26 de març 2017
Las catástrofes pequeñas
Anoche acudieron los bomberos y la policía a la casa de enfrente en donde vivo. Se había desprendido un pedazo de balcón, que cayó sobre la acera. Posiblemente fueron las lluvias y la dejadez del propietario, que solo está atento al cobro puntual del alquiler. Ahí viven una familia de moros. Son mis vecinos, nos vemos a menudo, nos saludamos y poco más. Se poco de ellos: tienen tres niñas, la mayor quizás doce años y la pequeña no debe superar los tres. Tienen una furgoneta vieja, una Volkswagen Transporter amarillo quemado por el sol de tercera o cuarta mano que cargan hasta lo indecible un par de veces al año para viajar a su país. Luego vuelven, resignados, a esa Cataluña fría que dice ser acogedora pero solo lo es en los eslóganes gubernamentales.
Los bomberos se encaramaron a su balcón y, a mamporrazos, derribaron la parte débil de la obra. Luego, los guardias urbanos que presenciaban la faena de los bomberos con las manos cruzadas a la espalda y los pies separados por un metro de distancia llamaron a la puerta con un terceto de puñetazos y les contaron lo sucedido a los inquilinos atónitos y asustados. Vi a las niñas asomándose casi aterrorizadas ante los uniformes y las ráfagas de luces azules relampagueando en su fachada, ante su puerta. Ni el mundo es un lugar amable ni el universo conspira para hacerte feliz, como promete Paulo Coelho cual vendedor de crecepelo en el Baton Rouge de principios del siglo XIX.
Viendo esa escena con las tres niñas me pregunté si nos preparan lo suficiente para afrontar las catástrofes domésticas. Hace unos años leí un libro cuyo autor, de quién he olvidado el nombre pero retengo que es psicólogo, contaba que el ser humano vive un promedio de 10.000 contratiempos a lo largo de la vida. Eso incluye sucesos mínimos como puede ser perder las llaves de casa o encontrarse la rueda del coche pinchada hasta los desengaños amorosos, el descubrimiento de las infidelidades conyugales o afrontar la muerte de un ser querido. El psicólogo apostaba por una educación que incluya la preparación para las desgracias.
Esa misma noché nevó con abundancia en la montaña que preside esa ciudad triste y provinciana, y por la mañana la cima mostraba una estampa bellísima. En nuestras latitudes, la aparición de la nieve nos parece algo bello por inusual, por la sorpresa que conlleva ese color en el paisaje de ocres y de amarillos que profetizan nuestro desierto inminente.
Hace unos años, justo antes de la llegada de la crisis-estafa financiera que impuso severísimos recortes en el presupuesto destinado a la educación, asistí a un curso que trataba sobre el asunto -muy peliagudo- de como podemos incorporar el azar y la incertidumbre en las aulas. Fue tremendamente interesante. Pero justo entonces llegó Artur Mas con su horda de nacionalistas que aman locamente a su patria y se terminó la formación de maestros. No hay más dinero, Disneylandia no es para vosotros, nos dijo el mesías soberanista del tupé flamante.
Me sigo preguntando aquéllo: ¿estamos educados para afrontar las catástrofes pequeñas? Es muy probable que en la vida debamos afrontar mucho más de eso que de alegrías y aciertos e improbables triunfos, aunque quizás tampoco estemos preparados para lo bueno, ya que solo nos educan para lo mediocre y lo gris, y para esa vida de estética aburrida y aburguesada que nos deparan los señores para con las clases inferiores. En la mayoría de las escuelas se sigue valorando por encima de todo el respeto a la norma, hacer bien la fila y acatar la autoridad, por más arbitraria que esa sea. Y hablar solo si previamente has levantado la mano, esperando con paciencia y con disciplina que la benevolencia del dedo del poderoso te señale y te diga: "es tu turno, ahora te es permitido opinar -pero mucho cuidadín con lo que opines".
La vida humana siempre va a ser un suceso rodeado por azares imprevistos y dolorosos, por catástrofes más o menos pequeñas.
Antaño, torcerse un tobillo debía prologar una muerte inmimente. Hoy solo es un contratiempo que se combate con una radiografía y unas vendas compresivas. Antes, el desafío nacionalista de un jefe tribal iluminado y enloquecido llevaba a una guerra con muertos, lisiados y saqueos. Hoy solo nos deja una inhabilitación de coña y debates en la escasa prensa que no vive de subvenciones. Hemos progresado, sin duda.
Y sin embargo seguimos expuestos a perder las llaves, la pareja o un billete de 20 euros. Cuando vi los ojos de las niñas vecinas y marroquíes, llenos de susto y salpicados por las luces de la policía catalana, me sentí tal como ellas. Un ser pequeño y débil, sin patria, incapaz de procesar el desastre cotidiano, nuestra pequeña catástrofe diaria.
14 de març 2017
Muere, la democracia catalana, entre las sombras
Alguien cuenta que ha ido al cine a ver una cinta infantil y descubre que entre el público solo hay adultos. Quizás debemos replantearnos qué es "una película infantil" y afrontar en serio el asunto de la infantilización de la cultura, de la sociedad. Los libros más vendidos son los más simplones, burdos y dóciles. La tendencia empezó muchos años atrás y ahora no hay quien lo revierta. Las redes sociales nos predisponen a amar la información cuando nos la sirven a dosis minúsculas, esquemáticas, pensadas para una digestión rápida e indolora, en donde el eslógan sustituye al razonamiento y la perogrullada al espíritu crítico. Todos nos hemos vuelto pacientes del trastorno de déficit de atención, ya sea con hiperactividad o sin ella. Pedimos mucho de lo que sea, pero sobretodo mucha acción, mucha emoción y poca reflexión. La reflexión es aburrida.
Pensaba en eso mientras iba consumiendo noticias, artículos y opiniones sobre el estado del debate secesionista catalán. Aunque, a decir verdad, aquí no hay ningún debate a tener en cuenta. Solo hay personas que vociferan, chistes amargos y una abundancia desmesurada del término "democracia", puesta en boca de opinadores poseídos por un diablo enérgumeno y locuaz, verborreico. Pongan ustedes Tv3 y luego 13 Tv y díganme si hay diferencia alguna. Son lo mismo. Incluso en la nomenclatura se asemejan.
En la desmesura al usar el vocablo "democracia" -una falta de mesura quizás calculada- está el truco, la trampa para que nos asqueemos de la democracia. Se trata de estrangular y violar la democracia.
Dicen los intelectuales izquierdosos de Estados Unidos que la democracia se está muriendo en las sombras. Lo dicen a propósito de Trump. Y a mi me divierte ver como por estos lares hay quién hace aspavientos con el asunto, como si por aquí no hubieran Trumps a punta pala instalados en el poder. No se trata de una bromita sobre políticos con peinados trasnochados para relacionar a Puigdemont con Trump porqué no podemos comparar a Trump con el delegado provincial del régimen que es Puigdemont. Pero Puigdemont está ahi, y cada día en sus pantallas, en las públicas. Día si día no nos larga el mismo mensaje: España no es un país democrático. Quizás es un buen tema de debate: la calidad de la democracia española. Pero deja de serlo si lo promueve un individuo que preside una institución (institucioneta) sin haber sido elegido por las urnas. Un tipo que acaba de cambiar a dedo al director de TV3 para poner a un dóberman del proceso, un dóberman agradecido. Otro. Al que le vamos a pagar el salario entre todas (escribo "todas" para no levantar ampollas entre las huestes de la Cup, que son muy irascibles pero solo a veces y solo según con quién).
El otro día, el señor Presidentemás, recién inhabilitado medio en broma (solo por dos años), dijo sobre las finanzas de su partido que todo ha sido siempre escrupuloso y limpio, pero un tiempo atrás dijo que de las finanzas del partido él no sabía nada: ¿se puede no saber nada pero saber que son escrupulosas y limpias? Solo a un niño (de edad corta) se le puede endilgar algo así, pero el señor Presidentemás sabe que habla para niños, los mismos niños adultos que acuden al cine a ver pelis para niños y que se tragan, tan felices, el cuento de la democracia catalana excelente contra la democracia española ausente. Los mismos niños que se compran la camiseta de Textiles Forcadell cada verano. Es así como se mata a la democracia: manoseándola groseramente, sin escrúpulo alguno. Rechazando el diálogo pero amando el monólogo con ímpetu de onanista, de narcisista enfermizo, de nacionalista. Ese discurso, tan en boga entre los procesistas catalanes, de que el diálogo con lo otro ya es inútil, ese discurso asesina a la democracia y lo hace en su nombre, que es lo peor: nos llevan hacia una misteriosa post-democracia de la que poco sabemos. O quizás lo sabemos todo: quizás solo hay que volver la mirada hasta la España de un par de siglos atrás. Pero ¿quién lee historia en tiempos de facebook?
Los mismos sujetos (Puigdemont y Mas -sin olvidarse de Forcadell) arguyen que el Estado les procesa por poner urnas de cartón, aunque solo un niño pequeño se tragaría la falacia. Y lo peor del asunto es que eso lo aplauden los pobres estafados por el caso de las urnas de cartón, a quienes les dijeron que debían acudir a votar para crear un país nuevo los mismos que ahora son capaces de soltar al mismo tiempo: "yo no hice nada malo, fueron los voluntarios" (ante el juez) y "lo volvería a hacer" (ante la pantalla amiga de Tv3). Si no has hecho nada... ¿qué demonios es lo que volverías a hacer?
A la democracia se la puede matar con un golpe de estado militar, como hicieron Franco -subvencionado por el catalanista Francesc Cambó- o Pinochet, subvencionado por Estados Unidos. Y también como lo estamos viendo ahora: banalizando los conceptos, infantilizando las ideas, rechazando el diálogo y el debate, estafando, ridiculizando las urnas, jugando a convertirse en un trilero de las leyes, sodomizando a un Parlamento con una mayoría que no existió jamás, contando que es más democrático un referéndum que unas elecciones sin darse cuenta de que Franco hizo lo mismo que ellos: montar referendos sin elecciones. El precedente de sus urnas de cartón está en el franquismo y eso no es un desliz, es una consecuencia lógica de su filiación ideológica. Al fin y a al cabo, tanto Mas como Puigdemont proceden de la burguesía catalana que vivió (y prosperó) de puta madre con Franco. Eso fue la Transición: los que prosperaron con Franco debían seguir prosperando con la democracia. (Ahí estaba Pujol para asegurarlo, a cambio de hacerse el sueco con sus viajes a Andorra). Y si no lo creen así, léanse "Catalanes todos" de mi colega Javier Pérez Andújar, que lo cuenta bien y además con gracia, y además literariamente.
Vuelvo al asunto de la infantilización y los niños. Por estos mismos días de hoy hemos sabido que el primer gobierno (governet) de Artur Mas "desvió" 81 millones de euros presupuestados para las guarderías públicas hacia la escuela concertada (incluyendo las nacional-católicas). Para hacerse una idea de lo que son 81 millones de euros les contaré que, si ustedes tienen una cierta edad -como yo-, eso son 13.446.000.000 pesetas. Los que hicieron eso son los mismos que hoy se postulan como ejemplos mundiales de demócratas, de políticos capaces de construir un país nuevo ideal, la república soñada desde los albores de la humanidad. ¿A cuantos miles de años deberían ser inhabilitados por haber hecho eso? ¿Lo volverían a hacer, también? Esa última pregunta se la presto a Ana Gabriel.
Hace poco han descubierto (en Atapuerca) que los homínidos de hace miles de miles de años practicaban el canibalismo. Pues eso. Los fuertes se comían a los débiles. Igual lo llamaban "democracia" los fuertes, y los débiles se dejaban comer convencidos de que si, de que eso es democracia. Igual pusieron urnas (urnas de piedra) para refrendarlo. A la democracia la están matando entre sombras y plasmas, si es que alguna vez existió eso.
7 de març 2017
El estado de la ficción en Cataluña
Dibujo plagiado de un tratado esotérico, que elaboré pocos años antes del estallido "soberanista" catalán. ¿Premonición?
En las tertulias literarias y esa clase de foros, suele aparecer la pregunta "¿cree usted que la realidad supera a la ficción?". Es una pregunta de compromiso, casi de ascensor, que surge cuando no se sabe qué preguntarle a un escritor. La verdad es que no se comprende bien el sentido profundo de la cuestión: la realidad (lo que convenimos en llamar "realidad") casi no es otra cosa que una ficción compartida por la mayoría (aunque no por todos), o en todo caso es obvio que esa "realidad" está severamente influenciada por la ficción. "Todos los hombres nacen iguales", por ejemplo, es una ficción sobre la que hemos construído infinitas realidades políticas.
Una vez, cuando todavía pensaba que las novelas de ficción eran el resultado de una imaginación desbordante que superaba las estrecheces del mundo real, conocí la historia de una vecina de la escalera. Descubrí que Ana Karenina y Emma Bovary son tristes comentarios al margen, y que Tolstoi o Flaubert fueron tipos de imaginación escasa. La ficción del amor, la de la bondad de las ciencias y los hombres, la ficción de la democracia, la ficción de la justicia (de la que ya hablaba Platón), la ficción de la vida tras la muerte... son solo eso, ficciones. Y sin embargo sobre ellas se ha construido el mundo conocido. En su nombre se han levantado empresas, imperios, religiones. Y lo que es peor: en su nombre se ha asesinado a miles, a miles de millones de personas. Vaya usted a contarle al muerto que, en realidad, todo fue ficción. A ver qué opina el muerto.
A partir de una cierta edad, uno concluye que hay ficciones y ficciones. Ficciones buenas y ficciones menos buenas. Ficciones bienintencionadas y ficciones malas. Ficciones cuyo motivo es cambiar la realidad y ficciones cuyo objetivo es simular que se quiere transformarla para que siga igual. Que gobiernen los de siempre, por ejemplo. Y ese último es el caso de la ficción catalana que se autoproclama "proceso de independencia".
En Cataluña llevamos unos cuantos añitos ya tras la ficción de la república independiente e ideal construida por los mejores ciudadanos, por las mentes más preclaras y más democráticas de entre todos nosotros. Obcecados tras la ficción, los gobernantes se han olvidado por completo de la realidad. Quizás porqué la realidad es una molestia casi insoportable y está cada vez más llena de miseria y de espanto. Quizás es por eso que la construcción ficticia es cada vez más apabullante, más solemne: lo que al inicio parecía una ensoñación pequeñoburguesa ha devenido una catedral gótica, con toda la pompa y el boato, con todo el ridículo y la fealdad que llevan implícitas las catedrales barrocas, construidas en el albor de la burguesía europea. Y construidas con montones de dinero público (el dinero público: quizás el objeto más real del planeta -a la vez que el más ficticio), abocados a pagar ficción tras ficción.
Convencidos de que la ficción termina por construir una realidad, nuestros próceres catalanets repiten una vez tras otra sus fantasías, esa república ideal -y a la vez pueril- destinada a ablandar los corazones de la extinta clase media catalana, la que quería ser burguesa a toda costa. Pero hay algo que chirría en esa ficción, algo que la hace inverosímil y sospechosa a la vez. Para que una ficción se imponga, debe cumplir algunos requisitos, y la República Maravillosa de Cataluña no los cumple. La ficción debe contener algo de real (un paisaje, una cierta verdad). Debe ser interesante para todos y debe ofrecer esperanzas y conocimientos. De lo contrario, la ficción deviene una pesadilla y es un tostón infantiloide sin sentido alguno, del estilo de "El señor de los anillos".
Ciertamenete hay algo de Tolkien en el proceso catalán, y esa hipótesis me resulta bastante verosímil, ya que me intuyo que muchos cargos electos de Esquerra Republicana de Cataluña son admiradores de aquella obra con buenos y malos (ambos de pacotilla), hobbits como catalanes de Olot y el Berguedà, contra Orcos procedentes de Andalucía, Murcia y Extremadura. (Los de Convergència son más de no leer nada, o de leer las obritas del obispo Jaime Balmes). Lo malo es que Tolkien describe un mundo eternamente enfrentado entre regiones, a mamporrazo limpio, y a poco que uno analice la situación actual de Cataluña se dará cuenta de que ha sucedido lo peor: el principal efecto del "proceso secesionista" no es el enfrentamiento de Cataluña contra España, sino el enfrentamiento entre catalanes. De momento, es eso lo único real que han logrado y todo indica que el asunto se va a agravar. Al final nos vamos a mosquear con que le destinen tantos dineros públicos a su ficción, una ficción que es cada vez más agresiva contra los catalanes que no creemos en la ficción de la independencia.
Los catalanes que no creemos en la independencia empezamos a estar solemnemente hartos de los epítetos que recibimos, pensados para mantener la ficción tolkeniana del mundo: nos llaman unionistas, españolistas o fachas. Ya vale de eso. Somos catalanes. Catalanes que no levantamos banderas por haber nacido en un lugar, ya que uno no escoge donde nace. Uno soporta eso como puede y nada más, pero no lo llena de metafísica barata, ni mucho menos de épica hollywoodiense.
Si creo en alguna ficción esa es la ficción del federalismo, y mis motivos para creer en el federalismo son tan legítimos y tan válidos como los suyos, señorito Puigdemont y señorita Forcadell. Y les podría poner ejemplos de que el federalismo es un modelo real (!) de construcción social, justa y cohesionada. Y puestos a dirigirme a ustedes les diré que no se olviden de que ustedes y su cargo y su sueldo y sus privilegios los estamos sufragando nosotros también, los catalanes que no somos procesistas pero pagamos impuestos aquí -no como el señorito Pujol y sus vástagos. Y nosotros somos la mayoría, se lo digo por si acaso, por si no se acuerdan. No se olviden de ello cuando juegan a la desobediencia, aunque la suya sea una desobediencia de ficción: a lo mejor su ficción desobediente termina por calar en nosotros y entonces vamos a ser nosotros quienes les desobedezcamos a ustedes, y vaya lío entonces. El día en que eso suceda van a tener un buen lío montado, y vamos a rezar todos para que no sea un lío a la manera balcánica.
Les contaré otro asunto personal (el primero es el de mi vecina, Ana Karenina y Emma Bovary). Trabajo en un barrio de los que ustedes llaman "desfavorecidos". La realidad es dura y las ficciones entre las personas que en él viven, abundantes. Aunque no son las mismas ficciones que las de nuestros solemnes gobernantes -eso cabe puntualizarlo bien, porque es relevante. En ese barrio, castellanohablante y árabohablante por excelencia, veo esperanzas, muchas, y esas esperanzas son muy distintas a los sueños de los señoritos que están en el Parlament promulgando desobediencias y secesiones, todas invariablemente muy solemnes. Si algún día chocan las esperanzas de unos y las de otros quizás vamos a tener el desafortunado "choque de trenes" del que con tanto gusto hablan los señoritos, pero del que nada saben.
Puestos a navegar por el terreno de la ficción, invito a sus majestades Puigdemont i Forcadell (o en su defecto al Senyoretmas) a que se pasen un día por el barrio y les cuenten su ficción supremacista a las buenas gentes que viven en él. Les prometo que asistiré al acto. (Que eso no sirva de precedente).
1 de març 2017
El octavo hijo de Pujol
En las viejas películas de policías y ladrones (en catalán decimos "lladres i serenos", anteponiendo al ladrón), cuando el atracador intuye que la policía va a pillarle coge el botín y sale zumbando hacia algún país lejano, con el cual el suyo no tenga tratado de extradición. Es el subgénero llamado "coge el dinero y corre". Los yanquis se largaban a Venezuela, los ingleses a Brasil y los franceses, más osados, a alguna ex-colonia del imperio galo. Los franceses siempre han sido terriblemente elegantes y morbosos.
Pero ese no fue el caso de Artur, el Octavo Hijo de Pujol. O bien Artur no pasó bastantes horas en la Filmoteca (¡grave error!) o bien andaba muy confundido. Así, cuando empezó a olerse que la Guardia Civil se disponía a echarle el guante, decidió coger a todo el país y largarse con él mediante una hilarante Declaración de Independencia. Tuvimos suerte de que casi nadie le hizo caso. A ese intento de fuga de un delincuente se le llamó "proceso secesionista catalán" y es algo digno de una comedia italiana de las malas, que, aunque malas, siempre nos hacen reír a carcajadas.
La extravagante huída que planeaba Don Arturo encaja bien dentro de la lógica del Padre Pujol, el hombre que confundió a un país con su patrimonio particular y se lo fue llevando, cachito a cachito, hacia Andorra y hacia todos los paraísos fiscales que encontró, incluído Gabón. Si la historia reciente de Cataluña fuese una novela, el giro de Artur con respecto a su Padre Espiritual sería bastante coherente, todo dentro de una lógica del delirio y del patriotismo bufonesco bastante verosímil. Uno siempre acaba por recordar con nostalgia aguda aquella gran obra del insuperable Albert Boadella, "Ubú President", en donde está todo explicado con muchos años de antelación.
Eso que he narrado hasta aquí sería la sinopsis del "procés". La parte graciosa. Lo demás ya es la parte del drama. Ya que, para llevar a cabo su plan, Arturito engañó a millones de conciudadanos, apelando a los fueros y a sus emociones más elementales. Millones de personas que llegaron a convencerse de que participaban en algo grande, en un cambio histórico, en la creación de una nueva Patria. Las pobres gentes llegaron a creer que Cataluña es rica, culta, democrática, ejemplar en todo, y sobretodo muy superior a España, esa pérfida España que les roba y les maltrata.
¿Cómo contarles ahora que quién les robaba y les maltrataba era la organización mafiosa de Arturito y su Padre? Ahora que les han pillado ¿cómo se le cuenta a la querida que en realidad no me voy a divorciar de mi mujer y que como mucho te pondré un pisito? En ese punto, la narración ya es más propia de Rafael Azcona, y veo a Arturo muy bien interpretado por el gran José Luis López Vázquez con sus geniales gestos de tío jetas que se hace el bobalicón para salir del entuerto como sea, incluso haciendo un ridículo espantoso.
Es posible que Don Arturo no se rinda todavía, y que se revuelva un poco más cual alimaña acorralada, contando por enésima vez que todo es un complot de las fuerzas oscuras contra la Patria Verdadera.
Cuando uno se prepara para una guerra, debe plantearla cuando está seguro de que va a ganarla. Pero ese no fue el caso del Octavo Hijo, que sólo hizo un intento desesperado por eludir las responsabilidades judiciales, mediante la técnica de armar un lío muy gordo. Al Padre Pujol le salió bien, pero eran otros tiempos y eso Arturito no lo supo entender. Metió la pata y ahora el aparato del Estado va a ir a saco contra él y sus compinches, y yo diría que lo tienen bastante mal. Veremos qué locura se les ocurre, y sobretodo me intriga desvelar a cuántos va a engañar. ¿Habrá algun despistado que todavía se crea algo y enarbole la bandera y se meta en la camiseta de la Sra. Forcadell?
Al público que, como yo, observamos más o menos atónitos, solo nos cabe esperar que no se pase de la comedia a la tragedia.
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