Procesos de estratificación
Así como en el individuo se han afianzado unas codificaciones, una rostridad a través de la multiplicación de las máscaras – “La máscara no oculta el rostro, es rostro” (MM, 121) –, también la tierra ha vivido su proceso de estratificación: codificación, territorialización. En esta demarcación, los estratos equivalen a Juicios de Dios. Retomando la estructura de la lingüística, se considera análogamente que en los estratos hay fenómenos constitutivos de doble articulación. En la primera articulación se da una selección de partículas (sustancias) de los flujos, lo que equivale a decir, una sedimentación; en la segunda articulación se presenta una creación de estructuras (formas) estables, compactas y funcionales, lo que puede denominarse como un plegamiento. Las sustancias son materias formadas que remiten a territorialidades (por lo tanto, a procesos de desterritorialización y de reterritorialización), mientras que las formas, remiten a códigos (por ende, a procesos de codificación y de descodificación). Tanto las formas como las sustancias están intercomunicadas, por el hecho de tener un mismo sujeto: un estrato.
El esquizoanálisis, tras ubicar las permanentes estratificaciones de las cuales hemos sido objeto, se propone destruir los estratos básicos que nos mantienen atados directamente a las estructuras dominantes: el organismo, la significancia y la subjetivación. Como consecuencia de lo anterior, surge el brote que piensa al Cuerpo sin Órganos, el cual puede esquivar el fantasma interpretativo del psicoanálisis para convertirse en un programa (motor de experimentación) dentro del esquizoanálisis. Cuando se ha suprimido todo, es cuando queda el CsO. Se suprime el fantasma (significancias y significaciones) y con él, los tres principios del psicoanalista: Placer, Muerte y Realidad. Es decir, la figura del sacerdote que, no obstante, haber aportado la moderna forma de entender el deseo como algo que va más allá de la procreación y la genitalidad, aún sigue manteniendo la carencia como ley negativa, el placer como algo realizable en la relación con lo externo, y el ideal de trascendencia (sublimación) en la figura del fantasma.
Ahora bien, siguiendo con la reflexión en torno a la conformación del individuo, Deleuze y Guattari nos dicen que estamos atravesados por líneas, pero que éstas no quieren decir nada (significancia), sino que simplemente nos componen, trazan un mapa (una cartografía). Los autores delinean tres tipos de líneas: de segmentaridad, dura o molar (que corresponde a las palabras), una línea de corte; de segmentación, flexible o molecular (que hace referencia a los silencios), una línea de fisura; y línea de fuga, abstracta (en ella se puede hablar de cualquier cosa), una línea de ruptura. El esquizoanálisis, por tanto, se preocupa por conocer los lineamientos que atraviesan a los individuos y a los grupos, y fija una praxis conjunta con las líneas de fuga, en las que no hay nada simbólico ni imaginario, sino que todo en ellas es activo, real y político.
Por otra parte, Deleuze y Gauttari también insisten en que estamos segmentarizados, puesto que esta es una característica básica de todos los estratos que nos componen. Las segmentaridades son binarias, circulares y lineales; y se puede hablar de que unas son duras (modernas, que crean al Estado) y otras flexibles (primitivas, donde no hay Estado). Cada una de estas segmentaridades no son excluyentes, sino que conviven en nosotros permitiendo que los procesos se realicen. Se puede pasar de la una a la otra según los movimientos que se desencadenen. Por lo tanto, todos estos devenires hacen parte del juego político (a la vez, macropolítico y micropolítico). Teniendo en cuenta esta vinculación permanente de las segmentaridades, es que podemos entender que el peligro del fascismo radica en su carácter micropolítico y molecular, pues está conformado por microagujeros negros donde se instalan máquinas de guerra, que luego establecen los vínculos suficientes que le permiten configurar un organismo totalitario. Es como un cuerpo canceroso que se va expandiendo silenciosamente hasta poblar la totalidad de un organismo. Y ante la pregunta permanente del esquizoanálisis de ¿por qué el deseo busca su propia represión? Surge una suerte de evidencia de que el deseo es resultante de un montaje elaborado externamente (que instala microfascismos en el propio deseo). Entonces, se puede ser antifascista a nivel molar, con cierta facilidad, pero lo realmente complicado es luchar contra los microfascismos (el fascismo molecular que ya habita en nosotros). El fascismo, es una línea de fuga intensa (máquina de guerra) que solo piensa en destrucción (incluso de sí misma).
La constatación de que los vínculos entre lo molar y lo molecular son reales (y actuantes), nos permite poner en duda la afirmación de que una sociedad se define por sus contradicciones (molar), y nos lleva a pensar que lo hace más bien es por sus líneas de fuga (moleculares). Por esta razón, Mayo del 68 no podría leerse desde la macropolítica sino desde lo molecular, desde la micropolítica. Ese movimiento era un flujo molecular que ponía en duda las contradicciones de clase. Pero, obviamente, dichos flujos debían pasar por los segmentos molares para renovarlos, y ahí es donde es preciso ubicar la reflexión sobre sus logros.
El esquizoanálisis se preocupa por estudiar los peligros que existen en cada línea. No los juzga como buenos o malos, ni los interpreta ni los representa ni los simboliza, pues tiene siempre presente que “cuanto más molares devienen los conjuntos, más moleculares devienen los elementos y sus relaciones” (MM, 231). En este punto, vale la pena recordar lo que los autores nos planteaban en otra meseta: “Un campo social no se define tanto por sus conflictos y sus contradicciones como por las líneas de fuga que lo atraviesan” (MM, 94).
Por otro lado, es muy importante entender que el aparato de estado también es un estrato y que las diversas formas de estado han permanecido y siguen conectadas. El Estado se define no por la presencia de jefes sino por la perpetuación de órganos de poder que se encargan de promover una codificación. Lo importante no es afirmar o negar que el Estado haya existido siempre. Podríamos aceptar que ha estado presente en todos los estadios. Lo importante de ver y corroborar es que la sola presencia del Estado ha generado y mantenido, necesariamente, una relación antagónica con un afuera revolucionario (máquina de guerra) y no se puede entender como separado de él. La ley de Estado es la de lo interior y lo exterior: lo que logra interiorizar, sobre lo cual ejerce soberanía; y lo que se le escapa y se levanta contra él mismo. La máquina de guerra es exterior al aparato de Estado. Está contra el Estado y es la que lucha por la no conformación de Estado o por la no operatividad de éste, cuando ya existe. Pero la máquina de guerra también puede hacer parte del Estado, defendiendo su existencia (y ahí está el gran peligro); en estos casos, es cuando está adaptada, aferrada, pues ha sido capturada por el Estado. Esto ha sido posible, debido a la presencia de dos polos que han constituido al Estado a lo largo de su existencia: un polo de captura (imperial, despótico; que sobrecodificó las sociedades agrícolas; y que implicaba una propiedad, una moneda y un trabajo público); y un polo de la esfera privada (que organizó las conjunciones de flujos que habían sido descodificados, y en donde el derecho se hizo “subjetivo”, “conjuntivo” y “tópico”, para así empezar a hablar de una esfera pública de lo privado).
En el Estado-nación moderno brota un nuevo aparato de captura; la esclavitud maquínica se ha sustituido por la sujeción social. En el capitalismo, el capitalista es como sujeto de enunciación, y el proletario como sujeto del enunciado. De ésta forma, el capitalismo realiza la subjetivación, llevándola al punto más radical de dominación en la esfera privada. El capitalista ha generado una axiomática con los flujos descodificados, y en la subjetivación hecha (por los obreros) de esta axiomática se ha llegado a asumir como fundamental y necesaria la recodificación (el Estado) hecha por el capitalista. El obrero ya no está esclavizado por la máquina sino sujeto a ella.
Pero frente a esa axiomática del capital, se mantienen y brotan flujos que no se dejan codificar (revolucionarios, máquinas de guerra). Recordemos que desde el inicio del texto, Deleuze y Guattari nos vienen hablando de un engranaje maquínico, el cual “remite a poblaciones, las poblaciones implican códigos, los códigos incluyen fundamentalmente fenómenos de descodificación relativos”, por lo tanto, los códigos son inseparables de un proyecto de descodificación, que es inherente a él. De esta manera, se presenta el enfrentamiento: Conexiones revolucionarias Vs. Conjunciones de la axiomática.