Todas las noches, antes de dormir, escucho la
perfecta tranquilidad de la respiración de mis hijos. Me acerco mucho, hasta
notar su aliento. Les miro suavemente. Me asombro de la infinitud de mi amor
por ellos. Después, tras unos minutos de lectura, espero pacientemente que
acuda a mi cerebro el mundo desordenado y misterioso de los sueños. Pero es
curioso, casi todas las noches, me despierto en medio del primer sueño, lo que
me permite recordarlo, y al menos durante unos minutos me regodeo en ese
universo onírico, enigmático y libre. De nuevo me entusiasmo ante la presencia
cercana de mis hijos. Vuelvo a serenarme, a relajarme, y pronto vuelvo a
conciliar el sueño.
Todas las noches me acuesto con la conciencia
tranquila, como siempre aconsejan las buenas madres. Esto me ayuda a encarar el
día siguiente con menos miedo.