de los acomodados a ordenar sus pensamientos, a reflejarlos en sus diarios. ¿Lo hace para observar a aquella gente que desprecia? ¿Traduce en palabras los sentimientos que le suscita la vida de aquellos tertulianos? No le critico por ello, más bien me parece interesante y no me tome por aprovechado, pero creo que con sus observaciones y su talante crítico me podría enseñar mucho. Y a usted le vendría bien colaborar, ampliaría su perspectiva.

Helmut me ha sorprendido. Cree saber sobre mí más que yo mismo. Mis confidencias, aún escasas, con Else, ¿le han proporcionado información? ¿O con lo que sabe se arriesga para atraerme hacia su quehacer? Yo voy muy por libre, Helmut, no espere de mí filiación alguna. Simpatías sí, adscripción no. Salta tajante. Ni la quiero, yo mismo huyo de rigideces. Su identidad es suya pero una parte de ella también lo es de toda esa gente que anda revuelta porque cree conocerse pero sufre los embates de quienes quieren anularla. Es más fácil lo que le propongo. Se trata de incorporar pensamientos dinámicos, proyectar ideas que trasciendan la falacia de las esperanzas que otros predicaron siempre y generar sentido nuevo, hacer que los individuos crean en sí mismos. De lo contrario el viejo mundo seguirá imponiéndose y, probablemente, con mayor peligro. ¿O usted cree que nos van a respetar? ¿Que van a permitir que gente como usted, librepensadora y plural, campe en un territorio que los eternos propietarios siempre han poseído y acotarán aún más? Va usted muy deprisa, Helmut, me confunde. Alza el dedo en dirección al exterior de la casa. Mire las calles de estos barrios. Ahí van más deprisa todavía. Y si no se sabe dónde ir puede suceder lo peor.





*Ilustración de Käthe Kollwitz

jueves, 7 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 20

 



Abandonemos todo / levantemos desde el vacío una posesión / este es nuestro tiempo, esta nuestra casa / dos cuerpos uncidos libremente/ desafiando al destino que intentará separarnos...¿Aún recuerdas aquel poema que me escribiste cuando todo empezaba entre nosotros?, dice la mujer. Lo recuerdo, respondo, pero me gusta escucharlo de tu boca; no importa si lo alteras. 

¿Por qué una boca son tantas bocas?, se pregunta a sí misma. Una boca que habla, otra que come, otra que besa, otra que suspira, otra que sonríe, otra que se cierra enojada, otra que recita, otra que vomita, otra que sangra, otra que exhala...Y una boca que calla. ¿Es nuestra boca verdaderamente nuestra o es como Hermes, una mensajera sin dioses pero sí intermediaria con cuantos pasan al lado y entre nosotros, a lo largo de nuestra existencia? ¿O es tan solo una vía de escape a las ideas que nos bullen, a las cuitas que nos afligen, a las angustias que nos corroen, a los odios que nos agitan, a las ocurrencias que nos llenan de euforia? ¿Se trata de una abeja, qué digo, un enjambre que va recogiendo el polen de cuanto humano nos apetece catar, bien sea a través del diálogo o de sus obras o con la pasión? ¿Puede limitarse a ser un simple mecanismo cuando a través de ella sale ora precipitada la emoción, ora prudente lo reflexivo? ¿Es perímetro o volumen?¿Es la boca un animal selvático o el pensamiento emancipado de la oscuridad? Y más allá, dos bocas que se buscan ansiosas, ¿forman una sola saliva? ¿La que rastrea las pistas escondidas en la hondura de los cuerpos que se solicitan? ¿La que se ofrece tímida cuando la duda nos paraliza y se desata audaz en el desahogo brusco? ¿Habla la boca para uno mismo incluso cuando no quiere hablar para los demás?

La mujer se ha quedado colgada del eco de sus propias palabras. No me abruma ni aflige su desfogue. Por el contrario, tantas preguntas me inducen a apreciar no solo la naturaleza de esta mujer que ha mantenido el temple juvenil no obstante los golpes y las heridas, sino también la búsqueda obcecada en la que acaso nunca obtenga respuestas satisfactorias. Interrumpo su verbalización, necesito hacer revelaciones. Te lo reconozco, le digo, tú me enseñaste a mirar a otros a la cara, no solo de frente sino el detalle de cada facción. Cada ángulo, cada arruga, cada punto de tersura que persigue renovarse o adaptarse al momento. Diría más, amiga mía, después de ti cuando me he hallado frente a otros siempre he desviado la mirada hacia la boca. La tuvieran cerrada o exclamasen. He contemplado las bocas unas veces avergonzado, otras temeroso, otras como observador despistado, en muchos casos anhelante. Desviado por pensamientos fluidos que atraviesan el instante frente a otro individuo al que me encaro. Miro al personaje, quien sea, y su rostro se reduce a la boca. Su contorno, su emisión, su dentadura. Su palabra boca. Mi mirada ordena en silencio. Tal vez exige. Fantasías en modo condicional del verbo. Si cerrase esa boca. Si aplicara mi ironía en lugar de su rictus de severidad. Si la capacidad oral suya viniera a ordenar mis palabras balbuceantes. Si percibiera esa boca como si me perteneciera. Si curase el hedor de esa boca que me espanta. Si me contagiara su risa desatada. Si sus palabras hirientes regurgitaran en su boca. Si las amables me elevaran. Si rozara las curvas de esa zona labial, a cuyo contacto la boca se relaja y se abre. Si esa boca abriera mi boca.

¿Todo eso fantaseas en cualquier circunstancia y ante cualquier persona?, me espeta asombrada. Todo eso y tanto más, digo con firmeza. Y es que ante cualquier otra boca, apartado de cualquier sugerencia, arrebatado por la memoria que el instinto no traiciona ni olvida, suelo siempre invocar tu boca, como si me desplazase desde todas las bocas a la tuya. Como si desde la tuya viajara a todas las bocas mundo.



*Fotografía de Ellen Auerbach

lunes, 4 de noviembre de 2024

Ecos lejanos, 19

 


¿Desaparecido en combate, Helmut?, y Else da un brinco ante el tipo que ha entrado por la puerta. Y no te lo digo en el sentido literal, aunque acaso puede haber resultado más apropiado. ¿Ha sido así? El tal Helmut me mira y la mira, como diciendo ¿y este? Else lo capta. Ha venido conmigo el amigo bohemio del que te hablé. ¿El burgués?, salta Helmut precipitadamente. ¿Le enfanga la mirada mi currículum según la versión Else o que haya venido con ella? No he podido reprimir la carcajada. Sí usted prefiere, aquí está el burgués, le digo. Aunque no tenga mucho donde caerme muerto. Else se interpone, práctica y sagaz. Este hombre lee y escribe, déjate de prejuicios. Y además piensa con buen temple. Helmut supura prepotencia. Y muchos otros, y qué. Helmut, no estás sobrado de apoyos. Tu labor editora es fundamental, pero te desborda y corres el riesgo de publicar en tu revista panfletos alocados en lugar de ideas sensatas. No todos tus amigos que corren a entregarte artículos son juiciosos. Las emociones están bien para cultivar la vida interior pero no para exponer ideas y menos reclamar conductas rompedoras a la gente. Helmut se ha quedado observándome, en una abstracción que revela duda, pero creo que su mirada es menos cruda. Tal vez le sorprenda que yo no reaccione y que no emita opinión. Else, mediadora, recupera cierta calma. Me señala. Él está aquí conmigo porque pienso que puede colaborar en tu publicación, Helmut. Espere, Else, digo. Me apunta a un trabajo que no sé en qué consiste y da por hecho que mis pensamientos puedan ser aceptados primero por Helmut y después por esa causa que hay detrás de todo el movimiento de fuerza que se ha desencadenado en nuestra sociedad. Else me para con brusquedad. Se lanza a opinar arriesgadamente ante la cara de bloqueo que muestra Helmut. Le apunto a esa tarea porque en una crisis como la presente tienen que emitirse opiniones en diversas direcciones. No basta con provocar la ira de las masas ni jugar a soldaditos de un poder popular que está lejos de tocarse. El pensamiento tiene que ser creativo y prever recorrido también, para que cualquier movimiento no sea una encerrona. La gente, cuando se siente atrapada, perece en la frustración. Hay que evitarlo. Else me deja perplejo. O me valora en exceso o quiere que Helmut no se pierda solamente en la incitación a situaciones que pueden desembocar en caos. De pronto me justifico. No tengo ideas claras sobre nada, Else. Ni para regir mi propia existencia. ¿Y quiere que colabore en una revista que ha tomado una deriva, por lo que me dice, excesivamente provocadora? Pero usted puede aportar otro tipo de provocación, me interrumpe. La de hacer que en estas jornadas apuradas y violentas que se están desatando se genere otro tipo de perspectiva. Mi confusión aumenta. ¿De qué saca sus impresiones Else sobre mi capacidad, que limitadamente conozco? ¿A qué juega? Hay un silencio confuso pero expectante entre los tres. Helmut no ha abierto la boca desde hace un rato. Else emite una sonrisa velada. No sé cómo me sale, traicionando mi propio estilo. Helmut, hábleme con precisión sobre su dedicación editora, le digo. Else se ha echado hacia atrás en el banco. Choca con energía su vaso contra nuestros vasos inertes.





*Farkas Molnár, de la Bauhaus. Hombre con cometa.

jueves, 31 de octubre de 2024

El paraíso nunca tuvo lugar, pero Tibulo también lo imaginó

 


El paraíso nunca existió. Épocas de bonanza y paz las habrá habido en todas las sociedades siempre, siquiera por tiempo limitado o breve. En tantos casos muy breve. Porque la guerra, la devastación, la hambruna y los desastres, naturales o forzados por mano humana, han sido una constante. Y cuando esta se interrumpió por algún tiempo, quedó su sombra. El temor a su retorno de penuria. Y probablemente esos tiempos más concretos y positivos fueron recreados por la mente humana, en sus primitivas mitologías, generando la idea ansiada de un edén donde todo fue perfecto, armonioso, de buen entendimiento y de alcance de bienes naturales que aportaban la satisfacción. El mito como necesidad psíquica frente a la crudeza de la realidad, de la lucha por la vida, del enfrentamiento con la naturaleza física y con la naturaleza humana, la de los otros seres. Desde las culturas mesopotámicas u otras mesoamericanas o la hebraica, que parece que es la que más cunde por su Génesis, la referencia al paraíso está ahí. A veces pienso que el verdadero paraíso es el esfuerzo humano. La capacidad por aprovechar recursos y levantar espacios de hábitat y de trabajo. Por inventar sistemas de convivencia, desde las leyes y las asambleas hasta los diálogos más humildes. Todo sujeto a una evolución y cambio permanentes que deben ser corregidos, en aras a la satisfacción mayoritaria.

Tibulo (54-19 a.e.c.) ya parece hacerse eco del tan anhelado como incierto edén en sus Elegías

"¡Qué bien vivían en el reinado de Saturno, antes de que la tierra se abriera a largos viajes! Aún no había desafiado el pino las azuladas olas, ni había ofrecido a los vientos la vela desplegada, ni el marinero errante, que busca riquezas en tierras desconocidas, había colmado la nave de mercancías extranjeras. En aquella época, el fuerte toro no soportó el yugo, ni con su boca domada tascó el freno el caballo; ninguna casa tenía puertas, ni se hincaron mojones en los campos que señalaran las fincas con linderos precisos: las mismas encinas destilaban miel y espontáneamente ofrecían a las gentes despreocupadas que se encontraban al paso sus ubres llenas las ovejas. No había ejército, ni disputas, ni guerras, ni el cruel artesano había forjado espadas con odioso oficio.

Ahora, bajo la tiranía de Júpiter, muertes violentas y heridas siempre, ahora el mar, ahora, de repente, mil caminos de muerte. Perdóname, padre Júpiter. Temeroso de los dioses, no tengo por qué asustarme de perjurios, ni de blasfemias proferidas contra los dioses sacrosantos. Y si ahora ya hemos cumplido los años fijados por el destino, haz que una lápida se alce sobre mis huesos con esta inscripción: Aquí yace, víctima de muerte cruel, Tíbulo, mientras a Mesala seguía por tierra y mar".


Tibulo, Elegías. I. 3, 35 et alii.

lunes, 28 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 18

 


¿Me estás escuchando a mí o al cuervo?, arroja a mi cara tras un silencio abrumador. Estoy escuchando al vacío, digo. Porque con hablar del pasado no sustituimos el fracaso de nuestro reencuentro. Su mirada se vuelve más acusadora. ¿Ahora vas a ponerte llorón? Está bien habernos visto ahora, con los años a cuestas y nuestras heridas insalvables. ¿O creías que por encontrarnos e intentar de nuevo lo imposible se iban a cicatrizar del todo? Tú tenías ganas, yo tenía ganas. Teníamos mutuo interés por saber si manteníamos nuestras capacidades sentimentales y todos los lenguajes que el cuerpo ha inventado para desarrollarlas. 

Presiento un final en ciernes. Hablas tan fríamente, digo, tan técnicamente. Soy a estas alturas una pragmática total. Ya lo fui con otros hombres con los que no había tenido antes un vínculo como el nuestro. Tal vez la vida no puede ofrecer más cuando te ha enseñado que las frustraciones acumuladas, aunque tú digas que enriquecen, que son experiencia, en realidad supone el bagaje de una derrota que no incumbe solo a las relaciones sino a un pensamiento que ofrezca respuestas para todo lo demás. 

La veo en un punto tan dual, la siento tan próxima como tan lejana, y esta contradicción me desorienta.¿Dónde está ella y dónde estoy yo? No es que me hunda por ello, tampoco yo esperaba de este reencuentro más allá de satisfacer la curiosidad sobre el devenir de nuestras vidas. Pasar revista a aquellos años o describir los que han hecho de puente hasta este momento tiene su importancia, y así se lo digo. No lo niego, y habla con todo más suave, menos acre. Además, amiga mía, ¿y si todo aquello lo soñamos? ¿Y si las ilusiones idealistas por las que pretendíamos cambiar todo no pasaron de una larga noche onírica? Un sueño con dolor y muerte,  pero sueño. Se sabe práctica y más realista que yo y lo expresa. Mira, rebajar todo lo que existió adjudicando, aunque sea metáfora, a un sueño es una traición a nuestra inteligencia. Echar mano del sueño es muy propio de los débiles, de quienes no quieren ser conscientes de que siempre es posible ver el mundo de otro modo, porque al fin y al cabo nuestro mundo personal es engañoso. Pretende hacerse valer como el único, olvidando que vivir es no parar y que siempre hay una adaptación. Así que dejémonos de excusas, evocando sueños o ideales sublimes que se desinflaron hace mucho. Aceptémonos como viejos revolucionarios vencidos, y no tengamos complejos por todo lo que vino después. No dependía solamente de ti y de mí.

Ha echado la cabeza hacia atrás. Ha cerrado los ojos. Su rostro, mostrando otra tersura, ha sido no obstante muy respetado por estos largos años, y en esa relajación recupera mucho de su bondad juvenil. ¿Podríamos vivir el uno con el otro sin exigencias ni obligaciones clausurando la memoria? Su sonrisa apacible es la respuesta. Ven, añade.



*Ilustración de Inés González.

jueves, 24 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 17

 



Quiero que conozca a un personaje interesante. Se llama Helmut. En cierto modo se parece a usted, pero no es nada pasivo. Esta calificación de Else sobre mi persona me parece en extremo gratuita y desafortunada. ¿Por qué se empeñará en zaherirme? La taberna no tiene la prestancia del Josty y la clientela dista un abismo de aquella otra. Hasta el humo habla del tipo de tabaco tan diferente, aquí extremadamente grueso. 

Y, sin embargo, nada más entrar el ambiente me parece amable y el vocerío, si bien es bravo, no emite la jactancia remilgada de las palabras flotantes de mi café habitual. No me siento en absoluto incómodo, estoy hecho para cualquier ámbito. Se lo hago saber a Else, que me sonríe triunfal. Else se ha puesto a echar un vistazo por todas las mesas y desde todas ellas es respondida por miradas simpáticas, incluso insinuantes si no provocadoras. Es obvio que se la conoce aquí. Algunos parroquianos la saludan agitando la jarra de cerveza, otros la invitan a sentarse al lado. 

No ha llegado todavía, me dice. ¿Tu activo amigo?, se me ocurre en un intento de sacarme la espina. Bueno, es lógico. No siempre actividad y tiempo se ajustan. Else lo encaja, pero se trasluce que le ha molestado. Le defiende. Él es un intelectual discreto, amigo de la gente sencilla, tan atractivo como usted, salvo en que es menos teórico. Y sobre todo un tipo que sabe colaborar, que llega a la gente. No sé si dejarme afectar por los elogios o decaer por las comparaciones. Me ronda una respuesta contundente, algo así como: usted no sabe apenas de mí, Else. Lo pienso pero no lo digo. Que siga el curso de sus impresiones. Al fin y al cabo es entretenido y bonito el juego. Los juegos más apreciados son aquellos que no se ven venir, los que ocultan fichas o donde se interrumpen de improviso los movimientos. O bien los que dan giros inesperados, aunque sean arriesgados. ¿Cuál de todos ellos se estaba poniendo en aquel momento sobre el tapete de nuestra incipiente amistad? 

Propongo sentarnos y hacer tiempo. No esté inquieta, Else, se lo sugiero. Si viene su hombre, bien, y si no, otro día será. Pero ella se mueve entre los grupos de tipos que confraternizan. A alguno le pregunta con cierta reserva por el tal Helmut. Mientras, desde el banco corrido en que me he instalado -qué distintos estos asientos de las sillas individuales del café burgués-  observo este tugurio digno sin sentirme extraño. Qué diferente resulta aquí el sesgo de las conversaciones. Qué rostros tan rudos y qué características tan descuidadas las de los contertulios. La vehemencia con la que se exponen sus ocurrencias es natural, aunque las expresiones sean con frecuencia brutales, pero carecen del engolamiento de los biempensantes del Josty. 

Pongo el oído a la mesa más próxima. No hablan de negocios, sino de necesidades. No exhiben conocimientos de modas artísticas ni literarias, sino que cuentan entre sí percances de sus oficios. No presumen de saber de enredos políticos, pero distinguen a los personajes públicos que les defienden de los que van a calentar poltronas. Proponen ideas que pueden parecer descabelladas y que para ellos son acuciantes. No ven claro cómo salir de la situación endiablada que se ha generado en el país, pero se resisten a retroceder. Hay en ellos una tensión esperanzadora que, a tenor de muchos comentarios pasionales, les puede complicar la existencia. Cada vez que pronuncian al unísono Prost, Bruder y juntan las jarras es como si hubiesen sellado un pacto de afectos que les compromete mucho más que los pensamientos. 

Nadie sabe dónde está Helmut, dice Else de vuelta de sus indagaciones. Ni le han visto ni ha dejado aviso alguno. Alguien de sus más íntimos opina que le habrá surgido alguna tarea especial. No, no tengo por qué pensar lo peor. Él es así, entregado y constante. 

Por primera vez desde que la trato veo a Else presa de una suerte de aflicción. ¿Tanto le aprecia o...le quiere?, le digo tomando una iniciativa consoladora que puede ahondar su fragilidad. Me mira indulgente. Usted no sabe lo que pueden vincular las causas difíciles, contesta con un desdén rabioso.




domingo, 20 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 16

 


Tienes tu vida y yo la mía. ¿Acaso piensas que sería posible combinarlas? ¿De qué manera podríamos vivir si la pasión es reducida, ya no es acompañada por el vigor y, principalmente, por un cierto grado de ilusión si no de significado? ¿O si apenas compartimos otro bien que no sea un pasado cargado de memoria de lo experimentado pero ahíto de insatisfacciones? 

Las preguntas de la mujer me agobian. Ella continúa. Dices que a ti no te importa la distancia de los lugares donde vivimos. Que podríamos encontrarnos circunstancialmente o vivir en una perpetua comunicación. ¿De lejanías y de frustraciones? ¿Sorteando nuestras contradicciones con palabras escritas y alimentando nuestra imaginación de modo oscuro sin sentir el verdadero tacto de un cuerpo ni advertir las expresiones de un rostro? Nos veríamos arrastrados a vivir atenazados por los recuerdos. A pretender ser los mismos de entonces cuando ahora somos otros, ya siempre otros. Es obvio, tú eres tan posibilista que crees que la atracción reside ahora en que nos veamos como renovados y que el reencuentro es una clase de encuentro nuevo del todo. 

Me ha turbado. Percibo lo que opina como si buscase la excusa para poner punto final. Me hace dudar, pero me resisto. Somos nuevos y más enriquecidos por todo lo vivido, le digo. ¿No es bagaje suficientemente atractivo para reintentar lo que fue y quedó interrumpido por la historia? ¿No contamos con más elementos de conocimiento mutuo que nos lo facilita? Ella es implacable. ¿No es lo desconocido, el partir de no saber nada de un pasado de dos personas, lo que más incita y seduce? ¿No es el intento constante de descubrirse el uno al otro, pero a la vez como un efecto bumerán hallándose cada cual a sí mismo, lo verdaderamente poderoso? Y eso ya no existe. La historia siempre es la excusa para quienes jamás se entendieron a fondo, para los que no supieron comprender lo que vivían. En el amor como en la revolución, y de esto supimos bastante, o simplemente en lo que cada cual acumula dentro de sí el riesgo es la nostalgia. Con nostalgia se puede vivir, pero también te ves abocado definitivamente a aceptar la soledad. La nostalgia con ánimo de retomar una relación puede ser una condena de ambos. Te diré más. A lo largo de todos estos años de no saber nada de nosotros, ¿no hemos probado más de una vez con otros hombres o mujeres? 

No puedo ocultar una sonrisa de asentimiento. La interrumpo con un argumento tramposo. Acaso lo hemos hecho buscando reemprender lo que tú significabas para mí y yo para ti, aunque con otros rostros, con otros cuerpos. Se revuelve. No seas cínico, no hagas de menos a cada individuo que ha llegado en algún momento a nuestras vidas, siquiera por tiempo breve. La vida y la humanidad es un océano, y nosotros apenas una gota que puede ser sustituida o absorbida por otras gotas. Todo el mundo tiene la propia necesidad de satisfacer sus afectos. Cuántos nos han sorprendido y han hecho que nos viésemos como jamás alguien anterior nos había mostrado. Cambiamos, siempre somos diferentes. Dirás que envejecemos, pero envejecer se puede mirar de otro modo. Tal vez sea solo una sustitución de objetivos más que de sujetos. Un salto de vivir pendientes de vernos en otros a contemplarnos más a fondo y sinceramente a nosotros mismos. Además, te lo propongo, ¿por qué no reduces esa obsesión tan mental por reinventarte a ti mismo solo a través de una permanencia conmigo? 

Un cuervo se ha posado sobre la rama fría de un árbol. ¿Me veo en el espejo?



*Fotografía de Inés González.


miércoles, 16 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 15

 



¿No iba a llevarme por las avenidas de tilos, mi impulsiva amiga? Más bien me desvía y me conduce por zonas desconocidas. Cualquier otra zona es también ciudad, ¿no cree?, suelta Else con descaro. A un burgués bienpensante como usted le puede venir bien un baño de anomalía. La miro con asombro. Aunque no soy asustadizo anomalía es una palabra que siempre me ha resultado inquietante, ¿sabe? No sé por qué a usted le parece que mi normalidad es comodidad. ¿Solo porque me ve sentado metódicamente en un café, sin mayores aspavientos que leer o escribir un rato? Usted, Else, no sabe de la movilidad y desasosiego que hay dentro de mi mente,  como desconoce qué clase de vida llevo más allá de la hora puntual del Josty. 

Else se muestra picajosa. A los hechos me remito, y es cierto que si bien ignoro casi todo de usted hay determinados tics que le retratan. Y no me refiero solo a su quietud apacible o al hecho de que no quiera entrar al juego de las palabras con tertulianos. Tengo la impresión de que usted es un hombre al que no le gusta arriesgar. No es decidido para enfrentarse con los tiempos revueltos. Ni siquiera se le ve tentado de seducir o dejarse seducir. 

Hemos tomado la orilla del Spree, los edificios elegantes han ido quedando atrás. Caminamos con un ritmo pausado, practicando una tertulia que Aristóteles hubiera llamado peripatética. Un método a través del cual los pensamientos se iluminan más y las ideas tienden a ser menos cerradas. ¿Habrá alguna relación entre el cerebro y las tripas que ya el sabio vislumbró en su época? No se fíe, Else, de lo aparente. ¿Quién le dice a usted que no soy un hombre de doble vida? Y doble vida significa tanto variedad de pensamientos diferentes como comportamientos alternos y muchas veces opuestos. Por supuesto, no se le ocurra verme como aquel médico de día que era monstruo de noche, aunque, no crea, en ocasiones he pensado en el peligro de que las dobles vidas no se articulen o, mejor dicho, no se armonicen. Para la mayoría de los individuos desdoblarse es también destruirse. Para mí solamente disgregarme. Y en esa disgregación, que uno pretende bajo control, hay mucha persecución no solo de un pensar sino también de un sentir desde otro cuerpo o, si prefiere, desde una personalidad diferente.

Else se ha quedado por un momento paralizada. Reacciona. Si le dijese que este prototipo que usted me plantea sobre sí mismo no me espanta sino que incluso me resulta admirable, ¿me creería? Hablamos de hipótesis solamente, replico. Si me ve como personaje literario sería llevadero. Si de pronto me manifestara como algo tangible acaso usted saldría corriendo. Else se ha echado a reír. 

Cada vez nos alejamos más del centro próspero y confiado y rastreamos barrios sombríos, de callejuelas desoladas, arrostrando silencios sospechosos. No sobra luz por las avenidas de la urbe pujante, pero por estos arrabales que, no siendo extrarradio, se quedaron decrépitos las sombras generan extraños fantasmas. Quiero que conozca la ciudad que nunca duerme, simplemente porque esa ciudad que muchos ignoran no tiene dónde caerse muerta, salta Else.



*Fotograma de La calle sin alegría, de Georg Wilhelm Pabst

sábado, 12 de octubre de 2024

Ese soy yo, dice el superviviente. Un Nobel bien merecido para los hibakusha de Japón

 


Ese soy yo, nos dice Tarumi Tanaka, que no es un personaje de ficción. La ficción quedó en la fotografía escolar de Tokio, un tiempo antes de que aquella fatídica mañana de agosto se nublara en Nagasaki. Tarumi Tanaka, que llora aunque no quisiera llorar, dice: no quiero recordar por recordar ya más aquello, sino advertir. Los hibakusha, los que sobrevivimos de las dos ciudades enviadas a los infiernos, llevamos años advirtiendo. Es meritoria vuestra labor de trasladar conciencia, le replico, pero, ¿hasta qué punto es también la conciencia del mundo entero? Vamos quedando menos de aquella catástrofe, ¿sabes?, los que entonces éramos niños. Aunque el cáncer y el deterioro general de nuestras edades aún nos respetan. Si no seguimos advirtiendo y nosotros desaparecemos, ¿quién portará la llama de rebelarse contra la barbarie?

Mientras yo sigo imaginando esta conversación con Tarumi Tanaka, el panorama mundial es desolador. La tentación de utilizar abiertamente las armas nucleares y otras tan exterminadoras está al alcance de varias potencias que las poseen. Y hay, entre tantas guerras, algunas que parecen estar tentando a la suerte, que no es la suerte, sería el desatino de quienes las aplicaran de nuevo. Que le haya sido otorgado el Nobel de la Paz a la organización denominada Nihon Hidankyo, que agrupa a los hibakusha de las 47 prefecturas de Japón, sirve no solo para un reconocimiento sino para mantener vivo el debate sobre la promoción y uso del armamento nuclear. En ese sentido considero un Nobel merecido y constructivo y, por lo tanto, bien otorgado. Aunque los premios, los gestos de buena voluntad o los discursos bienintencionados no detengan las guerras. 

No todos los Nobel han sido siempre ni justos ni oportunos, principalmente los Nobel de la Paz, tantas veces motivados por el oportunismo político en lugar de la verdad justa. Aún me viene a la memoria aquella concesión del premio en 1973 a Henry Kissinger junto con su enemigo vietnamita Le Duc Tho, como si los invasores y depredadores estuvieran en el mismo plano moral que los atacados, invadidos y defensores. Por cierto mientras el vietnamita rechazó el Nobel -"mi país no está aún en paz", dijo- Kissinger tuvo la arrogante y cínica actitud de quedarse con él. Saque cada cual sus propias conclusiones.



* Fotografía tomada de El País.

* Icono de la organización Nihon Hidankyo.


martes, 8 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 14

 


Quién podía plantearse entonces tener un hijo, he respondido sin fuerza. Era lo más alejado tanto de nuestras actividades como de nuestras ilusiones en aquella época. Un hijo de la revuelta era lo más incierto que cabía esperar. Generar una vida para mantener una llama de nuestros afectos si todo iba mal, como así fue, no podía ser lo más noble. Pero para los humanos tener un hijo es una coartada, dice ella. Aunque lo llamen ley natural ni en aquella época ni menos en esta los hijos son necesarios más que los justos. ¿Olvidas cómo en la sociedad rural el padre bramaba si llegaba una hija en lugar de un hijo porque lo que quería era un bracero? Pero los tiempos de mano de obra dura y sumamente masculinizada ya no son los presentes, en que tener hijos es prácticamente un capricho, por no mencionar cómo influyen las leyes de la costumbre y de la religión, que todavía aprietan y reclaman el impuesto de la sucesión carnal. Todo el mundo da por hecho que quiere o debe tener hijos, sin pensar en ningún futuro, como si una especie de destino protector velara por ellos. 

La mujer no frena su invectiva, rayana en lo furioso. Prosigue. Y luego está ahí todo ese discurso que canta la proyección de los padres, incluso cuando han desaparecido, a través de sus hijos, el mito de asegurarse la prolongación de las generaciones, la garantía de una población autóctona que mantenga el país, que disponga de las ideas tradicionales que han existido siempre, ignorando que el mundo está intensamente lleno de seres sin futuro alguno que buscan romper los límites de su indigencia.

He debido hacer una mueca rara y ella está atenta a mis palabras. ¿No se dice que los hijos son producto del amor?, digo. Me horroriza la palabra producto aplicada a los humanos, pero ya me entiendes. Quiero decir consecuencia, efecto, don, como quieras verlo. Ha puesto una cara de encono. Los hijos son hijos del accidente, como lo fuimos nosotros. ¿De qué manera necesita hoy la sociedad, cada vez más tecnificada, que elimina mano de obra y a la que le desborda la población tan numerosa, tener hijos o al menos no tener un control limitado de ellos?

No deberíamos insistir en el tema, replica la mujer tras un silencio cansino. Además, no hace falta que te diga qué destino cruel iban a tener nuestros hijos, de haber tenido alguno, aunque se les considerase muy productivos, como así lo planteaban entonces las instancias del Estado. ¿No es un despropósito traer otros seres con los que, para más desatino, te entrañas, sientes como un tú propio, y luego los dejas en manos de la aberración de un ente que decide por ellos, por nosotros, por todo viviente, para utilizarlos de la manera más nefasta como puede ser la carne de trinchera, en nombre de falsos principios que ignoran el amor? ¿No debe ser un hijo una elección propia, en todo caso, y no un objeto que requiere la idea totalitaria, que primero lo manipula y luego lo utiliza hasta la destrucción?

Veo crecer la nieve sobre el ramaje del bosque. Hablo sin fuerza. Hemos atravesado un tiempo difícil y largo, digo cansino. Haber sobrevivido es una satisfacción incompleta. Si el único gesto de querencia que nos queda es el recuerdo de los tiempos más sencillos y sinceros me pregunto por qué nos hemos citado aquí. Ella se vuelve con ímpetu y me interroga con hosquedad. ¿No nos queda algo de la lejana pasión que hablaba por sí misma? Aquella pasión que edificaba sentimientos, nos llevaba del uno al otro, nos agotaba como animales en celo continuo. Tal vez un paréntesis de la memoria podría retrotraernos a un mundo exclusivamente nuestro, sin acontecimientos históricos. Imagina que solo somos dos animales que no dan vueltas ni al pasado ni al futuro y solo conocen sus ciclos naturales y sus necesidades insoslayables. La interrumpo. Mejor dos primitivos que han desarrollado un calor y no solo una necesidad. Imagina.

   


*Fotografía de Inés González.

viernes, 4 de octubre de 2024

Propuesta de otro brindis con Safo en la terraza al borde del océano

 


Fue después de aquel brindis que los otros comensales propusieron cuando quisimos sentirnos como dioses. Satisfechos, poderosos, plácidos, cumplidos. Pero hete aquí que al entrar en el oneroso sopor el paisaje se volvió turbio y las voces ya no eran las de mis acompañantes sino la de la hermosa señora de Lesbos. 

Me veía disfrutando con ella de una comida frugal, mas entretenida. Un aulós y una cítara se hacían oír desde el borde de la terraza donde llegaba la templada frescura del piélago egeo. Safo había dado la orden a sus criados:

Vamos, pues, lira divina, / háblame, hazte sonora.  

La señora de Lesbos y yo disertábamos con amabilidad y campechanía. 

- ¿Sabes lo que pienso?, le decía yo. Que cuando uno llega al corazón del otro es como si realizara un largo viaje. Allí le son revelados otros paisajes. Y el otro nunca es el destino definitivo sino una nueva manera de comenzar. Porque el viaje al otro es también un viaje hacia el interior de uno mismo. 

- Por eso a mí me gusta más escuchar que dar consejo, pues estos debe ser descubiertos por cada navegante hacia lo humano.

- Oh, no digo que se llegue al fondo, pues a lo profundo del hombre -sea el ajeno, seas tú mismo- no se llega jamás. No porque sea definitivamente insondable, sino porque cambia. Pues el hombre no es un pozo cegado, sino que está formado de cieno permeable y criador que nos sigue haciendo. Uno no se levanta cada día como se acostó la noche anterior. Uno no es el mismo tras haber amado a otra persona que también ha alcanzado a través de ti una parte de conocimiento de sí misma. Uno no permanece impasible tras desentrañar la materia o el acontecimiento que le intrigaba. Uno no es piedra de cantera, pues la bondad de otro ser cariñoso le modela con otra imagen. 

- Pero tanta gente, amigo mío, se deja vencer por la incertidumbre y la sensación del fracaso... 

- Mientras vives puedes sentir hastío o confusión o agotamiento, pero considéralo como debido al esfuerzo del recorrido. Incluso si llegas a la ancianidad, y no obstante el acoso de la enfermedad o de la degradación, te ha de parecer que tu vida, tu viaje, sigue estando pendiente de alguna manera o inacabado. Como si dejáramos sin acometer empresas o cultivar ilusiones que aún nos seducen. Tal es la pasión que ponemos en los vínculos por acercarnos a los otros, en todos cuantos nos vemos reflejados o simplemente atendidos. 

 - ¿Crees entonces, que cuando uno muere ya muy viejo, bien porque haya cansancio o por decrepitud, que invitan a la rendición total, no ha renunciado del todo al viaje?

- No hay renuncia nunca, solo hay impotencia. No renunciar es un acto aprendido y consolidado en nosotros mismos, pero hay que valorarlo y elevarnos a través de él. La impotencia y el desfallecimiento, que llevan en un momento concluyente a la aniquilación, se nos impone desde la implacable materia que no puede ya sobrevivir si está consumida.

- Mira que te escucho -y Safo tenía escrito el placer del diálogo en su sonrisa- pero acompañemos nuestras palabras con un brindis por la vida. Alza el kylix y moja tus sueños con el vino de nuestra propia región. Y yo te propongo:

Quédate frente a mí como un amigo / y despliega tu gracia ante mis ojos.





* Los versos en cursiva son de Safo, tomados del libro Poemas y testimonios, en la edición de Aurora Luque.

* Imagen: Escultura inacabada expuesta en la exposición temporal de 2020 del Museo Nacional de Escultura de Valladolid titulada Almacén. El lugar de los invisibles.

* La aportación del texto es a propósito de la entrada de Francesc Cornadó en su blog.

martes, 1 de octubre de 2024

Ecos lejanos, 13

 


No tengo mayores intenciones con usted, dijo Else. Aquella tarde el Josty estaba menos frecuentado que de costumbre. También con menos humo y vocerío. Solo le sugiero que levante el culo de su choza favorita y ejercite la vista por la Unter den Linden, por ejemplo. Quién sabe si así mejorará su miopía, no solo la visual sino la de esa otra costra con la que usted parece sentirse tan familiar y cómodo. La mirada a los tiempos y a la sociedad que reclama una conversión de sus días. 

El tono de Else me pareció un tanto clerical, se lo hice saber. ¿Todo lo que no le gusta que le digan otros lo considera usted materia de pastores y de eclesiásticos? No creo que usted piense así. Se trata más bien, sospecho, de una resistencia. No hay ningún futuro escrito. Quiero decir que nadie sabe lo que le espera ni en su propia vida personal de un día a otro. ¿Acaso usted, amigo mío, creció con certezas absolutas? ¿Disfrutó siempre de una protección que le garantizara la salud o la disponibilidad de un trabajo o salir indemne de la guerra? No, tuvo que arriesgar siempre. Unas veces eligiendo por su cuenta, otras acatando. Porque el individuo nunca es libre, ni por naturaleza ni mucho menos por la idea absurda de resultar creación de un ser superior. Pero debe intentar serlo. La libertad es un descubrimiento siempre pendiente, que se espera obtener a través del rodaje de la vida. No pasa de ser un fruto del deseo crecido dentro del hombre, del que se espera que sea fecundado por la experiencia. Una bondad a la que se aspira no para imponerse a otros hombres sino para colaborar con ellos. ¿A usted le enseñaron a contribuir con los demás en los afanes comunes o le obligaron a someterse a ellos? Participar de lo colectivo, incluso en la propia familia, puede ser una tenaza si solo responde al orden social, que es tanto como decir a su rector el Estado. Pero si todos descubriésemos que lo más pequeño que hacemos con voluntad propia y afán desinteresado en nuestros círculos íntimos está vinculado a espacios amplios donde saben encontrarse con armonía los humanos, nos elevaríamos de nuestra insignificancia y superaríamos nuestras frustraciones.

Else se detuvo. Como si fuese consciente de que su imparable perorata, en absoluto malintencionada, había sido en exceso precipitada y, por supuesto, extremadamente sintética. Bebió de mi licor de cerezas y se relamió. Contemplé por inercia, pero enajenado, el perfil de sus labios, y sentí cómo me recorría una ficción voluptuosa y acosadora. Ella hizo un gesto para que siguiera atento a sus palabras. No le había pasado desapercibida mi evasión. Instintivamente me acaricié la barba, un gesto de autodefensa, una costumbre inducida por un instante de desconcierto, o de perplejidad.  

He sido demasiado categórica, dijo. Pero no se quede callado o me beberé de un trago lo que queda en su vasito. ¿Qué piensa? Entiendo el empeño idealista que pone usted en hallar esperanza a la situación en la que nos encontramos todos, dije con una formalidad tan fría como desinteresada. Se dio cuenta, intervino. Dejémoslo. No hablemos más por ahora de mis inquietudes, que son participadas por muchos otros. Pero insisto en que recorramos la alameda de los tilos o cualquier otro espacio que no sea el Josly. ¿Nadie le ha arrancado nunca del Josly? ¿Nadie se ha atrevido a levantarle del café y sus lecturas, rompiendo a lo salvaje su costumbre?

No sé qué extraño efecto tuvieron aquellas palabras que me puse en pie inopinadamente. También Else se sorprendió. Me colocó bien el cuello y las solapas del abrigo. No parecía la misma del atronador discurso de hacía un rato. Dejémonos llevar por el ritmo decadente de las luces, sugirió.



*Ilustración de Barbara Yelin

domingo, 29 de septiembre de 2024

Ecos lejanos, 12

 



Las respuestas, siempre la obsesión por las respuestas, le digo con voz tenue. Un reclamo que no llega a ser atendido de manera completa nunca. El pasado es borroso y glacial como este paisaje. Para tener respuestas tendríamos que haber visto con claridad entonces lo que había en juego. No solo los huecos que se abrían en el enemigo sino la capacidad de este para taponarlos. Tampoco supimos ser conscientes de nuestras limitaciones. Lo peor en un combate es no calibrar los medios y adecuarse a las perspectivas. Así que no era posible, nos obnubilábamos con ideales que perseguían un buen fin pero que no podíamos convertir en algo estable. Y ellos, o bien eran más fuertes y resistentes que nosotros o nosotros más frágiles de lo que nos pensábamos. 

La mujer ha puesto su brazo sobre mi hombro, sus dedos bailotean con un compás relajante en mi cuello. No podíamos ignorar el momento, dice, ni mostrarnos insensibles antes las demandas de todo el mundo. Se exigían respuestas, era innegable. Acaso nos equivocamos al no conformarnos con soluciones a corto plazo o bien porque el campo enfermo que se había abierto no permitía pequeñas curas sino que urgía una cirugía radical. Una cirugía que se volvió contra nosotros, mujer. Pero solo en un sentido, me interrumpe. Sin aquella situación yo no me hubiese acercado a ti y tú no te hubieras dejado arrastrar como un curioso que se manifestó inseguro de sí mismo.

Hay un silencio más gris que el del exterior de la casa. La conversación adquiere un tono no menos ceniciento. Ya nada es lo mismo, dice de pronto ella. Los cuerpos son otros, las ilusiones ni siquiera son. Nos alejamos de personas que era decisivas en nuestras vidas. Tú y yo hemos sido un ejemplo. Pero ha existido un cordón umbilical secreto entre nosotros, le interrumpo. Te he recordado, te he deseado, te he invocado. No me cansaré de repetirlo. Lo que ha sido no podía ser de otro modo, dice. Y ya ves en qué hemos devenido. 

Sí, nuestras vidas han estado acompañadas de infinidad de individuos, interferidas, obligadas incluso. De personas y quehaceres. Bordeando la supervivencia con desplazamientos, trabajos precarios, cuando no sometidas a humillaciones y entre ellas, sin duda, la peor de todas, la privación de la libertad. Aferrándonos a recuerdos gratos para no perder la esperanza. Ha sido una vida ocupada todos estos años, muy tensa, ingrata. Una existencia transgredida por otros, anuladas para nosotros. Dime que no ha sido una vida de soledad en el fondo, porque no estábamos como referencia física el uno del otro, solo imaginaria. ¿Bastaba la memoria para consolarnos? Cuanto intentamos ser y hacer en su día quedó en el aire y lo hemos heredado como un castigo.

Se me han congelado las palabras. Una vena amarga me atraviesa y confunde. Ella se me planta de frente y me lo suelta. Por cierto, si hubiésemos tenido un hijo, ¿habría sido hijo de la revuelta?




*Fotografía de Inés González

viernes, 27 de septiembre de 2024

Baltasar Gracián, ese antiguo pero no viejo Criticón


Baltasar Gracián es antiguo, pero no viejo. Leer alguna de sus obras es como ampliar a un Marco Aurelio, por ejemplo, y enriquecerlo, y sumando una prosa castellana exquisita y precisa. Y aun pareciendo barroco, que no decadente, su pensamiento un tanto negativo, mas no equivocado, sobre conductas y pasiones de la especie humana está muy de actualidad. Dicen que influyó en La Rochefoucault, en Schopenhauer, en Nietzsche, y reconozco que resulta muy difícil negar sus puntos de vista.

No me aguanto comunicaros este trozo de la crisi octava (llama así a cada capítulo) de la primera parte de El Criticón


"—¿Quién es este monstruo coronado?—preguntó Andrenio—, ¿quién este espantoso rey ? 

—Este es—dijo el anciano—aquel tan nombrado y tan desconocido de todos, aquel cuyo es todo el mundo por sola una cosa que le falta; éste es aquel que todos platican y le tratan, y ninguno le querría en su casa, sino en la ajena; éste es aquel gran cazador con una red tan universal que enreda todo el mundo; éste es el señor de la mitad del año, primero, y de la otra mitad después; éste, el poderoso (entre los necios) juez a quien tantos se apelan, condenándose; éste, aquel príncipe universal de todos, no sólo de hombres, pero de las aves, de los peces y de las fieras; este es, finalmente, el tan famoso, el tan sonado, el tan común Engaño. 

—No hay más que aguardar—dijo Andrenio—. Vámonos de aquí, que ya estoy más lejos del cuanto más cerca. 

—Aguarda—dijo el viejo—, que quiero que conozcas toda su parentela. 

 Ladeó un poco el espejo y apareció una urca más furiosa que la de Orlando, una vieja más embelecadora que la de Sempronio.  

 —¿Quién es esta meguera? —preguntó Andrenio. 

—Esta es su madre, la que le manda y gobierna; ésta es la Mentira. 

—¡Qué cosa tan vieja! 

—Ha muchos años que nació. 

—¡Qué cosa tan fea!  Cuando se descubre, parece que cojea. 

—Por eso le alcanzan luego.

—¡Qué de gente le acompaña!

—Todo el mundo. 

—Y de buen porte. 

—Esos son los más allegados. 

—¿Y aquellos dos enanos? 

—El Sí y el No, que son sus meninos 

—¡Qué de promesas, qué de ofrecimientos, excusas, cumplimientos, favores! Hasta las alabanzas le acompañan. 

Torció el espejo a un lado y a otro, y descubrieron mucha gente honrada, aunque no de bien:

—Aquélla es la Ignorancia su abuela; la otra su esposa la Malicia, la Necedad su hermana; aquellos otros, sus hijos y hijas, los Males, las Desdichas, el Pesar, la Vergüenza, el Trabajo, el Arrepentimiento, la Perdición, la Confusión y el Desprecio. Todos aquellos que le están al lado son sus hermanos y primos, el Embuste, el Embeleco y el Enredo, grandes hijos deste siglo y desta era. ¿Estás contento, Andrenio?—le preguntó el viejo. 

—Contento no, pero desengañado sí. Vamos, que los instantes se me hacen siglos: una misma cosa me es dos veces tormento, primero deseada y después aborrecida."