Les comparto el texto que muy generosamente escribió sobre mi poesía el amigo y poeta Antonio Zambrano, quien utiliza el seudónimo Amílkar Navío
Antonio Zambrano Delgadillo
Por supuesto, la obscuridad es garantía de que las
estructuras etéreas sean capaces de sostener todo el peso de una verdad, que
anida en los rayos X de la huella evaporada de los caminos. Por eso es la noche
inconmesurable el subterfugio más adecuado para penetrar por los laberintos de
los campos ignotos. Y por eso mismo Ardila, a sabiendas de dicha premisa, y de
que también la presentación de los libros proclama metáforas, él habría pedido
a sus editores que encerrasen los predicados de su libro Espejos de Niebla dentro de un color negro impenetrable. ¿Mas cómo
resolver ante semejante severidad el color del delirio de la luz para sellar el
carácter hemisférico de la etereidad? La
respuesta la anticipa Borges con otra pregunta, citada por Ardila:
“¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?
En dos de sus biográficos poemas—Levantamiento del náufrago y Convicciones del náufrago[1]—Ardila
porfía en la reconstrucción del mundo que optó por vivir. El mundo laberíntico
y lítico, atormentado por lontananzas cenagosas y obligatorias distancias
lacustres, jamás prosperó bajo sus pies andariegos por los devenires. El poeta
entendió que para que los elementos genitores de naufragio se ahogaran, era
apremiante derruir tal perspectiva mediante la construcción de indefinibles
estructuras etéreas. Así, arrasó los velos del véspero, para conquistar la
pureza del descanso de los nodos de angustia de los sentidos: Esta amarga copa se ha vaciado durante el
crepúsculo sin viento. Y termina el poema suprimiendo el ineludible
conversatorio foliar de los árboles, para que este no interrogue a la conmoción
de los fantasmas del infinito.
El despliegue de la férrea
arquitectura del mundo etéreo de Ardila, reviste en Convicciones del náufrago—“En una llamarada de vacío, se hicieron
ceniza las palabras que me hablaban con insistencia del silencio”—la reafirmación
de la presencia de un vacío que arde como el Sol, fundiéndose dentro de alguna
perennidad sostenible. Es advertible,
pues, que las categorías etéreas que
Ardila recrea, quedan delimitadas por tupidas
cercas de alambre de púas clavado en floridas filas de albos saúcos que no sucumben
ante la evidencia de la eternidad, sino que, todo lo contrario, se disuelven en
esta. En su recorrido poemático el poeta se va lanza en ristre contra la
sinonimia, predicando las severas diferencias que pudieran existir ente un
vacío pétreo y telúrico frente a un destino vacuo de materia. Ardila no
deconstruye la nada: todo lo contrario: la adereza y afirma elevándola a
axiologías de dominio perpetuo.
¿Y cómo logra el vate semejante metamorfosis? Dejando
entrever que la muerte no abuse del
no-tiempo sino que ejercite el levantamiento de la segur cada vez que se
encuentre con la germinación de nefastos entendidos.
Es así como en obediencia semántica a su poema Proclama, el poeta establece
definitivamente la severidad necesaria para definir linderos entre la experiencia
vital que la materia le provee, y el cotejo de bodegas etéreas a donde envía y
guarda los calificandos existenciales, de su tránsito por territorios
demarcados con la alba cerca que delimita a cada uno de los territorios etéreos.
Y como territorios adjetivados con el merecimiento de herrarlos y cementarlos
en la redefinición y reconstrucción de la etereidad que encontró aún en obra de
mampostería. Es así como la trilogía de mundos habitada estocásticamente por el
poeta, se refuerza y vigoriza dentro de contundente heurística: a) “hacer cenizas
las palabras que le hablaban con insistencia del silencio”, para reafirmarse en
el mundo que llega a su mirada; b) elongar la perspectiva del viento “para
abrirle nuevos caminos a la materia del mundo donde él pasa la noche”; y c), verificar
los sardineles, cercas y murallas que retienen las cámaras de etereidad para
que la nada y el vacío empollen, en vez de escapar.
Amílkar Navío
Bogotá, 11 de diciembre de 2017.
Antonio Zambrano es Oficial de Marina Mercante, jubilado, con estudios en la Escuela Naval de Colombia y la Marina de los Estados Unidos. Director de "Ecología Tropical", revista científica de la Sociedad Colombiana de Ecología. Fundó la corporación Ariadna para la extensión de la preservación, el uso y la apertura de nuevos caminos económicos para la florifauna nativa colombiana. Autorizó el proyecto de Sorgo para la producción colombiana de Bio-etanol a gran escala.