29 d’oct. 2020

Genialitat de Catuña, historia verdadera de la

Solo se puede atribuir a la mala suerte que, al día siguiente de haber anunciado su programa espacial, la Generalitat sea objeto de una investigación por desvío de fondos. ¿Fondos hacia el espacio profundo? No: hacia Waterloo. Uno piensa enseguida que parte de los 18 millones destinados a la aventura espacial iban a terminar en los bolsillos del señor Puigdemont. Para comprender todo eso hay que darle un repaso a la historia reciente de la Generalitat de Cataluña, también conocida por Genialitat de Catuña.

Un día de elecciones regionales de 2003, Convergència fue el partido más votado en Cataluña. Pero ¡ay! la suma de otros tres partidos sumó más votos y se hizo con el gobierno regional en el Pacto del Palacio del Tinell (un palacio medieval). La hasta entonces primera dama, señora de misales y misiles andorranos, proclamó acongojada que se sentía como si el guardés la hubiese echado de la finca. Aquel día se plantó la semillita de la calamidad que hoy lleva el nombre de procés. Una calamidad que se venía fraguando desde que el dueño de la finca, el Gran Jordiet, había obtenido el cargo de dueño de la hacienda gracias a los votos del guardés Heriberto, algo xenófobo y xarnegófobo (pero muy republicanista), 23 años atrás. No lo olvidemos, hermanos.

Tras el gobierno errático de los Tres Amigos que en verdad eran enemigos (uno socialdemócrata, otro verde-lila y el tercero no se sabe), Convergència la rancia retomó el poder regional dos elecciones más tarde, y dispuso que el candidato fuese un tal Arturito, tipo con buen tupé (lo mejor que ofrecía su cabeza era un tupé), cuyo cometido no era otro que guardarle el sitio a Oriolet, hijo menor del Gran Jordiet, ya demasiado senecto, a la espera de que Oriolet obtuviese una madurez postadolescente y presentable al irrespetado electorado.

Arturito, con su flamante tupé, hizo un par de malas maniobras y perdió la confianza de la mayoría del parlamentito regional: siempre acudió bien peinado, sin duda, pero siempre le faltó algo de brillo intelectual. En su lugar pusieron a un suplente, un tipo despeinado y provinciano al que le sientan mal los trajes por su complexión corporal, tan desgarbada como la mental. Otro desastre al canto.

Al pobre hombre de la pelambrera descuidada, auspiciado por la izquierda trotskista, ovidimontllorista, nuriacadenista (la de Terra Lliure, proyecto terrorista de basatunización de Cataluña) y guillemagullonista, le tembló el pulso. Metió la pata hasta la ingle y al fin decidió huir al extranjero para salvar algo de su patrimonio  terraplanista. Huyó acomodado en el maletero de un coche, en posición fetal. El maletero parió en Bruselas.

Una vez parido/instalado en Bélgica, el peludo designó a un suplente, ya que se consideraba a sí mismo presidente legítimo malgré su pequeño desliz y su incómodo maletero-útero. ¡Lacan! ¿Dónde estás, Jacques Lacan?

El suplente del peludo no tardó en meter la pata y colgó unos colgajos en un balcón, contraviniendo el principio democrático más elemental de la neutralidad institucional. El juez de turno le advirtió, pero el suplente del fugado, a su vez suplente del que le guardaba el puesto al hijo del corrupto, desoyó las advertencias del juez y dijo algo sobre la libertad de expresión que nadie comprendió. La justicia le mandó a su casa, como es de menester en un estado de derecho. Entonces su vicepresidente se proclamó presidente en funciones del presidente vicario del fugado peludo, que era el suplente de uno que le guardaba el puesto a uno que era hijo de un presidente corrupto, a la espera de que obtuviese la mayoría de edad política.

Los últimos presidentes de la Genialitat de Catuña se proclaman muy republicanos y republicanistas como el que más, pero su praxis es lo opuesto al republicanismo y tremendamente monárquica: cada uno designa a su sucesor, y solo le pide al pueblo que le avale al sucesor. De ahí viene el gusto por autoproclamarse legítimo.

El vicepresidente (suplente del suplente del suplente del que dio un paso al lado para guardarle el turno al hijo del expresidente corrupto) proclama el toque de queda y el cierre de los bares y restaurantes, el confinamiento municipal y, posiblemente, el cierre de los estudiantes no obligados. Y el pueblo obedece, puesto que el presidente es el número 145 o el 247 de una institución tan antigua como sagrada. Con lo sacro no se juega. Así nos vemos, hermanos. Obedezcan, eso sí, como siempre lo han hecho. Obedezcan al que abogaba por la desobediencia hasta hace una semana.

27 d’oct. 2020

El experimento social catalán

Algo huele a experimento social en Cataluña, y ese olor ya es imposible de soslayar. No soy nada conspiranoico, y no lo soy por una razón muy sencilla: para creer en conspiraciones del poder hay que partir de la base que los dirigentes políticos son muy inteligentes, un premisa imposible.

No hablo solo de los casi diez años de procés, durante los cuales se ha conseguido engañar a dos millones de catalanes, crispar a otros tantos y enfrentarlos por causa de una bandera y una historia inventadas, amén de prometerles la nación que nunca fue y la república que nunca será. Hablo de los últimos movimientos: toque de queda, bares cerrados y posible confinamiento de fin de semana (o de finde de semana, como dicen algunos alumnos).

Si ya resulta algo raro observar al último presidente regional y, tras pellizcarse repetirse: sí, ese es el presidente, ahora, solo falta que el chico haya decidido ser el primero de la clase de los presidentes regionales y marcarse un aquí estoy yo.

¿Qué le pasa a Pere Aragonès? Yo creo que es muy sencillo: ha sido nombrado presidente vicario y le quedan pocos meses antes de las elecciones. Así pues, un hombre de perfil bajo debe aprovechar cada ocasión para mostrarse, darse a conocer y hacerse conocido, ya que no popular. Aragonès, pues, no desaprovechará ni una. Por lo que me cuentan, sus asesores hacen horas extras para buscarle actos, inauguraciones, eventos y lo que sea. Incluso quiso darse a conocer ante Ursula von der Leyen, que debió quedarse pasmada ante semejante portento.

Pero volvamos a la sospecha del experimento social: que no digo yo que el virus salga de un laboratorio chino ni de una farmacéutica avispada ni nada de eso. Digo que, aprovechando la cosa del virus, los dirigentes regionales de Cataluña han pergeñado un experimento. Y el experimento parte de esa hipótesis siguiente: ¿es posible decirle a la población que solo salga de casa para trabajar o ir a clase? ¿Es posible convencerles de que ha desaparecido el ocio, el paseo, la caminata por el parque, la terracita... que solo les queremos para trabajar?

Bueno, es posible que de ésta saquen muchas conclusiones. Cataluña se ha mostrado como una región dócil y sumisa, capaz de tragarse que es una nación milenaria, que construirá un republiquilla en un santiamén, que su lengua y su cultura son fascinantes, que somos los más mejores en casi todo. Tanto es así que incluso el señorito Aragonès nos podría encerrar y todos tan satisfechos.

Yo, cada vez que veo el rostro del presidente regional en la pantalla y debo admitir que ahora manda él, y que me tiene castigado, no pudo dejar de pensar que estoy siendo objeto de un experimento de la psicología social. O que estoy durmiendo, en plena pesadilla.

23 d’oct. 2020

El caso Cuixart, un misterio en 64 páginas

Hace unos días se celebró en Cataluña el aniversario del fusilamiento de Lluís Companys. El diario Ara no defraudó a su parroquia y dedicó un extenso reportaje a la efeméride. Lo miré de soslayo: no van a contar nada nuevo y Companys no es mi personaje histórico favorito. A Companys, de no haber sido fusilado (tras su detención por la Gestapo y posterior entrega a la autoridad franquista) la historia le hubiese situado en un rincón oscuro: ni tan solo por la izquierda le defenderían. Por la izquierda solo hay que leer lo que de él cuenta el líder anarquista Juan García Oliver: le presenta como a un político incapaz, torpe, errático y culpable de muchos de los desastres que llevaron a la derrota republicana en 1939. Pero, como todo el mundo sabe: un bel morir tutta una vita onora y ese es su caso. (Según García Oliver, malgré tout, ni eso).

El asunto es que el prolijo reportaje del Ara incluía, como sin quererlo, una fotografía del líder independentista Jordi Cuixart con el pie de foto: Jordi Cuixart, en una edición anterior del homenaje a Companys. Si uno presta atención a la foto descubrirá que esta foto (en el centro de la página, la única en color) se la podían haber sacado en cualquier parte y, por consiguiente, le sitúa en todas. La fotografía del presidente de Òmnium le muestra solo, de medio perfil, con la barbilla levantada y la mirada fija en el horizonte, y con las manos atrás, quizás maniatadas, supondrá alguien. Del modo en que se suele representar a los mártires que caminan hacia el holocausto cegados por la fe verdadera. O del modo en que la iconografía presenta a Companys en sus últimos instantes.

La foto, solo esa foto, dice algo del diario Ara y de sus criterios periodísticos, muy lamentables. Pero más allá de eso: ¿por qué se destaca la presencia de Cuixart y no la de Junqueras, la de Jordi Sánchez, o la de Carme Forcadell? ¿Acaso sólo Cuixart acudía a esos homenajes? La respuesta es simple pero estremecedora: alguien pretende equiparar a Companys con Cuixart: dos mártires de la patria. Y eso no es nuevo. Es algo que se viene observando. Equiparar al político detenido por el nazismo y fusilado por el franquismo con el dirigente de Òmnium Cultural, juzgado con mil garantías procesales y beneficiario de todos los privilegios que la legalidad democrática otorga a los presos es grave y tenebroso. 

Con Cuixart está sucediendo algo que todavía cuesta de formular, pero que sin duda tiene  que ver con un proceso de beatificación. Se le presenta de un modo distinto a los demás presos, y la percepción que de él tienen los independentistas es diferente: lo que no sé decir es qué cosa fue primero. Justo después de su encarcelamiento preventivo, me di cuenta de que la izquierda independentista (la Cup, para entendernos) reivindicaban su figura. Alguien de esa sensibilidad me dijo: "Vale que detengan a los políticos del gobierno catalán, pero ¿a Jordi Cuixart? ¡Por Dios!". De modo que, quizás, la imagen de Cuixart partía de entrada de una consideración distinta que no se aplicaba a su colega de marras Jordi Sánchez, aunque a priori pudiesen ser similares.

Me resulta indescifrable. Por poco que uno sepa, sabe que Òmnium Cultural (lo que Terenci Moix nombraba "Òrgan Cultural") fue fundada (¡en 1961!) por tres insignes falangistas del Tercio de Montserrat, y que su objetivo fundacional no era otro que controlar la producción literaria catalana, no vaya a ser que caiga en las zarpas del marxismo catalán o de la xarnegada: aunque a día de hoy nos resulte increíble, existió un marxismo catalán que tuvo sus intelectuales. Sabiendo el origen de OC, se hace difícil comprender la empatía que despierta su presidente entre las filas de la izquierda nacionalista (!!!). Puntualicemos: la fundación de OC no solo sucedió durante el franquismo, si no que fue consentida por Franco.

Pero las evidencias están ahí. He visto a más de un cupaire con la camiseta reivindicativa de Cuixart. Y, por lo que parece, su librito escrito desde la cárcel no se vende mal. Se titula "Ho tornarem a fer", como no. Cuesta 9,5 euros. Cuixart no se dejó el alma en la redacción: el ejemplar consta de 64 páginas, como lo oyen. 64. Ni una más ni una menos. Y, según un lector fiable, su nivel de redacción es bochornoso y muy parecido al de un alumno de la ESO. A pesar de todo eso, hay quien lo adora como a un evangelio muy emotivo. Algo litúrgico. Cuixart es autor de frases tan trabajadas como "Nunca podrán encarcelar las ideas": para muestra de su pensamiento elaborado, un botón que es una perla. ¿Será su libro una sinopsis de los hermanos Engler destinada a "El rincón del vago"? La adoración cupaire de Cuixart es intrigante: tratándose de un varón blanco, heterosexual y cisgénero, es paradójico que le valoren: según la perspectiva transaccional, Cuixart es un opresor.

Siempre me di cuenta de que, de todos los políticos presos, Cuixart es el que usa un lenguaje más emocional, que es una forma de decir más irracional. Habla como un iluminado, jamás exhibe razones ni razonamientos y no se molesta en buscarlos: apela al estómago, a lo primario, se sitúa en un plano alejado del argumento. Es todo pasión. Eso gusta, por lo visto. Incluso en pleno siglo XXI, cuando la ciudadanía exije criterios científicos y racionales a los demás políticos: a Cuixart le prefieren loco, puro fuego. ¿Camino del martirologio para llegar a la beatitud? ¿A la santidad? Quizás por eso su boda, oficiada en la cárcel, estuvo presidida por tres sacerdotes, que ya son sacerdotes.

Lo de Cuixart es un misterio para mi y lo será por un tiempo, hasta que las cosas se asienten y descubramos, por fin, qué se ocultaba tras el dirigente de Òmnium Cultural que pretendió arrastrar a la política democrática hacia el abismo, el que alentó el malestar y la división, el que jamás se arrepentirá -dice por ahora, cual cristiano primitivo en la arena del Coliseo-, el que prefiere el martirio. Habrá que seguir el caso. No vaya a ser que tengamos ante nosotros a un santo milagrero. O quizás a un tahúr sibilino, a un extraño líder de las catacumbas capaz de metamorfosearse en candidato a la Generalitat o al Senado o a cualquier otro cargo o privilegio. Veremos qué nos cuenta el tiempo. Si yo fuese periodista preguntaría por Cuixart a los indepes que se llaman de izquierdas. ¿Santo súbito? Estén atentos.



21 d’oct. 2020

Patria

Empecé a ver la serie "Patria" con alguna prevención: me habían advertido sobre la calidad literaria más bien precaria de la obra de la cual parte, y por otro lado vi la pelotera mediática que se formó con el cartel publicitario de la serie, que, por decirlo de algún modo, no es muy afortunado.  Sin embargo, sentía curiosidad y me puse a ello: nadie sensato juzgaría a una cinta por su anuncio.

En el primer capítulo uno ya se da cuenta de que está ante una buena producción. La fotografía, el ritmo, el tono, los diálogos. Los grises, el cielo encapotado, los tonos blancuzcos, esa tristeza infinita que suena como el bajo contínuo de Bach y que envuelve a todos, la oscuridad perenne que acecha, como en un cuento gótico, y que se adueña de todos: del héroe y del villano. "Patria" es un serie más que digna, muy buena. Luego están el tema y el argumento, el diseño de los personajes y etcétera. Yo no le reprocho nada. No hay sentimentalismos ni ñoñerías, y los actores (y actrices) hablan tal como se habla, sin esas angustiosas declamaciones que se ven en otras producciones televisivas y especialmente en la Tv3, en donde parecen recitar versos románticos (¿qué les enseñan en el Institut del Teatre?). Los actores (y las actrices) están sobrios, medidos, justos, en su lugar.

Entre las principales virtudes de "Patria" está algo tan sencillo y tan bello como que la serie permite repensar a todos lo que sucedió en España durante los años de ETA cuando ya estábamos en régimen democrático. Y eso no es nada fácil en tiempos de crispación populista por todas partes. Nos lo permite a todos porque no hay maniqueísmos ni tragedias facilonas: "Patria" cuenta un drama colectivo con un tono de clásico que se puede comprender en Afganistán, en Alabama y, por supuesto, en Irlanda. "Patria" va camino de ser un clásico, sí, sin duda alguna: es válido para varios lugares del mundo y para varias épocas. España necesita series como "Patria". Lo que sucedió en el País Vasco reclama ser recordado y repetido. No vaya a ser que se nos olvide la malignidad del nacionalismo, que no se nos olvide el daño que nos puede infligir la pesadilla patriótica. El nacionalismo es la muerte, y eso es una verdad como un templo.

Algunas críticas le critican por ser tendenciosa, cosa que no es. El guión es ecuánime: lo que no se puede pretender es que, en 2020, alguien se posicione del lado del terrorismo nacionalista ni de cualquier otro terrorismo. Creo que está bien contado e incluso no se soslaya que la lucha contra ETA incluyó las torturas, acreditadas judicialmente. Pero bueno: ¿alguien me puede contar la lucha antiterrorista en algún país de la Europa democrática que no haya incluído esos crímenes? Preguntense qué pasó en Alemania, en Italia, en Francia, en Inglaterra. En todos esos países, que nadie duda que sean democracias liberales, la lucha del estado contra las organizaciones criminales cayó en crímenes a su vez. Eso es triste, lamentable y penoso. El estado no puede igualarse al terrorismo, eso debe quedar claro y, si se da, se debe juzgar. Y así se hizo, por cierto. Lo que diferencia al estado democrático de ETA es que al funcionario que ha incurrido en el crimen se le lleva ante el juez. El GAL, amén de otros descontroles, llegó a los juzgados y tuvo sus imputados, culpables y sentencias. Y sus cárceles.

No han faltado los colectivos que se han sentido ofendidos, de algún modo, por el tratamiento que les da la serie. El problema que tenemos es, justamente, la facilidad con que la gente se ofende. Imagínense ahora ustedes que se rueda la X serie en la que hay un bombero que por las noches es un asesino en serie. O la serie Y, en la cual un maestro de escuela practica el canibalismo. ¿Los sindicatos de bomberos y de maestros denunciarían a los productores de la serie? Pues, visto lo visto, parece que así sería, y dirían: "la serie X o la Y denigran y ofenden a nuestro colectivo". De haberse rodado en nuestros días, Apocalypse Now habría sido llevada a los juzgados por el Pentágono, y Alien, el octavo pasajero lo mismo, denunciada por el sindicato de alienígenas. Y quizás por el de los pasajeros de estrangis, muy cabreados por el trato vejatorio que se les da en la cinta. La transaccionalidad no tiene límites, y solo ha empezado a manifestarse.

Lo de la transaccionalidad y los colectivos oprimidos es el tema de "La masa enfurecida" (The Madness of Crowds), libro que deberíamos leer todos. Y todas (perdón). De lo contrario, admitiremos que existe un colectivo oprimido llamado "ex-etarras y sus famílias", que se situarán en la base de la opresión y exigirán un trato no ya de respeto si no de privilegio, del mismo modo que hoy, muchos catalanes --por el mero hecho de ser catalanes-- se autodenominan oprimidos y pretenden obtener privilegios de esa condición, aunque dispongan de un Lexus y un Toyota, y de dos residencias (una de las cuales en la Cerdaña). Quizás el partido Podemos les brindaría su ayuda en la lucha por el reconocimiento.

Me parece que "Patria" es una serie excelente, de lo mejor de las series españolas. Aborda sin miedos lo que sucedió en el País Vasco durante los años de ETA y va situando a cada uno en su lugar, y va nombrando uno por uno los elementos de lo que sucedió allí: la espiral de silencio, el efecto del terrorismo en las familias y en los pueblos, el papelón de la iglesia católica, la capacidad destructiva del nacionalismo en una sociedad democrática y liberal, los intentos ambiguos (ambiguos en el propósito y los resultados) de las políticas mediadoras entre víctimas y verdugos, la potencia seductora de las ideas irracionales, la malignidad del ideal patriótico/medieval, un ideal que destruye a sus creyentes y a sus oponentes. He sondeado en víctimas del terrorismo de ETA sobre su percepción de la serie pero no tengo respuestas. Espero que me lleguen.

Durante las horas que fluyen por esa serie, uno, que la ve desde un pueblo de Cataluña, no puede dejar de pensar, con el ánimo y el corazón (y las gónadas) encogidos, lo que podríamos estar viviendo. De momento sin balas, y esperemos que así siga. Pero aún sin balas, la situación no pinta bien.

16 d’oct. 2020

El bar de la Plaza Triana amaneció cerrado




Trabajo en el turno de la tarde y entro a las 3, es decir, a las 15. De camino al trabajo paso ante varios chiringuitos. En el barrio de Campoamor abundan, y suelen estar llenos de la gente del barrio amén de algunos currantes. Los currantes están terminando la comida, que a veces son bocatas llevados de casa acompañados por un quinto, un cafelito al terminar. Esa pausa en la terraza del chino es como una bendición.

Pero en la terracita de la Plaza de Triana no hay solo currantes. Están esos hombres mayores y solitarios, amargados, tristes, a veces furiosos. Su furia encuentra un oasis de paz en el bar. Fuman tranquilos: sus hijos no les ven cometer el delito del fumar, que le prohibió el médico. Y también están las señoras, jubiladas, que se reúnen para compartir un cortado y sus cosas. Cosas banales, sin duda, pero sus cosas. A veces las he oído como critican al gobierno.

A la terraza de la Plaza Triana, ahora regentada por una familia china que fía y permite pagar menos si no llevas todo el dinero, también acuden dos mujeres que contemplo y me hacen pensar. Una de ellas debe ser peruana o ecuatoriana, joven casi cuarentona, y la otra, muy viejita, es una autóctona con acento andaluz. La andaluza en silla de ruedas, empujada por la peruana o ecuatoriana. Se sientan con un ritual impuesto por la mayor, sin duda. Quiere que la orienten al sol, cual lagarto. Luego, con una sonrisita cómplice, la americana pide dos cañitas. Se las beben en silencio. La viejecita ya no puede hablar, pero la ecuatoriana o peruana habla por las dos. La viejecita se ríe. Es obvio que la cervecita es una licencia, un secreto entre las dos. En la sonrisa de la vieja, teñida de espumita de cerveza, uno sabe que está el secreto: que mi hija no se entere de que me casco una cerveza cada tarde. Eso y nada más que eso explica todo lo que hay que saber sobre la vida humana en la Tierra.

A la terracita del Bar Triana acuden, también, madres e hijas gitanas del barrio. Despotrican de todo. Ese es un espacio de libertad. Me sorprende y me gusta que no haya reuniones mixtas: mujeres con mujeres, hombres con hombres (y los hombres solos, esos raros héroes mitológicos). Los espacios no mixtos son, sin duda alguna, espacios de libertad: lo que vale para ellos vale para ellas.

La familia china que lleva el bar me caen bien. Estoy seguro de que antes de llegar aquí estuvieron en otras partes de España. El padre y la madre hablan un español muy malagueño. Las dos hijas hablan catalán, castellano, inglés y chino. Esas niñas se podrían comer el mundo en menos de 20 años. Y luego está la abuela, que solo habla chino y me responde "gracias" ("glacia", en verdad) cuando le digo "buenas tardes". Debe de tener mi edad o incluso algo menos. Y se mueve ágil, tan lejos, tan lejísimos del pueblecito chino en donde vivió su infancia. Ahí hay un buen tema.


Hoy, la terraza del Bar Triana (porque está en la Plaza de Triana) amaneció ausente, un erial, las hojas secas arrastradas por el viento, sin mesas ni sillas. La puerta del bar, cerrada. Un señor poderoso, a quién la ujier le ha llevado un café y dos bollos a media mañana, ha decidido cerrar el bar por lo del virus. Así todos sabemos que es él quien manda aquí.


15 d’oct. 2020

España, historia de un fracaso

España, la historia de un fracaso. O de muchos y sucesivos fracasos. Esa debe de ser la tesis del último y voluminoso libro de Paul Preston, que analiza la historia española des de 1874 hasta nuestros (tristes) días. Y eso mismo estaba pensando yo mientras escuchaba el runrún de fondo, la sesión parlamentaria. De pena. Ni una sola mención a las ideas. Incluso alguien con un nombre tan coquetón como Cuca se deja ir por la pendiente de la bronca, aunque sin el brillo argumental e irónico de su predecesora en el cargo de portavoz.

Cuenta Preston en "Un pueblo traicionado" que la historia reciente de España es la crónica de un desastre sostenido en el tiempo: nunca nos deshicimos del espíritu caciquil y autoritario, de los poderosos que se sienten iluminados en un fulgor se salvapatrias, del fragor de las banderas, del destello plateado de los sables y el dorado de la cruz. Diríase que España es aquél país que no pierde la oportunidad de perder oportunidades. Triste España que solo Berlanga supo retratar como nadie: cada película suya cuenta un fracaso, uno tras otro. Incluso en eso se demuestra que Cataluña es España, y lo es íntimamente, intensamente. Uno diría, a menudo, que Cataluña es españolísima, quizás esencialmente españolísima. Aunque en cataluña haya quien piense lo contrario, basándose en el racialismo cultural y lingüístico. Pero andan completamente equivocados. Yo creo que los separatistas quieren construir una España en pequeño, para su uso y disfrute, una miniatura de España con todos sus defectos y ninguna virtud. Eso es lo que creo que quieren.

Hace algunos años alguien intentó convencerme de que, cuando llegase el referéndum del 1 de octubre del 17, debía acudir a votar y votar "Sí". Dame un buen motivo, le pedí. Y me dijo: al menos nos libraremos de Rajoy. ¡Librarse de Rajoy! Parece un noble objetivo, pero eso es lo que llamamos matar moscas a cañonazos. Estaban convencidos de que la segregación nos haría mucho mejores, y más progresistas y republicanos y etcétera. ¡Ilusos! A día de hoy todavía hay quien cree que la ilusoria república catalana nos libraría, incluso, del capitalismo neoliberal, que ya son ganas de creer. Como si por arte de magia, desgajándose del resto de país nos fuésemos a volar, como en el vuelo de Alaska, por un universo paralelo de felicidad y dicha sin fin, feminismo, anticapitalismo, antifascismo, veganismo, gente en bicicleta, animalismo, ecologismo y el largo etcétera de los ismos por la parte progre, que no siempre es progresista ni liberal. Ni tan solo democrática. La pulsión antidemocrática (¿antipolítica?) está injertada en el nacionalismo catalán, y eso viene de lejos. Incluso se lo han contagiado a Vox, a quienes nadie les gana en nacionalismo por la parte de estribor.

Y así vive España y malvivimos los españolitos, entre ilusos y malintencionados, mientras se aproxima el siguiente colapso de la sanidad pública. Pero eso... ¡qué más da!: quienes van a pillar de lo lindo no son los de las banderas, no es el niño barbudo que sustituye al de la ratafía: los que piden sacrificios hacia abajo se preocupan muy mucho de no sacrificar ni un pelo propio. Esa pulsión caciquil que relata Preston pasó de los verdaderos caciques a los políticos, de tal modo que incluso el último interino recién llegado no duda en mostrarla, quizás orgulloso y sin duda altanero. 

Hay quién piensa que tumbar un gobierno es derrotar al mal, o que separar una parte del país da pasaporte a la felicidad. Estamos apañados con semejante paisaje. Con muchas banderas, eso sí, eso que no falte. Con banderas y lacitos y pancartas en los balcones oficiales. 

Hoy me he sentido triste, pero ha sido mi culpa: nadie me obligó a escuchar la sesión parlamentaria. Luego he recordado a Berlanga y he pensado que necesitamos a un Berlanga catalán, los catalanes, porque nos quedamos en Folch i Torres y El Patufet.

13 d’oct. 2020

Morir hoy para vivir mañana (en la república catalana)

La promesa de la república catalana tiene mucho de mesianismo, cuando no de milenarismo. Eso lo deduce uno tras leer las proclamas de sus líderes y las solicitudes de martirologio de sus fieles. Sacrificarse ahora para tener un futuro exuberante, más tarde, luego, algún día. Los líderes lo exigen y no son pocos quienes se ofrecen. Una especie de Guerra Santa, edición 2.0, algo realmente innovador.

El señor Puigdemont advierte a algunos funcionarios (se deduce que habla, esencialmente, de la policía autonómica) de que deberán sacrificarse. El señor Torra dice que estaba dispuesto al presidio, aunque lo dice a toro pasado y en ese tiempo verbal que llega tarde. Usó una especie de subjuntivo pasado algo difícil de descifrar. El señor Llach amenazó, hace tiempo: ¡Ay de los funcionarios que no estén dispuestos al sacrificio! (Hay que precisar que Llach inscribió su fundación personal en Madrid, en donde las fundaciones se pueden formalizar por 30.000 euros, la mitad exacta que en Cataluña. También es cierto que, una vez formalizada la fundación, algunos años más tarde, la radicó en Cataluña. ¿Abonó o no abonó la diferencia? Pues miren: no lo sé, debería investigarse).

Digo que hay fieles predispuestos al martirio, como soldados de Alá en las filas del Estado Islámico o el ISIS o el Califato o como se llame, y lo digo tras haber visto tuits del estilo (sic): President, doni les ordres i el poble obeïrà. Presidente, dé las órdenes y el pueblo obedecerá). Sin embargo, a juzgar por las evidencias, los que obedecen suelen ser pocos y cada día menos. Pero no se fíen de eso.

Más allá de los predispuestos al martirio, los hay muchos que siguen convencidos. De nada les sirve la inutilidad del gobierno regional ante la crisis del virus y la económica que le seguirá. Si hay que sufrir ahora para conseguir luego una mejor, se sufre y punto. En el librito lacrimógeno que han publicado Junqueras&Rovira, se sugiere que el gobierno regional debería gobernar muy bien (es decir, mejor que Madrit) para convencer a los tibios y a los desafectos. Pero la doctrina imperante no es esa: la doctrina real es hacerlo muy mal y echarle las culpas a Madrit. Que se mueran los abuelos, que se jodan las escuelas, que revienten los hospitales, que se mueran las empresas, o que se vayan. El diluvio y luego la república prometida, lo prometo.

Ese parece ser el retrato de la autonomía catalana, empecinada en sus objetivos secesionistas y sin ver nada más que lo mío, lo mío y lo mío: yo he venido a hablar de mi secesión. Crispación, sufrimiento, desespero: nada distingue la política del secesionismo catalán de la política de Vox. ¡Y luego dicen que en Cataluña no hay derecha extrema! ¡Pues vaya si la hay!

Hoy han confinado a otro grupo de los que soy profesor. Algunas alumnas no disponen de dispositivos ni de conexión para seguir las clases online que les caerán durante los 10 días próximos. Quizás alguien pensaba, mientras pensaba en su Cataluña rica y plena, que aquí atamos los perros con wifis y MacBooks, y que por ese motivo somos mejores y no estamos dispuestos a dejarnos someter por un imperio pobre y decadente, franquista y blablablá. Pero eso es Cataluña. La Generalitat dió algunas tabletas a finales de junio (el confinamiento, lo recuerdo, empezó el 13 de marzo) y ahora exige su devolución inmediata. Cuánto peor, mejor, deben pensar. Les diremos que la devolución de las tabletas es cosa de los malvados españoles.

Ninguno de los alumnos sin conexión ni dispositivo me ha dicho que se dispone al sacrificio con tal de obtener una república independiente en la otra vida. ¿Tengo alumnos malos catalanes?

11 d’oct. 2020

La negra Malgarida conquista Chile

 


En 1513, Antón Palma, sevillano, vende al maestro Juan Fiuco, de Santo Domingo, a una negra preñada, llamada Malgarida, por 12.000 maravedís. Cuando la mujer tiene 38 años, Francisco Díaz, mercader, le paga a Juan Bibaldo, genovés, estando en Santo Domingo, 12 ducados para pasar a las Indias a una negra esclava llamada Malgarida.

Nada sabemos de Malgarida hasta unos diez años más tarde, cuando entra a servir al Adelantado Diego de Almagro, que la habría adquirido para que cuide de su hijo muy pequeño Diego de Almagro el Mozo, que el conquistador tuvo con la india bautizada Ana Martínez. Los tres parten a la conquista de Chile con un ejército de pocos cientos de españoles y miles de indios.

Isabel Allende, la escritora, escribió la novela “Inés del Alma mía” en 2006, en donde se afirma que Inés de Suárez, de Plasencia, fue la primera mujer foránea que entró en Chile con los conquistadores. Sin embargo, el dato es incorrecto: la primera mujer foránea que pisó el país chileno es la esclava negra Malgarida, de la que no sabemos su apellido, su origen ni su aspecto. La incursión en Chile de Diego y Malgarida es un cúmulo de desastres, accidentes, enfermedades y desgracias. Tanto como para escribir no ya una novela si no un novelón de mil páginas arrolladoras.

Tras innumerables calamidades, diezmada y extenuada, la expedición de Almagro decidió volver a Cuzco, de donde había salido. A su regreso, Almagro reivindicó el gobierno de la ciudad que ostentaba ahora Francisco Pizarro, su antiguo camarada y compañero de aventuras. Así estalló una de las primeras guerras civiles españolas, que perdió Diego. Tras la derrota, Pizarro le hizo encarcelar, le juzgó y le condenó al garrote. La democracia y sus garantías deberían esperar todavía algunos siglos.

A Diego de Almagro le agarrotaron en el presidio y luego sacaron su cuerpo a la plaza, en donde fue decapitado ante el público. La negra Malgarida, conquistadora de Chile, vuelve a perderse en la niebla hasta algunos más tarde, cuando Diego el Mozo venga la muerte de su padre y asesina a Francisco Pizarro en el Palacio de Lima, en otra confrontación por el dominio de Cuzco. Diego el Mozo se convierte así en el gobernador de Cuzco más joven de la historia: consigue el cargo con 20 años de edad. Pero solo un año más tarde los hermanos de Pizarro apresan a Diego, le dan garrote y le decapitan, tal y como habían hecho con su padre. Es aquí donde reaparece Malgarida: la negra, que fue liberada en algún momento por un Diego de Almagro ya viejo y enfermo de sífilis, se hace cargo del cuerpo mutilado de aquel chico a quién había cuidado de pequeño. Manda construir una capellanía en el Convento de la Merced de Cuzco y hace enterrar juntos al padre y al hijo, en el sótano. Cuando ella muere es enterrada junto a los dos Almagro, tal como había dispuesto en vida de su puño y letra.

Según la historiadora chilena que defiende la conquista de Chile por la negra Malgarida, Diego de Almagro fue el amo y el amor de Malgarida. El gesto de Malgarida, preocupada por dar sepultura digna al padre y al hijo demostraría que la relación no fue escuetamente de amo y esclava. Ahí hay una historia de amor tardío pero profundo. En la vida de Diego de Almagro abundan las traiciones, las felonías y la barbaridad: lo de la negra Malgarida es un destello de lealtad y de amor más allá de la muerte, y resulta inexplicable que Isabel Allende soslayase todo eso, tan trágico y tan romántico, tan fulgurante y efímero. Tan humano.

La historia de la conquista, de la colonización y de las luchas por el poder de los españoles en América es casi infinita, épica y trágica, tragicómica, patética en ocasiones, salvaje, desesperada, brutal, sanguinaria, atroz, despiadada, descomunal. La historia de Malgarida es pequeña y tierna, elaborada con pequeños gestos, con escenas ensombrecidas por el olvido e intermitentes, chispas minúsculas de una fogata enorme que se elevan y se esparcen, que el viento se lleva en un santiamén. Y luego nada. O casi nada.

Siglos después de la muerte de los dos Almagros y de Malgarida, un once de octubre de 2020, un pobre catalán cuelga su historia en un blog censurado en alguna red social. Y luego nada, nada otra vez. Una eternidad de nada interrumpida por una milésima de segundo de luz. Fin. ¡Y qué más da conquistar Chile o El Dorado, cuándo es imposible conocer nada de nadie, incluyéndose a uno mismo!

8 d’oct. 2020

Un republicano puede ser más rancio que un monárquico

Se supone que los republicanistas son gente de progreso por costumbre, inercia o vicio. Aunque no necesariamente de izquierdas. Sin embargo, tras escuchar el discurso del señor Aragonés, líder de los republicanistas catalanes, uno se da cuenta de que los republicanistas pueden ser muy pero que muy carcas. El señor Aznar, por ejemplo, ejemplo de carcas, era muy antimonárquico y no lo ocultaba: despreciaba sin remilgos al monarca hoy oculto y emérito en un hotelito bereber. El señor Aragonés aprovechó que el Pisuerga pasa por su pueblo para largar una invectiva decimonónica contra el Rey. Unas frases trilladas, vacías, redundantes y con un eco de radio en blanco y negro. Son, quizás, las frases que espera su parroquia. Y nunca mejor dicho lo de parroquia, en este caso.

Otra líder del partidillo le exigió al Rey que pidiese disculpas por haber ofendido a la mitad de los catalanes el día 3 de octubre de 2017. Bueno, lo mismo se le podría exigir a Junqueras respecto de la otra mitad de los catalanes, a quienes agredieron los días 6 y 7 de septiembre con una insoportable pretensión de poder. Se lo podríamos exigir, también, al tipo que se metió en el maletero de un Audi para instalarse en un chalecito belga y vivir a cuerpo de Rey. Sí, de Rey. El mismo que exige que le vayan a rendir pleitesía a cambio de un pequeño feudo en la administración, en el partido o en donde sea, por favor, ¿qué hay de lo mío? Y no estaría de más que se disculparan los demás y las demás, y en especial la señora Forcadell.

El republicanismo catalán huele a tradicionalismo rancio, a sacristía y a hostia consagrada. No duden nunca cuando les digan que ERC tiene sus raíces hundidas en el carlismo, y no confundan el carlismo con la adoración de Carlos Puigdemont: los carlistas eran unos del XIX que querían a un rey más que a otro y que estaban dispuestos a matar por su rey, o a dejarse matar por los del rey enemigo. No se olviden, tampoco, de los escenarios de las guerras carlistas: Navarra, País Vasco, parte de Aragón y Cataluña entera, salvando las comarcas civilizadas del entorno de Barcelona, incluyendo Barcelona. No se olviden de que al carlismo se le opusieron los liberales. Por fortuna, los liberales derrotaron a los carlistas. Pero ellos nunca se dan por vencidos: ¡Ho tornarem a fer!, grita todavía hoy un tal Jordi Cuixart, tal como antaño gritaron los numantinos ante el empuje de la civilización (romana, en aquélla ocasión). Los cavernícolas se resistieron a la civilización: les parecía más seductora la caverna y al Cuixart le seduce más la tribu que la ciudadanía democrática. Vivir para ver. Cuixart presidía un organismo creado por tres falangistas.

Quizás no hay nada más rancio que un republicanista catalán. Esta es la evidencia que el señor Aragonés se esfuerza en divulgar, con toda su capacidad pedagógica disponible. El señor Aragonés cree que el socialismo es malo. El señor Aragonés, cuando era solo vicepresidente, intentó sacar adelante la "ley Aragonés", que era el intento más brutal visto hasta hoy de transferir el dinero público destinado al bienestar social a las empresas privadas, lavarse las manos del asunto y dedicarse a otros asuntos.

El señor Aragonés, a día de hoy, es algo así como un vicepresidente en funciones de presidente pero sin ser presidente, y si le añaden que es vicepresidente en funciones de un presidente que era el sustituto de un presidente que era el valido de uno que vive en Waterloo y que fue nombrado presidente para un rato por otro presidente que se creía Moisés pero en verdad de la buena solo le guardaba la silla caliente a uno que era presidenciable por ser hijo del presidente más presidente de todos... ahí lo tienen. Ese es el retrato de la degradación institucional de la región catalana. ¿Con quién dialogará el señor Sánchez en la mesa negociadora que le exigen los republicanistas catalanes? Lo tienes difícil, Pedro: al fin y al cabo tú eres un presidente legítimo y de veras, el representante de una democracia europea: ¿negociarás con un espantajo que sustituye a un sustituto de un sustituto de un provisional? ¿Negociarás con el espantajo que representa a una región cada día más empobrecida, insignificante y a la vez pretenciosa?

Dicen por ahí no sé qué cosas del abuelo del señor Aragonés, pero a mi lo que fuese o hubiese sido su abuelo me la trae al pairo. Al fin y al cabo, mi abuelo, aún sin ser alcalde de ningún pueblo, también era más bien franquista, católico y empresario. Eso no me parece justo: a cada uno que le juzguen por lo que él mismo ha elegido. Sin olvidar el árbol genealógico, por supuesto, pero sin colgarlo de él con la soga genética. La verdad, sin embargo, es esa: el primer discurso del señor Aragonés sonaba tan rancio, hueco, tópico y vulgar como lo que quizás, en su día, pronunció el abuelete. Eso solo es una hipótesis.

4 d’oct. 2020

A 90.000 euros por emérito catalán

La categoría de los eméritos aumenta sus filas en el mundo entero. La inauguró un Papa, pero eso es cosa de la Iglesia y ahí no me meto, para no chocarme. Siguió un rey, que devino emérito por motivos claroscuros. Pero lo de Cataluña es otra cosa. Aquí llevamos ya seis ex-presidentes a mantener. Seis eméritos para cuatro comarcas y pico: el sueño de cualquier carlista con fiebre alta. En Cataluña hay una "Ley de la Presidencia", pergeñada por el insigne Jordiet, el Gran Jordiet. Una ley que contempla cómo será el retiro de cada Ex-Molt Honorable. El retiro consiste en una paguita vitalicia que, en el caso del último emérito nos costará 92.000 del ala cada año. Paguita más despacho oficial, secretaria (¡viva el sesgo de género!), coche y alguna que otra cosilla.

El despacho del emérito Mas, por ejemplo, está en lo alto del Paseo de Gracia. Ni en Sants ni en el Barrio Chino ni en Nou Barris: en todo lo alto del Paseo de Gracia, ni más ni menos. Los nacionalistas odian la poco nacionalista Barcelona, pero el despachito que se lo pongan en el barcelonés Paseo de Gracia, la calle más cara de la Ciudad Condal. No en Vic ni en Olot ni en Manlleu ni en Girona. Podría ser en la Calle Mayor de Hostalrich o en la plaza de la Patum de Berga, mucho más dispuestas a la causa, pero no: en el Paseo de Gracia. A lo grande, olé tu, con un par aquí estoy yo.

La lista de los eméritos no es breve. Una milagrosa longevidad bendice a los eméritos catalanes, y me alegro de que la gente viva cuánto más, mejor, vaya eso por delante. Pujol, Maragall, Montilla, Mas, Puigdemont y Torra. Seis eran seis los eméritos catalanes. Seis despachos, seis, secretarias, seis guardaespaldas, seis paguitas. En Cataluña atamos los perros con butifarras de Vic, la patria no repara en gastos cuando se trata de la cosa patriótica.

Es una paradoja: quién pretende construir una república está aquejado de tics monárquicos y por lo tanto trata a cuerpo de rey a los presidentes retirados. ¡Y somos una pequeña región en vertiginosa decadencia! Desconozco el asunto por la vertiente legal, pero yo no se si esto es muy legítimo. Y tengo otras preguntas que quizás ustedes me podrán ayudar a resolver: ¿existe algo similar para los expresidentes de España? ¿Cómo se argumenta, democráticamente, el privilegio? En el país de los parados, del abandono escolar y de los Ertes, ¿es ético el retiro dorado de uno que ha ostentado un cargo durante un par de añitos y gozará del privilegio durante, quizás, veinte años si Dios y la sanidad quieren? ¿Un expresidente de la Comunidad de Murcia goza de los mismos privilegios? ¿Pere Aragonès (37 años) podrá optar al mismo trato a costa del erario? ¿Alguno de los eméritos ha sentido un atisbo de decencia y ha renunciado?

Me agobio a mi mismo: en cada artículo que escribo acá hay más interrogantes que puntos y aparte. Bueno, a decir verdad, este es el signo de mi vida: el interrogante. Ayer mismo, con solo poner un pie en la calle ya se me apareció un interrogante enorme, como la virgen a los pastorcillos (¡ y pastorcillas!) de Fátima: ¿hay alguna razón objetiva para que, a partir de la COVID, los dueños (¡y dueñas!) de perros y perritas no recojan las heces de sus mascotas tal como lo hacían antes?

Exceptuando el interrogante que pregunta por el asunto escatológico, los demás se me vinieron a la cabeza cuando pregunté (¡otra pregunta!) por el estado del aula en la que me paso seis horas semanales, provista de un ordenador antediluviano y conectado a un proyector del pleistoceno, que proyecta en una pantalla retráctil del jurásico. Pregunté: ¿se puede comprar un equipo informático algo más nuevo? La respuesta fue breve y concisa: eso es imposible. ¿Imposible? insistí. Sí, es imposible, insistió la autoridad. No hay dinero, argumentó con ese argumento que, en Cataluña, se presenta como algo irrebatible. Y luego añadió: tenemos un presupuesto muy cortito y este curso hay que gastar un montón de dinero en geles hidroalcohólicos y en desinfectantes de superficies. No hay dinero para NADA más. Debemos apañarnos como podamos.

De modo que ya lo saben ustedes. Igual dentro de poco montamos una colonia humana en Marte, igual Cataluña se convierte en una república ejemplar y modernísima y blablablá, pero las aulas se quedan como estaban, y denle gracias a la virgencita si se quedan como están. Eso sí, que no falte lo primero: a 90.000 más gastos por cada emérito. Y la CUP encantada con los eméritos y con todo lo que nos caiga mientras huela a patriotismo, como siempre. Y los Comuns/Podem, equidistantes.

No se olviden de gritar a pleno pulmón: ¡Visca Catalunya!.  

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Nota: este artículo se lo dedico a la oposición catalana, o sea: a los partidos que no son ni CiU (o sus eméritos), ERC y la CUP. Se lo dedico a los partidos que deberían ejercer la oposición pero ejercen de graciosos, de ocurrentes y de dicharacheros. Si les faltan argumentos yo les puedo contar la realidad de las aulas y algunas otras curiosidades del mundo. Del mundo real. Los catalanes esperamos un consuelo.

2 d’oct. 2020

El color amarillo, un cuento


Cuando era pequeño me gustaba ponerme enfermo. En vez de ir al cole me quedaba en la cama y, además, era objeto de una atención exquisita por parte de mi madre que solo me era dispensada en caso de enfermedad. Incluso mi padre, contra pronóstico, devenía dócil y solícito. Luego, en función de la gravedad, llamaban al doctor Queraltó y entonces acudía el médico, al atardecer, en cuanto terminaba de pasar visita en su consulta, en la parte alta de la ciudad. El doctor Queraltó era un tipo alto, serio y elegante, de tez blanca y alargada, manos grisáceas. Daba un poco de miedo porqué se parecía a Vincent Price. Era un conocido de la familia, me decían, de hace muchos años, aunque jamás comprendí cómo pudo surgir la amistad entre un doctor de los barrios altos y un obrero de la periferia. Pero como para un niño todo es misterio y normal a la vez, no tenía nada que objetar.

La conducta alterada de mis padres y la presencia del médico inquietante me hacían sentir como un joven príncipe antiguo, habitante de un castillo decadente. Mi habitación de bloque de barrio se convertía, por unos días, en una cámara enorme que olía a moho aristocrático. Y además estaba la fiebre. La fiebre me regalaba, en sus momentos agudos, unos sueños tan tremendos como fabulosos. Cuando despertaba, agitado y sudoroso, pasaba horas saboreándolos, recreando sus imágenes oscuras y angustiantes. Me fascinaba que se produjeran, en mi mente, escenas de cosas, lugares y situaciones que no había visto jamás y que no eran únicamente mías sino que, además, pertenecían a un mundo terrible y desconocido al que solo yo podía acceder. ¿Qué enigma ocultan los virus que se alojan en nuestro cuerpo? ¿Son los mensajeros del más allá?

Con el paso de los años, las atenciones de mis padres cuando estaba enfermo menguaron hasta desaparecer. Y cuando desaparecieron mis padres, de la enfermedad ya solo me quedaba el regalo de la fiebre con sus sueños barrocos. Aunque lo pasé mal con las infecciones o las gripes virulentas, siempre guardo los sueños febriles como un tesoro que luego analizo y sobre los cuales elaboro hipótesis buscando señales, intenciones metafóricas o artísticas, indicios de algo.

En una ocasión, aquejado por ciertos problemas mundanos que me tenían muy preocupado, recurrí a la fiebre como el toxicómano a la heroína. Me duché con agua fría y, sin secarme, me instalé desnudo un buen rato en el balcón del piso (por pudor y respeto para con mis vecinos, me cubrí lo indispensable con una toalla). Estábamos a principios de febrero y hacía mucho frío. Fui correspondido con una bronquitis infecciosa que me provocó unas pesadillas muy poderosas, redondas y completas, con unos visos de verosimilitud muy preocupantes. Tardé unos días en acudir al ambulatorio a por medicación y lo hice cuando empecé a temer por mi vida. Por entonces, ya me había sustraído a mis problemas. La doctora que me visitó me amonestó, muy severa. Nada que ver con la dulzura de mi madre, desde luego. Y, además, la doctora se parecía a la Simone Signoret de Las diabólicas con unos años de más. Quizás debería haber sospechado que algo andaba mal. Tanto la doctora como algunas cosas que había visto por la calle, camino de la consulta, parecían alteradas. Pero como yo seguía con fiebre muy alta lo achaqué todo a mi estado. Cosas amarillas, en balcones y ventanas, en farolas y árboles. Todo muy raro y muy amarillo.

Mientras la médico escribía su receta me siguió preguntando. Y me temo que yo, con la guardia baja, debí traicionarme, ya que ella dedujo que me había inducido la enfermedad. “Eso es muy peligroso, aparte de estúpido. Parece mentira, en un hombre de su edad”, me espetó. Intenté explicarme con medias verdades pero no encontré comprensión. Me fijé, entonces, en ciertos complementos que lucía la doctora, y en algunos objetos que decoraban su mesa de trabajo. El color amarillo chillón era el común denominador de todo aquello. Sentí como algo me oprimía la garganta. Pensé en el más terrorífico relato que jamás he leído, El rey amarillo, de Chambers. Huí más que me marché del consultorio. Pasé por la farmacia. Una vez en casa, consulté en Google lo que se cuenta de la fiebre amarilla. Y encontré cosas referidas a una enfermedad tropical transmitida por mosquitos, pero no vi que se mencionasen delirios. Muchos soldados retornados de Cuba, tras el desastre en el XIX, la sufrieron. Escribí un cuento antes de curarme, aprovechando los últimos retazos de mi enfermedad. Aunque creo que jamás he sanado por completo. Sigo viendo cosas terribles y vivo presa de malos augurios.