sábado, 16 de diciembre de 2017

LA CONSTRUCCIÓN DE LA ETEREIDAD EN LA POÉTICA DE OMAR ARDILA

Les comparto el texto que muy generosamente escribió sobre mi poesía el amigo y poeta Antonio Zambrano, quien utiliza el seudónimo Amílkar Navío

Antonio Zambrano Delgadillo


Por supuesto, la obscuridad es garantía de que las estructuras etéreas sean capaces de sostener todo el peso de una verdad, que anida en los rayos X de la huella evaporada de los caminos. Por eso es la noche inconmesurable el subterfugio más adecuado para penetrar por los laberintos de los campos ignotos. Y por eso mismo Ardila, a sabiendas de dicha premisa, y de que también la presentación de los libros proclama metáforas, él habría pedido a sus editores que encerrasen los predicados de su libro Espejos de Niebla dentro de un color negro impenetrable. ¿Mas cómo resolver ante semejante severidad el color del delirio de la luz para sellar el carácter hemisférico de la etereidad?  La respuesta la anticipa Borges con otra pregunta, citada por Ardila:

“¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?

En dos de sus biográficos poemas—Levantamiento del náufrago y Convicciones del náufrago[1]—Ardila porfía en la reconstrucción del mundo que optó por vivir. El mundo laberíntico y lítico, atormentado por lontananzas cenagosas y obligatorias distancias lacustres, jamás prosperó bajo sus pies andariegos por los devenires. El poeta entendió que para que los elementos genitores de naufragio se ahogaran, era apremiante derruir tal perspectiva mediante la construcción de indefinibles estructuras etéreas. Así, arrasó los velos del véspero, para conquistar la pureza del descanso de los nodos de angustia de los sentidos: Esta amarga copa se ha vaciado durante el crepúsculo sin viento. Y termina el poema suprimiendo el ineludible conversatorio foliar de los árboles, para que este no interrogue a la conmoción de los fantasmas del infinito.
El despliegue de la férrea arquitectura del mundo etéreo de Ardila, reviste en Convicciones del náufrago—“En una llamarada de vacío, se hicieron ceniza las palabras que me hablaban con insistencia del silencio”—la reafirmación de la presencia de un vacío que arde como el Sol, fundiéndose dentro de alguna perennidad sostenible. Es advertible, pues, que las categorías etéreas que Ardila recrea, quedan delimitadas por tupidas cercas de alambre de púas clavado en floridas filas de albos saúcos que no sucumben ante la evidencia de la eternidad, sino que, todo lo contrario, se disuelven en esta. En su recorrido poemático el poeta se va lanza en ristre contra la sinonimia, predicando las severas diferencias que pudieran existir ente un vacío pétreo y telúrico frente a un destino vacuo de materia. Ardila no deconstruye la nada: todo lo contrario: la adereza y afirma elevándola a axiologías de dominio perpetuo.
¿Y cómo logra el vate semejante metamorfosis? Dejando entrever  que la muerte no abuse del no-tiempo sino que ejercite el levantamiento de la segur cada vez que se encuentre con la germinación de nefastos entendidos.
Es así como en obediencia semántica a su poema Proclama, el poeta establece definitivamente la severidad necesaria para definir linderos entre la experiencia vital que la materia le provee, y el cotejo de bodegas etéreas a donde envía y guarda los calificandos existenciales, de su tránsito por territorios demarcados con la alba cerca que delimita a cada uno de los territorios etéreos. Y como territorios adjetivados con el merecimiento de herrarlos y cementarlos en la redefinición y reconstrucción de la etereidad que encontró aún en obra de mampostería. Es así como la trilogía de mundos habitada estocásticamente por el poeta, se refuerza y vigoriza dentro de contundente heurística: a) “hacer cenizas las palabras que le hablaban con insistencia del silencio”, para reafirmarse en el mundo que llega a su mirada; b) elongar la perspectiva del viento “para abrirle nuevos caminos a la materia del mundo donde él pasa la noche”; y c), verificar los sardineles, cercas y murallas que retienen las cámaras de etereidad para que la nada y el vacío empollen, en vez de escapar.
  
Amílkar Navío
   Bogotá, 11 de diciembre de 2017.   

Antonio Zambrano es Oficial de Marina Mercante, jubilado, con estudios en la Escuela Naval de Colombia y la Marina de los Estados Unidos. Director de "Ecología Tropical", revista científica de la Sociedad Colombiana de Ecología. Fundó la corporación Ariadna para la extensión de la preservación, el uso y la apertura de nuevos caminos económicos para la florifauna nativa colombiana. Autorizó el proyecto de Sorgo para la producción colombiana de Bio-etanol a gran escala.





[1] ARDILA MURCIA, OMAR. Levantamiento del Náufrago. Convicciones del náufrago.