La humanidad es un montón de carne. Carne que
mata y que muere. Carne estúpida. Carne herida. Ensangrentada. Que sufre, que
lucha, que llora. Sangre, sudor y lágrimas.
La historia de la humanidad, como la historia de la vida, es una historia de violencia cruel por acaparar recursos, por sobrevivir y reproducirse, por aguantar en el tiempo en un mundo inútil y despiadado. Poder y sexo.
Somos fragmentos de materia gobernados por una masa blanda de quilo y medio rellena de genes, hormonas y neurotransmisores que nos hacen eficaces en la misión de sobrevivir. Y esto es así porque en un momento de la evolución unos curiosos primates bípedos adquirieron las extravagantes propiedades de la emoción y el lenguaje. Con ellas se hicieron inteligentes y sociables, y consiguieron comunicarse y cooperar con otros fragmentos de materia hasta que, en la actualidad, han extendido unas redes que impregnan todo el planeta y lo cubren de un abrumador manto de amor y de horror.
Cuando apareció la conciencia, origen de todos los misterios, este enigmático animal se sintió miembro de una especie singular que comprende y domina el mundo, pero también se acompañó de sensaciones de angustia, desasosiego y dolor. El autoengaño y las más variadas ilusiones y religiones intentan, sin éxito, mitigar el sufrimiento y resolver el misterio, pero este animal está programado para levantarse cada mañana y cumplir sus obligaciones a las órdenes de su maquinaria genética. En ocasiones este impulso genético le permite tener la ilusión de creerse feliz, se percibe fuerte y respira profundamente exhibiendo su poder. Pero la mayoría de las veces tiene que esforzarse para seguir. Por eso se empeña cada día en resistir. Y así sigue ciego su camino hacia el sinsentido y el vacío. Su historia es una extraña lucha por conquistar territorios, por controlar un lugar en este bello planeta que gira indiferente hasta que el silencio oscuro lo devuelva a la nada.
Puede que el futuro esté reservado para un nuevo tipo de materia y que otro tipo de seres inteligentes, más metálicos, fríos, y con mayor capacidad para manejar datos, conquiste otros planetas o galaxias. Puede que encuentren algún sentido a la inmensidad del cosmos, puede que atrapen el Tiempo, o que actúen guiados por otros inalcanzables y desconocidos sueños.
Pero, de momento, el ser humano no es más que carne y sangre que se pudre en el suelo para formar parte del ciclo de la materia instalado en la Tierra.
La historia de la humanidad, como la historia de la vida, es una historia de violencia cruel por acaparar recursos, por sobrevivir y reproducirse, por aguantar en el tiempo en un mundo inútil y despiadado. Poder y sexo.
Somos fragmentos de materia gobernados por una masa blanda de quilo y medio rellena de genes, hormonas y neurotransmisores que nos hacen eficaces en la misión de sobrevivir. Y esto es así porque en un momento de la evolución unos curiosos primates bípedos adquirieron las extravagantes propiedades de la emoción y el lenguaje. Con ellas se hicieron inteligentes y sociables, y consiguieron comunicarse y cooperar con otros fragmentos de materia hasta que, en la actualidad, han extendido unas redes que impregnan todo el planeta y lo cubren de un abrumador manto de amor y de horror.
Cuando apareció la conciencia, origen de todos los misterios, este enigmático animal se sintió miembro de una especie singular que comprende y domina el mundo, pero también se acompañó de sensaciones de angustia, desasosiego y dolor. El autoengaño y las más variadas ilusiones y religiones intentan, sin éxito, mitigar el sufrimiento y resolver el misterio, pero este animal está programado para levantarse cada mañana y cumplir sus obligaciones a las órdenes de su maquinaria genética. En ocasiones este impulso genético le permite tener la ilusión de creerse feliz, se percibe fuerte y respira profundamente exhibiendo su poder. Pero la mayoría de las veces tiene que esforzarse para seguir. Por eso se empeña cada día en resistir. Y así sigue ciego su camino hacia el sinsentido y el vacío. Su historia es una extraña lucha por conquistar territorios, por controlar un lugar en este bello planeta que gira indiferente hasta que el silencio oscuro lo devuelva a la nada.
Puede que el futuro esté reservado para un nuevo tipo de materia y que otro tipo de seres inteligentes, más metálicos, fríos, y con mayor capacidad para manejar datos, conquiste otros planetas o galaxias. Puede que encuentren algún sentido a la inmensidad del cosmos, puede que atrapen el Tiempo, o que actúen guiados por otros inalcanzables y desconocidos sueños.
Pero, de momento, el ser humano no es más que carne y sangre que se pudre en el suelo para formar parte del ciclo de la materia instalado en la Tierra.