Solo se puede atribuir a la mala suerte que, al día siguiente de haber anunciado su programa espacial, la Generalitat sea objeto de una investigación por desvío de fondos. ¿Fondos hacia el espacio profundo? No: hacia Waterloo. Uno piensa enseguida que parte de los 18 millones destinados a la aventura espacial iban a terminar en los bolsillos del señor Puigdemont. Para comprender todo eso hay que darle un repaso a la historia reciente de la Generalitat de Cataluña, también conocida por Genialitat de Catuña.
Un día de elecciones regionales de 2003, Convergència fue el partido más votado en Cataluña. Pero ¡ay! la suma de otros tres partidos sumó más votos y se hizo con el gobierno regional en el Pacto del Palacio del Tinell (un palacio medieval). La hasta entonces primera dama, señora de misales y misiles andorranos, proclamó acongojada que se sentía como si el guardés la hubiese echado de la finca. Aquel día se plantó la semillita de la calamidad que hoy lleva el nombre de procés. Una calamidad que se venía fraguando desde que el dueño de la finca, el Gran Jordiet, había obtenido el cargo de dueño de la hacienda gracias a los votos del guardés Heriberto, algo xenófobo y xarnegófobo (pero muy republicanista), 23 años atrás. No lo olvidemos, hermanos.
Tras el gobierno errático de los Tres Amigos que en verdad eran enemigos (uno socialdemócrata, otro verde-lila y el tercero no se sabe), Convergència la rancia retomó el poder regional dos elecciones más tarde, y dispuso que el candidato fuese un tal Arturito, tipo con buen tupé (lo mejor que ofrecía su cabeza era un tupé), cuyo cometido no era otro que guardarle el sitio a Oriolet, hijo menor del Gran Jordiet, ya demasiado senecto, a la espera de que Oriolet obtuviese una madurez postadolescente y presentable al irrespetado electorado.
Arturito, con su flamante tupé, hizo un par de malas maniobras y perdió la confianza de la mayoría del parlamentito regional: siempre acudió bien peinado, sin duda, pero siempre le faltó algo de brillo intelectual. En su lugar pusieron a un suplente, un tipo despeinado y provinciano al que le sientan mal los trajes por su complexión corporal, tan desgarbada como la mental. Otro desastre al canto.
Al pobre hombre de la pelambrera descuidada, auspiciado por la izquierda trotskista, ovidimontllorista, nuriacadenista (la de Terra Lliure, proyecto terrorista de basatunización de Cataluña) y guillemagullonista, le tembló el pulso. Metió la pata hasta la ingle y al fin decidió huir al extranjero para salvar algo de su patrimonio terraplanista. Huyó acomodado en el maletero de un coche, en posición fetal. El maletero parió en Bruselas.
Una vez parido/instalado en Bélgica, el peludo designó a un suplente, ya que se consideraba a sí mismo presidente legítimo malgré su pequeño desliz y su incómodo maletero-útero. ¡Lacan! ¿Dónde estás, Jacques Lacan?
El suplente del peludo no tardó en meter la pata y colgó unos colgajos en un balcón, contraviniendo el principio democrático más elemental de la neutralidad institucional. El juez de turno le advirtió, pero el suplente del fugado, a su vez suplente del que le guardaba el puesto al hijo del corrupto, desoyó las advertencias del juez y dijo algo sobre la libertad de expresión que nadie comprendió. La justicia le mandó a su casa, como es de menester en un estado de derecho. Entonces su vicepresidente se proclamó presidente en funciones del presidente vicario del fugado peludo, que era el suplente de uno que le guardaba el puesto a uno que era hijo de un presidente corrupto, a la espera de que obtuviese la mayoría de edad política.
Los últimos presidentes de la Genialitat de Catuña se proclaman muy republicanos y republicanistas como el que más, pero su praxis es lo opuesto al republicanismo y tremendamente monárquica: cada uno designa a su sucesor, y solo le pide al pueblo que le avale al sucesor. De ahí viene el gusto por autoproclamarse legítimo.
El vicepresidente (suplente del suplente del suplente del que dio un paso al lado para guardarle el turno al hijo del expresidente corrupto) proclama el toque de queda y el cierre de los bares y restaurantes, el confinamiento municipal y, posiblemente, el cierre de los estudiantes no obligados. Y el pueblo obedece, puesto que el presidente es el número 145 o el 247 de una institución tan antigua como sagrada. Con lo sacro no se juega. Así nos vemos, hermanos. Obedezcan, eso sí, como siempre lo han hecho. Obedezcan al que abogaba por la desobediencia hasta hace una semana.