Los alumnos que acaban ahora el bachillerato no han visto prácticamente
ninguna película en blanco y negro, y por supuesto, no han oído hablar de James
Stewart o de Ingrid Bergman. Pero los estudiantes no entenderán la historia del
siglo XX sin comprender la fascinación
que fueron capaces de despertar un buen puñado de estrellas del celuloide.
En los sueños de medio mundo siempre ha habido instantes en que la mayor
gloria consistía en rescatar de la jauría a una Marilyn herida de cualquier
ciudad del mundo. Toda la poesía del universo consistía en comerse un plato de
spaguetti junto a la mirada vencedora de
Sofia Loren con una sonrisa abierta. También te hubiera gustado correr alguna
pillería compartiendo sonrisas y cervezas con Paul Newman o Burt Lancaster, o
vestir un elegante traje al lado del Redford más guapo, o diluir en un whisky tu última
derrota junto a Bogart en la madrugada de un bar. Entre los anhelos masculinos, uno de los
favoritos hubiera sido coincidir en algún sarao nocturno con Ava Gardner;o con la dulce
Audrey Hepburn en el escaparate de Tyfannis, en una madrugada de resaca y llevarla a la chocolatería más cercana a
entenderla mientras mojas unos churros.
Los hombres que nacieron durante nuestra guerra civil, vieron en el
brazo y en la cabellera de Rita Hayworth o en los bailes de Silvana Mangano un río de
sexualidad que despertó sus impulsos más profundos; a la vez se enamoraron de la bondadosa Joan
Fontaine convertida en Rebeca. Las siguientes generaciones que disfrutaron del cine durante el siglo XX continuaron disfrutando del glamour de las grandes estrellas.
Gary Cooper,Gregory Peck, Clark Gable, Kirk Douglas, o Clint Eastwood entre muchísimos
otros, transmitían a sus personajes una personalidad y un estilo que podría servirte
como referente para encarar tus futuros proyectos o ayudarte a sobrevivir en cualquier combate de
tu vida mientras escuchabas música del eterno Sinatra.
La sensualidad y
el aroma de Gene Tierney , Angie Dickinson, Natalie Wood, Romy Schneider,
Claudia Cardinale o de las más recientes Michelle Pfeiffer, o Julia Roberts han
acariciado el gesto de los espectadores de varias generaciones que llenaron las
salas de cine.
Pertenecen a una época en que el cine y sus estrellas
tenían una hipnótica atracción hacia el público. En su vida real podrían ser unos estúpidos, pero sus personajes tenían estilo, sensualidad,
belleza, categoría moral y una insólita forma de ser y de sentir que los hacían poderosamente fascinantes y
distinguibles del resto de los mortales. Constituían la esencia del cine, del
genuino cine clásico. Ahora supongo que la esencia reside en la tecnología informática
y sus efectos visuales y sonoros, o ruidosos.