Y el verso se hizo hombre
Blas de Otero
¡Qué abismo entre el olivo
y el hombre se descubre!
Miguel Hernández
Aunque una primera intuición – quizás un elemental bosquejo
– la había percibido en mis conversaciones con Joaquín Zapata Pinteño antes de
que la horrorosa peste nos distanciara hace ya tres años, tuve que leer una y
otra vez los poemas que conforman el libro Concierto para un hombre (España,
2002) para tratar de entrever la nueva inquietud poética que acompaña a este marinero
del tiempo, quien ha sabido encallar en nuestra América con fruición y a veces
con encono.
Y es que a través de estas páginas es posible descubrir
las tensiones que han atravesado a este poeta que guardó su escritura para la
alta edad. Aquí encuentro su encantamiento primero, con el olivo y su sombra,
con el mar y sus abismos, con el niño que jugaba a ser arquero, “a ser un dios
desconocido” y que supo conservar esa masa madre hasta que llegara el momento
de dejarla germinar. En efecto, años después, en otro costado del paraje y tras
el encuentro con su catalizador (el poeta de las enormes Derrotas), Joaquín Zapata se lanzó a la travesía de la palabra en
un océano, ahora oscuro.
Siguiendo el esquema de Concierto para un hombre, he iniciado esta pequeña nota con los epígrafes que el poeta me puso en la dedicatoria del libro, los cuales entiendo como pilares especiales que quedaron asentados en el eterno Mediterráneo. Este poemario está conformado por tres partituras (Los días intactos, Los días vencidos y Los hombres y los días) y sus primeros 15 textos inician con fragmentos del libro Todas las jaurías del rey, del cubano Alberto Rodríguez Tosca, con quien una vez más dialoga y a quien exhuma agradecido en cada paso.
Por otra parte, Zapata Pinteño también insufla vitalidad a un heterónino
(Lukkus) a quien sienta a la mesa junto con Pessoa, García Lorca y Rodríguez
Tosca para contarles cómo, “desde el amanecer de una posguerra” y en el relámpago
de la poesía, brotan de nuevo yarumos y robles negros.
Así como la música necesita del silencio, fue
necesaria la ausencia para volver a encontrarme con el Joaquín-Amigo, el
Azariel-Misterio, el Poeta-Hombre que entrega un concierto en el que “un gesto
nos enjaula y un labio de vértigo nos prende”.
Comparto los siguientes poemas de Concierto para un
hombre:
VII
No te dejes morir si te dejas te
mueres
sino te dejas también te mueres
pero no tanto
déjate caer y la tierra te guarde
como a un hijo pródigo que vuelve
En medio de otros dos
un hombre ha dejado de morir
la neblina de sus ojos se evapora
sus párpados adquieren transparencia
tiene un regocijo en la memoria
una multitud de relámpagos pequeños
que cauterizan las heridas
Su reloj enfermó de lentitud al tiempo
avergonzado cuenta un siglo cada hora
Ya no sufre de arrebatos
sino de una quietud canicular
en un jardín que involuntario brota
con su vieja mesa y lámina de cromo
el sapo que croa en su sequía
y una higuera infatigable
Este hombre parece un invisible
un ausente en su presencia
una presencia inamovible
sin un clamor ni un gesto
ni un hilo de voz
sus huellas se diluyen en la aurora
como una sombra que deja de cantar
y huye de la nada
como un muerto universal glorioso
¿Quién será ese yacente
con un sudario a punto
a punto de lavar la noche y sepultarla
con la duda de una excomunión?
Ni el crepúsculo se atreve
a descifrar su nombre
XII
Devorados sí
pero de quién
a qué boca dijimos
que nos devorara
En cualquier acto de universo
puede concluir este concierto
que acaricia y oye al hombre
ese ser mitad lobo reflexivo
mitad eternidad ardiente
con un lenguaje perdido entre palabras
y un silencio que escucha sus delirios
Ese ser que orbita poesía
más allá del arrepentimiento
y agradece a Hasch y al yarumo y al roble negro
y a la tartamudez de Dios
que lo aislará con la piel del mundo
No teme perder su infinitud
ni el pulso de una infancia
que en otra eternidad se olvide
ni a dejar atrás su horror
ni a la revelación de su muerte
Canto 2
(Lukkus)
Después de dar la espalda al mundo
se fundieron en mí tiempo y distancia
con un feroz aliento
soy como una herida resanada tras la muerte
No cuestioné la ficción del hombre
abandoné su jauría
para llegar al Getsemaní de las consciencias
No dejé de extraviarme
de llegar de despedirme
siempre supe del barro fugitivo
que cualquier camino conducía al fuego
pero me perdí en mis desencuentros
Nadie supo mis vergüenzas
ni que mis lágrimas vertidas
sufrían un naufragio
caminé sin norte para no encontrarme
mis cicatrices querían estallar al mundo
no asumían su regreso
No tuve un discurso afortunado
no me alcanzó el relámpago de la poesía
ni esa voz profunda que me llega.
El arquero
En un jardín amplio e infinito
un niño juega a ser arquero
a ser un dios desconocido
que roba corazones y los fulge
Los golpes de su arco son secretos
ahogan las ansias de la piel hasta saciarla
como se sacian los océanos de agua
y el universo de latentes astros
Lleva un himno que induce a la pasión
al ansia amorosa de la vida humana
sus flechas con un grito de suerte
nos adentran en otra creación
Tercamente de primavera a invierno saetea
desde los antepasados más antiguos
y el inocente fuego de la sangre
despierta rotundo como una catedral
Hay que aceptar el error de las heridas
como tigres con una flecha en la garganta
sangrar hasta sacarla
levantarse y sacudirse el polvo
Imágenes tomadas de la circulación libre en la red