Arthur Owen fue un piloto muy peculiar que regentaba una joyería en Jersey, una de las Islas del Canal (Channel Islands). No era malo al volante, disponía de dinero y es protagonista de esta anécdota que traigo hoy hasta Nürbu porque quizás la suya sea una de las más breves intervenciones en Fórmula 1, si no la que se lleva la palma en términos absolutos.
El londinense empezó a desarrollar su pasión automovilística durante la posguerra en Gran Bretaña y la afianzó a partir del año 1952, consiguiendo algunos hechos memorables, como, por ejemplo, batir en 1955 récords de velocidad y distancia para coches de su clase en el Autódromo de Linas-Montlhéry, a bordo de un Cooper Bobtail cuyo volante compartió con Jim Russell y Bill Knight, y posteriormente, ya en solitario, en Monza.