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martes, 18 de enero de 2011

Esquizoanalisis 4 -- Procesos de estratificación


 
Procesos de estratificación

Así como en el individuo se han afianzado unas codificaciones, una rostridad a través de la multiplicación de las máscaras – “La máscara no oculta el rostro, es rostro” (MM, 121) –, también la tierra ha vivido su proceso de estratificación: codificación, territorialización. En esta demarcación, los estratos equivalen a Juicios de Dios. Retomando la estructura de la lingüística, se considera análogamente que en los estratos hay fenómenos constitutivos de doble articulación. En la primera articulación se da una selección de partículas (sustancias) de los flujos, lo que equivale a decir, una sedimentación; en la segunda articulación se presenta una creación de estructuras (formas) estables, compactas y funcionales, lo que puede denominarse como un plegamiento. Las sustancias son materias formadas que remiten a territorialidades (por lo tanto, a procesos de desterritorialización y de reterritorialización), mientras que las formas, remiten a códigos (por ende, a procesos de codificación y de descodificación). Tanto las formas como las sustancias están intercomunicadas, por el hecho de tener un mismo sujeto: un estrato.
El esquizoanálisis, tras ubicar las permanentes estratificaciones de las cuales hemos sido objeto, se propone destruir los estratos básicos que nos mantienen atados directamente a las estructuras dominantes: el organismo, la significancia y la subjetivación. Como consecuencia de lo anterior, surge el brote que piensa al Cuerpo sin Órganos, el cual puede esquivar el fantasma interpretativo del psicoanálisis para convertirse en un programa (motor de experimentación) dentro del esquizoanálisis. Cuando se ha suprimido todo, es cuando queda el CsO. Se suprime el fantasma (significancias y significaciones) y con él, los tres principios del psicoanalista: Placer, Muerte y Realidad. Es decir, la figura del sacerdote que, no obstante, haber aportado la moderna forma de entender el deseo como algo que va más allá de la procreación y la genitalidad, aún sigue manteniendo la carencia como ley negativa, el placer como algo realizable en la relación con lo externo, y el ideal de trascendencia (sublimación) en la figura del fantasma.
Ahora bien, siguiendo con la reflexión en torno a la conformación del individuo, Deleuze y Guattari nos dicen que estamos atravesados por líneas, pero que éstas no quieren decir nada (significancia), sino que simplemente nos componen, trazan un mapa (una cartografía). Los autores delinean tres tipos de líneas: de segmentaridad, dura o molar (que corresponde a las palabras), una línea de corte; de segmentación, flexible o molecular (que hace referencia a los silencios), una línea de fisura; y línea de fuga, abstracta (en ella se puede hablar de cualquier cosa), una línea de ruptura. El esquizoanálisis, por tanto, se preocupa por conocer los lineamientos que atraviesan a los individuos y a los grupos, y fija una praxis conjunta con las líneas de fuga, en las que no hay nada simbólico ni imaginario, sino que todo en ellas es activo, real y político.
Por otra parte, Deleuze y Gauttari también insisten en que estamos segmentarizados, puesto que esta es una característica básica de todos los estratos que nos componen. Las segmentaridades son binarias, circulares y lineales; y se puede hablar de que unas son duras (modernas, que crean al Estado) y otras flexibles (primitivas, donde no hay Estado). Cada una de estas segmentaridades no son excluyentes, sino que conviven en nosotros permitiendo que los procesos se realicen. Se puede pasar de la una a la otra según los movimientos que se desencadenen. Por lo tanto, todos estos devenires hacen parte del juego político (a la vez, macropolítico y micropolítico). Teniendo en cuenta esta vinculación permanente de las segmentaridades, es que podemos entender que el peligro del fascismo radica en su carácter micropolítico y molecular, pues está conformado por microagujeros negros donde se instalan máquinas de guerra, que luego establecen los vínculos suficientes que le permiten configurar un organismo totalitario. Es como un cuerpo canceroso que se va expandiendo silenciosamente hasta poblar la totalidad de un organismo. Y ante la pregunta permanente del esquizoanálisis de ¿por qué el deseo busca su propia represión? Surge una suerte de evidencia de que el deseo es resultante de un montaje elaborado externamente (que instala microfascismos en el propio deseo). Entonces, se puede ser antifascista a nivel molar, con cierta facilidad, pero lo realmente complicado es luchar contra los microfascismos (el fascismo molecular que ya habita en nosotros). El fascismo, es una línea de fuga intensa (máquina de guerra) que solo piensa en destrucción (incluso de sí misma).
La constatación de que los vínculos entre lo molar y lo molecular son reales (y actuantes), nos permite poner en duda la afirmación de que una sociedad se define por sus contradicciones (molar), y nos lleva a pensar que lo hace más bien es por sus líneas de fuga (moleculares). Por esta razón, Mayo del 68 no podría leerse desde la macropolítica sino desde lo molecular, desde la micropolítica. Ese movimiento era un flujo molecular que ponía en duda las contradicciones de clase. Pero, obviamente, dichos flujos debían pasar por los segmentos molares para renovarlos, y ahí es donde es preciso ubicar la reflexión sobre sus logros.
El esquizoanálisis se preocupa por estudiar los peligros que existen en cada línea. No los juzga como buenos o malos, ni los interpreta ni los representa ni los simboliza, pues tiene siempre presente que “cuanto más molares devienen los conjuntos, más moleculares devienen los elementos y sus relaciones” (MM, 231). En este punto, vale la pena recordar lo que los autores nos planteaban en otra meseta: “Un campo social no se define tanto por sus conflictos y sus contradicciones como por las líneas de fuga que lo atraviesan” (MM, 94).
Por otro lado, es muy importante entender que el aparato de estado también es un estrato y que las diversas formas de estado han permanecido y siguen conectadas. El Estado se define no por la presencia de jefes sino por la perpetuación de órganos de poder que se encargan de promover una codificación. Lo importante no es afirmar o negar que el Estado haya existido siempre. Podríamos aceptar que ha estado presente en todos los estadios. Lo importante de ver y corroborar es que la sola presencia del Estado ha generado y mantenido, necesariamente, una relación antagónica con un afuera revolucionario (máquina de guerra) y no se puede entender como separado de él. La ley de Estado es la de lo interior y lo exterior: lo que logra interiorizar, sobre lo cual ejerce soberanía; y lo que se le escapa y se levanta contra él mismo. La máquina de guerra es exterior al aparato de Estado. Está contra el Estado y es la que lucha por la no conformación de Estado o por la no operatividad de éste, cuando ya existe. Pero la máquina de guerra también puede hacer parte del Estado, defendiendo su existencia (y ahí está el gran peligro); en estos casos, es cuando está adaptada, aferrada, pues ha sido capturada por el Estado. Esto ha sido posible, debido a la presencia de dos polos que han constituido al Estado a lo largo de su existencia: un polo de captura (imperial, despótico; que sobrecodificó las sociedades agrícolas; y que implicaba una propiedad, una moneda y un trabajo público); y un polo de la esfera privada (que organizó las conjunciones de flujos que habían sido descodificados, y en donde el derecho se hizo “subjetivo”, “conjuntivo” y “tópico”, para así empezar a hablar de una esfera pública de lo privado).
En el Estado-nación moderno brota un nuevo aparato de captura; la esclavitud maquínica se ha sustituido por la sujeción social. En el capitalismo, el capitalista es como sujeto de enunciación, y el proletario como sujeto del enunciado. De ésta forma, el capitalismo realiza la subjetivación, llevándola al punto más radical de dominación en la esfera privada. El capitalista ha generado una axiomática con los flujos descodificados, y en la subjetivación hecha (por los obreros) de esta axiomática se ha llegado a asumir como fundamental y necesaria la recodificación (el Estado) hecha por el capitalista. El obrero ya no está esclavizado por la máquina sino sujeto a ella.

Pero frente a esa axiomática del capital, se mantienen y brotan  flujos que no se dejan codificar (revolucionarios, máquinas de guerra). Recordemos que desde el inicio del texto, Deleuze y Guattari nos vienen hablando de un engranaje maquínico, el cual “remite a poblaciones, las poblaciones implican códigos, los códigos incluyen fundamentalmente fenómenos de descodificación relativos”, por lo tanto, los códigos son inseparables de un proyecto de descodificación, que es inherente a él. De esta manera, se presenta el enfrentamiento: Conexiones revolucionarias Vs. Conjunciones de la axiomática.

viernes, 22 de octubre de 2010

Esquizoanálisis 3


El capitalismo y las máquinas sociales

El proceso de producción se inicia y tiene desarrollo cuando se instala la “Máquina territorial” (máquina social salvaje). Esta se constituye en la primera forma de los social y desde que surge tiene a la tierra (el motor inmóvil, donde los hombres son sus piezas) como objeto del deseo. Esta primera máquina (precapitalista) realiza diversos cortes hasta llegar a codificar los flujos de producción (los medios, los productores y los consumidores), dándole inicio a una estructura lineal que más tarde permitiría hacer una lectura continua de la historia. Pero ante la constatación de la contingencia de los hechos10 (que suponen flujos y cortes) se le empezaba a  generar un grave peligro a esa sociedad que intentaba marcar a los cuerpos (adscribirlos a la tierra), delinearlos y darles una función específica a cada uno de sus órganos.
Siguiendo el criterio de la inscripción, vemos cómo se empieza a reprimir, de entrada, a la producción deseante; lo que no pasa de ella a la producción social, es decir, aquel flujo revolucionario de deseo que no se ha dejado codificar. Y para lograr esta variable, es preciso hacer pasar dicho flujo, según Deleuze y Guattari, “de la producción deseante a la producción social, sin ninguna represión del carácter sexual del simbolismo y de los afectos correspondientes, y sobre todo sin referencias a una representación edípica que se supondría originalmente reprimida o estructuralmente repudiada” (AE, 180). En aquellas sociedades salvajes Edipo todavía no está instalado. El familiarismo expresivo todavía no se ha desarrollado, puesto que las estrategias y políticas que se trazan entre los miembros de una familia, son las que determinan la producción social. Lo que más bien se da es una circulación de tejidos transversales.
Edipo es un límite perfectamente activo dentro del capitalismo, puesto que allí encuentra cómo moverse sobre los flujos descodificados, los cuales han sido sustituidos por una nueva axiomática (la del dinero) que resulta más represiva. Recordemos que el capitalismo (que se instala sobre los flujos descodificados) permanentemente se aproxima al límite (muro de su disolución) pero enseguida se regresa y se disuelve o incorpora a los flujos dentro del socius, haciendo creer que su nueva codificación (o axiomática) es universal. Ese es el juego perverso y encubridor que describe constantemente el capitalismo.
En el recorrido que hacen Deleuze y Guattari, encuentran una nueva Máquina imperial trascendente – despótica (segunda máquina social bárbara). En ella, el Estado se posiciona y adquiere poderío mediante dos acciones: “nueva alianza y filiación directa”. Frente a las alianzas laterales y las filiaciones extensas de la anterior máquina, se impone ahora, la filiación directa (con el dios, por supuesto, como proyección simbólica). Las alianzas y filiaciones primitivas, son reducidas por la nueva inscripción imperial, y se las encausa hacia la alianza directa del déspota con dios, y del déspota con el pueblo (como algo subyacente). El Estado despótico produce un corte en la máquina territorial, dándole a ésta el carácter de piezas productivas (trabajadoras) que se someten a la “idea cerebral”. Esta institución es la única que “surge ya montada en el cerebro de los que la instituyen” (AE, 224). “El Estado no se formó progresivamente, sino que surgió ya armado”.
En lo referente a las relaciones socio-económicas que establece la máquina estatal, vemos que se elimina  la posibilidad del intercambio para ser reemplazada por la figura acreedor-deudor. La deuda es el efecto de la marca, de la inscripción (territorial y corporal). Se marca para “enderezar” al hombre. Se ha concebido el inicio del Estado con la “fijación de una residencia” (territorialidad) y con la “abolición de las pequeñas deudas”. Sin embargo, esto no es del todo cierto, sino más bien un eufemismo. Lo que se da es una desterritorialización (se cambian los signos de la tierra por signos abstractos y se convierte a la tierra en una propiedad del Estado o de unos pocos). En cuanto a la abolición de las deudas (cuando efectivamente se dan) tiene como propósito, mantener el control de la tierra y evitar la aparición de una posible “máquina revolucionaria” que se proponga renovar la distribución agraria. El Estado, entonces, realiza una segunda inscripción (una sobrecodificación de flujos). Ese “cuerpo lleno”, inmutable, se apropia de todas las fuerzas y agentes de producción. “El Estado es deseo que pasa de la cabeza del déspota al corazón de los súbditos y de la ley intelectual a todo el sistema físico que en él se origina o se libera” (AE, 228)
En realidad, el Estado produce una desterritorialización de todas las filiaciones primitivas para adscribirlas a la “máquina despótica”. El viraje que se da en la relación con la deuda busca proporcionarle una dependencia infinita al “deudor” frente al Estado (desconociendo las alianzas primitivas, el intercambio). Es una suerte de “deuda de existencia”, deuda que no se puede saldar porque el acreedor y el crédito son infinitos. El sujeto queda entonces, con una deuda permanente.
El tercer tipo de máquina que ubican los autores es la Máquina moderna inmanente – el Estado capitalista (tercera máquina social civilizada), la cual  aparece cuando se entra en la órbita de la propiedad privada y de las mercancías; cuando aparecen las clases y la riqueza. Se vuelve a incidir sobre los flujos desterritorializados (dinero, mercancía, propiedad privada). Las clases (ya no únicas) en conflicto permanente, le delegan su poder al Estado, el cual se va concretizando aunque aparece como escondido (abstracto) detrás de todas las actividades.  Es decir, hay dos aspectos en el devenir del Estado: 1. Interiorización, en el campo social y las fuerzas descodificadas que forman un sistema físico; 2. Espiritualización, en un campo supraterrestre que codifica a un mayor nivel y forma un sistema metafísico.
Los flujos descodificados (por la sobrecodificación del Estado despótico, primera desterritorialización) someten al Estado despótico y hacen hundir al tirano pero al tiempo lo reviven en formas como (democratización, oligarquización, segmentación, monarquización) y, además, lo interiorizan y espiritualizan.
En el capitalismo hay una “descodificación generalizada de los flujos”, son múltiples los flujos descodificados, aunque todos confluyen. Es en esta conjunción que nace el capitalismo (el hecho singular de la conjunción de flujos hace del capitalismo algo universal). Los flujos descodificados se concentran en la producción constante: “producir para producir”, consumo total que genera más insatisfacción. “La producción capitalista tiende sin cesar a sobrepasar estos límites que le son inmanentes, pero no lo logra más que empleando medios que, de nuevo y a una escala más imponente, levantan ante ella las mismas barreras. La verdadera barrera de la producción capitalista es el propio capital”11. El capitalismo como límite, opera la descodificación de los flujos que las otras formaciones sociales habían codificado y sobrecodificado, y en ese límite construye una nueva axiomática (acto perverso) que reemplaza a la codificación. Y ¿cómo logra operar el capitalismo para que se realice la implantación de la nueva axiomática? Pues a través del Estado, quien regula los flujos descodificados (de la axiomática del capital). Precisamente, el Estado civilizado, nace con esa axiomática del capital. Sólo el capitalismo se construye sobre flujos descodificados (valores de cantidades abstractas en forma de moneda) pero siempre tiene presente que su accionar va hasta un límite (donde se inicia el punto de retorno o disolución). Para su conveniencia, concentra toda su energía en evitar por todos los medios el llegar a ese límite.
El capitalismo tiene una enorme capacidad de esquizofrenizar. La sociedad capitalista produce esquizos como produce cualquier otro producto. Pero a los esquizos trata de guardarlos, de encerrarlos, por supuesto, esperando que desde su misma construcción, desde su mismo interior, pueda venirle la destrucción. Sin embargo, olvida que La esquizofrenia opera en el sentido contrario, pues es el límite absoluto; después de ella no quedan sino flujos en estado libre, un “cuerpo sin órganos desocializado”. Y ahí, en esa práctica perversa, coercitiva, de señalamiento y encerramiento, también involucra a los artistas, los pensadores, y todos aquellos que se levanten contra las dinámicas del mercado.
Finalmente, a manera de resumen, presentamos las particularidades de las tres máquinas sociales que identifican Deleuze y Guattari.

Cuadro comparativo de las tres máquinas


Máquina territorial (Salvaje)
Máquina imperial trascendente (Bárbara,
Máquina moderna inmanente (Civilizada)
Oralidad.
Voz y grafismo (independientes), son elementos heterogéneos. La voz, representación de la palabra; el grafismo, representación de la cosa (el cuerpo). Régimen de connotación: la palabra (signo vocal) designa alguna cosa, pero la cosa designada no deja de ser signo. Se requiere de un tercer elemento (la vista) para que los integre.

Máquina de esclavitud por la codificación de los flujos sobre el cuerpo lleno de la tierra.

Escritura.
Grafismo y voz (integrados), el grafismo se proyecta sobre la voz (la subyuga) dando como resultado la escritura. La voz es ahora un objeto trascendente (voz muda) que se manifiesta por medio de revelación en la figura del déspota. Se crea un significante único, despótico.

Sobrecodifica los flujos sobre el cuerpo lleno del déspota y de su aparato, el Estado despótico. Proceden por subjetivación y sujeción.
Descodifica los flujos sobre el cuerpo lleno del capital-dinero.
Lleva más lejos la descodificación y crea una axiomática (de la que es modelo) conjugando todos los flujos:
Proposiciones de flujos Vs. Proposiciones de axiomas


martes, 28 de septiembre de 2010

Esquizoanálisis 2




Desnudando a Edipo

En la parte final del primer capítulo de El Anti Edipo, ya se empieza a esbozar la crítica al funcionamiento de Edipo (tal como lo presenta el psicoanálisis de Freud en El yo y el Ello), partiendo del análisis a la “Sagrada Familia” (el triángulo papá-mamá-yo) que venía siendo el soporte conceptual para la interpretación restringida de Edipo. Esta temática es ampliamente desarrollada en el segundo capítulo del libro, denominado: Psicoanálisis y familiarismo: la sagrada familia.

El punto de partida de la crítica es contra la “furiosa edipización de todo”, contra el “imperialismo de Edipo” tanto en la estructura como en la imagen – lo simbólico y lo imaginario – que Deleuze-Guattari encuentran plenamente sustentadas en la triangulación edípica que busca vincular y hacer que todo dependa de ella: lo preedípico (en el niño), lo exoedípico (en el psicótico) y lo paraedípico (en los otros). Pero más allá de las diferencias entre la relación parental y la estructura edípica, lo que se preguntan Deleuze-Guattari es si la relación de diferencia no se da más bien entre el Edipo estructural e imaginario y lo que los Edipos reprimen, es decir, la producción deseante (que va más allá de las personas y de las estructuras, de lo simbólico y de lo imaginario; y que es lo real en sí misma, en tanto que su producción es de realidad, y que funciona como máquina, como dispositivo maquínico).

En principio, lo que Freud descubre es que en el inconsciente fluyen y se manifiestan las máquinas deseantes, al encontrar cómo, a través de las síntesis libres, todo es posible. Es decir, el descubrimiento que hace es de un inconsciente productivo, pero, posteriormente, termina opacándolo cuando estructura a Edipo como dogma totalizante y trata de representarlo como un esquema familiar. De este modo, el inconsciente deja de ser un taller para volverse un teatro, más aún, un teatro clásico (representativo), en el que el psicoanalista es el director de escena de un teatro privado. Y no es que el psicoanálisis haya pasado por alto el inconsciente productivo; elabora unas nociones básicas (trabajo y catexis) que son el fundamento para pensar una “economía del deseo”, pero luego, son subordinadas por un inconsciente expresivo que a su vez se sobrepone al inconsciente productivo. 

Lo que empieza a bosquejarse desde esos primeros planteamientos de Freud es una edipización de todo, donde se encuentran las figuras paternas determinando las problemáticas (que han pasado a pensarse como individuales: la concentración en el Yo), hasta llegar a concebir a Edipo como “complejo nuclear”. El análisis continúa, entonces, enfocado hacia las ausencias (de padre, por supuesto) para poder llegar a plantear el temor a la pérdida, a la castración, como un elemento fundamental de la producción deseante. Así pues, el deseo empieza a ser entendido como carencia, lo que constituye un grave error que le confiere actividades antiproductivas al inconsciente. El gran logro de Freud fue haber determinado la esencia del deseo como esencia subjetiva abstracta, libido o sexualidad; y el gran error: haber relacionado dicha esencia con la familia como última territorialidad del hombre privado, manteniendo así el “sucio secretito” de la sexualidad encerrado en el plano familiar. Con esta visión, evidentemente, se culpabiliza al hijo y se exonera al padre. Mala conciencia y culpabilidad, se predican sólo como acciones del hijo.



Deleuze y Guattari no niegan que haya una sexualidad (homosexual y heterosexual) y una castración edípicas, lo que niegan es que Edipo sea producción del inconsciente. Pues tal como quedaron planteadas las cosas con Freud, Edipo se constituyó en una metafísica. Edipo es la metafísica del psicoanálisis, y, justamente, contra ese uso “sintético” del inconsciente (que además es ilegítimo3) realizado por el “psicoanálisis edipiano”, es que dirigen sus críticas para llegar a exaltar y a reconocer un “inconsciente trascendental”4 (que existe en virtud de la inmanencia de sus criterios) y desde este presupuesto darle origen a una nueva práctica, un análisis materialista: el esquizoanálisis. 

El psicoanálisis pretende tener una explicación para todo, negándose a la posibilidad de fallar, de aprender construyéndose. Esto conlleva a la dogmatización con sus propias leyes (Edipo, castración, libido, deseo inconsciente y representativo, etc.), frente a ellas no hay apertura para la autocrítica. El psicoanálisis pretende por todos lados, tratar de generar leyes, atribuyéndose facultades científicas. Pero ante la posición excluyente del psicoanálisis, han surgido varias voces que encuentran fisuras en su propuesta teórica; Wittgenstein, por ejemplo, nos recordaba que “El psicoanálisis no es la panacea universal que nos ponga por encima del bien y del mal, ni el árbol de la vida que nos introduzca en un paraíso de superconciencia; si nos quita unas preocupaciones nos pone otras, dejándonos ante las nuevas tan inanes como estábamos ante las viejas. La vida se impone siempre al final, antes y después, y lo que el hombre necesita es una escuela para la vida (para vivir la realidad) y no para tergiversar sus vivencias oscuras, dionisiacas, en su reflejo fantasmal en la bienaventuranza apolínea de la interpretación analítica”5. Si la práctica analítica pretendiera ser liberadora de la mente, no debería dejar que ésta se llenara nuevamente de fantasmas, como en efecto sucede, por eso Wittgenstein insiste: “Freud no ha dado una explicación científica del mito antiguo. Lo que ha hecho es proponer un nuevo mito”6

El esquizoanálisis busca “desedipizar el inconsciente para llegar a los verdaderos problemas”; “ir más allá de toda ley” donde el problema no puede ni siquiera ser planteado. Pero, de ninguna manera, pretende dejar por fuera a la “máquina analítica”, lo que busca es integrarla dentro del “aparato revolucionario” que el esquizoanálisis conduce. Esta postura está emparentada con la lectura que hace Isidoro Reguera, de Wittgenstein, cuando nos dice que “la crítica es el único modo de enfrentarse y aprovechar a Freud. Frente al mucho mal que puede causar su seducción y su inteligencia, frente a toda ortodoxia de esta ‘poderoso mitologìa’, frente a sus perros guardianes, incluso frente a sus logros indudables en el conocimiento de uno mismo y en el alivio psicológico, es necesario mantener una actitud crítica ‘muy fuerte, aguda y persistente’. Ese es el único recurso para abrirse camino entre su enmarañada simbología. Lo malo es que el mismo psicoanálisis, precisamente, es quien, en general, lo impide”7. La remisión exclusiva al triángulo de las relaciones familiares, que propone el psicoanálisis para explicar el proceso del individuo, corre el riesgo de dejar por fuera las dimensiones políticas, culturales, históricas y raciales para instaurar una visión restringida y autoritaria, que desde su microcosmos reproduce la estructura dominante de una sociedad y de sus valores. Respecto de la relación familia-sociedad, el esquizoanálisis considera que ese triángulo edípico no existe o que quedó mal cerrado, pues Edipo siempre está abierto al campo social, a los flujos productivos del deseo, a los devenires revolucionarios que se levantan contra la autoridad familiar y estatal. Ahí, precisamente, es donde ubica su campo de acción el esquizoanálisis, al lado de esa apertura hacia lo real-social. Por lo tanto, el esquizoanálisis vendría a ser un psicoanálisis político y social, o mejor, un “análisis militante”. “El esquizoanálisis se propone deshacer el inconsciente expresivo edípico, siempre artificial, represivo y reprimido, mediatizado por la familia, para llegar al inconsciente productivo inmediato” (AE, 104). Con ésta afirmación se allana el camino para poder plantear la existencia de “catexis libidinales inconscientes del campo social” (catexis de deseo), que coexisten con las catexis preconscientes, familiaristas (catexis de interés), lo cual constituye el núcleo fundamental sobre el que se propone actuar el esquizoanálisis. La libido está incidiendo directamente sobre el campo social – con formas inconscientes “hace alucinar la historia” –. El problema que se presenta ante la coexistencia de los dos tipos de catexis, es que con la acción de las catexis conscientes (represivas y castradoras) fácilmente se estaría recorriendo un camino que va en contra de los propios intereses de clase. El objetivo, entonces, del esquizoanálisis es “analizar la naturaleza específica de las catexis libidinales de lo económico y lo político; y con ello mostrar que el deseo puede verse determinado a desear su propia represión en el sujeto que desea” (AE, 110). Esto, por supuesto, es importante en la medida en que tiene que ver con lo real cotidiano, no con lo ideológico; en la medida en que podemos descubrir que en el sujeto coexisten una catexis inconsciente reaccionaria y una catexis consciente revolucionaria. Hacer claridad sobre esa materia, pero de forma práctica (que transforme, que renueve la vida) es el papel del esquizoanálisis.



El inconsciente se autoproduce y se reproduce por sí mismo. No requiere del vínculo simbólico con lo parental (que puede ser una imagen de Dios). Es huérfano en todo momento y se produce en la “identidad de la naturaleza y el hombre, del mundo y el hombre” (AE, 114). Todo en él está encaminado hacia el uso (el cómo) de su accionar no hacia el sentido que pueda producir. Lo importante es que produce y funciona. En este mismo sentido nos recuerda Alicia Gallegos que “el inconsciente no tiene que ver con personas u objetos sino con trayectos y devenires. De ahí la importancia del acompañamiento de la trayectoria de los deseos, de sus posibilidades o de sus frenos, de la consistencia de estas organizaciones, de sus expansiones o interrupciones”8.
Según Deleuze y Guattari, la tradición analítica nos ha transmitido tres errores sobre el deseo: la carencia, la ley y el significante; los cuales surgen de una interpretación idealista del inconsciente. Siguiendo esta creencia, se está yendo en un sentido contrario al de la producción deseante. Consideran ellos que el deseo es, ante todo, “revolucionario por sí mismo”, por esa razón está moviendo tanto la producción social como la producción deseante (juntas conforman una unidad pero difieren de régimen). La producción deseante tiene existencia actual, por tanto, real; ni regresiva ni progresiva, está directamente vinculada con el presente. En un sentido similar, Fernanda Bocco afirma que “sólo existe deseo agenciado o maquinado, y lo que lo caracteriza es no querer ser oprimido, explotado, sometido. Todo agenciamiento expresa y hace un deseo construyendo el plano que lo hace posible, y una vez que es posible, lo efectúa. Por eso el deseo es revolucionario, la producción social de deseo debe cuestionar las estructuras establecidas, revelarlas, ponerlas en evidencia”9.
En la propuesta del “análisis materialista” se entiende que “la esquizofrenia como proceso es la producción deseante, pero tal como es al final, como límite de la producción social determinada en las condiciones del capitalismo” (AE, 136).