El suave y limpio tacto de las sábanas de la
infancia. El sonido de un grillo incrustado en medio de la serenidad de una
noche estival. El entusiasmo adolescente con que se afronta una mañana de
excursión con amigos. La sal de la mar pegada a tu piel. La luz de la luna
iluminando tu mejor noche. La profunda humedad de la boca de aquella guapísima
joven. El erotismo desbordante en la mirada de aquel baile. La extraña visión
de la cara de tu amante que se embellece por el líquido vidrioso de sus
lágrimas satisfechas. La ilusión frente a la próxima película que pueda abrirte
el mundo. El roce en la mejilla de la débil lluvia de un día gris de otoño. Unas
relajantes risas de sobremesa que ignoran por completo todos los miedos. Correr
detrás del culo desnudo de un hijo tuyo.
Estas y otras sensaciones parecidas se
reunirán un día en un punto del cerebro para ser transportados a un soporte
digital y alcanzar así la inmortalidad. O puede que eso no pase nunca y se pierdan
para siempre; en este caso, estas palabras serán lo único que quede de aquellas
sensaciones que una vez tuvieron lugar
en la mente de un hombre ilusionado e inocente.