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domingo, 22 de mayo de 2022

Aracnea, una excelente relectura del mito clásico

 


El sábado 21 de mayo asistí al preestreno del espectáculo de danza Aracnea de Blueberry Dance Project en el Espacio Andén 47 de Valladolid, producido por el Colectivo Fresas con Nata. Aracnea parte del mito de Aracne, fijado por Ovidio en Las metamorfosis, con una larga trayectoria textual y artística. En su versión clásica, narra el conflicto entre la joven Aracne, envanecida por los halagos que recibe como tejedora, y la diosa Atenea, a la que reta con la elaboración de un tapiz en el que se escenifican episodios de infidelidades de los dioses. La soberbia de Aracne y el motivo elegido para su obra indignan a Atenea, que destruye el tapiz y golpea a la joven, que acabará huyendo y ahorcándose. Atenea se apiada y trasforma la soga en telaraña y a Aracne en araña. El mito clásico castiga la soberbia humana y advierte de sus consecuencias cuando se atreve contra los dioses. En la propuesta de Blueberry Dance Project se modifican inteligentemente algunas de las claves del mito para proponer un crecimiento de las figuras protagonistas, ajustándolas a una lectura moderna de las mismas. No solo es Aracne quien se trasforma a lo largo del espectáculo, sino también Atenea, a partir de un relato que indaga en la psicología de ambas.

Comienza el espectáculo planteando la primera parte del conflicto mítico en un taller de costura. Aracne y Atenea combaten, oscilando el resultado entre la soberbia humana de la primera y el poder y la distancia de la segunda. Las dos siguientes escenas son monólogos de cada una de ellas, que muestran la complejidad de su carácter y su evolución, que permite llegar al diálogo final entre ambas, una vez trasformadas por la experiencia y su relación. Finalmente, Aracne consigue humanizar a Atenea, invirtiendo expresamente el cuadro con el que se iniciaba la obra, con la victoria de la condición y las pasiones humanas sobre el destino trágico.

Aracnea es un excelente espectáculo de danza en el que Silvia Reguera (Atenea) interpreta magníficamente la condición etérea y distante de su papel y su marcada evolución final y Serena Manserra (Aracnea) parte del carácter terrenal de su personaje profundizando en toda su complejidad. Son dos bailarinas que se complementan eficazmente y dialogan sobre la escena con una gran calidad técnica. Parte esencial de Aracnea es la música interpretada en directo por sus compositores Galen Fraser y María San Miguel. La música no solo subraya los movimientos escénicos, sino que se convierte en un personaje más de la acción -en algunos momentos se eleva a la condición de coro trágico-, consiguiendo una adecuada fusión de estilos que también trascurre por lo mediterráneo (así la pieza en italiano que recuerda la tarantella, bien enraizada con el mito y la lectura feminista del mismo) y se crece con los ecos galaicos para crear un ambiente atemporal muy apropiado, que contribuye a que el mito tenga condición también legendaria entreverado con el folklore. Es muy eficaz también el diseño del vestuario por José Ramón Aparicio Iglesias, que permite que los tejidos construyan los personajes y la acción. No puede decirse lo mismo de la iluminación, irregular y en algunos casos desacertada, y que necesita repensarse para la trayectoria escénica del espectáculo.

Aracnea es un magnífico ejemplo de creatividad y trabajo a partir de una brillante idea de actualización del mito clásico, que merece tener buen éxito y que avala la trayectoria del Colectivo Fresas con Nata y el interesante espacio Andén 47.

viernes, 5 de octubre de 2007

Amor, literatura y agua.



Crono cortó los genitales a su padre Urano y los arrojó al mar. La cultura mediterránea, hasta nuestros días, ha girado siempre sobre las conflictivas relaciones paternofiliales. Matar al padre, se dice. Parece un rito de paso o de dominación y procreación, como dijo Freud en Totem y tabú. En el mundo académico es casi costumbrismo galdosiano. Urano despreció a sus propios hijos. A Crono, que se comió a los suyos para que no le destronaran, le apartaría del poder su hijo Zeus. En ambos casos, Gea y Rea, esposas y madres, tuvieron mucho que ver en la suerte final de estos padres problemáticos al ayudar a la revuelta de los hijos. Creo que todavía andamos en estos jaleos de padres, madres e hijos. Esas cosas tiene la mitología.

Crono terminaría arrojando los genitales de Urano al mar. Mecidos por el oleaje, de su deriva surgió una espuma blanca de la que nació Afrodita, doncella en su espléndida madurez, diosa del amor conocida por los romanos como Venus. El amor brota así, según el mito, de la mutilación del padre en un acto violento de venganza y reparación. Sobre el leve ondular que mece el agua del mar en las costas de Chipre. Qué violencia esconde el amor: juego de fauces y caricias.

¿Cómo contar la navegación del despojo de Urano sobre las aguas, inicio de todo?

El Centro de Mayores de Miranda de Ebro me ha pedido que, este año, mis expedicionarios, ya no tanto alumnos como amigos, les hablen de la presencia del agua en la literatura. Qué iniciativa tan buena es esta para todos y cómo ha quedado ya para nosotros unida al recuerdo de Carmen.

El agua es fuente en los rumores leves y simbólicos del modernismo primero de Antonio Machado pero también guarda, en la Laguna Negra, el sueño del padre y la tortura de los parricidas-de nuevo el padre y los hijos-. También fue símbolo sexual en las canciones que advertían a la doncella del peligro de acercarse a la ribera de un arroyo y rumor del misterio en la literatura popular. En Federico García Lorca ese peligro del amor se plasma en la gitana hilada de plata sobre el rostro del aljibe en el Romance sonámbulo. Los hombres, en tantos poemas y dramas, observaban ocultos y temblorosos de deseo y pecado el baño de la mujer. El agua simbolizó la muerte en los ríos con los que Jorge Manrique grabó una metáfora eterna en las Coplas a la muerte de su padre (nuevamente el hijo y el padre). A un río se arrojaron, atados voluntariamente, los amantes de un cuento de Rosa Chacel, para destrozarse mutuamente cuando llegó el ansia de aire, en un magnífico símbolo de la relación amorosa. El agua, tan presente en Claudio Rodríguez, era lluvia purificadora. El agua restalla en Juan Ramón Jiménez cuando descubre definitivamente su voz poética.

Agua lleva esta pequeña acequia que me vertebra en la incertidumbre y en el recuerdo desde hace casi un año.

Al final, como siempre, cenaremos en el barrio de las Huelgas.