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jueves, 17 de febrero de 2022

Biopoder y Control Social

 


Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
Que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan
con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.

León Felipe

 

De los modelos disciplinarios a las técnicas biopolíticas

Las nociones de Biopolítica y Biopoder fueron desarrolladas a nivel conceptual por Michel Foucault en su curso de 1976 titulado Hay que defender la sociedad, aunque podríamos decir que prácticamente desde los inicios de la obra de este filósofo francés ya se iba perfilando una indagación acerca de la construcción de los saberes y la lucha de estos por imponerse sobre otros.


La biopolítica hace referencia a cierta tecnología que considera a la población como problema científico y político de manera integrada, de ahí que pensar los asuntos biológicos, necesariamente nos lleva a considerar las luchas de poder. De esta manera surge el segundo concepto: biopoder, el cual hace referencia a las prácticas de poder que se ejercen sobre la vida del cuerpo, el ejercicio de poder sobre los cuerpos de los individuos, esto quiere decir, la vigilancia, el adiestramiento, la disciplina de los cuerpos para poderlos gobernar y controlar. Es importante resaltar que en el análisis de Foucault ese control, ese gobierno puede provenir de otros o de sí mismo y no precisamente tiene una connotación negativa, pues así como puede utilizarse para el ejercicio del autoritarismo o de la subordinación del otro, también puede orientarse hacia procesos creativos y constructivos. Habría que ir más allá en la lectura de Foucault para ver cómo esta posibilidad puede ser emancipatoria por medio del cuidado de sí (tratado en el curso Hermenéutica del sujeto de 1982) o del decir veraz (abordado en el curso El coraje de la verdad, de 1984).

El biopoder como tecnología de poder surge desde el momento en que se deja de utilizar la mecánica anterior que recaía sobre la tierra y sus productos para empezar a ejercerse el control sobre la vida y los cuerpos, por tanto, la vida pasará a ser un objeto de saber y un objeto de relaciones de poder. Según Foucault, el objetivo de la aplicación de fuerzas es para “hacer vivir” a los sujetos y a la población. Esto supone que en adelante se busque acceder al cuerpo y a la subjetividad para administrarlos y orientarlos hacia un fin determinado de quien ejerce dicha tecnología de poder, la cual, insisto, no siempre está dirigida hacia el control, pues también admite la perspectiva de la autogestión de la vida y de la prevención de los riesgos que dificulten el ejercicio de la vida plena.

Foucault afirma, además, que desde ese momento el interés por lo biológico toma un carácter político, de allí que se intensifique la generación de saberes que permitan entender y gestionar la vida, es decir, surge una relación saber-poder que posibilita a los individuos ser conscientes de su papel como especie viviente dentro de sus condiciones de existencia. En adelante, la construcción teórica del filósofo se orienta hacia la demarcación de algunos de esos saberes-poderes, de esas técnicas de poder que pueden estar enfocadas hacia lo anatomo-político o hacia lo biopolítico, a lo disciplinario o a lo normativo: en primer lugar el saber jurídico que define ciertos tipos de contratos y luego el saber médico que instala la regularización de la vida. De a poco, todo esto va conduciendo a una normalización de la vida y de la sociedad, y la biopolítica se nos revela como el ejercicio de poder sobre las poblaciones, el cual, según Foucault “aparece cuando el hombre tiene, técnica y políticamente, la posibilidad no sólo de disponer la vida, sino de hacerla proliferar, fabricar lo vivo y lo monstruoso, y, en el límite, virus incontrolables y universalmente destructores[1].


En este marco es que surge el panoptismo como dispositivo de control, el cual genera, en principio, la necesidad de estudiar al ser humano de manera técnica, por parte de un cuerpo especializado en cuestiones científicas, pero más adelante continúa a través del surgimiento, entre otras, de las ciencias humanas (que buscan hacer al hombre cognoscible) las que permiten instalar, en gran medida, una dominación-observación bastante sutil y pretendidamente generosa. Es así como se va entrando en una nueva dinámica de dominación que Foucault llamó Sociedades de seguridad, en sus seminarios, Seguridad, territorio y población y Nacimiento de la biopolítica. En las sociedades de seguridad el poder actúa sobre las acciones de los individuos y no sobre el individuo directamente. Las acciones se enfocan sobre los acontecimientos, sobre las acciones posibles, e incluyen el análisis del medio en el que se desarrollan. No es que Foucault haya desconocido la variación que iban teniendo las sociedades disciplinarias, pues en estos seminarios queda claro que alcanzó a entrever unas nuevas formas de control que van más allá del encierro, sólo que él las llama de otro modo: “seguridad”, y las enfoca sobre la población, no sobre los públicos, el nuevo objetivo sobre el que también se enfocará el control, tal como más adelante nos lo mostrará Mauricio Lazzarato. Como ya habíamos anotado, al hablarnos de la regulación que ejerce el Estado por medio de la biopolítica, Foucault nos lleva a entender que el control ya no es sobre el cuerpo sino sobre el hombre vivo, que a las técnicas disciplinarias se le han sumado las técnicas biopolíticas, es decir, que se ha establecido un biopoder (el poder que se ejerce sobre la vida) por medio de políticas de familia y políticas de salud, el cual apunta hacia una multiplicidad, hacia una masa global: la población. Si bien es cierto que Foucault ubica la génesis de estas técnicas en siglos anteriores, encuentra que el mayor éxito de ellas tiene lugar luego de la Segunda Guerra Mundial, con la instauración de los Estados Bienestar. 

Del control íntimo a control social

En el texto Post-scriptum sobre las sociedades de control (1990), Gilles Deleuze advierte que Foucault alcanzó a vislumbrar la crisis de las sociedades disciplinarias, que éstas dejaban de ser tan poderosas o únicas y que nos aproximábamos a las Sociedades de control, las cuales ya no funcionaban mediante el encierro sino mediante el control continuo, la comunicación instantánea y la acción a distancia. En un régimen de control nada se termina nunca. Se está en órbita ondulante. El control es a corto plazo y rotativo pero continuo e ilimitado. Se hace inmanente al campo social aunque aparezca difuso, y ahí, precisamente, radica su potencial[2]. Ya no se necesita el encierro sino la vigilancia, la ubicación en todos los momentos. De la vigilancia “encerrada” hemos pasado a la “genérica” que es más amplia (de Bentham a Orwell). Ahora se es vigilado por un gran panóptico en la casa, en la calle, en el bar, en el centro comercial, en la universidad… Según Deleuze, nos están encerrando el afuera, el espacio abierto, la posibilidad transformadora, el devenir revolucionario, la variación. Ahora se modulan las subjetividades que han salido del encierro al espacio abierto y ya no se las neutraliza sino que se las controla.

Por otra parte, también se generan ampulosos discursos que conducen al control (el terrorismo, la seguridad, la democracia, los derechos humanos, los gustos del público, las políticas de calidad), de donde surge la necesidad de hacer monitoreos, auditorías, estadísticas, guerras preventivas. Es por eso que Deleuze también se refiere al influjo que ejercen las teorías comunicativas, los “universales de comunicación”, las supuestas “revoluciones comunicacionales” que no son más que dispositivos de control para “sujetar a los sujetos”. El discurso de la “seguridad”, tras imponer el discurso del terror, se afianza con la política de la comunicación, tan promocionada y protegida por el neoliberalismo. En una línea similar, Foucault nos dice que una sociedad no se define por sus modos de producción, sino por los enunciados que la expresan y por las visibilidades que la efectúan (lo enunciable y lo visible, pero no entendidos como dualidad sino como un afuera abierto, como una virtualidad).

Por otra parte, Maurizio Lazzarato también sostiene que el nuevo control se ejerce por medio de la información, de “consignas variables” que llevan a constituir hábitos que impregnan la “memoria espiritual”. Las potencias y el poder de las máquinas de expresión son la principal característica de las sociedades de control. Tanto las tecnologías digitales como los medios de circulación masiva buscan conducir a una “normalización” de la información. Dicha normalización no solo se da en el sentido de decir qué hacer, sino usando la máscara aparentemente liberadora del confort, pues los celulares, el internet y los videojuegos al facilitarnos momentos para el goce, también están contribuyendo al control de forma disimulada[3]. El nuevo gobierno de las almas se desarrolla a través de las máquinas de expresión que crean mundos de consumo. Por eso, la nueva lucha está orientada hacia el manejo de los campos de la información, las bases de datos, las estadísticas, las proyecciones y las transmisiones. Es claro que con esta nueva dinámica también cambian las relaciones de producción; es el caso del teletrabajo tan posicionado en los últimos tiempos, que basa su poderío en la posibilidad de trabajar fundamentalmente con información.


Según Lazzarato, hay una modulación de los flujos de deseos, de las creencias y de las fuerzas que los hacen circular. Nos modelan los cerebros hasta constituir hábitos que se adentran en la memoria espiritual. El hombre-espíritu es el primer sujeto hacia el cual se dirige el control para colonizarle la memoria. Se “modula la memoria y sus potencias virtuales” para instituir una opinión pública, una percepción universal, una inteligencia colectiva. Se actúa sobre las “fuerzas psicológicas”, sobre el mundo sensible. Estos planes, evidentemente responden a una práctica política: es el capitalismo buscando acomodarse para ser más efectivo e imperceptible. Para Lazzarato, “el capitalismo no es un modo de producción, sino una producción de modos”, de mundos aptos para su mejor ejercicio. La variación en el consumo está dada por el interés del consumidor de pertenecer a un mundo, de adherirse a él, de sentirse participativo. Los mundos que crea el capitalismo, por supuesto, son cuadriculados, mayoritarios, totalitarios y excluyentes de las singularidades. Son las mismas exclusiones propias de las sociedades de control que encontraba Foucault (a nivel económico, social, discursivo y lúdico); y quienes sufren las cuatro exclusiones son considerados como “locos” que deben ser marcados, perseguidos y excluidos en razón de su diferencia. La gran contradicción (de la cual sabe alimentarse el capitalismo) es que una sociedad tan “segura”, protegida y benefactora, también genera inestabilidades, inseguridades en los empleados (ahora temporales, sin prestaciones, sin pensión). De manera perversa, el nuevo ejercicio del gobierno de las conductas se hace a través de las “desigualdades”.

Finalmente, nos interesa rescatar de Lazzarato su pensamiento acerca de la “multiplicidad” para entender cómo las multiplicidades también han sido capturadas por las máquinas de expresión con su nueva institución que es la “opinión pública”. El pensamiento de la “multiplicidad”, que remite a lo abierto, a lo amplio, a lo no circunscrito a dualidades (lucha de clases, disciplina/seguridad-control) también se ha visto encerrado, coaccionado, confinado, pues por todos los medios se generan modulaciones para crear mundos que apunten a la constitución de un sujeto promedio (homogéneo), desconociendo las singularidades y con ellas, la potencia revolucionaria de la creación. Lo cierto es que el control continúa con el encierro (dispositivos disciplinarios), con la gestión de la vida (dispositivos biopolíticos) y con la modulación del cerebro, de la memoria y su potencia virtual (dispositivos de control).

 Imágenes tomadas de la circulación libre en la red.



[1] Foucault, Michel. Defender la sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p. 56

[2] Los “Data centers” son edificios protegidos con altísima seguridad, llenos de equipamientos electrónicos y conectados a muy alta velocidad a otros nodos con similares características, donde se guardan todos los datos disponibles en internet. Contrario a lo que comúnmente se cree, dichos datos no se almacenan en los computadores personales, sino que están bajo el control permanente de quienes los confiscan.

[3] La tecnología DPI (Inspección Profunda de Paquetes) es una industria secreta para el control electrónico masivo. Esta permite que cuando se envía un correo electrónico, antes de llegar al destinatario, vaya pasando por numerosas máquinas que sólo se preocupan por verificar la dirección hacia dónde va dirigida, las cuales, supuestamente, no revisan el contenido. Pero ¿podríamos estar seguros de que al pasar por estas máquinas, no habrá alguna que sí se interese por conocer qué dice el mensaje, y quizás, cambiarlo, modificarlo o dirigirlo a otro destinatario? La realidad, en cambio, nos muestra que se ha convertido en una eficaz arma para el espionaje tanto de personalidades como de particulares en el mundo entero, desde hace más de treinta años.

 


sábado, 9 de marzo de 2013

De los moldes a las modulaciones - Ritornelos en las técnicas de control social


Bajo control... tierra, aire y mar.
Bajo control... el reino animal.
Bajo control... la atmósfera.
Bajo control... hasta la guerra y la paz.
Bajo control... la humanidad.
Bajo control... la mediocridad.
Bajo control... todo el mundo está.
Bajo control... todo, todo...

RATA BLANCA

Asfixiados, perseguidos, vulnerados, desnudados, endeudados, vigilados…, así discurrimos en los nuevos “espacios abiertos”, los cuales son colonizados constantemente por el arma más efectiva que ha logrado sujetar nuestras almas: el control acrecentado, el hipercontrol, la “seguridad” de las nuevas sociedades. De los “moldes” que pretendían instaurar los espacios destinados para el encierro, hemos pasado (sin abandonarlos del todo) a ser nuevos objetos para la “modulación” de prácticas de control que, aunque muchas veces parezcan intangibles, resultan más eficaces.
El juicioso estudio de Michel Foucault, Vigilar y castigar – nacimiento de la prisión (1975) ya nos había esclarecido el mecanismo perverso con el que, desde el siglo XVIII, se había empezado a disciplinar los cuerpos para ubicarlos eficazmente dentro de la “normalidad” social. Este riguroso y problemático trabajo, nos sigue sirviendo de insumo básico para reconocer la génesis de las prácticas penales y su alcance político; es por eso que, a lo largo de este texto, volveremos a recorrerlo para ayudar a develar las formas de dominación que día tras día incorporan nuevos elementos, haciéndose más totalizadoras y excluyentes. También revisaremos ligeramente, algunos seminarios dictados por Foucault en el Collège de France (Defender la sociedad, Seguridad, territorio y población y Nacimiento de la biopolítica), en los cuales, el autor percibe la variación hacia los dispositivos biopolíticos y  de “seguridad”, como continuadores de las prácticas de dominación. Seguidamente, y apoyados en el texto, Post-scriptum sobre las sociedades de control (1990), de Gilles Deleuze, intentaremos mostrar la variación en las técnicas de control que ha generado el capitalismo contemporáneo, cada vez más huidizo, a veces, imperceptible, pero no por ello menos potente. Finalmente, nos remitiremos al libro, Políticas del acontecimiento (2006), de Mauricio Lazzarato, donde se aborda con pertinencia, entre otras cosas, el rol central que tiene la información, como mecanismo de captura que instaura los nuevos modos de habitar en la tierra de nadie.


Los modelos disciplinarios y las técnicas biopolíticas

Michel Foucault, como filósofo de acción que siempre fue, dedicó gran parte de sus investigaciones al análisis de la dominación en la sociedad moderna. Y para ahondar en la búsqueda de señales que le condujeran a uno de sus puertos, enfocó su trabajo en el estudio de la prisión, del peso de la ley y del poder político, es decir, en el castigo, las penas y las leyes que los legitiman. Fue así como llegó a participar en el GIP (Grupo de Investigación de las Prisiones) desde donde observó y analizó la “anormalidad” del criminal, ese extraño sujeto que había conocido el señalamiento, la marcación, el amoldamiento y el olvido. Siguiendo su método genealógico, Foucault escuchó las voces y miró las huellas de quienes padecían el encierro; los interrogó y sintió con ellos cómo se extendían, de igual manera, otro tipo de exclusiones sobre su propia humanidad. Justamente, en ese proyecto de investigación, coincidió con otro grande de la filosofía francesa, Gilles Deleuze, con quien mantendría un productivo diálogo, y quien también nos ha legado tantas páginas de fuego.
El subtítulo de su emblemático libro, Vigilar y Castigar, es, precisamente, “el nacimiento de la prisión”. Allí empezó a develar lo que suponía la variación del castigo por medio de la tortura, al castigo “humanitario” del encierro. Éste último, supuestamente fundaba un nuevo desarrollo en el ejercicio de los derechos humanos, a la vez que propiciaba el respeto por la dignidad humana. En realidad, para el sistema punitivo empezaba a resultar más efectivo aislar a los “peligrosos” que seguir desgastándose y exponiéndose en la picota pública con la continuidad de la tortura. Foucault rastrea el ejercicio penal en Europa y detecta que los suplicios se acaban entre el siglo XVIII y XIX. En adelante, las prácticas punitivas tienen cierto pudor, ya no quieren “tocar el cuerpo” sino atacar algo más profundo. Al menos, no se interviene directamente sobre el cuerpo ejerciendo la tortura, sino que éste se usa como intermediario, como sujeto de “coacción, privación, obligaciones y prohibiciones”. De esta manera, se instala una supuesta penalidad “incorporal”, pues aparentemente ya no se tolera el castigo del cuerpo (razón por la cual, en ocasiones se valen de drogas para calmar el dolor) aunque al final siempre se ejecute al enjuiciado. Se suprime el teatro del sufrimiento pero no se deja de perseguir y de autoengañarse socialmente, creyendo en la posibilidad de readaptar los sujetos, luego de habérseles suspendido temporalmente muchos derechos básicos. La práctica penal se vuelve un extraño secreto entre la justicia y su sentenciado, la cual, muchas veces parece ir de la tragedia a la comedia.
Cuando el ataque ya no se centra en el cuerpo, se le apunta, entonces, al alma (entendida como corazón, pensamiento, voluntad, disposiciones) y es así como surge la Cárcel. Todo es atacado en profundidad por entes que son sombras, sin rostro, impalpables. Y aunque no sean visibles, sí son muy efectivos. Ya no se sanciona el individuo, se le controla para neutralizar su estado peligroso y buscar que él cambie y se “reintegre” (claudique en su construcción autónoma) al esquema social. Además de la privación de la libertad, se busca la transformación técnica de los individuos. Ya no se les trata como infractores sino como delincuentes. Se pasa de la observación del acto a la intromisión en la vida. La cárcel produce al delincuente como sujeto controlado, como sujeto patologizado, el cual debe experimentar un encauzamiento de su conducta. Se cambia el verdugo por un numeroso grupo de técnicos que ahora controlan todos los actos: vigilantes, capellanes, psiquiatras, médicos, educadores y psicólogos; todos ellos presentes de manera continua al pasar de un régimen disciplinario a otro. De la sociedad del espectáculo público de la tortura se pasa a la sociedad de la vigilancia, y es a esto que Foucault llama sociedades disciplinarias.


Las disciplinas que acompañan el ejercicio penal, facilitan un estado de control sobre el individuo en todas sus acciones, y no solo, sobre la infracción que ha cometido, sino sobre “lo que son, serán y pueden ser”. Foucault define las disciplinas como “aquellos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que le sujeta sus fuerzas y que establece una relación de ‘docilidad-utilidad’”. Y aclara que hay disciplinas cerradas y visibles (panóptico), siendo éstas últimas las que concentran más su atención. En gran parte del texto se detiene en el análisis de la estructura arquitectónica del panóptico (Bentham), el cual, evidentemente funda un nuevo dispositivo de poder: el panoptismo, que en principio opera como una forma de huida de la peste pero que luego se afianza como efectivo mecanismo para el control social y político, para hacer dóciles los cuerpos, luego del “beneficio” que les genera el encierro (la “resocialización”: domesticar bajo la vigilancia y el control). Desde un lugar inaccesible, un observador tiene control sobre todas las acciones de los sujetos encerrados. Ese observador cosifica al otro, lo convierte en una cosa a controlar. En últimas, lo que busca el panoptismo es atravesar y acondicionar el cuerpo social, luego de  disociar la pareja ver / ser visto, de aislar a los condenados, de penetrar el comportamiento de los sujetos y modelarles la conducta, de instalar una organización jerárquica y de hacer que el poder se desindividualice y se automatice.


Podemos decir que Foucault realiza un nuevo estudio enmarcado en el campo de la criminología, una genealogía de la pena y del sistema penal, no precisamente partiendo desde éste, sino desde la cárcel para entender cómo funciona aquél. Las técnicas punitivas, según Foucault, responden menos a un interés jurídico que a un interés político (anatomía política). Esta búsqueda está perfectamente ubicada dentro del interés central de Foucault: el estudio de los micropoderes, en este caso, los que se establecen en diversos escenarios de control (los psiquiátricos, la salud pública, la sexualidad, las prisiones, las escuelas y los hospitales). El esquema de Vigilar y Castigar, establece los siguientes recorridos: Suplicio / Castigo / Disciplina / Prisión. Y lo más terrible que el autor alcanza a entrever es que la cárcel logra volver legítimo y natural el poder de castigar y hacer que se adopte la penalidad como algo necesario. De esta manera, resulta evidente que el interés de Foucault es por la política, por la “ontología política de la verdad”, tras entender el poder como algo que circula y funciona en cadena, que no se aplica a los individuos, sino que circula a través de los individuos. El poder como dispositivo, se hace íntimo con el surgimiento de la prisión, y ya no es solo el Estado quien lo ejerce como pastor, sino que ahora, éste es benefactor, protector y controlador de esas pequeñas relaciones de poder. En adelante, el poder se ejerce sobre el cuerpo, entendido como un bien accesible. Es decir, se desarrolla una “economía política del cuerpo”, y sobre eso, precisamente, continuará investigando Foucault en su Historia de la sexualidad y en sus posteriores seminarios.
El desarrollo del panoptismo como dispositivo de control, genera, en principio, la necesidad de estudiar al ser humano de manera técnica, por parte de un cuerpo especializado en cuestiones científicas, pero más adelante continúa a través del surgimiento, entre otras, de las ciencias humanas (que buscan hacer al hombre cognoscible) las cuales permiten instalar, en gran medida, una dominación-observación bastante sutil y pretendidamente generosa. Es así como se va entrando en una nueva dinámica de dominación que Foucault llama Sociedades de seguridad, en sus seminarios,  Seguridad, territorio y población y Nacimiento de la biopolítica. En las sociedades de seguridad, el poder actúa sobre las acciones de los individuos y no sobre el individuo directamente. Las acciones se enfocan sobre los acontecimientos, sobre las acciones posibles e incluyen el análisis del medio en el que se desarrollan. No es que Foucault haya desconocido la variación que iban teniendo las sociedades disciplinarias, pues en estos seminarios queda claro que alcanzó a entrever unas nuevas formas de control que van más allá del encierro, sólo que él las llama de otro modo: “seguridad”, y las enfoca sobre la población, no sobre los públicos, el nuevo objetivo sobre el que también se enfocará el control, tal como más adelante nos lo mostrará Lazzarato. Por otra parte, al hablarnos de la regulación que ejerce el Estado por medio de la biopolítica, Foucault nos lleva a entender que el control ya no es sobre el cuerpo sino sobre el hombre vivo, que a las técnicas disciplinarias se le han sumado las técnicas biopolíticas, es decir, que se han establecido un biopoder (el poder que se ejerce sobre la vida) por medio de políticas de familia y políticas de salud, el cual apunta hacia una multiplicidad, hacia una masa global: la población. Si bien es cierto que Foucault ubica la génesis de estas técnicas en siglos anteriores, encuentra que el mayor éxito de ellas tiene lugar luego de la Segunda Guerra Mundial, con la instauración de los Estados Bienestar.


Modulaciones para el control

En el texto de Gilles Deleuze, Post-scriptum sobre las sociedades de control (1990), el autor advierte que Foucault alcanzó a vislumbrar la crisis de las sociedades disciplinarias, que éstas dejaban de ser tan poderosas o únicas, y que nos aproximábamos a las Sociedades de control, las cuales ya no funcionaban mediante el encierro sino mediante el control continuo, la comunicación instantánea y la acción a distancia. La idea del control la retoma Deleuze del texto, Los límites del control (1978) del escritor William Burroughs, para quien el máximo control nos estaba dado por las mismas palabras. El breve y un tanto olvidado escrito de Deleuze, hoy sigue siendo muy oportuno para introducirnos en el estudio de las nuevas técnicas de control. La vuelta de la mirada hacia Foucault sirve para reiterar que desde el siglo XIX han funcionado de manera eficaz unos lugares de encierro continuos: familia, escuela, cuartel, fábrica, hospital, cárceles; los cuales han manejado unos principios comunes: concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo y conformar una fuerza productiva. Pero al decir de Deleuze, los espacios disciplinarios ya no tienen la misma  operatividad de antaño, pues mientras que los encierros responden a lógicas y estructuras analógicas (moldes), en los sistemas de control hay modulaciones que cambian constante e imprevisiblemente. En un régimen de control nada se termina nunca. Se está en órbita ondulante. El control es a corto plazo y rotativo pero continuo e ilimitado. Se hace inmanente al campo social, aunque aparezca difuso, y ahí, precisamente, radica su potencial[1]. Del encierro se ha pasado al endeudamiento. La preocupación ya no es por rehabilitar a los presos, sino por cansarlos,  agotarlos, excluirlos, anularlos, en fin, hacerlos inocuos. Ya no se necesita el encierro sino la vigilancia, la ubicación en todos los momentos. De la vigilancia “encerrada” hemos pasado a la “genérica” que es más amplia (de Bentham a  Orwell). Ahora se es vigilado por un gran panóptico en la casa, en la calle, en el bar, en el centro comercial, en la universidad… Según Deleuze, nos están encerrando el afuera, el espacio abierto, la posibilidad transformadora, el devenir revolucionario, la variación. Ahora se modulan las subjetividades que han salido del encierro al espacio abierto y ya no se las neutraliza sino que se las controla.
Siguiendo esta oscura práctica, podemos ver cómo se ha instalado en Bogotá, en el pasado mes de enero, un sofisticado sistema de tecnología para el control, conocido como Centro Estratégico de Información Penitenciaria, con el que se podrá vigilar de manera simultánea y en tiempo real lo que ocurre en 40 establecimientos carcelarios y penitenciarios del país. Según informan los medios de circulación masiva, “el Centro está compuesto por un ‘videowall’ o mural de video, con 16 monitores de 55 pulgadas tipo LED que presenta las imágenes de 400 cámaras de circuito cerrado de televisión instaladas en sitios estratégicos de los penales más grandes del país, como los de Valledupar, Ibagué, Itagüí, Cómbita y Girón. El sistema cuenta, además, con tableros interactivos digitales, monitores auxiliares de 60 pulgadas, un sistema de videoconferencia, otro de audio con amplificadores y micrófonos de mesa. En las cárceles del orden nacional, las cámaras del circuito cerrado son de alta definición IP, con rotación de 360 grados sobre su eje y antivandálicas”. Pero aún hay más sofisticados mecanismos para el control, pues según comentó el director nacional penitenciario, “el nuevo centro también permite tener información de los reclusos como edad, sexo, día en que ingresa, el delito por el que fue condenado, el tiempo de pena que ha redimido, las citaciones a audiencias, el traslado de cárceles y hasta su morfología”.


Y como era de esperarse, estas dinámicas de control se vinculan directamente con las nuevas formas que ha tomado el capitalismo para seguir ejerciendo su poderío. El control que anuncia Deleuze, es un nuevo régimen de dominación del capitalismo, el cual ha dejado de concentrarse en la producción para “avanzar” hacia la superproducción. Ya no está interesado en comprar materias primas y vender productos terminados. Le interesa vender servicios y comprar acciones. La fábrica ha sido cambiada por la empresa, una institución etérea que establece variaciones en el salario, el cual depende ahora de la respuesta que presente el trabajador frente a los incentivos que se le ofrecen, es decir, se instala la competencia, la rivalidad, la división. El nuevo capitalismo no es de producción sino de productos (ventas y mercados) y lo que requiere son gestores más que trabajadores. Para manejar el mercado hay que obtener el control, y esto se da a través de la fijación de los precios. El sector más importante en las empresas es el departamento de ventas, y su instrumento de control es el marketing. De ahí los nuevos servicios que se ofrecen: investigación y desarrollo de estrategias, mecanismos de comunicación, posicionamientos de marcas, medidores de audiencia, certificaciones, auditorías, asesorías en políticas de calidad, por nombrar solo algunos.
Por otra parte, también se generan ampulosos discursos que conducen al control (el terrorismo, la seguridad, la democracia, los derechos humanos, los gustos del público, las políticas de calidad), de donde surge la necesidad de hacer monitoreos, auditorías, estadísticas, guerras preventivas. Es por eso que Deleuze también se refiere al influjo que ejercen las teorías comunicacionales, los “universales de comunicación”, las supuestas “revoluciones comunicacionales”, que no son más que dispositivos de control para “sujetar a los sujetos”. El discurso de la “seguridad”, tras imponer el discurso del terror, se afianza con la política de la comunicación, tan promocionada y protegida por el neoliberalismo. En una línea similar, Foucault nos dice que una sociedad no se define por sus modos de producción, sino por los enunciados que la expresan, y por las visibilidades que la efectúan (lo enunciable y lo visible, pero no entendidos como dualidad sino como un afuera abierto, como una virtualidad). Ante esta evidencia del poderío que ejerce la comunicación, surge como práctica anti-control, el ritornelo, la posibilidad creadora (artística), que no necesariamente equivale a comunicar. Por eso, Deleuze genera la inquietud de que quizás, en bloques de espacio-tiempo donde no opere la comunicación como fundamento, es donde podamos empezar a confrontar el control.


El control de los públicos por medio de la información

Maurizio Lazzarato en su texto, Políticas del acontecimiento (2006) también nos entrega su visión, básicamente continuando con la reflexión iniciada por Deleuze, sobre el nuevo control social que se ejerce desde diversos espacios. Al conjunto de las nuevas técnicas de control, de las tecnologías humanas del gobierno de los demás, Lazzarato las llama “noo-política”. Desde el inicio, el autor sostiene que el nuevo control se ejerce por medio de la información, de “consignas variables” que llevan a constituir hábitos que impregnan la “memoria espiritual”. Las potencias y el poder de las máquinas de expresión, son la principal característica de las sociedades de control. Tanto las tecnologías digitales como los medios de circulación masiva, buscan conducir a una “normalización” de la información. Dicha normalización no solo se da en el sentido de decir qué hacer, sino usando la máscara aparentemente liberadora del confort, pues los celulares, el internet, los videojuegos, al facilitarnos momentos para el goce,  también están contribuyendo al control de forma disimulada[2]. El nuevo gobierno de las almas se desarrolla a través de las máquinas de expresión que crean mundos de consumo. Por eso, la nueva lucha está orientada hacia el manejo de los campos de la información, de las bases de datos, de las estadísticas, de las proyecciones, de las transmisiones. Es claro que con esta nueva dinámica también cambian las relaciones de producción, es el caso del teletrabajo, tan posicionado en los últimos tiempos, que basa su poderío en la posibilidad de trabajar fundamentalmente con información.

Según Lazzarato, hay una modulación de los flujos de deseos, de las creencias y de las fuerzas que los hacen circular. Nos modelan los cerebros hasta constituir hábitos que se adentran en la memoria espiritual. El hombre-espíritu es el primer sujeto hacia el cual se dirige el control para colonizarle la memoria. Se “modula la memoria y sus potencias virtuales” para instituir una opinión pública, una percepción universal, una inteligencia colectiva. Se actúa sobre las “fuerzas psicológicas”, sobre el mundo sensible. Estos planes, evidentemente responden a una práctica política: es el capitalismo buscando acomodarse para ser más efectivo e imperceptible. Para Lazzarato, “el capitalismo no es un modo de producción, sino una producción de modos”, de mundos aptos para su mejor ejercicio. La variación en el consumo está dada por el interés del consumidor de pertenecer a un mundo, de adherirse a él, de sentirse participativo – ¿Pero acaso podemos participar en la conformación de dichos mundos? –. Los mundos que crea el capitalismo, por supuesto, son cuadriculados, mayoritarios, totalitarios y excluyentes de las singularidades. Son las mismas exclusiones propias de las sociedades de control que encontraba Foucault (a nivel económico, social, discursivo y lúdico); y quienes sufren las cuatro exclusiones, son considerados como “locos” que deben ser marcados, perseguidos y excluidos en razón de su diferencia. Y la gran contradicción (de la cual sabe alimentarse el capitalismo) es que una sociedad tan “segura”, tan protegida, tan benefactora, sin embargo genera inestabilidades, inseguridades en los empleados (ahora temporales, sin prestaciones, sin pensión). De manera perversa, el nuevo ejercicio del gobierno de las conductas se hace a través de las “desigualdades”.
En un segundo momento, Lazzarato continúa afirmando que el “grupo social del futuro” no es ni la masa, ni la clase, ni la población, sino el “público” (o más bien, los públicos), y que en las sociedades de control, los públicos son los principales modos de subjetivación. ¿Y a cuáles públicos se refiere? Al de los medios, por supuesto, sobre los cuales se imponen tecnologías del tiempo y de la memoria por medio de dispositivos de “acción a distancia” (la televisión y la radio con su preponderante dinámica verbal), que actúan sobre los deseos y las creencias para seguir perpetuando el control.  Retomando el análisis de Gabriel Tarde, Lazzarato nos recuerda que desde  finales del siglo XIX (y a la par con la puesta en práctica de las sociedades de control) se empezaron a elaborar  técnicas dirigidas hacia un grupo social específico: “los públicos”. El caso más notorio tiene que ver con el surgimiento del cine, que definitivamente amplió el espectro referido a los públicos. Según este planteamiento, el público, es decir, la opinión (“la población tomada a partir de sus opiniones”) adquiere la condición de omnipotente. ¿No es acaso a la opinión que se acude para supuestamente definir los itinerarios previamente organizados de acuerdo a las conveniencias productivas? La avalancha mediática constantemente nos está invitando a participar con el voto, con encuestas, con llamadas para definir, por ejemplo, la suerte de los participantes en un reality o la de un ministro religioso o la de un político, o los símbolos que nos identifican, o los criterios morales que se deben observar para resolver casos de la vida real. “En sus manos está la suerte de”… “es usted el que decide”… “no deje que otros lo hagan por usted”… intimidantes y manidas consignas pero efectivas y cada vez más potencializadas. Estas acciones están sustentadas por los discursos que dicen respetar la “libertad de opinión” y garantizar la participación y la deliberación. Sin embargo, la realidad nos muestra que no representan dichos intereses, sino que más bien son utilizados para identificar el pensamiento de los votantes y empezar a ubicarlos como potenciales clientes o peligrosos sujetos. No hay que olvidar que en las sociedades de control se producen “modos”, “mundos”, sobre los que se desarrollan las nuevas dinámicas, las cuales nos llevan a interiorizar que lo importante es “pertenecer a un mundo” para sentirnos activos, aunque ya sabemos que no actuantes, pues nunca participamos en la definición de dichos mundos. Y la forma como nos imponen esos mundos es a través de la palabra, los signos y las imágenes. En fin, indagar en la génesis y el desarrollo de los discursos sobre los públicos, es cada vez más oportuno para desentrañar los tejidos que terminan construyendo los abrigos del control.


Finalmente, nos interesa rescatar de Lazzarato su pensamiento acerca de la “multiplicidad” para entender como las multiplicidades también han sido capturadas por las máquinas de expresión con su nueva institución que es la “opinión pública”. El pensamiento de la “multiplicidad” que remite a lo abierto, a lo amplio, a lo no circunscrito a dualidades (lucha de clases, disciplina / seguridad-control) también se ha visto encerrado, coaccionado, confinado, pues por todos los medios se generan modulaciones para crear mundos que apunten a la constitución de un sujeto promedio (homogéneo), desconociendo las singularidades y con ellas, la potencia revolucionaria de la creación. Lo cierto es que el control continúa, con el encierro (dispositivos disciplinarios), con la gestión de la vida (dispositivos biopolíticos), con la modulación del cerebro, de la memoria y su potencia virtual (dispositivos de control – noo-políticos). Sin embargo (y ahí radica la potencialidad de la multiplicidad) la continuidad de  los sujetos encerrados, de las diferentes técnicas disciplinarias y de los dispositivos de control en todas las esferas, no dejan de seguir convocándonos para conformar una “cooperación  entre cerebros” que nos lleven a producir verdaderas y articuladas multiplicidades para la resistencia, moviéndonos en la indeterminación, en lo imperceptible, al margen de las intenciones totalizadoras.

Bibliografía

Deleuze Gilles, Post-scriptum sobre las sociedades de control, en Conversaciones, Pre-textos, Valencia, 1996
Foucault, Michel, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI editores, España, 1978.
-          Defender la sociedad, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2000
-          Seguridad, territorio y población, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2006
-          Nacimiento de la biopolítica, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2007
Lazzarato, Mauricio, Políticas del acontecimiento, Tinta limón ediciones, Buenos Aires, 2006





[1] Los “Data centers” son edificios protegidos con altísima seguridad, llenos de equipamientos electrónicos y conectados a muy alta velocidad a otros nodos con similares características, donde se guardan todos los datos disponibles en internet. Contrario a lo que comúnmente se cree, dichos datos no se almacenan en los computadores personales, sino que están bajo el control permanente de quienes los almacenan.

[2] La tecnología DPI (Inspección Profunda de Paquetes) es una industria secreta para el control electrónico masivo. Esta permite que cuando se envía un correo electrónico, antes de llegar al destinatario, vaya pasando por numerosas máquinas que sólo se preocupan por verificar la dirección hacia dónde va dirigida, las cuales, supuestamente, no revisan el contenido. Pero ¿podríamos estar seguros de que al pasar por estas máquinas, no habrá alguna que sí se interese por conocer qué dice el mensaje, y quizás, cambiarlo, modificarlo o dirigirlo a otro destinatario? La realidad, en cambio, nos muestra que se ha convertido en una eficaz arma para el espionaje tanto de personalidades como de particulares en el mundo entero, desde hace más de diez años.

Imágenes tomadas de la circulación libre en la red

martes, 14 de septiembre de 2010

Esquizoanálisis 1

Comenzamos la publicación de un texto introductorio sobre el esquizoanálisis. Debido a la extensión del mismo, haremos la entrega en diversos momentos.

EL ESQUIZOANÁLISIS: UN CAMINO LIBERTARIO – Fundamentos y vigencia del Esquizoanálisis.

Resumen

Desde que Gilles Deleuze y Félix Guattari plantearon y desarrollaron los fundamentos conceptuales del esquizoanálisis y mostraron algunas coordenadas para hacer de dicho postulado una práctica real (como únicamente podemos entenderlo), el mundo del pensamiento moderno sufrió una conmoción notable, de la cual aún se sienten las réplicas, aunque los brotes surgidos en torno a este dispositivo todavía son minoritarios, no obstante el crecimiento desbocado de los flujos represivos y disciplinarios en todos los órdenes, contra los cuales es vigente y necesario adoptar una posición activa y real como la expuesta por el devenir esquizoanalítico.
El interés de este escrito es mostrar cómo se origina y qué plantea el paradigma del esquizoanálisis, a partir de dos textos escritos por el dúo Deleuze-Guattari (El Anti-Edipo - Capitalismo y esquizofrenia y Mil mesetas*), en los que se encuentran las bases teóricas de dicha práctica. Con la exposición básica de algunos de sus conceptos, buscamos plantear la importancia de su aplicación en las dinámicas actuales y evidenciar la urgencia de renovar los esquemas mentales que mantienen un entramado coercitivo y falsamente productivo.





Nueva orientación de la mirada

Para comenzar, es pertinente recordar el punto de partida que formulan los autores, según el cual, por todas partes circulan máquinas: “todo lo que existen son máquinas”, cuya principal función es la producción. Una de aquellas máquinas productivas es la “máquina esquizofrénica”, en la cual concentran la observación para entender su funcionamiento.
Teniendo en cuenta ese presupuesto, la primera constatación que realizan es que resulta más útil (para efectos productivos) el paseo del esquizofrénico que la quietud en el diván del neurótico. La máquina esquizofrénica aparece como algo que produce, y no precisamente, metáforas o fantasmas como en el psicoanálisis de Freud, sino que produce realidad. Por tanto, resulta necesario desnudar la idea de Edipo estructurada en los textos clásicos de Freud, debido a su condición de represora de las “máquinas deseantes” (las máquinas productivas más importantes para ser estudiadas, desde la dinámica esquizofrénica).
Abordan la esquizofrenia no desde un punto de vista naturalista pero sí tienen en cuenta que la naturaleza misma es proceso de producción, aunque dentro de las lógicas sociales predominantes, dicho proceso es apenas un evento relativamente autónomo, pues en el capitalismo clásico, la producción es “consumo y registro” a la vez. Registro y consumo son producciones de un mismo proceso. De igual manera, confirman el rompimiento con aquella visión que habla de una separación entre hombre y naturaleza. Ambos son entendidos como “una misma y única realidad existencial del productor y del producto”. En este camino, necesariamente, hay que remitirse al análisis del deseo; la “producción deseante” es vista desde una óptica de “psiquiatría materialista”, que entiende al esquizo como Homo natura, el cual no es un fin en sí mismo, como tampoco lo es su continuación hasta el infinito para completar el proceso. Lo importante del proceso es su realización. Entonces, la esquizofrenia viene a ser entendida como “el universo de las máquinas deseantes productoras y reproductoras, la universal producción primaria como ‘realidad esencial del hombre y de la naturaleza’ ”. (Anti Edipo, 14). De esta manera, el esquizofrénico se convierte en el “productor universal” que se identifica con su producto.



Las máquinas deseantes responden a un sistema binario, lineal, que supone el acoplamiento en otra máquina a través de flujos y cortes: un objeto supone la continuidad de un flujo, y un flujo, la fragmentación del objeto. De manera acoplada es como existen las máquinas; en ellas, el deseo fluye y corta. Sin embargo, existe además, un momento antiproductivo en el cual la energía fluye libremente sin presentar cortes, este momento corresponde el espacio-tiempo del Cuerpo sin Órganos (CsO)1, el cual ha podido ir más allá de la linealidad binaria (del productor identificado con el producto). El deseo, en tanto que principio inmanente, produce máquinas deseantes que nos forman un organismo, el cual, a la larga, se convierte en un agente represivo que define un modelo de organización, contra el cual se levanta el Cuerpo sin Órganos. El CsO sirve de superficie para registrar la producción del deseo – El CsO es el campo de inmanencia del deseo. El deseo actuando como proceso de producción, que no tiene referencia a instancias externas –, pero en este movimiento se da una síntesis disyuntiva que permite el desplazamiento de las “permutaciones posibles”, de las diferencias, sobre la superficie lisa (nómada), en lo que viene a ser un procedimiento de inscripción. De esta manera, podemos asumir que la energía disyuntiva es la forma de la “genealogía deseante”. El papel del CsO no es romper con el sistema lineal-binario de las máquinas deseantes, sino introducirse en su dinámica como tercer término que detiene la posible configuración triangular edípica de origen parental (el triángulo papá-mamá-yo) para que no haya proyecciones de esa figura sino para inscribir disyunciones – eso mismo es lo que hace el esquizo al poner en marcha su propio y fluido código de registro de la realidad –. El CsO está poblado por intensidades que pasan y circulan. Las hace pasar pero también las produce. Es materia intensa no formada y no estratificada. Y si entendemos que materia es igual a energía, podemos decir que lo que produce el CsO es lo real. El CsO no es anterior al organismo sino adyacente a éste, y no cesa de deshacerse. No es regresivo, está presente en todos los momentos. No es un concepto o una noción, es más preciso decir que es una práctica o un conjunto de prácticas.




Como ya habíamos anotado, en el capitalismo la forma de producción de “consumo” se da en la producción de “registro”, como continuación de ésta, y tiene que ver con la inscripción que se hace referente a un sujeto (que no tiene identidad fija, que se mueve de acuerdo a las disyunciones en la superficie del registro). En dicho sujeto, el consumo es consumación al mismo tiempo, por tanto, voluptuosidad, desenfreno consumista. De esta manera, se ubica frente a una nueva síntesis que ahora es conjuntiva, generando un nuevo vínculo entre las máquinas deseantes y los cuerpos sin órganos, quedando el sujeto con un carácter residual (al lado de) al revivirse lo reprimido. A través de este proceso, se reviven “cantidades intensivas” que traducidas (en voz del sujeto) quieren decir un Yo siento (por oposición al Yo pienso de la tradición racional moderna) de una manera más aguda. Esta es la realidad del esquizo: la vida más próxima a la materia, de una manera intensa y totalmente productiva.
El psicoanálisis ya había hecho el gran descubrimiento de la producción deseante como producción del inconsciente, pero rápidamente opacó ese descubrimiento con el idealismo de la representación. El inconsciente productivo fue presentado solamente como expresivo a través del mito y del sueño. El deseo fue concebido como carencia de objeto real, que producía pero fantasmas y que se producía a sí mismo desprendiéndose del objeto y ampliando la carencia. Desde la óptica esquizoanalítica, se argumenta que si partimos de pensar el deseo como producto de una carencia, vamos a llenarlo pero con una producción fantasmática. Y si el deseo produce, produce es algo real (“en realidad y de realidad”). Por lo tanto, desear es producir. Lo que realiza el esquizoanálisis es una economía del deseo, postulando a las máquinas deseantes como la categoría fundamental. La esquizofrenia se entiende, entonces, como proceso de producción del deseo y de las máquinas deseantes. “El deseo es un conjunto de síntesis pasivas que maquinan los objetos parciales, los flujos y los cuerpos, y que funcionan como unidades de producción” (Anti Edipo, 33). El deseo no carece de nada, no es carencia de objeto. Juntos, el objeto y el deseo, conforman una máquina que actúa integrada tanto en la producción deseante como en la producción social. El campo social está recorrido por el deseo – “sólo hay el deseo y lo social, y nada más” (Anti Edipo, 36) –. El deseo no es carencia, no es dato natural; está en funcionamiento, es proceso (no estructura o génesis), es afecto (no sentimiento), es individuación de un acontecimiento, de una estancia (no subjetividad). Constituye un campo de inmanencia (que posee zonas de intensidad, de umbrales, de gradientes y de flujos). Es un cuerpo biológico, colectivo y político2.
Volviendo a las máquinas, encontramos que éstas son definidas como un “sistema de cortes”, que de ninguna manera pueden llevar al distanciamiento con la realidad. Para que una máquina realice el corte de flujos, siempre debe estar conectada con otra máquina que, a la vez, también produce flujos. La continuidad no se rompe sino que es condicionada por los nuevos cortes. El hombre también forma máquina. Es una pieza que junto con otras piezas se comunican para constituir una máquina: la máquina social. De la dinámica permanente (corte-flujo) es que surge el deseo, como puede verse, inscrito en una actividad productiva. En fin, lo que producen las máquinas son cortes productivos. De esta forma, se plantea que las operaciones reales (productivas) del deseo son: extraer, separar y dar restos.

En las máquinas deseantes, la producción es una “multiplicidad pura” (multiplicidad entendida como sustantivo; que supera lo múltiple y lo uno) de ninguna manera reducible a la unidad (argumento que podría llevarnos a pensar y justificar totalidades de origen o de destino). Claro que puede haber totalidades al lado, pero que no totalizan las partes. Asimismo, es importante decir que el funcionamiento de las máquinas deseantes se da en las rupturas, en los fraccionamientos, en las fisuras; y aunque todo suceda al mismo tiempo, no es posible que las partes se unifiquen en un todo. Lo que está poniendo en duda este planteamiento es la existencia de una dialéctica evolutiva, ascendente e integradora, al superar los contrarios. Las multiplicidades fluyen y circulan entre las disyunciones pero no son vasos comunicantes, sino que mantienen una relación de forma transversal, la cual es reafirmativa de las diferencias. Sin embargo, dichas disyunciones son inclusivas, en tanto que tienen que ver todo el tiempo con la producción de la máquina deseante.