El siguiente texto lo leí el pasado 20 de octubre en la presentación del libro, La noche casi aurora, del poeta colombiano Eduardo Gómez, publicado en la colección "Un libro por centavos" de la Universidad Externado de Colombia.
Eduardo
Gómez: una voz en el umbral
¿Qué me reserva el devenir ahora
y este hoy, en flor apenas entreabierta?
Edén e infierno mi inquietud explora
en la inestabilidad del alma incierta.
y este hoy, en flor apenas entreabierta?
Edén e infierno mi inquietud explora
en la inestabilidad del alma incierta.
Johann Wolfgang von Goethe
El poeta no esquiva los
umbrales ni teme a la indeterminación que a diario es señalada como evasiva por
los oficiantes de discursos ortodoxos. El poeta construye territorialidades al
margen, en la penumbra, en el crepúsculo, en la aurora, en los intersticios del
fluir del tiempo; y cual funámbulo, afina sus pasos en la pureza del vértigo.
Ese camino singular es el
que ha seguido sin reservas Eduardo Gómez, durante sus largos años de creación
poética, en los cuales le ha dado vida a una obra mayor dentro de las letras
nacionales. Por tal razón, es un verdadero reto presentar a un poeta de esta
dimensión, y más aún, celebrando el lanzamiento de una antología rigurosamente
preparada por él mismo. Así las cosas, es preciso advertir a los conocedores de
su obra, que con seguridad encontraran inusuales omisiones en este breve texto,
pues de ninguna manera he pretendido agotar una obra que de por sí es
inagotable.
Y para empezar a
adentrarme en el umbral que desde el
mismo título, La noche casi aurora,
nos define la antología de Eduardo Gómez editada en la colección Un libro por centavos de la Universidad
Externado de Colombia, quiero exaltar el tono esperanzador, los vestigios de
luz, las puertas abiertas en el horizonte, los “claros del bosque” (como
sugestivamente nos los ha enseñado a reconocer la gran María Zambrano) que
fulgen con vehemencia insinuando el final de la larga noche. Pero,
precisamente, para evocar la aurora, primero hay que haber transitado la noche,
haber intuido el trasfondo absurdo de la existencia y de su final ineluctable,
haber profundizado en los extravíos y las búsquedas de una sensualidad y una
sensibilidad insaciables y apasionadas, cuyas peligrosas ambivalencias y
contradicciones fueron, no obstante, progresivamente fecundas en la creación
poética. Y es en estos momentos, cuando nos viene a la memoria la reveladora
voz de Alejandra Pizarnik quien nos advertía que “Tal vez la noche sea la vida
y el sol la muerte”. Similar encantamiento de la noche es el que ha experimentado
Eduardo Gómez, sin embargo, ahora se aproxima al re-nacimiento de experiencias
solares, de presentimientos aurorales que, a diferencia de Pizarnik, buscan
reafirmar la vida con sus desgarramientos y fascinantes contradicciones, con su
cuota de dolor y frustración y sus posibilidades de lucha y de superación.
Quiero resaltar también la
apuesta permanente de Gómez por hacer de la poesía una praxis concretamente
vital y humanizante, que asuma la historia a través de lo individual e
intransferible y aspire a la integración del ser tantas veces escindido. “Vivir
en poesía” es una elaboración conceptual y existencial que el poeta ha
desarrollado ampliamente en sus ensayos de crítica interpretativa, en sus
reflexiones y esbozos y en la novela inédita, La búsqueda insaciable. Esta vivencia ha servido para fusionar la
sensibilidad lírica con la experiencia reflexiva, lo cual constituye el eje central
de la poética de Eduardo Gómez. De esta manera, en su poesía se percibe con
claridad la voluntad creativa no como producto del azar sino como un compromiso
con la palabra, una palabra que debe romper con antiguas estructuras y
restaurar su poderío estético. En su primer libro, Restauración de la palabra, ya es contundente el llamado a los
cultivadores de la poesía para que, por un lado, se apropien de la forma misma
y busquen la exaltación del lenguaje con todas sus posibilidades, y por el
otro, redimensionen la palabra como reveladora de los espacios vedados y
creadora de nuevos sentidos.
Otro aspecto relevante en
la creación de Eduardo Gómez es su admiración y encantamiento con el espíritu
clásico y las exigencias que plantea al auténtico humanismo de la modernidad.
Desde la tragedia griega, la poética aristotélica y el intento racionalizador
del mito (que posteriormente es legitimado desde diversos discursos), continúa
su aproximación ferviente al poderío estilístico y reflexivo de Goethe, el cual
viene a afianzarse, curiosamente, de manera coincidencial, con el compromiso
ilustrado de la razón kantiana, con la que comparte la búsqueda estética, en la
compleja estructura del juicio que supera la intuición como propósito final del
acto creador. Este refuerzo conceptual lo conduce con cierta facilidad a una dialéctica entretejida por el trío
Marx-Nietzsche-Freud, a partir de la lectura de Sartre y del diálogo creativo
al lado de Estanislao Zuleta, sin duda, la amistad más influyente en el proceso
vital de Eduardo Gómez. Dicho proceso dialéctico se complementa, luego de la
estancia del poeta en Alemania socialista, con la cercanía que establece al
lado de la radicalidad brechtiana y a las líneas de fuga demarcadas por Gyorgy
Lukács, quien también conoció el entorno de un país socialista y busco
confrontar con altura teórica, las ortodoxias que limitaban los procesos
culturales. Señalar estas cercanías con autores de talla mundial nos permite
ubicar al poeta dentro de una línea de pensamiento y una práctica definida del
quehacer literario, que lo aleja críticamente de los excesos delirantes
del vanguardismo, frente a los cuales
Eduardo Gómez busca la expresión de una auténtica vanguardia.
La obra de Gómez también se
detiene en lugares y momentos especiales
donde la vida ha tenido flujos de gran intensidad. En muchos de ellos, entre la
sordidez, el apasionamiento y la distancia que percibe el observador, se van
tejiendo inusuales nexos que dan cuenta de la vocación de “viajero innumerable”
del poeta, quien siempre va tras de su “faro de luna y sol”. Aquí el vínculo
que se produce con autores del entorno hispanoamericano es mucho más evidente,
como en el caso de Lorca, Neruda y Barba Jacob, a quienes les ha dedicado
varias de sus cátedras.
Finalmente, retomo la idea
del umbral para celebrar una vez más el poderío de la palabra que nos sumerge
en el misterio insondable de las profundidades y luego nos impulsa con su fuerza
inagotable al milagro de la luz. Siguiendo al Bachelard de El agua y los sueños, podemos decir que para que una meditación
perviva hasta hacerse “obra escrita” debe hallar su materia, el elemento
material que es su sustancia, pues “las formas se acaban pero las materias
nunca”. En suma, el recuerdo de las aguas oscuras como símbolo de la muerte,
sirve para clarificarnos que también en esas aguas profundas es donde ha
surgido la vida. Y es esa, precisamente, la evocación que hoy nos produce la
antología de Eduardo Gómez que estamos presentando, la cual cierra
magistralmente con una reafirmación de la existencia en su poema Floraciones.
Floraciones
Floraciones,
verdor, cuerpos erguidos.
Por
todas partes la vida triunfa
a
pesar de la siembra de bombas y de odio
por
los mercaderes de la sangre y el terror.
Hagamos
poderosa la inocencia perdida
con
las maravillas adquiridas por la sabiduría
que
aspira a la liberación de las especies.
Recuperemos
al Hombre ya extraviado
tras
las pilas de oro ensangrentado
en
los bancos blindados y en las factorías,
al
humano perdido en la bruma venenosa
de
los fanatismos y las banales fantasías.
Que
la ambrosía de las frutas
el
aroma salvaje de los bosques
y
la sencillez del caminante
revivan
la plenitud de los dioses de otra edad.
Que
la lucha no excluya la sonrisa
y
el juego no olvide su divina divisa;
que
surjan esbeltas las ciudades entre flores
bajo
la limpia comba del aire de los cielos
y los dorados
resplandores de un sol puro.
Para conocer más sobre la vida y obra de Eduardo Gómez, pueden visitar el siguiente enlace: