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sábado, 18 de enero de 2025

LOS CORRESPONSALES DE GUERRA

Por Eduardo García Aguilar

Nunca pensé que viviría muy temprano la experiencia del corresponsal de guerra en uno de los conflictos más sangrientos de los últimos tiempos, en las guerras del El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Desde muy temprano y gracias a que aun siendo estudiante de bachillerato veteranos periodistas me abrieron las puertas del diario de mi ciudad natal, entré en contacto con la emoción de las redacciones, tecleando en máquinas de escribir que resistían como locas desde hacía años al empeño sucesivo de redactores locales, al mismo tiempo que escuchaba los teletipos que vomitaban todo el día miles de cables internacionales de agencias de prensa.

Desde entonces me fascinaron las redacciones de periódicos, revistas y agencias mundiales y simpaticé con aquellas generaciones de periodistas, hombres y mujeres que aprendieron el oficio desde adolescentes en el terreno, cuando aun no existían las poderosas y costosas carreras de periodismo. Todo periodista en América Latina y el mundo se iniciaba en la vida, fogueándose en los conflictos de cada país y aprendía a escribir con pasión para llegar a dominar las palabras, capaces como eran de redactar un diario completo desde el editorial hasta los reportajes, pasando por las notas culturales, económicas, de farándula o la crónica roja. 

La adrenalina los dominaba a todos desde el comienzo a sabiendas de que el reportero debía recorrer la ciudad o el campo en busca de las noticias, husmenando las tragedias y las catástrofes, merodeando en los palacios de justicia, las morgues, las iglesias y los hospitales y las oficinas gubernamentales plagadas de lagartos y oportunistas. 

Uno se quedaban ahí toda la vida, otros pasaban de ciudad en ciudad comenzando cada vez de cero y algunos partían lejos hacia otros países en una aventura que no paraba nunca, como ocurrió con los colombianos José Antonio Osorio Lizarazo y Porfirio Barba-Jacob, el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo y el nicaragüense Rubén Darío, que fueron insaciables trotamundos y desde chicos crecieron en las salas de redacción de México, Bogotá, Caracas, Lima, Santiago, Montevideo o Buenos Aires. Casi todos los poetas y escritores se ganaban la vida ejerciendo ese oficio, pues la literatura, salvo excepciones milagrosas, nunca da para vivir.

Después de estudiar y pasar por varias redacciones, llegué a un periódico creado por magnates para una campaña electoral en México y ahí fatigué como nunca las máquinas de escribir hasta llamar la atención del director, quien en vista de la pasión que aplicaba en escribir casi el diario entero, me propuso recorrer centroamérica por tierra para describir desde ahí aquellas guerras terribles que asolaban la región e informar en ediciones en español, francés e inglés lo que acontecía allí antes y después de la cumbre Norte-Sur de Cancún.

Al llegar a la frontera en la ciudad mexicana de Tapachula, me senté en una piedra y me pregunté que estaba haciendo ahí como corresponsal de guerra, que era en fin de cuentas joven carne de cañón, cuando en Guatemala y Salvador un joven de pelo largo era ya un objetivo militar de los terribles ejércitos. Después de Guatemala llegué a El Salvador y ahí recalé en el Hotel Camino Real, donde estaban asentados rudos corresponsales extranjeros de película. Conocí de lleno a aquellos personajes de diversas nacionalidades, estadounidenses, ingleses, franceses, españoles, argentinos, que caminaban por los pasillos con una botella de whisky en la mano y lucían con ironía una camiseta que decía: "Soy periodista, no dispare".

Después de estar dentro de ese infierno, que incluía una Nicaragua asediada por los contras emergiendo de otra guerra atroz, llegué a Costa Rica y Panamá, países más tranquilos y en paz en ese momento, y desde ahí retorné a México consciente de que había vivido el "bautismo de fuego", con la fortuna de sobrevivir para contarlo. Desde entonces me gustan las historias de los jóvenes corresponsales extranjeros, que como en la gran película El año que vivimos en peligro de Peter Weird (1982), arriesgan la vida en medio de conflictos por amor a la vida, la aventura y la palabra.
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Publicado en La patria. Manizales. Colombia. Domingo 19 de enero de 2024.
* Foto imagen de la película El año que vivimos en peligro de Peter Weird. El camarógrafo (actuado por Linda Hunt, quien fue premiada) y el reportero (Mel Gibson y su amada Sigourner Weaver) 


 

sábado, 30 de noviembre de 2024

LA LEYENDA MEXICANA DE SILVIA PINAL


 
Por Eduardo García Aguilar
 
La actriz mexicana Silvia Pinal, que murió a los 93 años, fue una de las grandes estrellas femeninas del cine de oro mexicano, al lado de Dolores del Río, María Félix y Columba Domínguez, que desempeñaron inolvidables papeles en películas al lado de actores como Pedro Infante, Jorge Negrete, Cantinflas, Tin-Tán, Arturo de Córdova y Emilio "Indio" Fernández, entre otros.
 
En los años 40 y 50 México se convirtió en una potencia cinematográfica latinoamericana desde los Estudios Churubusco, que producía centenares de filmes distribuidos y vistos con entusiasmo en todo el continente americano desde Los Angeles y Tijuana hasta la Patagonia. La Ciudad ede México se volvió meca del cine y allí recalaron estrellas como la argentina Libertad Lamarque o las españolas Sara García y Sara Montiel, que divirtieron y emocionaron a millones de personas de varias generaciones.

El cine mexicano tenía también estrechas relaciones con la industria de Hollywood, que a veces retomó historias suyas para hacer versiones mundiales, especialmnete con las máximas estrellas Dolores del Río, Cantinflas y la gran María Félix, sin duda la más grande diva del siglo XX, personaje ejemplo de la indómita, inteligente y orgullosa mujer precursora del feminismo y admirada en todas las esferas del arte y el poder.

Silvia Pinal (1931-2024), más joven, fue un emblema del cine mexicano de los años 1960, mucho más moderno, que dejó atrás dos décadas de cine popular en blanco y negro caracterizado por decenas de clásicos inolvidables que hoy son de culto y se ven en retrospectivas en cines de arte del planeta. Aquellas películas protagonizadas por María Félix, Jorge Negrete, Pedro Infante, Kati Jurado, Joaquín Pardavé, Ninón Sevilla y Tongolele, entre otros, representaba la profundidad y riqueza ancestral de la cultura mexicana, la vida de las haciendas, los racheros, la ciudad y los pueblos de otros tiempos.

Pinal saltó a la fama con tres películas dirigidas por Luis Buñuel, el cineasta surrealista español que desde su exilio en México dirigió una decena de películas fundamentales del siglo XX, como el clásico Los Olvidados, Viridiana, ganadora de la Plama de oro en Cannes en 1962, Simón en el desierto (1965) y El ángel exterminador (1967), en las que actuó Pinal, cerrando con el broche de oro de Belle de jour (1968), protagonizada por Catherine Deneuve. Aunque trabajó con excelentes directores y productores, fue con Buñuel con quien se convirtió en leyenda.

En los años 60 Pinal compró una mansión del Pedregal de San Angel, al sur de la capital, barrio de arquitectura contemporánea para millonarios y magnates donde también se instaló después Gabriel García Márquez. En esa mansión se hicieron fiestas extraordinarias que llenaban las páginas de la farándula e incluso se filmaron películas de la época ye-yé y go-go, cuando la diva se casó con la estrella de esa músca popular Enrique Guzmán, mucho menor que ella, y padre de su hija Alejandra, estrella pop de los años 90.

La Pinal reinó desde entonces en México gracias a su importante fortuna, contactos con la gran cadena Televisa, el poderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI) y llegó inclusive a ser senadora y primera dama del estado de Tlaxcala, al casarse con un gobernador priísta. En ella confluyeron todos los poderes terrenales: arte, dinero, cine, telenovelas, política y la creación de una dinastía con hijas y nietas cantantes y actrices como Silvia, Viridiana, Alejandra y Frida Sofía. Con ella se va una protagonista de la próspera y terrible época de un México en plena bonanza petrolera e industrial del siglo XX, que generaba riqueza, violencia, glamour y pobreza a raudales entre sonidos de rock, jazz, mambo, bolero, mariachis y merecumbé.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 1 de diciembre de 2024.


 

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sábado, 4 de mayo de 2024

LA CASA DE LAS BRUJAS Y TEQUILA COXIS


Por Eduardo García Aguilar

Unos años después de llegar a la Ciudad de México y cuando comenzaba a publicar uno tras otro varios libros, entre ellos novelas, relatos y poemarios,  cumplí el extraño sueño irrealizable de vivir en uno de los edificios más misteriosos y bellos de la capital mexicana, enclavado en la antigua colonia Roma y situado en la plaza Río de Janeiro, en cuyo centro arbolado hay un estanque y una reproducción del David de Miguel Ángel.

Abigarrado edificio de varios pisos construido por un arquitecto y constructor británico en ladrillo rojo como los castillos antiguos, tenía una torreta central rematada por una cúpula aguda de tejas oscuras y cuatro torretas del mismo estilo que le daban la apariencia de un edificio de película de vampiros con sede en Londres.

Allí en su tiempo y su juventud vivió el escritor Carlos Fuentes con su esposa, la gran actriz Rita Macedo, y es escenario de la novela El desfile del amor del Premio Cervantes Sergio Pitol, con la que obtuvo el Premio Herralde, y quien residió allí un año para asegurarse de que su narración de espionaje, situada en tiempos de antes y después de la Segunda Guerra mundial, fuera verosímil.

En un barrio lleno de museos, galerías, bibliotecas, palacetes de instituciones, cruzado por avenidas construidas al estilo europeo y pleno de árboles y plazas hermosas, vivían artistas, eruditos, sabios, familias añejas, magnates y jóvenes estudiantes y artistas locos que poblaban los cafés nocturnos y hacían la fiesta hasta altas horas de la noche.   

Albergó diplomáticos en las primeras décadas del siglo XX, pero en 1942 fue restaurado y convertido en su interior en una gran construccion de estilo Art Deco, por lo que sus lujosos apartamentos y estudios con amplias bañeras y acabados preciosos en madera y mosaicos, eran codiciados. Sobrevivió a la Revolución mexicana y a varios terremotos terribles como el de 1985, que experimenté ahí mientras veía como se desmoronaban los edificos modernos. Aun está en pie, enhiesto, bello y orgulloso y sigue siendo codiciado por las nuevas generaciones bohemias que sueñan con vivir en un sitio cargado de historia, misterio y leyenda.

Como esperaba el nacimiento de mi única hija, buscaba con afán un apartamento y tuve la suerte de que mi amigo el poeta mexicano Guillermo Fernández, traductor de decenas de libros de poesía y literatura italiana, convenciera al encargado del edificio, el generoso y amable bailarín Juan Medellín, de alquilarnos a nosotros el mejor apartamento, el situado en el segundo piso, en la esquina de la torreta gótica frente a la plaza, pese a que mucha gente hubiera dado la vida por obtenerlo.

El apartamento tenía una sala amplia, dos habitaciones y un estudio espléndido que daba a la plaza, donde escribí varios libros, entre ellos Bulevar de los héroes y Llanto de la Espada y muchos artículos para diversos medios mexicanos. Era una delicia escribir en ese lugar de sueño y mis amigos  mexicanos cuentan y recuerdan que en las noches y las madrugadas capitalinas escuchaban el incesante tecleo de mi máquina de escribir, cuando amanecía redactando y delirando con el ímpetu de tener apenas 30 años. Entre mis vecinos estaban el poeta Mario del Valle, director de la editorial Papeles Privados, el escritor Vicente Quirarte y Eduardo Vázquez Martin, quien después sería secretario de Cultura de la Ciudad de México. Pero en el edificio de unas cincuenta viviendas vivían también pianistas, pintores, bailarines, matemáticos, aristócratas arruinados, funcionarios, académicos y cantantes de ópera. 

La treintena es una de las edades más fogosas y creativas para todos los seres humanos en el campo que sea: finanzas, música, arte, arquitectura, medicina, física, ciencia, antropología, arqueología, geología, astronomía. En esa década las neuronas están en su mejor momento y la persona no es ni el adolescente inseguro o el jovencito inexperto, sino ya una criatura formada que es lo que será.

La Roma, donde vivió en la Avenida Alvaro Obregón el poeta nacional zacatecano Rafael López Velarde y en cuyo honor se creó ahí la Casa de Poesía que lleva su nombre, es un barrio porfiriano poblado de mansiones, palacetes, y cuando viví allí aun pervivían confiterías, cafeterías y pastelerías de las más exquisitas de la ciudad, como la centenaria Dulcería Celaya o La Bella Italia, donde se vendían los mejores helados. O sea que vivir y deambular por sus calles era como residir dentro del sueño.

Mucho tiempo después quise hacer un homenaje a la amada ciudad de México, donde viví más de tres lustros inolvidables, con una novela que se situara en parte en ese edificio contado por Pitol y Fuentes en los tiempos de la época del cine de oro mexicano. Parte de la trama y el desenlace de la novela se da ahí en ese palacete y la protagonista es una acriz colombiana imaginaria que vivió allí en los tiempos de gloria de Dolores de Río, María Félix, El Indio Fernández, Jorge Negrete y Pedro Arméndariz y tantas otras estrellas de la patalla grande que encendieron y animaron todos los cines de las ciudades latinoamericanas desde Tijuana hasta la Patagonia.  
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 5 de mayo de 2024.

viernes, 9 de febrero de 2024

¿QUO VADIS GARCÍA AGUILAR, ESFUMADO DEL DISTRITO FEDERAL HACIA EL PARÍS DE NUEVO SIGLO?

POR CARLOS FRANCISCO ELÍAS
In Memoriam: Teresa Velo, alumna del Centro de Capacitación Cinematográfica, Distrito Federal, México. Clase 80 – 81.

SECUENCIA PRIMERA: DISTRITO FEDERAL,  MEXICO, EXTERIOR REVENTON…

En los años que el Distrito Federal dicen era habitable, dicen los nostálgicos de México en los años 80, cuando la mugre y el humo de ciudad se hacía todo una pasta que se alojaba dulcemente en los hoyuelos de nariz limpia de todo polvo maligno y resacón, había una escuela de cine situada entre General Anaya y Río Nazas, bambúes erguidos y todo eso, era el CCC (para los alumnos más nihilistas, la primera C era de dónde la espalda pierde su anatómico nombre, la segunda de Cara por lo costosa y la tercera C era la primera letra del diccionario mexicano popular por excelencia “Chingue su madre Guey”)…

La descripción anterior podría ayudarnos a detectar la mezcla de alumnos y alumnas que esa escuela de cine tenía, siendo en su tiempo la más sofisticada y pequeño burguesa de todo México.

Allí en el Centro de Capacitación Cinematográfica, allí mismo en el bullicio de “Qué hondón Ramón”, en la fuerza de la rebeldía de la inteligencia y la sed de saber, allí, repito, donde el cielo tenía que pedirle permiso al ollín, para dar un poco de azul, estaba con todos nosotros Eduardo García Aguilar, colombiano nacido en Manizales, que hacia esos tiempos ya había estado en París y habíamos coincidido en México iniciando aquella década en que Peggy Sue, o Kathleen Turner, llenaba las pantallas con gringas y bellas pantorrillas de rosi, rosi sin bom bá, y el resto era una sonrisa de muchacha a lo Fitzgerald, sanota y de ojos grandes como la tierra, Peggy Sue se quería casar…

Eduardo García escribía en el Excelsior, tenía una de esas columnas matutinas cada dos días, que en América Latina suelen alegrar la mañana, porque a decir del resto de las noticias, como siempre, eran tragedias diarias ya imaginadas en las calles entre tacos callejeros y voces infantiles al sonsonete de “señor deme para mi camión”, que no era otra cosa que eso que nosotros llamamos la guagua, que en ese rico laberinto de la lengua latinoamericana, para los chilenos es el transporte de la mujer grávida…

Él siempre tuvo la disposición de ser un buen escritor, aún recuerdo las agradables conversaciones entre quien iba a ser uno de los narradores jóvenes de México (Héctor Perea, entonces en el CCC con nosotros) y Eduardo García Aguilar: las conversaciones eran de arcas perdidas, de sueños no negociados, de añoranzas fílmicas y literarias entertenecidas, de vocación y lirismo en pleno VIP del Patio de la antigua Cineteca Nacional de México, aspiraciones sobraban y rebeldía había de sobra.

Porque todo aquello era una transición latinoamericana, vivida junto a las ideas de grandezas de López Portillo,  con su política sobre el Caribe, Castañeda padre obliga, que hizo llegar a nuestras costas el único Padre Montesinos Rastafarian, que bien alguna vez conmoviera a Antonio Zaglul.

Aquel México que ya no existe más donde bien podías encontrarte en una casa de los viejos generales o emparentados de la Revolución, troncos apellidos, reventón obligaba también: eran los tiempos de Campestre Churubusco, la fiesta todos los días, lunes, martes,  miércoles y jueves habían perdido nombre, se llamaban viernes y sábado y la vida del mundo exterior transcurría desde los cielos de México en rebeldía por ser visto y parir colores.

En la escuela, entre argentinos (uno de Cordoba y  otro de Buenos Aires) colombianos, salvadoreños, brasileños, dominicanos y mexicanos, el CCC buscaba un nivel insólito que generó un gran viraje en aquella escuela modocita hasta que nosotros llegamos, todos, y la pusimos patas hacia arriba (Pepito de la Colina, español, mala leche y profesor no muy querido aun debe recordarse de quienes le curaron aquella amargura manchega que el aula no tenía por qué pagar) para que pudiera respirar de los tabúes y estrecheces, para que fuera Scola libera, entonces nadie puro parar todo aquello: galope de manzanas a trote en plena pendiente, desborde de curiosidad y fascinantes discusiones, nombres en claves que no necesitaban ser descritos, utopías latinoamericanas, en fin, mientras Reagan regaba lo único que sabía: hambre, miedo y luchadores de libertades americanas en toda Centro América, obviamente en este tema estábamos divididos: porque algunos si bien rechazabamos la dictadura de la dinastia Somoza, el cuento Sandinista del poder y su transformación, era una cosa, aunque respetábamos lo que había significado la guerra de liberación contra la dictadura.

El resto de la historia, nos daría la razón a algunos, lamentablemente…

Pero era un tiempo de mucho tránsito por México, su ubicación geográfica, su frontera con Guatemala y los vientos que soplaban le obligaban a ser una discreta frontera de tolerancia, porque Guatemala era una sola nota de desaparecidos.

De ese México habrá siempre un nombre memorable: Alaíde Foppa, la campaña por su aparición viva, la movilización por aquella mujer brillante, excelente poeta, dulce en sus añoranzas silenciada por el servicio secreto del ejercito de Guatemala; se perdía en las tinieblas del oscurantismo militarista una voz, esa Alaíde era la misma que tenía un excelente programa en Radio Educación llamado Foro de Mujeres, Susan Sontag, por cierto por esas ondas había pasado, haciendo dúo de voz con Alaíde Foppa con una ironía en las ideas que solo la gran agudeza puede mostrar sin banalidad…

Mientras todo esto pasaba, en el corazón de los años 80, Eduardo García Aguilar mostraba una peculiar sensibilidad para mirar todo lo que como grupo vivíamos, indiferencia no había, pero tampoco existía aquel aferramiento a esas revoluciones de boquitas pintadas y café, de tedio en mesa y bostezo dorado de no compromisos.

Entonces cuando el chauvinismo mexicano afloraba, enfermizo y letal el arma del desarme era no ponernos nacionalistas y todo se neutralizaba de inmediato, en este punto Eduardo García Aguilar era clave, para hacer entender que los nacionalismos necios no tenían razón de ser, en más de una ocasión fue su tema polémico y la conclusión era la misma: que valorabamos y queríamos a México porque su historia permitía reunirnos en aquella tierra hermosa y sufrida, noble y digna, como su gran pueblo, el fantasma del artículo 22 se alejaba de inmediato, que creo era el de la expulsión con el cual hacíamos bromas todos los días y todas las noches en los inmensos y maratónicos reventones de “ciudad grande me he perdido, trágame, estrújame, tiéndeme y avísame cuando llegue el lunes”…

De ahí el título de este apartado: Exterior Reventón, o lo que es lo mismo fiesta ciega latinoamericana contra la guitarra de las 10 de la noche, que suele sacar en todo buen mexicano el amargue a lo Jorge Mistral. Exterior Reventón, cuando la calle se hacía grande el viernes en la escuela, cuando las luces del cine se apagaban en historia del Guión en el Cine mudo, el profesor Pérez Turren, sabía que algo pasaba, porque el exceso de ginebra en la oscuridad impedía pronunciar el nombre de F. W. Marnau correctamente, el Exterior Reventón, nombre en clave mexicana de la fiestas, apenas se iniciaban allí, aquello era…

Y en el espíritu de toda aquella gente interesante, de humor y profundidad cuando era necesario, de fascinación por libros y películas, de adivinadores de claves en cintas y libros complicados, de polémicas amistosas, el Exterior Reventón era la clave de una bohemia fértil, el futuro así lo demostraría.

Porque era imposible vivir el Distrito Federal sin aquellas convocatorias, sin mirar el mito popular del Santo luchando contra las Momias de Guanajuato y las mil operaciones en los ojos de Rigo Tovar a ritmo de música cachaca, ritmo retozón muy lejano de los corridos de polka norteño, mientras Elena Poniatowska, sonrojada nos contaba cómo había conocido a Gaby Brimmer, eso que luego fue reducido a: Gaby a True Story.

Sabíamos que era demasiado, se vivía más de lo que suponíamos y entre ficción y realidad, entre la inmensidad de librerías fabulosas, entre análisis de marxismo transnochado, Bartra y sus cruces, interpretaciones agrarias y agrias aparte, los penkos cuerpos de las chicas de Ghandi y Polanco, una especie de Gazcue en sus albores, Exterior Reventón, possssssí, no había de otra, estudiar el cuete, cuete, que era como decir cohete, definición atinada y espacial mexicana, lo que para los domicanos es el jumazo glorioso, que suponemos en este caso muy tricolor…

Aquel México ya no existe más, en el sortilegio que es siempre volver a México, designio piramidal aún sin descrifar, espacio poseído de una historia invisible todavía no narrada, irrupción de un deseo que se convierte tortuoso e inevitable, hasta que se cumple, para comprender que hay un solo México y cada uno de nosotros lo lleva tatuado por dentro, porque aquel México ya no existe más, fue un momento, un tempo de nuestras vidas, atesoramiento en la ilusion en la que el sueño del maguey gigante que te persigue se detiene cuando el avión vuelve y aterriza en el Distrito Federal, ahí fue la útima vez que vi a Eduardo García Aguilar…

SEGUNDA SECUENCIA (Y ULTIMA):
PARIS EN LE DANTON 2004. EXTERIOR
QUARTIER LATIN…

Mortecino el año 2004 no prometía grandes cosas en un París repasado y recorrido, con un frío nada habitual.

En el mismo mes de diciembre en la Habana había preguntado a unos mexicanos por Eduardo García Aguilar, alguien lo recordó y acotó que no vivía ya en México…

Al llegar a París para el fin de año, había pasado por allí en el 2000, no podía evitar cruzar por Odeon, por el Barrio Latino, entrar a Le Danton y de repente observar una cara conocida, a discresión.

Si esta secuencia se ubica como Exterior Quartier Latin, es porque allí sin buscarnos, nos encontramos con Eduardo García Aguilar y repasamos en París todos los sueños mexicanos, los mismos que casi están narrados más arriba.

Luego de una larga conversación de café, paseo por Luxemburgo, maravillados de nuevo por esa forma de arte público más que centenario, Eduardo se confesó devoto de París a morir, yo no pude compartir aquella idea, me reservé el entusiasmo, pero tampoco le hice sentir mal, lo importante era que esta ciudad nos había reunido y que eé estaba contento con autografiarme su novela “Tequila Coxis”, donde nuestro grupo del CCC de México era protagonista de espíritu, rebeldía y estampa.

Eduardo García Aguilar ha sido la sorpresa que diciembre guardaba, descubriendo desde el lugar de los mundos perdidos (allí donde un ángel guardián todo lo mira y lo guarda) aquel encuentro entrañable esculpido desde el alma misma de una ciudad fría, angustiosa, que se inquietaba en su frenesí de espera al año nuevo que fue el 2005.

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Publicado en Hoy, República Dominicana. 5 de marzo de 2005.

 

domingo, 14 de enero de 2024

ALAIN DELON: MITO Y TRAGEDIA

Por Eduardo García Aguilar

A los 88 años de edad la gran estrella Alain Delon (1935), ídolo mundial durante décadas y considerado junto a Brigitte Bardot uno de lo dos símbolos vivientes de la cinematografía francesa, está inmerso ahora en una tragedia familiar pues sus tres hijos se destrozan entre ellos por intermedio de la justicia, sin duda en torno al reparto de la herencia, y él mismo demanda a su hijo mayor por difamación.

Como en las viejas tragedias griegas se ha declarado la guerra cruzada entre sus hijos Anthony y Alain Fabien contra Anouchka, la preferida, mientras el otrora adonis agoniza en una enorme propiedad que hace parte de una inmensa fortuna acumulada en más de medio siglo de triunfos en el cine, el teatro y los negocios.

Todo parecía indicar que el clan estaba unido cuando hace meses los tres hijos decidían demandar a una sexagenaria de origen japonés que habría sido amante del actor durante décadas y desde hace años vivía con él en Douchy, una de sus grandes propiedades cerca de Fontainebleau, encargada de cuidarlo y animarlo tras un accidente vascular cerebral y el avance de su disminución física y mental. Ella se considera su amada, pero los hijos la consideran solo una empleada.

La justicia decidió no tener en cuenta las demandas presentadas en contra de la japonesa por elementos acusatorios insuficientes y archivó el caso, dejándola a ella y a quienes la apoyan en una posición confortable, ya que el propio Delon en muchas ocasiones la denominó como su pareja y hay muchas fotos donde aparecen juntos tomados de la mano.

La mujer ayudó a Delon a recuperarse lentamente después del inicio de su enfermedad y sin duda a futuro habrán de reconocerle su estatuto y será indemnizada por sus años de trabajo y resarcida por haber sido expulsada con violencia de la finca del actor este año por guardaespaldas de los dos hijos varones, ambos con pasado judicial y una vida plagada de escándalos.

Delon, que tuvo una infancia y una adolescencia difíciles, fue también en su momento un polémico hombre involucrado en relaciones con mafiosos en el famoso caso Marcovik, que salpicó incluso al presidente Pompidou, y se caracterizó a lo largo de su vida por ser un mal padre y una persona agresiva y violenta, un divo arrogante que gozaba con fuerza de su fama mundial y su inmensa fortuna.

Delon tuvo en 1962 un hijo con la cantante alemana Nico, estrella de Velvet Underground y amiga de Andy Warhol, que era su vivo retrato, su doble perfecto, y que incluso fue criado por la madre de Delon, pero él nunca quiso reconocerlo. Ari Boulogne fue afectado por ese injusto rechazo paternal y en su vida experimentó múltiples internamientos psiquiátricos causados por las adicciones que lo llevaron a la muerte en 2023 a los 60 años y en la miseria, en otro caso trágico que acaparó las portadas de las revistas y mostró la frialdad de Delon.

Los otros dos hijos varones a su vez fueron maltratados por el padre autoritario y cruel y ellos a su vez le causaron muchos problemas en la adolescencia y primera juventud, que llegan ahora a su culmen cuando ambos acusan a Anouchka, su hija preferida y principal heredera, de ser cómplice de la japonesa y tener turbios intereses financieros al intentar trasladarlo a Suiza. Ella demandó a sus hermanos por difamación.

Todos los días diarios y revistas abordan el tema con amplio despliegue, mientras la justicia asumió el caso y acaba de nombrar a un médico oficial que se encargará de dictaminar sobre su verdadera situación de salud y sus necesidades, lo que podría terminar en una declaración oficial en torno a un futuro bajo tutela y protección judicial.   

Delon quería terminar sus días en calma, lejos de los reflectores e incluso había pedido que lo dejaran eutanasiarse en Suiza, pero el destino lo ha atrapado y del mito y la gloria ha caído en las redes de la tragedia de la vida humana, con sus fluctuaciones y dramas y el fin ineluctable que es igual para todos, ricos o pobres. El ídolo se apaga y sus admiradores asisten sentados en sus sofás al espectáculo de su sacrificio ritual.

Nos quedan eso sí los magníficos filmes donde actuó, como A pleno sol (1959) de René Clement, Rocco y sus hermanos (1960) y El Gatopardo (1963) de Luchino Visconti, El eclipse (1962) de Michelangelo Antonioni, El Tulipán negro (1966), El clan de los sicilianos (1969) y Borsalino (1970), entre otras muchas cintas que vieron cientos de millones de personas en todo el mundo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 14 de enero de 2024.









sábado, 30 de diciembre de 2023

EL ESCÁNDALO DE GÉRARD DEPARDIEU

Por Eduardo García Aguilar

El gran actor francés Gérard Depardieu (1948) se ha encontrado las últimas semanas en el centro mediático, inmerso en una violenta polémica nacional que divide a la opinión, políticos y artistas respecto a su comportamiento en materia sexual, sus declaraciones a favor de Fidel Castro, Vladimir Putin y Corea del Norte y su lenguaje soez y vulgar.

Después de la presentación en la televisión del documental Complemento de Investigación donde aparecen fragmentos de una película que filmaba el también polémico escritor Yan Moix en Corea del Norte con el famoso actor, múltiples sectores de la opinión pidieron que se le retiren a Depardieu los honores y condecoraciones como la Legión de Honor e incluso se dejen de ver sus películas, debido a unas declaraciones que a su parecer son machistas, libertinas, groseras y desconsideradas con las mujeres, pero que, según el director del filme, eran ficción.

El escándalo llegó hasta la misma presidencia de la República, ya que el joven mandatario francés Emmanuel Macron habló por televisión muy airado ante todo el país defendiendo a la estrella cinematográfica que "enorgullece a Francia", reivindicó su presunción de inocencia y abogó por evitar su cancelación, pues dijo que "detesta la caza de brujas".

Macron habló después de que la ministra de Cultura hubiera iniciado un proceso para contemplar la posibilidad de quitarle la Legión de honor recibida hace tiempo, lo que significó una humillante desautorización pública a la frágil ministra. Después unas 50 figuras famosas de todos los sectores publicaron una carta donde hablan de los méritos del actor, sin duda uno de los más grandes del último siglo al lado de Jean Gabin, Yves Montand, Alain Delon, Jean Paul Belmondo, entre otros.

Su expareja la actriz Carole Bouquet, quien vivió diez años con él, dijo que jamás fue violento o abusivo con ella y alertó sobre la fragilidad del artista, atacado desde todos los frentes como si fuera un "monstruo", cuando, según ella, es un hombre, que aunque vulgar, malhablado y polémico es una persona generosa, buen amigo, amante de la vida, el arte y la buena mesa.

También salieron en su defensa las míticas Brigitte Bardot, Fanny Ardant y Catherine Deneuve, quienes elogiaron su cualidad como persona y actor. Pero las asociaciones de feministas insistieron en que estaban en curso dos demandas por acoso sexual y violación presentadas por jóvenes actrices o colaboradoras. Y las actividades públicas, presentaciones y conciertos del actor han sido cancelados por temor a manifestaciones en su contra.

La gran actriz Sophie Marceau señaló que Depardieu nunca hostigaba a las grandes estrellas sino a las pequeñas colaboradoras y asistentes durante las filmaciones. Otros recordaron que ya en una ocasión había sido borrado de la lista de posibles candidatos al Oscar de Hollywood por versiones en torno a su comportamiento sexual, muy usual en los tiempos de su juventud en los años 60 y 70, cuando se vivían los tiempos del Peace and Love y la liberación sexual generalizada, representados en la famosa película erótica Les valseuses (1974), de Bertrand Blier, que él protagonizó.

Esos comportamientos de liberación sexual desbordada, usuales y tolerados en aquellos tiempos de sexo, droga y rock and roll perdieron auge y recibieron la estocada final con la caída espectacular del director del FMI Dominique Strauss Kahn en 2011, el auge del movimiento Metoo, el encarcelamiento del superproductor de cine Harry Weinstein y la vindicta pública de notables libertinos como el fotógrafo de adolescentes David Hamilton, quien se suicidó por acusaciones de abusos, el ostracismo del director de cine Roman Polanski, cuyas películas ya ni se estrenan, y decenas de figuras de cine, literatura, televisión, política, finanzas y farándula, entre otros.

El siglo XXI ha significado un cambio radical en la percepción de ciertas costumbres de orden sexual y moral practicadas en Occidente, a lo que se agrega el auge de la crítica al patriarcado milenario, el empoderamiento de las mujeres contra del dominio implacable del hombre sobre ellas a través de la historia, consideradas solo como botín de guerra o moneda de cambio tribal o social, comportamientos por desgracia aun vigentes en la mitad del globo dominado por religiones cavernarias. 

Este siglo también ha significado el empoderamiento y la visibilidad progresivos de los sectores LGTBQ, humillados y perseguidos desde siempre, e incluso lapidados y ejecutados en la actualidad en muchos países africanos, árabes y asiáticos que persiguen la homosexualidad.

Aunque la justicia aun no se pronuncia sobre las denuncias en contra de Depardieu y habrá que esperarr a su veredicto, como lo pide el presidente Macron, lo cierto es que este escándalo hace parte de una ola imparable en la que los varones ya no podrán comportarse ni actuar como ocurría antes de este siglo XXI, e incluso la Iglesia católica ha reconocido y pedido perdón por abusos sexuales cometidos por algunos miembros de su clerecía en el pasado en muchos países del mundo. 
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Publicado el domingo 31 de dieciembre de 2023. La Patria. Manizales. Colombia.



domingo, 1 de octubre de 2023

BRIGITTE BARDOT: SÍMBOLO SEXUAL ETERNO (2006)

 Por Eduardo García Aguilar

 
Ella tiene sin embargo un mérito en su atroz vejez: ama a los animales por sobre todas cosas y es una luchadora denodada por sus derechos.
 
 
Aunque ahora es una anciana descuidada y de extrema derecha, y su marido actual es un líder local del neofascista Frente Nacional en la Costa Azul francesa, frente al mar Mediterráneo, Brigitte Bardot fue el símbolo sexual moderno del siglo XX, ante quien palidecen todas las divas contemporáneas del cine y el modelaje. Uno puede admirar a Kate Mosss y Claudia Shiffer, sentirse maravillado por Ornella Mutti, Sharon Stone, Sophie Marceau, Emmanuelle Béart o la brasileña Sonia Braga o celebrar el surgimiento de las nuevas Scarlett Johanson, Isild le Besco, Julia Roberts, Nicole Kidman o Ludivine Seigner, pero nada destrona a esta mujer que creó los más grandes tumultos en los años 60 y 70 del siglo pasado.
 
Más de medio siglo después de su consagración en el filme “Y dios creó a la mujer”, la Bardot es una leyenda tal vez sólo comparable a la italiana Sofía Loren, quien a diferencia suya ha sabido envejecer en la grandeza y la discreción de las grandes leyendas como Greta Garbo y Marlene Dietrich.
 
¿Qué tenía esa mujer? Un cuerpo y una gestualidad únicas para romper con las tradiciones en boga en los años 50, cuando emergió en las pantallas del mundo. Poseía un rostro inolvidable y perverso, una sonrisa tierna y pulposa como ninguna otra y una gracia de gestualidades que la hacía brillar aunque fuera pésima actriz y cantante. Todos los hombres y las lesbianas del mundo soñaron con ella, pues era sexo y deseo puros, ángel total independiente y rebelde de cuyos labios y ojos emanaba la fertilidad hormonal nunca soñada por el Marqués de Sade, Georges Bataille, Alain Robe-Grillet y Charles Bukowski juntos. Tenía los labios más carnosos de la historia, ventosas del mal y el bien y su rostro realzado por el rímel, el maquillaje y el lápiz labial era tentación y ejemplo para las Lolitas de su tiempo. Ninguna, ni Marylin Monroe, a quien admiraba, o Catherine Deneuve, que pretendió emularla infructuosamente, lograron superarla en la leyenda del ser oscuro objeto del deseo mundial de mujeres y hombres.
 
Nació en 1934 en el seno de una familia burguesa tradicional parisina y desde muy niña dio muestras de una belleza excepcional, como lo muestra la foto en que aparece vestida de organdí blanco en su primera comunión en 1945 y sus iniciales fotos de bailarina, donde se destacaban sus inmejorables y deseables piernas. Su primer esposo y descubridor fue Roger Vadim, una de esas típicas leyendas del donjuanismo francés, que más tarde corroboró sus méritos al llevar a la cama y al altar, entre sólo algunas de sus conquistas, a Catherine Deneuve y Jane Fonda.
 
En 1956, Bardot, al interpretar la danza de mambo en Y dios creó a la mujer dio el paso hacia la fama mundial bajo la mirada de Jean-Luis Trintignan, quien la robaría a Vadim, e iniciaría la vasta lista de sus múltiples amantes, entre quienes figuraron el apuesto cantante Sacha Distel, Jacques Charrier, Sami Frey, el playboy alemán Gunter Sachs, el cantante Serge Gainsbourg y otros con nombres triviales como Patrick y Christian y decenas y decenas de hombres que la convirtieron en una de las más deliciosas libertinas de su época. Pero al llegar a la madurez rechazó operaciones y maquillajes inútiles y dejó que la fealdad aflorara poco a poco de las tersuras de su rostro, hasta convertirla en la odiada bruja derechista que hoy es, con sus declaraciones xenófobas y sus discursos más reaccionarios.
 
Brigitte Bardot tiene sin embargo un mérito en su atroz vejez: ama a los animales por sobre todas cosas y es una luchadora denodada por sus derechos. Perros, caballos, martas, gatos, conejos, gatos, manatíes, ballenas, caballos, monos, gorilas, chimpancés, leones, tigres, panteras, jaguares, aves, reptiles, quelonios: todos ellos tienen en ella a una defensora irreductible frente a la depredación de la humanidad. Aunque odie a los hombres de supuestas razas inferiores, a los extranjeros árabes, negros o asiáticos que según ella le quitan el pan a los franceses, tiene ternura por todas las bestias y criaturas que sufren torturas en laboratorios o son objeto de abandono, maltrato, caza y pesca exageradas.
 
Como depredadora sexual que fue amó y devoró gozosa y sin límites y como pocas a su vecino animal el hombre, que a su vez la gozó, la poseyó y la deseó en todas las pantallas del orbe. Brigitte Bardot fue la diosa del siglo XX, y su cabellera y su cuerpo perfumados pasarán a la historia como en su tiempo las más bellas esculturas griegas o las Venus de Boticelli u otros maestros italianos. Por eso triunfó con un filme llamado Y dios creó a la mujer. Cada día en el mito los dioses la crean y Francia con ella alcanza las alturas sublimes de Juana de Arco, incendiada en la hoguera de la intolerancia. Su horror crepuscular es nada frente a su lúbrica leyenda.
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Texto escrito en 2006, incluido en el libro París exprés, Crónicas parisinas del siglo XXI. Publicado en Madrid, en 2016, por la Editorial VErbum.

viernes, 17 de febrero de 2023

DE RAQUEL WELCH AL CHE GUEVARA

Por Eduardo García Aguilar

Se ha ido también Raquel Welch (1940-2023), una de las actrices norteamericanas icónicas de la segunda mitad del siglo XX, famosa por el afiche en que aparece en un bikini prehistórico de piel de venado en la película Un millón de años antes de Cristo, dirigida por el británico Don Chaffey en 1966, filmada en las Islas Canarias y difundida con fuerza en América y el mundo por la 20th Century Fox.

La imagen de la actriz, de padre boliviano y madre norteamericana, se convirtió de inmediato en una figura del imaginario erótico de aquellos tiempos al lado del Che Guevara, quien fue ejecutado en Bolivia en 1967, cuando la película recorría el mundo en esos años que sociólogos contemporáneos califican de cruciales para el cambio de época y el fin definitivo de las remanencias culturales arcaicas en muchas partes del planeta. Esos momentos son cíclicos y parecen huecos negros o explosiones volcánicas culturales que remecen las estabilidades anteriores. En el futuro surgirán otros episodios de ese tipo como en el pasado ocurrió con el Renacimiento.

La película hace convivir de manera absurda a los dinosaurios con los hombres prehistóricos en una serie de escenas de efectos especiales que hoy nos parecerían cómicos a todos por su torpeza e ingenuidad. Y allí en ese difícil tiempo imaginario se destaca la bella y escultural heroína de nombre Loana que se enfrenta con los suyos a las bestias y los apocalipsis terráqueos como una amazona y defiende a su tribu poco a poco devastada por la realidad.

Welch quedó atrapada en la imagen de ese afiche como el Che Guevara permaneció suspendido en la foto de Korda que figura en camisetas y cachuchas y nada ni nadie pudo salvarla a ella de ese cliché, aunque actuara después con grandes actores y se convirtiera en una exitosa empresaria y en mujer de carácter y fuerte personalidad, como muchas de su generación. Y el Che nunca imaginó que más de medio siglo después su imagen aun circularía por ahí.  

Ya se vislumbraba entonces lo que el artista Andy Warhol definió como los 15 segundos de celebridad mundial a los que todos los seres humanos tienen derecho alguna vez en sus vidas por azar. Aunque los medios audiovisuales han dado un salto infinito en el último medio siglo con la era internet y el fin de los tiempos editoriales de Gutenberg, ya por entonces los instantes televisivos, fotográficos o cinematográficos volaban como el fuego incendiando el mundo y los gestos e imaginarios quedaban plasmados para siempre: el máximo de todos, los primeros pasos en la Luna del primer astronauta Neil Amstrong.

Antoine Compagnon, profesor del Colegio de Francia y uno de los investigadores más reconocidos sobre diversos fenómenos literarios y culturales de nuestra época, dedicará en breve varias conferencias magistrales en la Biblioteca Nacional de Francia a lo sucedido alrededor del  año 1966, que para él concentró de manera especial movimientos sociales, artísticos y culturales que ya venían larvados desde los años 50, pero explotarían como deflagración años después con  la revolución de mayo del 68 y el renacimiento pop de los años 70. Durante mucho tiempo creyó estar engañado por un asunto generacional, pero el tiempo lo ha convencido de la pertinencia de emprender ese estudio.

La juventud, hasta entonces controlada por estrictas costumbres y rígidos valores patrióticos y morales, se rebelaría en una serie de movimientos que aun hoy impactan a los estudiosos como las protestas por la guerra del Vietnam, el auge de las reivindicaciones de la población negra liderada por el líder Martin Luther King, asesinado en 1968, lo que iba acompañado por el auge de la ideología del Peace and Love, la liberación sexual, el auge del rock con figuras como Janis Joplin, Jim Morrison, Carlos Santana, Jimmy Hendrix y los Rollings Stones, entre otros muchos grupos y estrellas individuales que aun hoy siguen dando guerra, como los octogenarios Mick Jager y el beatle Paul McCartney.

Todo eso constituyó un proceso definitivo de asesinato al padre, algo que ya teorizaba desde inicios del siglo Sigmund Freud y todo el movimiento psicoanalítico mundial originado en Viena. La juventud plantó cara al patriarca falocrático y desde entonces en Occidente empezaron a cambiar las costumbres laborales, vitales, sexuales, de género, asuntos que aun hoy siguen moviéndose en el siglo XXI, aunque al otro lado del planeta el autoritarismo, el fanatismo y la represión se solidifican con los totalitarismos y las teocracias y sus trágicas emanaciones yihadistas de Al Qaida y el Estado islámico. 

Welch dijo en contra de su mito que «mi padre maltrataba a mi madre y por eso decidí que mis relaciones con los hombres no estarían basadas en la sumisión. Nunca quise ser un icono sexual, y me costó décadas reconciliarme con mis pósteres. Soy más interesante que una chica prehistórica en bikini». Pero su huella ha quedado y sigue viajando en el siglo XXI al lado de la pose martirológica del Che. Muchas figuras de esa revolución cultural popular mundial murieron muy jóvenes como Joplin, Hendrix y Morrison, y otros y otras poco a poco se van ahora y quedan en la historia de nuestro tiempo.  
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 19 de febrero de 2023.


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lunes, 13 de febrero de 2023

LO QUE LOLLOBRIGIDA SE LLEVÓ

Por Eduardo García Aguilar


Cada semana desaparece alguna estrella cinematográfica, gran actriz o director, y por las reacciones amplias y duelos que causan esas partidas, ya sea a nivel local o mundial, nos damos cuenta del papel crucial que el séptimo arte ha desempeñado en casi siglo y medio de existencia entre la población del planeta, ávida siempre de cuentos e imágenes sin fin como en Las mil y una noches.

El viernes despareció el español Carlos Saura a los 91 años y toda España recuerda con pena su vasta obra y los múltiples premios obtenidos en su larga carrera cinematográfica, especialmente con su famosa película Cría Cuervos, metáfora de los peores momentos vividos por el país. Semanas antes, el 16 de enero de 2023, nos dejó a los 95 años la mítica italiana Gina Lollobrigida, que como casi todas las grandes divas del siglo XX vivió longeva, retirada en su mansión romana, como una deidad inaccesible, caracterial y milagrosa.

Los mejores directores de cada país se convierten poco a poco en pilares de las nacionalidades que representan y con su difícil actividad de creadores, artesanos y empresarios que saltan todo tipo de obstáculos personales, técnicos y financieros para realizar sus sueños, se vuelven ejemplos de tenacidad y valor como héroes, gladiadores del mundo contemporáneo.

Cada país tiene sus directores fetiches como Orson Welles, Alfred Hitchkok, Federico Fellini o Stanley Kubrik, que al desaparecer causan duelo y marcan el fin de una época. Y de lado de los actores,  ya puede uno imaginar el tumulto que provocarán en su momento las partidas de figuras francesas de leyenda como Alain Delon y Brigitte Bardot, cuyos rostros, voces y cuerpos constituyeron en su momento devastadores objetos del deseo en el mundo entero.  

Pienso en ello ahora que muchos recuerdan a la gran Gina Lollobrigida (1927-2023), actriz italiana que saltó a la fama al aparecer en 1956 en la cinta Notre Dame de París de Jean Delannoy en el papel de la famosa Esmeralda, gitana de la que se enamora Quasimodo en la novela de Victor Hugo. Después reinó casi sin rivales en las más altas esferas del cine hollywoodense como mito inaccesible, cumbre de la que nunca fue desplazada por nuevas actrices de su país como Sofía Loren o Mónica Vitti y otras bellezas que saltaban sucesivamente a la fama.

Tuvo la suerte la italiana de ser descubierta cuando estaba en auge el cine italiano con una pléyade de magníficos directores como De Sica, Rossellini, Fellini, Antonioni, Pasolini, y Hollywood se dedicaba a realizar monumentales superproducciones en Technicolor donde se lucían figuras como la genial Elizabeth Taylor, que representó a Cleopatra al lado de su futuro esposo Richard Burton en el papel de Antonio, bajo la dirección de Joseph L. Mankiewicz. Ben-Hur, Espartaco y Los diez mandamientos son algunas de esas otras gigantescas producciones inolvidables que aun hoy impresionan.

Humphrey Bogart, Charlton Heston, Gregory Peck, Anthony Quinn, Burt Lancaster, Yul Bryner, Paul Newman, Omar Shariff y decenas estrellas masculinas actuaban junto a deidades de la pantalla entre las que se destacaban de lado estadounidense Bette Davis, Rita Hayworth, Lauren Bacall, Marilyn Monroe y Grace Kelly,  o Marlene Dietrich, Gina Lollobrigida, Jeanne Moreau e Ingrid Bergman de lado europeo, entre otras muchas.

En todo el mundo las salas cinematográficas se convirtieron en centros vitales de la vida cotidiana de generaciones, como lo atestiguaban las colas interminables y las expectativas que generaban las nuevas cintas en las ciudades, fascinadas al instante por aquel mundo imaginario propiciado por el séptimo arte.      

La temperamental Lollobrigida vivió como otras estrellas y magnates en una mansión de la tradicional Via Appia en Roma, donde pese  a la edad avanzada seguía tratando de hacer lo que quisiera en medio de los escándalos y la larvada lucha por su herencia entre su joven asistente Andrea Piazzola, con el que vivía y viajaba, y la propia familia representada por su hijo y el nieto, hasta que la justicia la puso en curatela contra su voluntad.

Mujer de carácter, la italiana que fue dirigida por John Huston al lado de Humprey Bogart en La burla del diablo (1953), completó un historial cinematográfico impresionante e inigualable, lo que no le impidió tener también aspiraciones políticas como candidata al parlamento europeo y representante de buena voluntad de Naciones Unidas.

En sus últimos años tuvo ánimo para protestar de manera airada por la decisión judicial que la forzaba a la curatela y al control de sus asuntos financieros por cuidadosos albaceas. La casi centenaria luchó hasta al final para ser la indómita que tantas veces representó en la pantalla. Una indómita sedienta de libertad. Igual que ella en Italia, en México reinó otra contemporánea suya, la gran María Félix, temida por los hombres más poderosos en un país de patriarcas violentos y quien siempre dijo las cosas de frente y sin cortapisas ni hipocresías.

Como Marlene Dietrich, Lauren Bacall, María Félix y Elizabeth Taylor y tantas otras altivas actrices del siglo XX, con la Lollobrigida se va un estilo de reinar y de ser en la vida y en el escenario. Todas ellas son precursoras de una insurgencia guerrera de género que se nutre de los antiguos matriarcados y la mitografía de las amazonas de otros tiempos frente a quienes los hombres temblaban. Un estilo que Lollobrigida se llevó del mundo para siempre. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 12 de febrero de 2023.









jueves, 15 de diciembre de 2022

ROMA LA ETERNA



Por Eduardo García Aguilar

Siempre hay una atmósfera de eternidad en Roma, la ciudad a la que el gran poeta francés Joachim du Bellay dedicó un largo poema de 35 partes donde celebra los misterios de su antiquísima existencia, palpable en las ruinas que maravillaron desde hace siglos a los viajeros que la visitaron desde los tiempos bíblicos, como ese trotamundos de Paulo de Tarso o los principales autores del romanticismo, el alemán Goethe, el francés Chateaubriand y el británico Lord Byron y por supuesto el héroe latinoamericano por excelencia, Simón Bolívar, que inspiró a su vez a varias generaciones de románticos.

Podría decirse que Roma era la Nueva York del universo conocido en ese entonces para los contemporáneos del Imperio, quienes al llegar desde territorios lejanos no podían creer lo que veían, como ese magno Mausoleo de Augusto, o las construcciones de Adriano o Nerón, cuyas ruinas aun perviven junto al río Tíber y desde donde se veía el trazado de la urbe con su intrincado laberinto de callejuelas y edificios de varios pisos, mercados, plazas, foros, escuelas, coliseos, estadios, templos, comercios, baños termales, puentes, acueductos, construidos todos con pericia por arquitectos que impusieron su estilo y talento en todas las provincias y capitales.

Esos mismos constructores trazaron cientos de miles de kilómetros de carreteras empedradas que llegaron a los confines más lejanos del Imperio, así como murallas, faros y torres vigías desde donde vigilaban la seguridad de los territorios. Los rastros de esas construcciones perviven como ruinas en toda la extensión de aquella gran aventura inolvidable que nos recuerda que nada nuevo hay bajo el sol.

Pero en Roma la magnitud de ese poder llegó a niveles insospechados que el transeúnte actual de la ciudad ve en las murallas ocres esparcidas entre la urbe moderna y en las columnatas, obeliscos y edificaciones de ladrillo que aun siguen en pie venciendo tiempo, catástrofes, guerras, preparados para vivir futuros milenios. 
 
Joachim du Bellay (1522-1560) dedica ese largo poemario al rey para recordarle la grandeza de aquel pueblo y recomendarle se inspire en esa obra para dejar huellas. El poemario de este gran bardo francés renacentista es en cierta forma la versión escrita de los grandes monumentos y un monumento en sí mismo. Porque la literatura, la poesía, el ensayo, pueden convertirse en monumentos inmateriales. 
 
He llegado a la Plaza del Pueblo y en medio de esa atmósfera vegetal y una caída del sol crepuscular color fucsia y naranja que dio paso más tarde a la emergencia de la luna llena, acompañada por un brillante lucero planetario, he girado hacia el Mausoleo de Augusto, en cuyo entorno desde hace más de un siglo se realizan trabajos para destacarlo como uno de los centros ceremoniales más impresionantes de la ciudad. 

En pancartas alusivas a las obras se muestran los diferentes trabajos realizados a lo largo del siglo XX y se ve una foto donde Mussolini, con pico y pala, contribuye a la demolición del barrio que se había incrustado alrededor del monumento a  través de los tiempos. En breve, cuando terminen los trabajos, el Mausoleo donde están enterradas las cenizas de muchos emperadores, quedará despejado como en sus viejos tiempos. 

A un lado, en una vieja iglesia que hace parte del proyecto urbano en torno al Mausoleo de Augusto, una misa solemne pronunciada por varios sacerdotes en medio de magníficos cánticos, nos recuerda que no estamos lejos del Vaticano y del papa Francisco, y que esta ciudad ha sido centro de los más grandes rituales del ya antiguo cristianismo milenario. Más adelante llego por fin de nuevo al río Tiber y cruzo el puente hacia el barrio Trastévere, agitado este jueves por la alegría de un puente vacacional, el avance raudo de diciembre y la celebración de la fiesta de la Befana, encabezada por esa pequeña brujilla que trae los regalos.

Cada vez que vengo a Roma pienso en esos viajeros gloriosos o anónimos que han sentido la misma atmósfera y percibido los cipreses y los pinos y la naturaleza peculiar que son bañados por los aires del Mediterráneo, entornos y paisajes que atrajeron en su tiempo a los primeros pobladores y que a través de los milenios siguen haciendo de este lugar el reino de una Dolce Vita imaginaria a veces rota por las guerras, los incendios neronianos, los magnicidios y las sombras oscuras de la peste.

¿Cómo no pensar en el gran cine italiano de la posguerra, en Vitorio de Sica, Michelangelo Antonioni, Roberto Rossellini, Federico Fellini, en el gran Pier Paolo Pasolini y las divas de siempre Monica Viti, Gina Lollobrigida, Ana Magnani, Sofía Loren, Claudia Cardinale y Ornella Muti? ¿Cómo no pensar en Leopardi, Garibaldi, Gabrielle D'Annunzio, Alberto Moravia, y los poetas Cesare Pavese, Giussepe Ungaretti y Mario Luzi? En Roma se respira arte, poesía y literatura y la sombra de Miguel Angel o Leonardo da Vinci salen a nuestro paso, mientras flota en el aire el aroma inconfundible del café. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 11 de diciembre de 2022.
 * Foto del Mausoleo de Augusto de Eduardo García Aguilar.



sábado, 14 de noviembre de 2020

LOS MILAGROS DE ORFEO NEGRO



Por Eduardo García Aguilar

Tuve la fortuna de que a mi madre Cleo le encantara el cine y me llevara con frecuencia a acompañarla a ver películas inolvidables, entre ellas Orfeo Negro, de Marcel Camus, basada en una pieza teatral de Vinicius de Moraes, que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1959, se ha convertido en un mito cinematográfico sobre el Carnaval de Río y contribuyó a la difusión mundial de la bossa nova, ya que la música estaba compuesta en parte por el gran Antonio Carlos Jobim.  

Aquella película, a la que asistimos con una amiga suya y su hijo, se proyectaba en el famoso Teatro Olympia, una de las más importantes joyas arquitectónicas de Manizales, que fue demolida después. Tal fue la impresión de comunicarme a tan temprana edad con ese exótico mundo onírico y trágico acompañado por la pegajosa samba popular brasilera, que durante mucho tiempo me acordé de algunas escenas de la película, sus melodías y la atmósfera que reinaba en aquel majestuoso teatro de amplia platea y varios pisos circulares donde se proyectaron los clásicos de aquellas décadas.

En esa enorme pantalla los jóvenes de varias generaciones locales vieron películas donde actuaban estrellas de los tiempos de Marlene Dietrich, Bette Davis y Rita Hayworth, pasando por los de Lauren Bacall y Humphrey Bogart, hasta los de Sofia Loren, Raquel Welch, Marcelo Mastroiani, Gina Lollobrigida y Monica Vitti. En esos tiempos la ciudad estaba dotada de grandes teatros como el Olympia, Caldas, Colombia, Cumanday, Manizales y el recién construido y fabuloso Teatro Fundadores, donde vi con ella Gran Prix, protagonizada por Yves Montand.
 
Cada sala de cine dejó una marca indeleble. En el Cumanday vi adolescente la magnífica Blow Up de Michelangelo Antonioni, basada en un cuento de Julio Cortázar, que significaría un parteaguas vital y literario. En el Cine Colombia asistí a películas de Elvis Presley, del cómico genial Jerry Lewis y una serie de filmes de viajes espaciales que estaban de moda en los tiempos de la llegada del hombre a la luna y  proyectaban en las matinés y las largas tardes de los sábados. En el Caldas me marcó Ayer hoy y mañana con Sofía Loren y en el Manizales, mucho antes, El ladrón de Bagdad.
 
Pero Orfeo negro se convirtió en una especie de "magdalena" proustiana personal y muchas veces me crucé con las melodías centrales de aquel filme, por lo que he sido siempre seguidor incondicioanl de Jobim, ya sea solo o acompañado por Joao Gilberto, Vinicius de Moraes, Toquinho o Elis Regina. El culmen de esa afición por la bossa nova llegó cuando a lso 23 años viví un semestre de otoño e invierno en un apartamento amoblado de la calle Pigalle, que me había dejado mi amigo Philippe Martellet con una colección discográfica de bossa nova que escuchaba sin cesar y me convirtió casi en experto.
  
Antes de la irrupción del Covid 19 en el mundo volví a reencontrarme con Orfeo Negro en el cine Champollion de la rue des Ecoles, donde se presentan películas clásicas restauradas y acuden estudiantes del barrio latino que hacen largas colas bajo la llovizna cuando la ciudad no está confinada o bajo toque de queda por el virus. Esta vez obsequiaban un pequeño afiche orginal de la película y la sala estaba llena a reventar. Los meandros de las favelas de Rio de Janeiro, el clímax carnavalesco de la tarde, la oscuridad de la noche, la pasión, el amor y la muerte volvían entre las luces agónicas de la fiesta.

Orfeo negro no solo es la película mítica, un clásico que cuenta la tragedia de Orfeo y Eurídice, sino que en ella, en un instante mágico, confluyen como por milagro todos los futuros protagonistas de esa ola musical que se adueñó del mundo y hoy sigue viva. Vinicius de Moraes, quien con Jobim hizo La chica de Ipanema, fue un diplomático de talento y poeta moderno que figura ya en el canon de la poesía latinoamericana del siglo XX. Retirado de su actividad diplomática, terminó convirténdose en un cantante de moda, acompañado por los más talentosos músicos de su tiempo.

Como todo instante iniciático, ir con la madre al no menos mítico Teatro Olympia a ver esta película fue como abrir una serie de ventanas al arte, al teatro griego, a la música popular, a la noche, al deseo, a la fiesta y al amor contrariado que alimenta todas las tragedias literarias y reales de la existencia. Producida con dificultades, la película de Camus nunca dejó de dar sorpresas e hizo milagros. Cuando descubrieron que Breno Mello, el actor que interpretó a Orfeo, vivía pobre y olvidado en Porto Alegre, lo invitaron a Cannes, medio siglo después, para celebrar la gloria del filme. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 15 de noviembre de 2020.    

sábado, 29 de agosto de 2020

LAS MIL BATALLAS DE ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL


Por Eduardo García Aguilar
 
 Siendo muy joven y rebelde, Gustavo Álvarez Gardeazábal (1945) publicó en el lapso de unos cuatro años años varias novelas que se convirteron en clásicos de la narrativa colombiana y latinoamericana como Cóndores no entierran todos los días, Dabeiba, La boba y el buda, El bazar de los idiotas, entre otras. Su irrupción en la literatura colombiana fue vertiginosa en los primeros años de la década del 70 del siglo pasado, que también vio emerger a otros autores de su generación como Oscar Collazos, Fernando Cruz Kronfly, Héctor Sánchez, Umberto Valverde, Fanny Buitrago, Alba Lucía Angel, Roberto Burgos y R.H. Moreno Durán, entre una veintena de autores magníficos que constituyen una poderosa generación que aun se debe estudiar y valorar.

Pero Gardeazábal surgió casi como una explosión volcánica contra viento y marea, dispuesto a contar con un lenguaje propio y local las historias ocurridas en su terruño, Tuluá, en tiempos de la horrorosa violencia entre liberales y conservadores en medio de la cual vio la luz del mundo hace 75 años. Su objetivo era hacer clásico e internacional el lenguaje de la chismografía de su pueblo natal Tuluá, pues considera que hay un rico y específico modo del castellano, que él denomina el "tulueño". Así como Proust tenía su jerga de frases interminables en un estilo exquisito donde sonaba el habla de los salones aristocráticos de París a fines de siglo XIX y comienzos del XX, Gardeazábal hilaba, tejía, serpenteaba, entrelazaba las historias a través de palabras que como pólvora se regaban y explotaban en todos los sentidos, en un endemoniado fuego prirotécnico, galáctico, generalizado y en espiral.

Cóndores no entierran todos los días se convirtió en el emblema de esa narrativa de la violencia a través de la historia de un temible pájaro contada desde todos los ángulos con su prosa musical, barroca y churrigueresca, poderosa y fértil enredadera florecida y venenosa que se reproducía a toda velocidad, impulsada por una savia devoradora sobre muros, techos, aceras, zaguanes, cementerios, patios e iglesias del pueblo natal. El gran Francisco Norden la llevaría después al cine, en la que tal vez sea la película colombiana más importante del siglo XX.  

Uno tras otro iban saliendo sus novelas y libros de cuentos que ganaron premios internacionales en España, se convirtieron en best sellers y fueron traducidos a varias lenguas, entre ellas el polaco, el inglés, el alemán, el italiano y el húngaro. Como siempre ambicionó a lo grande, se dio cuenta de que para figurar en Colombia tenía antes que publicar y sonar primero en el extranjero, pues la literatura colombiana de su tiempo, como la de hoy, siempre ha estado centralizada en la hegemonía bogotana que mira de reojo a las creaciones de autores nacidos o activos en otras regiones. El costeño Gabriel García Márquez lo había precedido en esa reivindicación de lo local, y como él, tuvo que publicar lejos de su patria para que lo tuvieran en cuenta los capataces literarios de la Atenas suramericana.    

Gardeazábal no se sentó en los laureles conquistados como un guerrero griego antes de cumplir los 30 años. Siempre ha sido un autor incómodo, polémico, odiado y admirado, ya que nunca ha tenido pelos en la lengua para expresar sus opiniones que desde el principio fueron contra todas las corrientes políticas y sexuales. Cuando la izquierda dogmática dominaba el pensamiento en las universidades, el era el único tribuno estudiantil opositor que enfrentaba a las divas revolucionarias, muchas de las cuales, comunistas, maoístas, guevaristas, camilistas, trotskistas, fueron exterminados o se apaciguaron después y entraron al redil.

Y fue un verdadero precursor, pues muchas décadas antes del auge del movimiento LGTB, él ya exponía al viento sin
complejos su homosexualidad con un orgullo en un país que es y ha sido fundamentalmente machista, camandulero y conservador.
Varios de sus libros tienen héroes homosexuales como El Divino y la Misa ha terminado y vestido él también como diva sesentayochera con pantalones de rayas blancas y rojas y camisas floreadas, expresaba su elocuencia desde todas las tribunas y púlpitos asustando monjas, horrorizando obispos, alcaldes, presidentes y desestabilizando a los pontífices con sus báculos de hoz y martillo. Tal vez, como destaca Isaías Peña Gutiérrez, esa hidra de varias cabezas, a la vez conservador y volteriano, convencional e irreverente, mojigato y lúbrico, se nutre del contradictorio imaginario familiar, pues su padre fue godo y su madre liberal. 

Esa inasibilidad permanente de Gardeazábal, la indómita fuerza para evitar ser etiquetado, el carácter impulsivo y quijotesco le han causado al autor tulueño múltiples problemas y también lo condujeron a vivir aventuras que lo convierten a su vez en personaje de novela. Con más de diez novelas publicadas y un reconocimiento literario sólido se aventuró como otros autores latinoamericanos en las aguas turbias de la política. En una carrera política veriginosa como su vida literaria, fue alcalde su pueblo y llegó a gobernador del Valle con una votación gigantesca que en algún momento lo hizo sonar como probable candidato a la presidencia, igual que su amigo Vargas Llosa en Perú, pero se le atravesaron las arañas de la intriga y terminó experimentando la cárcel, experiencia que ha enriquecido a grandes autores como Miguel de Cervantes Saavedra y Alvaro Mutis, entre otros.   

Ahora que ya es un sabio sereno que mira el paisaje planeando desde las altas cumbres como los cóndores de los Andes, más allá del bien y del mal, dotado de la poderosa inteligencia que siempre lo ha caracterizado, sus coterráneos le hacen un homenaje por su llegada a edad tan venerable. Convocados de manera virtual a causa de la pandemia de coronavirus por su amigo el poeta Omar Ortiz, muchos críticos y escritores fueron convocados para debatir esta semana de agosto, previa a su cumpleaños el 31 de agosto, en torno a su vida y obra.

Sentado en su estudio, ataviado con sus inconfundibles, amplias y elegantes camisas, con dicción pausada y mirada de águila, respondió a las preguntas de Isaías Peña Gutiérrez, quien lo conoce y lo ha seguido y estudiado desde el principio. Con Johnattan Tittler, que acaba de traducir al inglés después de arduo trabajo Cóndores no entierran todos los días, habló de las dificultades de trasladar el lenguaje suyo a la lengua de Faulkner y Capote y con Darío Henao abordó sus primeras tareas como profesor de literatura en Cali y Pasto y su rebelión contra las modas semióticas e ideológicas que venían de Europa. Verlo en plena forma y activo después de tantas peripecias extraliterarias ha sido una alegría para quienes sabemos que su obra es rica e imprescindible. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 30 de agosto de 2020.

domingo, 13 de mayo de 2018

LA FUERZA DE CABRERA INFANTE

Por Eduardo García Aguilar
 
Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) es uno de los clásicos de la literatura hispanoamericana y su obra crece y se fortalece con el paso del tiempo, porque desde la publicación de Tres Tristres Tigres y La Habana para un infante difunto su escritura se ha convertido en ejemplo de lo que significa la libertad de escribir en todos los aspectos: ampliar y diversificar los espacios de la lengua, abrir ventanas y  puertas a las más descabelladas irreverencias culturales y sociales para que las escuchen todos y enfrentarse a los poderes y las tiranías asumiendo los riesgos.
 
Cabrera Infante llegó a La Habana en 1941 con su familia desde Gibara, en la provincia de oriente, a vivir en los precarios vecindarios donde se apiñaban los pobres del país cuando llegaban a la capital y allí, deslumbrado por La Habana, el cine y el sexo vivió una adolescencia desbordaba y carnavalesca durante la cual adquirió y fortaleció la fuerza de sus palabras ayudado por El Satiricón de Petronio, las revistas norteamericanas y las voces mestizas que se escuchaban en calles, plazas, cines, bares, burdeles, mercados, playas y esquinas de barrio. 
 
Su padre y su madre eran pequeños líderes comunistas en el pueblo de provincia donde vivían y amaban la cultura, el arte y los libros como los zapateros, artesanos, obreros, maestros, pescadores y empleados que adherían en aquel entonces a esas ideas que recorrían el mundo y sembraban ilusiones de cambio en muchos habitantes del planeta hastiados por injusticias, dictaduras y pobrezas.
 
El padre de Cabrera empieza a trabajar por un modesto sueldo en el diario del partido, abriéndole las puertas al mundo de la prensa, los linotipos y las rotativas. La madre está en casa administrando la vida cotidiana de la familia y abriéndole paso en la urbe. Uno tras otros van llegando del pueblo familiares y amigos, ampliando la cofradía, y al mismo tiempo conocen nueva gente, vecinos de todos los orígenes, judíos, negros, chinos, rusos, españoles.
 
El precoz escritor devora libros y películas y empieza a vivir la vida como un pequeño sátiro, rodeado de decenas de vecinas de todas las edades y orígenes, que en la cálida y alegre Habana lo inician en las artes del deseo y el amor. De esa devoración pantagruélica de la vida capitalina con sus múltiples entresijos y laberintos surge el material fundamental de su obra literaria. Fiel a La Habana, Cabrera habría de crear ya en el exilio una de las obras más vivas de la literatura continental y sin duda de la lengua, hermana de la picaresca y de la novela de caballería quijotesca.
 
Cabrera asiste a la Revolución y se decepciona de ella por lo que tras idas y regresos, detenciones y prohibiciones, se queda en el exilio europeo y fija al final residencia permanente en Londres, donde vive con su segunda esposa, la inolvidable Myriam, rodeado de una enorme biblioteca. En la soledad del destierro crea y recrea la vida habanera y en su prosa se reúnen todos los excesos de la literatura cubana, la fuerza rebelde José Martí y los modernistas, el delirio barroco de José Lezama Lima y la poesía de los cultores de la generación de Orígenes. Pero además anida en su prosa el ritmo de las músicas y las danzas tropicales, las truculencias del cine norteamericano y el habla popular de las barriadas.
 
Su prosa es una delicia y se degusta como mango, mamey o guanábana. Es ágil, sorpresiva y viaja acompañada por las melodías del jazz o las voces de los cantantes y las cantantes de boleros. Cada frase, párrafo o capítulo suyo sigue las sinuosas líneas de los cuerpos semidesnudos y cubiertos del sudor de las hembras de su tiempo, la risa de los jóvenes que caminan por el Malecón y pasan la tarde bajo el sol entre el griterío de los vendedores de referscos o frutas.
 
Toda su vida en Londres se dedicó a construir la catedral de sus novelas y entre sus naves, arcadas, escaleras, altares y cúpulas se filtran las voces de una vasta cultura universal y erudita y una gracia escritural que lo acerca a los clásicos más divertidos del castellano, Cervantes, Quevedo y Gracián. Y fuera de las horas de su esclaustramiento como lector, cinéfilo y musicópata, su vida estuvo marcada por la conversación con los amigos y la lucha contra la dictadura, el puritanismo y la intolerancia que se impuso en su país en el marco de los conflictos mundiales de la Guerra Fría.
 
Cabrera Infante, quien obtuvo el Premio Cervantes en 1997, creyó en la Revolución cubana y al inicio trabajó con pasión en medios periodísticos y culturales del gobierno, pero poco a poco fue amordazado por su irreverencia y erotismo. Fue enviado a desempeñar un pequeño cargo diplomático en Europa, pero en uno de sus regresos a la isla fue detenido cuatro meses y censurado y acusado de traidor. Sus obras fueron prohibidas en Cuba, pero circulaban allí clandestinamente, e incluso cuando murió la noticia fue ignorada en los medios oficiales.     
 
Derrotado como todos los exiliados que se rebelaron contra Fidel Castro y la larga hegemonía del Partido Comunista cubano a lo largo de seis décadas, Cabrera Infante resultó victorioso con su obra. Y es probable que algún día, como dijo con humor el gran poeta cubano Gastón Baquero, en los diccionarios en línea se dirá que Castro fue "un oscuro dictador que vivió en una isla del Caribe en tiempos de Lezama Lima", a lo que se agregarían los nombres de Cabrera Infante, Virgilio Piñeira, Dulce Maria Loynaz, Fina García Marruz, Reinaldo Arenas y Severo Sarduy, entre muchos otros. Los gobernantes siempre se han ido al olvido mientras permanecen poetas, músicos y artistas. Desde el más allá Cabrera Infante nos hace reir y gozar porque su literatura es vida, verdad, gozadera y choteo habanero. 
 
 * Publicado en La Patria. Domingo 13 de mayo de 2018. Manizales. Colombia