Dios no juega a los dados con el Universo
A. Einstein
"Las decisiones de la mente no son nada salvo deseos, que varían según varias disposiciones puntuales".
"No hay en la mente un absoluto libre albedrío, pero la mente es determinada por el desear esto o aquello, por una causa determinada a su vez por otra causa, y ésta a su vez por otra causa, y así hasta el infinito."
"Los Hombres se creen libres porque ellos son conscientes de sus voluntades y deseos, pero son ignorantes de las causas por las cuales ellos son llevados al deseo y a la esperanza
Spinoza
Los seres humanos tenemos una sensación clara del “yo” que nos distingue del resto de seres que nos rodean. Esta experiencia se acompaña de la sensación de agencia, esto es, nos hacer sentir causantes de gran parte de los movimientos de nuestros músculos esqueléticos. Por esta razón, los libros de texto presentan con el nombre de sistema nervioso voluntario a los nervios relacionados con estos músculos.
Junto a esta experiencia del “yo” el ser humano ha desarrollado lo que los científicos llaman Teoria de la Mente, que consiste en que somos capaces de atribuir las mismas sensaciones que nosotros experimentamos a nuestros semejantes. Estas experiencias, relacionadas con las “neuronas espejo”, hacen comprensibles los sentimientos de empatía que tenemos con nuestros congéneres. Nuestro cerebro desarrolló a lo largo de la evolución la vivencia de que existen fenómenos naturales que ocurren en nuestro alrededor y procesos mentales que ocurren en nuestro interior , es decir, procesos físicos y procesos psíquicos o dicho de otra forma, mundo y mente . Resulta muy complicado la admisión por parte de los humanos de que la mente es el resultado de procesos cerebrales que están formados por materia similar a la del resto del Universo. De ahí que se pueda considerar al ser humano dualista por naturaleza, y por esto el dualismo mente-cuerpo que popularizó Descartes hace unos cuantos siglos continúa instalado en la actualidad en la mayoría de los humanos.
Por tanto, nuestro cerebro experimenta de manera muy clara la vivencia subjetiva de un “yo” que habita en nuestro cuerpo y que elige la conducta que ha de ejecutar en cada momento. Percibimos que cada una de estas decisiones del “yo” no está causada por ningún acontecimiento físico previo, es decir, carece de causa alguna. De esta manera, queda intacta la idea de que el ser humano posee un alma libre y responsable que puede construir su futuro. Esta idea constituye la base más sólida sobre la que se construyen las más diversas ideologías o religiones , y que por tanto, es muy difícil de erosionar. Pero el intento de entender la naturaleza humana por parte de las neurociencias cuestiona muchas de nuestras creencias, por mas contrarias que nos parezcan a nuestras intuiciones más básicas.
La comprensión de la naturaleza humana en términos biológicos siempre ha provocado fuertes rechazos porque puede eliminar el concepto de responsabilidad personal en que se basa nuestro sistema judicial. Parece como si atribuir las causas de nuestras conductas al cerebro, los genes, o nuestro pasado evolutivo, aparte de ofrecer una visión monstruosa de nuestra condición deja al individuo sin responsabilidad en sus acciones. ¿Cómo podemos culpar a alguien si esta obedeciendo ciegamente a un gen determinado o a una amígdala reducida?. ¿Cómo castigar a alguien cuya conducta está dirigida por la actividad de sus lóbulos frontales, los cuales tienen una pequeña deficiencia que le impiden actuar de otra forma? Incluso la tradición psiquiátrica tiende a distinguir entre enfermedades neurológicas o del cerebro, consideradas como trágicas patologías que corroen la responsabilidad de sus portadores, y enfermedades psicológicas, o mentales, donde las alteraciones emocionales o mentales son errores de los individuos y culpables de una supuesta falta de fuerza de voluntad. El caso más famoso en este sentido es el de Phineas Gage, pero también están bien documentadas conductas muy violentas relacionadas con pequeños tumores en determinados lugares del cerebro (Antonio Damasio o Eagleman ilustran este y otros casos de manera muy detallada).
Hay que hacer notar que, si estas conductas muy lejanas de la normalidad están determinadas por nuestra química cerebral, no hay razón para suponer que las conductas consideradas más comunes no estén asimismo causadas por nuestro cerebro.
Este determinismo biológico tiene su contrapartida en el determinismo medioambiental. También podemos encontrar un amplio abanico de causas que pueden llevar a disminuir la responsabilidad de nuestras conductas. Si la causa recae en los medios de comunicación, los malos tratos en la infancia, la educación por parte de los padres parece que se exculpe al individuo de sus actos. Siempre puede uno excusarse en las sustancias que tomó la madre durante el embarazo, las malas compañías, los malos vicios, o en general a la sociedad como máximo responsable de nuestro comportamiento . La lista de atenuantes que los abogados defensores intentan buscar puede llevar a situaciones graciosas como la que apareció en una viñeta en el New Yorker hace unos años refiriéndose a las declaraciones de una mujer defendiéndose ante un tribunal : “Es verdad, mi marido me pegaba por la infancia que tuvo; pero yo le maté por la que tuve yo”.
En realidad, podemos decir que nuestros actos tienen una causa, mal si no la tuvieran, que a su vez depende de una gran complejidad de factores biológicos o ambientales en compleja interacción. Lo que no podemos aceptar es que nuestra conducta no tiene ninguna causa, o que la causa es un extraño ente inmaterial que influye sobre los procesos cerebrales y que ningún neurocientífico ha encontrado la mas mínima señal.
En mi opinión, esta contraposición entre determinismos, encuadrada en el anticuado debate entre naturaleza y educación, o entre biología y cultura quedaría anulado por una postura determinista cosmológica. Es decir, la conducta de los animales es el resultado de un programa genético que se construye a sí mismo en continua interacción con su entorno, y de acuerdo con las mismas leyes que rigen la materia. Este programa genético puede modificarse a lo largo de la trayectoria vital del organismo por los estímulos procedentes del entorno. De acuerdo con la psicología evolucionista, la conducta humana es el resultado del complejo engranaje molecular de nuestro cerebro, diseñado por la evolución para solucionar los problemas de nuestros ancestros. Para los humanos tener un cerebro muy grande que le permita una flexibilidad y una gran variabilidad en sus respuestas supone una buena ventaja a la hora de aprovecharse de una desigual distribución de los recursos.
Pero la diferencia respecto de un gusano o una rana es de grado, no de sustancia, y por esto, actuamos movidos por deseos que regulan nuestro cuerpo y que están sometidos a las mismas leyes deterministas que gobiernan el cosmos.
Por tanto el concepto de libre albedrío es una pura ficción cerebral. Tenemos grados de libertad para hacer lo que queramos (más que una ameba, un ratón o un gorila), pero ninguna libertad para querer lo que queramos. Esto no es contradictorio con que nuestra experiencia de decidir es un proceso real con la función de seleccionar diferentes opciones de acuerdo con las previsibles consecuencias que tienen para el organismo; y por tanto nos debemos comportar “como si” tuviéramos libre albedrio, aunque éste sea una ilusión del cerebro. Nos sentimos agentes de la conducta aunque tan solo se trata de conocimiento o conciencia de haber realizado dicha conducta. Es decir, el cerebro actúa y luego cree que ha sido su voluntad la impulsora de dicha acción, o lo que es lo mismo, actúa y luego cree que hubiera podido elegir otra opción; aunque ya no es posible retroceder. Los defensores de una supuesta libertad humana incondicional rechazan el hecho de que nuestras acciones estén causadas pero no se me ocurre como puede mejorar la cosa si la causa es el puro azar o no existe ninguna causa.
Esta visión acarrea para algunos el problema de la negación de la responsabilidad personal, pero en mi opinión no quedará reducida sino definitivamente clarificada. La explicación de una conducta no significa la exculpación de la misma. En la actualidad se intenta evitar la responsabilidad de las conductas muy desviadas bajo una gran diversidad de explicaciones biológicas o ambientalistas que inundan de confusión el debate.
La responsabilidad moral se convertiría así en una convención, es decir, en una serie de normas que garanticen y optimicen el bien común. El castigo cumple la función de apartar a los transgresores del resto de la sociedad y de servir de ejemplo para disuadir de conductas similares al resto de ciudadanos. Las conductas que se consideren merecedoras de un castigo, por desviarse de las normas establecidas por la sociedad para mejorar la convivencia, responsabilizaran, por definición, a los individuos que realicen dichas conductas.
Así pues, el determinismo cosmológico y la inexistencia del libre albedrío no están reñidos con el concepto de responsabilidad, y el concepto de defensa social es el punto central de esa moralidad basada en convenciones. Es la única salida que se me ocurre a la famosa guillotina de Hume: “ o bien nuestros actos están determinados, en cuyo caso no somos responsables de ellos, o bien, son el resultado de sucesos aleatorios, en cuyo caso no somos responsables de ellos”.