A.S.A. HARRISON. LA MUJER DE UN SOLO HOMBRE
Hola, buenas tardes. Un miércoles más llega a vuestro encuentro Todos los libros un libro, el espacio de Radio Universidad de Salamanca en el que semanalmente os ofrecemos una recomendación de lectura que siempre pretendemos interesante. Esta tarde, la última por este curso, os traigo una novela de intriga policiaca, aunque el de las etiquetas y las taxonomías es en literatura, ciertamente, un asunto bastante evanescente, resultando difícil, como tantas otras veces, circunscribir una obra literaria a un determinado género. Es indiscutible que el libro se presenta en la serie black de la editorial Salamandra, y es verdad también que en él hay un asesinato y su consiguiente investigación más o menos detectivesca, pero estos aspectos de la trama sólo acontecen -y no creo desvelar ningún dato relevante que arruine o siquiera perjudique la lectura- en las últimas cincuenta páginas de un texto que supera las trescientas, de manera que será preciso matizar esta inicial adscripción de La mujer de un sólo hombre, pues así se llama mi propuesta de hoy, a la categoría policial. Pero empecemos por el principio...
La mujer de un sólo hombre es el absurdo título con el que ve la luz en España The silent wife, (La esposa silenciosa) -expresión que, aparte de su literalidad, resulta más ajustada al personaje y a la situación que describe-, la primera y única y última novela -pues su autora falleció poco antes de verla publicada- de A.S.A. Harrison, una para mí desconocida escritora de obras de no ficción. Presentada en 2013 en su Estados Unidos natal con un inesperado éxito de ventas, la editorial Salamandra la ofreció a los lectores de nuestro país a finales de 2014 en traducción de Gemma Rovira Ortega.
Con cuarenta y cinco años, Jodi todavía se considera una mujer joven. No piensa en el futuro, sino que vive el presente, concentrada en el día a día. Da por hecho, sin habérselo planteado siquiera, que las cosas continuarán así siempre, de forma imperfecta y, sin embargo, completamente aceptable. Dicho de otro modo: ignora que está en el mejor momento de la vida, que su juvenil capacidad de recuperación (que los veinte años de matrimonio con Todd Gilbert han ido erosionando poco a poco) se acerca a una etapa final de desintegración, y que sus conceptos de quién es y cómo debería comportarse son menos estables de lo que cree, dado que bastarán unos pocos meses para que se convierta en una asesina. En la primera página del libro nos encontramos con esta desconcertante afirmación, que pese a lo inusual -la autora nos da a conocer el asesino, la asesina en este caso, desde el inicio, cuando apenas nos hemos “ubicado” ante el texto- nos sitúa de entrada en el ámbito de la novela negra, tal y como he mencionado. Lo singular del enfoque que guía la historia que se nos va a narrar tras esta llamativa declaración es que no conoceremos hasta doscientas sesenta largas páginas después la identidad de la víctima -aunque sí serán abundantes las sospechas-, ni sabremos cuándo o cómo el asesinato tendrá lugar, ni siquiera si llegará a producirse; tampoco los motivos últimos, profundos, de la decisión que desencadenará la acción delictiva.
La novela se organiza en torno a dicho crimen, que se constituye así en un eje o bisagra que la divide en dos partes. Antes del mismo, la primera parte del libro, que aparece bajo la rúbrica de Ella y Él, nos describe con agudeza y penetración psicológicas notables, la vida de los mencionados Todd y Jodi, a los que en capítulos alternos -de título explícito: Ella, Él, Ella, Él, y así sucesivamente-, y siempre en tercera persona, conoceremos en su vida de pareja -y no matrimonial en sentido estricto pues, contrariamente a lo leído en el párrafo precedente, los protagonistas no están casados-, tanto en lo que se refiere a su existencia en común como a los numerosos espacios de individualidad que la singular relación que mantienen deja a cada uno de ellos, incluidas las frecuentes rememoraciones de sus algo convulsos pasados individuales, que nos llevan a sus respectivas infancias y, en ellas, a sus como mínimo “complejas” y hasta turbulentas experiencias familiares. Nada -“apenas” nada, siendo estricto, pues la idea y la sensación de intriga quedan asentadas en el lector a partir de la “confesión” inicial- en la lectura de esta primera “sección” del libro apunta siquiera al hecho de que nos hallemos ante un thriller. En la segunda parte, en cambio, habiendo acontecido ya el asesinato, la obra se acomoda más al esquema de una indagación policial al uso, aunque pese a ello nos ofrece una vuelta de tuerca final auténticamente inesperada y de gran brillantez y que, como es obvio, no desvelaré.
Todd Gilbert y Jodi Brett son una pareja aparentemente perfecta. Con un alto nivel económico que la novela subraya salpicando aquí y allá referencias de marcas de lujo -el Porsche deportivo, los trajes de Armani, los bolsos de Fendi, los zapatos de Jimmy Choo-, con una casa espléndida, su vida en Chicago, en donde ambos desarrollan su labor profesional, roza lo idílico, o al menos lo convencionalmente tenido por ideal. Sin embargo, las dos décadas de envidiable convivencia cuasi marital esconden, bajo esa capa de apacible armonía y de logros materiales, más de un foco de tensión.
Todd es un hombre hecho a sí mismo, lo que hoy llamaríamos un emprendedor, con ese término tan manido que yo aborrezco, aunque me vea obligado a usarlo más de lo que quisiera. Es, así, el prototipo del más reconocible espíritu americano, ese que ensalza a quienes partiendo de la nada o de muy poco alcanzan las más altas cimas del éxito, que en ese esquema trivial es sinónimo de dinero. Dedicado a la construcción y la compraventa inmobiliaria, podría afirmarse que a sus cuarenta y seis años tiene todo lo que ha soñado, holgura económica, una mujer atractiva y fiel que, entregada y solícita, le prepara el martini o el bourbon de turno y cocina exquisiteces culinarias para él cuando llega cada día al deslumbrante apartamento tras la jornada laboral… Pero todo ello no parece colmar sus deseos, pues acaba de salir de un episodio de intensa depresión, necesita la frecuentación de prostitutas de lujo y mantiene alguna amante más o menos habitual, de las cuales la última, Natasha, una joven veinteañera hija de su mejor amigo, amenaza con quebrar la consolidada armonía familiar.
Jodi, que conoce las infidelidades de su marido pero, consciente de la importancia de las apariencias, prefiere no darse por enterada, siendo el silencio, la evitación de incidentes y el no plantear problemas las estrategias más habituales en su comportamiento (así razona, y discúlpeseme la larga cita: Sin embargo, nada de todo eso [los reiterados engaños de Todd] importa. No importa, sencillamente, que una y otra vez él revele el juego, porque él sabe y ella sabe que la engaña, y él sabe que ella lo sabe, pero lo fundamental es que la fachada, la importantísima fachada se mantenga, la ilusión de que todo va bien y no pasa nada. Mientras los hechos no sean declarados abiertamente, mientras él hable con ella con eufemismos y circunloquios, mientras las cosas funcionen sin contratiempos y prevalezca una apariencia de calma, podrán seguir viviendo como siempre, pues todo el mundo sabe que una vida tranquila requiere una serie de acuerdos basados en la aceptación de las personas que te rodean, con sus necesidades individuales y sus idiosincrasias, que no siempre podemos adaptar a nuestros gustos ni constreñir para que encajen con normas sociales conservadoras), es inteligente y refinada. Psicóloga de formación, tiene además un doctorado y varios másteres, aunque sólo se dedica a tiempo parcial a su profesión, más por entretenimiento que por necesidad, lo que le permite obtener un dinero extra con el que pagar sus selectos caprichos personales y sus distinguidas actividades de ocio.
Asumidas las discutibles premisas que dan forma a su estabilidad, la relación de la pareja y, sobre todo, la existencia de Jodi se verán convulsionadas por su descubrimiento de la presencia de Natasha -que ya no es sólo una mera aventura extraconyugal “asumible”, disculpable- en la vida de Todd, lo que, tras su inicial negativa ciega a aceptar el hecho hará aflorar en ella una serie de sentimientos desconocidos no siempre controlados por su parte. Surgen así el miedo, la mezquindad, los celos, la traición, la venganza, el deseo de asesinato...
El mayor logro de esta primera sección de la novela y donde el libro brilla a gran altura es, como se ha dicho, el penetrante análisis de las relaciones de pareja y la profunda indagación en las vidas y las personalidades de los dos personajes a través del rastreo en sus conflictivas infancias. La condición de psicoterapeuta de Jodi proporciona la excusa necesaria para que la presencia de autores (Adler, Freud, Jung), teorías y enfoques pertenecientes al dominio de la Psicología afloren de continuo en el libro, siendo una idea-fuerza básica en esa disciplina, la de la importancia de la infancia en la configuración de nuestra personalidad, la que encierra, a mi juicio, una de las claves de la obra: Quienquiera que seas y de dondequiera que vengas, creciste hasta adoptar tu forma actual en tu primera infancia. Dicho de otro modo: tu adaptación a la vida y al mundo que te rodea (tu marco psicogénico) ya existía antes de que fueras lo bastante mayor para salir de tu casa sin supervisión paterna. Tus inclinaciones y preferencias, dónde te atascas y dónde destacas, cómo circunscribes tu felicidad y dónde sientes tu dolor, todo eso te precede en el camino a la edad adulta, porque cuando eras muy pequeño, cuando eras un ser en desarrollo, impresionable e ingenuo, valorabas tus experiencias y las usabas para tomar decisiones relacionadas con el lugar que ocupabas en el mundo, y esas decisiones echaron raíces y se convirtieron en actitudes, hábitos mentales, un estilo de expresión, ese “tú” tuyo con el que has acabado identificándote profunda y firmemente. Y así, un oscuro incidente en la niñez de Jodi, con el protagonismo de sus dos hermanos, y el ambiente de caos, violencia y alcohol generado por su padre en la infancia de Todd, acaban mostrándose determinantes en la conformación de carácter de cada uno de ellos y explicando, en cierto modo, las vacilaciones, la fragilidad, las dudas, los miedos o el desconcierto que les asaltan cuando estalla la perfecta burbuja en la que se desenvolvían sus días.
Más allá de esta componente psicologista del libro -su excelente núcleo central-, la trama criminal en sí está formulada con ingenio y originalidad, y se desarrolla con eficacia y muy notables dosis de intriga y suspense, haciendo de su lectura una experiencia apasionante. Una vez más, me veo obligado a silenciar los elementos más destacados de esta segunda parte del libro por no privaros del placer de su descubrimiento...
Espero que este interés del libro pueda ser apreciado también por vosotros si os decidís a adentraros en sus páginas. Con Smells like teen spirit, el ya clásico de Nirvana, extraído de su disco Nervermind, y que aparece significativamente mencionado en la novela, os dejo hasta el próximo septiembre. Os deseo unas muy felices vacaciones agosteñas.
Hubo un tiempo en que Jodi decía de Todd: “Es mi debilidad. Tengo debilidad por él”. Se lo decía a sí misma y a sus amigas a modo de justificación. Perder los papeles por un hombre no está bien visto hoy en día, y desde luego no es una forma progresista de abordar una relación. Sacrificar tus valores en el altar del amor ya no se sostiene como ideología. La tolerancia, más allá de cierto punto, no se predica mucho; pese a que, cuando dos personas se codean a diario, cuando inhalar la forma de ser del otro se convierte para ambas en una premisa vital, tiene que haber inevitablemente algún tipo de sacrificio. No eres la misma persona cuando sales de una relación que cuando entraste en ella. Pero al principio Jodi no lo entendía así. Cuando le plantaba cara, cuando él le pedía perdón, cuando lloraban los dos, cuando reafirmaban su amor, cuando hacían todo eso una y otra vez, ella no percibía la renuncia que estaba produciéndose en su interior, porque al fin y al cabo él era Todd, y ella lo quería muchísimo. Hasta sus traiciones podían ser valiosas, su forma de seguir siendo consecuente consigo mismo. Todd nunca fue cruel ni desagradable. Nadie habría podido decir que Todd fuera malo. Más bien todo lo contrario. Si enojabas a Todd, él te daba otra oportunidad, y si lo enojabas cien veces, él te daba cien oportunidades. Pero Todd estaba decidido a vivir su vida y, al final, lo único que ella podía hacer era aceptarlo, aun sabiendo que se había convertido en una versión de su madre. Pese a haber hecho distintas elecciones, pese a haber vivido en épocas diferentes, pese a estar advertida por sus estudios de Psicología, que le habían enseñado que en las familias la historia siempre se repite, había acabado precisamente en la situación que se había propuesto evitar.