Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 23 de febrero de 2011


GIANI STUPARICH. LA ISLA

Hola, buenos días. Bienvenidos a Todos los libros un libro, como cada miércoles en primera emisión y cada viernes en redifusión dentro de la sintonía de Radio Universidad de Salamanca, llegando hasta todos vosotros con la intención de proponeros un libro cuya lectura pueda resultaros de vuestro interés. Hoy os traigo un pequeño librito, que ha puesto en circulación Minúscula, que haciendo honor a su nombre es un también diminuto sello editorial que se distingue por una muy cuidada política de publicaciones caracterizada por la recuperación de textos, generalmente breves, relativamente olvidados, pero de una excelente calidad, en traducciones magníficas y ediciones exquisitas. El libro de hoy se llama La isla, su autor es el italiano de Trieste Giani Stuparich, y su aparición ha sido saludada con auténtico alborozo por la crítica especializada, que ha visto en él una obra maestra. Del mismo modo ha sido ensalzada, y con razón, la estupenda traducción de José Antonio González Sainz. La edición se completa con un breve pero ilustrativo prólogo de Elvio Guagnini, y con un texto final en el que Claudio Magris traza en unas pocas páginas el esbozo del mundo literario triestino y de la destacada presencia en él de Giani Stuparich. No dispongo hoy de mucho tiempo para comentar el libro con detalle, pues aparte de nuestras limitaciones habituales me gustaría leeros al final de mi reseña un fragmento muy interesante, significativo y bastante extenso de la novela, por lo que os resalto un par de aspectos destacados del libro y dejo que sea la voz del propio autor la que hable.

Un hombre enfermo, que se sabe a las puertas de la muerte, decide volver, quizá por última vez, a la isla en la que nació, la isla de su infancia. Pide a su hijo, del que no se ha ocupado demasiado en la vida, que le acompañe en este viaje que se adivina el postrero. Ese viaje y la estancia en la isla, propiciarán un acercamiento entre ambos que resultará esencial en las vidas de ambos. El hijo analiza con aprensión la figura paterna, su grave dolencia, su declive, su cansancio, su miedo, aprende el sentido de la pérdida, experimenta el terror de la enfermedad y anticipa en él su propio destino, el triste horizonte hacia el que se dirige toda vida humana. El padre, feliz por encontrarse con su hijo, al que ve adulto y formado, en la plenitud de la existencia, se ve confortado en sus últimos días por el sentimiento de la paternidad, por su grandeza, por saber que su legado permanecerá en esa vida joven y poderosa que le acompaña en la isla. El paso del tiempo, la edad, la vejez, el deterioro, la muerte, el sufrimiento, la resignación, la lucha por la vida, son algunos de los grandes temas de la novela.

Y todo ello en el marco de la isla, que se configura como otro de los protagonistas de la obra; una isla que aparece tan viva, tan dotada de personalidad, que podríamos hablar de otro personaje, el que cierra el triángulo central de la novela. Es una isla que aparece en su rotunda realidad, una isla adriática, la luz inundándolo todo, el calor asfixiante, el viento seco agrietando las pieles, revolviendo los cabellos, el sol inclemente, el sopor de la sobremesa aprovechando la leve brisa del mistral, la tierra polvorienta, las monótonas rocas, los áridos pedregales, el vocerío embriagador de las cigarras, la ardiente vegetación mediterránea, los pinos, los alerces, los enebros, las pitas monstruosas, el frescor de la resina, los aparejos de los pescadores arrumbados en el puerto salobre, el mar detenido y persistente, amenazante y salvador, las barcas meciéndose, los reverberos fulgurantes, el terco oleaje, el exuberante, el intenso aroma del mar. Una isla que se muestra también como metáfora, como escenario concentrado donde evidenciar los modelos de comportamiento del hombre frente a los hitos importantes de la vida, como señala en su estudio introductorio Elvio Guagnini.

Os dejo ya con ese amplio fragmento que os anunciaba al comienzo de La isla, de Giani Stuparich publicado por editorial Minúscula, un libro que, sin duda, os va a interesar. Para cerrar la emisión de hoy, y tras el texto leído, escucharéis Father and son, una antigua canción de Cat Stevens, publicada en 1970 y que resulta muy apropiada para ilustrar las relaciones paternofiliales

El hombre nacido en la isla estaba hecho para moverse por el mundo y para regresar a ella sólo al final de sus días. Quien había atravesado cincuenta veces el Atlántico o navegado por el Pacífico, quien había corrido las aventuras propias de todas las tripulaciones por los distintos astilleros de Europa y América, no podía encontrar paz dentro de un huertecillo con sus hierbas aromáticas, mirando pasar las nubes sobre su cabeza, o admirando, mientras se acuna en una barquichuela, la superficie reverberante del puerto. Corría el riesgo de volverse como Fabricio, con su larga cara amarilla llena de bolsas y los ojos húmedos, parecía un viejo mastín rabioso, atado a la cadena, que nunca se hubiera movido más allá de un radio de dos metros en torno a su perrera; o como Antonio que, desdentado, con la barbilla apoyada siempre en la empuñadura de su bastón, enrojecidos y mellados los párpados, parecía un pupilo de una casa de caridad para mendigos.

No, que no contaran con él en aquella pandilla refunfuñona; a él le bastaría, en el último momento, el rectángulo donde estaba sepultado su padre: allí se uniría con la árida tierra de su isla natal, y su nombre se grabaría bajo el nombre de su padre en la modesta piedra extraída de aquella misma tierra. ¿Se acercaba la hora? No le importaba saberlo. Le esperaban algunos días buenos, en el aire que había respirado en su infancia y que sentía suyo, lo mismo que el tono de la sangre.

Cosas ligeras, rincones tranquilos reverberaban en su imaginación. Hasta el punto de que el mal físico no conseguía turbarlo, era como un fondo molesto que se distanciara cada vez más de la realidad viva.

Sabía que más allá, en la otra habitación, cerca, respiraba su hijo. Le daba una sensación de seguridad, nueva y apacible. Nunca había sentido la necesidad de que nadie fuera su sostén, pero ahora un misterioso temor, que había anidado en el fondo oscuro de su ser, lo llevaba a mirar en torno a él, como buscando una criatura que le infundiera valor. Su hijo. Tenían poco que decirse, pero qué sencillo era sentirse unidos.




miércoles, 16 de febrero de 2011


MANUEL HIDALGO Y AMPARO SERRANO DE HARO. OTRO FINAL

Bienvenidos a Todos los libros un libro, como siempre, los miércoles a esta misma hora y los viernes en redifusión a las cinco y media de la tarde en la sintonía de Radio Universidad de Salamanca. Hoy, el comentario sobre la obra cuya lectura quiero aconsejaros será más sucinto de lo habitual, porque tengo interés en leeros un texto del libro que es más extenso de lo acostumbrado. Os señalo brevemente algunas de las notas más destacadas de mi recomendación de esta tarde y os dejo con ese largo fragmento. Hoy os traigo una colección de relatos de autores diversos. Su título es Otro final, ha sido publicado por 451 Editores y la selección de los cuentos así como el esclarecedor prólogo que abre el libro son debidos a Manuel Hidalgo y Amparo Serrano de Haro que, escritores ellos mismos, también aportan un relato al conjunto.

Como apunta su título, Otro final recoge cuentos en los que los autores imaginan un final diferente para grandes películas de la historia del cine. Quince conocidos escritores actuales, Vicente Molina Foix, Eduardo Mendicutti, Pedro Sorela, Andrés Trapiello, Luis Antonio de Villena, Pedro Zarraluki, Lourdes Ventura, entre otros, se situan en la imagen postrera de algunos grandes clásicos del cine, Casablanca, Doctor Zhivago, Psicosis, Bienvenido Míster Marshall, Con faldas y a lo loco, Blade Runner o El tercer hombre, por citar algunos títulos muy conocidos, y a partir de esa secuencia final desarrollan su relato, llevándonos, con la fuerza de su imaginación y de su ingenio, de la mano de su libertad creadora, a otras vidas, las que hubieran podido tener los personajes de las películas si el desenlace previsible, el archisabido, el que los atrapa para siempre entre los fotogramas del celuloide, el que se repite inexorable cada vez que vemos las cintas, hubiera sido otro distinto.

Y así, Norman Bates, el protagonista de Psicosis, sale de la cárcel quince años después de sus crímenes y rehace su vida; Jack Lemmon, disfrazado de mujer en Con faldas y a lo loco, desanimado por el 'nadie es perfecto' final de su enamorado millonario, acaba casándose con él; el incesto provocado por la censura en Mogambo extiende su influencia sobre dos hermanos en el Madrid de los cincuenta; Isabel, la protagonista de Calle Mayor, no es abandonada por su miserable amante, sino que, abuela ya, cuenta a su nieta lo realmente ocurrido. Y así, hasta quince sorprendentes desarrollos de unas tramas que todos conocemos bien pero en las que la inventiva y la pericia literaria de sus autores acaba por descubrir nuevas y sugestivas posibilidades.

Os dejo con un fragmento del libro en el que Pedro Sorela fantasea sobre un hipotético desenlace de Doctor Zhivago en el que éste, años después de su intenso amor, descubre a Lara desde un tranvía y no muere de la impresión que este fugaz reencuentro le causa sino que acaba accediendo a su antigua amante e instalándose con ella ni más ni menos que en la Barcelona actual. A través del texto podréis haceros una idea del enfoque general del libro, de este Otro final publicado por Ediciones 451 que hoy os recomiendo. Como cierre de la emisión de hoy, una canción de cine, conocidísima y preciosa. Bruce Springsteen con sus Streets of Philadelphia. Hasta dentro de siete días.

Exiliados en el exilio

O sea que se fueron a Barcelona, que les encantó gracias a
El mayor espectáculo del mundo y Dio come ti amo, películas que se filmaron allí, igual que La condesa descalza, no muy lejos remontando la Costa Brava. Pero eso es lo que pasa con los grandes escenarios, que van adormeciendo poco a poco los sentimientos. No los de Yuri, volcado en su poesía y en la medicina -oficios ambos vocacionales y para toda la vida-, pero sí los de Lara, que en Barcelona no tenía otra cosa que hacer que esperar a Zhivago, en una pequeña casita de Sarriá, y ocasionalmente ir a mirar escaparates que, como se sabe, en Barcelona los diseña Satanás. Y todo esto viendo cómo su piel iba cediendo al acoso del tiempo, la misma piel que, cuando ella tenía diecisiete años, un día trastornó a Víctor Komarovsky, el poderoso amante de su madre, y terminó provocando que esta se intentase suicidar.

Lo cual explica que, antes de que fuese demasiado tarde, Me voy, le dijo un día a Zhivago, sin apenas creer que le pudiese estar diciendo eso, pero diciéndoselo de todas formas. Aun así, igual que a los diecisiete años no había tenido el valor de reconocérselo a su madre, tampoco tuvo el valor de decírselo a su gran amor a los cuarenta o cuarenta y cinco, una edad, en todo caso, que ya no se precisa. Se iba otra vez con Víctor Komarovsky, reaparecido en Barcelona para comenzar los trabajos de desembarco de la Internacional de la Construcción en el Mediterráneo Sur, y rico, mucho más rico que nunca, con el yate más obsceno de toda la Costa del Sol. Le prometía además que le ayudaría a encontrar a su hija, la que había perdido en las angustias de la guerra.

Un final un poco triste, cierto, pero piénsese que la Barcelona de la época no tenía nieve, ni casas de campo congeladas, ni mesas de roble sobre las que escribir poemas, ni lobos y aullidos que le den a la noche un aire de grandeza, todas ellas cosas que necesitan los grandes amores. En Barcelona lo que hay son elegantes avenidas, y liceos de ópera, y turistas, y eso mata cualquier epopeya. Cómo sería que, sin ni siquiera resistencia, los nativos ya comenzaban a aceptar andar con bermudas y chancletas en verano.

Además Zhivago seguía siendo poeta y médico vocacional y humanista, y eso queda muy bien en las historias cortas y en las guerras pero, noche tras noche, tanto poema puede resultar muy cansado. Sobre todo si tiene que competir con la televisión y el fútbol, que es lo que ve todo el mundo.

Ya entonces Zhivago había comenzado a perder su futuro. De hecho ahí sigue: no puede volver a Rusia porque en Rusia han olvidado a sus exiliados y no quieren saber nada de ellos. Igual que en España. Y en Barcelona ya no le dejan ejercer porque nunca aprendió catalán, entre enfermos y poemas no tuvo tiempo, y ahora es un requisito para poder atender a los pacientes, incluso si son marroquíes, polacos y pakistaníes, como es, o era, el caso de Zhivago en un centro sanitario de Hospitalet. Está, pues, exiliado en el exilio, y para eso no hay asilos previstos, ni siquiera en las películas.

Y tampoco puede recurrir al escritor Boris Pasternak, que tanto les ayudó en los momentos decisivos de sus vidas, porque Pasternak está muerto. Además, el prestigio de los escritores y de los libros ha disminuido mucho y ya no es lo que era. Ni en Rusia.

O sea, que a lo mejor no fue una buena idea la de Lara de reanimarlo sobre aquella acera, después de que Zhivago bajase del tranvía, con el corazón desbocado por volverla a ver.



miércoles, 9 de febrero de 2011


NATSUO KIRINO. OUT


Hola, buenos días o buenas tardes, las recomendaciones literarias llegan de nuevo a vuestras casas, como todos los miércoles por la mañana, o los viernes en la sobremesa si seguís la redifusión del programa, pues ya está aquí Todos los libros un libro, la emisión de Radio Universidad de Salamanca desde la que semanalmente os aconsejo, con toda modestia, pero con toda firmeza también, la lectura de un libro, en la creencia, que espero que no os resulte petulante, de que las lecturas que a mí me gustan y aun me apasionan, forzosamente han de interesarles al menos a algunos de entre vosotros.

Hoy, la opción es algo arriesgada, y así quiero indicároslo desde el comienzo, pues se trata de un muy atractivo libro, pero también algo extremo, con grandes dosis de violencia, con pasajes abiertamente desagradables que pueden herir, como dicen con tópica reiteración en estos casos los medios de comunicación, la sensibilidad del lector. No obstante, si vuestro dominio de los nervios, si vuestra capacidad para superar las manifestaciones menos delicadas de nuestra pobre vida de humanos os lo permiten, os recomiendo con énfasis este libro pues nos sumerge en una lectura apasionante, de ésas que nos atrapan sin remisión, además de proponernos muchas cuestiones sugestivas para su análisis y reflexión.

Pero vayamos con la referencia, que con tanto preámbulo debo de teneros en vilo, y para suspense, nos basta y nos sobra con el libro del que quiero hablaros. Se trata de Out, sucinto título para una voluminosa novela, de más de quinientas cincuenta páginas, escrita por la nipona Natsuo Kirino y publicada en 2008 por la editorial Emecé en traducción de Albert Nolla Cabellos. Natsuo Kirino, a la que, sinceramente, yo no conocía antes de leer este Out, es, así la presenta su editorial, la reina japonesa del crimen, galardonada con múltiples premios literarios de novela negra y respaldada también por la crítica, no sólo la de su país, sino la americana, la británica, la alemana o la francesa, entre otras, que han descrito Out como obra maestra, y le han otorgado los calificativos de sensacional e intensa.

Y ciertamente la novela reúne todos los ingredientes que caracterizan a las mejores obras del género: crímenes, intriga, misterio, suspense, cadáveres, asesinos, policías, investigaciones criminales, sospechosos, tensión y toda la amplia panoplia de efectos que se dan cita en las novelas negras. Pero, como ocurre también con las más destacadas de entre las novelas policíacas, Out logra trascender los estereotipos de referencia y ofrecer al lector algo más, bastante más: una descripción pormenorizada y fiel de la sociedad en la que surge, una despiadada crítica social, un magnífico retrato de caracteres, una solvente presentación de personajes con entidad, creíbles, reales, unas tesis morales que inducen a la discusión, a la reflexión, al debate, un universo, en suma, muy rico y complejo, en el que nos adentramos durante las apasionantes horas de su lectura.

Masako, Kuniko, Yoshie y Yayoi son cuatro mujeres, de diferentes edades y condiciones sociales también diversas, que trabajan en el turno de noche de una fábrica de alimentos precocinados y que tienen en común, sobre todo, el vivir unas existencias mediocres, frustrantes, limitadas y sin horizonte, de las que el mísero trabajo por horas en la cadena de montaje no es más que una manifestación destacada de su falta de expectativas vitales. Relaciones familiares rezumando inercia, vacío y desesperanza cuando no abierta hostilidad, penurias económicas sin cuento, espacios vitales míseros, viviendas baratas y exiguas, y sobre todo ausencia de ilusión o proyecto alguno, las cuatro soportan unas vidas horribles y vulgares, frustrantes y desoladoras. Ojalá fuera una mujer distinta, en un lugar distinto, llevando una vida distinta y viviendo con un hombre distinto, dice una de ellas, en un significativo resumen de su vida. Y otra de las amigas describe así su penosa existencia familiar: Apenas recordaba cuánto tiempo hacía que no dormían juntos. Ahora vivían bajo el mismo techo y cumplían los roles que cada uno había escogido para sí. Ya no eran marido y mujer, ni siquiera padre y madre de su hijo. Se limitaban a ir al trabajo y a ocuparse de las tareas domésticas de manera automática y obstinada. Se estaban autodestruyendo en un lento proceso imparable.

Una noche, Yayoi, la más joven de las cuatro, harta de soportar el comportamiento de su marido, que la engaña y dilapida en el juego el escaso patrimonio familiar, que la ignora y cuando no lo hace, borracho tras sus juergas nocturnas, la agrede violentamente, lo estrangula con su cinturón en un arrebato no premeditado. Obligada irreflexivamente a desembarazarse del cadáver de su esposo, habla con sus compañeras de trabajo y, entre las cuatro, descuartizan el cuerpo y abandonan los macabros restos en diversos contenedores desperdigados por la ciudad. A partir de este hecho terrible, que tiene lugar en los primeros momentos del libro, se desencadena una sucesión de espeluznantes peripecias, esperables, como les decía, en una trama ortodoxa de novela negra. Pero lo que Natsuo Kirino nos muestra, mientras desarrolla el hilo conductor detectivesco, es lo que hay por debajo de esos crímenes, el entramado más íntimo e inesperado, los entresijos más auténticos, de la apacible, en apariencia, normalidad de la vida nipona.

Una novela extraordinaria, intensísima, sobrecogedora, muy dura, tocada por un muy combativo y radical feminismo, por una feroz crítica social; una novela sin esperanza, que denuncia -sin mostrar alternativa alguna- la despiadada injusticia que encierra la cotidianidad falsamente ordenada de nuestras sociedades; una novela sincera, valiente, impregnada de una ambigüedad moral que puede resultar escandalosa, nada complaciente. Una novela, en suma, que merece ser leída. No os la perdáis. Out, Natsuo Kirino, Editorial Emecé. La canción que sonará tras el fragmento que os leeré del libro es Twiggy Twiggy, uno de los efervescentes y eclécticos hits en los noventa de los nipones Pizzicato five.

Cuando despertó al atardecer, Masako se sentía un poco triste. El hecho de que con la llegada del otoño anocheciera antes era bastante deprimente. Sin moverse de la cama, observó cómo el sol desaparecía paulatinamente para dar paso a la oscuridad.

En esos momentos, trabajar en el turno de noche se le antojaba insoportable. No era de extrañar que muchas de las mujeres en su misma tesitura acabaran neuróticas. Con todo, lo que las llevaba a la depresión no era tanto la oscuridad como la sensación de vivir con el paso cambiado, de ir siempre a contracorriente.

¿Cuántas mañanas había pasado atareada, sin un momento para respirar? Siempre había sido la primera en levantarse para preparar el desayuno y la comida, tender la ropa, vestirse, soportar el malhumor de su hijo y llevarlo a la escuela. Había vivido muchos días pendiente del reloj, yendo de aquí para allá, sin tiempo ni siquiera para hojear el periódico o leer un libro, durmiendo menos horas de las necesarias para llegar a todo y sacrificando los pocos días festivos para hacer la colada y limpiar la casa. Ésos habían sido días normales, inocentes y libres de la tristeza que sentía en esos momentos.

Sin embargo, no tenía ganas de volver a vivirlos, de cambiar su situación actual. Al levantar una piedra caliente por el sol quedaba expuesta la tierra húmeda y fría que yacía debajo, y ahí era donde Masako había encontrado su lugar. En esa tierra no había ni rastro de calidez, pero aun así era suave y acogedora. Vivía en ella como lo haría un insecto. Masako volvió a cerrar los ojos. Tal vez porque su sueño había sido ligero e irregular, no había conseguido recuperarse del cansancio y se notaba el cuerpo pesado. Finalmente, como arrastrada por la fuerza de la gravedad, se sumió de nuevo en un estado inconsciente y empezó a soñar.




miércoles, 2 de febrero de 2011


STEFAN ZWEIG. CARTA DE UNA DESCONOCIDA

Hola, buenos días. Aquí estamos de nuevo en Todos los libros un libro y desde aquí, desde Radio Universidad de Salamanca os saludo una semana más con la esperanza de que el libro que hoy os presento pueda gustaros. Mi recomendación de hoy es Carta de una desconocida, una novelita breve, poco más de sesenta páginas, de Stefan Zweig, publicada por la primorosa Editorial Acantilado, hace ya algunos años, en 2002 exactamente, en Barcelona, en traducción de Berta Conill.

Tanto Stefan Zweig como Carta de una desconocida son, creo, suficientemente conocidos por el gran público, no sólo por el especialista. Zweig ha sido muy traducido ya desde los años cincuenta, y toda su obra, su abundante obra, puede ser encontrada sin demasiada dificultad. Novela de ajedrez, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, o esta Carta de una desconocida, son títulos populares desde hace varias décadas, y algunos de ellos, entre los que se cuenta el libro que hoy presentamos, han sido incluso llevados al cine. Quizá aquellos de nuestros oyentes más interesados por el séptimo arte podáis conocer una versión china reciente, del director Xu Jing Lei, que se presentó en el Festival de San Sebastian de 2004, o hasta recordéis la versión de 1948 de Max Ophüls que ha sido ofrecida por las televisiones en más de una ocasión.

Carta de una desconocida cuenta una historia trágica, terrible, melodramática. Una mañana, el día de su cumpleaños, un famoso novelista, prestigioso y con éxito, recibe una carta de unos veinticinco folios, sin remitente ni firma y con un escueto encabezamiento, casi un título: A ti, que nunca me has conocido. Y así, de un modo tan enigmático, comienza la novela que en su mayor parte es la mera transcripción de la carta mencionada. Tras ella, tras la carta, descubriremos a una mujer, que de joven, casi de niña, fue vecina del novelista y que desde ese momento y durante el resto de su vida, le profesó, de un modo secreto, un amor apasionado de cuya existencia y de cuyas consecuencias da noticia en su misiva.

La densa, contenida y magistral obra de Zweig nos presenta lo que a mi juicio podríamos considerar diversos ángulos de la pasión amorosa. Está en primer lugar, el amor genuino, fecundo, noble, el sentimiento de atracción, de admiración, de encantamiento, de seducción que siente una muchacha muy joven e inocente ante el atractivo de un hombre adulto que aparece nimbado por la magia y el misterio de su condición de artista, su fama de hombre de éxito, su reconocimiento público, su vida de lujo, su capacidad de cautivar a las mujeres. Pero ese instinto original que despierta en la chica, pasa a convertirse en un segundo momento en una pulsión destructiva, no olvidéis otro de los significados del término pasión, el que lo asocia a padecimiento, sufrimiento, tortura. Zweig nos cuenta a través de la carta, cómo la joven enamorada y no correspondida (y no sólo no correspondida, es que el objeto de su amor ni siquiera sabe de su existencia), cómo esta joven destruye su vida, sufre hasta lo indecible por no lograr ver logrado su amor. Y hay aún una tercera manifestación de ese sentimiento amoroso descrita en la novela, aunque en este caso se trate ya de una deformación de tal sentimiento. La joven enloquece, llega, podría decirse, hasta el delirio a causa de su amor, pues delirio es construir durante décadas una realidad paralela, existente sólo en su propia mente y sin que el destinatario de su pasión tenga la más mínima noticia de ella.

Novela sobre la pasión amorosa, pues, en sus diversas vertientes, y ya penséis que el amor es algo puro y hermoso, o creáis que se trata de un sentimiento irracional que sólo lleva al sufrimiento y, en último término, a la locura, seguro que vais a disfrutar con este libro extraordinario, del que, para terminar, voy a leeros un fragmento de la carta de la desconocida en el que la anónima remitente se presenta ante su interlocutor. Recordad la referencia por si estáis interesados en acercaros a una biblioteca para leer el libro, o a una librería y adquirirlo: Carta de una desconocida. Stefan Zweig. Editorial Acantilado.

Y como la obra reseñada habla de amor apasionado, os dejo, tras la lectura del texto, con una estupenda canción de amor, enfebrecida y suspirante, tórrida y sensual, un clásico escrito en 1956 por unos casi desconocidos Eddie Cooley y John Davenport, pero que os ofrezco ahora en una intensa y magnífica versión de Lalah Hataway con Joe Sample. Hasta el miércoles próximo.

Quiero descubrirte toda mi vida, la verdadera, que empezó el día en que te conocí. Antes había sido sólo algo turbio y confuso, una época en la que mi memoria nunca ha vuelto a sumergirse. Debía de ser como un sótano polvoriento, lleno de cosas y personas cubiertas de telarañas, tan confusas que mi corazón las ha olvidado. Cuando llegaste, yo tenía trece años y vivía en el mismo edificio donde tú vives ahora, en el mismo edificio donde estás leyendo esta carta, mi último aliento de vida. Vivía en el mismo rellano, frente a tu puerta. Juraría que ya ni te acuerdas de nosotros, de la pobre viuda de un funcionario administrativo (iba siempre de luto) y de su escuálida hija adolescente. Era como si nos hubiéramos ido hundiendo en una miseria pequeñoburguesa. Quizá no has oído nunca nuestros nombres porque, además de no tener ninguna placa en la puerta, nadie venía a vernos, nadie preguntaba por nosotros. Hace ya tanto tiempo de aquello, quince o dieciséis años; no, seguro que no te acuerdas, querido. Pero yo, ¡oh!, recuerdo cada detalle con fervor, recuerdo como si fuese hoy el día, no, la hora en que oí hablar de ti por primera vez y cuando por primera vez te vi. Y cómo no habría de recordarlo, si fue entonces cuando el mundo empezó a existir para mí. Permíteme, querido, que te lo cuente todo desde el principio. Espero que no te canses durante este cuarto de hora que vas a oír hablar de mí, igual que yo no me he cansado de ti a lo largo de mi vida.