sábado, 22 de agosto de 2020

ADIÓS A MERCEDES BARCHA


Por Eduardo García Aguilar
 
 Con la partida de Mercedes Barcha (1932-2020), esposa del Gabriel García Márquez (1927-2014), se cierra un capítulo de la historia colombiana que por fortuna está lleno de alegría, magia y misterio. Puesto que el Nobel nacido en Aracataca ha sido la mejor noticia de Colombia en todo el siglo XX y el que más felicidades ha dado al país en medio de tantas tragedias, catástrofes, abusos y mediocridad generalizados, la figura de la sólida matriarca que tanto le ayudó y le dio estabilidad para su actividad creativa se convirtió a su vez en una celebridad mítica, una primera dama esencial que acompañó al país por más de medio siglo entre los ires y venires del escritor por los mundos de la ficción y sus viajes a uno y otro lado del oceáno Atlántico como verdadera estrella de rock.

El autor de Cien años de soledad es tal vez la última figura mundial literaria de la era inaugurada por Gutenberg al inventar la imprenta, que por misterios del destino encarnó en un momento dado la identidad no solo de su país, sino del continente latinoamericano entero y al final de cuentas de todas las culturas del mundo en momentos de guerra fría y rebelión del Tercer Mundo.

Al encarnarse de tal forma y concitar el reconocimiento de la crítica más especializada y del lector popular tanto de los países ricos y nórdicos, como los del hemisferio sur, el colombiano se izó al rango de los más grandes patriarcas de las letras mundiales, al lado de Byron, Goethe, Tolstoi, Dickens, Twain, Victor Hugo y tantos otros que más allá de la literatura tuvieron influencia en los asuntos de la política terrenal en los últimos dos siglos desde la Revolución francesa y la era romántica, hasta la destrucción de las Torres gemelas de Nueva York por Al Qida.

Otros escritores latinoamericanos de su época podían tener obras magníficas como Alejo Carpentier, Miguel Angel Asturias o Julio Cortázar, pero la lengüeta de fuego de la gloria fue más generosa con el colombiano porque en él se daba un misterioso coctel único por su origen popular, su presencia colorida e irreverente y la oportunidad de sus posiciones políticas en el momento preciso y el lugar adecuado. Subido al trono desde 1967, a los cuarenta años de edad, el costeño permanecería desde enconces en lo alto de la ola antes y después de ser consagrado con el Nobel de Literatura en 1982, a la precoz edad de 54 años, lo que lo convirtió en uno de los más jóvenes premiados.

El paso de García Márquez por las capitales del mundo que visitaba era un acontecimiento y su recepción con rango de jefe de Estado mostraba que era casi un papa que estaba por encima del bien y del mal y flotaba sobre un halo milagroso por sobre presidentes, cancilleres, embajadores, ministros, funcionarios, de quienes recibía mensajes secretos u oficiaba como mediador en conflictos e intrigas políticas. Indira Gandhi, François Mitterrand, Bill Clinton, Felipe González, fueron algunos de esos mandatarios que desearon posar como sus amigos y presumían de cenas íntimas y conciliábulos secretos donde siempre estuvo presente Mercedes Barcha como sólido portal de sabiduría egipcia. No en vano él la consideraba el cocodrilo sagrado.

Los colombianos que adolescentes recibimos el rayo enceguecedor de Cien años de Soledad poco después de su salida, esperábamos cada temporada a través de las décadas la aparición de la nueva obra para devorarla y admirarla y así una tras otra nos maravillamos con Los funerales de la mama grande, El otoño del patriarca, la Increíble y triste historia de la cándida Eréndira, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, Del amor y otros demonios y El general en su laberinto, entre otros libros que iban saliendo de su crisol en la calle Fuego 144 del Pedregal de San Angel, en el sur de la Ciudad de México, casa que era como una residencia presidencial donde hacían antesala magnates, estudiantes de literatura, escritores, editores, biógrafos, periodistas y presidentes. A veces volvíamos con estupor a leer El coronel no tiene quien le escriba, La hojarasca y La mala hora, obras escritas antes de la deflagración de su éxito, en los tiempos de vacas flacas de París, cuando muchos lo consideraban "un caso perdido" y vivía un amor con la actriz española Tachia Quintanar.

No era de extrañar que siguiéramos como en su tiempo ocurrió con Víctor Hugo, Goethe y Tolstoi los recorridos mundiales de la celebridad, su paso por París, Barcelona, Madrid, Buenos Aires, Ciudad de México, Londres, Nueva York, Los Angeles, Estambul, Moscú, La Habana, Estocolmo, Nueva Dehli, Atenas, Caracas y tantas otras ciudades que lo vieron llegar alguna vez al lado de Mercedes Barcha. A través de reportajes de prensa o infidencias de los amigos en entrevistas o libros sobre su vida, sabíamos de esa historia de candoroso amor costeño entre hijos de boticarios pobres, de la promesa de volver por ella para casarse cuando estuviera más grande, sus primeros pasos en Caracas, Bogotá y Nueva York cuando él trabajaba para Prensa Latina y el supuesto viaje en un bus Greyhound con el bebé Rodrigo desde la urbe norteamericana hasta la Ciudad de México, donde lo esperaba como siempre su amigo Alvaro Mutis (1923-2013), que le había conseguido trabajo.

La vida de la pareja se había convertido en un relato y casi una telenovela que todos seguíamos. Supimos que cuando el futuro Nobel se dedicó a escribir su obra maestra tras interrumpir de súbito un viaje a Acapulco y escaseaban los recursos, Mercedes Barcha se las arreglaba con el carnicerro de la esquina para aplazar el pago de los bisteces y que negoció con el dueño de la primera casa de San Angel donde vivían para aplazar el pago de la renta durante siete meses. También la vimos como heroína dividiendo en dos el manuscrito para enviarlo por correo a Argentina y así sucesivamente conocimos sus gustos culinarios, la forma como atendía ella misma a los invitados y sus palabras tajantes e irreverentes, como aquella vez que, según José Luis Díaz Granados, regañó a su marido y a Fidel Castro porque conversaban mientras el papa estaba pronunciando la misa en La Habana.

Todos conocimos detalles de su vida en Barcelona en la calle Caponeta donde él escribió El otoño del patriarca y se solidificó el boom, la huída de Colombia cuando estuvo a punto de ser detenido por subversivo y poco a poco todos vimos crecer a sus hijos Rodrigo y Gozalo, convertidos ambos en bellas y generosas personas, el uno dedicado al cine y el otro a las artes de la edición.

En esa casa de la calle Fuego se le veía salir a saludar a los admiradores en sus soleadas fechas de cumpleaños, cuando ya se extinguía poco a poco su memoria, y veíamos en el rostro de Mercedes Barcha la gravedad del paso del tiempo y los golpes del infortunio a medida que uno tras otro iban partiendo los amigos del alma, Carlos Fuentes, Mutis. Pero la imagen más bella es cuando al amanecer del Nobel, recién enterados, ambos salen jóvenes y risueños en piyama y levantadora al patio para darse un beso y celebrar ese increíble triunfo.

La vimos acompañándolo a su lado en sus últimos viajes a la tierra nativa, a la Cartagena que describe con maestría en su autobiografía Vivir para contarlo. Allí en las festividades y los homenajes ella saludaba al pueblo desde la escotilla de los vehículos o las carrozas y sola se quedó en silencio manteniendo la antorcha de una vida misteriosa y prodigiosa que es única e irrepetible porque con ambos se va una época y una Colombia que ya queda para los libros de historia y los documentales. Las costumbres y usos de su época han quedado atrás para siempre en este agitado siglo XXI.

Cuando murió García Márquez todos sentimos un nudo en la garganta pues como Tolstoi y Victor Hugo era el patriarca del país, nuestro dios nutritivo Ganesha, un patriarca de bien y de ficción que alcanzó su rango mundial sin hacerle mal a nadie y por su propios y únicos méritos. Y ahora que Mercedes Barcha se va a buscarlo en el más allá, todos quedamos un poco más solos que nunca, condenados a Cien años de soledad y a buscar por siempre el amor en los tiempos del coronavirus.
 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 23 de agosto de 2020