El
miedo: el miedo no es igual. El miedo cambia. Hay miedos y miedos. Una cosa es
el miedo a algo -a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida-, y
otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo. Vas con ese
miedo, natural, constante, repechando la cuesta, medio ahogado, sin aire,
cargado de bidones y de bolsas y se aparece una patrulla, y encima del miedo
que traés aparece otro miedo, un miedo fuerte pero chico, como un clavito que
te entró en el medio de la lstimadura. Hay dos miedos: el miedo a algo, y el
miedo al miedo, ese que siempre llevás y que nunca vas a poder sacarte desde el
momento en que empezó.
Despertarse
con miedo y pensar que después vas a tener más miedo, es miedo doble: uno carga
su miedo y espera que venga el otro, el del momento, para darse el gusto de
sentir un alivio cuando ese mido chico -a un bombardeo, a una patrulla- pase,
porque esos siempre pasan, y el otro miedo, no, nunca pasa, se queda.
-¿Y
ahora? -guié.
-Tampoco,
ya no, tampoco -dijo y me miró-. ¿Entendés?
-Sí,
respondí convencido.
-No.
¡No me entendés! Seguro que a vos alguna vez habrían estado a punto de
boletearte, fuiste preso, tuviste dolores en una muela, o se te murió tu viejo.
Entonces, vos, por eso, te pensás que sabés. Pero vos no sabés. Vos no sabés.
(Los Pichiciegos)