Estoy parado en al cocina, esperando que el agua se ponga a punto pero sin levantar la tapa de la pava a cada rato porque me tecnifiqué adquiriendo un práctico termómetro que me avisa cuando llega la temperatura deseada. Arranca el viernes y en la radio suena "El ángel de la bicicleta". Lo escucho la misma mañana en que Clarín pone en tapa que los argentinos ahorran cada vez menos por el dólar y la inflación.
"Cambiamos ojos por cielo"
Y por un momento parece mentira que eso haya sido cierto y que muchos crean que la mejor continuación que tenemos es retomar las ideas que llevaron a la muerte al Pocho Lepratti.
¡Bajen las armas que aquí solo hay pibes comiendo!
Y las familias con patentes en sus autos que van de la F a la I hablando de una generación perdida, de esa mano de obra barata para ese delito chico como el que sufrió Claudia Piñeiro en Figueroa Alcorta y Austria con un flaquito que le lavó el parabrisas y le arrancó la cadenita de oro. Las señoras y los señores no saben -y los que sí saben se hacen los giles- que "generación perdida" es "hay que matarlos a todos" y no imaginan el espectáculo que sería ver montañas de cadáveres en las esquinas porque son miles los de esa generación perdida que se perdió precisamente por las mismas políticas que las llevaron a ellas y ellos a imaginar durante un pedacito del verano 2002 que "piquete y cacerola la lucha es una sola".
Pero como ellas (y ellos) tenían más espaldas de a poco fueron recuperando posiciones, algo imposible para la generación perdida que no pudo recuperar nada porque tampoco había perdido nada. Es que esa generación perdida es lo que sobra, es como ese resto que chorrea del pote de helado cuando le ponen la tapa y lo sacan con el trapo rejilla.
Leo que el problema es el ahorro y la radio me dice "con qué libro se educó esta bestia con saña y sin alma" y pienso quién es la bestia, dónde está la saña y a quién, a quién le falta el alma...