Cuando Alan Vega y Martin
Rev formaron Suicide y compusieron su disco homónimo estaban pensando en cierto
tipo de asesinato de la cultura, cierto tipo de cataclismo trascendental, esquizoide, sucio e
intoxicado. Implosión final de la conciencia, claudicación y mortalidad de todo
lo bello, como en un relato burroughsiano, las canciones de Suicide transitaban
por un espacio en sombras del american dream donde confluían
con otras joyas del genio disfuncional y con las narraciones del desencanto al
estilo de la Velvet Underground y The Gun Club, pasadas por el filtro post-punk
del tecno neoyorquino. Reverso oscuro de la Nación americana basada en la
prosperidad y la esperanza, el estilo vocal de Vega y el maquinismo de Rev no
hacían honores a la técnica ni al manierismo que impregnaba la música
de aquellos años. El tiempo de las neovanguardias había pasado y el espíritu
renovador de las contraculturas parecía, ahora éste también, un sueño muy
lejano.
Tal vez la canción que
mejor ejemplifica esto es “Dream Baby Dream” (y no es casual la doble evidencia de la palabra "dream", que designa a un tiempo el acto
de soñar como el sustantivo "sueño"). El sueño de "Dream Baby
Dream" es un sueño que se ha trastocado en pesadilla. Con un bucle
armónico que hace pensar en las canciones románticas de los años cincuenta, la voz
de Vega se va transformando en un delirio maníaco; podría ser la voz de un
cantante enamorado con unas copas de más, o la de un Elvis Presley febril y
deslustrado en pleno bajón de anfetaminas, o la de un padre de familia
fascinado ante las pantallas de la realidad telemática que por aquel entonces
todavía eran la principal herramienta del establishment. (Hay que tener presente que es en esta tradición de la música y de la cultura americana donde la canción de Suicide se inserta, como homenaje o conato final a una cadena de significantes que constituyen la industria del entretenimiento del siglo XX.) “Sueña, sueña”, le dice ese padre de familia al objeto de sus deseos, como en una
reformulación de aquella película de Sidney Pollack, Danzad danzad
malditos. El imperativo categórico de
“soñar” o de “tener un sueño” se convierte así en un mandato agónico. Es un
sueño que pareciera haberse olvidado de la finalidad del sueño en sí, para
centrarse en la propia actividad soñante, en el sueño “para sí”. (Nota: la
versión que hizo Bruce Springsteen en 2014 prescinde del lado
"schyzo" de Vega y Rev para resaltar únicamente el lirismo de la armonía; algo
muy propio del estilo corajudo y entusiástico de Springsteen, pero que revierte
la canción de Suicide por completo; por algo el disco de Springsteen se titula High
Hopes, es decir, lo que vendría a ser el reverso inequívoco de
"suicidio".) El american dream es entonces este impasse, este encierro en la propia compulsión
que sueña, ya muy alejado de la posibilidad de alcanzar el objeto de su sueño
(algo que capta mucho mejor la sonoridad onírica pero trastornada de Suicide que el pragmatismo
luminoso de Springsteen). El objeto de este sueño escapa continuamente, se
escurre como entre los acordes de una melodía psicodélica, y sólo queda la
gratificación, la repetición, el automatismo.
Edito: a raíz de los comentarios de amigos en mi página de Facebook, se podría intentar aquí una "genealogía del sueño" en la música americana, desde el estándar de jazz de los años treinta "Dream a Little Dream of Me", pasando por "Mr Sandman", la versión de "All I Have To Do Is Dream" de los Everly Brothers (1958), "Dream Baby" de Roy Orbison (1962) o "If I Can Dream" de Elvis (1968), hasta el anti-éxtasis demiúrgico de la canción de Suicide. Como
apuntaba arriba, es en esta tradición donde debe ubicarse “Dream
Baby Dream”, la cual, si bien no sabemos si guarda relaciones explícitas con
aquello que Guy Debord llamó la “sociedad del sueño”, sí certifica una constancia
y una permanencia de lo onírico sobre las posibilidades, a menudo inquietantes y equívocas, de nuestras existencias abocadas al fin impreciso de la vigilia.