lunes, 21 de diciembre de 2015

"Cuchillo de luna" de Cristo García Tapia


Nos llegan libros, nos asedia la palabra, nos conmueven aquellas voces que también se detienen ante el vértigo o quizás, sin remedio, lo transitan. 
Este camino no cesa, y lo celebro aunque descubra nuevamente las heridas. La poesía sigue hablándonos desde su esquiva trinchera y hoy viene poderosa como en un "Cuchillo de luna", el poemario de Cristo García Tapia (edición de autor, Sincelejo, 2010).
Con el autor apenas cruzamos unas palabras pero pronto sentimos el encantamiento que propicia la filosofía-poesía, esa inquietante propuesta creativa que aunque no sea la más notoria, sí es la que más potencia condensa para este inagotable lector.
Tuvieron que pasar un par de meses para que la lectura de "Cuchillo de luna" se fuera depurando y me animara a hacer una selección de poemas para compartir con los lectores de este blog.
Cristo García nació en Chocó, Sucre (Colombia). Es poeta y periodista (actualmente tiene una columna virtual en periódico El Espectador). Ha publicado los poemarios: "Salutación y tedio", "Caminante en la palabra", "Las posesiones del reino", "Memoria de la luna de Mamá" y "El versionista" (crónicas periodísticas).
Aquí una muestra de su fuerza poética.


El espacio en el que una extraña fuerza nos arroja

Uno amanece en otra geografía
y es como si el tiempo jamás hubiese alumbrado
el espacio en el que una extraña fuerza nos arroja

múltiples veces he pernoctado en ciudades que no respiran
ni me hablan y siempre soy el extraño que pasa por los mismos
lugares

por idénticos rostros que son otros
sin señales ni destellos de alguna luz que nos 
alumbre

en ese promontorio de hierro todo me es extraño
cuerpos y luces temblorosas, exhalantes, distantes como hielo
aunque hiervan y quemen con sus vapores de azufre


Entre paréntesis

Al pie de un texto, entre paréntesis (1951), mi fecha de nacimiento
una o dos alusiones y seguir viviendo al margen, escondido adentro
de mí
             es todo lo que pido por heredad a la Poesía

un clavo en la pared para colgar el almanaque del año en curso. O
un retrato. Un tupido bosque de fantasmas vegetales para ocultar
mi desnudez

ya muerta, la voz de mamá contándome sin verla otras historias, el
olor de los aguaceros de agosto, el prodigio de la lluvia en el alar de
la cocina, el zumbido de los abejones anunciando que alguien está
por llegar

quizá papá o uno que va a morir y viene a despedirse. A preguntar si
se me ofrece algo en la otra vida, alguna deuda por cobrar, una carta 
de amor, el nombre de alguien ya olvidado

              el color de los muertos

diáfano en mis párpados el cielo poblado de azucenas que mamá
cultivaba sin afanes, el canto de grillos y chicharras extraviando el 
paso de las ánimas

una luna sin límites espantando las brujas que carcajeaban sobre
los techos
y entre dos luces imploraban el conjuro que invisibles las volviera
a sus moradas allende mi pequeño mundo de bahareque y cañabrava


Lenguajes

¿Quén conoce los lenguajes de la noche...
cuáles son sus signos, sus señales
cuáles sus voces, sus sonidos

a qué horas hablan
quién les presta oídos a deshoras
y los limpia de óxidos y ruidos pesados

en qué lechos copulan
con quién duermen, a quién desvelan
por qué ventanas saltan en la madrugada

quién ha visto los lenguajes de la noche
quién sus colores
sus bocanadas de besos a dónde van

a quién dirigen sus miradas, sus súplicas
en qué fuentes beben y apaciguan su cólera
en qué tizones prenden su luz?


Bocas ardiendo en la nieve del deseo

Más allá del cuerpo está el vacío y otra sucesión de cuerpos
asomando inertes, la noche abandonada, huérfana de gemidos
de bocas ardiendo en la nieve del deseo

más allá del cuerpo y sus cuchillos sólo hay un eco sordo
duro como una roca, ninguna luz, lámparas ciegas
Nada que apaga el hervor de la sangre


Cotidiana fatiga de las cosas

Exhalan su fatiga cotidiana las cosas
Dios también
el aire expele su bocanada final
levantan los pájaros su último vuelo

sin la dolorosa resignación de los arrepentidos
va cediendo la luz a la fatalidad de las sombras
a punto de escribir su epitafio atardece el hombre


Quimera

Bajo la acechanza de la Quimera vive el hombre
extraviado en sus laberintos nunca alcanza la otra orilla
en su resplandor la noche germinal se vuelve cicatriz
luna de muertos



Imágenes tomadas de la circulación libre en la red


domingo, 6 de diciembre de 2015

Poemas de Jorge Figueroa


Jorge Figueroa es un cantautor, trovador y poeta argentino, nacido en Santiago del Estero. Ha publicado los libros "Ruido pasajero", "Silencio abierto", "Hay un lugar" y En mi menor". Ha desarrollado su labor literaria en diversos frentes (grupos literarios, revistas y ciclos de trova y poesía) especialmente en la zona oeste del Gran Buenos Aires.
En días pasados recibí su más reciente libro, "En mi menor", publicado en 2013 por Macedonia Ediciones.
Encuentro en este trabajo una voz aferrada a las imágenes sugeridas, casi que inacabadas pero proponiendo siempre un diálogo (necesario) con el lector. Su expresión es breve, muy íntima y despojada de grandes pretensiones. Sin embargo, no está exenta de reflexiones que buscan ser más universales, con un tono de descreimiento y crítica. En cierta forma, en el libro hay un homenaje al lugar donde Jorge Figueroa ha vivido la mayor parte de su vida: la localidad de Hurlingham, de la cual se muestra la estación del metro, en una foto tomada por el mismo autor.
Luego de la lectura de "En mi menor", seleccioné unos poemas para compartir.





*
Ante tanta sed declino.

Voy a ver las flores,
a besar a mi madre,
a traducir sus miedos.

Pero ella
está consigo misma
cansada y sola,
tiene en sus labios
todas las palabras
que me faltan.

*

Aquí
la sombra de mis hermanas
y la tonta travesura
de no vernos más.

Aquí
junto a las penas,
puentes de infancia
y canciones olvidadas
con el verbo que todavía
no sabemos conjugar.

*

Parece haber llegado de beber
media eternidad de olvido.

Con sus flancos descubiertos
hace de mí un suicidio.

*

Este vaivén que nos detiene
hace de nosotros simulacros.

*

Lagos de mil ausencias
curvan en mí
tus secretos de agua.

Sentado, al alba,
seré tu aguacero.

*

Un país de lluvia
que despierta por las noches
me viste con sogas
sobre el vientre
de los desaparecidos.

*

Me causan miedo
la memoria
y los trenes vacíos.

Me encuentro
perdido
en las miradas huérfanas
de los que vivimos esperando.

*

Somos mapas desplegados
de viajes que nunca fueron,
ciudades que pintamos a mano.

Somos el olvido
medallitas sin bendecir
en una silla esperando a Dios.

Nos quedó
la mitad del vaso vacío
pero estamos juntos
esperando morir de nuevo.

*

Sonrío de costado
como si fuera
a morir sin mí.

************************


Y para cerrar esta entrada, les dejo una composición de Jorge Figueroa: "A buscar caminos", la cual le da título a su CD.


Imágenes tomadas de la circulación libre en la red.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Poemas de Jorge Canales


Hace pocos meses conocí al poeta salvadoreño Jorge Canales, con quien compartimos una semana en el marco de un encuentro literario. En medio de las agitadas agendas propias de estos eventos, no es fácil dedicar tiempo suficiente para ahondar en los procesos creativos de cada cual, sin embargo, luego de la despedida y de volver sobre los libros que alcanzamos a compartir, podemos decir que empezamos a recorrer una nueva obra y a buscar complicidad en las voces que desde la distancia nos siguen hablando. 
Jorge Canales ha publicado los poemarios Eclipse, Luciérnaga, Uvas de Musa, Androceo, Atrapájaros, Poemas Perros, Shushikuikat, Ecos de Agonía y Atrapados. Desde 1991 es docente de la Universidad de El Salvador. Con su libro "Atrapados" (2013), obtuvo el primer premio del XXVIII Certamen Nacional de Poesía y Narrativa Breve "El decir textual", organizado en Argentina. Aunque su poesía se afianza en la brevedad, tiene la mirada profunda de quien no pasa por alto lo que el entrono le entrega a cada paso. Prevalece la mirada crítica y la irónica auscultación de la herida tan común en nuestros países latinoamericanos.
De el mencionado libro, "Atrapados", seleccionamos algunos poemas para compartir.


DEBER SOCIAL

Muchas veces
al nacer
te entregan la pobreza
con todo y escritura pública.
Entonces
debes morir
antes del almuerzo.


NOTICIAS DE LA GUERRA

El padre del soldado recibió
una botella de whisky Johnnie Walker
del presidente Bush
a cambio de la sangre
de su hijo Johnnie Pérez
que murió en Irak.


LOS LADRONES

Quisieron quitarnos la camisa.
pero no pudieron:
¡No teníamos!
Entonces...
nos robaron la espalda.


SIN PUÑAL

Regreso del mercado
traigo las manos
repletas de burlas
a mi hambre.
La cocina de casa tiene fuego
pero no sé hornear este deseo de pan.
Mi nombre es hambriento extremo
y quisiera asesinar los rituales del pan
pero entre la dignidad y el hambre
no tengo un puñal.


LA CEBOLLA
                       A mis padres

Toda una vida 
junto a la cebolla:
el frío de la madrugada
el calor de la tarde
las siluetas nocturnas
todo a cambio
de no estar más junto a la cebolla.


CONSUMISMO

Sales a la calle 
a vender estiércol
no te preocupes por la competencia
siempre habrá quienes compran.


VERSOS EN LAS MANOS

Mi poesía nació
en un imperio de bestias.
Nació guerrillera.
Sin célula.
Sin fusil.
Sin comandante.
Sólo traía
versos en las manos.


ESPERANZA

Es la mujer que sale a la calle
confiada que el sudor de su frente
la convertirá en naranja dulce
en la boca de sus hambrientos niños.


EL HAMBRE

Infatigable.
Puntual.
Irrespetuosa.
Cada noche llega,
como burla cínica,
a conversar
con mi insomnio.

Poemas tomados del libro "Atrapados", publicado por De Los Cuatro Vientos Editorial, Argentina, 2014. Aquí la carátula, la cual cuenta con una ilustración del pintor salvadoreño, Carlos Girón.





domingo, 8 de noviembre de 2015

Poemas de Pedro Reino Garcés


Hace un par de meses conocí al escritor ecuatoriano Pedro Reino, con quien compartimos un evento literario. Debido al interés que me han despertado sus investigaciones y a la lectura que he empezado a realizar de sus obras, he seleccionado algunos de sus poemas para compartir en esta entrada.

Pedro Reino nació en Cevallos (Provincia de Tungurahua). Ha realizado estudios de filosofía, lingüística y música. Ha escrito poesía, narrativa, ensayo y crónica. Es cronista oficial y vitalicio de la ciudad de Ambato (donde reside). Ha sido profesor, periodista y gestor cultural. Su interés por las culturas ancestrales, lo han llevado a dedicar gran parte de su tiempo a buscar en los archivos históricos, documentos antiguos que le permitan contar la historia de una manera muy distinta a la oficial. Su espíritu rebelde y su aguda irreverencia, le han dado la posibilidad de desentrañar las relaciones ocultas que guardan los archivos, de las que no salen nada bien librados quienes hemos ensalzado como grandes próceres.

Aquí una muestra de sus poemas, aunque vale la pena advertir que su producción actual, está más concentrada en la narrativa histórica.

EN POS DE LA MEMORIA

Todo fue cuando la niebla
abría los caminos, 
cuando cansada de dormir
el agua nos dejó de pie.

Ahí estuvimos, 
lavando nuestras manos
en el viento
y recogiendo mazorcas
en guayungas
para secarlas al olvido.
Juntamos la risa amarilla
de la tierra
mientras revoloteaba
el crepúsculo
buscando el canto, 
de aquellas tortolillas
que en nuestro pecho
no han muerto todavía.

Cavábamos la tierra
y cosechábamos las fábulas:
tubérculos, palabras o raíces;
y nosotros ahí
sosteniendo los soles coagulándose
caídos en la arena.
Para entonces, 
Todos los caminos
Nacían de los sueños; 
Y apenas el viento hermano, 
Dormido en esa edad de niño
Aprendía inocente los colores
De las mantas.

Los quipus colgaban de los días
 y el oro maduraba
 entre las huallcas
alarido de plata
exhalan la luna y los luceros. 
Los faroles recogen los ecos
en la noche.
Se apaga la memoria
hasta que vuelvan los espíritus 
del cielo.

Nos queda el canto
como huella del agua,
como ala que regresa
desde el tiempo,
como campana de luna
que a golpe del dolor
siempre nos suena.
-------------------

Guayungas: Sartas
Quipus: nudos de la memoria indígena
Huallcas: collares de los indígenas


ANCESTROS

                      En Cevallos

La mazorca descuelga su risa
y rueda la paz
sobre una violeta.

Hay una mariposa
acostumbrada
a destilar la luz
junto a las tapias.

Crecen las amapolas
reventando su angustia
en los coágulos
cansados de silencio.

Te miro repartiendo torbellinos
en secreto.
Polvo de las constelaciones
como amuleto
para fecundar las únicas ansias
de volar
sobre el reverso del olvido.

La manzana
recoge mi sangre de hace siglos
y vuelvo a morir
 sobre otros labios.


COTOPAXI

La chuquiragua
abre sus labios en la nieve.

Una bocina gime su aleluya
con el aire secreto
del volcán dormido.
De pronto erupciona el poncho
su rojo milenario
mientras los ligles entierran
cenizas del pasado.

Tus cántaros me miran
desorbitados
desde el barro.
Pasa un conquistador anónimo,
buscando en las vasijas
el fresco vientre de las indias
para saciar su sed
y al fin, quebrarlas.

Tan dulce el pajonal
inclina su mejilla
para el beso del viento.
Hijo del relámpago
y del tambor del cielo
tráenos tus rebaños perpetuos
para llenarnos la vida
de paisaje.
--------------------

Chuquiragua: flor roja del páramo
Ligles: pájaros del páramo 


Quienes quieran contactar a Pedro Reino, pueden escribir al siguiente correo: 



  

lunes, 2 de noviembre de 2015

En Memoria de Deleuze


Los esperamos el próximo viernes 6 de noviembre en Punto Theca (Av. Jiménez No. 8A-04, Bogotá) para rendirle un homenaje a Gilles Deleuze en los 90 años de nacimiento y los 20 de muerte.
Hora: 7:30 p.m.
Entrada libre y gratuita.


Pensar hoy con Deleuze incita a asumir el reto de construir una vida filosófica, de instalar un pensamiento de la superficie, ese esquivo lugar donde justamente reside el sentido, y de nuevo preguntarse: ¿Qué es la filosofía? ¿Cómo funciona? – Volver a los cínicos, revisitar los estoicos –. Repensar la filosofía como un “sistema abierto” no para fundar (demostrar por medio de “proposiciones primeras”) ni para crear universales o ir tras de supuestas esencias o fundamentos; ni tampoco para buscar la trascendencia, sino con miras a “inventar nuevas posibilidades de vida” y así poder afirmar sin ambigüedades que Pensar es no pensar lo mismo.

                                                               Allí el cadalso, aquí la cuerda
y del verdugo la roja barba,
gente en torno, miradas venenosas.
¡Nada de esto me sorprende!
Lo sé ya por mil andanzas,
y riendo os lo grito a la cara:
“¡Inútil, inútil es colgarme!
¿Morir? ¡Yo no puedo morir!”
 
(F. Nietzsche – Poemas)

jueves, 22 de octubre de 2015

Carta a un crítico severo - Gilles Deleuze


Próximos a conmemorar los 20 años del fallecimiento de Gilles Deleuze (el próximo 4 de noviembre), les comparto uno de sus poderosos textos; con la potencia y la fuerza de quien ha enfrentado el Yo y cada vez ha puesto más en duda las "seguridades" del cuerpo. 

Les recuerdo que el 6 de noviembre estaremos rindiéndole un homenaje a este filósofo que tantas búsquedas nos ha generado.   

Ambientamos esta entrada con imágenes de la diversidad ambiental que habita en el Macizo Colombiano 

Por Gilles Deleuze

Eres encantador, inteligente, perverso hasta la maldad. Un esfuerzo más… La carta que me has enviado, al invocar unas veces lo que se dice y otras lo que tú mismo piensas, y al mezclar ambas cosas, es una especie de regodeo acerca de mi presunta desdicha. Por un lado, me dices que estoy atascado, atrancado en todos los registros, en la vida, en la enseñanza, en la política, que me he convertido en una asquerosa vedette y, además, que esto no puede durar mucho y que no tengo salida. Por otro lado, me dices que siempre he marchado rezagado, que os succiono la sangre a vosotros, los verdaderos experimentadores, los héroes, y que pruebo vuestros venenos quedándome siempre tras la barrera, contemplando y aprovechándome de vosotros. Por mi parte, no sé nada de todo eso. Los esquizos, tanto los falsos como los verdaderos, me están fastidiando tanto que de buena gana me pasaría a la paranoia. Viva la paranoia. Lo que quieres inocularme con tu carta, ¿no es un poco de resentimiento (estás acorralado, estás atascado, “confiésalo”…) y algo de mala conciencia (no tienes vergüenza, vas rezagado…)? Si esto es todo lo que tenías que decirme, no valía la pena. Te vengas por haber escrito un libro sobre mí. Tu carta está llena de falsa conmiseración y de auténtico apetito de venganza. 

Para empezar te recuerdo que, a pesar de todo, yo no te pedí ese libro. Tú declaras las razones que has tenido para escribirlo: “por humor, por azar, por ansia de dinero y de prestigio social”. No veo con claridad que ese sea el modo de satisfacer todos esos apetitos. Pero, una vez más, es asunto tuyo, y desde el principio te advertí que el libro no me concernía en absoluto, que no pensaba leerlo o que lo leería más tarde, y como algo que te concierne a ti. Tú acudiste a verme para pedirme algún inédito. Sin otro afán que el de complacerte, te propuse un intercambio de cartas: me parecía más fácil y menos cansado que una entrevista con magnetófono. Puse como única condición que las cartas se publicasen como algo aparte de tu libro, al modo de un apéndice. Lo que tú aprovechas para empezar a deformar nuestro acuerdo y brindarme el reproche de haberme comportado como una vieja Guermantes que dijese: “Se le escribirá”, como un oráculo que te remite a Correos y Telégrafos o como un Rilke negando consejo a un poeta joven. ¡Paciencia! 

 Ciertamente, la benevolencia no es tu fuerte. Si yo no fuera capaz de admirar y amar a nadie o a nada, me sentiría como muerto, momificado. Pero se diría que tú has nacido amargado, tu arte es el del guiño, “a mí no me engañas, escribiré un libro sobre ti pero ya verás…”. De todas las interpretaciones posibles, escoges casi siempre la más malvada o la más ruin. Primer ejemplo: quiero y admiro a Foucault. He escrito un artículo sobre él. Y él ha escrito un artículo sobre mí, en el que se encuentra la frase: “quizá un día el siglo sea deleuziano”. Tu comentario: se echan flores. Parece como si no pudieras concebir que mi admiración por Foucault sea real, y mucho menos comprender que la frasecilla de Foucault es una fórmula cómica destinada a hacer reír a nuestros amigos y rabiar a nuestros enemigos. Un texto que tú conoces bien explica esta maldad innata de los herederos del izquierdismo: “¿Quién se atrevería a pronunciar ante una asamblea izquierdista las palabras “fraternidad” o “benevolencia”? Ellos están consagrados al ejercicio extremadamente minucioso de la animosidad hacia todos sus travestis, la práctica de la agresividad y del escarnio con cualquier fin y contra cualquier persona, presente o ausente, amiga o enemiga. No se trata de comprender a los otros, sino de vigilarlos”[1]. Tu carta es un solemne acto de vigilancia. Recuerdo a un tipo del F.H.A.R.[2]  que declaraba en una asamblea: Si no fuera porque estamos siempre ahí, ejerciendo como vuestra mala conciencia… Extraño y algo policíaco ideal: ser la mala conciencia de alguien. Se diría que también tú piensas que hacer un libro acerca de (o contra) mí te confiere algún poder sobre mí. Y no es cierto. A mí me disgusta tanto la posibilidad de tener mala conciencia como la de ser la mala conciencia de otros. 

 Segundo ejemplo: mis uñas, largas y sin cortar. Al final de tu carta dices que mi chaqueta de obrero (te equivocas: es una chaqueta de campesino) equivale a la blusa fruncida de Marylin Monroe y mis uñas a las gafas negras de Greta Garbo. Y me inundas de consejos irónicos y malintencionados. Como vuelves una y otra vez sobre el asunto de mis uñas, voy a explicártelo. Siempre podemos decir que, al ser mi madre quien me las cortaba, está ligado al problema de Edipo y de la castración (interpretación grotesca pero psicoanalítica). También se puede notar, si se observan los extremos de mis dedos, que carezco de las marcas digitales que ordinariamente actúan como protección, de tal modo que el hecho de tocar con la punta de los dedos un objeto, y sobre todo un tejido, me produce un dolor nervioso que exige la protección de uñas largas (interpretación teratológica y seleccionista). Y podría incluso decirse, lo que es rigurosamente cierto, que mi sueño no es llegar a ser invisible, sino imperceptible, y que compenso mi imposibilidad de hacerlo dotándome de largas uñas que siempre puedo ocultar en mis bolsillos, pues nada me extraña más que el hecho de que alguien las mire (interpretación psicoso-). Y podría decirse, para terminar: “No hace falta que te comas tus uñas, puesto que forman parte de ti; si te gustan las uñas, devora las de los demás cuando quieras y cuando puedas” (interpretación política). Pero tú has elegido la interpretación más molesta: quiere singularizarse, convertirse en Greta Garbo. Es curioso, no obstante, que ninguno de mis amigos haya reparado jamás en mis uñas, considerándolas perfectamente naturales, plantadas ahí al azar, como por el viento que transporta semillas y del que nadie habla. 
Y llegamos así a tu primera crítica: dices y repites en todos los tonos posibles: estás bloqueado, acorralado, confiésalo. Pues bien, Señor fiscal general: no confieso nada. Puesto que se trata de tu culpa por haber escrito un libro sobre mí, intentaré explicarte cómo veo lo que he escrito. Pertenezco a una generación, a una de las últimas generaciones que han sido más o menos asesinadas por la historia de la filosofía. La historia de la filosofía ejerce, en el seno de la filosofía, una evidente función represiva, es el Edipo propiamente filosófico: “No osarás hablar en tu propio nombre hasta que no hayas leído esto y aquello, y esto sobre aquello y aquello sobre esto.” De mi generación, algunos no consiguieron liberarse, otros sí: inventaron sus propios métodos y reglas nuevas, un tono diferente. Pero yo, durante mucho tiempo, “hice” historia de la filosofía, me dediqué a leer sobre tal o cual autor. Pero me concedía mis compensaciones, y ello de modos diversos: por de pronto, prefiriendo aquellos autores que se oponían a la tradición racionalista de esta historia (hay para mí un vínculo secreto entre Lucrecio, Hume, Spinoza o Nietzsche, un vínculo constituido por la crítica de lo negativo, la cultura de la alegría, el odio a la interioridad, la exterioridad de las fuerzas y las relaciones, la denuncia del poder, etc.). Lo que yo más detestaba era el hegelianismo y la dialéctica. Mi libro sobre Kant es muy distinto, y le tengo gran aprecio: lo escribí como un libro acerca de un enemigo cuyo funcionamiento deseaba mostrar, cuyos engranajes quería poner al descubierto —tribunal de la Razón, uso mesurado de las facultades, sumisión tanto más hipócrita por cuanto nos confiere el título de legisladores—. Pero, ante todo, el modo de liberarme que utilizaba en aquella época consistía, según creo, en concebir la historia de la filosofía como una especie de sodomía o, dicho de otra manera, de inmaculada concepción. Me imaginaba acercándome a un autor por la espalda y dejándole embarazado de una criatura que, siendo suya, sería sin embargo monstruosa. Era muy importante que el hijo fuera suyo, pues era preciso que el autor dijese efectivamente todo aquello que yo le hacía decir; pero era igualmente necesario que se tratase de una criatura monstruosa, pues había que pasar por toda clase de descentramientos, deslizamientos, quebrantamientos y emisiones secretas, que me causaron gran placer. Mi libro sobre Bergson es, para mí, ejemplar en este género. Hoy, muchos se dedican a reprocharme incluso el hecho de haber escrito sobre Bergson. No conocen suficientemente la historia. No saben hasta qué punto Bergson, al principio, concentró a su alrededor todos los odios de la Universidad francesa, y hasta qué punto sirvió de lugar de encuentro a toda clase de locos y marginales mundanos y transmundanos. Poco importa si esto sucedió a pesar suyo o no. 


 Fue Nietzsche, a quien leí tarde, el que me sacó de todo aquello. Porque es imposible intentar con él semejante tratamiento. Es él quien te hace hijos a tus espaldas. Despierta un placer perverso (placer que nunca Marx ni Freud han inspirado a nadie, antes bien todo lo contrario): el placer que cada uno puede experimentar diciendo cosas simples en su propio nombre, hablando de afectos, intensidades, experiencias, experimentaciones. Es curioso lo de decir algo en nombre propio, porque no se habla en nombre propio cuando uno se considera como un yo, una persona o un sujeto. Al contrario, un individuo adquiere un auténtico nombre propio al término del más grave proceso de despersonalización, cuando se abre a las multiplicidades que le atraviesan enteramente, a las intensidades que le recorren. El nombre como aprehensión instantánea de tal multiplicidad intensiva es lo contrario de la despersonalización producida por la historia de la filosofía, es una despersonalización de amor y no de sumisión. Se habla desde el fondo de lo que no se conoce, desde el fondo del propio subdesarrollo. Uno se ha convertido entonces en un conjunto de singularidades libres, nombres y apellidos, uñas, cosas, animales y pequeños acontecimientos: lo contrario de una vedette. Fue así como yo empecé a escribir libros en este registro de vagabundeo, Diferencia y repetición y Lógica del sentido. No me hago ilusiones: son libros aún lastrados por un pesado aparato universitario, pero intento con ellos una especie de trastorno, intento que algo se agite en mi interior, tratar la escritura como un flujo y no como un código. Hay algunas páginas de Diferencia y repetición que estimo especialmente, como por ejemplo las que tratan de la fatiga y la contemplación, porque ellas proceden, a pesar de las apariencias, de la más viva experiencia vital. No era mucho, sólo un comienzo. 

 Después tuvo lugar mi encuentro con Félix Guattari, y el modo en que nos entendimos, nos completamos, nos despersonalizamos el uno al otro y nos singularizamos uno mediante el otro, en suma, el modo en que nos quisimos. De ahí salió El Anti-Edipo, que representa un nuevo progreso. Me pregunto si no será precisa-mente el hecho de que haya sido escrito por dos personas una de las razones formales de la hostilidad que a veces despierta este libro, ya que la gente disfruta con las desavenencias y las asignaciones. Han intentado, pues, discernir lo indiscernible o determinar lo que debe asignarse a cada uno de nosotros. Pero dado que cada uno de nosotros, como todo el mundo, es ya varias personas, hay mucha gente en total. Tampoco puede decirse que El Anti-Edipo esté libre de todo aparato de saber: todavía es muy universitario, demasiado serio, no se trata de la filosofía pop o del popanálisis soñado. Pero hay algo que me sorprende: aquellos que consideran que se trata de un libro difícil se encuentran entre quienes tienen una mayor cultura, especialmente una mayor cultura psicoanalítica. Dicen: ¿qué es eso del cuerpo sin órganos? ¿qué quiere decir “máquinas deseantes”? Al contrario, quienes saben poco y no están corrompidos por el psicoanálisis tienen menos problemas, y dejan de lado alegremente lo que no comprenden. Esta es una de las razones que nos impulsaron a decir que este libro se dirigía a lectores entre quince y veinte años. Y es que hay dos maneras de leer un libro: puede considerarse como un continente que remite a un contenido, tras de lo cual es preciso buscar sus significados o incluso, si uno es más perverso o está más corrompido, partir en busca del significante. Y el libro siguiente se considerará como si contuviese al anterior o estuviera contenido en él. Se comentará, se interpretará, se pedirán explicaciones, se escribirá el libro del libro, hasta el infinito. Pero hay otra manera: considerar un libro como una máquina asignificante cuyo único problema es si funciona y cómo funciona, ¿cómo funciona para ti? Si no funciona, si no tiene ningún efecto, prueba a escoger otro libro. Esta otra lectura lo es en intensidad: algo pasa o no pasa. No hay nada que explicar, nada que interpretar, nada que comprender. Es una especie de conexión eléctrica. Conozco a personas incultas que han comprendido inmediatamente lo que era el “cuerpo sin órganos” gracias a sus propios “hábitos”, gracias a su manera de fabricarse uno. Esta otra manera de leer se opone a la precedente porque relaciona directamente el libro con el Afuera. Un libro es un pequeño engranaje de una maquinaria exterior mucho más compleja. Escribir es un flujo entre otros, sin ningún privilegio frente a esos otros, y que mantiene relaciones de corriente y contracorriente o de remolino con otros flujos de mierda, de esperma, de habla, de acción, de erotismo, de moneda, de política, etc. Como Bloom: escribir con una mano en la arena y masturbarse con la otra (¿en qué relación se encuentran esos dos flujos?). En cuanto a nosotros, nuestro Afuera (o al menos uno de nuestros afueras) es una cierta masa de gentes (sobre todo jóvenes) que están hartos del psicoanálisis. Están, para decirlo con tus palabras, “atascados”, porque, aunque siguen psicoanalizándose, piensan de hecho contra el psicoanálisis, pero piensan contra él en términos psicoanalíticos (por ejemplo, y a título de broma íntima, ¿cómo pueden psicoanalizarse los hombres del F.H.A.R. o las mujeres del M.L.F. y tantos otros? ¿No se sienten incómodos? ¿Se lo creen? ¿Qué hacen en el diván?) La existencia de esta corriente hizo posible El Anti-Edipo. Y si el grueso de los psicoanalistas, desde los más estúpidos hasta los más inteligentes, ha reaccionado con hostilidad hacia este libro (aunque su reacción es más defensiva que agresiva) no es sólo, evidentemente, a causa de su contenido, sino porque favorece esa corriente de quienes están hartos de oír: “papá, mamá, Edipo, castración, regresión” y de ver cómo se les propone una imagen totalmente debilitada de la sexualidad en general y de su sexualidad en particular. Como suele decirse, los psicoanalistas deberían tener en cuenta a las “masas”, a esas pequeñas masas. Recibimos, en este sentido, hermosas cartas remitidas por el lumpenproletariado del psicoanálisis, mucho más hermosas que los artículos de nuestros críticos.

 Esta manera de leer en intensidad, en relación con el Afuera, flujo contra flujo, máquina con máquina, experimentación, acontecimientos para cada cual que nada tienen que ver con un libro, que lo hacen pedazos, que lo hacen funcionar con otras cosas, con cualquier cosa… ésta es una lectura amorosa. Y es exactamente así como tú lo has leído. Hay en tu carta un pasaje hermoso, casi maravilloso, donde explicas cómo has leído el libro, el uso que de él has hecho por tu cuenta: ¡De eso se trata! ¿Por qué vuelves en seguida a los reproches (No te librarás, todo el mundo espera el segundo tomo, en seguida serás reconocido)? Completamente falso, lo tuvimos siempre en mente. Escribiremos la continuación porque nos gusta trabajar juntos. Pero no será en absoluto una continuación. Con ayuda del Afuera, será algo tan distinto, tanto por el lenguaje como por el pensamiento, que aquellos que nos “esperan” tendrán que decir: o se han vuelto completamente locos, o son unos canallas, o han sido incapaces de continuar. Decepcionar es un placer. No es que gesticulemos para parecer locos, nos volveremos locos a nuestro modo y en su momento, sin necesidad de que se nos presione. Sabemos que el primer tomo de El Anti-Edipo está lleno aún de compromisos, demasiado cargado de saberes que parecen conceptos. Así pues, cambiaremos, ya hemos cambiado, estamos contentos. Algunos pensaban que continuaríamos en la misma onda, y hay quien llegó a creer que íbamos a formar un quinto grupo psicoanalítico. ¡Miserias! Soñamos con otras cosas más clandestinas y gozosas. No firmaremos más compromisos, porque ahora nos hacen menos falta. Y encontraremos siempre a los aliados de los que tenemos necesidad o que tienen necesidad de nosotros. 

 Pero tú quieres describirme como atrapado. Y no es cierto: ni Félix ni yo nos hemos convertido en subjefes de una subescuela. Si alguien quiere utilizar El Anti-Edipo, allá él, porque nosotros ya estamos en otra parte. Me imaginas política-mente atrapado, reducido al papel de firmar manifiestos y peticiones, “superasistente social”: no es verdad, y, de entre todos los homenajes que habría que rendir a Foucault, está el de haber sido el primero que por su propia cuenta ha quebrado los mecanismos de recuperación y ha sacado al intelectual de su situación política clásica. Eres tú quien se ha quedado anclado en la provocación, en la publicación, en los cuestionarios, en las confesiones públicas (“confiesa, confiesa…”). Al contrario, a mí me parece que se aproxima una época de clandestinidad mitad voluntaria-mitad obligada, que será como un rejuvenecimiento del deseo, incluido el deseo político. Me imaginas profesionalmente atrapado, porque he hablado en Vicennes durante dos años y tú dices que dicen que yo no hago nada. Piensas que, cuando hablo, me hallo en la contradicción de quien, “rechazando la condición de profesor, está sin embargo condenado a enseñar, y tiene que restaurar los arreos que ya todo el mundo había abandonado”: yo no soy sensible a las contradicciones, no soy un alma bella que vive trágicamente su condición; he hablado porque tenía grandes deseos de hacerlo, y he sido apoyado, injuriado, interrumpido por militantes, locos verdaderos y seudolocos, imbéciles y personas muy inteligentes, había en Vincennes una especie de chirigota continua y viva. Esto ha durado dos años, y ya es suficiente, hace falta cambiar. De modo que ahora que ya no hablo en las mismas condiciones, dices, o te haces portavoz de quienes dicen, que ya no hago nada, que soy impotente, una reina gorda e impotente. Y esto sigue siendo falso: me escondo, pero sigo trabajando con el menor número posible de personas, y tú, en lugar de ayudarme a no convertirme en vedette, vienes a pedirme cuentas y a exigirme que elija entre la impotencia y la contradicción. Finalmente, me imaginas atascado personalmente, familiarmente. En esto demuestras lo bajo de tu vuelo. Explicas que tengo una esposa y una hija que juega con muñecas y que triangula los rincones. Y eso te divierte cuando lo comparas con El Anti-Edipo. También podrías haberme dicho que tengo un hijo en edad de psicoanalizarse. Si tu idea es que son las muñecas quienes producen el Edipo, o bien el matrimonio por sí mismo, me parece una idea peregrina. Edipo no es una muñeca, es una secreción interna, una glándula, y nunca se ha luchado contra las secreciones edípicas sin luchar también contra sí mismo, sin experimentar contra sí mismo, sin hacerse capaz de amar y desear (en lugar de la plañidera voluntad de ser amados, que nos conduce al psicoanálisis). Amores no-edípicos: no es poca cosa. Deberías saber que no basta con ser soltero, no tener hijos, ser homosexual o pertenecer a tal o cual grupo para evitar a Edipo, pues hay un Edipo de grupo, hay homosexuales edípicos y un M.L.F. edipizado, etc. Como prueba valga un texto: “Los árabes y nosotros”[3] , bastante más edípico que mi hija.  


 De modo que nada tengo que “confesar”. El relativo éxito de El Anti-Edipo no nos compromete ni a Félix ni a mí. En cierto modo no nos concierne, ya que tenemos otros proyectos. Paso, pues, a tu otra crítica, más dura y terrible, que consiste en decir que siempre he ido a la zaga, economizando esfuerzos, aprovechándome de las experimentaciones ajenas, de los homosexuales, drogadictos, alcohólicos, masoquistas, locos, etc., probando ligeramente sus delicias y venenos sin arriesgar nunca nada. Vuelves contra mí un texto mío en el que yo pregunto cómo es posible no convertirse en un conferenciante profesional sobre Artaud o en un seguidor mundano de Fitzgerald. Pero, ¿qué sabes de mí? Yo creo en el secreto, es decir, en la potencia de lo falso, mucho más que en los relatos que dan testimonio de una deplorable creencia en la exactitud y en la verdad. Aunque no me mueva, aunque no viaje, hago, como todo el mundo, mis viajes inmóviles que sólo puedo medir con mis emociones, expresándolos de la manera más oblicua y desviada en mis escritos. ¿A cuento de qué traer a colación mis relaciones con los homosexuales, los alcohólicos o los drogadictos, si puedo experimentar en mí efectos análogos a los que ellos obtienen por otros medios? Lo interesante no es saber de qué me aprovecho, sino más bien si hay quienes hacen tal o cual cosa en su rincón, como yo en el mío, y si es posible un encuentro azaroso, un caso fortuito, no alineaciones o adhesiones, toda esa bazofia en la que uno se supone ser la mala conciencia que tiene que corregir al otro. No te debo nada, y tú a mí tampoco. No tengo ninguna razón para acudir a vuestros guetos, ya tengo los míos. El problema no fue nunca la naturaleza de tal o cual grupo exclusivo, sino las relaciones transversales en las que los efectos producidos por tal o cual cosa (homosexualidad, droga, etc.) pueden siempre producirse por otros medios. Contra aquellos que piensan “soy esto, soy aquello”, y que lo piensan aún de una manera psicoanalítica (refiriéndose a su infancia o a su destino), hay que pensar en términos de incertidumbre y de improbabilidad: no sé lo que soy, harían falta tantas investigaciones y tantos tanteos no narcisistas ni edípicos (ningún homosexual puede decir con certeza: “soy homosexual”). El problema no es ser esto o aquello como ser huma-no, sino devenir inhumano, el problema es el de un universal devenir animal: no confundirse con una bestia, sino deshacer la organización humana del cuerpo, atravesar tal o cual zona de intensidad del cuerpo, descubriendo cada cual qué zonas son las suyas, los grupos, las poblaciones, las especies que las habitan. ¿Por qué no tendría derecho a hablar de medicina sin ser médico si hablo de ella como un perro? ¿Por que no podría hablar de la droga sin ser drogadicto si hablo de ella como un pájaro? ¿Por qué no podría inventar un discurso sobre cualquier cosa, incluso aunque se trate de un discurso completamente irreal o artificial, sin que se me tengan que reclamar los títulos que para ello me autorizan? Si la droga produce a veces delirios, ¿por qué no podría yo delirar sobre la droga? ¿Qué vas a hacer tú con tu “realidad” propia? Chato realismo el tuyo. Pero, ¿por qué me lees entonces? El argumento de la experiencia reservada es un mal argumento, además de reaccionario. La frase de El Anti-Edipo que más me gusta es esta: “No, jamás hemos visto esquizofrénicos.” 

¿Qué hay, pues, en tu carta? En resumidas cuentas, nada tuyo salvo ese hermoso pasaje. Un conjunto de rumores, de “se dice”, que tú presentas ágilmente como si viniesen de otros o de ti mismo. Puede que tú lo hayas querido así, una especie de pastiche de ruidos envasado al vacío. Se trata de una carta mundana y bastante snob. Me pides un “inédito”, y luego me escribes maldades. Mi carta, por causa de la tuya, tiene el aspecto de una justificación. Pero no hay que exagerar. Tú no eres un árabe, eres un chacal. Te esfuerzas en hacer que me convierta en todo aquello en lo que me acusas de haberme convertido, pequeña vedette, vedette, vedette. Yo no te pido nada, sino que —para terminar con todos los rumores— te mando todo mi cariño.  



Gilles Deleuze, Conversaciones  1972-1990 (Traducción de José Luis Pardo).




[1] Recherches, marzo de 1973, “Grande Encyclopédie des homosexualités”. 
[2] Organización francesa del movimiento reivindicativo de los homosexuales. [Nota del Traductor.] 

[3] Recherches, ibídem