Los
vínculos más fundamentales y primitivos entre mis hijos y yo están hechos de
materiales muy básicos, para nada contaminados de simbolismos. No hay nada
comparable a estos momentos donde mi naturaleza más pura, desprovista de
cultura, surge más allá de cualquier máscara, de cualquier metáfora.
Cada canción, cada juego está destinado a que les ayude a sonreír y a vivir, pero soy yo el que sale reforzado, el que sobrevive al naufragio de la edad. Son ellos los que me salvan a mí, los que impiden el más mínimo descuido o abandono.
No existe en mi interior ningún grito que me vincule con la tribu. La pulsión salvaje que brota desde el centro de mi cerebro me une a estas criaturas que llevan parte de mi información genética sobre cómo construir sus pies, sus ojos o su corazón, pero también llevan en su memoria, abrazos, besos y caricias llenas de la ternura más prehistórica. Cada día construimos puentes de inocencia y de belleza que me alivian del desengaño y de la soledad que me produce el exceso de realidad que me viene desde fuera. No sé si estas palabras resistirán al tiempo que nos separa y alguna vez ellos las leerán con la limpieza con la que yo las escribo. No sé si entenderán estos arrebatos de sinceridad. No hay lugar para el fingimiento ni para el relato elaborado en este vínculo natural. No existe ningún disfraz, ningún atisbo de hipocresía, ningún adorno ni medida para esta emoción desnuda. No existe sentimiento más puro. No existe sentimiento más natural.
Cada canción, cada juego está destinado a que les ayude a sonreír y a vivir, pero soy yo el que sale reforzado, el que sobrevive al naufragio de la edad. Son ellos los que me salvan a mí, los que impiden el más mínimo descuido o abandono.
No existe en mi interior ningún grito que me vincule con la tribu. La pulsión salvaje que brota desde el centro de mi cerebro me une a estas criaturas que llevan parte de mi información genética sobre cómo construir sus pies, sus ojos o su corazón, pero también llevan en su memoria, abrazos, besos y caricias llenas de la ternura más prehistórica. Cada día construimos puentes de inocencia y de belleza que me alivian del desengaño y de la soledad que me produce el exceso de realidad que me viene desde fuera. No sé si estas palabras resistirán al tiempo que nos separa y alguna vez ellos las leerán con la limpieza con la que yo las escribo. No sé si entenderán estos arrebatos de sinceridad. No hay lugar para el fingimiento ni para el relato elaborado en este vínculo natural. No existe ningún disfraz, ningún atisbo de hipocresía, ningún adorno ni medida para esta emoción desnuda. No existe sentimiento más puro. No existe sentimiento más natural.