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domingo, 17 de agosto de 2014

Memoria y olvido


exposición98 para Amarneciendo


Este es mi padre. Como ya hemos contado, Rita y yo compartimos a través de Internet muchos archivos: fotos y textos, sobre todo. Los posts que publicamos son borradores que previamente consensuamos. Este llevaba tiempo en el horno; quería que fuera algo especial, un texto de homenaje a mis abuelos, a la memoria y al olvido. Mi padre tiene mucho en común con Miguel Angel Andés, aparte de ser hermanos políticos. 

Como ya he contado, mi madre fue la primera de los siete hermanos que se casó y abandonó el hogar familiar. Este hecho convirtió a mi padre en un miembro más de la familia Gordillo cuando Miguel contaba tan solo con catorce años de edad. Mi abuelo Juan, el padre de mi madre y de Miguel, trató (adoptó) a mi padre como un hijo,  un sentimiento que fue recíproco,  pues me consta que mi padre siempre llamó "papá" a su suegro. Y aquí viene ese otro punto común entre mi padre y mi tío: ninguno de los dos mostró  mucho aprecio por sus verdaderos padres biológicos. Lo que sé de las historias de infancia y juventud de ambos, al menos para ellos, muestra a mis dos abuelos, Juan Gordillo  y Silvio Cuesta, que así es como se llamaba el padre de mi padre, como dos hombres de su época, padres autoritarios y rígidos, unos rasgos normales en aquella sociedad patriarcal, machista y sometida de la dictadura franquista. No voy a contar aquí ahora por qué mi padre terminó renegando de mi abuelo Silvio (incluso de su parte de la herencia) y adoptando a mi abuelo Juan como un padre que "no tuvo", pero sí quería explicar algo que algunos familiares y amigos me han confirmado. Miguel Ángel no solo omitió su primer apellido, Gordillo, porque en aquel momento existiera un gran artista con ese mismo apellido (Luis), sino que esa omisión en su nombre artístico también tuvo mucho que ver con esa mala relación con mi abuelo Juan, al que, en palabras de mi madre, hizo sufir mucho por actos y conductas, que vistos ahora en perspectiva, cincuenta años después, son más que comprensibles. Supongo que mi abuelo Juan llevaría mal que su quinto hijo quisiera ser artista, o que se juntara con determinadas personas, o que no respetara los horarios familiares de las comidas y de llegar a casa por la noche. Mi tío Miguel Ángel, ya lo hemos contado, perteneció a una generación en los tiempos en que España empezaba a cambiar, en que todos los cimientos de la dictadura empezaban a tambalearse, en que muchas tradiciones empezaban a ponerse en duda, en que la censura y el poder de la época ya no eran capaces de parar los movimientos culturales, sociales, político,  artísticos. .., nuevas ideas que venían del extranjero, es decir,  nuevas formas de ver el mundo que, sobre todo, la gente más joven fue descubriendo gracias a los libros de autores franceses, ingleses, americanos..., los cuales hasta hace muy poco habían estado prohibidos, libros que pululaban en las mochilas de muchos jóvenes, como mi tío,  que empezaban a vislumbrar el final de una etapa de la historia de nuestro país. Miguel debió de hacer sufrir a mi abuelo con su forma de vestir, con su desprecio hacia lo establecido, con su vocación de incipiente de actor y de artista. Mis padres me cuentan que, cuando estuvimos aquellos dos años en Suecia, 1967-1968,  mi abuelo Juan nos hizo una visita de varios días y que a su llegada les transmitió sus cuitas con Miguel. Era un hombre ya mayor, y aquel hijo, tan distinto al resto de su prole, "le estaba trayendo por la calle de la amargura". No sé si exageraba, porque yo era un crío entonces, pero puedo imaginarme hoy cómo debió de ser aquella relación entre un veinteañero adelantado a su tiempo y un padre de una época que estaba llegando a su fin; yo mismo tengo ahora un hijo de veinte años y sé lo difícil que puede llegar a ser la comunicación entre padre e hijo, y eso que yo me llevo con mi hijo muchos menos años que Miguel con mi abuelo Juan.


Puedo afirmar que mi padre y Miguel no quisieron mucho a sus respectivos padres, pero estoy seguro de que mis abuelos, a su manera, sí les quisieron a ellos; los tiempos y las circunstancias hicieron que esas relaciones paterno-filiales no fueran como las de otros, está claro.


Mi padre es una bellísima persona. Esta foto me trae recuerdos de aquella exposición-homenaje a Miguel que organizamos en el año 1998. Fue tomada en una de esas tardes que pasamos recibiendo visitas de amigos y familiares. Hacía tan solo unos meses,  a mi padre le habían despedido de la empresa para la que había estado trabajando durante treinta años, desde nuestra vuelta de Suecia. Fue un despido injusto, consecuencia de los primeros EREs salvajes que empezaron a llevarse a cabo en aquella época en nuestro país y que ahora, tras estos años de crisis, son tan conocidos por todo el mundo. Contaba con cincuenta y ocho años,  y no volvió a trabajar. En aquellos días de la exposición mi padre colaboró con entusiasmo en todo. Apreciaba a Miguel como a un hermamo y supo entender perfectamente el objetivo de ese merecido homenaje.  Me atrevería a decir que mi padre fue de las personas que más disfrutó y valoró el hecho de ver colgados juntos tantos cuadros y dibujos de Miguel.


Desde hace un par de años mi padre ha empezado a perder la memoria, olvida algunas cosas pero recuerda muchas otras del pasado, las cuales empieza a repetir sin darse cuenta. A veces me cuenta cómo, tanto a mi abuelo Juan como a Miguel años después,  les encantaba venir a nuestra casa. Supongo que la casa de mis padres, como buenos anfitriones, les ofrecería un ambiente amable y familiar, donde yo, como el primero de los nietos, influiría de alguna manera. Según mi madre, mi abuelo Juan apreciaba a mi padre por su forma de ser: una persona familiar, tranquila, servicial, respetuosa y trabajadora. Está claro que esos calificativos no podrían describir a su hijo Miguel Ángel, cuyas otras muchas virtudes y valores no fue capaz de descubrir. Miguel salió de la calle Caravaca muy joven y no volvería allí hasta muchos años después,  cuando mi abuelo ya había muerto.


Olvido y memoria, memoria y olvido, dos palabras que significan casi lo mismo. No había vuelto a pensar en mis abuelos hasta que me propuse escribir sobre esta foto. Da vértigo pensar en el paso del tiempo, en cómo solo algunas personas permanecen en nuestra memoria y olvidamos a otras, en cómo las relaciones humanas están ligadas a la convivencia y al cariño que se forja en ella, en cómo ha sido una suerte tener un tío como Miguel para poder reflexionar sobre todo esto, para poder escribir..., y no olvidar.




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