ANDRÉ KERTÉSZ. LEER; STEVE McCURRY. SOBRE LA LECTURA
Hola, buenas tardes. Desde los estudios de Radio Universidad de Salamanca sale a vuestro encuentro una semana más Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones de lectura con el que, con toda la modestia, pretendemos serviros de orientación si debéis enfrentaros a la difícil tarea de elegir un libro que resulte de vuestro interés de entre la infinidad de obras que se publican anualmente en nuestro país.
Hoy cerramos por este curso la breve serie que, con ocasión de la celebración de la Feria del libro en nuestra ciudad -que clausuró sus puertas hace pocas fechas- y la proliferación primaveral de certámenes similares en otras localidades, hemos dedicado a publicaciones que tienen a los propios libros y a la lectura como motivo central. Además, en el caso de las dos propuestas que ahora os ofrezco, hay que añadir un tercer nexo principal coincidente, el de la fotografía, el indiscutible leitmotiv de los dos títulos que, sin más dilación, os presento ya.
En primer lugar, quiero sugeriros la gozosa consulta de Leer, el clásico de André Kertész, el prestigioso fotógrafo húngaro -nacionalizado estadounidense antes de su muerte en Nueva York en 1985-, autor de innumerables libros de fotografías. On Reading, título del original de 1971, se reeditó en todo el mundo en numerosas ocasiones desde esa fecha, publicándose por primera vez en castellano en 2016 gracias al esfuerzo conjunto de las editoriales Periférica y Errata Naturae. Esta versión española que ahora os propongo parte de la edición de Norton & Company de 2008 y cuenta con la introducción que entonces hizo Robert Gurbo, conservador del legado de Kertész, y con unas suculentas palabras preliminares del experto Alberto Manguel, una incontestable autoridad en la historia de la lectura.
André Kertész, que en su dilatada existencia -había nacido en Budapest en 1894- se mostró siempre muy abierto y versátil, poniendo el foco de su interés profesional en temas diversos, con series fotográficas sobre aves, paisajes, retratos, la infancia, escenas de la vida cotidiana, estampas de París o Nueva York, se inclinó también desde muy joven por capturar imágenes de gentes de muy diversa condición leyendo, individuos embebidos, transportados, absortos en las páginas de un libro, en actitudes, situaciones y espacios también muy variados. Sesenta y cinco de estas estampas, tomadas entre 1915 y 1970 en las citadas capitales de referencia del universo del húngaro -París y Nueva York- pero también en Tokio y Kioto, Manila, Buenos Aires y Venecia, Nueva Orleans o El Havre, integran el libro, una delicia por la prodigiosa calidad de las imágenes en blanco y negro, por su enorme poder evocador, por la oportunidad de las “capturas”, la originalidad de los encuadres y, sobre todo, por la magistral capacidad de su autor para reflejar, con emoción e intensidad, esos momentos de absoluta intimidad, de despojamiento y hasta -me atrevería a decir- de vulnerabilidad en los que nos olvidamos de nosotros mismos, de nuestro entorno y nuestras circunstancias, para adentrarnos en el fascinante misterio de un libro y entregarnos, en cuerpo y alma (sobre todo en alma), a su profunda lectura.
Y así, en las páginas de Leer comparecen, en distintos grados de ensimismamiento lector, jóvenes estudiantes y niños menesterosos, adolescentes ociosos y adultos desocupados, ancianos aburridos y viejas convalecientes, rozagantes chicas y elegantes amas de casa, profesionales y vagabundos, vendedores callejeros, viandantes, gondoleros, sesudos bibliotecarios, frailes, curas y monjes tibetanos, e incluso numerosos seres más o menos inanimados que se enfrentan a la lectura: personajes de cuadros, esculturas, figuritas de escayola y hasta un escarabajo que se “deleita” ante una obra de Voltaire. Todos ellos leen, leen muy concentradamente libros, folletos, periódicos, cartas, agendas, revistas, cómics, álbumes, códices, libros de rezos, papeles sueltos…
Los lugares de la lectura son también variopintos: parques y jardines, aceras y calles, aulas y bibliotecas, vestuarios y salas de juego, escaleras y bancos públicos, habitaciones y ventanas, oficinas, despachos y gabinetes de lectura, vagones de metro, terrazas, azoteas y balcones, buhardillas y sobreáticos, iglesias y sacristías, idílicos paseos fluviales y apartados caminos campestres, pérgolas y tumbonas, hamacas y toallas de baño, bares y cafeterías, cómodos sofás en hogares burgueses, floridas galerías de delicados y vaporosos visillos, frescos pabellones de verano, historiados lechos con dosel… y tantos otros.
Y, del mismo modo, son múltiples las situaciones en las que los personajes retratados se entregan a su absorbente pasión lectora: un momento de descanso entre clases, el repaso apresurado de un libro de texto en el parque, la entretenida espera en un puesto callejero, la evasión del dependiente mientras comparecen los clientes, un tiempo muerto en un ensayo, la pausa en una representación teatral escolar, una interrupción en los alegres juegos infantiles, el sencillo goce que proporciona un libro en un banco del jardín, dejando que el tiempo pase, apenas perceptible, el inocente deambular por el campo o por una calle mientras se ojea vagamente un texto, las horas de estudio o recogimiento, de investigación o rezo, las consultas académicas, las miradas distraídas a una revista mientras se toma el sol en el terrado, la lectura atenta de una carta en el reposado sillón hogareño, el periódico “salvado” de la papelera en el que se adentra, ávido, un mendigo, la umbría arcada en la que reposa un gondolero entre un servicio y otro, el modesto ventanal ante el que una anciana aprovecha la declinante luz de la tarde… Y en todas las fotografías, ya se ha dicho, sensibilidad y poesía, belleza y lirismo, delicadeza y emoción. Una maravilla de libro.
Siguiendo un planteamiento similar, y en lo que constituye un explícito homenaje a este Leer, al talento de Kertész, a su influencia y a su genialidad, Steve McCurry, uno de los grandes nombres de la fotografía contemporánea, miembro de la mítica agencia Magnum, reúne en Sobre la lectura una colección de fotos tomadas durante sus viajes, en las que muestra a personas de ámbitos diversos en el acto de leer. El libro, en una formidable edición de gran tamaño, encuadernada en tela, con papel satinado y espléndidas reproducciones en color, lo presentó en nuestro país la editorial Phaidon el pasado 2016, con un muy sustancioso prólogo de Paul Theroux, del que os dejo algunas muestras al cierre de esta reseña, en el que repasa su larga experiencia de lector, paralela a su muy extensa vivencia de los viajes.
Siendo la pauta organizadora del libro muy similar a la del maestro Kertész, aquí la selección de fotos es más abierta y variada, rozando en ocasiones el exotismo. Una joven subida a una escalera en el impresionante Real Gabinete Portugués de Leitura de Río de Janeiro; otra chica que lee en un parque en una ciudad tailandesa; una anciana rusa en su modesto hogar; un hombre que consulta unas hojas ante sus cuadros en un mercadillo romano; unos monjes en el templo de Bakong, en Camboya; un santón en Goa; el propio Paul Theroux posando al lado de una atracción de feria en Hot Springs, Arkansas; un obrero atento al periódico en una fundición en Serbia; una atractiva muchacha echada en la hierba en el parque neoyorquino de Washington Square; un niño chino que abraza una estatua que lee; una algo estrafalaria mujer tatuada en Barcelona, y, sin poder precisar con más detalle, decenas de otros lectores en Calcuta y Katmandú, La Habana y Tokyo, Kabul, Ciudad del Cabo y el Tibet, Birmania, Turquía y Rusia, Francia y Alemania, Líbano y Pakistán, España, Irlanda y Suiza, China y Corea del Sur, Etiopía y Sri Lanka, Marruecos, Kuwait y Hong Kong.
Las fotos son extraordinarias aunque, frente al naturalismo que rezuma la mayor parte de las instantáneas de Kertész, aquí las composiciones parecen casi siempre algo impostadas, con un exceso de artificio, constituyendo una suerte de posados, muy “construidos” aunque igualmente evocadores y poéticos. Parece imposible sustraer a Steve McCurry de ese rastro de polémica en torno a su “ética” profesional, una cuestión que ya había aflorado hace años cuando se descubrió que algunas de sus fotos más conocidas -y premiadas- (como su famosa portada para el National Geographic en la que sobresalía la mirada de Malala, una niña afgana que enseguida se hizo popular en todo el mundo) habían sido objeto de retoques, borrando o eliminando elementos y personajes accesorios para mejorar el resultado final.
Pese a esa ligera objeción, el libro es excelente y transmite con intensidad la enorme “potencia” emocional del acto de leer, el carácter universal de la lectura y de las experiencias y valores asociados a ella: la soledad, la reflexión, el ensimismamiento, la meditación, el esfuerzo, el placer, el descubrimiento y la iluminación, la atención, la profundidad, la sabiduría, la belleza…
En fin, leed, ojead, disfrutad de estos dos magníficos libros de fotografía: Leer, de André Kertész, y Sobre la lectura, de Steve McCurry. Estoy seguro de que no os arrepentiréis de su consulta. Os dejo, para completar esta reseña, con una nueva referencia musical centrada en una obra literaria. En esta ocasión es La Odisea la influencia de Home at last, un tema del grupo de culto Steely Dan.
En África, donde fui profesor hace más de 50 años, ir hasta Limbe en bicicleta a través del bosque de Kanjedza y regresar me costaba dos horas. Una vez al mes, el cargamento de la costa incluía los nuevos libros de bolsillo de Penguin, que se colocaban en el expositor metálico giratorio de la Nyasaland Trading Company. Yo tenía la sensación de que enviaban esos libros para mí, a dos océanos de distancia, porque en aquella pequeña localidad nadie más parecía interesado. Estos libros de Penguin fueron mi educación permanente, las obras más obvias de Orwell, pero también sus novelas menos conocidas, Subir a por aire y Los días en Birmania; las primeras novelas de Anthony Burgess, entre ellas Enderby y Nada como el sol; la colección de clásicos, con la Ilíada y Dante; las cubiertas verdes de las novelas de misterio, como las de Simenon, y escritores que no conocía, Henry de Montherlant y Laurie Lee. La lectura mitigaba las largas y oscuras noches africanas y me ofrecía alivio y esperanza: por mal que me hubiera ido el día, había un libro esperándome en casa, tal y como sigue sucediendo ahora.
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La gente dice que lee para aparentar, porque se elogia la lectura y se considera una actividad inteligente y maravillosa y no quiere que nadie les tache de tontos o perezosos. Pero leer exige un esfuerzo mental, capacidad de concentración, una curiosidad y una capacidad de entendimiento vivas y el dominio de la soledad.
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Leer es un asunto serio, pero los lectores casi nunca se aburren o se siente solos, porque leer es un refugio y una fuente de iluminación. En ocasiones esta sabiduría se hace visible. Me parece que siempre hay algo luminoso en el rostro de una persona que está leyendo. Gran parte del atractivo de leer ficción reside en el descubrimiento de que el lector conoce mucho mejor la vida interior de los personajes del libro que la de los miembros de su familia o la de sus amigos.
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Leer ha sido siempre mi refugio, mi placer, lo que me ilumina e inspira; mi hambre de palabras bordea la glotonería. En los tiempos muertos sin un libro, leo las etiquetas de la ropa o los ingredientes de las cajas de cereales. Mi versión del infierno es un lugar sin nada que leer.