miércoles, 6 de septiembre de 2023

En este lugar de la noche, los malditos

 


Ahora, al cerrar la última Página de Los Malditos – novela de Víctor Bustamante publicada en 2017 – entiendo el acucioso impulso de Gustavo Zuluaga (El Hamaquero) para que le solicitara la novela a Víctor. En efecto, El Hamaco – como lo llama el autor en varias ocasiones – es el personaje que concentra el hilo narrativo de la novela. En torno de él discurren una serie de personajes que nos pintan los escarceos poéticos de una generación que desde los setenta y hasta la segunda década del siglo XXI, discurrieron por amplios escenarios de la Medellín que buscaba distanciarse del rosario y abrirse a los embates de la modernidad.

Con el acostumbrado tono de Bustamante, el de un voyeur impregnado de Sátiro con su punzante y ácida lengua, nos adentramos en la ciudad que se ha ido, que ha sido presa del rito fácil y de la muerte como una gambeta en una bullosa tarde. Esa ciudad que acompañó los sueños de un incrédulo que se sentaba a ver pasar las máscaras desde una hamaca en la Avenida La Playa, también impulsó proyectos editoriales, espacios para la lectura, festivales literarios, programas radiales, librerías abiertas y mucho, mucho fervor, así como también encuentros y desencuentros entre los variopintos personajes lanzados a un ring donde todos confrontaban con todos, salvo el narrador y el Hamaquero, pues entre ellos hay una complicidad de afectos y también de perspicacia.

En este lugar de la noche, esa imagen robada a José Manuel Arango por su más ferviente seguidor para nombrar a su librería, traspasa la metáfora y deviene metamorfosis para que la memoria se active y el poema vuelva a ser carne, cuerpo, exceso, despojo, lápida, o quizás, el festín de Acracia, la celebración de la vida plena de sinsentido, pero digna de porfía para seguir degustando el abismo, mientras el tiempo atesora junto a la muerte.

“Las heridas se cosen con las agujas del reloj”, es la máxima que Víctor pone en boca del Hamaquero, en su papel en blanco como el principiante zen; pero es también la sentencia que Bustamante va trazando con su poética irreverente, distante de los sanedrines y de los sacerdotes, y más próxima a los malditos que en su transitar de perdedores van arrancando las máscaras y taladrando los discursos que solo tienen la certeza de ser ceniza.