Habiendo nacido en Cataluña y en el seno de una familia catalanista, aunque obrera, el Virolai ha estado siempre en el paisaje de mi vida. La verdad es que, cuando era pequeño, me parecía una canción ñoña y que apenas comprendía. Lo único que sabía es que esa canción emocionaba a mis padres. Aunque mi padre era ateo (él afirmaba ser agnóstico, pero era ateo), acudíamos a unas misas clandestinas en una parroquia del barrio, en la que había curas obreros y curas catalanistas. Me llevó largo tiempo distinguir a los unos de los otros. En esa iglesia se servían sermones antifranquistas, de tono vagamente obrerista, suavemente cristianizados y a la vez nacionalistas, de un protonacionalismo catalanista mitificado que insinuaba la similitud de la muerte de Guifré el Pil·lós con la pasión de Cristo. Morir para ver. Cristianizar el marxismo fue un deporte sin riesgo de hace unas décadas. En esas misas casi siempre se cantaba el Virolai, hacia el final. Hablo de un tiempo en el que Franco estaba vivo. Quizás ya no coleaba, pero estaba vivo y estaba en la cúspide del poder. Los catalanes siempre han respetado al poder, y siempre con temor. La iglesia católica se lo debía todo a Franco, pero en las parroquias de barrios pobres simulaban lo contrario: la culpa obra más milagros que la Virgen de Fátima.
Recuerdo que, en el final de una de esas misas, el párroco recomendó a los fieles salir en grupos de no más de tres o cuatro personas, y espaciadas por algunos minutos: es posible que la policía nos esté vigilando, dijo des del atril el curita barbudo. Imagínense ustedes a una chavalillo de 8 o 9 años en esta situación. La emoción me disparó el ritmo cardíaco, sulfuró mis mejillas y me oprimió el estómago. Jamás, hasta ese día, había vivo una emoción tan fuerte. Me imaginé persecuciones, tiros, heroicidades, gestas, hazañas. En aquel mundo que ahora se me antoja en blanco y negro. Por primera vez en mi vida pensé que vivía algo importante de veras, algo grande, algo que justifica una existencia. (Ahora entiendo a algunos de mis compatriotas independentistas: el engaño procesista les regala emoción a raudales).
Todo eso lo pensé mientras a mi alrededor muchos adultos serios entonaban el Virolai con un ademán trascendental, con una voluntad de metafísica urgente, con una conciencia iluminada de ser parte de la historia, pero de una historia diferente, rara, celestial. Si: crecí entre nacionalistas iluminados por el pálido fuego de la patria espectral. Ahí está mi herida que no se cura, mi tormento. Traicioné a mis padres, a quienes me trajeron al mundo. Les traicioné por haber leído, por haber pensado. Eso no se cura nunca.
Cuando salimos a la calle ya estaba oscuro. No había nadie. Ni policías de uniforme ni policías de paisano. Ni tan solo un coche sospechoso, ni una sombra, ni un atisbo de nada interesante. Solo la soledad cotidiana de la calle de un barrio triste, las farolas amarillentas, el borrachín que vuelve a casa saliendo del Bar Marcelino, los chavales de la esquina con su mercadeo de grifa al detalle. Solo eso y la cobardía que entonces comprendí, la cobardía de esos hombres y mujeres que pocos minutos antes vi como héroes. Cobardía o miedo. Tardé años en comprender porqué Franco murió cómodo en el lecho, tardé décadas en comprender porqué Cataluña no se rebeló jamás: el miedo, las amenazas falsas y los Virolais solo pretendían enmascarar la culpabilidad del cómplice. Francó trató muy bien a Cataluña y Cataluña trató muy bien a Franco, en compensación.
Pasados los años, sin embargo, a uno ya no le sorprende nada de todo aquello. A veces, mirar hacia aquel pasado de la infancia y del ensueño antifranquista me produce una fascinación terrible, lisérgica. Todo era de cartón piedra. El antifranquismo de las clases medias catalanas era un disfraz. Al fin y al cabo, las clases medias admiraban a los prohombres del catalanismo, y los prohombres del catalanismo (burgués) fueron buenos compañeros de Franco y los suyos. Cierto es que el dictador prohibió determinados usos de la lengua catalana, pero siempre fue benévolo con la oligarquía catalana y les permitió medrar, prosperar y hacerse ricos o muy ricos. (Òmnium Cultural fué fundado por los catalanes franquistas y tolerado por los franquistas catalanes, y por el propio Franco). Mientras los trabajadores cantaban el Virolai, los señoritos cantaban el Virolai, en comunión con el pueblo. Aunque el pueblo ignoraba que, tras entonar el Virolai, los ingenuos se marchaban asustados para sus casas de barrio pobre y los señoritos (futuros cargos altos, medios y bajos de la Convergència de Pujol) se iban a cenar con las autoridades franquistas para ir planeando, con calma, lo que vendrá luego. Cenaban y calculaban como mantener privilegios, riquezas y prebendas tras la muerte del dictador. El Virolai estuvo en esas conversaciones amigables y fraternas. ¡Vaya si lo estuvo!.
Si en aquellos tiempos alguien les hubiese contado a los sufridos antifranquistas de clase trabajadora (pero catalana y cristiana) que no debían temer a la policía porqué los jerifaltes estaban cenando con alguien de la familia Trias -digo Trías por decir a una de las muchas decenas de familias-, le habrían insultado, menospreciado o humillado. Le habrían tratado de loco conspiranoico, o de imbécil. De poca-solta. Quizás de botifler, ya puestos.
Una de las personas que encendió la luz en mi mente juvenil, años más tarde, fue Juan Marsé. El Virolai aparece en su novela (magnífica y breve) "Ronda del Guinardó", una novela breve que, a día de hoy, es más recomendable que nunca. Gracias, Juan. En sus páginas aparece el "Virolai Vivent", relacionado con esa clase menestral y humilde, catalana, que rezaba y ponía banderitas catalanas en sitios muy discretos, por miedo. Por miedo y por ignorancia. pero la ignorancia se les puede perdonar, ya que nadie conoce el futuro.
Leo que, a día de hoy, el señor Junqueras invoca al Virolai para defender su inocencia ante el tribunal que juzgará sus delitos. El señor Junqueras, que es más joven que yo, debe ignorar el significado que yo le di al Virolai, y no creo que haya leído la "Ronda del Guinardó". A mi, el Virolai me sugiere tristeza, pena, timo, beatitud hipócrita, catolicismo rancio, monje de Montserrat que entre Virolai y Virolai viola a un niño. Cataluña y sus mitos nacionales son un atraso. Una maldición eficaz. Y, a día de hoy, sabemos que son el lastre que arrastra hacia el abismo a una cultura que pudo ser y no fué, y que ya no podrá ser jamás.
[Continuará]