Anoche estaba en casa de una amiga, de charleta tranquila, (cosa que que últimamente hago mucho, porque es muy de treintañeros y ya es hora de asumir la edad que tengo) y vimos una película: "Lo que sé de Lola". Para que os hagáis una idea de la película sin que os la destripe, os diré que pertenece al género de "arte y ensayo". Es decir, de un director que se llama así mismo cineasta, que sigue pensando que lo más moderno que hay en el cine actual es la Nouvelle Vague, y que sólo aguantó un par de semanas en cartel tras su estreno.
Si hubiera visto "Lo que sé de Lola" en mi casa me hubiera quedado dormida alrededor del minuto 30, pero como estaba de visita y en una casa nueva sin muebles, sentada sobre una caja de cartón llena de cedés, aguanté. Mereció la pena porque después de la película llegó lo mejor: la entrevista a su director. Él decía cosas como que no le gusta limitarse a rodar el guión, que él lo que hace es iluminarlo. Le preguntaban por su influencias y respondió que él "dialoga con cieneastas como Bresson o Godard" (no especifica si con el primero usa la ouija para establecer comunicación). Dijo también que nunca hace castings y que elige a los actores tras hablar con ellos un rato, siempre en un bar. En definitiva, el director se ve a sí mismo como un autor.
Yo personalmente pienso que todo el que se dedica a una actividad más o menos artística es autor, ya sea el director (o cineasta, que suena mucho más cool), el intérprete, el músico, el guionista, el montador... No tengo ningún problema con el uso de la palabra autor. Sí con el uso de la palabra "un". Porque hacer una película no es trabajo de sólo una persona. Es más, ni siquiera escribir un libro es trabajo de una sola persona.
Hace unos meses, en el maravilloso blog Fogonazos encontré este
post. En él se contaba que el famoso escritor Alessandro Baricco había ido a una biblioteca de un pequeño pueblo en USA para consultar los cuentos originales de Raymond Carver. Por si alguno de vosotros no habéis leído nunca a Carver diré, a modo de resumen, que:
A. escribía cuentos cortos.
B. con un estilo seco, crudo y realista.
C. sin detalles, lo más característico de sus cuentos es, precisamente, lo que no cuenta y deja a la imaginación del lector.
Pues bien, Baricco se encontró con que los cuentos cortos originales son casi el doble de largos y que allí donde muchos acaban con un final abierto y descorazonador, en el que el lector intuye que algo horrible va a suceder, en su versión original siguen y además dando todo tipo de detalles sobre ese supuesto asesinato o violación que antes el lector sólo ha supuesto.
¿Y quién había hecho esa labor de edición y montaje? ¿Quién, de hecho, era el segundo creador de esos cuentos? ¿Quién había sacado de ellos el estilo característico de Carver? Su editor, Gordon Lish.
Cuando leí ese post lo primero que pensé es que era mentira, y que todo formaba parte de algún relato ficticio de Baricco. Me picó la curiosidad y busqué en internet hasta encontrar el texto original de
Baricco (original-original no, que está traducido, claro), un artículo de La Repubblica donde explica su aventura.
Queda demostrado que Baricco dice la verdad. Y ahora me pregunto, ¿qué opinaba Carver de todo esto?, ¿le estaba eternamente agradecido a su editor?, ¿sabía que su obra había mejorado gracias a él?, ¿temía que se supiera o le importaba un pito?
La respuesta a todo esto está en este magnífico artículo de
The New Yorker. En él se cuenta que Lish había confiado en Carver cuando éste comenzaba a escribir. Carver, que parecía sacado de uno de sus cuentos, llevaba años siendo un alcohólico con la salud mental hecha añicos, que coleccionaba trabajos basura y relaciones tortuosas, era uno de esos personajes de la América profunda, que viven en autocaravanas y beben de botellas de whisky ocultas tras una bolsa de cartón. Carver ponía mucho de sí en su escritura, no sólo contaba su vida en ella, es que también era su última esperanza antes de convertirse en un vagabundo esquizofrénico. La confianza de Lish era un salvavidas para él, y siempre le estuvo agradecido.
Ahora bien, cuando empezó el éxito, Carver también empezó a preocuparse. Estaba sobrio, tenía una nueva esposa, una nueva vida, prestigio, dinero y la autoestima por las nubes, pero todo estaba basado en una mentira porque él sabía que sus cuentos, los originales, no eran los que acaparaban premios. Pero tampoco quería enfrentarse a Lish, a quien consideraba un amigo, un hermano que le había ayudado a salir del infierno. Optó por callarse y toda la verdad no se ha sabido hasta después de la muerte de Carver.
Curiosamente no he encontrado en ninguno de estos artículos entrevista alguna a Lish o a sus familiares, ¿qué opinaba Lish de todo este asunto?, ¿veía justo que toda la fama se la llevara Carver?, ¿o se veía a sí mismo como un buen editor que había hecho un buen trabajo?
No sé a qué está esperando Hollywood para hacer una película de la relación entre Carver y Lish. Además ya tienen al actor perfecto para interpretar a Raymond Carver:
Soy John C. Reilly y me parezco mogollón a Raymond Carver. Yo también llevo patillas.
Yo no creo que todo esto quite mérito a Carver. Creo que lo importante es la obra en sí, no quién la haya hecho, si es por encargo, o si se hace con más o menos ínfulas de autoría. Aunque quizá lo más justo sea que, a partir de ahora, la contraportada de los libros de Carver cuenten un poco de su génesis.
Moraleja: amigos directores, realizadores, cineastas y/o autores, porfa, dejad de dedicar las películas y/o cortometrajes a vuestras familias y/o novias, porque le película no es sólo vuestra por muy de arte y ensayo que sea. Lo que me recuerda a unos compis míos de la uni que hace muuuchos años (ay, qué mayor que soy que ya puedo decir muchos años y quedarme los viernes viendo películas en lugar de saliendo por ahí) hicieron un corto que estaba dedicado a: nuestras madres, nuestras novias, a Godard, a Antonioni, a Bresson y a Kaurismaki.
En el fondo, hasta me parece tierno.