Hay muchas cosas que llaman la atención al turista que viaja a Marruecos: los niños descalzos que aparecen en medio de la nada para pedirte un dirham o un boli; los encantadores de serpientes en medio de la plaza más céntrica de Marrakesch; hombres de negocios con traje occidental que rezan mirando a la Meca en medio de un pasillo en el aeropuerto de Casablanca... Pero más allá del exotismo y de las obvias diferencias religiosas y económicas, hay algo que todo turista que va a Marruecos experimenta y/o sufre en sus carnes: el regateo.
El zoco de la ciudad de Ressani
A muchos les cuesta entender que las cosas no tengan un precio fijo. Están tan acostumbrados a nuestro práctico método de "esto es lo que vale y si quieres te lo llevas y si no te vas" que no caen en la cuenta de lo lógico que es el regateo. Porque, para empezar, eso del precio fijo es una quimera, las cosas valen lo que le habrán costado a cada comerciante y eso depende de multitud de factores. Además, ni siquiera nosotros tenemos un precio fijo, o si no, ¿de qué las rebajas?, ¿las liquidaciones?, ¿los outlet?
Aclarado esto daré una clave esencial para triunfar en el regateo: hay que tomárselo como una conquista amorosa. ¿Cómooooo? ¿Es que es lo mismo entrarle a una chica embutida en un top de lentejuelas en un bar de Huertas a las dos de la mañana mientras suena de fondo Bisbal que intentar comprar una cartera de piel por 30 dirhams a un mercader con bigote y pocos dientes en un zoco mientras suena de fondo la llamada al rezo del muecín? Pues sí. Estos son los puntos en común entre un regateo y un coqueteo:
1. Tomárselo con sentido del humor. Pase lo que pase, tanto el comienzo como el final de un regateo o de un coqueteo debe caracterizarse por el buen rollo. Si el mercader se siente ofendido (o se hace el ofendido) hay que pedirle perdón, echándole tanto teatro como él. Hay que ser doplomático, por ejemplo quedas muy mal si dices que algo no vale su precio porque ofendes al vendedor, estás acusándole de estafador. Pero si comentas con una sonrisa de oreja a oreja que el precio es "para americanos" y tú eres español y te mereces un descuento, entonces probablemente te bajará el precio. Ir de sobrado no ayuda. Lo mismo sucede por las noches en los garitos, la táctica del simpático siempre funcionará antes que la del chulito.
2.
Tener muy claro tu objetivo. De nada sirve estar dos horas regateando (y quien dice regatenado dice hablando con un chico con pinta de moderno en un bar de Malasaña) si en el fondo no quieres comprar. El regateo, al igual que el ligoteo, es un arte para gente decidida. Indecisos abstenerse o confiad en el amigo/a lanzado/a.
3. Disfrutar el proceso en sí. Ligar y regatear son juegos, tienen sus reglas propias, sus códigos y sus fases. Así no puedes pretender ni llevarte a la cama a nadie en 5 minutos, ni tampoco cerrar un trato en 5 minutos. Es más, sé de algunos mercaderes que cuando un extranjero ha dicho que sí, que paga 200 dirhams por una cartera de piel el mercader inmediatamente ha dicho "¡190!" ¿Por qué? porque le gusta disfrutar del proceso, sentir que se ha ganado la compra. A la inversa también sucede, es decir, si el chico con pinta de moderno malasañero al final se va del bar sin haberte pedido el teléfono no importa, tú has disfrutado el rato que has estado tonteando con él.
4. Comprobar el material para impedir la estafa. ¿Quién no ha dicho alguna vez "tierra trágame" la mañana siguiente de haberse llevado a casa a alguien que ha conocido en un bar de Alonso Martínez? Por la noche las cosas se ven de otra manera, y en el zoco ocurre igual, te empeñas tanto en querer conseguir la puñetera cartera de piel que luego llegas a casa y te das cuenta de que no es de piel o que está rota. En ambos casos conviene comprobar el material detenidamente ante un buen foco de luz.
Pese a todos estos puntos comunes, regatear es más difícil que ligar por una razón muy simple: el oponente siempre es mejor que tú. Así, dos amigas con las que hice el viaje a Marruecos y yo misma arrasamos en un puesto de carretera que vendía bisutería y antigüedades de los bereberes. Nuria se compró un candil, Marije una ballesta, yo un collar, todo por menos precio del que el mercader ofrecía y, además, conseguimos cada una unos pendientes de regalo. Nos sentíamos satisfechas de nuestras compras, que hasta le hicimos una foto al mercader.
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Sin embargo, cuando llegamos al hostal, Nuria descubrió que el tipo le había dado el cambiazo y le había envuelto un candil más viejo y pequeño que el que ella quería comprar.
Si después de leer esto alguien quiere usarme como interlocutora en un regateo o como amiga lanzada en un ligoteo, por favor, no lo hagáis. Yo sólo domino la teoría, la práctica se me da de pena.