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jueves, 26 de septiembre de 2019

Todavía quedan acerolas


Todavía quedan acerolas, prietas como granos de sabor antiguo. Pocas, porque se ven afectadas por el fuego bacteriano. Pero aquí están, como cada año, para anunciarnos el otoño, como el frescor de la mañana y los mordiscos al día de los atardeceres lentos. Humildes, inconfundibles, supervivientes, mías. He vuelto a casa con las suficientes para llenar un cuenco, qué digo un cuenco, para saciar la memoria y la nostalgia y esperar que llegue el invierno.

(Si quieres acceder a todas las entradas que he dedicado a las acerolas, pincha aquí.)

sábado, 6 de octubre de 2018

He aquí acerolas


He aquí acerolas. Un poco más tarde de lo habitual. Había un cierto temor, ¿si no las encuentro? ¿Si este año será el primero sin acerolas? Pero ahí están, frutos humildes, de niñez de antes, buscando la pared al sol para las mañanas frías: ácidas y frescas, abriendo la puerta al otoño. Compré dos, tres, cuatro, cinco puñados. Más sabrosas que el año pasado, de los mismos árboles -los antiguos, los de hace años, ya no dan frutos, quemados por la erwinia amylovora, la bacteria que los destuye, muerto ya su dueño también-. Poda poco, me dijo el año pasado el que ha tomado el relevo del puesto de la calle de la Mantería, poda poco, no hieras al árbol. Quién sabe si así. Un año más, ahí están, las acerolas. Un poco más tarde, pero ya han alegrado la mesa de la casa y quien entra en ella, sonríe: ¡acerolas, acerolas, como cuando niño y las tardes se acortaban!

Las manos son balanzas: puñados de acerolas. Hay otoño, este año también hay otoño.

martes, 25 de septiembre de 2018

¿Brotarán acerolos en Sevilla?


A estas alturas, el año pasado ya había comido acerolas y caían las bellotas maduras de los robles en la sierra de Béjar, alfombrando los caminos. Este año no he encontrado aún acerolas en los mercados ni en las fruterías de mi tierra y en la sierra las bellotas ni siquiera son perceptibles. En septiembre del año pasado me anunciaron que los acerolos estaban enfermos, que el fuego bacteriano acababa con ellos: los quema. Un contacto sevillano me pidió semillas para intentar aclimatarlas a su tierra y se las mandé. Estoy nervioso, me dijo que necesitarían dos años para germinar. No sé si conseguirán brotar y de alguna manera un acerolo castellano tendrá descendencia andaluza. Quizá el árbol madre ya haya muerto para entonces, quizá ya ha muerto, oscurecido, quemado y seco. Este fin de semana me consolaba mirando los erizos de los castaños, esperando los calbotes de noviembre, asados a la leña de la hoguera, allá en Candelario o en Peñacaballera. ¿Llegarán las noticias de que han brotado acerolos en Sevilla, tardarán un poco las bellotas de los robles en golpear con su ritmo el tambor de la tierra?

viernes, 22 de septiembre de 2017

Acerolas


Han regresado las acerolas en la segunda mitad de septiembre. Con la constancia de cada año, este fruto humilde y poco comercial ha madurado. Me gusta porque me sabe a infancia y a tiempos en los que el mundo rural entraba en la ciudad y aparecía en las esquinas de las calles, en las plazas de los barrios. Como cada año traigo aquí las acerolas como muestra de que casi siempre lo más auténtico cabe en la palma de la mano. Un puñado de acerolas. Comerlas una a una por la calle.

Pero este año traen una mala noticia. El matrimonio que siempre ha vendido las acerolas en el puesto que me pilla camino de casa no estaba. Digo siempre porque siempre ha sido en mi vida. En su lugar, otro hombre, más joven. Pregunté por aquellas personas, ya mayores, con el susto en el cuerpo.

- Están destrozados. Han perdido casi toda la cosecha y sus acerolos están enfermos por el fuego bacteriano. Hasta hace poco esta región se había visto libre pero ya está matando los árboles sin que podamos hacer nada. Me han cedido el puesto esta temporada. Yo he podido salvar unos cuantos por la forma en la que los podo, pero no sé qué pasará el próximo año. No hay remedio.

La temporada de la acerola es breve -tres semanas, cuatro a lo sumo- y anuncia el otoño o lo anunciaba antes del cambio climático. Acerolas blancas, acerolas rojas. Como la azofaifa, el majoleto y la endrina, todas diferentes, todas humildes, todas con la certeza de cosas que no pueden engañarnos. Pronuncio sus nombres de nuevo: acerola, azofaifa, majoleto, endrina. Qué belleza.

El que come acerola de niño guarda el sabor para toda su vida aunque tarde años en volver a probarlas. Compré tres bolsas, casi como un tesoro, como si fueran las últimas acerolas de los últimos acerolos antiguos.

Acerolas en La Acequia2007201320142015, 2016.




sábado, 1 de octubre de 2016

Acerolas


Lo que más me gusta de las acerolas es su condición. Anuncian el otoño con la humildad de una fruta que no permite engaños ni comercialización en las grandes superficies. A la acerola no le podemos dar ceras para que brillen o envolverla en papel de seda para que parezca mejor de lo que es. La acerola es humilde, ácida, irregular, fiel a sí misma. Pero quien la prueba de niño conserva el secreto de su sabor. Volvió a mí hace algunos años y desde entonces la busco al inicio de cada otoño para cerciorarme de que es verdad, de que hay cosas y personas que es difícil adulterar. Y la traigo aquí, despojada de cualquier cosa que no sea ella misma.

Acerolas en La Acequia: 2007, 2013, 2014, 2015.